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Estilo e influencias
Las primeras obras de Strauss muestran influencias del estilo de los
grandes músicos clásico-románticos, especialmente Robert Schumann, Felix
Mendelssohn y Johannes Brahms, manteniendo en esto la fidelidad a las
enseñanzas de su padre.
En 1874, Strauss escuchó por primera vez las óperas de Wagner,
Lohengrin y Tannhäuser. La influencia de la música de Wagner en el estilo de
Strauss iba a ser profunda, a pesar de las diferencias con su padre, cuyo gusto
musical era bastante conservador. De hecho, en la familia Strauss la música de
Richard Wagner siempre estuvo mal vista, y hasta los 16 años el joven Strauss no
pudo conseguir la partitura de Tristán e Isolda. No obstante, la influencia de su
padre fue también duradera, por lo menos en la predilección de Strauss por el
sonido de la trompa. Su sorprendentemente maduro Concierto para trompa n.º 1
opus 11 (1882), compuesto a los 18 años, es una obra representativa de este
primer período, y constituye un elemento básico del repertorio actual para este
instrumento.
El estilo maduro de Strauss se inicia en algunos de los primeros poemas
sinfónicos de finales de los años 80, especialmente en Don Juan (1888), la
primera obra en la que se encuentran las características fundamentales de su
lenguaje musical: un uso más libre de la armonía y la modulación clásicas, con
gran facilidad para producir efectos sorprendentes e inesperados. La capacidad de
sorpresa de su música se ve reforzada por su estilo melódico, basado en motivos
muy cortos y fáciles de recordar, junto con su extraordinaria habilidad para la
orquestación, que hace que sea considerado, junto con Mahler, uno de los
precursores del sonido característico de la orquesta sinfónica del siglo xx.
En el aspecto formal, Strauss emplea frecuentemente formas clásicas como
la sonata o el rondó, aunque de forma bastante libre, por lo que tiende a reforzar la
coherencia mediante la ayuda externa de poemas (como sucede en sus
canciones), ideas literarias o filosóficas (poemas sinfónicos) o libretos (óperas). El
uso de elementos extramusicales así como su empleo del colorido armónico y
orquestal hace que se le relacione frecuentemente con el impresionismo musical,
por lo que no es extraña la admiración que sintieron hacia su música compositores
como Debussy.
Tras la serie de poemas sinfónicos compuestos durante el siglo xix, Strauss
se centra en el género operístico, donde tras una etapa de fuerte influencia
wagneriana, se acerca al expresionismo en Salomé (1905, libreto del músico) y
Electra (1909, libreto ya de Hugo von Hofmannsthal), llegando en muchos casos al
borde de la atonalidad. Esta etapa es relativamente breve, aunque se hallan
elementos de la misma en óperas posteriores como La mujer sin sombra (1919) y
en otras colaboraciones decisivas con texto del escritor vienés Hugo von
Hofmannsthal, de gran experiencia teatral, hasta la muerte de éste.
El caballero de la rosa (1911), que constituye uno de los mayores éxitos de
Strauss, marca su vuelta a un estilo más clásico, básicamente influido por Mozart,
aunque manteniendo las características propias de su lenguaje. A partir de este
momento son características de su estilo el empleo de formas antiguas, un uso
nostálgico y evocador de elementos del pasado musical (danzas del siglo XVIII, y
sobre todo, el vals del siglo XIX, a modo de homenaje a su homónimo Johann
Strauss), así como la utilización de pequeñas orquestas de instrumentos solistas,
aspectos que hacen de él uno de los primeros representantes del neoclasicismo
musical del siglo XX, en el que luego destacarán compositores como Stravinsky,
Hindemith o Ravel.
Un buen ejemplo de este estilo neoclásico es su ópera Ariadna en Naxos
(1912, asimismo con libreto de Hofmannsthal). Esta nueva etapa clásica se opone
aparentemente al uso de amplias orquestas y grandes medios expresivos
característicos de su música anterior, por lo que muchas veces se ha interpretado
negativamente este cambio de estilo como una vuelta hacia atrás, a pesar de que
Strauss sigue obteniendo grandes éxitos. Sus últimas obras, caracterizadas por
una intensa emoción lírica, desmienten la idea de una decadencia o agotamiento
en su fuerza creativa.