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TEMA 5

LA CIFRA NEGRA DE LA DELINCUENCIA.

Las estadísticas reflejan la criminalidad registrada, es decir, sólo permiten


apreciar la delincuencia descubierta, con lo cual no recogen las cifras de la
criminalidad que no ha sido registrada, la llamada cifra negra. Por ello, desde los
albores de la criminología, se dan cuenta que hay que complementar el estudio
de la criminología a través de las estadísticas, con otras técnicas.

Autores como FERRI, LACASSAGNE y TARDE, destacaron la


importancia de la observación del delito como complemento de las estadísticas.
Ahora bien, la delincuencia es un fenómeno muy difícil de observar por la simple
y buena razón de que los delincuentes son los primeros interesados en cometer
sus delitos de la manera más discreta posible para poder así escapar a sus
consecuencias legales. De este modo, la observación directa de la delincuencia
por parte de un investigador es prácticamente imposible.

Los informes de autodenuncia y las encuestas de victimización, a los


que nos hemos referido anteriormente, sí pueden contribuir a conocer esa la
cifra negra.

Los informes de autodenuncia posibilitan el cálculo del número real


aproximado de infractores y la frecuencia con que lo hacen.

Las encuestas de victimización recogen el volumen global y la naturaleza


de las acciones delictivas cometidas durante un período.

Ambas son eficaces como técnicas de estimación de la criminalidad real,


y se muestran por tanto como complementos adecuados a las estadísticas en el
análisis del fenómeno de la criminología.

Por otro lado, el desarrollo de las encuestas de victimización condujo a


la elaboración de nuevas teorías criminológicas que explicaban el riesgo de ser
víctimas de un delito a partir del estilo de vida de las personas. Al mismo tiempo,
las encuestas pusieron en evidencia que las principales víctimas del delito eran –
contrariamente a lo que solía afirmarse- las personas de clase desfavorecida, lo
que llevó a que algunos criminólogos modificaran su posición y comenzaran a
hablar de una criminología de la clase obrera.

Pero ante todo, las encuestas de victimización permiten comprobar si la


víctima denuncia o no el delito a las autoridades encargadas de su persecución y
si ésta es efectiva.

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De las encuestas de victimización realizadas en España, cabe resaltar los
siguientes resultados:

1) El crimen no es patrimonio de ninguna clase social, sino un fenómeno


ubicuo que se reparte a lo largo y a lo ancho de la pirámide social.

2) El varón participa en más actividades delictivas que la mujer.

3) Los adultos cometen crímenes más graves que los jóvenes.

4) La criminalidad juvenil se encuentra bastante más difundida de lo que


rezan las estadísticas oficiales.

5) Los jóvenes, contra lo que suele pensarse, son hoy día víctimas del
delito en proporción superior a los adultos o personas de mayor edad.

6) El escaso éxito del control penal del crimen responde a una pluralidad
de factores, no pudiendo ser achacado en exclusiva a ninguna de las instancias
o agentes que integran la reacción social.

7) El campo negro es mayor en los delitos leves que en los graves. La


tasa de denuncia es también más elevada en estos últimos.

UNA BREVE APROXIMACIÓN AL SISTEMA DE JUSTICIA PENAL


ESPAÑOL

Según LARRAURl, a quien seguimos en este tema -de tal modo que es
prácticamente un resumen de varios capítulos de su Introducción a la Criminología
y al Sistema Penal (2015)-, un sistema penal se compone de las fuerzas
policiales, del sistema judicial y el sistema de penas de una sociedad. Su finalidad
es la prevención y persecución de la delincuencia, así como el mantenimiento del
orden social necesario para la convivencia en toda organización social.

Un sistema penal implica un Estado de Derecho, en el que existe división de


poderes. A nosotros nos interesa saber, por ahora, que el poder legislativo es el
que, entre otras funciones, elabora las leyes, incluidas las leyes penales; y que el
poder judicial, que está integrado por los jueces y magistrados, aplica esas leyes
penales.

1) FUERZAS POLICIALES.

Una forma de aproximarnos a un sistema de justicia penal es reflexionar


acerca de la labor de la policía, en cuanto que es a las fuerzas policiales a quien
se encomienda en principio la persecución del delito.

