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HISTORIA VIVA Hillary Rodham Clinton Traduecin al espafiol de Living History de Claudia Casanova Libros en Espafio! Publicado por Simon & Schuster ‘NuevaYork Londres Toronto Sydney Una historia norteamericana No nacf siendo primera dama o senadora. No na¢{ siendo demécrata. No nac{ siendo abogada ni defensora de las derechos de las mujeres y los de- rechos humanos. No nac{ siendo una esposa ni una madre. Nact siendo norteamericana a mediados del siglo xx, un tiempo y un lugar afortuna- dos. Gocé de la libertad necesaria para tomar unas decisiones que las ge- neraciones de mujeres que me precedieron no pudieron tomar y que to- davia son inconcebibles para muchas mujeres en el mundo actual. Me hice mayor durante la eclosién de tumultuosos cambios sociales y tomé parte en batallas politicas en las quie se luchaba por decidir el significado de Norteamérica y su papel en el mundo. Mi madrey mis abuelas nunca podsfan aber vivido una vida como la ‘mia; mi padre y inis abuelos jamés podrian haberla imaginado. Pero me regalaron la p:omesa de Norteamérica, que permitié que pudiera dispo- ner de las grardes oportunidades que hicieron posible mi vida. ‘Mi historia comienza en los fios que siguen a la segunda guerra mun- dial, cuando los hombres que, como mii padre, habfan combatido por su pais volvian vara crear un hogar, ganarse la vida y formar una fami- lia. Fue el principio del baby boom, una época de optimismo. Estados ‘Unidos habia salvado al rundo del fascismo y nuestra nacién estaba tra- bajando para unir en la posguerra a los que habian sido adversarios en la guerra, dirigiéadose tanto a aliados como a antiguas enemigos, aseguran- do la paz mundial y ayudando a reconstruir una Europa y un Japon de- vastados. ‘Aunque estaba comenzando Ia guerra fila con la Unién Soviética y la Europa del Este, mis padres y su generacién se sentian seguros y llenos de esperanza. La supremacfa norteamericana no era s6lo resultado del pode- +0 militar, sino de nuestros valores y de las muchas oportunidades dispo- nibles para gente como mis progenitores, que trabajaban duro y asumfan 14 maRrRopHAMcunTON sus responsabilidades, La Norreamética ridad y todo lo que ésta comporta: casas enel vecindario y comunidades seguras de clase media rezumaba prospe- ‘uevas, buenas escuelas, parques Y tranquil, | gpuset 2 it era de posguerra nuestra nacién ambién cenfa algunos asuntos pendientes que necesitaba zanjar entre ellos la eridaabirta por fl acismo. Y fue la generacién de la segunda guerra mundial y us hjos tos que tuvieron el valor de no ignorar los problemas de injustica socal y desigualdad entre razas y se atrevieron der la promesa de Norteamnérica a todos ‘a hacer realidad el ideal de exten- sus ciudadanos, Mis padres cran representantes tipicos de una generacién que crefaen {as infinitas posibilidades de Estados Unidos y cuyos valores enan raises pprofundas que arrancaban de la experiencia de haber superado la Gran Depresi6n. Esta generacién crefaen el trabajo duro, no en las subvencio nes; crea en confiar en uno mismo, no en los excess y la indulgencia con uno mismo. Ese.es el mundo y la familia en los que nact el 26 de octubre de 1947, Eramos de case meds, del Medio Oeste, y bisicamente producto de fuestro lugar y nuestro tiempo. Mi madre, Dorothy Howell Rodham, ers tuna ama de casa cuyo trabajo diario se centraba en cuidar de miy de mis dos hetmanos pequefios, mi padre, Hugh E, Rodham, er dl propia. tlo de un pequefio negocio. Los problemas a los que hubicron de ex free, tarse durante sus vidas me hacen apreciar todavia més la oportunidades de las que yo he podido disfrutar en la mia. fodavia me sorprende cbmo mi madre pudo dejar atris su solitariain- fancia y adolescencia para convertrse en brada. Nacié en Chicago en 1919, hija bombero de Chi luna mujer tan carifiosa y equil- dde Edwin John Howell, Jy un ¥ de su esposa, Della Murray, una entre mucve her. «manos en una familia que tenis antepagados francocanadienses, exeocesee Y nativos ameticanos, Lo que est ms all de ninguna duda es que abuelos maternos no estaban preparados para ser padres. Della abandoné Pricticamente a mi madre cuando slo tenfa