Está en la página 1de 7

LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes

      A las seis de la mañana, hora celeste y mágica, la ciudad se levantaba de usadas y otras cosas semejantes que coleccionaba con avidez.
puntillas  y comenzaba a dar sus primeros pasos. Una fina niebla disolvía el perfil      Después de una rigurosa selección regresaba la basura al cubo y se lanzaban
de los objetos y creaba como una atmósfera encantada las personas que sobre el próximo. No convenía demorarse mucho, porque el enemigo siempre
recorrían la ciudad  a esa hora, diríase que estaban hechas de otra sustancia, que estaba al acecho. A veces eran sorprendidos por las sirvientas y ellos tenían que
pertenecían a otro orden de cosas. Las beatas se arrastraban penosamente hasta huir. Lo más grave, sin embargo, era la aparición del carro de la Baja Policía.
desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, devueltos por la Esto les significaba la pérdida de la jornada. El camión pasaba lentamente, pero
noche, regresaban a sus refugios envueltos en sus bufandas y en su melancolía. los basureros se derramaban  por la calle gritando, cargando los cubos,
Los basureros iniciaban por la avenida su paseo siniestro, armados de escobas y vaciándolos en el depósito, arrojándolos con estrépito en las veredas. Efraín y 
de carretas. A esta hora se veían también obreros bostezando, policías dormidos Enrique corrían delante del carro tratando de anticiparse a sus competidores. Por
contra los árboles, canillitas transidos de frío. Sirvientas sacando los cubos de último el camión terminaba por ganarlos…
basura. A esta hora, por último, como una especie de      Cuando el sol asomaba sobre las lomas, la hora celeste llegaba a su fin. La
misteriosa consigna aparecían los gallinazos sin plumas. niebla se había disuelto, las beatas estaban sumidas en éxtasis,
     A esa hora el viejo Don Santos se ponía la pierna de palo y sentándose en el los noctámbulos habían repartido los diarios, los obreros trepaban los andamios.
colchón comenzaba a berrear. La luz conjuraba el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas habían
    -¡Efraín, Enrique! ¡A levantarse! ¡Ya es hora! regresado a su nido.
     Los dos muchachos corrían a la acequia del corralón frotándose los ojos     Don Santos les esperaba con el café preparado.
legañosos. Con la tranquilidad de la noche, el agua se había remansado y en su      -A ver ¿qué es lo que me han traído? –preguntaba husmeando en las latas y si
fondo transparente veían crecer las yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego la provisión estaba buena, hacía siempre el mismo comentario:
de enjuagarse la cara, cogía cada uno su lata y se lanza a la calle. Don Santos,     -Pascual tendrá banquete hoy día.
mientras tanto, se aproximaba al chiquero y con una larga vara  golpeaba el lomo     La mayoría de las veces, sin embargo, estallaba:
de su cerdo que se revolcaba entre los desperdicios.      -¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente!
    -¡Todavía te falta un poco, cochino! –decía-. Pero espérate no más que ya Pascual morirá de hambre! –y los tiraba de las orejas hasta dejárselas ardiendo.
llegará tu turno. Ellos huían hacia el emparrado, mientras el viejo se arrastraba hasta el chiquero.
     Efraín y Enrique se demoraban en el camino, trepándose a los árboles para Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le
arrancar moras, o recogiendo piedras de aquellas filudas  que cortan el aire y aventaba la comida.
hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegaban a su dominio, una
larga calle ornada de casas elegantes que desembocaban en el malecón.
     Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien había
dado la voz de alarma y muchos se habían levantado. Unos portaban latas, otras
cajas de cartón: a veces era suficiente un simple periódico. Sin conocerse
formaban como  una especie de organización clandestina que tenía repartida la
ciudad. Los  hay que merodean por los edificios públicos, otros  han elegido los
parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos,
sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria.
     Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empezaban su trabajo. Cada
uno escogía una acera de la calle. Los cubos de basura estaban alineados
delante de las puertas. Había que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la
exploración. Un cubo de basura era siempre una caja de sorpresas. Se
encontraban latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes
muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesaban, sin embargo, los
restos de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibía cualquier cosa y tenía
predilección por las verduras ligeramente descompuestas. La pequeña lata de
cada uno se iba llenando de tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas
que no figuraban en ningún manual de cocina. No era  raro, sin embargo, hacer un
hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con que fabricó una honda.
