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Resumen de la Carta Encíclica Redemptoris MissioLUNES, 28 DE MAYO DE 2018 , 7:00 A.


M.MODIFICADO: LUNES, 28 DE MAYO DE 2018 , 14:49

Resumen de la Carta Encíclica Redemptoris Missio del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre la Permanente
Vigencia del Mandato Misionero

El Papa comienza el documento indicando que “La tarea fundamental de la Iglesia de todos los tiempos,
y en particular, es dirigir la mirada del hombre y orientar la conciencia y la experiencia de toda la
humanidad hacia el misterio de Cristo”.

Según la encíclica Redemptoris Missio “el impulso misionero pertenece, pues, a la naturaleza íntima de
la vida cristiana, e inspira también el ecumenismo: 'para que todos sean uno... para que el mundo crea
que tú me enviaste' (Jn 17, 21). )”.

Por tanto, es deber de todos anunciar, es decir, anunciar a Cristo a todos los pueblos. “Dios abre a la
Iglesia los horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Siento que ha
llegado el momento de comprometer todas las fuerzas eclesiales en la nueva evangelización y la misión
ad gentes”.

“La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como 'Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16,16): Cristo no es diferente
de Jesús de Nazaret; y esta es la Palabra de Dios hecha hombre para la salvación de todos”. La salvación
en Cristo, testimoniada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios. “El amor no sólo crea el
bien, sino que también nos hace partícipes de la vida misma de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De
hecho, el que ama quiere darse a sí mismo.”

Para Juan Pablo II “la fe exige la adhesión libre del hombre, pero tiene que ser propuesta. La salvación
consiste en creer y acoger el misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y ofrece en Jesús, a
través del Espíritu. Así se cumple el Reino de Dios, preparado en el Antiguo Testamento, realizado por
Cristo y en Cristo, anunciado a todos los pueblos por la Iglesia, que trabaja y ora para que se realice de
manera perfecta y definitiva”.

Pero más adelante afirma que “la liberación y la salvación que ofrece el Reino de Dios afectan a la
persona humana tanto en su dimensión física como espiritual. El amor con el que Jesús amó al mundo
encuentra su expresión suprema en el don de su vida por los hombres (cf. Jn 15,13), que manifiesta el
amor que el Padre tiene por el mundo (cf. Jn 3,16). Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de
todos los seres humanos entre sí y con Dios”.

La resurrección da al mensaje de Cristo, ya toda su acción y misión, un alcance universal. Los discípulos
ven que el Reino ya está presente en la persona de Jesús, y poco a poco se va instaurando en el hombre
y en el mundo, a través de una conexión misteriosa con su persona. La predicación de la Iglesia primitiva
se centra en el anuncio de Jesucristo, con quien se identifica el Reino. El Reino de Dios no es un
concepto, una doctrina, un programa sujeto a libre elaboración, sino que es, ante todo, una Persona que
lleva el nombre y el rostro de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si separamos el Reino de Jesús,
nos quedaremos sin el Reino de Dios predicado por Él, acabando por desvirtuar tanto el sentido del
Reino, que corre el riesgo de convertirse en un fin puramente humano o ideológico, como la identidad
de Cristo, que deja de aparecer como el Señor,

La Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. En primer lugar, le sirve con el anuncio
que llama a la conversión: este es el servicio primero y fundamental para la venida del Reino para cada
persona y para la sociedad humana. La Iglesia es el sacramento de la salvación para toda la humanidad;
su acción no se limita a aquellos que aceptan su mensaje. Ella es fuerza activa en el camino de la
humanidad hacia el Reino escatológico, es signo y promotora de los valores evangélicos entre los
hombres.

La misión de la Iglesia, como la de Jesús, es obra de Dios, o, para usar una expresión frecuente en San
Lucas, es obra del Espíritu Santo. Después de la Resurrección y Ascensión de Jesús, los Apóstoles
vivieron una intensa experiencia que los transformó: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los hizo
testigos y profetas (cf. Hch 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les lleva a transmitir a
los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que les anima.