tres o cuatro afios. La dejaba sola durante dias, apenas con unos vales para comida quc mi madte tenfa que cambiar en un restaurante que habla no muy lejos desu apartamento, tun quinto piso de un eifci sin ascensor del South Side de Chicago, Ed. win le prestabaatencidn de forma esporidica, pero era una atencién que consistia més en llevarte de ver en cuando algin regalo, como una gran ‘mufieca que habia ganado en una feria, que en darle realmente ningdin madre, Isabelle, nacié en 1924, A menudo mis abuelos mandaban a las nifas de un pariente a ott y de tuna escuela a otra, y nunca las dejaban en ‘un mismo sitio el tiempo nece- LUNAMISTORANORTEAMERICANA 15 satio para que hicieran amigos. Finalmente, en 1927, los jévenes padres de mi madre consiguiron el dvorcio, que era entonces algo poco habitual y ‘una causa de terrible vergitenza. Ninguno de los dos estaba dispuesto a cui- dar de sus hijas, asi que las mandaron desde Chicago en ten a vivir con sus abuelos paternos en Alhambra, una ciudad cerea de las montatias de San Gabriel, al este de Los Angeles, En el viaje, que duré cuatro dias, Dorothy, con ocho afios, cuidaba de su hermana pequetia de tres, ‘Mi madre se quedé en California diez afios, y durante ese peciodo de tiempo no volvié a ver a su madre y sdlo vio a su padre unas pocas veces. Su abuelo, Edwin, St, un ex marino britinico, le dejaba las nifias a su mujer, Emma, una mujer severa que siempre llevaba vestidos victorianos negros y que ignoraba sisteméticamente a mi madre, excepto cuando se trataba de imponer las rigidas normas de conducta que exigla en su casa. A Emma no le gustaban las visitas y s6lo en contadas ocasiones permitia que mi madre acudiera a fiestas o a otto tipo de actos. Un Halloween, cuando descubrié que mi madre habla ido puerta por puerta pidiendo «truco 0 trato» con sus compafieros de la escuela, Emma decidié ence- rrarla en su habitaci6n durante todo un afo,y sélo la dejé salir para ira la ‘escuela, Prohibié 2 mi madre incluso comer en la mesa de la cocina 0 en- tretenerse demasiado en el patio delantero cada vez que entraba en la casa. Este castigo cruel continué durante meses hasta que la hermana de Emma, Belle Andreson, fue a vsitarla y, horrorizada, le exigié a Emma ue acabara con aquello. NSS made enconeaba alin avi de as opresivas condiciones de la ‘a de Emma en el exterior. Corrfa por las campos de naranjos que se ex- tenuian alo lng de varios Klémecos en el lle de Sun Gabel 9 abandonaba al perfume de a fruta madurando al sol. Por la noche esca- paba a sus libros. Era una estudiante excelente cuyos profesores siempre animaron a leer y a escribir. Para cuando cumpliécatorce aos ya no pad soporta isla vida en casa de su abuela. Encontré trabajo como nifera, cuidando de dos nifios a cambio de una habitacién, comida y tres délares a la semana. No tenia mucho tiempo para el acletismo, el teatro u otras actividades extraescola- res, a pesar de que le encantaban, y ampoco tenfa dinero para ropa. To- dos los dias lavaba la misma blusa y se la ponia con su tinica falda y, si ha- cfa frio, se ponfa también su tinico jersey. Pero por primera vez vivia en tina casa donde el padre y la madre le daban a sus hijos el amor, la aten- cién ylos euidados que ella nunca habfa recibido. Mi madre me dijo mu- chas veces que, sin esa breve stancia entre una familia cuyos miembros se 4querfan, no hubiera sabido cémo cuidar de su casa y de sus hijos, 16 HILLARYROORAYCUNTON Cuando se gradué en el instivuto, mi madre hizo planes para ir a la universidad en California, pero Della se puso en contacto con ella, por primera vez en diet afios, y le pidié que fuera a vivir a Chicago. Hacla poco que Della se Fabia vuelto a casa y le prometié a mi madre que ella y'su nuevo marido le pagarian la universidad alli. Pero cuando mi madre Iegé a Chicago descubrié que sélo la querfan como sirvienta y que no le ‘ban a dar ningiin tipo de ayuda econémica para la universidad. Destro- zada, se mud6 a un pequetio apartamento y encontré trabajo en una ofi- cina por el que le pagaban trece délares por una semana laboral de cinco dias y medio, Una vez le pregunté ami madre por qué volvié a Chicago, “Habfa deseado tantas veces que mi madre