Otra vez, una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tenía
     -¡Mi pobre Pascual! . . . –murmuraba-. Hoy día quedarás con hambre por culpa      -¡Hum! –murmuró-. Esto no es nada. Lávate el pie en la acequia y envuélvete 
de estos zamarros.  Ellos no te quieren como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que un trapo.
aprendan!      -Pero si le duele –intervino Enrique-. No puede caminar bien.
     Al comenzar el invierno, el cerdo estaba convertido en una especie de      Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de
monstruo insaciable. Todo le parecía poco, y don Santos  descargaba sobre sus Pascual.
nietos una furia animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los      -¿Y a mí? –Preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo- ¿Acaso no me
terrenos ajenos en busca de más desperdicios. Por último, los forzó a que se duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo… ¡Hay que dejarse de
dirigieran hasta el muladar que estaba al borde del mar. mañas! Levantarse, vendarse y luego ya veremos.
    -Allí encontrarán más cosas.  –les dijo-. Será más fácil, además porque todo      Efraín se ovilló en el colchón y trató de dormir mientras Enrique partía hacia
está junto. los desperdicios y el abuelo rondaba por el chiquero echando maldiciones.
     Un domingo Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja     -¡Pedazo de carroña! –Decía- ¡Hacerme esta pasada cuando la cosa está en
Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre marcha! ¡Me las pagarán, Pascual! –añadió aproximándose al cerdo -. Pascual –
una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba  como una murmuró-. Pascual. . . Pascualito. . .
especie de acantilado oscuro, donde los gallinazos y los perros se desplazaban      El cerdo, desde el fondo, veía un cuadrilátero de cielo nublado y al viejo don
como hormigas. Desde lejos los muchachos arrojaban piedras para espantar a Santos haciéndose guiños. La garúa comenzó a caer.
sus enemigos. Un perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un      Cerca de medio día regresó Enrique con los cubos repletos. Lo seguía un
olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les hundían en un extraño visitante: un
alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas. Enterrando las perro escuálido y
manos comenzaron a explorar. A veces, bajo un periódico, descubrían sarnoso.
una carroña devorada a medias. En los acantilados próximos los gallinazos      -Lo encontré en el
espiaban impacientes y algunos se aproximaban saltando de piedra en piedra, muladar –explicó Enrique
como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos –y me ha venido
resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse piedras que rodaban hasta el siguiendo.
mar. Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.      Don Santos cogió la
    -¡Bravo, bravo! -exclamó  don Santos-. Habrá que repetir esto dos o tres veces vara.
por semana.      -¡Una boca más en el
corralón! –gritó- ¿Te has
     Desde entonces, los miércoles y los domingos. Efraín y Enrique hacían vuelto loco?
el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos      Enrique levantó al
lugares y los gallinazos acostumbrándose a su presencia, laboraban a su perro contra su pecho y
lado graznando, disputando, escarbando con sus picos amarillos como si huyó hacia la puerta.
quisieran prestarle una suerte de colaboración. Fue, al regresar de una de estas      -¡No le hagas nada, 
excursiones, que Efraín, sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había abuelito! –plañó-. Yo lo
causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cuidaré, yo le daré de
cual, prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don comer!
Santos no se percató de ello pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo      Don Santos se acercó
que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero. hundiendo su pierna de
    -Dentro de quince o veinte días –decía el hombre- vendré por acá. Para esa palo en el lodo.
fecha creo que podrá estar a punto.      -Nada de perros aquí –
     Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos de alegría. bramó-. Ya tengo
     -¡A trabajar, a trabajar! –gritó-, ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la bastante con ustedes.
ración de Pascual! El negocio marcha bien.      Enrique abrió la
     A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, puerta.
Efraín no se pudo levantar.      -Pues si se va él, me voy yo también –replicó encorajinándose.
