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Organización

textual
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Teresa Julio
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Índice

Introducción.................................................................................................... 5

Objetivos............................................................................................................ 6

1. ¿Qué es un texto?....................................................................................... 7

2. Cohesión y coherencia textuales............................................................ 12

3. El rincón de la escritura: gramática y léxico..................................... 14


3.1. Gramática normativa y gramática nativa.............................................. 14
3.2. El léxico.................................................................................................. 16

4. Bibliografía................................................................................................. 19
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Introducción

Llamar texto a una organización de oraciones supone que las oraciones que
lo componen siguen una estructura determinada, y entre sus elementos existe
algún tipo de relación mutua. En este tema analizaremos las diferentes rela-
ciones que existen entre los elementos de una misma frase, entre las frases
entre sí y entre los diferentes párrafos que componen un texto bien formado.
Ello nos permitirá trabajar la diferencia entre un texto y un seudotexto.

También dedicaremos un espacio, “El rincón de la escritura”, a daros consejos


para mejorar la redacción de vuestros escritos.
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Objetivos

1. D
 istinguir entre textos y seudotextos.

2. A
 proximarse a los diferentes mecanismos de que disponemos para crear
textos con cohesión y coherencia.

3. I dentificar los diferentes tipos de errores que puede haber en un texto.

4. A
 prender a redactar con corrección y con mayor precisión léxica.
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1. ¿Qué es un texto?

¿Qué propiedades debe tener un texto para ser un texto? Dicho de otro modo,
en qué se distingue un texto de un seudotexto, entendiendo por seudotexto
algo que tiene apariencia de texto pero no lo es? La diferencia radica en la
organización de sus componentes y en las relaciones que se establecen entre
ellos. Observa los siguientes fragmentos escritos: ¿son textos?, ¿son seudotex-
tos?

A. RESTAURANTE LA POSADA

Entrantes
Espárragos con jamón
Tortilla campesina
Ensaladilla rusa
Entremeses variados

Carnes
Lomo rebozado
Pollo a la cerveza
Conejo a la cazadora
Estofado “Buen gourmé”

Pescados
Calamares rellenos
Dorada a la sal
Rape a la marinera
Bacalao a la vasca

Postres
Macedonia de frutas
Tarta de la casa
Helados variados
Tocinillos de cielo

La primera impresión que puede dar la carta del menú del Restaurante La
Posada es que no estamos ante un texto, pues no hay verbos (por lo tanto, no
hay oraciones explícitas), no hay conectores de ningún tipo, etc. Pero quizás
un análisis más detallado nos haga cambiar de opinión.

1. En primer lugar, ¿tiene un tema o idea básica que vertebra el contenido del
texto? Sí. El tema es el menú del día, y todos los elementos que aparecen
están relacionados con él.

2. ¿Tiene una estructura determinada? Sí, efectivamente. El menú está divi-


dido en cuatro secciones netamente definidas y, a su vez, cada una de esas
secciones se ha ordenado de una manera concreta: entrantes [primeros pla-
tos], carnes y pescados [segundos platos] y postres. Además los elementos
de cada una de las secciones están bien colocados (las carnes están en el
apartado de las carnes, los postres en el de los postres, etc.). Por lo tanto,
podemos concluir que este escrito tiene una estructura y un orden bien
definidos.
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3. ¿Existen relaciones semánticas, sintácticas y pragmáticas entre los elemen-


tos que lo componen? Sí. Entre la sección y sus componentes se establece
una relación de hiponimia: “calamares, dorada, rape, bacalao” son hipóni-
mos de “pescados”. Desde el punto de vista sintáctico, el texto no ofrece
problemas y todos los platos presentan la misma estructura sintáctica: sus-
tantivo + adjetivo (tortilla campesina, lomo rebozado) o sustantivo + sintag-
ma preposicional (rape a la marinera, tarta de la casa). Desde el punto de
vista pragmático, el texto respeta las máximas de Grice (1975) que rigen el
principio conversacional:

•M
 áxima de cantidad: “Haz que tu contribución sea tan informativa
como sea necesario y no más de lo necesario”. El laconismo del menú es
un ejemplo de la información justa que se precisa.

