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ANTOLOGIA DE CUENTO LATINOAMERICANO EpicionrsB aseronocta Ds CUENTO sci TAINOAMARIEANG arr Ww ne = ¢ oe ‘ Crata, oF Z I ogo Barlon-Bogot Buenos Aites-Carncas Madsid: México D.-MonenieosQuizo Santiago de Chie Titulo original: Bogoté 39 Antologia de euento latinoamericano © Varios aucores Primera edicién: agosto 2007. Colombia © Ediciones B, Colombia $. A. Kra 15 No, 52A-33, Bogoté D. C. swworaedicionesb.com wuwredicionesb.com.co Producci6n editorial: Lapia 8 Lapis lepizylapisteeth netco ISBN: 978-958-8294-21-6 Depdsito legal hecho Impreso por: Quebecor World Bogoté 8. A. JImpreso en Colombia - Printed in Colombia ‘Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, ‘queda rigurosamente prohibida, sin aucorizacién escrta de los titulares del copyright, a reproduccién total o pascial de esta obra por cualquier medio © procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informé- fico, asf como la distibucién de ejemplares mediante alquiler 0 préstamo piblicos. Contenido Prétoso Danis ALaRcén Ausencia Ganniota AupMan Jam Session (Ciavpra AnpNGuaL Boca de tormenta Yoranpa Arnoyo Pizarro Golpe de gracia Auvano Bisama Chica nazi Ropaigo Branco En la bora sin sombra Pasto Casacunenra Volvert en un segundo — Joko Pauio Cuenca No bay banda Junor Diaz, Wildwood Auvaxo Enricur 1945 Gonzaro Garcés La restauracion AwrontoGarcfa. Col Bobby — Wenpy Guaraa Merci Mosed 15 35 47 6x 7 8x 93 103, 37 147 153 161 Epvanpo Hateon “Macho macho Ropaico Hasson Carretera — Cuavora Hinwannez, “Heshos de wn buen cudadano (parte 1) — Jou Jarno Junreues cou Si una noche oscura el pasado — Aparana Liseoa Almendros Pupno Maina ley temprano Fanrzro Mayia Mapai, El efecto Smelville Ronatpo Mnénoez Un dia magnifico para atracar bancos =~ Sanrrago NAZARIAN Pirasitas Anpnés Numan Cuatro monélagos monstruosos — Guapavors Nerrst Bonssi —~ José Péixez Reres Enterrador de retratos Ewa Lucfs Porraza Horacén Puan Qonerana COL Violacin Sawz1ac0 RoncactioLe Tierra de lbertad = RicarpoSmva COL Diagonal ~ Venéxrca Sricean Durante Kanra SuéRez La estrategia 175 381 195 199) 207 213 aan 229 239 243 2st 269 275 290 295 307 gar 327 Ian Tas. Lindbergh Awronte UNGAR COL. ‘ElGirco Manson — Leowanpo VALENCIA La sangre de Kalister Joan Gaarisi Visquez COL. Hdoble —~ Jones Vous El Gato de Schréilinger Cantos Wrntsr Boxeador Aupanpno Zamna Fantasia Stavxo Zuecte Asamblea los martes DERECHOS DB 105 CUENTOS PuBLICADOS 337 347 351 365 379 Bogota 39, un lugar sin limites Lo primero, sefialar que Bogota 39 no es, ni debe ser, la simple constatacién, si la hay, de la existencia de una nueva tenden cia o grupo de escritores latinoamericanos. No es una declara- cién de principios literarios que agrupe a este ntimero ;eabalis. tico? de autores, Tampoco, la més infalible y privilegiada lista de los “mejores” —qué palabra tan mezquina literariamente hablando—, escritores de esta parte del mundo. La edad de- terminada, menores de 40 afios, es mas producto del azar que de la conviecién de que ella sea especialmente significativa. La evocacién de las generaciones como criterio literaric esclare- cedor ha sido, en la mayoria de los casos, un rotundo fracaso, una trampa con las distinciones y divergencias literarias. La regionalizacién o nacionalizacién, es decir, el otro azar geogré- fico, se evidencia también por lo menos insuficiente, Son todos latinoamericanos de nacimiento pero sus vocaciones van mas alld del principio reduccionista de tener que escribir necesa- riamente sobre los avatares de sus paises. Algunos, los més, lo hhacen pero con una naturalidad distante de cualquier suspi- a r0/ Préxoco cacia nacionalista o exotismo tercermundista. Bs su entorno ¥ punto. Pero en otros casos, las fronteras se diluyen frente al imperativo de narrar lo que a bien tengan. En él tiempo y en el espacio. Y eso puede suceder en un jardin del Japén. En Ja brevedad de una oficina ptblica. En la inmensidad de una montafia cualquiera. Desde un New Orledns arrasado por el Katrina, O en la prehistérica época de las cavernas. Inchuso en el espacio ambiguo de un aeropuerto. Esa su tiniea y memora- ble limitacién: el universo. Tal vez mejor entonces, resaltar lo que los une: todo lo con- trario. Como queda dicho, ya no importa su pertenencia a una generacién sino de manera tangencial. Nada definitivo que per- mita inventarse, digAmoslo con facilismo, el grupo de los 89. Su mundo de referencias también pertenece a lo ancho y ajeno. Es decir, su verdadera cereanfa, su auténtica familiaridad, provie- ne de la inmensa diversidad de la que dejan constancia en sus textos. Se legitiman como inagrupables. Pertenecen al maravi- oso estruendo del mitico Boom unitario hecho afiicos. Como en el cuadro de Marx Ernst Explasién en una catedral, su infinidad de fragmentos al aire permite ver el conjunto y su individualidad a Ja vez. Son 39 voces que —no se podia evitar— entonan la polifonfa de gran parte del presente y del inmediato futuro de la iteratura escrita en nuestro idioma, incluyendo el portugués. Por eso, ni mas ni menos, se justifica indubitablemente, la realizacién de un evento como Bogoté 89 y, por ende, una an- tologia como la que el lector tiene on sus manos. Se trata en definitiva de intentar reconocer a un grupo de escritores meno- xes de 40 afios a quienes desconocemos en su contundente ma- yoria. ¥ ese desconocimiento, signa nuestra ignorancia cuando hhablamos de lo que actualmente se escribe en.estos paises, en nuestra lengua. Este doble encuentro en el espacio de la cindad de Bogota y en el de estas paginas con sus textos, desea reducir un tanto esta ignorancia palpable y, por qué no, hasta vergon- zosa. En este gesto ya hay una considerable ganancia, Si logra- mos constatar que la diversidad es el punto de encuentro, qué bueno. Si ademds, que a algunos de ellos podemos vincularlos res Boots 39/ xx por sus preferencias teméticas, algunas afinidades de tono y Jenguaje, o su particular visién del mundo, mejor: ¥ si alguien consigue reunirlos en pequefios grupos por una u otra razéo demostrable, estupendo. Quizé una antologia, es también el reto, afortunade o infor- tunado, de visibilizar afinidades entre algunas escrituras. Si es0 es cierto, aventuremos una ruta de vasos comunicantes, de ecos y fisonomias que permitan inventar un mapa, una geogra- fia otra, lejana o, para prestarle al gran José Donoso, El hugar sin lites. Respecto a su prestigioso y un tanto remoto antecosor, el Boom, éste es totalmente asimilado en lo que tiene que ver con su gran rigueza de técnicas literarias. Con el repertorio apren- dido de la gran literatura universal. Queda atrés entonces, por estar ya interiorizado. Nadie desconoce ya su inmensa riqueza. De Macondo y de McOndo, nada queda. Nadie visita el lugar comtin del “realismo mégies” y Macondo aparece en ausencia, como anacrénico e invisible, Del otro McOndo, contestatario y patricida, no se halla Ia menor referencia. A todos desinteresa ya ese gesto adolescente. Existe memoria de un pasado remoto o inmediato. Una me- moria inquieta y hostigante contra lo acontecido. Nada fue ver @ad, No de esa manera y por eso se reescriben los hechos de Ja memoria familiar, personal o histérica Las distintas violencias, ahora m&s sutiles que ruidosas, si- guen clavandose en la piel de América Latina. No en sus ve- nas abiertas sino en una circulacién cerrada, més soterrada ¢ hipéctita, desastrosamente comin y oficialmente desestimada como Jo es la violencia intrafamiliar. Intravenosa. Son muchos Jos autores que registran su horror ante la destruecién del dm- bito familiar, La familia como la metfore interna de esa gran violencia externa, globalizada. Muchos otros temas atraviesan esta antologia como prue- ba de su rica variedad: el exilio, 1a soledad del emigrante, los personajes marginales, la ciudad-vertedero, el intimismo como mecanismo de proteecién, la errancia, las historias de amor y 12/ PréLoco desamor, la discriminacién sexual y social, las nuevas tecnolo- gias, la locura, ete. Pero quizé, 10 més relevante como elemento comtin, es la existencia de un narrador, mutante en cada caso por supuesto, profundamente insatisfecho que cuestiona el universo. Desde la mirada del nif el adolescente, el adulto o el anciano, el homo- sexual y el moribundo, el viajero y el oficinista, todos descentra- dos, discrepantes de los asuntos del mundo, Hs un narrador que desconfia de lo politica y afectivamente correcto. Descree de lo convencional, posee una auténtica antipatia por la resignacién. Desde la soledad de su habitacién 0 en medio de una montafia agreste, se pregunta por lo otro. Intuye descomposicién cuando le sefialan el verdadero orden de las cosas, Es un narrador, en definitiva, que sospecha y esa actitud lo convierte en ese obser- vador punzante de la condicién humana que hallamos en la lite- ratura, en la mejor literatura de todos los tiempos. La llamada literatura latinoamericana, en consecuencia, la literatura escrita en nuestra lengua, cuenta con este pufiado de 39 escritores, con una garantia de imaginacién y oficio. Es una literatura madura en muchos casos, y sobre todo, ambiciosa, in- clasificable en un solo paradigma, arriesgada y profundamente personal. Su legitima sefia de identidad, pues, es su vocacién de diversidad. Su habitar en un lugar sin limites, En nombre de Ediciones B, debo saludar la inteligente ini ciativa de Ia Alcaldia Mayor de Bogoté y del Hay Festival, por organizar un evento de estas proporciones que propicia el cono- cimiento de nuestros escritores, reduce las distancias geogréfi- case intelectuales y permite que presentemos esta antologia de cuento latinoamericano, Bogota 39. Agradecer @ todos los autores que estuvieron de inmediato dispuestos a colaborar con este proyecto. Y a Diego Sanchez, quien coordiné la infinita cantidad de comunicaciones con los autores que una antologia como estas requiere.8 Guido Tamayo Editor i Dantet ALARCON : Daniel Alareém (Lima, 1977) se grado dela Universidad de CColuanbi, lene un Master en Bellas Artes de a Universidad de Towa. Obuuvo una becs Fulbrigh en 2002 y el Premio ‘Whiting en 2004 ‘Su primer libro, Gacme fx de les zl, fae fnalica pa el Premlo PEN Hemingway 2006. La prestigios revise. bricinica Grea reientemente lo nombr6 uno de los me- Joves novelas jérenes de Erados Unidos. Es edltorasocia- cdo dela seve Bsiguese Nera, y a pelneea novela, Radio Aucenca sek publicada en espaol en 2007. Vive en Oakland, CCalfomnia, donde er esritor vistate del Mills College | } Bee nem Ausencia* Daniel Alarcon En su segundo dia en Nueva York, Wari recorrié la zona del Midtown buscando sin entusiasmo la oficina de la aerolinea. Habfa decidido olvidarlo todo, Era un dia de inicios de septiem- bre; los placenteros restos del verano hacian célida : i ala ciudad. Deambulé entre el tréfico humano de las aceras, maravilléndose ante los enormes edificios, y confirmé, para si mismo, que aquella ciudad era en realidad la capital del mundo. En la estacién del tren habia visto a bailarines de break dance y mitsicos tocando quenas. Habfa visto a un hombre chino in- terpretando a dtio una sinfonia de Beethoven con una extraiia arménica clectrénica. En Times Square, un dominicano baila- ba un merengue frenético con una mufieca de tamafio natural. Las multitudes se arremolinaban a su alrededor, gonriendo y arrojando dinero despreocupadamente al bailarin, y riéndose * Traduccién de Jorge Comejo. x6/ Dantst Arancon cuando sus manos se resbalaban con lujuria por la curva del culo de la musieca. Wari no Iegé a las oficinas de la aerolinea ese dia; no le sonri6 a ninguna anénima mujer en el mostrador, ni pagé renuentemente la multa de cien délares por cambiar Ja fecha de su boleto. En lugar de eso, vagé sin rumbo, pasé el tiempo meditando intensamente sobre lo exético, sobre la ciudad, sus olores y superficies relucientes, hasta que fue a parar frente a un grupo de obreros que excavaban un agujero en la acera, al pie de un rascacielos. Se senté a almorzar y a observarlos. Usando unas maquinas con garfios de metal, per- foraban el concreto con destreza. Wari se habfa preparado un sandwich esa mafiana, y ahora lo comia despreocupadamente. La gente pasaba en oleadas regulares, agrupandose en las es- quinas y cruzando en bloque la calle apenas cambiaba la luz del semaforo. De un cami6n, los hombres bajaron un delgado arbol joven y lo colocaron en el agujero recién excavado. Luogo llena- ron con tierra el agujero. Arboles para Henar agujeros, pensd Wari divertido. Pero los hombres atin no habian terminado. Encendieron cigarrillos y estuvieron un rato conversando en voz alta entre si. Luego, uno de ellos trajo una carretilla repleta de verde eésped cortado en pequefios cuadrados. ‘Terrones. Los hombres acomodaron los parches de la frondosa alfombra alre- dedor del érbol. Ast de fécil. En el tiempo que Wari se demoré en comer, habfan excavado y Ienado un agujero, habfan plan- tado un Arbol y lo habian adornado con césped verde y fresco. Una herida abierta en la tierra, una herida cubierta, curada y embellecida. No era nada para esta ciudad, que continuaba con su vida, sin inmutarse, bajo un brillante cielo de finales de verano. Wari caminé un poco més y se detuvo delante de un grupo de artistas japoneses que dibujaban retratos para los turistas. Publicitaban su arte con reproducciones muy esmeradas de rostros de gente famosa, pero Wari s6lo pudo reconocer a algu- nos de ellos. Identificé a Bill Clinton y a Woody Allen. El resto era tan solo un grupo de caras bonitas y anénimas que a Wari le trafan ala mente a cientos de actores y actrices. Este era el BosotA 39/17 tipo de trabajo que él podria hacer con facilidad, Las manos de los artistas se movian con destreza sobre el pergamino, som- breando aqui y alld con rdpidas pinceladas. Grupos de gente se detenian a mirarlos, pero los retratistas parecian estar real- mente ajenos a todo ello, s6lo echaban un vistazo a sus clientes de cuando en cuando para asegurarse de no cometer errores. Una vez que terminaban el retrato, el cliente siempre sonreia y parecia sorprendido de descubrir su propia imagen en la hoja. Wari también sonrié, le parecié