me amase que tenfa que apro- vechat la oportunidad de descubrir si era asi —me dijo—. Y cuando des- ‘cubri que no me amaba, ya no tuve adénde ir» El padre de mi madre murié en 1947, asi que nunca legué a conocer- Jo, Pero s{ conoct a mi abuela Della, una mujer débil y dada a los excesos, ‘empapada en culebronestelevsivos y ajena ala realidad. Una ver, cuando yo tenfa unos diez aios, Della estaba cuidando de my de mis hermanos, ‘Yo jugaba en el patio de mi escucla cuando me golpeé justo encima del ojo derecho con la puerta de una valla de tela metilica. Recorri tres manzanas hasta casa, corriendo y Horando, sujetindome la cabeza y con la sangre resbalindome por la cara. Cuando Della me vio se desmay6, Tave que pe- dirle al vecino de al ado que me ayudara y me curara la herida. Cuando Della volvié en sf, se quejé de que le habia dado un susto de muerte y de que podia haberse hecho mucho dafio si hubiera caido mal al desmayar- se. Tuve que esperar a que volviera mi madre para que me llevara al hos- pital a que me dieran unos puntos. En las raras ocasiones en que Della ve permitia entrar en su pequefio mundo podia resulrar encantadora. Le gustaba cantar y jugar a las carts, Cuando visitabamos su casa en Chicago nos levaba menudo al parque de atracciones local oal cine. Murié en 1960, una mujer infeliz y un mis- terio, incluso entonces. Pero el hecho es que hizo que mi nuadre se muda 12a Chicago, y alli fue donde Dorothy conocié a Hugh Rodham, Mi padre nacié en Scranton, Pennsylvania, eta el hijo mediano de Hugh Rodham, St. y Hannah Jones. Heredé su aspecto de una Iinea ‘de mineros galeses de cabello moreno que le venia por parte de madre. Al ‘gual que Hannah, era cabezota ya veces grufién, pero cuando se rea, la barecia venir de muy adentro y desbordarse por todo su cuerpo. Yo hheredé su risa, las mismas carcajadas abiertas y sonoras que hacen volver: cabezas en los restaurantes y que los gatos huyan despavoridos de la habi- tacién. LUNAHISTOMANORTEAMERCANA 17 a Scranton de la juventud de mis padres era una dura ciudad indus- tial con fibricas de ladrillo, molinos textiles, minas de ‘carbén, cocheras de ferrocarsil y casas pareadas de madera. Los Rodham y los Jones eran ‘metodistas estrictos que trabajaban duro para ganarse la vida. El padre de mi padre, Hugh, Sr, era el sexto de once hermanos, Co- menzé a trabajar en la Scranton Lace Company cuando todavia era un nifio y se jubil6 como supervisor en la misma empresa cinco décadas des- pués. Era un hombre amable que hablaba con suavidad, justo lo opuesto su formidable mujer, Hannah Jones Rodham, que siempre insistié en usar su nombre y sus dos apellidos. Hannah recogia el alquiler de las ca- sas que tenfa en propiedad y gobernaba a su familia y a cualquiera que cayese dentro de su radio de accién, Mi padre la adoraba, Nos cont muchas veces a mis hermanos y a mf la historia de cémo ella le habfa salvado los pies. Hacia 1920, mi padre y ‘un amigo suyo se subieron a un carro de caballos cargado de hielo para que los llevara un trecho:del camino. Cuando los caballos estaban esfor- zindose por subir una cuesta, un camién con motor se empotré contra la parte de atrs del carromato. F impacto le rompié las piernas-a mi padre. Lo llevaron a toda prisa al hospital més cercano, donde los doctores deci- dieron que sus pies y la parte inferior de sus piernas habian suftido dafios inreparables y que habfa que amputar. En consecuencia, lo prepararon para a operacién, Cuando le contaron a Hannab, que habfa ido cortien- do al hospital, lo que pretendian hacer los médicos, se encerté en el qui- ‘6fano con su hijo y dijo que nadic iba a tocarle ls piernas si no era para salvarlas. Exigié que trajeran inmediatamente a su cufiado, el doctor Tho- ‘mas Rodham. Cuando el doctor Rodham llegé desde el hospital en el que ‘rabajaba, examiné a mi padre y declaré que «nadie va a cortarle las pier nasa este chicol». Mi padre, que mientras tanto se habfa quedado incons- ciente a causa del dolor, desperts y vio a su madre montando guardia jun- toa dl, Hannah le aseguré que le salvarian las piernas y que, cuando por fin volvieran a casa, le daria una buena tunda, Esta es una historia fami- liar que hemos ofdo en