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gARQUIDIÓCESIS DE BARQUISIMETO

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DIVINA PASTORA


INSTITUTO DE ESTUDIOS SUPERIORES “DIVINA PASTORA”
FACULTAD DE FILOSOFÍA
CURSO: METAFÍSICA

09 de Junio del 2021 del Señor

ENSAYO SOBRE
LA METAFÍSICA Y LA AUTENTICIDAD EXISTENCIAL

Los ensayos presentados hasta ahora han buscado explorar y deliberar sobre las cuestiones introductorias
y elementales de la metafísica. El presente texto ensayo se propone ir más allá: Penetrar en la esencia de lo que
la metafísica se propone, busca e intenta establecer. Para este fin, se reflexionará sobre la metafísica y su
relación con la autenticidad existencial en clave descriptiva, dicho de otra forma, lo que es metafísica y lo
auténtico en la existencia. Para desarrollar esto, este texto ensayo se servirá de la siguiente estructura: Un primer
apartado dedicado a la noción histórico-filosófica de la autenticidad desde dos grandes filósofos; un segundo
apartado sobre la autenticidad en sí misma y sus implicaciones; un tercer apartado que tratará sobre la relación
entre moral, trascendencia moral, autonomía y libertad; Y, por último, un apartado reflexivo desde la
antropología existencial.

De la noción histórico-filosófica de la autenticidad.


En razón de que se siguen las reflexiones de un autor especifico, este primer apartado del ensayo oscilará
entre las reflexiones que Emmanuel Kant y Martin Heidegger hicieran al respecto. Emmanuel Kant ha sido una
referencia obligatoria para diversos temas filosóficos, se trata de uno de los filósofos más completos de la
historia de la filosofía. En lo que se refiere a la metafísica, Kant en su obra “Dialéctica trascendental” expone
detalladamente su posición y a pesar de que sentencia que la metafísica no es una ciencia posible, también
especifica que es posible vivir metafísicamente, lo cual lleva a la noción, su noción, de autenticidad. Emmanuel
Kant se ocupa de la dimensión epistemológica y el acto del pensar como auto-afirmación del sujeto que
constituye su libertad. Esto le permite llegar a la esfera de las verdades metafísicas a partir de la dimensión
ética/moral que define la existencia humana.

Lo dicho anteriormente conduce a valorar las reflexiones kantianas desde su deseo de hacer de la filosofía
una episteme. La metafísica, propiamente dicho, se interesa por la búsqueda del sentido de la existencia a partir
de la libertad como constitución esencial del hombre. Se re-afirma lo ya dicho en otros ensayos, desde
Emmanuel Kant, la metafísica es imposible como ciencia, pues ésta no respeta las condiciones de todo
conocimiento posible. La metafísica, pretende conocer las cosas en sí mismas y de las cosas en sí mismas no
puede haber conocimiento, puesto que el conocimiento se define como conocimiento de fenómenos. Husserl,
considerando esto al máximo, establece que la preocupación de Kant es la construcción de un mundo. En el
hipotético caso de que Kant respondiera a esta premisa, puede que dijera – me permito parafrasear: “Mundo es
un tema; mundo es un objeto construido por la conciencia”. Con esta afirmación, Kant demuestra que no hace
una metafísica en el sentido tradicional, sino novedoso.

- ¿De qué se trata esa metafísica novedosa? - Para Kant, la metafísica busca conocer las cosas en sí
mismas e intenta llegar a los fundamentos de esas cosas: El alma, el universo, Dios; pero esos fundamentos
están fuera de la Razón, pues no son dados por la experiencia sensible. Ahora bien, no es discutible, Kant lo
reconoce, que existe en el hombre la capacidad de captar (aprehender o asimilar), en mucho o en poco, tales
realidades. Esto es posible gracias al poder de sintetizar impresiones, es decir, de hacer unidades sintéticas. Ese
poder sintético de la Razón es legítimo cuando recae sobre el material dado por la experiencia. La Razón no se
para y hace funcionar su capacidad de síntesis fuera de los límites de la experiencia; va de lo empírico a lo
metafísico, de las cosas materiales y observables hasta llegar a unidades que comprendan, absolutamente, la
totalidad de lo sintetizable, de lo unible, expresado con mayor claridad, a los objetos tradicionales de la
Metafísica: El alma, el universo y Dios.