     -¿Qué tiene este granuja? –preguntó acercándose al colchón.      El abuelo se detuvo. Enrique se aprovechó para insistir.
     -Tiene una herida en el pie –replicó Enrique-. Se ha cortado con un vidrio.      -Él es bueno, no come casi nada….Además desde que Efraín está enfermo,
     Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado. me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buen olfato.
     Don Santos reflexionó mirando el cielo. Sin decir nada soltó la vara, cogió los viejo, que yo soy cojo! De otra manera los mandaría a ustedes al diablo y me
cubos y rengueó hasta el chiquero. ocuparía yo solo de Pascual. . . ¡
     Enrique sonrió de felicidad. Conocía bien a su abuelo y sabía que su silencio      Efraín despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.
equivalía a su consentimiento. Con su amigo aferrado al corazón corrió donde su    -¡Pero no importa! Siguió el abuelo excitándose-.
hermano.     -¡Yo me ocuparé de él ¡Ustedes son basura, nada más que basura, nada más
    -¡Pascual! ¡Pascual! …¡Pascualito…! –cantaba el abuelo. que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! ¡Ya verán cómo les saco ventaja!
     -Tú te llamarás Pedro –exclamando Enrique rascando la cabeza de su perro e ¡El abuelo todavía está fuerte…! Pero eso sí… ¡hoy día no habrá comida para
ingresó donde Efraín. ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!
     Su alegría desapareció. Efraín inundado de sudor, se revolcaba de dolor sobre      A través del umbral lo vieron coger las latas y volcarse en la calle. Media hora
el colchón. Tenía el pie hinchado como si fuera jebe y estuviera lleno de aire. Los más tarde regresó muerto de fatiga. Había conseguido apenas llenar los cubos.
dedos habían perdido casi la forma. Sin la ligereza de sus nietos, el carro
     -¿Te duele mucho?  -preguntó Enrique sentándose a su lado. de la Baja Policía lo había ganado.
     Efraín movió la cabeza afirmativamente  mientras mordía la brizna de paja. Los perros, además, habían querido
     -Te he traído un regalo –masculló Enrique exhibiendo al perro-, se llama morderlo.
Pedro, es para ti, para que te acompañe… Cuando yo me vaya al muladar  te lo     -¡Pedazos de mugre! -balbuceó-,
dejaré y los dos jugarán todo el día… Le enseñarás a que te traiga piedras en la ya saben se quedarán sin comida
boca. hasta que no trabajen.
     -¿Y qué dice el abuelo? –preguntó Efraín estirando su mano hacia el animal.      Al día siguiente trató de repetir la
     -No dice nada –replicó Enrique y quedó callado. Ambos miraron hacia la operación, pero tuvo que renunciar.
puerta. La garúa caía finamente. La voz del abuelo llegaba … El esfuerzo era demasiado grande
    -¡Pascual!... ¡Pascual ….. Pascualito….! para él y comenzaba a dolerle
     Esa misma noche salió la luna. Ambos nietos se inquietaron porque en esta la ingle. A la hora celeste del tercer
época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el día quedó enterrado en el colchón,
corralón hablando solo, golpeando con la vara las paredes. Por momentos se lanzaba injurias. Pascual había
aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior, y al ver a sus dos nietos gruñido toda la noche.
silenciosos gruñía como un animal. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se     -Si se muere de hambre –gritaba
acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra. Ya por la tarde había tenido una el abuelo- será por culpa de ustedes!