algo folclérico, al igual que todo lo que habia visto hasta ese momento en la ciudad, algo que valia Ja pena recordar, algo especial, aungue todavia no podia explicar por qué. &. ‘Wari habia sido invitado a Nueva York para participar en una exposicién de arte; todo habia ocurrido por azar, una cadena de circunstancias nacida de una simple conversacién en un bar con un pelirrojo turista estadounidense lamado Eric, estudiante de doctorado en Antropologia y una persona bienintencionada por naturaleza. Hablaba‘un espaiiol aceptable y era amigo de un amigo de Wari que atin estudiaba en la universidad. Eric y Wari habfan conversado sobre Guayasamin y la iconografia indigena, sobre el cubismo y la tradicién textil de Paracas en la costa peruana. Habian compartido algunas botellas de cerveza de un litro y muchas risas, mientras su comunicacién mejoraba con cada trago, gracias a palabras en espangiish y dibujos a lépiz en servilletas. Finalmente, Erie acord6 visitar el taller de Wari. Volvié a Nueva York Ievando consigo dos de sus cuadros, ¥ or ganizé una exposicién a través de su departamento académico. Poco después, Wari recibié un entusiasta mensaje de correo electrénico y una invitacién impresa en papel bond crema. Le dio vueltas al tema durante algunas semanas, y luego gasté la mayor parte de sus ahorros en un pasaje de ida y vuelta. Era la Unica clase de boletos que vendfan. Una vez legado e imsta- Jado en Nueva York, guardé el pasaje de regreso al fondo de su maleta, como si estuviera hecho de un material radioactive. No sabia qué més hacer con é1. Aquella primera noche, con el de- partamento ya en calma, Wari sacé el pasaje de la maleta y lo 18/ Dantet ALARCON examin6. Tenia una densidad poco natural para ser un simple pedazo de papel. Sofié que brillaba en la oscuridad. ‘Wari encontré a Leah, la enamorada de su anfitrién, coci- nando pasta. Adn no era de noche y Eric no habia llegado a casa. Wari querfa explicarle exactamente lo que habia visto y por qué le habia impresionado tanto, pero carecia del vocabu- lario euficiente para hacerlo. Ella no hablaba espafiol, pero lo compensaba sonriendo mucho y trayéndole cosas. Una taza de té, una tostada. El aceptaba todo porque no estaba seguro de cé- mo decirle que no. Su inglés lo avergonzaba. Mientras el agua horvia, Leah se acereé a la sala. —jBuen dia? —le pregunté—. ;Tuviste un buen dia? Wari asintié. —Qué bueno —dijo ella. Le entregé el control remoto del televisor y volvié a la diminuta cocina. Sin querer ser grosero, Wari se centé on el sofa y empozs a cambiar los canales. Podia escuchar a Leah tarareando suave- mente una cancién. Llevaba puestos unos jeans a la cadera. Wari se forzé a mirar el televisor. Programas de concurso, noti- cieros, talk shows, su esfuerzo por comprender lo que decian le causé dolor de cabeza, por lo que eligié ver un juego de béisbol con el volumen bajo. El juego era lénguido y dificil de seguir; no pasé mucho tiempo antes de que Wari se quedara dormido. Cuando se desperté, tenia un plato de comida delante de él. Eric habia Hegado a casa. —iBuenas noches! —le grité pomposamente—. {Un buen juego? —dijo apuntando al televisor. Dos jugadores conversa- ban en el monticulo cubriéndose los rostros con sus guantes. —Si—dijo Wari. Se quité las lagafias de los ojos. Eric se rié—. ‘Los Yankees van a campeonar de nuevo este afio —dijo—. Son el equipo blanco. —Lo siento mucho —fue todo lo que Wari pudo comentar. Ambos conversaron un rato en espafiol sobre los detalles de Ja exposicién, que se inauguraria dos dias después. Los cuadros de Wari estaban apoyados contra la pared, atin envueltos en Bosoré 39/ 19 papel marrén y con el rétulo de FRAGIL. Los iban a colgar al dia siguiente. —éTenias planeado trabajar mientras estuvieras aqui? —pre- gunté Exic—. Pintar, quiero decir, En mi departamento aca- démico me han dicho que podrfan prestarte un taller por algu: nas semanas. Esto tenia mucho que ver con el boleto radioactivo sepul- tado al fondo de su maleta, Wari sintié un cosquilleo en las ma- nos. No haba traido pinceles, ni dleos, ni lépices, ni nada. No tenfa dinero para comprar materiales. De hecho, suponfa que Pasarian varios afios antes de que pudiera hacerlo de nuevo. eCémo serfa su vida si no pintara? —No, gracias —dijo Wari en inglés, y apreté los pufios. —vTe estas tomando unas vacaciones, ah? Muy bien, hombre. Disfruta de la ciudad, Wari le pregunté por las tarjetas telefonicas, y Erie le dijo que se podian conseguir muy baratas y en todas partes, Eh cu- alquier bodega, tiendecita, farmacia o puesto de periédicos. —Estamos conectados —dijo Eric, y se rié—. Las tienen jun- toa los billetes de loteria. :Todavia no has llamado a tu casa? Wari sacudié la cabeza. {Lo extrafiarian ya? —Deberfas hacerlo —dijo Eric y se acomodé en el sillén. Leah se habfa marchado al dormitorio. Su anfitrién se dedieé a hablarle al televisor parpadeante mientras Wari comia. >» La embajada estadounidense se levanta contra un cerro desértico en un distrito acomodado de Lima. Es un inmenso biinker con el exterior recubierto de azulejos, como un bafio elegante. La puerta del muro perimétrico que lo rodea se ubi- ca tan lejos del propio edificio, que se requerirfa de un lanza- miento excepcional para siquiera golpear el primer piso con una piedra. Cada mafiana, antes del amanecer, se forma en la calle una cola que da la vuelta ala manzana, una procesién esperanzada de peruanos con la mira puesta en Miami o Los Angeles o Nueva Jersey, o cualquier otro destino. Desde sep. tiembre tiltimo, Iuego de los ataques, Ia embajada habia ale- 20/ DANIEL ALARCON jado atin més la cola, detrés de barricadas de color azul, hasta cl propio limite de la ancha acera. Luego, en marzo, un coche bomba habia estallado para dar la bienvenida a Ja visita del presidente estadounidense. Diez peruanos murieron, entre ellos ‘un chiquillo de trece afios que tuvo la mala suerte de pasar en su skateboard cerca de la embajada justo en el peor momento. Las esquirlas de la explosién le perforaron el créneo. Cuando eso ocurrié, cerraron la avenida, salvo para el tréfico oficial. La cola seguia formandose alli, cada mafiana excepto los domin- gos, ahora en medio de la calle vacia. ‘Antes de viajar, Wari presenté su carta de invitacién, su re- cibo por el pago de la visa y toda su documentacion. Titulos de propiedad, estados financieros, certificados de estudios univer- sitarios, una lista de sus exposiciones y muestras en galerias, su partida de nacimiento y los documentos concernientes a su matrimonio prematuro y su divorcio redentor. Todos y cada uno de sus veintisiete afios de existencia, en papeles. El documento central era, por supuesto, la invitacién de Eric, impresa en pa- pel con membrete de su universidad. Eric le habia comentado que no se trataba de cualquier universidad. Wari asumié que debia mencionar el nombre de la institucién con reverencia, y que todos conocerian su reputacién. Eric le habia asegurado que eso le abrirfa las puertas. Pero en lugar de eso, la mujer le dijo: “Ya no otorgamos vi- sas por noventa dias”. A través de la ventanilla plastica, Wari sefialé la invitacién, sus letras doradas y su elegante sello de agua, pero la mujer no mostré interés. “Vuelva en dos semanas”, le dijo. Y asi lo hizo. En su pasaporte, Wari encontré una visa de ‘turista por un mes. ‘Ya en el aeropuerto de Miami, Wari presenté otra vez su doc- umentacién, su pasaporte y, separadamente, la invitacién en un sobre con letras doradas. Para gu sorpresa, el oficial lo derivé de inmediato a una sala de entrevistas, sin mirar siquiera los documentos. Wari aguard6 en el cuarto vacfo, recordando que un amigo suyo Te habia dicho ae Bocor4 39/21 en son de broma: “Acuérdate de afeitarte o pensardn que eres arabe”. El amigo de Wari habia celebrado su ocurrencia estrel- lando un vaso contra el piso de cemento del bar. Todos habian aplaudido. Wari podia sentir el sudor acumuléndose en los poros de su rostro, Se pregunté qué tan mal se verfa, qué tan cansado o desalifiado. Qué tan peligroso. Atin sentia en los pulmones el aire viciado y reciclado de la cabina del aviGn. Sintié eémo su piel se oscureefa bajo las luces fluorescentes, Un agente de inmigracién uniformado entré y empezé a hac- erle preguntas eri inglés, Wari las respondié lo mejor que pudo. —Y ti, supuestamente eres artista, ino? —le dijo el oficial examinando la documentacién, Wari cerré sus dedos alrededor de un pincel imaginario y trazé circulos en el aire. El agente le indicé con un gosto que dojara de hacerlo, Revis6 Jos papeles, hasta que sus ojos se posaron sobre su estado de cuenta bancaria, Fruneié el cefio. —iVas a Nueva York? —le pregunté—. Por un mes? —En Lima me dieron un mes —dijo Wari cautelosamente. Bloficial sacudié la cabeza—. No tienes la cantidad de dinero que se requiere para una estadia tan prolongada —miré la invitacién y Inego sefialé la cifra insignificante que aparecia al final de su estado de cuenta. Se la mostré a Wari, quien ‘tuvo que contener una risita nerviosa—. Tienes dos semanas. Y no te hagas ilusiones —le dijo—. Estoy sienido generoso con- tigo. Cambia la fecha de tu pasaje tan pronto legues a Nueva York. Sellé el pasaporte color borgofia de Wari con una nueva visa y lo dejé ix. En Ja terminal de recojo de equipajes, Wari encontré sus cuadros apilados junto a un carrusel ya vacio. Se dirigié ha- cia aduanas, donde tuvo que responder més preguntas antes de que lo dejaran pasar. Esperd pacientemente mientras revisa- ban su maleta, hurgando entre su ropa. Inspeceionaron minu- ciosamente sus cuadros, y aqui, por fin, Ie fue til la carta con membrete dorado. Salié finalmente de aduanas. Wari se sentia mareado, ropentinamente el ruido del ajetreo del aeropuerto le 22/ Danter ALARCON parecfa hipnético, y el suefio lo Hamaba a su abrazo protector, Noventa dias es un periodo de tiempo humano, pens6. Tiempo suficionte para tomar una decisién y encontrarie los puntos dé- biles. Para buscar un trabajo y prepararse para posibles even- tualidades. Para empezar a imaginarse lo permanontes que podian ser las despedidas. No era como si Wari no tuviera nada que perder. Tenia padres, un hermano, buenos amigos, una car- vera que recién empezaba en Lima, una ex esposa. {Que ocur- riria si él abandonaba todo aquello? Incluso un mes completo dedicado a meditar sobre el asunto —paseando par una nueva ciudad, descubriendo las peculiaridades de un idioma extran- jero— podria sor un tiempo suficiente para decidirse. Pero, {dos semanas? Wari pensé que era una crueldad. Conté los dias con los dedos: veinticuatro horas después de que descolgaran sus cuadros, seria considerado un ilegal. Wari se habia imaginado que la decisi6n correcta se le haria obvia, sino de inmediato, sf antes de que transcurrieran tres meses. Pero no habia forma de que la claridad le llegara en apenas catorce dias, Wari atravesé el aeropuerto de Miami como si le hubieran, dado un pufietazo en la cara. Arrastraba los pies. Llegé a tomar su vuelo para Nueva York justo cuando las puertas se cerraban, y lo detuvieron una vez més en la manga de abordaje, donde una mujer con guantes de Iétex examiné sus zapatos y no res- pondié a las desganadas sonrisas de Wari. En el avidn, Wari dur- mié con el rostro apoyado contra la ventana ovalada. De todas maneras, no habia nada que ver. Era un dia nublado en el sur de la Florida, no se veia el horizonte, ni los eielos turquesa que anuncian las postales, nada, excepto la superficie gris de una de las alas del avién y la estela que dejaba, surgiendo de su extremo, como esquirlas de humo. ¥. Leah lo desperté con una disculpa, —Tengo que trabajar —le dijo suavemente—. De todas mane- ras, no hubieras podido seguir durmiendo —Ie sonri6. Llevaba el cabello sujeto en una cola de caballo. Olia a limpio. Leah fabricaba joyas, y el dormitorio de Eric, que en realidad era la sala, era también su taller. a Bosork 20/23 —No hay problema —dijo Wari sentdndose en el sillén y es- forzhndose por ocultar su ereccién matinal. Leah sonrié al verlo manipular torpemente las sAbanes. —Créeme, ya he visto muchas de ésas —le dijo—. Me des pierto junto a Eric todas las mafianas. Wari sintié que su rostro se ponfa rojo. —Qué suerte —le dijo en su inglés masticado. Ella so ri6. —{Dénde esta? {Brie? —pregunté Wari, avergonzado de su pronunciacién. * —Estudiando. En el trabajo. Ensetia a estudiantes de bachi- llerato. Jévenes —dijo, traduciendo jévenes con gestos que indi- caban, mas bien, pequetos. Wari se imaginé a Eric, con su rostro amplio y pélido, y el cabello rojizo, ensefiando a gente on miniatura, humanos diminutos que lo miraban hacia lo alto en busca de conoci- miento. Le gusté que Leah hubiera hecho el intento de co- municarse. El comprendia mucho més de lo que era capaz de expresar, pero jeémo explicarle eso a ella? ‘La observé durante un rato, limando metal y doblando ti- ras de plata en forma de circulos. A él le gusté la precisién de su trabajo, y a ella parecia no importarle que la miraran. Leah pulié una pieza, Ia limé y 1ijé, doblé el metal con her- ramientas en apariencia muy dsperas para sus delicadas ma- nos, Sostuvo un martillo con destreza, era una mujer decidida. Fue una demostracién impresionante. —Estoy por terminar —dijo ella finalmente—, y luego quiero que me acompaiies. Conozco a un peruano con quien puedes hablar. Bi se duché y desayuné un taz6n de cereal frio, luego ambos partieron rumbo al centro de la ciudad. El peruano que Leah conocia se Hamaba Fredy. No sabia con exactitud de qué parte del pais venia, aunque estaba segura de que él se lo habia co- mentado. Fredy trabajaba en un mercado al aire libre en la calle Canal. Leah lo habia conquistado con una sonrisa algunos afios antes, y él le permitia vender sus joyas en consignacién. Cada | | 24/ Dantet ALarcon dos semanas, ella le trafa cosas nuevas, y escuchaba mientras Fredy hacia un inventario de lo que habia vendido y lo que no, ¥ sus explicaciones sobre el porqué. Leah Je conté a Wari que Fredy vivia ahora en Nueva Jersey, y que se habia casado con una mujer china. —Se comunican entre si en un inglés chapurrado. {No es in- crefble? Wari asintis. Eso debe indicar algo sobre la