•M
 áxima de cualidad: “Haz que tu contribución sea verdadera”. Lógica-
mente si esos platos aparecen en el menú del día es que están disponibles
para ese día (otra cuestión aparte es que alguno de ellos se haya acabado;
no obstante, estaba disponible cuando se redactó el menú).

•M
 áxima de relevancia: “Sé pertinente, no digas algo que no viene al
caso”. Todo lo que aparece en el texto es pertinente, no lo sería, por
ejemplo, si nos hablara de la temperatura tan alta que hay en la cocina
del restaurante.

•M
 áxima de manera: “Sé claro, evita la ambigüedad, sé breve, sé ordena-
do”. La claridad, la falta de ambigüedad, la brevedad y el orden ya los
hemos comentado a la hora de hablar de la estructura.

CONCLUSIÓN: el texto A es un texto porque sigue todos los principios de la


construcción textual que se requieren para la creación de un texto.

B. Tenía un talento casi mágico para los disfraces, y su diversión predilecta era trastocar la
identidad de las mulatas. Después entró en su casa por la puerta trasera. Era realmente
un cuadro muy malo. Tenía astucia para eso. La anatomía humana es el destino bajo
ciertas condiciones. Esperaba que esto ocurriera como consecuencias de perfeccionar
tácticas bélicas que no dependieran de la fuerza física. No oyó lo que hablaron, pero
supuso que algo le habían dicho de sus propósitos por la forma en que observó los
cuchillos al salir.

La primera impresión que produce la lectura del texto B es la de desconcierto.


Aunque releamos muchas veces el texto, esa impresión permanece. Analice-
mos los motivos:

1. En primer lugar, ¿tiene un tema o idea básica que vertebra el contenido del
texto? No. No existe ningún tema o idea general que enlace las distintas
ideas que aparecen en él, y la muestra más evidente de ello es que resulta
imposible resumirlo.

2. ¿Tiene una estructura definida? No. Parece que se trata de una sucesión de
oraciones entrelazadas sin estructura alguna.
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3. ¿Existen relaciones semánticas, sintácticas y pragmáticas entre los elemen-


tos que lo componen? No. Los continuos cambios de tema impiden que se
establezcan relaciones semánticas entre las distintas oraciones, que los co-
nectores sintácticos no funcionen y que los principios que rigen el análisis
conversacional resultes inútiles.

CONCLUSIÓN: el texto B no es un texto, sino un seudotexto, esto es, un


escrito que tiene el aspecto de un texto, pero que no presenta los mínimos
indicios por los que se rige la redacción textual.

C. N
 o obstante, nadie había visto ninguno durante meses. Le pareció ver una sombra
entre los arbustos. Pedro le había hablado de ellos. Juan miró por la ventana. ¿Se tra-
taría de un zorro? Se oyeron ruidos. Sería extraño que ahora estuvieran allí.

La lectura de C resulta, como mínimo, curiosa. El lector nota algo extraño,


pero no desconcertante, como en el caso anterior. Veamos los motivos:

1. En primer lugar, ¿tiene un tema o idea básica que vertebra el contenido del
texto? Sí. Parece que al oír ruidos Juan mira desde una casa el exterior y
piensa que puede haber lobos. Pedro le había hablado de ellos.

2. ¿Tiene una estructura definida? Aquí parece que el texto presenta alguna
particularidad. Observa que al resumir el contenido del texto en la pregun-
ta anterior he tenido que recurrir a un cambio en el orden de las ideas. La
razón: el texto original está desordenado.