disputa a propósito de un hueso que el viejo le arrebató para echárselo a Pascual.      Desde entonces empezaron unos
     -¡Mugre nada más que mugre! –repitió toda la noche el abuelo mirando a días angustiosos, interminables. Los
Pascual! tres pasaban encerrados en el
     A la mañana siguiente, Enrique amaneció resfriado, el viejo que lo sintió cuarto, silenciosos, sufriendo una
estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía especie de reclusión forzosa. Efraín
un cataclismo. Si Enrique se enfermaba ¿quién se ocuparía de Pascual? Efraín se revolcaba sin tregua. Enrique
ya no contaba. Tirado todo el día en el colchón, comiendo con desgano sus tosía. Pedro se levantaba y después
verduras, delirando por la noche, era un traste inútil. Por otra parte, la voracidad de hacer una recorrida por el
de Pascual crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en manos de sus
en el lodo. Del corralón de Nemesio, que vivía a media cuadra, se habían venido a amos. Don Santos a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba
quejar. miradas feroces. Había optado por callarse, por escupir contra el suelo, por
     Al segundo día sucedió lo inevitable. Después de haber tosido toda la noche. madurar un plan de venganza. A mediodía se arrastraba hasta una esquina del
Enrique amaneció con fiebre alta. El pecho le roncaba y sentía frío. Cuando el corralón donde crecían verduras y preparaba su almuerzo que devoraba en
abuelo lo despertó él no pudo levantarse. secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos una lechuga, o una zanahoria
     -¿Tú también? –le dijo observándolo. cruda, con el propósito de excitar su apetito, creyendo de este modo hacer más
     -Es la gripe,  abuelito –murmuró Enrique. refinada su tortura.
     El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.      Efraín que ya no tenía fuerzas  ni para quejarse, estaba sumido en
     -¡Muy mal! –gritó- ¡Muy mal está engañarme de esta manera! Por momentos una somnolencia  malsana y no se daba cuenta de nada. Solamente Enrique
parecía iba a llorar. Ustedes saben que yo no puedo caminar bien, que yo soy sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar los ojos de su abuelo
creía desconocerlos, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las
noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo      Al entrar al corralón sintió un aire opresor resistente, que lo hizo detenerse. Era
aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a como si allí, en el umbral, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de
gruñir y el abuelo se quejaba como si le estuvieran haciendo una herida. A veces barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era sin embargo,
se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como
diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que si toda la violencia  estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo,
encontraba en su camino. Por último, fatigado, con los oídos rajados por los gritos parado, al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo
de la bestia, reingresaba al cuarto y quedaba mirándolo fijamente, como si desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido, pero el abuelo nos se movió.
quisiera hacerlo responsable del hambre de Pascual. Enrique se volvía contra la     -¡Abuelito aquí están los cubos! -gritó   
pared, atento a la respiración de su abuelo, esperando de él alguna extraña      Don Santos le volvió la espalda y  quedó inmóvil. Enrique soltó los  cubos y
decisión. corrió  intrigado hasta el cuarto. Efraín, apenas lo vio, comenzó a gemir:
     La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos    - Pedro…Pedro….
rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos cuando tenían hambre, se    -¿Qué pasa? – preguntó.
volvían locos como los  hombres. El abuelo permaneció en vela sin apagar     Pedro…-balbuceó Efraín-. Pedro ha mordido al abuelo… el abuelo  cogió la
siquiera la luz. Esta vez no salió al corralón y maldijo entre dientes. Enterrado en vara…después lo sentí aullar. 
el colchón miraba fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy      Enrique salió del cuarto.
vieja, jugar con ella, darle forma, aprestarse a dispararla. Cuando en el cielo -¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?
comenzó a desteñirse sobre las lomas, se incorporó, abrió la boca y lanzó un      Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared.
rugido. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un saltó se acercó al viejo. 
     -¡Esto se acabó! Pronunció al fin, levantándose-. ¡Basta de bromas! ¡Hasta      -¿Dónde está Pedro? –preguntó  y de pronto su mirada descendió al chiquero.
cuándo vamos a estar así? –y en el acto se precipitó sobre sus nietos. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del
     Enrique se metió bajo la cubierta y abrazó a Efraín. Pedro huyó aullando hacia perro.
el corralón.      -¡No!  -exclamó Enrique tapándose los ojos. ¡No, no!  Y a través de las
     -¡A levantarse, haraganes! – prosiguió don Santos y cogió la vara-. ¡Arriba… lágrimas buscó la mirada del abuelo. Éste le rehuyó  girando torpemente sobre su
arriba…! Y los golpes comenzaron a llover. pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su
     Efraín comenzó a gemir sin comprender nada. Enrique se levantó camisa, gritando, pataleando, tratando de  mirar sus ojos, de encontrar una
aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta respuesta.