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Los cuerpos policiales tales como los conocemos hoy datan del siglo XIX,
pues antes estaba encomendada ese tipo de labor al ejército, a soldados de los
señores feudales, o a otras instituciones…

Evidentemente la existencia de la policía implica que es en quien se delega


por parte del Estado el monopolio del uso de la fuerza.

Hemos de destacar que en España existen diversos cuerpos policiales. En


primer lugar y junto a las policías locales de cada municipio existen cuerpos
estatales: la Policía Nacional y la Guardia Civil. Además, en algunas comunidades
existen policías autonómicas, como la Ertaintza en Euzkadi o los Mossos en
Cataluña. Esto lleva a preguntarse, en primer lugar, si es lógico que existan tantos
tipos de policía, y en segundo lugar, la preocupación porque existan mecanismos
de coordinación eficaces.

En muchas ocasiones oímos los conceptos de policía judicial, que es como


se denomina a la policía cuando actúa bajo las obras de un juez en el marco del
proceso penal. Y otras veces hemos escuchado hablar de policía científica, como
aquellas unidades policiales específicamente encargadas de la criminalística.

No debemos olvidar que existe también una seguridad privada, que en


España consta de más de 1000 empresas y casi 250.000 empleados, que se rigen
por la Ley 5/2014, de 4 de abril, de seguridad privada, y que tienen competencias
que pueden chocar con esa concepción del monopolio estatal del uso de la fuerza.

Se habla frecuentemente de dos modelos básicos de policía: en primer


lugar del denominado modelo continental, también conocido como modelo
profesionalizado, qué es el que tradicionalmente está presente en el ideario
colectivo, con un significado más represor, en el que los policías asumen la función
de perseguir y posibilitar el castigo de las infracciones.

Sin embargo existe otro segundo modelo, denominado comunitario o


anglosajón, por ser propio de los países de esa cultura, en la que se subraya el
carácter de policía de proximidad o de barrio, indicando el interés en que las
fuerzas policiales sirva de prevención de la comisión de delitos a través de su
contacto directo con los barrios y comunidades, de tal forma que sea percibida
como una presencia próxima. De acuerdo a esta perspectiva, el policía sería un
agente encargado de la resolución de problemas, mediando, disuadiendo,
ofreciendo respuestas a las preocupaciones sociales.

Este segundo modelo evidentemente es el que goza de una mejor


consideración en la actualidad, y en este sentido es frecuente encontrar referencias
a su implantación como un instrumento óptimo de política criminal.

¿Que poderes atribuye a la policía el ordenamiento jurídico?

En España, las funciones y principios de actuación policial se regulan en la


L.O. 2/1986 de 13 de marzo, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad; en la L.O.

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4/2015 de 30 de marzo, de Protección de la Seguridad Ciudadana; y en unos pocos
aspectos, en la propia Ley de Enjuiciamiento Criminal. Además de algunos
aspectos contemplados en la Ley 36/2015, de 28 de septiembre, de Seguridad
Nacional.

Una primera atribución otorgada por el ordenamiento a la policía es la de


identificación. La ley exige que existan indicios de que los ciudadanos acrediten
su identidad para prevenir la comisión de una infracción, o se considere
razonablemente necesario que acredite su identidad para prevenir la comisión de
un delito.

Si estas prácticas de identificación se produjeran atendiendo a criterios como


la raza del ciudadano, lo que se conoce como racial profiling, constituirían una
práctica discriminatoria. Este aspecto alcanza virtualidad actual en las
identificaciones dedicadas para hacer cumplir la legislación de extranjería. Se
plantearía al respecto la cuestión de si sería legal identificar en materia de
extranjería basándose en el perfil étnico de la persona. Incluso la legislación de
seguridad ciudadana permite los denominados cierres perimetrales o controles
preventivos, en los supuestos de alteración de la seguridad ciudadana o de la
pacífica convivencia, o cuando existan indicios de que pueda producirse dicha
alteración. Esta es, en efecto, una formulación imprecisa y que por ello ha sido
criticada.

Otra de las funciones posibles es la de realizar registros personales o


cacheos, que incluso puede producirse en la vía pública

Una de las funciones más importantes es la de denunciar, es decir poner en


conocimiento de la autoridad judicial la existencia de cualquier delito. La mayor
parte de las denuncias que llegan a la policía lo hacen a través de las víctimas. Las
denuncias que se presentan por la policía en los juzgados (bien recogiendo
denuncias previas de las víctimas o actuaciones de oficio) reciben el nombre de
atestados policiales.