El Espíritu ofrece al hombre “luz y fuerza que le permitan responder a su más alta vocación”; gracias a él,
“el hombre llega, por la fe, a contemplar y saborear el misterio de los designios divinos”; más aún,
“debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos, de una manera que sólo Dios sabe, la posibilidad
de asociarse al misterio pascual”.

La Iglesia de hoy debe afrontar otros desafíos, empujándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera
misión ad gentes como en la nueva evangelización de los pueblos que ya han recibido el anuncio de
Cristo: la misma valentía que movió a los misioneros del pasado, la misma disponibilidad para escuchar
la voz del Espíritu.

El Señor Jesús envió a Sus Apóstoles a todas las personas, a todos los pueblos ya todos los lugares de la
tierra. En los Apóstoles, la Iglesia recibió una misión universal, sin límites, referida a la salvación en toda
su integridad, según esa plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Jn 10,10): fue “enviada a manifestar
y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos”.

La misión ad gentes tiene por delante una tarea inmensa, que está lejos de completarse. La tarea de
anunciar a Jesucristo a todos los pueblos es enorme y desproporcionada a la fuerza humana de la Iglesia.
La misión ad gentes, por mandato universal de Cristo, no tiene fronteras. A pesar de ello, es posible
identificar varios ámbitos en los que se desarrolla, de manera que tenemos una imagen real de la
situación:

a) Ámbitos territoriales. Normalmente, la actividad misionera se definía en relación con territorios


específicos. La multiplicación de Iglesias jóvenes en los últimos tiempos no debe engañarnos.

b) Nuevos mundos y fenómenos sociales. Los rápidos y profundos cambios que caracterizan el mundo
de hoy, particularmente en el Hemisferio Sur, tienen una influencia decisiva en el marco misionero:
donde antes las situaciones humanas y sociales eran estables, hoy todo está en movimiento.

c) Áreas culturales, o areópagos modernos. Pablo, después de haber predicado en muchos lugares, llega
a Atenas y se dirige al Areópago, donde proclama el Evangelio, utilizando un lenguaje adaptado y
comprensible a aquel ambiente (cf. Hch 17, 22-31).

Si, por un lado, parece que los hombres persiguen la prosperidad material, sumergiéndose cada vez más
en el consumismo materialista, por otro lado, existe una angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad
de una vida interior, el deseo de aprender nuevos caminos. y medios de concentración y oración.
Todas las formas de actividad misionera se caracterizan por la conciencia de promover la libertad
humana anunciándole a Jesucristo. La Iglesia debe ser fiel a Cristo, ya que es su Cuerpo y continúa su
misión. La actividad misionera representa todavía hoy el mayor desafío para la Iglesia.

La misión es una realidad unitaria pero compleja; y se explica de varias maneras, algunas de las cuales
son de particular importancia en la situación actual de la Iglesia y del mundo. La Iglesia está llamada a
dar su testimonio de Cristo, tomando posiciones valientes y proféticas frente a la corrupción en el poder
político o económico; no correr tras la gloria y las posesiones materiales ella misma; poniendo sus
bienes al servicio de los más pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo.

Al estar hecho en unión con toda la comunidad eclesial, el anuncio nunca es un hecho personal. El
misionero está presente y activo en virtud de un mandato recibido, de modo que, aunque esté solo,
vivirá siempre unido, por lazos invisibles pero profundos, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia.
Los oyentes, tarde o temprano, vislumbran, detrás de él, la comunidad que lo envió y lo sostiene.

Los Apóstoles, movidos por el Espíritu Santo, invitaron a todos a cambiar de vida, a convertirse ya recibir
el bautismo. La conversión y el bautismo se insertan en la Iglesia, donde ya existe, o bien implican la
constitución de nuevas comunidades, que confiesan a Jesús Señor y Salvador.

Ante todo, es necesario tratar de establecer comunidades cristianas en cada lugar, que sean “signos de
la presencia divina en el mundo” y crezcan hasta convertirse en Iglesias. A pesar del gran número de
diócesis, todavía existen vastas áreas donde las Iglesias locales no se encuentran, o son insuficientes en
relación con la inmensidad del territorio y la densidad de población: queda mucho trabajo por
implementar y desarrollar la Iglesia.