la familia una y otra vez y que nos ensefia a tener ‘1 valor de enfrentarnos a la autoridad y a no abandonar nunca. En perspectiva, veo a Hannah como una mujer decidida cuya energia ce inteligencia tenfan pocas salidas, lo que la llevaba a meterse demasiado en los asuntos de todos los demas. Su hijo mayor, mi tio Willard, se hizo ingeniero y trabajé para la ciudad de Scranton, pero nunca dejé la casa ni se cas6, y murié poco después que mi abuelo, en 1965. El ojito derecho de Hannah era su hijo menor, Russell. Era un excelente estudiante y un gran atleta. Se hizo doctor, se alisté en el ejército, se casé, tuvo una hija y 18 sazaay RODHAM CLINTON regres6 a Scranton para ejercer la medicina. A principios de 1948 cayé ‘presa de una profunda depresién. Mis abuelos le pidieron a mi padre que viniera desde Chicago para ayudar a Russell. Poco después de que hubie- rallegado mi padre, Russell intenté suicidarse. Mi padre lo encontré ahorcado en el ético y pudo cortar la cuerda a tiempo. A rafa de este inci- dente, tfajo a Russell a vivir con nosotros en Chicago. Yo tenia s6lo ocho o nueve meses cuando Russel vino a vivir a aues- ‘tra casa, Dormia en el sof del salén de nuestro piso de una sola habita- cién y seguia tratamiento psiquidtzico en el hospital de veteranos de gue- ra. Era un hombre apuesto, de complexién y cabello més claros que los cde mi padre, Un dia, cuando tenfa alrededor de dos afios, bebj de una bo- tella de Coca-Cola llena de trementina que un obrero se habia dejado ol- vvidada, Russell me provocs el vimito inmediatamente y me llevé sin pés- dida de tiempo a urgencias. Poco después abandoné la préctica de la ‘medicina, as{ que siempre solia decir en broma que yo habia sido su dhti- ‘ma paciente. Se quedé a vivir en el dtea de Chicago y visitaba a menudo nuestra casa. Murié en 1962, en un incendio que se inicié por un cigarri- lo mal apagado. Lo senti much{simo por mi padre, que durante afios ha- bia tratado de mantener a Russel con vida. Creo que los antidepresivos modernos podrian haberlo ayudado, y desearfa que hubieran estado dis- pponibles por aquel entonces. Pap4 no le conté nada a mi abuelo sobre ka muerte de Russell hasta que vino a nuestra casa de visita, pues queria de- cliselo en persona y no por teléfono o por carta. Cuando mii abuelo reci- bid las trstes noticias, se seneé a la mesa de la cocina y lloré. Murié, con clcorazén roto, tres afios después. ‘A pesar del éxito financiero que alcanz6 mds adelante en su vida, mi padre no se veia a s{ mismo, ni jamds fue considerado por sus padres, ‘como una persona tan aplicada y fiable como su hermano mayor, Willard, ni tan inteligente ni con tanto éxito como su hermano menor, Russell. Siempre se metia en problemas, ya fuera por coger el coche nuevo de su ‘vecino para dar una vuclea o por patinar por el pasillo de la iglesia mero- disca de Court Street durante el servicio de la tarde. Cuando se gradué en cl Instituto Central en 1931, estaba convencido de que irfa a trabajar al molino text junto a su padre. Pero en iugar de eso, su mejor amigo, a quien Penn State habfa reclutado para el equipo de fitbol americano, le dijo al entrenador que no irfaa esa universidad a no ser que su compafie- rode equipo favorito lo acompafiase. Fl entrenadot accedis y mi padre se fue ala universidad del estado, donde jugé en los Nittany Lions. También practicé el boxco y se unié al club de estudiantes Delta {psilon, donde, se- sin me han dicho, se convirtié en un experto en hacer ginebra en una ba- UNAMISTORANORIEAMERICANA 19 fra. Se icenciéen 1935 y, en el punto dlgido de i viba Scranton con un vvorde Heenci en idecce nn ‘Sin avisar a sus padres, se subié a un tren de mercaneias que iba a Chicago para buscar trabajo all, y encontré un puesto como vendedor de tela estampadas en el Medio Oeste. Cuando volvé a conedrselo asus pa dey hast as males, Hannah spo fon probibis i, Pr mi abuelo le hizo comprender a su esposa que era diftcil enconerar trabajo que la familia podrla ulzar el dinero para pagarle 2 Rusell la univers dad y los studios de medicina. Ast fe cmo mi padre se mudé a Chica. 