naturaleza del amor, {no crees? —pregunté Leah—. Tenen que confiar plenamente el uno en el otro. Lo poco que conocen del otro en inglés es infimo ‘comparado con todo lo que cada uno es en su propio idioma. Wari se quedé pensando, El tren traqueteaba en direccién al sur de Manhattan. Pero las cosas siempre son asf, quiso decir, no se puede conocer # nadie por completo. En lugar de ello, se quedé en silencio. —{T me entiendes cuando hablo? —pregunté Leah—. (Si te hablo lentamente? —Por supuesto —dijo Wari, y asf era, pero se sintié incapaz de decir més. Observaba cémo descendia la numeracién de las calles en cada parada, y segufa el avance del tren subterrdneo en un mapa. Habia una etiqueta adhesiva pegada sobre el ex- tremo sur de la isla. Bajaron del tren antes de llegar @ esa zona cubierta, Una ver en la calle Canal, bastaron unas pocas cuadras para que Wari se acordara de Lima: su densidad humana, su ruido, el circo en que se habia convertido. El aire estaba cargado de idio- mas extranjeros. Se sintié a gusto cn el lugar, y no le molesté en Jo ms mfnimo que Leah lo tomara del brazo y lo condujera ré- pidamente por entre la multitud. Sus hombros chocaban contra los de Ja ciudad, era como caminar contra una luvia torrencial. Fredy result6 ser ecuatoriano, y Leah no pudo ocultar su vergitenza. Su rostro tomé un color rosa que a Wari le recordé al de las tiltimas luces del atardecer, Wari y Fredy le aseguraron que no tenfa importancia, —Somos paises hermanos —dijo Fredy. Boots 39/ 25 —Compartimos una frontera e historia —dijo Wari. El ecuatoriano sonrié cortésmente e hizo algunos comenta- rios sobre el tratado de paz firmado entre ambos paises apenas unos afios antes. Wari le siguié la corriente y le apreté vigoro- samente la mano, hasta que Leah dejé de centirse ineémoda por su error, Luego ella y Fredy hablaron de negocios, rega- teando de una manera juguetona que més parecia un coqueteo: por eupuesto, Leah gan6. Cuando terminaron, ella se excusé y se dirigié a otros puestos, dejando solos a Wari y Fredy. Apenas, ella se habia alejado lo suficiente como para no escuchar lo que decian, Fredy se volteé hacia Wari. —No me pidas trabajo, compadre —dijo, frunciends el ceio—. La cosa ya esta bastante dificil para mi Wari quedé desconcertado. —Z¥ quién te ha pedido chamba a —Seguro, compadre. Wari lo ignoré y se dedicé a inspeccionar la mesa. A.un lado, habia pequefios tenedores de céctel convertidos en ridiculos aretes. Al otro extremo, fotografias en blanco y negro de picos andinos, plateados y coronados de nieve, ¥ otras de fortalezas de piedra en ruinas e iglesias coloniales. En ninguna de elas habia gente: sélo paisajes, edificios y piedras dispersas talladas por los iness; todo se vefa deshabitado y vacfo, —No hay gente —dijo Wari. —Bmigraron —se burl6 Fredy. —iY esta mierda vende? —Lo suficiente. —Blla es mi hembra, por si acaso —dijo Wari de pronto, y le gusté el tono de su mentira, lo repentina que habia sido y la forma en que lo miraba el ecuatoriano, sorprendido. —iLa gringa? —Aia. —Anda, huevén —dijo Fredy. En ese momento, aparecieron dos clientes, una mujer joven y su novio. Fredy empezé a hablarles en inglés, con un acento fuerte pero aceptable, y sefialé varios objetos, sugiriendo aretes ? Tengo trabajo, cholo. 26/ Dante ALARCON ‘que combinaban con el tono de piel de la mujer. Ella se probé un par, mientras Fredy le sostenia el espejo y su novio revi- saba despreocupadamente las fotografias. Wari se preguntaba dénde se habria metido Leah. La mujer se volted hacia é1. —{Qué opinas? —le dijo, mirando alternadamente a Wari y Fredy. —Muy lindo —dijo Wari —Preciosa —dijo Fredy. —@De dénde proviene? —pregunté, sefialando un lapislé- uli, —Del Per —dijo Wari. Fredy le puso cara de pocos amigos. —De los Andes —dijo él. —Trev —Ilamé ella a su novio—. {Es del Pera! {No es lindo? Sacé un billote de veinte délares y Fredy le entregé su vuel- to. Envolvié los aretes en papel de seda y le entregé una de sus tarjetas. La pareja se alej6, charlando. Wari y Fredy se queda- ron nuevamente en silencio. Leah volvié y Wari se aseguré de tocarla descuidadamente, como si ello no tuviera mayor impor- tancia Sentia cémo Fredy los miraba, estudiando cada uno de sus movimientos, —{Le contaste a Fredy sobre tu exposicién? —le pregunté a Wari. Bl sacudié la cabeza, —Qué modestia —dijo Leah, y lo puso al corriente de todos los detalles. Para deleite de Wari, clla exageré su importancia ¥ peso. Wari se sintié como un dignatario visitante, alguien fa- moso, Wari pasé el brazo sobre el hombro de Leah. Ella no lo detuvo. Fredy dijo que se le harfa dificil asistir. —Bueno, pero, gpodrias intentarlo? -~Animate, amigo —afiadié Wari sin preocuparse por su pro- nunciacién, x ‘Marcharse no es problema. Es emocionante, en realidad; de hecho, es comouna droga. Es quedarte lejos lo que te mata. Esta, es la sabidurfa compartida de los inmigrantes. La escuchas de ssc Bogor’ 30/ 27 gente que vuelve a su pais luego de una déeada de ausencia. ‘Te cuentan sobre la euforia que se acaba rdépidamente; sobre las cosas nuevas que van perdiendo su novedad y, poco después, incluso su capacidad de divertirte. El idioma te desconcierta, ‘Te cansas de explorar. Luego Ia lista de Jo que extrafias se multiplica irracionalmente, y la nostalgia lo nubla todo: en tus recuerdos, tu pais es limpio y honesto, las calles son seguras, la gente es por naturaleza célida y la comida, siempre deliciosa. Los detalles sagrados de tu vida anterior se te aparecen una y otra vez de manera extratia y reiterada, en cientos de sueiios que te mantienen despierto. Tus bolsillos se lenan de dinero, pero tu corazén se siente enfermo y vacio. Wari estaba listo para enfrentar todo eso. En Lima, reunié a algunos amigos y se despidié de ellos. Fueron despedidas tentativas, ambiguas. Despedidas hechas entre tragos, planteadas como bromas, risas discretas antes del ;putly la fuga, esa magia tercermundista. —Quizés vuelva —les dijo a todos—, 0 quizés no. Guardé dos cajas con pertenencias de todo tipo en el cuarto trasero de la casa de sus padres. Sacé algunos afiches de las paredes de su habitacién y cubrié los pequefios agujeros con guid paper. Animé a su madre a que, si pasaba un mes y él no habia vuelto a casa, alquilara su dormitorio para obtener un ingreso adicional. Ella lord, pero sélo un poco. Su hermano le deseé buena suerte. Wari hizo un brindis por la familia en la cena del domingo y prometié que volveria a casa un dia no muy lejano. Abrazé a su padre y acepté el billete nuevo de cien Aélares que ol viejo le puso en la mano. En los uiltimos dias antes de su partida, Wari y Eric inter. cambiaron excitados mensajes de correo electrénico, afinando los detalles de la exposicién: el tamafio exacto de los lienzos, la traduccién de su hoja de vida, la nota de prensa. Todas las formalidades de una inauguracién real, pero para Wari era sélo ruido y chéchara. Para él, las tinicas cosas que importaban eran su pasaje, la pista de despegue y el imprescindible asiento junto a la ven- 28/ Danret ALarcon tana para una tiltima y fugaz mirada a Lima, El purgatorio del desierto, las luces del norte cada vez més cerca, Estoy listo, pensk Nadie cuestions su decisién, porque tenia una légica abso- lutamente clara y evidente. {Qué iba a hacer alli? gCuénto tiempo mds podria vivir con sus padres? Un pintor divorciado y profesor ocasional —qué podia hacer un artista on un lugar as{?—. En los Estados Unidos, uno pu- ede barrer pisos y ganar dinero, si se est4 dispuesto a trabajar. "tu estés dispuesto a trabajar, jno es cierto, Wari? Si, claro. De cualquier cosa? {A la intemperie? ¢Carga, transporte, limpieza? Lo que sea. ‘Y eso fue todo. {Qué otras preguntas se podfan hacer? Le iria bien, Solamente su madre expres6 alguna preocupacién, {sto tiene que ver con Elic?, le progunté unos dias antes de su viaje. Wari habia estado esperando la pregunta. Blie, su ex esposa, a la que amaba y odiaba a la vez. Al menos no tenian hijos que pudieran crecer odifndolo, Sentfa alivio de que todo hubiera terminado, y estaba seguro de que ella también. No, Ma, Ie dijo, No tiene nada que ver con ella. Y su madre sonrié y sonrié y sonrié. En el departamento de Erie, Wari sofiaba despierto. Leafiadia detalles a su mentira sobre Leah. Recostadoen el sil- 16n, redactaba mentalmente mensajes decorreo electrénicoasus amigos, contiindoles sobre ella, describiendo la forma de su cuer- po y los tonos de su piel. La solucién a su dilema de los catorce dias: casarse con ella y quedarse, easarse con ella y volver. Se casaria con ella y todo lo demas daria igual. Se imaginé enamo- réndose con monosflabos, con asentimientos de cabeza, sonri- sas y gestos seductores, Contandole a Leah la historia de su familia en pictogramas: su humilde hogar; los colores apaga- dos y oscuros de su ciudad natal; su matrimonio alguna vez feliz, y cémo sus cimientos se disolvieron, cémo se desmorond desde el interior hasta convertirse on una parodia perfecta del Bogor 39/29 amor. Era poco después del mediodia, y Leah se alisté para su trabajo de mesera. Abrié la lave de la ducha. A través de las delgadas paredes, 61 podia ofr ol ruido del agua cayendo sobre su cuerpo. Su cabello castafio claro se oscurecta al mojarse. Wari cerré los ojos ¢ imaginé su cuerpo desnudo, Luego el de Elie. Wari encendié el televisor y dejé que sus ruidos Nenaran ia habitacién. Habia transcurrido casi un afio después de los ataques, y se habfan iniciado ya las inevitables repeticiones televisivas del hecho. Cambié de canal y su mente empezé a divagar: Fredy; on un tren, camino a casa, donde lo espe- raba su esposa china, pregunténdose si aquello de lo que Wari habia presumido era cierto. Elie, en algun lugar de Lima, sin saber siquiera que él se habia marchado. Leah, en la ducha, pensando en cualquier cosa menos en él. En todos los canales se veia a las torres colapsando entre nubes de polvo. Wari eliminé el sonido del televisor y escuché esperanzado la mtisi- ca acuética de Leah. ‘Wari golped dos veces la puerta de madera, Esto habia ocur- rido varios afios atrés. “Chola”, llamé a la mujer que se conver tiria en su esposa. “Chola, jestds ahi?”. Pero Elie no estaba. Habia dejado la misica encendida y con volumen alto para desalentar a los ladrones. ‘Vivia en Madgalena, un ruinoso distrito junto al mar, en un barrio repleto de equipos de misiea sonando a todo volumen en departamentos desiertos. Chiquillos de catorce afios fumaban huiros, protegiéndolos del viento entre el pulgar y el indice, ¥ vigilaban alertas por si Hegaba un tombo. Jugaban fitbol en la calle y arrojaban piedras a los mototaxis. Wari volvié a to- car la puerta. “Ha salido”, le dijo alguien desde la calle. Wari ya lo sabia, pero tenia muchas ganas de verla. Querfa besarla, abrazarla y contarle sus buenas noticias. Era en aquel entonces una versién mds joven y més feliz de sf mismo. My good news, baby. eva su primera exposicién en una galeria de Miraflores. Una inauguracién real, con vino y un catélogo, ¥ le habian prometido cobertura de prensa, quizds, incluso, una 30/ Dantet ALarcén entrevista de media columna en alguna de las revistas del do- mingo. Eso era lo que queria contarle, ‘Wari golpes Ja puerta durante un rato. Tarareaba la melodia que sonaba dentro del departamento, Sacé papel y MMpiz de su maletin y le dejé una nota, en inglés. Ambos estudiaban inglés en un instituto, Elie con mucho menos entusiasmo que él. El inglés es huachafo, decia ella, Se lamentaba por la muerte del castellano, por la moda de usar palabras gringas. Era un fené- meno que estaba en todas partes: en la televisién, en los me- dios impresos, en Ia radio. En los cafés, sus amigos hablaban ast: “Sf, pero asi es la gente nice. No tienen ese feeling”. {Para qué estas aprendiendo ese idioma, acomplejado? Querido Wari, dedicate s6lo a la pintura y todo te ird bien, Ella le hacia reir y por eso la amaba. En un pedazo de papel que arrancé de un cuaderno, le escribié: “Tome see you, but instead meet your absence”. Perfecto, pensé él. Escribié una W en una de las esquinas del papel, simplemente porque quiso hacerlo —como si alguien més pudiera venir a verla y dejarle una nota asf—. La clavé en la puerta y bajé a la calle, mientras la misica daba una serenata para las paredes de los departamentos vacios. Se ofa desde la calle. No habia nada que hacer, salvo esperarla, Un chico que estaba en la esquina le fruncié el cefio, pero Wari le respondié con una sonrisa, Era el final de la tarde, la iiltima y agonizante luz del dia. 3, Llegé la noche de la inauguracién, pero poca gente asisti6. —Es un mal momento —dijo Eric, que Hevaba a Leah del brazo—. El aniversario ha puesto nerviosos a todos. —jAsustados? —pregunté Wari. —Exactamente —dijo Leah. A Wari no le importaba. Bl también estaba asustado. Y no porque el mundo pudiera explotar, 0 porque Manhattan pudiera hundirse en el mar, Miedos reales. Sus cuadros resp- landecian bajo los reflectores. Un pufiado de gente entraba y salfa tomando sorbitos de champ4n en copas de plastico. Wari tenia un sentimiento extrafio hacia sus cuadros, era como si Bosor 39/ 3x otra persona los hubiera pintado, un hombre al que 61 habia conocido en algiin distante episodio de su vida. Coneluyé que no tenfan nada de especial. Existen, como yo existo, ¥ es0 es todo. 3. La grandiosa ilusin del exiliado es que todos estén all4, en tu ciudad natal, en tu hogar, tus enemigos y amigos, to dos observéndote como voyeurs. Todo lo que haces adquiere im- portancia porque estés lejos. En tu pais, tus rutinas eran sélo eso, Aqui, son portentoas; significativas. Tienen el peso del descubrimiento. ;Pueden verme? ¢En esta ciudad, en esta cat- edral? gEn esta galeria de Nueva York? No interesa que esté casi vacia, y a cien cuadras de distancia de los barrios en donde se comercia el arte, Wari le pondria la dosis correcta de emo- cién al hecho, no para él sino para beneficio de los demas. Para alegrarlos a todos. Me va muy bien, Ma, dirfa entre la estética de la comunicacién telefénica. La conexién no es muy buena, pero ahora estoy seguro de que todo saldré bien. Después de la recepcién, Eric y Leah invitaron a Wari a to- mar unos