La policía también puede y debe, en los supuestos legales, proceder a la


detención de las personas respecto de los que exista motivos racionales bastante
para querer que se ha producido un delito y que han tenido intervención en el
mismo. Existe un plazo máximo (de 72 horas) para poner al detenido a disposición
judicial. Se debe informar al detenido de sus derechos ya en sede policial.

La Policía también pude imponer sanciones, siempre de carácter


administrativo, por infracciones que afecten a la seguridad ciudadana, según la ley.

En puridad, la policía no sanciona, sino que formula denuncia, que pude dar
lugar a que luego el órgano competente dicte la sanción oportuna (generalmente, y
es lo que puede discutirse, basándose exclusivamente en la denuncia policial, sin
contradicción, o sin atender generalmente a las alegaciones formuladas por el
ciudadano denunciado).

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En definitiva, la policía dispone en nuestros sistemas jurídicos de poderes
realmente amplios, que se justifican por la labor encomendada en la persecución
de los delitos y en el mantenimiento, en definitiva, del orden y la paz social.

Un aspecto polémico resultaría el que esos poderes se aplicarán más a


determinadas capas sociales, ya que la policía suele desarrollar su labor en
contacto con los márgenes de la sociedad. Por ello es esencial la existencia de
controles tanto internos como externos sobre la labor policial, para verificar que es
correcta y ajustada a las exigencias y garantías de un estado democrático

2) SISTEMA JUDICIAL PENAL

Los criminólogos deben conocer el sistema judicial, puesto que en muchas


ocasiones trabajan en contacto con el mismo Y es preciso por ello entender su
funcionamiento, al menos de forma básica. Además para emprender cualquier tipo
de investigación criminológica hay que conocer lo que se busca, y el objetivo que
se pretende.

En primer lugar, podemos hablar de la organización judicial y de los jueces


en España.

La Constitución les atribuye la misión de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado,


con lo que son quienes, en definitiva, van a interpretar las normas penales en
exclusividad.

Otros actores básicos de la justicia penal son los siguientes:

El acusado, también denominado imputado, inculpado o investigado (este


último es, en realidad, el nombre adecuado conforme a la legislación vigente),
contra quien se dirige el proceso penal. En España no es posible celebrar el juicio -
salvo que la pena de prisión solicitada sea escasa- sin la presencia física del
acusado.

La necesaria presencia de abogado que asista al investigado en todas las


fases del proceso penal, y en las actuaciones policiales, es garantía del derecho de
defensa.

La víctima que también puede constituirse en parte del proceso penal. En


España además de la acusación particular ejercida por los perjudicados por el
delito, es posible la denominada acusación popular atribuida en principio a
cualquier persona particular o entidad.

El fiscal es quien ejerce la acusación con carácter necesario (en nombre del
Estado) si estima que hay motivos suficientes para entender que un investigado
puede ser responsable de un delito. Está sujeto al principio de legalidad e
imparcialidad, pero los fiscales tienen una relación de dependencia jerárquica, a

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diferencia de los jueces. Como comentamos, pueden existir otras partes
acusadoras, que se conocen como acusación particular o popular.

Su presencia garantiza que existe un órgano estatal que ejercerá acusación,


distinto del órgano estatal que enjuicia, con lo que se respeta el denominado
principio acusatorio. (Es decir el juez no puede ser parte y juzgar los mismos
hechos, no puede acusar y resolver).

En los últimos tiempos se debate si debería abrirse al principio de


oportunidad la actuación acusadora del fiscal, tradicionalmente sujeta al principio
de legalidad.

Además del juez, la labor de juzgar pueden comentarse en determinados


supuestos a un jurado. En España, a diferencia de otras naciones y otras culturas
jurídicas, el uso del jurado queda reservado únicamente para el enjuiciamiento de
determinados tipos penales. Esto produce que en la práctica muy pocos procesos
penales se tramitan por esta modalidad, recogida en una ley específica.

La organización de la justicia penal en España.