El Señor nos llama constantemente a salir de nosotros mismos, a compartir con los demás los bienes
que tenemos, comenzando por lo más preciado, que es la fe. A la luz de este imperativo misionero, debe
medirse la vigencia de los cuerpos, movimientos, parroquias y obras de apostolado de la Iglesia. Sólo
haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y
recuperar la unidad y la fuerza de la fe.

La actividad ecuménica y el testimonio común de Jesucristo, dado por cristianos pertenecientes a


diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, ha producido ya abundantes frutos, pero es aún más
urgente que colaboren y testimonien en común, en un momento en que las sectas cristianas y por Los
cristianos sembramos confusión con vuestra acción.

Un fenómeno, de rápido crecimiento en las Iglesias jóvenes, promovido por los obispos o incluso por las
conferencias episcopales, a veces como opción prioritaria de atención pastoral, son las comunidades
eclesiales de base (también conocidas con otros nombres), que se están demostrando bien como
centros de Formación cristiana y alcance misionero.

La inculturación, en su correcto desarrollo, debe guiarse por dos principios: “compatibilidad con el
Evangelio y comunión con la Iglesia universal”. Los obispos, defensores del depósito de la fe, velarán por
la fidelidad y, sobre todo, por el discernimiento, para lo que se requiere un profundo equilibrio: de
hecho, se corre el riesgo de pasar acríticamente de una alienación de la cultura a una sobrevaloración de
la misma, lo que no no deja de ser producto del hombre y, como tal, está marcado por el pecado.

El diálogo interreligioso es parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. El diálogo abre un vasto


campo, que puede asumir múltiples formas y expresiones: desde los intercambios entre expertos en
tradiciones religiosas o sus representantes oficiales, hasta la colaboración en el desarrollo integral y
salvaguarda de los valores religiosos; desde la comunicación de sus respectivas experiencias espirituales,
hasta el llamado “diálogo de vida”, a través del cual creyentes de diferentes religiones dan testimonio
mutuo, en su vida cotidiana, de sus propios valores humanos y espirituales, ayudándose mutuamente a
vivirlos para para construir una sociedad más justa y fraterna.

La misión ad gentes se sigue realizando, en su mayor parte, en las regiones del Hemisferio Sur, donde es
más urgente la acción en favor del desarrollo integral y la liberación de toda opresión.

Con el mensaje evangélico, la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y creadora para el desarrollo,
precisamente porque conduce a la conversión del corazón y de la mentalidad, hace reconocer la
dignidad de cada persona, predispone a la solidaridad, al compromiso y al servicio de los hermanos, en
el plan de Dios, que es la construcción del Reino de paz y de justicia, a partir de esta vida.

No hay testigo sin testigos, como no hay misión sin misioneros. Para colaborar en su misión y continuar
su obra salvadora, Jesús elige y envía a personas como sus testigos y apóstoles: “Seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1 ). , 8).
Entre los agentes de la pastoral misionera, hoy como ayer, ocupan un lugar de fundamental importancia
aquellas personas e instituciones a las que el Decreto Ad Gentes dedica un capítulo, especialmente bajo
el título: misioneros.

Los Institutos Misioneros deben emplear todos los recursos necesarios, aprovechando su experiencia y
creatividad en la fidelidad a su carisma original, para preparar adecuadamente a los candidatos y
asegurar la restauración de las energías espirituales, morales y físicas de sus miembros.

La especial vocación de los misioneros ad vitam, es decir, de por vida, conserva toda su vigencia:
representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que necesita siempre donaciones
radicales y totales, impulsos nuevos y valientes.

a) Siguiendo el Concilio, invito a los Institutos de vida contemplativa a fundar comunidades en las
Iglesias jóvenes, para dar "entre los no cristianos un magnífico testimonio de la majestad y de la caridad
de Dios, así como de la unión establecida en Cristo".

b) A los Institutos de vida activa señalo los inmensos espacios de caridad, de anuncio evangélico, de
educación cristiana, de cultura y de solidaridad con los pobres, los discriminados, los marginados y los
oprimidos.

La misión pertenece a todo el Pueblo de Dios: si es cierto que la fundación de una nueva Iglesia requiere
de la Eucaristía, y por tanto del ministerio sacerdotal, sin embargo la misión, que implica las más
variadas formas, es tarea de todos los fieles.