tragos con varios de sus amigos. El se daba cuenta de Jo mal que ambos se sentfan, como si le hubieran fallado. Eric se quejé de la apatia de los alummos, Falta de compromiso, la llamé. Su departamento académico era un caos, dijo, no habian hecho una buena labor de promocién. Leah asintié solemne- mente con la cabeza. Eran puras palabras, Nada de lo que Wari pudiera decir convenceria a su anfitrién de que aquello en rea- lidad no le importaba. Te he usado, tenia ganas de decirle. Yano soy mas un plator, Pero le parecia cruel hacerlo, ingrato, y no del todo cierto. —No hay problema —repetia una y otra vez~. La estamos pasando bien, claro, pero... me siento mal Los estadounidenses siempre se sienten mal. Viajan por el mundo arrastrando esa opulenta carga. Toman fotografias digitales y compran arte popular sintiéndose profundamente decepcionados de si mismos y del mundo. Arrasan los bosques con lagrimas en sus ojos. Wari sonri6. Queria decirles que com- 32/ Danten ALARCON prendfa todo, que Eric no tenia la culpa de nada. Simplemente habia ocurrido Jo que tenfa que ocurrir. Tomé la mano de Exic. —Gracias —le dijo Wari y le dio un apretén. Bl bar era cAlido y animado, Los televisores transmitian juegos de béisbol de una docena de ciudades. Los amigos de Eric felicitaron a Wari déndole palmaditas en la espalda, “Muy bien!”, le gritaron en coro. ‘No le permitieron que gastara ni un délar, Compraron ronda tras ronda de tragos, hasta que las luces de los anun- cios de cerveza se convirtieron en borrosos arabescos de neén, A Wari se le hizo casi imposible comprender una sola palabra de lo que conversaban a gritos. En el lugar habia una chica, una mujer que se Jo insinuaba con la mirada. Bra menuda y tenia una fragilidad atractiva. Wari la vio susu- rréndole algo a Leah, y luego ambas miraron en direccién a él y sonrieron. El les devolvié la sonrisa. —Me gustan mucho tus cuadros —le dijo ella més tar- de. La velada se acercaba a su fin. Algunas personas ya se habfan marchado. Leah y Bric se habjan separado del grupo. Se besaban y refan juntos, y por las miradas que se echaban Wari se dio cuenta de que estaban realmente enamorados. Se sintié un tonto. Estaba ignorando a la mujer que tenia al frente. —Gracias —le dijo. —Son muy violentos. —No fue mi intencién que lo fueran. iis lo que yo vi. —-Es bueno que veas esto. La violencia ocurre a veces. —Mi nombre es Ellen —dijo ella. Es un bonito nombre. Mi ex esposa se llamaba Elie. Y ti eres Wari. Asi es. —{Cuanto tiempo piensas quedarte? —Tengo visa por otros diez dias —dijo Wari. Oh. —Pero en realidad no lo 86. Bosom 39/ 33 Hubo més tragos y més confidencias gritadas por sobre el pullicio del bar. Ellen tenfa una sonrisa dulce y labios que Wari podia imaginarse besando. Su mano se habia posado sin es- fulerzo sobre la pierna de ella. En una esquina del bar, Leah y Eric se besaban una y otra vez. ¢Cudnto tempo planeas quedarte? No Jo sé. Cudntotiempoplaneasquedartenolosé. Wari quiso arrojar su vaso al piso, pero temfa que no se hicie: ra aificos al estreliarse. Que nadie aplaudiera, que nadie comprendiera la belleza de ese sonido. Los'dfas se estaban esfumando. Cuando ce dio cuenta, estaba en la calle y Ellen le estaba ensefiando c6mo to- mar un taxi. Tienes que ser agresivo, le dijo ella. {Pensard que no tenemos taxis?, se pregunté él, at6nito. ¢Pensard que viaja- mos sobre mulas? Pero de inmediato, todo eso dejé de impor- tarle, Ella Jo decia sin mala intencién. Wari sentia como que el planeta se expandia, que sus detalles desaparecian. ;Quién es esta mujer? {Qué ciudad es esta? La noche era templada y el cielo, si uno miraba directamente hacia arriba, tena un color afill profundo, Se encontraban en el centro de la ciudad. Wari tenia la cabeza inundada por el alcohol. ‘Deberia Hamar a mi madre, pensd, y decirle que atin estoy vivo. Deberia llamar a Elie y decirle que he muerto. Se detuvieron en la esquina. Uno tras otro, los taxis amari- llos pasaban ignorando el brazo extendido de Wari. No servia para eso. Wari se volteé hacia Ellen y la vio aturdida, mirando hacia el final de la calle. —Estaban en ese lugar, ;sabias? Justamente alli —dijo Ellen. Lo tomé de la mano. Estaban en silencio. Ella apuntaba con dos dedos en direc cién al horizonte sur, hacia el extremo mismo de la isla. Wari se quedé observando el espacio que se abria en el cielo, una nada extensa y vacia. Gasriea ALEMAN Gabriel Alemin (Rio de Jane, 1968) es una ectitora couse sorlana, Reibié un Guggeahcin Fellowship en el ato 2006, ‘iene un Ph.D dela Universidad de Tulane, Nueva Orleans, con especislidad en Cine Latinoamericano, una Maes en Lexras dela Univendad Andina Simén Bolivar un ctulo de teaductora de ls Universidad de Cambcidge, Inglacea. Hla siscido a vatiosalleres dictados en Quito y Cartagena de a undacién Nuevo Pesodisino Iberoamericano Hs vivo poe largospecodos de ierapo en Repiblica Dominicana, México, [Nucva York, Parguays Madrid y Nueva Orleans. Enere sus libros de cuentos etin: Mit covazdn (El Conejo, 1996), Zoons (Eskelecra, 1997). Fage permanente (Encerpe, 2000; Poo Well (Essex, 2007). Sus cuentos sparecen ea vias antologia de tteratucaeeustorinna y en Hiorias de fbn, des de mundial (Edinezus, 2003). En 2003 los cues de Fags permanente fueron traducidos al croata y wansmtides por radio en Zagreb, Tiene varias publleaionts académiess sobre cine latinoamericane y eaueoxiano que han apatecdo, entee otros, en el Latex American Journal of Cala Sts Sus ensyos fan aparecido en Hl Viejo Topo (Bareelone) y en iscintss pablicalonesnacionaes, Eskelera, 2001) y las novelas Body Tie (Planes, 2003) y * am Session Gabriela Aleman ‘Tal vez no fue la mejor decisién que pudo tomar, pero fue la que tom6. Se quedé en la ciudad a pesar de la orden de evacuacién obligatoria. Fue ver al alcalde balbucear cuatro incongruencias en una rueda de prensa cuando a Katrina le faltaban menos de veinte horas para tocar tierra y desenchufar la televisién. {No habia vivido sesenta afios en la ciudad? Sab{a que para sobre- vivir habia que desentenderse de las autoridades y cuidar de uno mismo. —Todos los politicos son unos animales —mascullé mientras jalaba el cordén del enchufe— ...le hace a uno dudar de los mé- ritos de que no se hundiera el area de Noé. Llené la basera con agua y con es0 dio por terminados los, preparativos para la legada del huracdn, Se senté frente a la ventana de la habitacién, en el segundo piso de su casa de ma- dera, y miré hacia afuera. Arriba, la calle Clairborne, que no habia cruzado en quince afios ni una sola vez, y que considera- ba el limite entre él y el tercer mundo; al oeste Carrolton, por donde cruzaban los rieles del tranvia y las ramas de los robles 36/ GaprieLa ALEMAN caian sobre la calle formando un gran arco de sombra sobre el camino ahora vacio y, frente a él, las aceras de Sycamore. S qued6 dormido. Cuando desperté, el sol era una gran bola in- candescente y fucsia que encendia el cielo de finales de agosto. Pasé una mano por su rostro y al hacerlo distribuyé las laga- fas que cruzaban el interior de sus ojos por toda su cara, en ese lapso cayé la noche. Ocurrié sin prisa, como si un pafiuelo descendiera, atrapado entre corrientes de aire, precipitando la desaparicién de todo lo que encontraba a su paso. Se paré y sus macilentas piernas temblaron cuando caminé hacia el in- terruptor. Por la gran puta, rezong6. Siguié camino al sétano, donde guardaba sus rifles; tomé dos que colgaban de la pared y tres cajas de balas. Volvié a subir. No apagé la luz, nadie seria tan idiota como para meterse a una casa habitada. Pero, cuando fallaran las centrales (jno hab{an ordenado la evacua- cin de los técnicos también’), él estaria preparado. Tenia agua y armas. Decidié tomar una pastilla para dormir, esa noche recuperaria fuerzas, las necesitaria para los dias siguientes. Una enfermera, amiga suya, le habia dado una caja de Versed —el sedante mas fuerte que tenia en existencias el Memorial Medical Center de Napoleon, en el distrito de Broadmoor— la semana anterior, cuando fue a retirar su ingulina en el centro miédico y le conté que no iba a irse de la ciudad. Al dia siguiente se levanté con sed y con ganas de orinar pero apenas pudo incorporarse. Desde la cama vio ramas de arboles estrelléndose como latigos encontrados y escuché el rugido del viento atravesando las calles desiertas. Se senté un momento enel filo dela cama y agarré su cabeza. Le tomé algo de tiempo , darse cuenta de lo que pasaba, Mientras se orientaba recordé Jo que solfa decir su tia Augusta: “A veces una gallina hace més ruido poniendo un huevo que el que harfa un asteroide si se estrellara contra la tierra”. Liegé hasta el bafio y dio vuelta al cafio del agua y metié la cabeza bajo el chorro,fresco, Inego tomé su dentadura y sdlo entonces —con su cara atin mojada— intent6 orinar. Estuvo parado frente a la taza, sabiendo lo que queria hacer pero sin aioecanecaninranay ister Bosord 30/ 37 que nada ocurriera, hasta que desistié, mas por aburrimiento que por otra cosa y luego fue hacia la ventana. Habia visto peo: res tormentas. Caminé hasta su cama pero no se recosté, siguié en direccién de las gradas y una vez abajo entré a la cocina donde abrié la puerta de la reftigeradora. Tomé la jeringuilla que guardaba en el compartimiento de la mantequilla y lend 30 unidades de Lantus; se levant6 el bibidi e inyect6 el conteni- do en su amoratado estémago. Luego tomé un trozo de queso y un yogurt; los comid sentado en la mesa del comedor. Volvié a subir y se recosté'a aguardar algo, no sabia bien qué. Cuando abri los ojos ya habia desaparecido el amortiguamiento con el que habia despertado pero sintié el aire pegajoso y caliente, el aire acondicionado habia dejado de funcionar. Todavia habia luz natural en la habitacién y nuevamente fue a la ventana, la abrié y sacé fuera la mitad del cuerpo. Pudo ver arboles caidos y algunos basureros y cajas de reciclaje en la mitad de la calle. El viento habfa desaparecido. Pensé que para tanta alharaca habia pocas nueces y volvié a meter la cabeza. La sensacién de espera ya habia cedido y camin6 hacia la televisién; desis- ti6 @ medio camino, si no habia luz no habria noticias. Se le ocurrié que tenfa un radio de pilas y luego recordé que no las, habia comprado, al igual que no habia comprado velas. Le dio hambre y bajé a 1a cocina, en la alacena encontré una lata de ravioles en salsa de tomate. La abrié al tanteo en la habitacién oseura con un abrelatas herrumbrado. Cuando vacié el conte- nido en un plato noté que se habia cortado el dedo y que su sangre condimentaba parte de la pasta. Fue hacia el lavabo y abrié Ja lave, no salié nada. —Mierda dijo. Se limpié con un trapo y con el mismo patio se envolvié el edo; maldijo nunca haber roto Ja pared para hacer una venta- na en la cocina. Fue al comedor donde comié la mitad del plato mientras pensaba cudl seria la mejor manera de proteger la casa. Podria esperar frente a la puerta de entrada, desde alli tendria el mejor angulo para disparar pero eso aélo seria si en- ‘traban por la puerta porque, también, podrian hacerlo por las 38/ Gapripta ALEMAN ventanas, pens6, Mientras ponderaba sus opciones noté que el trapo que habia utilizado para envolverse el dedo estaba teftido de rojo. Afuera, a un atardecer magnifico lo coronaba un silen- cio extrafio, el cielo parecia una copa de gelatina de sabores co- Jor turquesa, naranja y oro. Mientras miraba el cielo y envolvia su dedo con un trapo limpio escuché el primer disparo; no se sobresalté, lo estaba esperando. Subié a su cuarto y arrastré un asiento hacia la ventana, luego apoyé sus rifles contra la pared, dejé las municiones en el suelo. Se senté y limpié las armas antes de cargarlas. Cuando termin6 ya habia oscurecido. Dormit6 la noche en el asiento, disparando a la oscuridad cada vez que se levantaba de su duermevela. No esperaba hacer es0 © una noche més, las autoridades ya debian estar coordinando el regreso pues, una vez mas, como tantas veces, el huracén se habia desviado antes de Hegar a la ciudad. Como George, como Mitch, Ja iltima ver. Cuando desperté, el sol marcaba su rostro con el disefio de una rejilla. Levanté la malla contra mosquitos que habfa bajado en algtin momento de la madrugada y sintié una repentina fragilidad. Donde antes estaba su barrio ahora habfa una enorme laguna que se habfa tragado aceras, auto- méviles y los pocos desechos de la tormenta. El agua brillaba, con el refiejo del sol de la mafiana, como un gran espejo dorado. Salié hacia el corredor y vio que el agua cubria la puerta de entrada, Cuando bajé, el agua le llegé hasta las rodillas. Vadeo por los distintos cuartos, las sobras del dia anterior que habia dejado sobre la mesa del comedor estaban cubiertas de moscas. Con cierto esfuerzo abrié la puerta de la refrigeradora, de in- mediato le asalté el olor a cosas descompuestas. ‘Tomé el frasco de la insulina y vio que el Ifquido, antes transparente, estaba’ opaco. Quiso estampar el piso con su pie, pero el agua sélo dejé que bajara torpemente en direccién al suelo. Caminé hasta el teléfono, la linea estaba muerta. Mierda, mierda y nuevamente més mierda. Una ver, arriba abrié el cajén de su cémoda y tomé el fras- co de Versed; partié cada pastilla en cuatro. En el trayeeto de subida habia calculado que si su metabolismo funcionaba en E t ee eee Bosori 39/ 39 el equivalente a neutro, necesitarfa menos insulina y tendria més posibilidades de sobrevivir. No estaba loco, no queria mo- rir, Ya que no se habia ido y ni siquiera habia considerado esa opcién, le tocaria esperar que Negara ayuda. Su carro, un Buick Skylark del 76 estaba parqueado afuera, pero no lo habia ma- nejado en 26 afios. Aunque hubiera intentado hacerlo, con la poca vista que le quedaba, ,a dénde hubiera ido? No habia na- die que conociera que siguiera vivo. Ademds con una sola ruta de salida de la ciudad que conducia a Tejas, ni siquiera se lo planteé como posibilidad. Habia prometido, hace muchos afios, nunca volver a ese estado maldito y nada lo podria disuadix. La ultima vez que habia ido fue para recoger los cuerpos de sus dos tinicos hijos y habia estado patesndose el trasero los Gltimos treinta