Al igual que ocurre con las normas de derecho penal y procesal penal, la
competencia corresponde al Estado.

Los juzgados de instrucción son los encargados de la investigación de los


delitos, la adopción de medidas cautelares respecto de los investigados y la
preparación, en su caso, del juicio oral. Los juzgados de violencia sobre la mujer
tiene las mismas competencias respecto a los delitos contemplados en la ley como
constitutivos de violencia de género.

Los juzgados de lo penal, o las audiencias provinciales, en función de la


gravedad delito imputado, son los órganos encargados del enjuiciamiento en la
denominada fase de juicio oral. Los jueces que han instruido un proceso no pueden
participar en su enjuiciamiento.

Los recursos frente a las sentencias penales se resuelven, según los casos,
por las audiencias provinciales, los tribunales superiores de justicia, o en
determinados casos por el Tribunal Supremo

Algunos principios esenciales en derecho penal, sustantivo y procesal


(esbozados de forma muy básica, para una primera aproximación):

Principio de imparcialidad. Los jueces no pueden favorecer a una de las


partes.

Principio de independencia. Los jueces no están sometidos a ningún


mandato, sólo a la ley.

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Principio de legalidad penal. Sólo puede imponerse penas cuándo existe una
ley previa que establece una conducta como delictiva.

Principio de publicidad. Los juicios penales son públicos, salvo excepciones.

Principio de proporcionalidad. La pena ha de guardar correlación con la


gravedad e intensidad del ataque al bien jurídico protegido, y a la relevancia de
este.

Principio de culpabilidad. Que implica que sólo puede responderse por los
hechos propios; que debe haber existido dolo o al menos culpa; y que al autor se le
pueda imputar la conducta.

Principio de lesividad. Sólo los ataques más severos a los bienes jurídicos
protegidos deben entrar dentro de la órbita del derecho penal. Otro tipo de ataques
más leves pueden y deben poder solventarse en otros ámbitos jurídicos (derecho
laboral, civil, administrativo sancionador…)

Principio acusatorio. Siempre debe haber una parte procesal que acuse. El
juez nunca puede asumir las labores de acusar y juzgar.

Principio de jurisdiccionalidad. Sólo los jueces pueden establecer penas, sin


que pueda admitirse la justicia privada.

Principio de resocialización: el fin de la pena, constitucionalmente


consagrado, es la reeducación y la reinserción social del infractor.

Fases del proceso penal:

Conviene no olvidar que un buen número de hechos delictivos ni siquiera


llega al juzgado, bien porque la víctima no denuncia, o bien porque las diligencias
policiales o judiciales concluyen considerando que los hechos no constituyen delito.
Si llegan al Juzgado, puede la denuncia archivarse por no constar acreditado el
delito, o bien al existir alguna causa de sobreseimiento.

En primer lugar, Hemos de recordar que la instrucción de una causa penal


consiste en realizar las averiguaciones necesarias para establecer que puede
juzgarse a una persona por existir indicios de que es responsable de un delito.

En esta fase, junto a diligencias como la declaración del investigado, o la de


testigos, pueden practicarse otras, desde una autopsia a una prueba pericial, o una
entrada y registro en domicilio… En España a diferencia de muchos otros países
(realmente la mayoría de nuestro entorno) la fase de instrucción viene
encomendada a un juez, y no al fiscal.

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Hay diversos tipos de procesos penales, en función de la complejidad de la
investigación o del delito imputado.

Desde el punto de vista criminológico, no debe obviarse que la policía está


obligada a derivar todos los atestados policiales por hechos delictivos al juzgado, y
que, sin embargo, en los juzgados de instrucción se calcula que se produce el
sobreseimiento en un buen número de las ocasiones. Esto significaría que
realmente muy pocos de los delitos cometidos realmente llegan a la fase de juicio
oral.

Si el asunto finalmente llega a juicio, debemos tener en cuenta que puede


producirse una conformidad, que implica un pacto entre la defensa y la acusación
por el que el acusado reconoce los hechos y obtiene una sentencia condenatoria
más benévola, dentro de los márgenes legales.

Los datos indican que entre un 60 y un 70% de las condenas dictadas en


sentencias penales se basan en una conformidad.

