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El cambio climático hace referencia a los cambios a largo plazo de las temperaturas y los

patrones climáticos (argumento de definición). Estos cambios siempre han sido naturales,
pero desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor de esta
transformación en el clima. Si nosotros somos los que hemos acelerado este desastre, ¿por
qué no podemos frenarlo?

Podríamos atribuirle la culpa a la inconsciencia acerca de este problema global o al no


saber cómo solucionarlo. Pero lo cierto es que sabemos a la perfección de qué manera
debemos obrar si no queremos destruir la Tierra por completo. Parece ser que hasta que no
nos veamos en naves preparadas para llevarnos a otro lugar de la galaxia, no nos
preocuparemos de verdad (argumento afectivo-emotivo). Vivimos sin que nos importe el
futuro. Está bien aplicar el carpe diem a nuestras vidas, pero no tanto. Nuestro egoísmo no
nos permite actuar para salvar al planeta de lo que pueda ocurrirle en un futuro con la
excusa de que, para entonces, ya no estaremos.

Durante la cuarentena de 2020 la contaminación a nivel global se redujo un 34%


(argumento de datos). En este periodo de tres meses el mundo se paró por completo.
Apenas usábamos el coche, no salíamos a la calle, las fábricas redujeron su producción y,
por consiguiente, el impacto en el medio ambiente no fue tan pernicioso. Pero, por el
contrario, cuando cesó el estado de alarma, la situación volvió a tomar su rumbo. Esto
demuestra que a los gobiernos les importa más la economía que el lugar donde vivimos.

Siempre se nos culpa a los ciudadanos del desastre climático que azota a nuestro planeta.
Es evidente que debemos cuidar y respetar individualmente al medioambiente si queremos
que nuestras generaciones posteriores puedan seguir habitando en este maravilloso lugar.
Sin embargo, la clave está en castigar a los verdaderos culpables, a los que más dañan
pero los que menos remedian el problema: las empresas industriales. La perseverancia
para frenar el cambio climático debe comenzar por ser la de los gobiernos, pues son
aquellos con el poder suficiente como para sancionar a las industrias. Es entonces cuando,
aunque es poco probable, podamos librarnos de la catástrofe que nos acecha cada
segundo desde más cerca (Tesis).

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