Si enumeramos las frases y las colocamos en el orden correcto obtendremos


lo siguiente:

No obstante, nadie había visto ninguno durante meses (1). Le pareció ver una som-
bra entre los arbustos (2). Pedro le había hablado de ellos (3). Juan miró por la
ventana (4). ¿Se trataría de un zorro? (5). Se oyeron ruidos (6). Sería extraño que
ahora estuvieran allí (7).

Se oyeron ruidos (6). Juan miró por la ventana (4). Le pareció ver una sombra entre
los arbustos (2). ¿Se trataría de un zorro? (5). Pedro le había hablado de ellos (3).
No obstante, nadie había visto ninguno durante meses (1). Sería extraño que ahora
estuvieran allí (7).

3. ¿Existen relaciones semánticas, sintácticas y pragmáticas entre los elemen-


tos que lo componen? Relaciones semánticas, sí, si bien la falta de orden
impide de manera natural establecer la conexión entre los pronombres y
los referentes, por ejemplo. Las relaciones sintácticas se adivinan de algún
modo, en tanto que la conexión lógica no existe por falta de orden; y las
relaciones pragmáticas sí están presentes. El lector hace todos los esfuerzos
posibles por enlazar esas ideas desordenadas y dotarlas de sentido.

CONCLUSIÓN: el texto C es un texto desordenado y, en consecuencia, un


seudotexto porque no cumple con todos los requisitos que debe tener un
texto.
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D. Todos los alumnos del colegio de Santa María fueron de excursión. Juan se aburría
en exceso. Las antigüedades estaban mal conservadas y los frailes solo se ocupaban
de la oración.

Una de las particularidades del este texto es que puede leerse como texto y
como seudotexto. Observa que no existe a nivel superficial ningún elemento
semántico o sintáctico que demuestre que esas oraciones están relacionadas y,
a su vez, tampoco hay ninguna prueba que demuestre lo contrario. Analice-
mos ambas posibilidades.

Si lo analizamos como un seudotexto, hemos de partir de la idea de que no


existe ningún conector que indique que esas oraciones están interrelaciona-
das, y deberemos interpretar que esas oraciones se han unido así por azar.
Ahora bien, podríamos considerar que sí existe relación entre esas oraciones
y que los alumnos de Santa María han ido de excursión a algún tipo de mo-
nasterio donde hay antigüedades y que Juan es un alumno de ese colegio y se
está aburriendo. Pero observa que esa coherencia que le damos al texto se la
damos nosotros como lectores, porque la interpretación que hemos propuesto
no la presenta explícitamente el texto.

CONCLUSIÓN: el texto D puede interpretarse como texto o como seudo-


texto.

E. Según explica Ortega en sus primeros artículos, en otros países europeos hay unas
minorías que gobiernan mientras en España lo que hay son unas minorías que man-
dan. La diferencia no es banal, pues las primeras lo hacen con arreglo a las leyes (en
cuyo cumplimiento también caben los abusos) y las segundas no, pues las vigentes
no pueden cumplirse.

1. En primer lugar, ¿tiene un tema o idea básica que vertebra el contenido
del texto? Sí, trata del papel de las minorías en el gobierno de los países en
Europa y en España.

2. ¿Tiene una estructura definida? Sí, se hace una afirmación general y se ma-
tiza a continuación.

3. ¿Existen relaciones semánticas, sintácticas y pragmáticas entre los elemen-


tos que lo componen? Sí. Aparece claramente la oposición Europa / España,
gobiernan / mandan, legalidad / ilegalidad. Son pares semánticos sobre los
que se construye la dualidad del texto y presenta unas relaciones anafóricas
que refuerzan el armazón sobre el que se asienta el escrito. En cuanto a las
relaciones sintácticas, encontramos las estructuras paralelas que dan con-
sistencia al escrito y marcan la oposición entre lo que ocurre en España y
en Europa. Pragmáticamente, se cumplen todas las máximas de Grice que
hemos señalado más arriba.