afios por no hacerle caso a su amigo Domingo Mudo que le habia dicho en incontables ocasiones que la tinica regia inamovible del Sefior era que nada bueno ocurria jamas en Tejas. Y eso que Domingo era tejano, de Galveston; como Debié oponerse al viaje de Marvelina, Beaux y Patricia a Ja casa de la hermana de su esposa en Tarpon Rodeo. Pero, 4a quién, en su sano juicio, se le hubiera ocurrido que sus hijos podrian morir ahogados en la mitad del desierto? Desde que eso ocurrié, Marvelina, la esposa de Chef, habia buseado todo tipo de explicaciones misticas a lo sucedido. Chef no se habia ‘opuesto a ello, si Marvelina encontraba paz, él la apoyaba. La queria y hubiera hecho cualquier cosa para que volviera a dor- mir y a sonrefr, Pero debfa reconocer que la fe no habia mejora- do las cosas para ninguno de los dos. Chef estaba convencido de que la gente en su conjunto siempre estaba equivocada, por eso no crefa en la religiGn organizada. Crefa més en el alivio que procuraba blasfemar que orar. No as{ Marvelina, que nunca desistié en su intento por convertir a Chef. La tinica condicién no declarada que él se auto impuso fue dejar la muerte de sus hijos fuera de la discusién y por eso, cuando su esposa quiso persuadirlo de que ellos fueron escogidos por Jess para un propésito mayor, comenzé a beber. Sus hijos, de quince y die- ciséis afios, habfan salido con su madre a una laguna cercana 40/ Gawnista ALEMAN a media mafiana; y, una vez en Dark Moon Creek, la habian convencido de que los acompaiiars en el bote de su tio aunque ella no supiera nadar. Hacfa calor y Beaux se habia lanzado al agua y, como tardaba en salir, Patricia salté dentro para ver qué ocurria. Ninguno volvié a salir. Marvelina permanecié sola en el bote—quién sabe haciendo qué, nunca lo conté— por mas de cinco horas. Cuando su hermana se preocupé porque no re: gresaban, llamé a su esposo para que fuera a buscarlos. Fue él el que la encontré con insolacién y desvariando en la mitad del lago, La policia del condado fue la encargada de la busqueda y el forenze el que hablé, al hacer el reporte, de los calambres. Lo siguiente fue puro Marvelina. —Fue el destino, ze6mo pudo Patricia tener un calambre en el mismo exacto lugar que Beaux? En algo también debié influenciar el sermén del reverendo que oficié las exequias y su mencién a los tortuosos y misteriosos caminos del Sefior. La suya, de persuasién presbiteriana, fue Ja primera congregaci6n a la que se unié Marvelina: El sendero de los verdaderos creyentes. Luego le seguirfan siete mas; la liltima que recordaba Chef, de tendencia anabaptista, era: Los soldados del ejército del Sefior. Debi¢ quedarse dormido mientras partia las pastillas porque se levanté sobresaltado, sudando y con escalofrio, No recordaba si se la habia tragado y tomé uno de los pedazos regados a su alrededor, en caso de que no lo hubiera hecho ya y se lo metié a la boca. La pastilla se quedé pegada a su garganta y cuando quiso pararse para buscar agua, le falté energia. “Cofto, seguro que ya me habia tomado una”, pensé con la pastilla pegada a su paladar. Traté de formar saliva para que pasara, si no se” atragantarfa y no iba a dejar que eso ocurriera, Otra muerte ins6lita en la familia serfa aceptar el destino del que tanto ha- blaba Marvelina y no estaba dispuesto a hacer eso, No crefa en el destino; sélo en la suerte, en ella sf. ¥, aunque habia apren- dido tarde, sabia cortejarla, Intuia que a la suerte le iba bien un buen rifle cargado al lado, Luego de toser y que pasara la pastilla, se paré; logré llegar hasta el asiento junto a la venta- = Bosors 39/ 4x na. Se desplomé dentro de 61, mientras se recuperaba, cerré los ojos. Cuando los volvié a abrir vio, del otro lado de Carrolton, a un grupo de muchachos que intentaban atravesar el agua con varios televisores y equipos eléctricos a cuestas. No supo si era una visidn o si realmente alguien seria tan estiipide como para estar haciendo lo que hacia. Cerré los ojos nuevamente y, cuando desperté, la luz habia bajado en intensidad, debia ser media tarde, y en vez de un grupo vadeando dentro de la recién formada laguna vio un cuerpo, inflado como un globo descolori- do, descendiendo ‘boca abajo hacia el Mississippi. —Sélo falta un caiman para completar la escena—pens6, sin un minimo de ironfa, ‘Tal vez las dementes historias de Marvelina y las de sus dis. tintas congregaciones no estuvieran tan erradas. Armagedén estaba cercano. Tal vez ya estaba alli, Cuando se volvié a parar, ya oscurecia; no habla comido nada en todo el dia y comenzaba a nublarse su vista. Pens6 que de- bia, por lo menos, beber algo. Caminé al bafio y logré tomar un vaso de agua, a su regreso a la habitacién se derrumbé sobre la cama. Sentfa como si llevara un animal muerto encima, se quité su percudida ropa y se cubrié con una sabana traspasada de transpiracién. Maldijo no haberla cambiado la semana an- terior. Olvidé los rifles junto a la ventana, se olvidé de todo y durmié tranquilamente, pues, dentro de su cabeza, Marvelina Ie sonrié toda la noche desde el techo de su cuarto. Pero su paz terminé al amanecer cuando un ruido lo desperté; el sonido ve- nia del piso de arriba y era vagamente familiar, eran las ratas de] tico. Por lo menos no era un ladrén, —Cabronas sarnosas, ni hoy me podian dejar en paz —profi- ri6 con una voz apenas audible, No entendia cémo podian seguir vivas alld arriba: no habia ventilacién, ni agua y, bajo el techo, Ia temperatura debia ron dar los cincuenta grados. Tenfa varias hipétesis pero la que més le gustaba era que el calor més su alimentacién (compues- ta por toda la basura que habia acumulado en cuarenta aiios), habfan logrado reconfigurar el ADN de los roedores. Arrojé 42/ Gapnieta ALemAN las sdbanas a un costado y dejé al descubierto su desgastado cuerpo de ochenta afios. Estiné el brazo y tanted, con su mano, Ia mesa de noche. El cuarto estaba completamente a oscuras. ‘Tomé un cigarro apestoso que habia estado scariciando entre sus encias en Jos dias anteriores al huracdn y Jo Hevé a su na- riz, Bl tabaco barato, comprado en el Rite Aide de Carrolton hace una semana, era realmente malo. No hubiera dado ni dos centavos por él hace veinte afios pero, por el momento, era lo tinico que tenia. Mordié la punta y escupié el maloliente talén a un costado; encontré una cerilla y lo prendié. Ni él mismo en- tendia cémo podia saborear algo tan nefasto para los sentidos, sus niveles de exigencia debian encontrarse por los stelos. Le sobrevino un ataque de tos, que despert6 toda la flema que se habia acumulado en sus pulmones en los altimos dias, y formé un pegote con la mucosidad que escupié en la misma direccién en la que arrojé la punta del cigarro. Esta vez con menos for- tuna, El escupitajo aterrizé en su antebrazo, lo que no le mo- lesté demasiado. No se dio por vencido y aceroé el cigarzo a sus labios ¢ introdujo ol taco de hojas secas a su boca. Inhalé. Al exhalar con gran dificultad, evalué su situacién. No estaba en mejores condiciones que las ratas sélo que ellas tenian mas posibilidades de sobrevivir que 61. Pensar en salir de esa era casi como tratar de imaginar que se podria hacer una gallina uniendo un montén de plumas. Siguié fumendo y hasta logré olvidar el sabor del tabaco. Bly las ratas eran lo tinico que quedaba vivo en esa casa. Ely sus recuerdos y las ratas devorndolos. {Cudnto habrian logra- do destrozar? La tiltima vez que habia estado arriba fue cuando subi6 las pertenencias de su esposa al Atico, varias semanas después de su muerte, No quiso entregarlas al Hjército de saiva- cién para que las pusieran a la venta. El recuerdo de Marvelina no era material de tienda de segunda mano; aunque ella, de eso estaba seguro, hubiera querido que él donara sus cosas a la caridad. A fin de cuentas, Marvelina era un soldado en el ejér- cito del Sefior; pero él no estaba enlistado en esa legién. No, él no; él habia decidido formar su propia milicia. La inicié yendo i é BosorA 39/ 43 una tienda de armas y comprando varios rifles que habia uti- lizado por primera vez en esa oxcursién al dtico, donde habia descubierto que sus cosas y las de sus hijos formaban, quién sabe desde cusndo, un paté hediondo leno de hongos mezcla- dos con polvo de estrellas. Bso decfa Marvelina de la tierra, que era sélo el remanente de un largo viaje intergaléctico. Polvo de estrellas, Exasperado con su descubrimiento, pated una de las cajas y, al hacerlo, ésta se partié y de ella salié un desaforado chorro de ratas que inmediatamente se regé por el cuarto. Fue su primer encuentro con los roedores que hab{an canjeado el aire libre por esa habitacién ena de papilla ilimitada. Chef bajé, abrié el armario, tomé varias cajas de municiones y los rifles y, durante buena parte de la tarde, disparé hasta agotar todos sus cartuchos. Cuando lleg6 la policia, alertada por los ve- cinos, abrié la puerta de la casa con una gran sonrisa en los la- bios. —Estuve cuidando de un asunto personal —les respondi6 cuando indagaron sobre los disparos. Cuando subieron encontraron, dispersos por el cuarto, los cuerpos de los roedores, aus cerebros y entrafias decorando las paredes del dtico. E] cigarro se iba consumiendo irregularmente y la tempe- ratura comenzaba a trepar en la habitacién, Io que distrajo a Chef lo levé a reflexionar sobre la posibilidad de abrir la ven- tana del cuarto, Con el agua estancada alrededor de la casa y el calor en aumento, los mosquitos debian estar prosperando. Ninguna brisa soplaba afuera que pudiera refrescarlo adentro, de eso estaba seguro, nunca habia brisa en agosto. ¥ ya comen- zaba a filtrarse por las distintas rendijas de la casa, el hedor a podrido de afuera. No intenté pararse y se despreocupé de las ratas. E] tiempo pas6. El agua sonaba agitada abajo, alguien debfa estar atravestindola. Intenté pararse y lo logré con gran dificultad, se arrastré hasta la ventana, quiso abrirla para ver quién merodeaba afuera, pero no pudo. El piso era como una pista de patinaje. Su garganta estaba seca, apoydndose en la pared llegé al bafio. Se senté en la taza, intenté recoger el vaso 44/ Gasnista AtsmAn que estaba en el suelo y —en algtin momento— exhausto, de- sistié. Levanté con gran dificultad una pierna y luego la otra y entré dentro de la tina. Se agarré de los filos y se dejé caer torpemente; una vez dentro abrié la boca y bebié, lo hizo con los ojos cerrados: el agua le sabia a aceite de ricino tibio aunque le procuré cierto alivio, Recordé una época en que la tinica agua que bebia era de color mbar y sabia a bourbon. Ese recuerdo, quizé, le hizo relajarse. Tomé una larga y prolongada meada dontro de la bafiera de patas de felino, A pesar de su préstata delictuosa, que le escatimaba uno de los pocos placeres que atin Ie eran permitidos, pudo sentir el placer de una vejiga comple. tamente vacfa y sonri6. —Por la gran puta, mira lo que fui a hacer, me meé dentro del agua de beber —pensé, riéndose de sf mismo. Se estaba bien ahi. Si asi terminaban sus dias, no Je parecia mal. {Qué sabia é1? A lo mejor bastaba con eso para estar en paz. Una buena meada y la conciencia tranguila. Pensé que a Marvelina le habian escatimado hasta eso porque ese dia, de eso estaba seguro, la suerte tomaba un shot de tequila en la esquina, sin que a Marvelina le importara un bledo. Si no las cosas hubieran ocurride de otra manera: Newton Bentley, de diecisiete afios, no habria caminado con una pistola semiau- tomética en sus manos, ocho paquetes de herofna envueltos en papel aluminio y un niimero indeterminado de pastillas ile- gales en sus bolsillos y su torrente sanguineo, mientras ella cambiaba una lanta pinchada en la misma calle por la que él bajaba. ‘Al sacar sus brazos de la tina, éstos cayeron como fideos so- bre cocinados a sus costados; su dedo mal curado tenia el color’ de una cirucla pasa descompuesta. Cerré los ojos e intenté le- vantar una pierna para salir de la bafiera, cuando los volvi6 a abrir pensé que se habia equivocado, era de noche y la oscuri- dad se lo habia tragado, como el agua a la ciudad. La turba de ratas se ofa mas cerca, faltaba poco para que acabaran con la divisin que separaba el piso de arriba del suyo. Le parecié que refrescaba, tal vez habia vuelto la luz y el aire acondicionado i £ i Bosork 39/ 45 volvia a funcionar; flexioné las piernas para bajar su torso y poder beber del agua viciada, Oyé pisadas abajo, tal vez habia vuelto Marvelina, Intent6 incorporarse y luego recordé que eso era imposible. Antes de hundir su cabeza totalmente dentro del agua pens6 gue nunca habia hecho algo para evitar que cayera Ia noche. Ciaupia AMENGUAL Cla Amen (Monevite, 1969) edcors pblin 1 fe 20m cin de ran Ee 4 Abogory oo en Cale de TaducresPblos Unig, Cat a Lien en Ler de a end de irene eal invent cys et dlr an sd pblcdor presetdor en congress merce tle of dele lbenno patel (Boon ‘ins, 20005 owen + brian de eat Li, 2102); Le elo oc patel mal Bros Br, 2003). En 2003, ke fae otorgnda ui bee po fe Fandiciin Catia puma on Unhenidal Capone de Ma dhidy ena Unveriad feraconal Mentndes Pel de Sacer 2004 paren ll Cong dela Legon ipl ca Rowrio Apt, yen2007 en TV Cones dra Lemp Egatols on Caagen de ld, Colombe Es cons dla evi sal Gol ya ci sos ent lino elo cer an do pbador ocr pee eerie rene Jerid (2000, Punto de Lectura, 2005), Et vendedor de escobas (2002, Pant de Lass 2005), Dele enna (Alege 2005) Mar gue comire Agr, 207), oe ‘nol La de depen Pa, 3005) con un ag toe Larne fo En 2006 a novels Doe lr enn, Ga niga x Masco cone rei Sor ua In de Cr or : ‘Univead de Guna ya Fee nacional el Libro ' deesa dad, En mayo de 2007 integyé una mesa redonda en Ine dal Libro de Buenos Aes con moto de Da de Une iy, Ea ago de 2007 patted en un erento de ‘eo ecto en Calon en d mare del rao Bago Capit Mandl dt Libro st como bln en a Rts del ir de doa yen etal de Lert de Bei, Boca de tormenta Claudia Amengual No he podido dormir desde entonces, unos dos dias, ereo. Estaba do guardia cuando llamaron para avisar que el nifio habia des- aparecido. Darfo me pidié que le dejara terminar su merienda, pero yo insisti en que debiamos salir enseguida. Tuvimos una pequefia discusién. Nada importante, Somos distintos y estamos habituados a ver las cosas desde angulos opuestos, Estos meses de trabajo juntos han sido suficientes para amoldar nuestras discrepancias en un afecto sin prejuicios. Por eso estoy seguro de que somos amigos. No tiene gracia juntarse con los iguales, Esa tarde habia lovido hasta el hartazgo. Un aguacero espe- 0 que empezé al mediodia y se extendié sin tregua durante ho- ras. Mi mente estaba puesta on Lucas, que volvia del interior. El émnibus levaba una hora de retraso y no tenfamos noticias. La madre se opuso a que viajara tantos kilémetros para jugar um partido de fiitbol, pero yo insisti e incluso oculté mis propios miedos. Ahora, a la luz de esta incipiente preocupacién, sentia nacer un brote de culpa. No estaba seguro de haber apoyado ese viaje por los argumentos que entonces esgrimt. 