volverlo insensibles a los golpes. Veía la vara    alzarse y batirse sobre él como si      -¿Por qué  has hecho eso?- gritaba-. ¿Por  qué? ¿Por qué?
fuera de cartón. Al fin pudo reaccionar.      El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón  a su nieto que
     -¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al lo hizo rodar por tierra.  Desde allí Enrique observó al viejo que erguido como un
muladar. . .! gigante miraba obstinadamente  el festín de Pascual. Una opresión en el pecho
     El abuelo se contuvo y comenzó a jadear. Tardó mucho en recuperar el le impedía respirar. Estirando la mano encontró  la vara, que tenía manchado de
aliento.. sangre. Con ella se  levantó  de puntillas y se acercó al viejo.
     -¡Ahora mismo. . . al muladar…. Lleva  dos cubos, cuatro cubos!      -¡Voltea! –gritó-. ¡Voltea!
     Enrique salió corriendo y cogió los cubos. La fatiga del hambre y de      Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba y se estrellaba contra
la convalecencia lo hacía trastabillar. Cuando abrió la puerta Pedro quiso su pómulo.
seguirlo.      -¡Toma! –chilló. Enrique y levantó nuevamente la  mano. Pero súbitamente se
     Tú no –masculló-. Quédate cuidando a Efraín. detuvo temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor,
     Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire mañanero. En el camino miró al abuelo, casi arrepentido. El viejo cogiéndose el rostro, retrocedió un paso,
comió yerbas, estuvo apunto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de la niebla su pata de palo tocó tierra húmeda y dando un alarido se precipitó de espalda al
mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo, volaba casi como pájaro. En el chiquero.
muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Con los antebrazos
cargados de moretones –la vara no era de cartón- pero los cubos llenos, 
emprendió el camino de regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas
descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la
ciudad. Enrique,  devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, sin pensar en
nada, tocado por la hora celeste.
      Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el  oído, pero no escuchaba
ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pierna de palo
quebrada, estaba
estirado de espalda
en el fango. Tenía
la boca abierta y
sus ojos miraban
oblicuamente a
Pascual que se
había refugiado en
un ángulo y
husmeaba
sospechosamente
en el lodo.
     Enrique se fue
retirando, con el
mismo sigilo con
que se había
aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría 
hacía el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre,  con un tono de  ternura
que él nunca había escuchado.
     -¡A mí, Enrique, a mí…!
     -¡Pronto! –exclamó.  Enrique, precipitándose sobre su hermano-. ¡Pronto,
Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¡Debemos irnos de acá!
    -¿Adónde?  -preguntó Efraín.
    -¡Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!
    -¡No me pudo parar!
     Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho.
Abrazados  hasta formar una sola persona, cruzaron lentamente el corralón. VOCABULARIO:
Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había
terminado y que la ciudad despierta y viva, abría  ante ellos su gigantesca absurda: opuesta a la razón
mandíbula. acantilado:  se dice del fondo del mar cuando forma escalones   o
     Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
candiles
        (Julio Ramón Ribeyro) acecho: observando y mirando a escondidas y con cuidado.
aguzó: estimuló, incitó
alba: primera luz del día
arrear: incitar al movimiento
aullando: bramando, gritando
baja policía: servicio de limpieza de calles y recolección de basura.
barranco: orilla de un precipicio, despeñadero.
beatas: mojigatas, santurronas
berrear: chillar
brizna:  filamento  o hebra especialmente de plantas o frutos.
bufandas: prenda para abrigar el cuello.
carroña:  carne  descompuesta ovilló: encogió
cena: comida que se toma en la noche. pendiente:  cuesta o  declive de un  terreno.
chiquero: pocilga provisión: abastecimiento
conjuraba:  conspiraba remansado: calmado, tranquilizado
consigna:  orden, contraseña rengueó: andó cojeando
convalecencia:  mejoría, recuperación sigilo: secreto que se guarda de una cosa o noticia
corralón: terreno cercado siniestro:  funesto, aciago, infeliz
cubos:  baldes somnolencia: pesadez y torpeza de los sentidos motivados por el
desfiladero:  paso estrecho entre montañas. sueño.