El primer campo (…) es el vasto y complicado mundo de la política, la realidad social, la economía, 152 a
nivel local, nacional e internacional. Dentro de la Iglesia hay varios tipos de servicios, funciones,
ministerios y formas de animar la vida cristiana. Recuerdo, como novedad que ha aparecido
recientemente en muchas Iglesias, el gran desarrollo de los Movimientos eclesiales, dotados de
dinamismo misionero.

Junto a los catequistas, es necesario recordar otras formas de servicio a la vida de la Iglesia y de la
misión, y por tanto otros operadores: animadores de la oración, del canto y de la liturgia; jefes de
comunidades eclesiales de base y grupos bíblicos; encargado de obras de caridad; administradores de la
propiedad de la Iglesia; líderes de las diversas asociaciones de apostolado; profesores de religión en las
escuelas. Miembros de la Iglesia en virtud del bautismo, todos los cristianos son corresponsables de la
actividad misionera. La participación de las comunidades e individuos cristianos en este derecho y deber
se llama cooperación misionera. La participación en la misión universal, por tanto, no se reduce a unas
pocas actividades aisladas, sino que es un signo de madurez en la fe y de una vida cristiana fecunda.

Entre las diversas formas de participación, la cooperación espiritual ocupa el primer lugar: oración,
sacrificio, testimonio de vida cristiana. La oración debe acompañar los pasos de los misioneros, para que
el anuncio de la Palabra se haga efectivo por la gracia divina.

La Iglesia misionera da lo que recibe, distribuye a los pobres lo que sus hijos más dotados de bienes
materiales generosamente ponen a su disposición. En este momento quisiera agradecer a todos los que
con sacrificio contribuyen a la obra misionera: su sacrificio y su participación son indispensables para la
edificación de la Iglesia y el testimonio de la caridad.

La responsabilidad de las Obras Misionales Pontificias es su deber primordial. Las cuatro Obras –
Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol, Santa Infancia y Unión Misionera – tienen en común el objetivo
de promover el espíritu misionero universal en el Pueblo de Dios.

Cooperar para la misión no significa sólo dar, sino también saber recibir. Todas las Iglesias particulares,
jóvenes y mayores, están llamadas a dar ya recibir de la misión universal, y ninguna debe encerrarse en
sí misma. La actividad misionera requiere una espiritualidad específica, que concierne de modo
particular a quienes Dios ha llamado a ser misioneros. Al misionero se le pide “renunciar a sí mismo y a
todo lo que tenía como propio, y hacerse todo para todos”: en la pobreza que lo hace libre para el
Evangelio, en el distanciamiento de las personas y de los bienes de su entorno original para convertirse
en hermano de aquellos a quienes es enviado, llevándoles a Cristo Salvador. La espiritualidad del
misionero lleva a esto: “con los débiles, me hice débil (…) me hice todo para todos, para salvar a algunos
a toda costa. Todo lo hago por el Evangelio…” (1 Cor 9,22-23).

La espiritualidad misionera se caracteriza también por la caridad apostólica, la de Cristo que vino “a
reunir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52), el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las busca y ofrece
su vida por ellas (cf. Jn 10).
Todo misionero es auténticamente uno sólo si se compromete en el camino de la santidad: “la santidad
debe ser considerada un presupuesto fundamental y una condición completamente insustituible para
realizar la misión salvífica de la Iglesia”.

El misionero es el hombre de las bienaventuranzas. En efecto, en el “discurso apostólico” (cf. Mt 10),


Jesús da instrucciones a los Doce, antes de enviarlos a evangelizar, mostrándoles los caminos de la
misión: pobreza, humildad, deseo de justicia y de paz, aceptación del sufrimiento y la persecución, la
caridad que son precisamente las Bienaventuranzas, concretadas en la vida apostólica (Mt 5,1-12).

Por: Leandro Paulo do Couto

Padre Leandro Couto

Nacido en Borda da Mata MG, miembro de la comunidad Canção Nova desde 2007. Actualmente en
Missão Canção Nova Cuiabá MT.

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