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Nadie discute que los literatos y los periodistas deben dominar el oficio de escribir
para desempeñar su labor. Pero muchas veces se olvida que no solo en su caso el
buen uso del lenguaje determina la calidad de su trabajo. En muchísimas profesiones
se recurre en un momento u otro a la escritura, pero al no ser esta el objeto principal
del oficio se le da una importancia menor a dominarla. Craso error. En numerosas
ocasiones la eficacia de una empresa o una administración se ve mermada por el
desconocimiento o el descuido a la hora de emplear los mecanismos de expresión
escrita.
Si un documento interno de una empresa está mal redactado, lo más probable es
que obligue a sus destinatarios a pedir aclaraciones sobre él, con la pérdida de tiempo
que eso supone. Si una carta publicitaria está escrita con un tono inadecuado, no
resultará extraño que el cliente se incline por otras ofertas. Si una administración
pública emplea un lenguaje oscuro en las instrucciones para rellenar una solicitud,
será fácil que los funcionarios deban dedicar su tiempo a resolver las dudas de los
ciudadanos.
La calidad de la comunicación entre los distintos departamentos de una empresa o
de una administración y las relaciones entre estas y sus clientes o usuarios dependen
en buena medida de que los textos que circulen entre ellos estén redactados de la
mejor manera posible. Asimismo, el dominio de la expresión escrita influye de
manera determinante en la imagen corporativa de una empresa, y más allá de ello
puede evitar ambigüedades e incluso errores de bulto que den al traste con una
iniciativa empresarial o una medida administrativa.
¿Es rentable, pues, invertir tiempo en la mejora de nuestros textos técnicos o
profesionales? Indudablemente. Será la manera no solo de evitar fallos, sino de
optimizar las posibilidades que la comunicación escrita nos da para lograr nuestros
objetivos profesionales.
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