Esto no resulta sencillo de comprender, ya que las síntesis se fundamentan en la categoría kantiana de
“causa-efecto”. La Razón pasa sucesivamente de un efecto a su causa en un proceso infinito porque quiere llegar
a lo incondicionado. Lo incondicionado no se da jamás en la experiencia humana, pero la Razón quiere lo
incondicionado. Por eso, en vez de ir del efecto a la causa en una serie infinita, salta una parte y toma la totalidad
de la serie, la sintetiza en una idea y establece sus concepciones como unidades incondicionadas de esas series
condicionadas. Esto es Metafísica.

Emmanuel Kant hace ver que del alma no se puede predicar nada, porque el alma no puede ser objeto
de conocimiento, no se trata de un fenómeno dado en la experiencia. En la experiencia, en el tiempo, que es
donde se dan los fenómenos anímicos, lo único que se obtiene es una mirada hacia el interior y se ve es una
serie constante de vivencias que van desplazándose unas a otras y que además cada una de ellas tiene, dentro de
sí, una señal doble: Es, por un lado, vivencia de un yo y, por otro lado, vivencia de una cosa. Del universo, hay
tres antinomias: El universo tiene un principio en el tiempo y límites en el espacio: El universo debe tener un
principio en el tiempo, porque de lo contrario no tendría sentido lo que se entiende por acontecer. Y, por otra
parte, tampoco puede ser infinito en el espacio, sino que tiene que tener un límite, porque todo lo que existe
representa una realidad que no es el espacio. Todo cuanto existe en el universo está compuesto de elementos
simples. La existencia de algo implica necesariamente que ese algo, que existe en el espacio, esté compuesto de
elementos mínimos indivisibles, que son simples. El universo tiene que haber tenido una causa que sea
incausada. Por la categoría “causalidad”, no se puede suponer nada real que no sea efecto de una causa.
En Kant, Dios es necesario, pero inconceptualible. Desde el argumento ontológico: Kant discute este
argumento y muestra que existencia es una categoría formal que sólo se puede aplicar legítimamente a las
percepciones sensibles. De modo que para afirmar que algo existe, no basta con tener la idea de ese algo, sino
que además hay que tener la percepción sensible propia. Como de Dios no se tiene la percepción sensible
correspondiente, tampoco se puede afirmar su existencia, dicho de otro modo, no se puede demostrar la
existencia de Dios porque su existencia es ideal y no inherente a una realidad empírica, en este sentido, limitada.
Desde el argumento cosmológico. Éste consiste en enumerar una serie de causas hasta llegar a la Causa
incausada, Dios. El error, según Kant, consiste en dejar de aplicar el concepto de causalidad de pronto, detenerse
sin más en Dios. Desde el argumento físico y teleológico. Kant asegura que conocer la finalidad de un objeto
material no tiene por qué remitir directamente a una Inteligencia creadora, pues el concepto de finalidad es
metódico y alude a la descripción de la realidad. La única explicación o consecuencia, dada la finalidad del
objeto, es su adecuación.

Todo lo presentado deja lo suficientemente claro dos cosas: La metafísica no es posible como
conocimiento científico, pero es posible vivir metafísicamente dado que las concepciones metafísicas no tienen
un uso cognoscitivo, pero sí tienen un uso regulativo: unifican los conocimientos del Entendimiento. En su uso
regulativo, las ideas trascendentales señalan los límites que el conocimiento científico no puede traspasar e
impulsan al ser humano a seguir investigando, tratando de encontrar una mayor unificación y coherencia entre
todos sus conocimientos. Así las cosas, Emmanuel Kant elabora una nueva metafísica que tendrá a la moral
como apoyo para fundamentar las ideas transcendentales y la autenticidad. Éste último aspecto se ampliará más
adelante.

Por su parte, Martin Heidegger es un filósofo alemán en quien se nota con mayor facilidad y evidencia
la preocupación por la autenticidad. Algunos intérpretes han sugerido que esta preocupación por la autenticidad
se resalta sólo en los escritos iniciales de Heidegger, no es parte del ensayo ni pertinente a él considerar y
profundizar en esto, lo importante aquí es el posicionamiento heideggeriano frente a la autenticidad existencial.
De modo general, se pudiera decir que Heidegger plantea la existencia desde dos perspectivas: Existencia desde
el modo auténtico y existencia desde el modo inauténtico. A priori, la diferencia consiste en la concepción del
tiempo. El alemán comienza su filosofía desde la pregunta por el ser, ésta no es una interrogante cualquiera ni
debe ser respondida a la ligera. En este sentido, el análisis heideggeriano es profundo y lo conduce a la realidad
determinada en la que se manifiesta una indecisión por parte del hombre que no elige sobre las posibilidades
que se le presentan en la cotidianidad, hecho que lo tiene sumergido en la existencia en modo inauténtica.