Si no hay acuerdo, deben practicarse las pruebas en el juicio sometiéndolas


a contradicción. Por lo general el juicio penal es público. La sentencia no sólo
declara la culpabilidad o inocencia, sino que también señala la pena que debe
cumplirse, en su caso.

Al respecto, hay que señalar que en el ordenamiento jurídico penal español


los jueces sólo pueden imponer las penas previstas para cada delito, dentro de un
número tasado, y con escaso margen legal; y sin que puedan disponer de criterio o
margen de discrecionalidad extenso para imponer la pena que consideren más
adecuada al asunto concreto.

Las sentencias penales siempre deben ser motivadas, y además basarse


únicamente en las pruebas practicadas en el juicio oral, nunca en el
convencimiento personal del juez. Además, todas las sentencias penales
condenatorias pueden ser recurridas ante una instancia superior.

Una vez que la sentencia es firme, se inicia la fase de ejecución judicial.


Lamentablemente en España no está previsto que el juez, como sí ocurre en
países de tradición jurídica anglosajona, por ejemplo, solicite un informe social
(conocido como presentence report) para averiguar las circunstancias individuales
y sociales de la persona y de esta forma aplicar la pena más adecuada.

Evidentemente, la pena más conocida a nivel social es la de Prisión. Pero no


es la única pena contemplada en nuestras leyes, aunque sí la más grave.

Junto a la pena de prisión, se prevén en el Código Penal otras penas, como


la Multa, los Trabajos en Beneficio de la Comunidad, diversos tipos de
inhabilitaciones, privaciones de diversos derechos (desde la patria potestad a la
posibilidad de conducir vehículos) …

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Respecto de la ejecución de la pena de prisión, las posibilidades que existen
son, por un lado establecer el cumplimiento efectivo de la pena de prisión, o bien
suspender dicha pena de prisión cuando concurren determinados presupuestos
legales. Si la pena de prisión se suspende, entonces el juez puede imponer
determinadas reglas de conducta. Criminológicamente, esta suspensión de la pena
de prisión es un tema muy relevante, pues indica finalmente cuántas personas
entran efectivamente en prisión.

Además, se deben ejecutar otras penas que pudieran imponerse en la


sentencia, así como la responsabilidad civil derivada del delito.

Respecto de cumplimiento de la pena, es la administración penitenciaria la


responsable directa de llevarla a cabo, aunque bajo supervisión judicial.

Si la persona resulta condenada y debe cumplir prisión, es facultad de la


administración penitenciaria decidir en que centro penitenciario en concreto ha de
ingresar y permanecer, y en qué grado de clasificación y régimen interior.

En el caso de las denominadas penas comunitarias, también la


administración penitenciaria es la encargada de su ejecución estableciendo los
programas o medidas concretas que debe realizar el penado.

3) BREVES NOTAS SOBRE EL SISTEMA DE PENAS.

En este epígrafe vamos a detenernos sobre las distintas penas que ya


hemos apuntado anteriormente, y en particular en las denominadas medidas
alternativas a la prisión.

La clasificación criminológica más relevante distingue entre penas privativas


de libertad y penas no privativas de libertad.

Son penas privativas de libertad la prisión permanente revisable, la prisión,


la localización permanente y la responsabilidad personal subsidiaria por impago
de multa

Entre las penas no privativas de libertad se encuentran la multa, la


inhabilitación, los trabajos en beneficio de la comunidad. También se suele
considerar en esta categoría a la suspensión de la pena de prisión, aunque
realmente no es una pena autónoma, si no -como hemos visto anteriormente- el
dejar sin efecto momentáneamente el ingreso en prisión que en principio
correspondería a una pena de esta naturaleza.

Desde una perspectiva criminológica, es importante analizar si un código


penal establece, con que alcance, en cuantos supuestos etc. esas penas no
privativas, también denominadas frecuentemente medidas alternativas a la
prisión; y en particular si los jueces confían en ellas y las imponen efectivamente

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en sus sentencias. También es relevante analizar los medios materiales que la
administración competente pone a disposición de los jueces para que se puedan
cumplir este tipo de penas.

La pena de multa, que presenta evidentes y diferentes ventajas con


respecto a la de prisión, también presenta, a su vez, la dificultad de que puede
aparecer como discriminatoria cuando su ejecución, o incluso su imposición, puede
depender de la capacidad económica del condenado.

