Un debate que se ha ido diluyendo en estos últimos años es la controversia en
torno al canal privilegiado o exclusivo de la difusión de la investigación
científica. Hasta no hace más de dos décadas, las revistas online o virtuales estaban desprestigiadas y muchas agencias de evaluación científica nacionales no valoraban los aportes en estos canales, o bien los consideraban de segundo nivel, desde un razonamiento hoy inexplicable de que esos medios de difusión eran de inferior rango frente a la edición impresa que se había mantenido inalterable desde el nacimiento mismo de la concepción de las revistas científicas e incluso más, en el propio ADN de la publicación y del libro, en la imprenta de Gutenberg.
Hoy hemos pasado casi al otro
extremo. No es fácil encontrar bibliotecarios que afirman que sus centros no reciben revistas impresas si estas tienen ediciones electrónicas, como si ambas no fueran compatibles e incluso más, complementarias y necesarias. Muchos expertos en biblioteconomía apuestan por el doble canal para las revistas prestigiosas y con historia. Es absurdo pensar que una plataforma OJS con todas sus virtualidades (que son inmensas en la versión 3.0) pueda sustituir sin más el fondo editorial impreso de una revista con abolengo y muchas páginas e historias “impresas”.
Es evidente que no se trata de defender arqueología pasada, sino situar el
valor de los diferentes canales para la difusión científica. Las revistas online han ido adquiriendo una potencialidad inmensa por todas las ventajas de Internet y por los aplicativos que se han desarrollado para su gestión tanto en los procesos de revisión como de edición y difusión. Ello no es incompatible con mantener ediciones impresas con un largo historial de edición que amplían su cobertura y son fondos bibliotecarios algunos con inmenso valor.