Pero, ¿Qué es la existencia auténtica e inauténtica? La existencia auténtica es el modo en el que el ser
se hace consciente, se apropia y responsabiliza de su propia existencia; consiste en un adueñarse de las
posibilidades que se le abren, expresado en otras palabras, la vivencia personal del sentido. Por el contrario, la
existencia modo inauténtica es una pérdida total de sí, es una transferencia del poder de decisión sobre sí a otros,
en término directos, es lo impersonal. Se ha tratado de presentar tales definiciones en términos conciliadores,
pues se reconoce que la concepción heideggeriana de los mismos términos en la época del desarrollo y, sobre
todo, posterior a la publicación de “Ser y tiempo” cambió. Sin embargo, la esencial del concepto persiste: El
hombre es el ente al que corresponde y es inherente entender el ser y por eso, su modo de existencia.

Se ha dicho al principio del apartado que la diferenciación entre los modos de existencia radica en el
tiempo. Muchas han sido las nociones de tiempo: Desde Platón, Aristóteles, los empiristas ingleses, las
acepciones físicas, el idealismo temporal, entre otras. Aunque no se reflexionará detalladamente en las
divergencias de las filosofías anteriores, Heidegger dirá – me permito el parafraseo: “[El tiempo] como sentido
del ser del ente, que se llama ser-ahí, muestra la temporalidad”. De esto se deduce que la existencia, según
Heidegger, posee un sentido temporal intransferible, no es que la existencia del hombre transcurre en el tiempo
como un añadido, es que el tiempo forma parte del contenido del ser del hombre. Por eso, los modos de existencia
auténtica e inauténtica están tan estrechamente relacionados y vienen a ser decisivos. El pasado, el presente y el
futuro no son un suceso remoto, una decisión aislada o un evento por esperar. El pasado y el futuro gozan de
una significación interviniente en el presente.

Se re-afirma: El tiempo es propio de la existencia, aunque el ser humano casi nunca note su acción y
temporalidad en el contenido del ser. Una existencia en modo inauténtica no valora el tiempo, sino que lo agota
y piensa erróneamente que es un sin sentido. Una existencia en modo auténtico tiende a la compresión ontológica
del tiempo y genera una mejor apropiación de su ser y sus posibilidades. En la existencia en modo auténtico, el
tiempo deja de ser una sucesión infinita y ahora ve el porvenir. Todo en clave de posibilidad determinada.

De la autenticidad en sí misma.
La autenticidad es un concepto muy particular. Se identifican dos grades ramas en su estudio: Por una
parte, la filosofía existencialista; por el otro, la psicología. Desde luego, en este ensayo no se tratará este asunto
desde lo psicológico. Mas, desde la filosofía existencialista, hay mucho por decir. Valorando el incuantificable
aporte de los filósofos existencialistas, desde Jean Paul Sartre, pasando por Emmanuel Lévinas, hasta llegar a
Walter Davis, se pudiera definir la autenticidad como el grado a través del cual las creencias, deseos y
convicciones del ser son coherentes y lo llevan a un estado de consciencia personal, mediante la aceptación del
mundo exterior diferente al mismo. Algunos consideran que la autenticidad (¿existencial?) hace re-nacer el
oráculo de Delphi: “Conócete a ti mismo”. Pero, tomando en consideración el complejo de las opiniones
existencialistas – lo repito – desde Heidegger, pasando por Edmund Husserl, Emmanuel Mounier, Hans Jonas,
hasta llegar a John Daniel Wild y William Earle, se identifica mejor a la autenticidad con: “Conócete a ti mismo
y sé tú mismo”.