CONCLUSIÓN: el texto E es un texto perfectamente estructurado.


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Así, pues, a la luz del análisis de los textos y seudotextos que hemos analizado,
podemos concluir que para que un texto sea verdaderamente un texto, debe
tener una idea, una estructura, seguir un orden y mantener una serie de
relaciones sintácticas, semánticas y pragmáticas entre sus partes. En suma,
dos parecen ser las propiedades que debe reunir un texto para ser considerado
como tal: cohesión y coherencia.
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2. Cohesión y coherencia textuales

La cohesión se define como “el conjunto de los mecanismos de los que un


texto se sirve para asegurar la conexión entre sus partes a nivel superficial”
(Simone, 1993: 342). Cualquier elemento que asegure esa cohesión recibe el
nombre de cohesivo. Es decir, un cohesivo es aquel elemento o mecanismo
que permite enlazar, relacionar o conectar dos oraciones o secuencias de ora-
ciones. Entre los cohesivos más habituales se encuentran: la anáfora, la deixis,
las conjunciones, las relaciones léxicas, etc. No obstante, el hecho de que en
un texto aparezcan elementos cohesivos no garantiza que el resultado sea
realmente un texto. Observa el siguiente ejemplo:

Mi perro es un pastor alemán. Los alemanes beben mucha cerveza. Esta se extrae de la
cebada, que es comida para caballos. Aun así, los caballos tienen cuatro patas, una cola y
una crin. Sus dos orejas le sirven para oír. ¿Oír es un verbo regular? Tal vez.

Todo el mundo estará de acuerdo en que ese fragmento no es un texto, aun-


que presentes elementos cohesivos, esto es, elementos que a nivel superficial
conectan las diferentes oraciones. Así, las repeticiones, las anáforas, la deixis
e incluso algún conector discursivo se revelan insuficientes para asegurar que
una sucesión de oraciones conectadas sea un texto. Entonces, ¿cuál es el pro-
blema? El problema es que un texto además de tener cohesión ha de tener
coherencia, pues el ejemplo ha mostrado que dos o más secuencias pueden
conectarse sin ser coherentes. Así pues, la conexión puede ser una condición
necesaria, pero no suficiente para la aceptabilidad de un texto. Además la
aceptabilidad de un texto depende de su función y de las expectativas del
lector. Esto es, el párrafo de arriba podría formar parte de una obra literaria
surrealista, por ejemplo, y en ese caso se leería como texto.

Para van Dijk, la coherencia es “una propiedad semántica de los discursos,


basados en la interpretación de cada frase individual relacionada con la inter-
pretación de otras frases” (1980: 147). Sin embargo, sería demasiado simplista
reducir la cohesión a aspectos sintácticos y la coherencia a aspectos semánti-
cos. La cohesión afecta tanto a la sintaxis como a la semántica, y la coherencia
afecta tanto a la sintaxis, como a la semántica y la pragmática. Observa los
siguientes ejemplos:

Cohesión sintáctica: María está enferma; por lo tanto, no irá de excursión.


Aquí el conector sintáctico “por lo tanto” enlaza a nivel superficial las dos
oraciones, que a su vez están semánticamente relacionadas.

Cohesión semántica: Las frutas eras todas exquisitas. A él le gustaban


especialmente las cerezas. En esta ocasión el elemento de enlace entre las
dos oraciones se consigue por medio de la hiponimia, relación semántica
en la que un elemento (cerezas) se incluye en otro mayor (frutas).
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Cohesión sintáctica: Imaginemos un texto en el que un autor expone


una serie de argumentos para justificar un hecho. En el último párrafo
dice: “Sin embargo,…”. Ese “sin embargo” no presenta una objeción a la
oración o secuencia de oraciones anterior, sino a todos los argumentos
expuestos con anterioridad. Es, evidentemente un factor de cohesión, pero
no enlaza oraciones, sino ideas generales que están interrelacionadas.