48/ CuaupIA AMENGUAL Recuerdo que gritamos mucho. Cecilia decia que el viaje era largo, que habia que cruzar puentes y que Ia carretera estaba en pésimas condiciones. Tampoco ella contaba toda la verdad. Ni una vez hablé de cudnto odiaba que Lucas jugara al fiitbol, del daiio que ese deporte habia causado, segtin ella, en nuestra familia. Pero yo sabia. Los dos sabiamos. No habia necesidad de revolver en la miseria de una relacién extinguida hacia tan poco. Aquella discusién estuvo lena de segundas intenciones Cecilia se puso agresiva y yo me defendi como mejor sé: con iro- nia. La descontrola, pierde el hilo y sus argumentos se vuelven Aébiles. Nos conocemos de sobra porque alguna vez nos ama- mos. ;Adénde habré ido a parar tanto amor? No jugué limpio esa vez. Hablé de castracion, de miedos propios, de inseguridad. Le grité que iba a volverlo maricén. Pura psicologia barata. Llegué al extremo de amenazarla con sacdrselo. Eso fue una bajeza. Yo no podria cuidar de Lucas como ella; pero se lo dije, en el calor de la discusién se lo dije y vi cdmo pasaba del rojo a un pélido enfermizo, Se serené de golpe y me pidié que habléramos con calma. Tuve una ambi- gua sensacidn de triunfo y vergtienza. La discusién se esfumé en unas cuantas palabras huecas que dijimos por obligacién, pero ya estaba decidido. Cecilia protesté un poco para salvar su dignidad. Habfa miedo en su voz. Un miedo que yo no sa- bria explicar, Hace unos meses que me fui de casa y nunca he sentido la desesperacién que habia en su mirada. Me alcanza con ver a Lucas dos o tres veces a la semana, sin horarios jos, como convinimos. Pero Cecilia parecié morir apenas le sugeri Ja posibilidad de alejarla del hijo. Autorizé el viaje y yo me tragué las ganas de decirle que a mi también me daba miedo" la carretera. Fuimos todo el camino sin hablar. Darfo manejaba y yo trata- ba de buscarle una punta a la historia que me alejara de mi preocupacién personal. Querfa que aquello no se pareciera en BosorA 39/ 49 nada a m{, que estuviera lo més lejos posible de mi vida, que no me recordara a Lucas. En el mejor de los casos, quizA me ser- virla para distraerme mientras Ilegaba el Iamado que estaba esperando con creciente ansiedad. Pero habia tantos puntos en comin, malditas coincidencias que ee empecinaban en dirigir mis pensamientos hacia donde mas ardian. Dario prendié la radio. Para cortar la incémoda espesura del silencio, supongo. Se lo agradeci sin palabras; traté de concentrar mi atencién en el paisaje que se me deslizaba ha- cia atrés con un vértigo mareador. Todo me recordaba a Lucas, a Lucas y al nifio perdido. Lucas en el auto de al lado. Lucas en un jardin. Lucas en un seméforo. El nitio perdido tenfa la cara de mi hijo, Comprobé que mi celular estuviera encendido. Me moria de ganas de lamar a Cecilia, pero me contuve. El estdpido orgullo me contuvo. La imaginé desesperada, maldiciéndome, odigndo- se por haber sido tan floja. Pensé en mi pobre Lucas. Me costa- ba aceptar que hubiera usado a mi hijo para ganar una pulsea- da absurda. La culpa me estaba matando, Queria llegar cuanto antes para distraer mis pensamientos de aquella oscuridad a la que se empecinaban en volver. Dario apreté el acelerador como si hubiera olido mi ansie- dad. Prendié un cigarrillo y me extendié la cajilla, Dudé. Hacia varios dias que no fumaba. Pensé que sin Lucas no tenfa sen- tido el esfuerzo, Nada tenia sentido. Golpeé uno contra la pal- ma de la mano y me demoré en encenderlo, La primera pitada me devolvié algo de serenidad. Una minima sensatez que me indicé lo desproporcionado de mi preocupacién. Me torturaba porque sf, con una dosis de masoquismo que, quid, intentaba lavar culpas. —iCudnto falta? —pregunt —Estamos cerea. {Nunca eubriste una nota en la usina? ‘Negué con la cabeza. La usina era un vertedero de basura. Un terreno amplio adonde Hegaban los camiones recolectores a volcar la carga. Habia escuchado cosas espantosas de ese lugar: nifios mordidos por ratas, heridas causadas por los vidrios que 50/ CLAUDIA AMENGUAL iban mezclados entre los desperdicios. Pero nunca me habia tocado ir. No hacia mucho que habia dejado mi tarea de poriodista do- portivo, Crei que era una vocacién, al principio, pero terminé por cansarme, Salfa a primera hora y terminaba cerca de la madrugada con un progratna en la radio. A veces, surgia algtin viaje que me ausentaba por dias, Durante la semana trabajaba ocho horas diarias, pero sébados y domingos eran los momen- tos de més tarea. Cecilia iba al parque con Incas, almorzaba con los padres, me reprochaba la soledad. Pero era mi trabajo, de él comiamos y me gustaba. Como todo, el dafio estuvo en el exceso. Cuando volvia a casa, vivia prendido a la televisi6n, tratando de pescar alguna jugada que me permitiera elaborar un comentario brillante para el dia siguiente. Vivia del fit- bol, hablaba sdlo de fiitbol, pensaba todo el tiempo en el fiitbol, Estaba intoxicado en un afan de ser el mejor en lo mio. Cecilia se cansé y se buseé un amante de lentes gruesos, con aspecto de padre de familia. Me dolié la hombria cuando me Io dijo sin predmbulo. Me dolié, pero con el tiempo pude entender- la. Hice un esfuerzo initil para recuperar lo que quedaba. Ella se negé con una firmeza admirable, No confié en mis promesas de cambio e hizo bien, Dejé el fitbol, pero acepté este trabajo de cronista policial que me saca a cualquier hora de la cama, me tiene a los saltos entre cad4veres y tiroteos y, como nada en el mundo, nada, me apasiona hasta el delirio. Aquello parecia una pesadilla, Por unos momentos, Lucas se” desvanecié y quedé alelado ante aquel panorama que Dario me presentaba, Parecfa disfrutar con mi sorpresa. Dej6 pasar unos segundos para saborear el efecto y me hizo sefias de que subie- ra el vidrio, Se sacé la alianza y puso la billetera debajo de la alfombrita de atrés. Lo miré y sonrié con una cierta superiori- dad que me hizo odiarlo por un momento. —La usina —me dijo, como si fuera un guia turistico. Bogor 30/ sr “Dios mio”, pensé, pero largué un “A la inierda!” que me pa- recié més adecuado a mi agnosticismo. Dario refa y encendia otro cigarrillo. —Dale, baja. Debe de ser ahi, donde est la gente, Pero de qué gente me hablaba este soberano imbéeil. Lo tini- co que habia eran espectros moviéndose como autématas entre la mugre. Una mugre compacta que se elevaba en una montaiia, de varios metros, como wn pequefio cerro crecido en la ciudad. Una mugre heterogénea de latas, vidrios, cartones y desperdi- cios. Una montaiia de porqueria humana sobre Ia que trepaban seres diminutos, nifios, supongo. Hurgaban desesperados, rom- pian bolsas, puteaban con impunidad al aire cuando algo los lastimaba. A quién le importaba ese grito. A quién le importa. ‘Quién sabe que este mundo afuera del mundo existe. Quién se va a creer el cuento de que hay nifios comiendo de las sobras jezcladas con pafiales cagados, Pafiales de otros nifios, mas, fios que ellos. Porque a éstos les han robado la infancia. Dario me empujaba hacia el pequefio tumulto que se habia armado a unos metros de alli. Yo no podia sacar los ojos de la montafia, Treinta y siete afios en la misma ciudad y venia a desayunarme de esta crudeza como un perfecto extraterrestre. Nos acereamos hasta un agujero de unos dos metros de diéme- tro. Una boca de hormigén desde la que partia un cafio igual de ancho, una boca que parecia querer tragar la cafiadita que venia a desembocarle en la entrada. Pero también alli, donde debié haber agua, también allf campeaba la basura. Me Ia. m6 la atencién la montonera de envases plisticos. Supuse que adentro habria miles, millones y recordé cuénto mas sabrosa es el agua en vidrio. Me vino sed. Hubiera pagado buen dinero por una botellita empafiada, bien fria; pero alli no habia lu- gar para placeres. La existencia parecia reducirse a sobrevivin, nada mas, Cuando miré los zapatos ya era tarde. Estaba metido en un barro verdoso hasta la altura de los tobillos. Iba a despuntarme el asco, pero me distrajo ver gente descalza que pisaba aquello con tanta naturalidad como si fuera una alfombra, Tampoco 52/ CLAUDIA AMENGUAL el olor parecfa sorprenderlos. Era un olor espeso, un aire des- compuesto. Me pregunté si esa gente habria pasado alguna ver los umbrales de la usina, si sabrian de las Torres Gemelas, de las encuestas politicas y las estafas bancarias. Me pregunté si conocerfan el mar. Darfo se acereé sin dudar a la mujer correcta, No sé e6mo lo supo. No 86 emo se abstrajo de tanto horror y pudo concentrarse. Después me dijo que habia estado ahi varias veces; era cuestin de costumbre. La mujer no oraba, pero tenfa los ajos desorbita- dos, perdidos en algin punto del agujero, Darfo preparé la cama- ra y, como yo no atinaba a nada, hizo la primera pregunta. —{Cémo fue? No sé qué contesté en ese momento. Estaba demasiado ocu- pado tratando de no desmayarme. La gente comenzé a apretar- se en torno a nosotros. Algunos me rozaban con la piel sudada, me obligaban a sor uno de ellos mezclindome en su olor, me- tidos todos en Ia misma fetidez. Nos miraban con una cierta esperanza, pero también con recelo. El nifio jugaba en el baldfo contiguo a la boca de tormenta, cer- ca de la montaiia de basura, Habian armado una canchita y construido un par de arcos con palos y piedras. Ahi pasaban gran parte del dia mientras esperaban a que llegaran los ca- miones. Entonces, apenas ofan los motores, se preparaban para saltar a la montafia. Es cuestién de legar antes. El primero se Heva lo mejor, nos dijeron. Aunque una vez alguien encontré una cuchara de plata después de que todos habian sacado su tajada, Pero fue una excepcién. En general, los primeros minu- tos son los mas productivos. Sobre todo por la comida. Hay gen- te que tira comida, incluso en bandejitas sin abrir. Todo sitve. ‘También hay frutas. Y carne, Una sefiora nos conté que ella la lavaba y se la daba a los hijos. Para tener esa suerte, habia que estar atentos, Saltar en cuanto el camién descargaba y tener cuidado de no quedar aplastado por la basura. Bosors 39/ 53 Pero hace dos dias, justo cuando Lucas volvia del interior, tuvimos una luvia infernal. La cafiadita que venfa de no sé dénde ¥ se metfa en la boca de tormenta se transformé en un riachuelo correntoso. Ellos sabfan que no habia que entrar cuan- do llovia, pero la pelota se les fue y el nifio no lo detuvieron, El valor de la vida es distinto al piden permiso para cruzar la calle. Pordié pie apenas entré al cafio. Dicen que se resbalé y que Ja corriente era fuerte. Alguien le tendié una mano y Jo tuvo asi por varios minutos hasta que se desprendi6. Fue un vecino. Nos dijo que tenfa doce afios, pero parecia de nueve. Con esa flacura, debe de haber hecho un gran esfuerzo para aguantar alotro. Parece que el nifio sonrié hasta el final, No tenia miedo. Incluso parecia divertirse. Gritaba que estaba bien, que tiraran un poco més. Que un poco més y salia, Pero el flaquito no pudo ¥ elnifio se fue junto con la porqueria que arrastraba el agua. Eso habia sucedido hacia una hora y ya estaba oscureciendo. Sond mi celular. Me sent{ ridfeulo. Para Biisa, en medio de tanta desolacién, parecia una burla. Pedi unas disculpas que nadie oy6 y me retiré unos metros. Era Cecilia; estaba histérica, El émnibus de Lucas no habfa legado y los padres empezaban a inguietarse en la puerta del colegio. Traté de calmarla, pero debo de haber sonado poco convincente porque se puso a llorar ¥ me pregunté si estaba borracho. También yo estaba preocupa- do, es sélo que me costaba identificar las sensaciones. Me llamé insensible, egoista. Me dijo que siempre la habia dejado sola, que ni siquiera me habia animado a entrar al parto. Yo hubiera querido decirle que estaba equivocada, que Lucas me impor- taba tanto como a ella, pero no pude. Le supliqué que me lla- mara en cuanto tuviera noticias. No sé si me oy6. Volvi. La mujer parecfa estar aflojando, salir dela conmocién y empezar a tomar conciencia de lo inexorable. Miraba a uno de los bomberos que resurgia del cafio, guiado por una cuerda que 54/ CLaupra AMENGUAL Je sostenfan unos compafieros. Hizo un gesto negativo y otros dos se prepararon para entrar. Llevaban unas varas largas y botas altas. Uno comenté que la basura era tanta que podian caminar sobre ella. La policia, mientras tanto, tomaba declara- ciones. Al rato, llegé una ambulancia y se detuvo a unos metros, sin sirena, pero con las luces encendidas. Un detalle bastante cinematogratico, por cierto. Ahora, el recuerdo de Lucas habia vuelto a instalarse on mf. La realidad circundante era tan tenebrosa que destruia cualquier intento por convencerme de que mi hijo estaba bien. Pensé en Cecilia. fi] la estaria abrazando en este mismo mo- mento, consoléndola con palabras dulces, las mismas que yo nunca supe decir y que ella me reclamaba, BJ estarfa ocupan- do mi lugar, como ocupaba mi lado de la cama. Y yo, ahi, en esa soledad abrumadora, pendiente de la vida de un hijo ajeno, mientras me dejaba levar por la certeza de que aquella madre nunca Io volveria a ver Caf en la cuenta de que se habia vuelto de noche cuando se encendieron los focos de las cdmaras. Aquel lugar olvidado pa- recfa regresar a la vida de Ia mano de una desgracia. “Siempre es lo mismo”, dijo un hombre a mi lado. “Se acuerdan cuando las papas queman”. Lo miré. Le quedaban algunos dientes a los costados y tenfa la piel tostada. Parecia