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Comunidad Juventud Clariana

Séptima palabra de Jesús en la Cruz “Padre,


a tus manos encomiendo mi espíritu”
La séptima palabra de Cristo nos invita a meditar sobre el inmenso amor de nuestro Señor.
Porque el amor ha cumplido, porque no hay mayor amor que dar la vida por el amigo, el
amor que ha llegado a todos los hombres, el amor que puede cambiar el mundo y los
corazones de piedra.

Jesús después de haberlo entregado todo, su tiempo, su palabra, su amor, su cuerpo, su


sangre, su madre, entrega también su espíritu al Padre. Le confía al Padre lo más grande y
precioso que tiene. Su espíritu que es el amor con que ha servido al Padre, con que se ha
entregado a los hombres y con que ha realizado el nuevo universo de la redención; su
espíritu que es el patrimonio que desde las manos del Padre vendrá a sus discípulos en
Pentecostés para iluminarlos y sostenerlos en las fatigas y las esperanzas.
Su voz se hace potente, reservando todas las fuerzas que le quedan para exclamar:
“PADRE A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU"…en tus manos entrego voluntariamente
mi alma. Con gran precisión encomienda el espíritu. Y lo que se encomienda no se pierde, se
guarda. Jesús deposita su espíritu en manos del Padre, habita ya en el seno del Padre porque
nadie más que el Padre puede abarcar totalmente a Cristo. De ahí las palabras de Jesús en el
evangelio de San Juan: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí (14, 10).

¡Padre! Ya no dice «Dios mío, Dios mío» como en la cuarta palabra. Ahora es el hijo otra vez
y sus palabras son de esperanza. El mismo que en su primera palabra quiso conmover el
corazón del Padre cuando pedía perdón por sus verdugos: «Padre, perdónalos, que no saben
lo que hacen». Ahora vuelve a pronunciar esta dulcísima palabra: «Padre». Ya he cumplido
con tu mandato, me descanso en tus manos y quiero esperar allí a todos aquellos que me
han escuchado y te han aceptado como nuestro padre y salvador.
Un grito de victoria, una mirada que llega hasta los últimos límites del espacio y del
tiempo que alcanza el corazón de todos, una mirada al Cielo, al Padre, y “entregó su
espíritu”. La cabeza se inclina y el rostro mira hacia los hombres. En este instante todo
comienza para el mundo. El espíritu de Jesús continuará su obra en el tiempo, haciendo todo
nuevo: nueva la relación con Dios, construyendo su Reino en el amor. Adorémosle en esta
hora silenciosa, abrazados a la Cruz con amor y esperanza.
“PADRE A TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU", y con él encomiendo a todos
aquellos hermanos míos, que han decidido cambiar de vida y se entregan a tu inmenso
amor. Jesús se dirige al Padre con confianza y con amor, reafirmando su actitud de siempre
ante la vida, La experiencia del Salvador como hombre ha de ser la nuestra también de un
modo inevitable; todos hemos de pasar por este sombrío valle. Acaso, ¿podremos dirigirnos
entonces a Dios del mismo modo que nuestro Salvador lo hizo? La muerte redentora de
Cristo es la garantía de que podremos terminar nuestros días con la misma confianza que Él,
si le hemos aceptado como nuestro Salvador y Señor.
Comunidad Juventud Clariana

Estamos llamados a morir como Jesús y todos podemos llegar a ser capaces de dar
ese grito: “¡Padre!”. Llamándole así, Padre, con cariño, con amor, con confianza: en tus
manos encomiendo mi espíritu. Entrega, pues, tu espíritu al Señor ya, ahora, en este
momento… y renueva tu entrega cada día, ante cada cruz. Y no te parezca tarde, ni te
parezca pronto. Que el último de los trabajadores de la viña recibió el salario de los primeros
y el buen ladrón alcanzó ese mismo día el Paraíso. Porque “si el malvado se convierte, vivirá;
pero si el justo se aparta de su justicia, morirá” (v. Ez 18,21.24). Procuremos morir cada día
al pecado y vivir la vida de la gracia.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Esta oración bella y suprema de Jesús
al final de su sacrificio debe estar siempre en nuestros labios y en nuestro corazón al
terminar la jornada cada día, como un entrenamiento para que esté también al final de
nuestra vida.
Al morir Jesús, confiando su persona al Padre, nos muestra que la muerte no es el
final del camino para nadie. Él nos espera para acogernos y guardarnos para toda la
eternidad si hemos vivido a la sombra de la Cruz guardando sus mandamientos. Tal como
Jesús nos amó, también debemos aprender a dejarnos amar por Él, a recibir su amor y
dejarlo entrar a lo profundo de nuestro ser, dejando que toque nuestro corazón y dejándolo
habitar en el.
Esto es lo que da sentido a nuestra vida: Nuestros llantos recibirán consuelo,
nuestras contradicciones encontrarán luz, nuestra desesperanza tendrá esperanza, nuestros
desalientos se transformarán en ánimo, encontrará alegría nuestra tristeza, compromiso
nuestra pasividad, mansedumbre nuestra intolerancia. Pongamos nuestras vidas en las
manos del Señor, porque lo que nosotros no podemos con nuestras fuerzas, lo puede Dios
con su gracia.

Oremos
Señor y Dios mío, que por nuestro amor agonizaste en la Cruz, aceptaste la voluntad
de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y
morir; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de nosotros
cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédenos que te
ofrezcamos con amor el sacrificio de la vida en reparación de nuestros pecados y faltas, y
una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade,
siempre estarán nuestras almas en tus manos. Amén.

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