Las inhabilitaciones o privaciones de derechos suelen presentar


problemas (pues realmente existen diversas modalidades de inhabilitación), ya que
(aunque no siempre) suelen estar previstas como penas adicionales a la de prisión,
presentando por lo tanto un carácter subsidiario o complementario de la misma.
Además presenta inconvenientes acerca del aseguramiento de su efectividad; es
decir, la forma de controlar su efectivo cumplimiento.

La localización permanente (aunque en realidad es una pena privativa de


libertad), pretende el cumplimiento de penas cortas que se deben hacer efectivas
en el domicilio (realmente, es una pena “heredera” de la antigua de arresto
domiciliario), aunque en ocasiones se puede cumplir también en otro lugar, incluso
en prisión.

La pena de trabajos en beneficio de la comunidad (TBCs), presenta la


particularidad de que está prevista como una pena directa para unos pocos delitos,
además de como una pena subsidiaria de la pena de multa en caso de que la
persona no pueda hacerla efectiva; y además, en determinados supuestos de
suspensión ejecución de la pena de prisión. En la mayoría de ocasiones sirve para
castigar los supuestos más leves de delitos contra la violencia de género, y sobre
todo delitos contra la seguridad vial.

En ocasiones se ha criticado la falta de efectividad de esta pena,


seguramente por desconocimiento. Unas veces se ha visto como excesivamente
benigna, y otras se han objetado dudas acerca de que no es efectiva como sanción
por que no siempre se acaba pudiendo ejecutar.

Efectivamente, se trata de una pena de relativamente reciente implantación,


y con poca tradición en nuestro ordenamiento jurídico. No obstante, presenta
innegables ventajas en orden al cumplimiento de la misma, atendiendo al principio
de resocialización de las penas.

La suspensión de la pena privativa de libertad parte de una filosofía que


puede parecer relativamente contradictoria. Por un lado, la ley penal establece una
pena para un delito, pero luego permite en determinadas ocasiones -y
particularmente para penas cortas de prisión- que no se haga efectivo el ingreso en
la cárcel del condenado, y pueda seguir disfrutando de libertad, aunque con ciertas
condiciones.

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La justificación parte de que en delitos no graves (criterio de prevención
general) y frente a un autor con un pronóstico de no reincidencia (criterio de
prevención especial) se faculta al juez para que pueda decidir el no ejecutar
efectivamente la pena de prisión, y dejar esta en una especie de “limbo”,
condicionada a que se observe buena conducta en un espacio de varios años. Se
pretende así dar una especie de “segunda oportunidad” al delincuente primario que
no ha infringido la ley con un delito particularmente grave.

Podemos distinguir entre diversos tipos de suspensión.

En primer lugar, se habla de una suspensión ordinaria, en la que se


establece como única condición que el condenado no delinca durante un
determinado periodo posterior a la condena fijado por el juez, y que oscila entre los
dos y los cinco años. Esta suspensión se otorgará en virtud de unos determinados
requisitos, entre los que destaca la ausencia de delitos previos y que la infracción
cometida haya sido castigada con una pena superior a los dos años.

Se habla de una suspensión sujeta a reglas de conducta cuando,


adicionalmente a los requisitos establecidos en la suspensión ordinaria, se exige la
realización de algún tipo de actividad de carácter rehabilitador, o de control, o
alguna inhabilitación de determinadas actividades.

Por último, existe una suspensión especial para personas


drogodependientes con unos requisitos más flexibles; y una suspensión para casos
de enfermedades incurables.

Respecto a la discusión criminológica en torno a las penas alternativas a la


prisión, hemos de decir que esta surge en la década de los 60 del siglo XX
particularmente en Estados Unidos, y en algunos de Europa. En España se
introducen con el código penal de 1995, aunque de una manera residual, (salvo el
instituto de la suspensión de la pena de prisión, que tiene una trayectoria mucho
más larga y consolidada), constituyendo una práctica habitual en los juzgados
penales españoles. Aunque esa suspensión se realizaba de forma incondicionada,
o como mucho sujeta a la condición de no volver a delinquir en un determinado
plazo posterior.

Es a partir de 2010 cuando se da un nuevo impulso desde el ordenamiento


penal a estas penas alternativas; dotándose además de contenido específico a las
condiciones para poder obtener la suspensión.