Ya se ha presentado en el apartado anterior lo que piensa Heidegger sobre la autenticidad. A esta


interpretación se añaden otras de diversa índole. Algunos filósofos creen que lo auténtico se encuentra en la
adecuación de los deseos y necesidades interiores del hombre; otros van a decir que la autenticidad está
determinada por la libertad y, en este sentido, una libertad absoluta que asegura la plena expresión del ser. Se
encuentran también filósofos que piensan que la autenticidad está en la creatividad entendida como forma “libre”
de expresión del hombre, el hombre en acción. Para los filósofos teístas, la autenticidad reside en el encuentro
de la fe verdadera y la perseverancia en ella. Otros más creen que la autenticidad se consigue en la confrontación
con la realidad. Para los filósofos ateos, la autenticidad está en la formulación libre, objetiva y crítica de las
convicciones propias y la responsabilidad con que se asumen. Y, por último, hay quienes dicen que la
autenticidad consiste en una búsqueda interior de lo propio, de lo central, de lo innato del ser, es decir, lo esencial
y lo existencial en el hombre.

Bajo la guía del autor de la bibliografía recomendada a este curso, junto a las reflexiones del autor de
este ensayo, se cree que la autenticidad es un proyecto vital del hombre que lo impulsa a no renunciar a sí mismo,
a tomar decisiones esenciales y a vivir su vocación; en otras palabras, la autenticidad deviene de la conciencia
del hombre que lo llama a algo más, de lo físico a lo metafísico. Ya se ha dicho lo suficiente sobre la existencia
personal del hombre y lo primordial que resulta la conciencia de tal existencia en los ensayos anteriormente
presentados y, a la par, que esa existencia implica decisiones radicales. Un aspecto que se resaltará dada su
íntima relación con la autenticidad, será la vocación.

La auténtica razón es la vida y, aunque no se pretende tomar una posición vitalista o racio-vitalista
explícita, el ser auténtico se manifiesta con la voluntad libre de realizarse por medio del mismo proyecto vital
que constituye lo que se es. No es posible renunciar a ese camino, pues todo ser humano es una construcción
constante. He allí lo particular y maravilloso del ser humano: Un ser para ser lo que aún falta, aquel que tiene
que llegar a ser. El ser radical, el proyecto de existencia en que consiste el hombre, califica y da valor a cuanto
le rodea. De eso resulta que el verdadero “destino” es el ser mismo. El hombre puede asumir su vocación, que
es la vida en modo auténtica o rechazarla - que es la vida en modo inauténtica. Este principio metafísico del
hombre se lleva a cabo por la asimilación de su existencia que, en definitiva, no es dada por casualidad o hecha
por propia fuerza, sino que la descubre en la vivencia de ella misma. ¿Cómo se descubre la autenticidad
existencial? ¿Es posible descubrir la autenticidad existencial? ¿Qué medios hay disponibles para descubrir la
autenticidad existencial? ¿En el caso de que se descubra la autenticidad existencial, es permanente su
captación? ¿Qué acciones le permiten al hombre ponerse en camino hacia la autenticidad existencial? ¿A qué
género pertenece el descubrimiento de la autenticidad: a lo físico o metafísico? ¿Puede el hombre descubrir su
autenticidad existencial desde su condición: Hombre?

Una moral de la decisión.


Se quisiera responder detalladamente las interrogantes planteadas en el párrafo anterior, pero las
exigencias metodológicas de este texto ensayo no lo permiten. En este apartado – considérese una respuesta
general a las preguntas antes realizadas – las reflexiones que se están haciendo vuelven a uno de los filósofos
estudiados: Emmanuel Kant. La existencia y su autenticidad demandan del hombre una connotación práctica.
Ya se ha dicho que Kant hace partir su filosofía desde la pregunta por el hombre, con el fin de explicar el fin
último de su existencia. En Kant, la razón no es sólo la regla o el método, la razón es e implica acto, dicho en
otras palabras, es el sujeto pensante quien está en el pleno ejercicio de sus funciones. Al llegar Kant a este punto,
pone de relieve la preocupación estrictamente metafísica y su principio fundacional: La identidad. Pero, ¿cómo
se construye la identidad? El acto más puro se encuentra en el pensar, pero éste requiere una concreción más
evidente, en el campo de lo posible. En este sentido, la labor de la razón, más allá de construir ideales, permite
el establecimiento de condiciones posibles de realización de dichos ideales como objetos puros, por ende, la
realización de los mismos es posible por la voluntad. La voluntad es la interpretación de los actos puros llevados
a lo posible; es el hombre realizándose como un ser racional; es la posibilidad de hacer de la experiencia un
deber ético que, en Kant, es lo que hace posible llamar al sujeto “humano”. Es indiscutible la importancia de
estas consideraciones, pues Emmanuel Kant cree que la persona se realiza en la medida en que sigue la ley en
su actuar, una ley que se impone ella misma y manifiesta su libertad como autonomía. Este hallazgo primordial
ha sido el cimiento de muchas ideas filosóficas y ha llevado a profundizar de mejor manera en la trascendencia
de la idea de libertad y del mismo término autonomía de la voluntad.