viejo, aunque habia una luz en los ojos que me recordé a los mios. Intenté una pre- gunta, pero me espanté con un gesto enojado, como si yo fuera un insecto. Una nueva expedicién de bomberos emergié dela boca, Esta vez trafan linternas. Nada. Las manos vacias y caras de can- sancio, Parecian venir del infierno. Se apagé el murmullo y * quedamos congelados en un silencio aterrador. La mujer ya no preguntaba y se dejaba abrazar. Alguien que estaba a car- go avisé que se suspendia la biisqueda hasta la mafiana si- guiente. Entonces estallé una griteria desaforada, como un largo trueno, Las cdmaras se volvieron hacia un grupo de gente que increpaba al jefe de bomberos. El hombre se defen- dia con argumentos ldgicos que sonaban a nada. Una mujer i Bosora 39/ 55 le grit6 si no tenfa hijos y obtuvo, por toda respuesta, un “sf” avergonzado. Sentf crecer el pénico. A medida que Iss Iuces se apagaban y los equipos de rescate se iban retirando, la boca de tormenta parecia crecer, expandir su oscuridad, devorar el entorno, tra. garnos. Corri hasta donde se encontraba el jefe y le pregunté por qué. —No puedo arriesgar a mis hombres. El nifio esté muerto, ‘Me separé de él sin contestarle. Debi haberle hecho otras preguntas, debi liaber insistido. Pero la palabra “muerto” re- tumbaba en mi mente con la persistencia de un mal aguacero. ‘Muerto, me repetia, muerto, El nifio esta muerto. El nifio esta muerto. Mi nifio, mi Lucas. {Dénde ests? Intenté llamar al celular de Cecilia. Apagado. Sentia el cora- zn galopar, me faltaba el aire. Dario me pregunté si estaba bien. Le dije que necesitaba agua, que me diera agua, por favor. —Dale, vamos. No podemos hacer nada més por hoy. Date una ducha, descansé y mafiana volvemos. ;‘Te dejo en tu casa? Le pedi que me Ievara al colegio. Entramos por Ja callecita estrecha. Miré los tilos frondosos, perfumados y las casas enrejadas, con alarmas y perros. Me lWamsé la atencién que no hubiera autos. No di tiempo a que Dario estacionara y corri hasta el portén. El guardia me hizo sefias desde lejos. Demoré unos minutos en salir, Unos minutos que se me hicieron una eternidad. Se acereé con una sonrisa, ajusténdose los pantalones. —Llega tarde —me dijo—. Vinieron hace como una hora. Parece que el dmnibus tuvo un pinchazo en plena carretera. Lo hubiera besado. Le dije “gracias” tantas veces que habré pensado que estaba loco, o algo ast. Corri hasta el auto. Sonrefa. No podia evitarlo, ‘Toda la tensién acumnlada durante esas ho- ras desvanecidas en una sonrisa nerviosa. Casi una carcajada. Dario reia conmigo. “Estas hecho un viejo”, me decia y yo se- 56/ CLAUDIA AMENGUAL guia riendo, riendo, riendo con nervios, con furia, hasta que la isa se fue esfumando en otra mueca y sent que no podia parar de lorax. Darfo detuvo el auto. Los hombres no soportamos el Manto. Alguien nos hizo creer que es signo de debilidad, y des- de entonces nos resistimos a dejar escapar las emociones llo- rando. —Ya esta. Ya lleg6, Todo bien, hermano. ‘Trataba de tomar aire para calmarme, pero me venfa una oleada de angustia y otra vez el manantial aquel me desbor- daba, Bajé. Me apoyé contra el auto y respiré profundamente varias veces. Dario se puso a mi lado con su eterno cigarrillo entre los labios. Estuvimos asi varios minutos. Le agradeci la silenciosa compaiifa. Poco a poco encontré el ritmo de la respi racién hasta que me serené. Estaba agotado como si me hubie- ran dado una paliza. —Yogua de mierda —fue lo primero que dije. Llamé a la casa de Cecilia. La casa de Lucas. Mi casa. Me atendié ella y esperé pacientemente a que terminara de insul- tarla, Entonces dijo la estupidez de siempre: que no pensaba que Lucas me importara, que lo habia criado sola, que no habia querido molestarme. “Yegua”, le repetia, “yegua”. Dario me ha- cia sefias para que me calmara. Pedi para hablar con mi hij “Est durmiendo”, me dijo y colgé. Di varias vueltas alrededor del auto. Pensé en aquella mu- jer que me habia enamorado. Pensé en su dulzura. Pensé que alguna vez consideré Ja posibilidad de volver. Pero ahora lo veia claro. Ya no quedaba ni una gota de aquel amor. En su lugar, habia resentimiento, ¥ un hijo. Un hijo al que necesitaba abrazar. —Dario... Ie dije, como un nifio que va a pedir permiso para hacer una travesura, Me miré de costado. Ya me conocia. Nilo sueries —aijo. —Entonees, prestame el auto. —Pero, jestas loco? —Si no voy, me da algo, gentendée? Bosot 39/ 57 Apag6 el pucho con el zapato. Suspiré, Lanzé una puteada carifiosa y entré al auto, —Dale, subi de una vez. Solamente yo te hago caso, solamen- te yo. Bajé las ventanillas y dejé que el viento entrara en réfagas durante todo el trayecto. A a diez de la noche Hegamos a la usina, Darfo se quedé en el auto. Necesitaba dormir: Traté de no hacer ruido al cerrar la puerta y caminé, Habian roto la cinta amar lla de proteccién y se amontonaban en torno a la boes. Eran, en su mayoria hombres, pero también habia algunos nifios pulu- Jando como mosquitas de la fruta. La mujer se mantenia de pie Las otras todavia la abrazaban. Me pregunté qué buscaban sus ojos en la oscuridad del agujero. Miré hacia el cielo. Tampoco yo sabja qué buscaba allf. La luna era una luna imperfecta con un halo de agua que le velaba la luz Se sorprendieron de verme legar. Algunos se mostraron in- cémodos, como si yo fuera un intruso que intentara robarles el derecho al dolor. ¥ lo era. Me quedé quieto, sin atreverme a dar un paso. Alguien comenté bajito que se venta més Iluvia. La mujer no se inmuté, pero una de las que Ia sostenfan dejé escapar un suspiro y dijo algo acerca de las ratas, Estébamos paralizados. Esperando nada. Un milagro, quiz. Que el nifio surgiera de la boea, como un héroe de leyenda. Pensé en Lucas en su cama, calentito, leno de besos, con miles y miles de horas doradas por delante. Un viejo se acereé y me susurré que estaban preparando una cuerda, que necesitaban brazos, si queria ayudar. Lo segui, Bordeamos la montafia hasta un ranchito levantado con cha- pas y cartones. Adentro habia luz. Los otros se sorprendieron al verme, No tuve miedo, Pensé en la cara que pondria Dario. Me adelanté y dije mi nombre, Me miraron con algo de despre- cio y comentaron que ya estaban terminando. Habian trenzado 58/ Ctavora AMENGuAL una cuerda gruesa, de unos setenta metros. Iban a entrar. Les faltaba luz. —De eso mo encargo yo —les dije y vi cémo la desconfianza daba paso a una solidaridad nacida de la desgracia. Ayudé a cargar la cuerda que pesaba una enormidad y vol- ‘vimos a la boca, Corri al auto. Dario habfa reclinado el asien- to del acompafiante y roncaba en el més dulce de los suefios. Apenas refunfufié cuando puse el motor en marcha. Habré pen- sado que nos fbamos. Enfilé hacia la boca, me acerqué todo lo que pude y encendi las largas. Dario se incorporé con dificul- tad. “Qué hacés?”, grité, pero yo ya habia bajado y me estaba remangando los pantalones. El viejo aplaudi6 y otros lo imitaron. Creo que la luz nos devolvié por un momento la esperanza. La mujer me iird y yo quise suponer que me estaba dando las gracias. Le sonrei. Hubiera querido prometerle otra cosa No puedo definir el miedo, pero sé exactamente qué es. Dejarse tragar por la boca hacia un destino que sélo puede ser el horror ponia a prueba todas mis habilidades de auto- control. Desvié los pensamientos; imaginé un prado, flores, sol; procuré tararear una cancién, pero el sonido de mi voz me incomodaba, Era demasiado chapotear en aquel barro, sin saber qué iba a pisar al prOximo paso, con un olor nau- seabundo que me daba vuelta el estémago. ¥ lo peor. Aquella vara que cada hombre Hevaba, con la que pinchaban aqui y all4, buscando Ja carne blanda del nifio sepultada entre la mugre. Anduvimos todo el largo de la cuerda y un poco més, hasta donde la luz nos permitié. Algunos metfan las manos y revol-" vian sin asco, daban vuelta la basura de la superficie y tantea- ban més abajo. Hundian el brazo hasta el hombro. Yo no me animé, Movia la vara a mi alrededor, rogando que por favor no me tocara dar con el cuerpo. La humedad viscosa se me me- ‘fa por todas partes. Estaba muerto de miedo, del peor de los miedos. Queria langar todo y salir corriendo, desaparecer de aquel lugar maldito. Pero pensaba en Lucas, y en Cecilia, y en Bosor 39/ 59 las horas felices que tuvimos juntos, y en la mujer con los ojos clavados en la boca, esperando..., esperand No 86 cudnto estuvimos ahi. Uno de ellos dijo que habia que salir y nadie dudé. Lo hicimos tan répidamente como la espe- sura de la mugre nos lo permitié. Llené mis pulmones y caf al suelo, extenuado. No tuve valor para mitar a la mujer, Sé que a la mafiana siguiente los trabajos de rescate continua. ron, Darfo volvié a cubrir la nota con otro compatiero. Todavia estan sacando la basura, destapando el lugar, pero puede tomar dias. Mientras tanto, se ha Jevantado una cleada de reproches, Los vecinos acusan a la municipslided por no haber puesto una reja en Ia boca, La municipalidad aduce que los vecinos tiran desperdicios ¢ impiden la circulacién del agua. Los bomberos explican con planos y mediciones que el cuerpo del nitio puede estar en cualquier punto de los cinco kilémetros de la red, atas- cado en algtin codo del caiio 0 entreverado con la misma basura, Pienso en las ratas, Trato de no hacerlo, pero pienso todo el tiempo en las ratas. Desde que volvi del infierno me he bafiado no sé cuéntas ve- ces. No puedo quitarme la sensacién de suciedad. Me restriego 1 piel hasta el dolor. Quiero olvidar a toda costa. Ayer estuve con Lucas, Le di un abrazo prolongado. No que- ria separarme de él. Le olfa el cuello mientras lo abrazaba; siempre me ha gustado olerlo, También le dije cudnto lo queria, cuanto. Me aparté con dificultad y estuvo unos segundos mi. réndome. —Bstas bien, papa? —pregunté, Lo apreté contra mi cuerpo y eso es todo lo que puedo decir. Youanpa Arroyo Pizarro 5 Yolanda Artoyo Parco (Guaynbo, 1970) es novels, ctene ‘stay ensaysta, Hi sido mesecedors de vais premiaclones lcerciasen Argentina, Chile yPaerto Rico. Ha sida excopla ara percenocer al grape Bogoté 39 que recoge umn musta Ae los excites ins significative y dertacados de la acre ‘narrative lvinoamericana. Ha esto ensayos pata lt pig fe de literatura ciudadsevacom, columnas para lt evista virtuale xtalitcos. com. dervas.com, Lteas Salvaje, ltl. com y Nasrativa Poertocriquesas también para lo» pid 08 HI Nucoo Dis, EE Veer de Peart Rice, Clarida y Le Exprnn. Algunes desus eventos confuyen en las piginas de tas revises culcuaes de le UPR Ayal, Revista Parpurs, Proimbulory Tonguas de la UPR, Rio Pledias Bs ators de un libeo de cuentas, Orig delaras (2004), y una nore Premio PEN Club 2006, Zor dacimontador (2003), Realza abajo de eénica cultural dese s blog Boreas en hep! ‘ateaivadeyolands blogspot.com y es coeresponsal de la re vista delreatua puertoerqueta Lemus Murves | Golpedegracia Yolanda Arroyo Pizarro Elamor consiste en que dos soledades se protejan, e limiten y se reverencion, una a la otra —Rainer Maria Rilke. La lucha ha sido dura ¢ incesante. Y por demés entretenida, Aunque suene morboso, la pelea ha acaparado la atencién de transetintes y gente de los alrededores, La veria de la escuela se ha atiborrado de espectadores que se han acercado para ver lo que sucede sobre la acera. Los estudiantes se menean afuera ¥ agitan el metal gritando toda clase vejetos se han quitado los espejuelos p: de improperios. Varios jara ver mejor. Algunos hombres sonrien con la boca dibujada de groserfas, Una ancia- ha, la més canalla, se ha incluido en el pleito aunque guar- dando distancias— tirdndole refrescos, agua y hielo por encima @ las gladiadoras. El sol de Rio Piedra: is se luce en todo su es. plendor, enfocando sobre la tarima improvisada los dos cuerpos aceitosos de sudor y lagrimas. 62/ Yoranpa Arroyo Pizarro Las dos mujeres caen de sobre la acera, a la calle, Se raspan con el embreado y se laceran los codos. Han copado todos los trucos de sucias luchadoras habidos y por haber. Putios, pica- das de ojos, jalones de pelo, laves alemanas, arafiazos. La de Ja pantalla en la nariz sostuvo la cabeza de la rival entre sus brazos por un espacio de tiempo que a mi me parecié infinito, Le apreté el crdneo con dureza. Luego perdié la pantalla en un arranque sin misericordia de la otra mujer, mucho mas volumi- nosa que ella, Esta giré y agité las manos con pezuiias acrilicas, A ésa, la susodicha voluminosa, todo lo que tenia de grande, se le concentraba en el vientre a punto de estallar. Estabas a poco tiempo de entrar a mi vida yyo sin saberlo, Hoy me pare ‘ce que: ha pasado tan poco tiempo y en realidad han pasado varias décadas, Para serte honesta, no silo yo lo desconocta. En realidad nadie sabia que vendriasa rat, Meenteré sin quererpor unade esas histéricas vuellas queda Javide. Quise hacer algo razonable. Algo asi como separar a las dos mujeres que daban tal espectaculo, especialmente porque la voluminosa, la de la panza abultada, me parecia en un estado delicado. Era peligrosa la proeza que réalizaba. Intenté llegar hasta ella, pero la muchedumbre en derredor me lo impidié, Ademis, alguien que se encontraba més cerea que yo de la ver~ ja, cuyo letrero lefa Zona Libre de Armas y Drogas, habia inten- tado mi idea. Se interpuso entre las gatas salvajes, slo para recibir una buena porcién de rebeldes pufietazos, La nariz de la morena alta, ahora huérfana de arete, san- graba y estaba malditamente rasgada y abierta por el medio. Mientras, las palmas de sus manos seguian profiriendo pesco. zas y galletas a la otra, respetando hasta cierto modo la zona” limftrofe hacia el sur, en donde se gestaba otra vida, Pero la otra, Ia corpulenta preiid, no daba guerra sin cuartel. Luego de varias patadas, desgarramientos de pechos, azote de rodi las y cabezazos incluidos, dejé a la contrincante sin la camisa entre vitores y aplausos de la muchedumbre—, tatudndole en la teta izquierda un mordisco que prometia quedarse alli para siempre. f Bocord 39/ 63 Fue cuando intervino la policia, que no hizo mucho, pero al menos desintegré el espectéculo y las intenciones de motin que desde el interior del plantel se iban cuajando entre la descenden- cia