Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sandra Bear1
Es probable que todos nos hayamos cuestionado alguna vez sobre la muerte de seres
queridos y aún, sobre la propia muerte. Como adultos, es común tratar de evitar la idea del final de la
vida. Y los niños, ¿qué pensamientos y fantasías asocian ante la muerte? Y ¿Cómo ayudar a elaborar
la muerte a pacientes terminales y familiares? Es importante que Psicólogos, Psiquiatras, Docentes y
todos aquellos que trabajan con niños y adolescentes, entendamos los sentimientos, angustias e
interrogantes que produce la muerte, en las diferentes edades y etapas de la vida, para así poder
ayudar a la aceptación y comprensión del final de la vida... la muerte.
INFANTE (0 a 2 años): En esta etapa, la muerte es sentida como abandono y le produce angustia de
separación. A pesar de que el bebé pareciera no entender por su escaso desarrollo cognitivo y del
lenguaje, es capaz de darse cuenta del lenguaje no verbal, por lo que sí percibe la separación y la
angustia de muerte. Esta angustia puede elaborarse o permanecer afectando las relaciones
interpersonales. Esto quiere decir que, por ejemplo, separaciones prolongadas de la madre o
ausencia total de espacio entre madre e hijo, pueden producir angustias que perduren en el tiempo
ante situaciones de distanciamiento. (Ej.: Comenzar a caminar, la entrada al colegio, el matrimonio,
etc.)
ESCOLAR (6 a 11 años): El escolar manifiesta una angustia más específica ante la idea de la
muerte, ya que la fantasía cede el paso progresivamente a la realidad y la muerte empieza a
percibirse como una ausencia definitiva. Aprenden que si alguien o algo muere, ya no regresará. Sin
embargo, les es difícil entender la inevitabilidad de la muerte: creen que la persona muere a causa de
un accidente o enfermedad, pero la idea de que todo el mundo muere es difícil de comprender a esta
edad. Temen la muerte causada por fenómenos naturales como terremotos, huracanes y por
situaciones de la realidad que los rodea, como ladrones y asesinos.
ADOLESCENTE: A nivel consciente y racional acepta la muerte como irreversible e inevitable para
todos en algún momento de la vida, al igual que el adulto, pero a nivel inconsciente su omnipotencia
(sentimiento de que todo lo puede) no le permite aceptarlo así. Por lo tanto, niega la muerte (la
1
Psicólogo-Psicoanalista. sandrabearp@gmail.com
elimina de su consciencia) y cree que los jóvenes no pueden morir. Esto los lleva, en general, a
conductas riesgosas (droga, deportes peligrosos, conducir a alta velocidad, sexo no seguro) en las
que exponen su integridad física, pudiendo sufrir accidentes y en caso extremo, llegar a la muerte.
El duelo es la reacción a la pérdida de un ser amado o de algo por lo que se sentía gran afecto e
implica un proceso de ajuste que realiza el aparato psíquico para adaptarse a la nueva situación y
asimilar paulatinamente la pérdida. Siempre que se habla de duelo, se asocia a la muerte, sin
embargo, puede ser una pérdida simbólica o de un objeto o situación específica (entrada al
preescolar, pérdida de la pareja, robo, mudanza, emigración, entre otros), al que se le había colocado
una carga afectiva importante. Ese afecto, esa parte de la propia persona vinculada al otro, queda sin
objeto al que ligarse y se siente entonces, el vacío: ya no está, ni regresará, aquello que nos llenaba
ese espacio interior. Se produce un estado de ánimo doloroso, la cesación del interés por el mundo
exterior, la pérdida de la capacidad de elegir una nueva persona, situación u objeto con la que
establecer el vínculo y el aislamiento.
La elaboración del duelo implica a nivel interno un tiempo psíquico particular para abandonar
paulatinamente los lazos que los mantenían unidos afectivamente a la persona que muere. En ciertos
casos la persona amerita ayuda psicológica, ya que sufre y no logra realizar la separación psicológica
del ser perdido. Se mantienen los vínculos y el yo permanece sobrecargado con exigencias de la
relación pasada, por lo que se dificulta el establecimiento de nuevas relaciones afectivas. Puede
aparecer el sentimiento de culpa intensificado, cuando la relación con el ser que muere era
marcadamente ambivalente, esto es, se lo quería y se lo rechazaba, inconscientemente, al mismo
tiempo, lo que produce ansiedades que dificultan la elaboración del duelo.