divisó: vio, miró. suburbio: barrio a las afueras de la ciudad
emparrado:  cubierta de parras trastrabillar: tambalearse,  vacilar
escuálido: flaco, delgado traste:  persona inútil o que no sirve sino de estorbo.
estrépito:  estruendo, ruido tregua:  descanso
éxtasis:  estado  del alma enteramente embargada  por un trote:  modo de caminar acelerado.
sentimiento de admiración , alegría. umbral: parte inferior o escalón, por lo común de piedra o
fango:  lodo contrapuesto al dintel, en la puerta o entrada de una casa.
fauna: conjunto de especies de animales que habitan en zamarro:  bandido, malandrín, pillo
determinados ambientes y territorios. zurrar:  pegar, golpear, apalear, azotar
garúa: llovizna
granujas:  pícaro, bribón I.-  COMPRENSIÓN  LECTORA
gruñir: refunfuñar 1.-¿Qué aspectos nos ofrece la ciudad a las seis de la madrugada?
ingle: parte del cuerpo, en que se juntan los muslos con el vientre. 2.- Cómo se llaman   los  niños explotados por el malvado don
injuria:  agravio,  ofensa Santos?
intimidarlos:  atemorizarlos,  asustarlos 3.- ¿Qué dice a sus nietos el perverso abuelo cuando se pone la
intrigado: conspirado, enredado pierna  de palo y se sienta en el colchón?
itinerario: camino,  recorrido, ruta 4.- ¿Qué cosas agarran los dos muchachos cuando se lanzan a la
jadear:  respirar anhelosamente por efecto  de algún trabajo  o calle? ¿Y qué van a buscar?
ejercicio impetuoso. 5.¿Cómo se llama el cerdo? ¿Y cómo se ponía el marrano al
malsana:  enfermiza principiar la estación del invierno?
masculló:  murmuró,  musitó 6. ¿Qué sucedió un domingo cuando los hermanitos Efraín y
merodean:  vagan, vagabundean Enrique llegaron al barranco?
niebla:  nube en contacto con la tierra y que oscurece más o menos 7. ¿Por qué Efraín sintió un fuerte dolor en la planta del pie cuando
la atmósfera. regresaba del muladar?
noctámbulo:  trasnochado 8. ¿Por qué no se pudo levantar el niño Efraín una mañana cuando
obstinadamente:  terca y  porfiadamente; con pertinacia  y  el abuelo don Santos despertó a sus nietos?
tenacidad  en el ánimo. 9. ¿Qué pasó cuando Efraín apoyado en el hombro de Enrique
opresor:  déspota, tirano, dictador fueron en busca de alimentos para el hambriento Pascual?
optado:  elegido, escogido 10. ¿Cómo se llama el perro que recogió Enrique del muladar y qué
ornada:  adornada hizo con el animal después el malvado don Santos?
11.¿Por qué se inquietaron los muchachos Efraín y Enrique una
noche de luna llena?
12. ¿Cuánto tiempo demoró en regresar de la calle el  abuelo don
Santos para traer  la  comida para el cerdo  Pascual en las latas
que  había llevado? ¿Logró su objetivo el abuelo?
13.- ¿Con qué propósito el abuelo don Santos aventaba a veces a la
cama de Efraín y Enrique alguna lechuga o una zanahoria cruda?
14.- ¿Qué suerte tuvo el perro Pedro y cuál  fue la reacción de los
hermanos Efraín y Enrique?
15.- ¿Quiénes son los gallinazos sin plumas?
17.- ¿Cómo termina el cuento de Julio Ramón Ribeyro?

  II.-APRECIACIÓN CRÍTICA PERSONAL
1.- ¿Cuál es tu opinión personal   sobre el cuento leído?
2.- ¿Qué le pareció la conducta agresiva del abuelo que ejerció
sobre sus nietos? Explícalo
3.- ¿Qué opina usted la vida que llevó Efraín y Enrique al lado de su
abuelo, don Santos? ¿Cómo le hubiera gustado que sea para
usted?
4.- ¿Qué opinas usted de la suerte que corrió el malvado abuelo?
Fundamenta tu opinión.

También podría gustarte