Lo anterior ha querido expresar que la autonomía, según Kant, no es una fórmula o un derivado del
imperativo categórico, o lo que es lo mismo, que la autonomía está al mismo nivel que el imperativo categórico.
La autonomía es independiente en su acción y es diferente en sus afirmaciones, como principios, al imperativo
categórico. Desde luego, hacer un análisis sobre esta cuestión tomaría muchísimo tiempo y exige una dedicación
exclusiva. No se debe olvidar, tampoco, que la autonomía le proporcionar formulación al imperativo categórico,
por lo que un planteamiento de autonomía sin imperativo categórico es erróneo. A la par, un imperativo
categórico sin autonomía es inexplicable. Algunos intérpretes han llegado a formular la hipótesis de un
“imperativo de la autonomía”.

Ya se debe inferir que la definición de libertad es clave para explicar la autonomía (de la voluntad) sea
desde Emmanuel Kant o no. En estas reflexiones, la autonomía se dirige al imperativo categórico, pero no
encuentra en él su fin, sino que necesita de la libertad, de la razón, del contenido cognoscitivo (…) De todo el
complejo de la racionalidad que aporta validez a las acciones de la voluntad humana y todo desde la buena
voluntad y el amor por el deber. ¿Y de la libertad? De la libertad, se puede decir que consiste en trascender las
acciones humanas en la unidad de la vida humana personal. Así las cosas, la libertad tiene como fundamento el
amor. La fuerza del amor es capaz de mudar las acciones de lo impersonal a lo personal, de lo neutro a lo
objetivo, de lo inauténtico a lo auténtico, de lo físico a lo metafísico. Diría Jean Paul Sartre: “El hombre está
condenado a ser libre”. La libertad es absolutamente inherente a la condición humana y el hombre es
responsable en ella, por ella y mediante ella. Realidad objetiva en el sentido que el hombre es responsable de sí
y realidad subjetiva en el sentido que vive responsable de sí en sus particularidades. La existencia dada al hombre
exige de él una determinación de sentido.

De las conclusiones en clave antropológica existencial.


Pues, como se podrá apreciar en los comentarios hechos hasta ahora, la autenticidad existencial y la
metafísica mantienen una relación íntima que no se capta en la superficialidad de las reflexiones a las que, quizá,
se acostumbra entrar en contacto. Se cree que el fundamento de dicha relación, en su punto más medular, está
más allá de lo ético y se encuentra de forma develada en una propuesta antropológica existencial orientada, sin
presupuestos, a lo metafísico.

Las reflexiones conclusivas de este texto ensayo se orientan bajo esta propuesta de la antropología
existencial con miras a re-afirmar todo lo dicho en el mismo, ya que, se considera que nunca queda lo
suficientemente expuesto el punto esencial del objeto de estudio. Decir antropología, desde luego, remite al
hombre, al conocimiento del hombre en sus dimensiones biológica, cultural, cognoscitiva, psicológica,
emocional; en una palabra: Él. Conjuntamente con el sustantivo, le agregamos el calificativo de “existencial”,
lo que, en el lenguaje filosófico empleado en este contexto, remite a un conocimiento en primera persona.
Planteadas así las cosas, no resulta extraña la presentación del argumento final, pues al margen del tecnicismo
del conocimiento científico, la profundidad filosófica penetra en el campo de lo vital. La antropología existencial
no estudia al hombre sólo en cuanto objeto, sino que lo trae al frente – permítase el lenguaje metafórico – y lo
descifra, indaga en su interior, busca comprender su misterio, lo reconoce como algo único, conoce sus
exigencias fundamentales y explorar en las dimensiones metafísicas existenciales que le pertenecen; en síntesis,
pregunta por él en sí mismo.

Para la antropología existencial, el tener, el hacer, el ser no es lo mismo. El tener se refiere a los aspectos
corrientes de la existencia; el hacer: a los oficios de la condición humana; pero el ser es lo substancial,
indispensable, necesario y constitutivo. La vocación del hombre es ser. El ser hace del hombre un ser conectado,
unitivo e íntegro.

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