80. Se pasaba la semana viajando por el Medio Osste superior, desde Des Moines a Duluth, y huego conducia hasta Scranton la mayor parte de los fines de semana para entregade el cheque con el sueldo a su madee. A pe- sat de que siempre dio a entender que sus motivos para dejar Seranton «ran econémicos, estoy convencida de que mi padre sabia que tenia que aljare de Hannah si que leg alguna vera rel duo desu propa Dorothy Howell estaba presentindose a una oferca de empleo para ser ‘mecanégrafa en una empresa text cuando reparé en ella un joven ver dedora domicilio, Hugh Rodham. Ellsesinté aralda por su energta, st confianza en s{ mismo y su bronco sentido del humor. ‘Tas un largo cortzjo, mis padres se casaron a principios de 1942, co después de que los japonesesbombardearan etl Harbor, Se mu lazon a un pequefio apartamento en el barrio del Lincoln Park de Chica- 0, cerca del lago Michigan. Mi padre se alité en un programa esp de la Marina cuyo nombre ven‘a del boxeador Gene Tunney, campedn de los pesos pesados, y Fue destinado a a Estacién Naval de los Grandes La- 808, que estaba s6io a una hora al norce de Chicago. Se convirtié en sar- genco instructor, responsable del entrenamicnto de miles de jévenes ma- Fineros para que pudieran ser eaviados al mat, prncipalmenteal eateo de operaciones de Pacifico. Me cont lo triste que se sencia cuando acom Paflabaa sus alumnos ala costa Oeste, donde se subtan alos barcos alos que habfan sido destinados, sabiendo que algunos no sahrevivirtan Guando mutié, recibscaras de hombres que habian servo bajo su man dove qu menudo inn ua ogra dena Cate econo le matineros con mi orgulloso padre al fente y en el centro. En tralia favorita le de uniformey mua uns alia sonny eels poe ‘mj, tan guapo como cualquier estrella de cine de les cuarenta Mi padre siempre se mantuvo muy en contacto con su familia en Scranton y levé alla cada uno de sus hijos desde Chicago para que fue xan bautizados en la iglesia metodista de Court Sueet, ala que él acudia 20, smULARr RODHAM CLINTON cuando era nifio. La abuela Rodham murié cuando yo tenia cinco afios, y cuando la conoct se estaba quedando ciega, pero recuerdo quea pesar de su edad le gustaba vestirme y arteglarme el pelo todas las mafianas. Me sentfa mucho més unida a mi abuelo, que ya se habia jubilado y habia re- fa distintos grupos en nuestro instituco que determinaban la posicién sozial de cada uno: atletas y animadoras;ti- pos del consejo de estudiantes y cerebritos; brillantinas y matones. Habla pasillos por los que no me atrevic a pasar porque, segtin me habfan dicho, los chicos de una banda estaban alli buscando pelea. El lugar en el que te sentabas en la cafeteria estaba dictado por fronteras invisibles que todos reconociamos. En mi tercer afio, las tensiones subtertineas subieron de grado y estallaron peleas entre bandas en el aparcamiento ala salida de la escuela y en los partidos de Fitbal americano y baloncesto. ‘Laadministraci6n intervino pidamente yestablecié un grupo de es- tudiantes llamado Comité de Valores Culeurales, que estaba constituido Por estudiantes representativos de los distintos grupos. El director, el doc. tor Clyde Watson, me pidié que formara parte de ese comité, y me dio la ‘oportunidad de hablar con chicos que no conocfa y que antes hubiera evi tado. Nuestro comité hizo recomendaciones especificas para promover la tolerancia y disminuir las tensiones. A varios de nosotros nos pidiecon. que apareciéramos en un programa de la televisién local para debati le que habia hecho el comit. Te fuetanto mi Primera aparicién orl, visién como mi primera experiencia en participar en un esfuetzo organi. zado por defend ls valores novieameticanos dl pluraigme rope ‘mutuo y la comprensién. Esos valores necesitan proteccién, incluso en un insticuro de un barrio residencial de Chicago. Aunque el cuerpo de estu- diantes era mayoritatiamente blanco y cristiano, aun as{ encontrébamos maneras de aislarnos y demonizamnos los unos a los otros. El comité me do la oportunidad de hacer amigos nuevos y diferentes. Algunos afios después, en una fiesta de la Asociacién Cristiana de Jovenes local, unos ti- Pos empezaron a molestarme. Uno de los antiguos miembros de aquel co- mité, uno de los que llamabamos

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