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Además de la metalurgia el uso del fuego proporcionó a los seres humanos otras dos
importantes tecnologías derivadas de transformaciones físico-químicas, la cerámica y el
vidrio, cuyo desarrollo ha acompañado a la humanidad desde la prehistoria hasta el
laboratorio moderno. Los orígenes de la cerámica datan del Neolítico cuando el ser humano
descubrió que los recipientes hechos de arcilla, cambiaban sus características mecánicas e
incrementaban su resistencia frente al agua si eran calentados en el fuego. Para controlar
mejor el proceso se desarrollaron diferentes tipos de hornos, y cada cultura desarrolló sus
propias técnicas y formas.
Relacionado con el desarrollo de la cerámica, aparece el desarrollo del vidrio a partir del
cuarzo y carbonato de sodio o carbonato de potasio. Su desarrollo igualmente empezó en el
Antiguo Egipto y fue perfeccionado por los romanos. Su producción masiva a finales del
siglo XVIII instó al gobierno francés a premiar mediante concurso un nuevo método para la
obtención del carbonato sódico ya que la fuente habitual (las cenizas de madera) no
proporcionaba cantidades suficientes como para cubrir la creciente demanda. El ganador
fue Nicolas Leblanc aunque su proceso cayó en desuso en favor del proceso de Solvay,
desarrollado medio siglo más tarde, que impulsó enormemente el desarrollo de la industria
química.