Coherencia pragmática. No la posee el texto en sí, sino que la otorga


el lector que tiende a interpretar como coherente un texto. Por ejemplo,
María iba cargada. Su hijo la vio de lejos. Podrían ser dos oraciones unidas al
azar. Sin embargo, tendemos a considerar que están relacionadas porque
las mujeres suelen tener hijos y no existe ningún impedimento para que
un hijo pueda ver de lejos a su madre. Además, pragmáticamente, el
intérprete considera que el autor no tiene propósito de llamarlo a engaño
(“No digas lo que no creas cierto” es una de las reglas que derivan del
principio de cooperación conversacional de H. P. Grice).

La importancia del lector es fundamental en el texto, no solo porque un tex-


to si no se lee no existe, sino porque en el texto hay una gran cantidad de
información implícita que aporta el lector en su interpretación. Recuérdese
el caso del texto D que hemos analizado anteriormente. La interpretación de
aquel fragmento como texto o seudotexto dependía de la interpretación que
le dábamos como lectores.

Entre los mecanismos de cohesión nos adentraremos en los siguientes temas:


la deixis, la cohesión léxica, la temporalidad, y los conectores sintácticos y
enunciativos. En cuanto a la coherencia, estudiaremos el tópico o tema de un
texto, la estructura como eje vertebrador, la información implícita y explícita
de un texto y la adecuación a las circunstancias.
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3. El rincón de la escritura: gramática y léxico

Escribir un texto correctamente no es una tarea sencilla. Son muchos los as-
pectos que se tienen que tener en cuenta a la hora de redactar, como la or-
tografía, la puntuación, la adecuación del léxico, el registro, la agilidad en la
escritura, la distribución de las ideas, la selección de los conectores, etc. Por
ello abordaremos aquí algunos de estos puntos con el fin de crear textos co-
rrectos desde el punto de vista gramatical y estilístico.

3.1. Gramática normativa y gramática nativa

Quizás antes de entrar a considerar la “corrección” de un texto convenga de-


tenernos en dos conceptos que pueden sernos de gran utilidad: la gramática
normativa y la gramática nativa. Por gramática normativa entendemos
el conjunto de reglas que fija la Real Academia Española de la Lengua (RAE),
que es el máximo órgano regulador en cuestiones lingüísticas, para la cons-
trucción de frases, discursos o textos correctos. La gramática normativa nos
dirá cuándo se acentúa o no una palabra, cómo se escribe, si es correcta una
determinada construcción sintáctica, si una palabra tiene o no plural y, en
caso de que lo tenga, cómo se forma, cómo se conjugan los verbos regulares
o irregulares, etc. El eje en torno al cual gira el concepto de “normatividad”
viene a ser lo que se ha estipulado como correcto por la RAE. Por ello, ante
cualquier duda de carácter lingüístico debemos consultar la Nueva Gramáti-
ca de la Lengua Española, el Diccionario de la Lengua Española de la RAE y el
Diccionario Panhispánico de Dudas, estos dos últimos puedes consultarlos en
línea en http://www.rae.es. Así, por ejemplo, la gramática normativa nos dirá
que las palabras agudas acabadas en vocal, “n” o “s” se acentúan siempre o
que el complemento directo de persona se construye obligatoriamente con la
preposición “a”.