En los niños y adolescentes también se produce el proceso del duelo, pero su manifestación
tiende a ser diferente de la del adulto. Dependiendo de la etapa del desarrollo del niño, éste puede
expresar verbalmente su tristeza, manifestar intranquilidad, trastornos del sueño y/o de la
alimentación, irritabilidad, agresividad, desinterés por el mundo externo, bajo rendimiento escolar,
síntomas y/o trastornos de conducta.
Las siguientes etapas pueden darse en su totalidad o quedar en algún punto sin llegar a la etapa
final. Además, pueden manifestarse en un orden diferente al preestablecido teóricamente, tanto en
adultos, como en niños. Dependiendo del desarrollo psicoevolutivo del individuo y la relación afectiva
con la persona u objeto perdido, el duelo tendrá sus variaciones muy particulares.
NEGACIÓN: Ante una pérdida la reacción inicial es “no a mí”. No se quiere sentir el dolor y se niega
la realidad en diversos grados. Durante las semanas que siguen a la muerte es normal que los niños
sientan poca pena o que persistan en creer que la persona aún vive. Debe permitirse esta sana
negación, aun cuando no estimularse, ya que es el tiempo que necesita su mente para asimilar la
pérdida.
IRA: Sigue una etapa de rabia y resentimiento ¿por qué a mí? La ira es una reacción natural. En el
niño y el adolescente, este enfado puede ser expresado a través de un juego desordenado,
pesadillas, irritabilidad o una variedad de comportamientos como por ejemplo, evacuarse u orinarse
encima. Con frecuencia puede demostrar furia hacia otros miembros de la familia en esta etapa.
DEPRESIÓN: Aparecen tristeza, apatía y desgano o equivalentes depresivos. Es una etapa de mayor
aceptación de la pérdida. Se retrae el yo del mundo exterior. Se van retirando los afectos puestos en
el otro y se vuelcan hacia la propia persona, de allí el aislamiento y desinterés por el mundo externo.
Muchos niños y adolescentes tienden a actuar como si fueran menores de lo que son después de una
muerte muy significativa, esto es, se ponen regresivos. Pueden tornarse infantiles, exigentes, llaman
la atención, buscan acurrucarse o hablan como si fueran bebés. También es común la manifestación
de intranquilidad, trastornos del sueño y de la alimentación, dificultades escolares, síntomas y/o
trastornos de conducta.
ACEPTACIÓN: No hay resignación, es una reconciliación con los propios vínculos internos que se
mantuvieron con la persona desaparecida. Se elaboran los recuerdos. Se siente que uno está vivo y
no está solo, por lo que revive el interés por el mundo externo. Progresivamente se van retomando las
capacidades yoicas, la posibilidad de trabajar, estudiar y jugar sin interferencia emocional por la
pérdida.
Estas señales de aviso, indican que la persona tiene dificultad en elaborar y aceptar la pérdida y
sus recursos yoicos se están deteriorando. Se debe buscar ayuda profesional de un psiquiatra o
psicólogo que lo acompañe a él y a sus familiares en la elaboración del duelo.
Otro aspecto del problema es la percepción del paciente cuando ellos mismos están en peligro de
muerte. Muchas veces el niño y adolescente puede percibir no sólo su posibilidad de morir, sino
también el momento de su fallecimiento.
Se debe preparar a los familiares para la muerte del paciente terminal a través de una
entrevista que informe y proporcione contención a las ansiedades que aparezcan. Es importante
recordar que hablar de la muerte con libertad nos hace más fuertes para enfrentarnos a ella.
Ayudando a niños y adolescentes a la elaboración psicológica del duelo
En relación con las ceremonias de muerte, esto ayuda a evitar la negación de la pérdida y a
establecer un periodo de acompañamiento de los dolientes. Dependiendo de la edad, de sus deseos,
y del vínculo con la persona fallecida, los niños y adolescentes pueden participar en velorios e ir al
cementerio. Puede hablarse de los recuerdos que quedan en uno, de los aprendizajes, de los
momentos vividos, de manera de rescatar los aspectos buenos recibidos del objeto o persona.