En particular, penas como los Trabajos en Beneficio de la Comunidad


(TBCs) comienzan a aplicarse de forma generalizada en supuestos no graves de
delitos contra la seguridad vial y algunos relativos a la violencia de género. En
estos años existen, y aún persisten en la actualidad, dificultades en torno a los
medios con los que cuenta la administración penitenciaria para poder dar
efectividad al cumplimiento de esas actividades comunitarias, y también para poder
gestionar los distintos programas que imponen obligaciones a los condenados a los
que se les suspende la pena de prisión.

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Y en este sentido ha constituido una constante la falta suficiente de plazas
en instituciones públicas y privadas para poder desarrollar los trabajos
comunitarios, encontrándonos con una desconfianza a nivel social hacia estos
condenados a penas leves, así como una cierta reserva por parte de los
operadores jurídicos en cuanto a, como hemos dicho, su efectividad y real
cumplimiento.

4) REFERENCIA AL SISTEMA PENITENCIARIO

El estudio criminológico de la prisión se centra en dos cuestiones: en primer


lugar, en qué medida las sociedades actuales recurren a la pena de prisión; y en
segundo lugar, cómo es la vida en el interior de las prisiones.

Aunque pueda parecer paradójico actualmente, en realidad la pena de


prisión supuso históricamente un avance relativamente reciente en el ámbito de las
penas, puesto que viene a sustituir a otras como los castigos físicos, la pena de
muerte, las amputaciones o la esclavitud. Además, supuso la centralización de la
posibilidad de castigar por parte del estado.

Hoy, sin embargo, se plantea la cuestión de si la pena de prisión puede ser


compatible con el principio de humanidad de las penas, puesto que es evidente que
la estancia prolongada en prisión produce un notable deterioro personal y social de
la persona, que queda aislada y rompe con sus lazos sociales, además de
conllevar un notable estigma.

Por otro lado, algunos estudios estiman que tampoco es una pena efectiva,
en cuanto que los condenados a pena de prisión presentan altos índices de
reincidencia una vez que cumplen y recuperan la libertad.

Hay dos grandes filosofías legales para justificar el castigo de la prisión: se


castiga a quien comete un delito porque es justo hacerlo, o bien se castiga porque
es útil. Por ello hablamos de teorías retribucionistas y de teorías preventivas.

Desde este último punto de vista, se dice que la pena de prisión es útil para
incapacitar a la persona e impedir que cometa nuevos delitos; y sirve como un
aviso para el resto de la sociedad. Sin embargo, es dudoso que cumpla con los
fines de rehabilitación y reinserción social plasmados constitucionalmente.

En otras asignaturas del Grado se profundizará en aspectos como la


clasificación en grado de los presos, la distinción fundamental entre preventivos y
penados, y otros aspectos de la vida en prisión, así como las posibilidades de
disfrutar permisos, e incluso el poder participar de la salida de la prisión
anticipadamente, en relación a la condena inicialmente impuesta en la sentencia (a
través de la libertad condicional, el tercer grado etc.)

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En otro tema anterior (al hilo del manejo de los datos estadísticos de delitos,
procedimientos judiciales, condenas, etc.) hemos tenido oportunidad de reflexionar
sobre el número de personas en prisión en España, y la importancia de estos datos
en relación con el número de delitos cometidos en nuestro país con respecto, en
una perspectiva comparativa, al porcentaje de personas en prisión en otros países
de nuestro entorno.

En este sentido, hemos de destacar que se ha podido comprobar como el


número de personas en prisión España no se ha correspondido tradicionalmente
con el número de delitos cometidos, y que, en comparación con otros Estados
europeos de nuestro entorno, en España existe un porcentaje que puede
considerarse excesivo de personas presas.

Además, se constata cómo en España existe una tendencia mayoritaria a


que el preso cumpla gran parte o incluso de forma íntegra la condena, sin que en la
práctica se utilicen con excesiva frecuencia instituciones de anticipación efectiva de
la puesta en libertad como la libertad condicional. Además, tampoco los resultados
obtenidos con la utilización del denominado tercer grado, que en teoría debería
facilitar una transición adecuada hacer la libertad, son todo lo óptimos que
deberían.

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