Por gramática nativa entendemos el conjunto de reglas que un hablante


nativo aprende espontáneamente por el hecho de haber nacido y haberse
criado en un espacio geográfico concreto. Ese hablante tiene un conocimiento
tal de la lengua que le permite reconocer, sin haberla estudiado, si una expre-
sión es propia o no de su lengua. Así, por ejemplo, un español nativo sabe
que en nuestro país no se dice “peligro de vida”, sino “peligro de muerte”, o
“¿Dónde eres?”, sino “¿De dónde eres?”. Esa gramática interna que posee el
hablante le lleva a juzgar como inadmisible un texto que puede ser correcto
desde el punto de vista normativo. Eso sucede muchas veces cuando los estu-
diantes extranjeros aprenden español y, echando mano de la gramática y del
diccionario, escriben un texto sin errores gramaticales, pero casi ininteligible
para el oyente. Observa este texto reproducido por Reyes (1998). Pertenece a
un estudiante extranjero de nivel avanzado; desde el punto de vista grama-
tical, es perfecto, esto es, no contiene ningún error, pero en su conjunto es
prácticamente indescifrable, ningún nativo se expresaría así:
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El rapaz no se deja ningunear por la matrona: tiene las gafas rotas y le escuecen las
rodillas ensangrentadas, pero él es recurrente. Quiere obtener los papeles del policía para
hacer la denuncia correspondiente a la gravedad de la infracción recibida. La mujerona
ríe con sarcasmo inútil, eventualmente enmudecerá. ¿Necesitaría un traductor? Los
mirones no conceden derrota. La reminiscencia de idos tiempos, cuando su padre lo
protegía, lo debilitó. Los mirones reían. Puso las gafitas en su bolsillo. Una jovenzuela
le ayudó a levantar la bici, ella tenía compasión. Justo y obcecado, pidió obtener los
papeles del policía. La calle era multitudinaria ahora. La dama volvió a su automóvil, y
un lechuguino le dijo que se recogiese ya. La jovenzuela había desaparecido en la densa
maraña de ojos.

Desde el punto de vista de la gramática normativa, el texto no ofrece ningún


problema: está bien puntuado, bien acentuado y las palabras están bien escri-
tas. Entonces, ¿por qué no funciona? Sencillamente porque hay matices que
llevan al hablante nativo a seleccionar unos términos y no otros, porque hay
combinaciones sintácticas, semánticas e incluso morfológicas que solo son
posibles si uno está inmerso en el funcionamiento cotidiano de la lengua.
Para ilustrar esto, pongamos un caso sobre morfología: el sufijo “-uelo/-uela”
en español puede ser despectivo o diminutivo, según la palabra a la que se
aplique, y esa información no nos la va a dar ningún diccionario ni ninguna
gramática, sino el uso del término. Por ejemplo, en el caso de “mujerzuela” o
“jovenzuela” que aparece en el texto, el matiz de la palabra derivada es total-
mente despectivo; en cambio, si yo digo “plazuela” o “callejuela”, el valor que
adquiere la palabra de la que deriva es de diminutivo, algo así como “placita
pequeña” o “calle estrecha”.

Otro caso, extraído del texto anterior, hace referencia al uso de los pronom-
bres posesivos. Por supuesto, en español existen y los usamos, pero no con la
frecuencia e intensidad que lo hace, pongamos por caso, el inglés. No decimos
“Nos ponemos nuestros abrigos y nos vamos” simplemente para decir que
“Nos ponemos los abrigos y nos vamos”. Sólo usaremos la expresión “nues-
tros abrigos” si queremos distinguirlos de “los abrigos de otros”. Igualmente,
no diremos “Coge tu paraguas porque llueve”, sino “Coge el paraguas porque
llueve”, a no ser que a mi discurso le dé un significado adicional del tipo
“Coge tu paraguas (y no el mío) porque llueve”. Por tanto, los posesivos del
texto anterior deberían sustituirse por artículos determinados: “su bolsillo” (el
bolsillo), “su automóvil” (el automóvil), etc.

Del mismo modo, si no existe confusión por la coincidencia de formas verba-


les (yo lloraba/él lloraba), no deben explicitarse los pronombres en función de
sujeto, en tanto que los morfemas de número y persona presentes en la forma
verbal ya lo indican. No hay que decir “yo como”, sino simplemente “como”.
En consecuencia, en las siguientes expresiones del texto anterior deberían eli-
minarse las formas pronominales: “él es recurrente”, “ella tenía compasión”.