de ambas mujeres. Los muchachitos, hijos todos de una y de la otra, amenazaban con vengarse entre ellos mismos. Los biom- bos azules se encendieron, esposaron a las dos y nadie lamé al Departamento de la Familia porque alguna pala consanguinea tenia la mulata, ahora desprovista de un crificio nasal. Al pare- cer no éra la primera vez. que protagonizaba tales menesteres. ‘La campana de la escuela soné y todos, incluyendo a los hijos de las dos mujeres, se tiraron en manada escapista hasta sus respectivas casas. ‘Yo me di la vuelta y regresé junto a los demds consumidores hacia el interior de Ja tiendita de efectos de oficina que ce ha- llaba enfrente, Todos habiamos salido ante la alarma de guerra inminente y como buenos averiguaos, realizamos nuestra ges- ta de observar y comentar Ja batalla. Casi se forma un pleito también dentro de la tiendita, porque obviamente la fila para sacar copias fotostaticas que en amable armonia llevabamos hasta antes del toque de queda, se habia desvanecido ahora, ¥ como buenos hericuas, todos intentamos hacernos pasar por el siguiente a ser atendido, Yo traté de enajenarme del asun- to, una vex comprobado que habia gente de mucha més fuerza fisica antes que yo alli, y a decir verdad, habia sido la tiltima en entrar a sacar las copias. Me hice la desentendida y me re- costé al final del counter, acomodéndome los espejuelos sobre el tabique y abriendo por enésima vez las piginas de Cartas a un poeta, Lef otro poco de aquel libro mientras esperaba mi turno. Me encantaba Rilke, el autor, y su sentido de la estética, y su ingenio para contestar preguntas existenciales a los ojos de un escritor que empieza, pero mi cheque del mes no habia dejado sobrantes para lujos, mucho menos para lujos literarios. Ast que tenia que conformarme copiando algunas paginas del tomo prestado por la Biblioteca Municipal. En ¢s0, dos unracas que esperaban frente a mi se fueron en catarsis, y luego de lamentar el idflico suceso en los perime- 63/ Yoranpa Arroyo Pizarro tros escolares, declaréndose conocidas fijas de alguna maestra incuba de la escuela, decidieron enumerar las més recientes peripecias de las dos contendientes. Que ambas eran flejes ati- dorradas de muchachos pele&ndose por el mismo macho, cuén- dono. Que la panzona iba ya por el sexto hijo de un sexto padre, al cual, al parecer, le pertenecia la mitad del hijo anterior decla- rade “astardo compartido” por alguna corte de barrio salom¢ nica. Que la de la rajada de nariz era hija de una trabajadora social que siempre le tiraba la toalla, en especial cada vex que Servicios Sociales le quitaba los gemelos por aparente venta y distribucién de nareéticos. Que la de la bola en Ja barriga le habia parido el primer hijo a su propio padre, y el segundo se le habia eseurrido de Ja pinga a uno de sus tios. Que el mayor de esos nenes cursaba el tercer grado, en el mismo y propio salén en que se encontraban los gemelos de la narizona mo- quiabierta. Que el bebé més chiquito tena diez meses, y que se lo habia sostenido en brazos la conserje de la escuela para que pudiera meterle las manos ala otra, Se sobreentendia entonces que se habia dejado prefiar en la cuarentena, la muy cohete. Que estaba harta de criar muchachos, que se metia con hom- bres casados, que se habia metido hasta con el director de la escuela en alguna ocasién y se rumoraba que la quinta concep- cién, la pentiltima, se disputaba entre él y un muchachito de cuarto aiio que se graduaba en mayo, eje central del conflicto de faldas de hoy. En fin, todo un poema. Saqué mis copias y me quedé con la intriga. Me picé demasiado la curiosidad. Regresé al dia siguiente. Al otro dia volvi a ver a la panzona machucada y lena de mo: retones en los brazos, golpes que estoy segura no se debian a la pelea de la tarde anterior. Me dio la impresién de que al- guien adicional habia influido en su estado de total desastre de hoy. Yo mascaba un chicle, y me paseaba frente a la escuela en chaneletas metedeos y medias deportivas. No es un atuendo Bosor 39/ 65 tradicional, pero soy asf, media rara y muy introvertida para mis cosas. Apenas me cepillo el poco cabello, lacio y muerto, y jamés camino sin mis espejuelos. Me gusta hacerme dubis con hebillas metdlicas largas y de colores, porque en ocasiones me Jas combino con el atuendo. ‘Tan pronto via la gladiadora encinta me metf a la tienda do fotocopias para disimular, y husmeando me di cuenta cémo atin con su enorme vientre, empujaba un cochecito muy simple y su- cio, Adentro del cochecito un nene de diez. meses se desgalillaba a moco tendido, y una nena como con veinte trencitas multicolo- res, que no pasaba los tres afios de edad, le jalaba la falda para pedirle un dulce. Al sonar el timbre se le unié el resto de la tri- bu: otra nena con uniforme del kinder, y dos varones altos para su edad que parecian integrar los grados primarios. Recogié al grupo, como gallina que recoge a sus pollitos, y alzé el rostro de manera desafiante, en busca de la otra que no habia hecho acto de presencia. Yo me quedé pasmada, pensativa. Me compré una malta grande y una empanadilla de queso y me fui, ‘Al dia siguiente repeti la historia, pero esta vez me llevé una cémara desechable de Walgreens. Le tomé fotos a todos yacada uno de ellos, sin el fash, intentando que no se dieran cuenta, El cielo es azul porque la luz del sol, que es blanca, al legar la atmésfera se dispersa. El sol es amarillo porque éste es el color resultante de quitarle a la luz blanea el componente azul. Conozco en detalle los efectos fisicos de los colores sobre los astros porque en una ocasién en que me daba quimioterapia casi a diario, y no tenfa mucho que hacer més que esperar por los médicos, por las enfermeras y los técnicos de laboratorio, me llevaba conmigo toda suerte de lecturas que me distrajeran, incluidas entre ellas claro, a Rilke. Durante esa época también aprend{ que el mar es azul porque refleja el color del cielo, y no porque sea propiamente azul. Y si a veces el mar se presenta } 66/ Yoranpa Anroxo Pizarro -verdoso, es debido a diminutas algas que componen el plancton, las cuales son verdes como todas las plantas que realizan la fotosintesis. La fotosintesis la estudié en noveno grado, cuando tenia ape- nas 15 afios cumplidos. De esa misma edad fui operada por pri mera vez un 6 de octubre de 1985 debido a un tumor en el tallo mucoso del endometrio que resulté ser maligno. Aquella fue la primera de muchas intervenciones a las que tuve que someter- me en los tres afios y medio siguientes, ademés de la quimio y Ja radioterapia. Muchas veces parecia que no iba a sobrevivir, pero siempre me recuperaba por alguna extraiia razén que me mantenia atada a este planeta. De verdad que nunca me expli- qué el porqué. Nunca hasta verte. Ahora sé que has sido ti la razéin de ‘que me mantuviera yo con vida. En cierta ocasién, camino del hospital para ser tratada, tuve convulsiones y dejé de respirar. Me practicaron la resucitacién cardiopulmonar, y volvi a este mundo, un mundo idiota y sin sentido. Me dieron de alta pasadas unas semanas, pero unos dias después me encontraba de nuevo en el hospital para some- terme a otra operacién que me extirparia la matriz y los ovarios. Estuve vomitando sin parar por varios meses, sangrando coé- gulos mayores a los tumores que alguna vez me habfan arran- cado. Luego, sin duda alguna y en espera de conocerte, me estabilicé. La tarde en que me decid a dialogar con la panzona de algiin evento casual, ya me encontraba en trémites de venta de los muebles y él auto. Acababa de leer un reportaje que anuncia- ba que los bebés necesitaban contacto fisico, no ser un simple cuerpo de carne y hueso que come y respira. Me preguntaba mientras lo lefa, cémo haria aquella mujer para atender tan- tas crias, Cémo haria para dedicarles tiempo, calor, cariifo. Bocors 39/ 67 Cémo haria para prestazles la atoncién necesaria a todos y a cada uno. ‘Me habia lefdo en la biblioteca un cuento de hadas madrinas xy bebés recién nacidos. También haba vuelto a pedir prestado el libro de Rilke, aunque en esta ocasién no le pensaba sacar copias a ninguna de sus paginas. Entonces, para cerrar con proche de oro, mientras esperaba a la tal Maribel, asi se llama- a la tipa ombarazada, me habfa quedado frente a la escuela ‘mascando chicle. Disimulé come quien espera a algiin sobrino, con mi consabida cabeza repleta de pinches en un dubi bastan- te tradicional. Tenfa ademés puesta una sudadera calurosa y unos pantalones brincachareos, que yo les Ilamaba de modo indulgente, mahones estilo capri. Como siempre, mis culo de botellas sobre los ojos y un paraguas para el sol. Quise hacer conversacién con Ia mujercita, pero no se me hizo nada fécil. Traté el tema del clima, el de Ia politica y el de los cupones. Ese parecié vigorizarla, ya que recibia buena remuneracién por su manada, Se alz6 de hombros y comenz6 a quejarse conmigo de la tarjeta de salud y de la paradoja del vyoto mixto y los consabidos pivazos. Todo esto mientras miraba su reloj y le vociferaba de a ratos a la conserje, que acabara ‘e abrir los portones para que salieran sus hijos. Decia tener miles de cosas que hacer mejores que estar alli, bajo el sol, es- perando a que a ellos les diera la gana. Le dije a Maribel que le prestaba mi sombrilla, y me lo agra- decid, y se sintié en la obligacién de continuar hablandome. Yo entonees alabé a sus dos mocosos imberbes que me miraban con curiosidad extrema, y @ los cuales distraje obsequidndo- Jes paletas. Quise establecer una empatia y le comenté a ella lo que habia lefdo recientemente sobre el calor familiar que deberfan reeibir Ios nifios de corta edad. Me dijo que su papa se habla pasado por el forro eso de darle calor a ella. Se rio a careajadas, creyendo que yo no entenderfa, y luego se quedé muy seria. Yo insist! con el tema y le mencioné que un estudio publicado afirmaba que “los nifios que erecen sin que se les abrace y acaricie, a menudo poseen niveles excesivos de hormo- 68/ Yoranpa Arnoyo Przarro nas del estrés”. Afiadi que los investigadores creen que el hecho de verse desatendidos durante la infancia “puede tener graves efectos de largo aleance en el aprendizaje y la memoria”. Hasta hice asi con los dedos, para dejarle saber que era una cita entre paréntesis, Entonces quise saber qué opinaba, Me esquivé la mirada de buenas a primeras. Luego me pre- gunté en un momento dado si yo era aleluya. Le dije inmedia. tamente que no. Prontamente insistié en averiguar si yo era de esos atalayas que visitaban a la gente en sus hogares por Jas matianas. También lo negué. Fue entonces cuando se relajé, intuyendo que mi aseveracidn era simplista y de lo mas casual, y comenzé una perorata interminable sobre el tema hasta que soné el timbre del plantel y salieron los muchachos de las ca- ballerizas. Del modo més fortuito que pude, para encubrir mia verdaderas razones, le pregunté que para cudndo daba a luz. En una semana, me dijo. Regresé a verla cuando ya habia vendido todos mis muebles y me movilizaba en guagua publica. La biblioteca me habia de- jado dos mensajes telefénicos inquiriendo sobre el destino de Rilke. Una pena. Yo los ignoré precisamente porque recién ese dia habfa mandado @ que me cortaran el teléfono y sabia que no me iban a molestar més. Habian pasado un par de semanas, La costumbre de fre- cuentar la escuela me hizo sospechar que Maribel estaba de parto. Habia estado unos cuantos dias sin aparecorse. Vi que en tres ocasiones alguien que no era ella habia ido a recoget sus nenes. Por allf me comentaron que se trataba de una ve- cina, A ella también le tomé fotos por si acaso. La tarde en la que hizo reaparicién fue gloriosa. Fue la tarde en que te conoct. Nos saludamos Maribel y yo como siempre, y me ensefié a la recién nacida dentro del mismo cochecito viejo y harapiento de dias atrds. Ahora fe colgaban de las faldas dos hifos en vez de uno, mientras tt ocupabas el espacio interior del coche. I ' ee Bosork 39/ 69 Al otro dia me pinté mis hilachitas de pelo de color rubio y me eologué una boina roja que me cubrié toda la cabellora. Los lentes de contacto adquiridos en las pasadas semanas también me los endilgué, slo que para disimular, también me puse los espejuelos. Llené dos bolsos de mis pertenencias y me despedi de 1a sefiora del apartamento, dejéndole pago un mes de renta adicional para que me guardara algunas cositas, La contactaria més adelante, si fuera posible, para enviar por ellas. Me puse un vestido de algodén que habia comprado, de esos que no se estrujan mucho, y por encima del vestido me coloqué la suda- dera de mangas largas y el capri. Abri la sombrilla de siempre y me dirigi a la escuela, caminando medio torpe por los espe- juelos y los lentes de contacto que no me dejaban enfocar bien. Maribel se encontraba alli como todos los dfas, con su trulla de muchachos catarrosos esperando por él timbre. Le dije que me dejara tomarte en brazos y argitf un centenar de elogios para tu bello rostro y tu cabello radiante que eran tan hermosos como las mismfsimas noches de luna. Reiste en mi regazo y ya no necesité mas permisos. Eras més mia que de aquella otra extrafia mujer, ordinaria y pueril. Ella no te mere- cia. Le pedi permiso para mostrarle esta nenita tan preciosa a una amiga que me esperaba més allé de la esquina y, estiipida come era, desentendida y desinteresada de sus hijos, lo per- mitié. Imbécil y desprendida, porque si hubiera sido yo, jamas te hubiera permitido en otros brazos que no fueran los mios. Jamés hubiera permitido que estuvieras, ni un solo segundo, lejos de ini. Nadie que no fuera yo merecia tenerte, mi nif Nadie, mi amor. Entré a un transporte puiblico que me levé al aeropuerto. Una vez alli, en uno de los bafios me deshice de la boina, los espejuclos, te cambié la ropa, te afeité cuidadosamente la cabe- cita y te vesti de vardn. Saqué mi pasaje aéreo que lefa Orlando, Florida y esperé por la llamada de los altopariantes. La azafata me dijo que eras un nifio hermoso, igualito a mi. Mientras el ca- pitén anunciaba el despegue, meti la mano en mi bolsa y saqué a Rilke. En el camino te lo let

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