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Había una vez una niña llamada Cenicienta.

Tenía un padre que, tras la muerte de


su madre, se casó con una tía malvada que tenía dos hijas. Pronto su padre falleció
y Cenicienta se convirtió en ama de llaves en su propia casa. Se pasaba los días
limpiando, cocinando, lavando y sin ir a ninguna parte. Un día la madrastra recibió
una invitación del rey a un baile para ella y todas sus hijas, pero le prohibió a
Cenicienta ir al baile y le encomendó un difícil trabajo. Por la noche, la madrastra
y sus hijas se fueron al baile y Cenicienta se quedó en casa. Estaba muy triste,
porque tenía que limpiar el ático, que no se había limpiado desde la muerte de su
madre. Encontró el vestido y los zapatos de novia de su madre y se puso muy
contenta, porque ahora podría ir al baile. Rápidamente terminó de limpiar, se
preparó y fue al baile. Fue invitada al baile por el propio príncipe, pues era la más
guapa. Pero cuando bailaban, se frotaba los tacones, pues le quedaban dos tallas
más pequeñas. El baile iba a ser hasta las doce de la noche y tenía que llegar a casa
antes de que llegara su madrastra. Tenía tanta prisa y le dolían mucho los pies que
tenía que descalzarse y perdió uno de sus zapatos por el camino. El príncipe
encontró la zapatilla y decidió encontrar a Cenicienta por el zapato. Ordenó reunir
a todas las muchachas del pueblo y probarles el zapato. El zapato le quedó a la
hermana de Cenicienta y ella y el príncipe se casaron, porque el zapato no le quedó
a la propia Cenicienta.

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