Otro problema que encontramos procede del léxico. Todas las palabras están
en el diccionario y se aproximan a lo que el estudiante quiere decir, pero no
son adecuadas. Así, por ejemplo, un “rapaz” es un “muchacho joven”, pero el
uso de este término, que es frecuente en zonas como Galicia, no lo es en otras
zonas de la Península Ibérica o de Hispanoamérica; por tanto, no deberíamos
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usar un dialectalismo si pretendemos escribir un texto estándar. Otra anoma-


lía léxica procede del uso inadecuado de “recurrente”, término que significa
“que se repite”, pero ningún nativo diría de una persona que “es recurrente”,
sino que “es insistente”; asimismo, una infracción no es “recibida”, sino “co-
metida” (y aquí cabría matizar el término “infracción”, que no es correcto en
tanto que una infracción es un “quebrantamiento de la ley”, y no es eso lo
que el estudiante quiere decir); en español no hablamos de “sarcasmo inútil”,
sino “inadecuado, que está de más o de sobra”; el hablante nativo distingue
claramente la diferencia entre un “curioso” y un “mirón”, o entre “multitudi-
nario “ y “abarrotado”, “reminiscencia” y “recuerdo”, “obcecado” y “empeña-
do”, “denso” y “tupido”. Además, uno de los caballos de batalla de cualquier
extranjero es el paradigma verbal: formas como “¿Necesitaría un traductor?”
o “sentía compasión” no se ajustan a las coordenadas temporales del texto.

En otras ocasiones, el problema viene marcado por los “falsos amigos” lin-
güísticos, y el estudiante se deja llevar por una semejanza solo aparente y usa
el término “eventualmente”, a la inglesa, con el significado de “finalmente”,
o “los papeles del policía” por los “papeles de la póliza”, etc. La actualización
o vigencia de algunas expresiones también pueden crear algunas irregulari-
dades. Así, la expresión “idos tiempos” puede resultar arcaica para el lector
actual. Una versión correcta del texto podría ser la siguiente:

El muchacho no se deja avasallar por la señora: tiene las gafas rotas y le escuecen las
rodillas ensangrentadas, pero insiste. Quiere los papeles de la póliza (del seguro) para
hacer la denuncia correspondiente al accidente sufrido. La mujer se ríe con un sarcasmo
inadecuado; al final enmudecerá. ¿Necesitará un traductor? Los mirones no conceden
tregua. El recuerdo de tiempos pasados, cuando su padre lo protegía, lo hizo sentirse
débil. Los curiosos se reían. Puso las gafitas en el bolsillo. Una muchacha lo ayudó a
levantar la bici, sintió compasión. Empeñado y con razón, pidió de nuevo los papeles
de la póliza, y un petimetre le dijo que se marchara. La joven había desaparecido en la
espesa selva de ojos.

3.2. El léxico

Todas las etapas en la composición de un escrito son difíciles, desde pensar


la idea y planificar su desarrollo hasta exponerla y adornarla sin que resulte
alambicada; pero quizás de todas ellas una de las más complicadas es la de
encontrar las palabras justas para expresar lo que queremos decir.

A la hora de buscar las palabras, debemos tener en cuenta exactamente qué


es lo que deseamos transmitir, esto es, hemos de seleccionar los términos que
mejor puedan adecuarse a nuestro pensamiento, pero también hemos de pres-
tar atención a otros factores como el género y la finalidad de nuestro escrito,
nuestro destinatario, etc. No es lo mismo hablar de un tema técnico, como “la
fusión fría”, en un congreso de especialistas que en una clase de 4º de ESO.
Como tampoco lo será hablar de lo que haremos durante las vacaciones o de
cómo se ha realizado un experimento en un laboratorio, pues con seguridad
el uso de un vocabulario genérico y común o especializado será un elemento
importante. Así pues, el registro es fundamental, pero también lo es la propie-
dad en el hablar, entendiendo por “propiedad en el hablar” que las palabras
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se ajusten a lo que queremos decir, a la situación en la que se acomoda el


texto y a la finalidad del escrito. Es justamente lo contrario a la vaguedad, los
circunloquios o los rodeos.

¿Cómo podemos ampliar nuestro léxico? La manera más sencilla de hacerlo


es leyendo. No tiene ningún sentido aprender cien palabras del diccionario
todos los días, porque esto no es más que un esfuerzo inútil, pues a la pérdi-
da de tiempo se unirá la rapidez del olvido. En cambio, la lectura atenta de
textos nos lleva al aprendizaje sin que nos demos cuenta. Esas palabras poco
a poco van almacenándose en nuestra cabeza y, sin percibirlo, asimilamos
centenares de términos que irán conformando un potencial lingüístico con-
siderable que debe salir a la luz a la hora de escribir. Por ello, debemos sacar
todo ese potencial que está latente y hacerlo patente. Así, por ejemplo, todos
“ponemos una moneda en la máquina de refrescos”, “ponemos una carta al
correo”, “ponemos el abrigo en el perchero” o “ponemos la televisión”; pero
seguro que a ninguno le resultarán extrañas las siguientes expresiones: “inser-
tar una moneda en la máquina”, “echar una carta al correo”, “colgar el abrigo
en el perchero” o “encender la televisión”. Algunos verbos se convierten por
su significado genérico en “comodines” —como hacer, ser o tener— y lo único
que consiguen es empobrecer nuestro vocabulario. No importa que al prepa-
rar nuestro primer borrador esos verbos estén presentes, lo importante es que
desaparezcan en la redacción final de nuestro texto, pues no solo darán más
variedad a nuestro escrito, sino que además aportarán mayor precisión léxica
a nuestras ideas.

La existencia de ese léxico almacenado en nuestra cabeza ha llevado a los lin-


güistas a distinguir entre un “léxico pasivo”, que es el que conoce el hablante
por sus experiencias lectoras, por el contexto, por el dominio que tiene de la
lengua, etc., pero no usa; y un “léxico activo”, que es el que utilizamos habi-
tualmente en nuestras manifestaciones espontáneas orales o escritas.

Tener un vocabulario amplio es fundamental para escribir, ya que la carencia


de dicho vocabulario produce textos vagos y repetitivos. La vaguedad o la am-
bigüedad surge cuando, a falta de términos apropiados, se usan expresiones
aproximadas. Así, por ejemplo, en las noticias suelen oírse titulares como “El
huracán ha dejado tras sí miles de víctimas”. Esta frase es totalmente inexac-
ta, porque el oyente o lector no sabe si los miles de “víctimas” son muertos
o heridos, ya que el término “víctima” incluye tanto a unos como a otros, de
modo que para ser exactos y comunicar algo deberemos decir, en función de
lo que queramos expresar (claro está): “El huracán ha dejado tras sí miles de
víctimas mortales” (o “muertos”, “heridos”, “afectados”, etc.).

Además de la “imprecisión” debemos tener en cuenta que la falta de un léxico


adecuado puede comportar “impropiedad” en el hablar o escribir. ¿Qué credi-
bilidad nos merecería un juez que dijese:

Yo, juez del Tribunal Superior de Justicia, creo que no es justo que se haya despedido al señor
Domingo Sánchez.
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Observa que un juez, en función de su cargo, “no cree” nada; él interpreta


las leyes y determina el tipo de sanción que se le debe adjudicar al acusado.
Además, “juez, justicia, justo” son excesivamente reiterativos para aparecer en
una sola frase. Sería preferible que el susodicho dijera algo así:

Yo, juez del Tribunal Superior de Justicia, declaro improcedente el despido del señor Domingo
Sánchez.
© UVIC • PID_00278145 19 Organización textual

4. Bibliografía

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