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La ciencia ficción nació como un medio para que los autores tomaran un aspecto

de su sociedad moderna y crearan todo un mundo basado en ese aspecto


extremista, de modo que creaban una crítica puesto que invitaba a la gente a
pensar en el posible futuro que les aguardaba si no cambiaban su forma de vivir
en ese instante. Como ejemplos de esto tenemos 1984 de George Orwell, cuyo
discurso trata acerca de los gobiernos totalitarios y las consecuencias invisibles de
siempre tener al “Gran Hermano observando” (Cosa que ya se cumplió aunque no
de manera tan evidente, puesto que somos constantemente monitoreados
mediante los dispositivos inteligentes). Considero de todo corazón que la
obsolescencia programada sería un tema excelente sobre el cual escribir una
novela que nos invite a pensar, ¿Qué pasaría si todo estuviese pensado para ser
reemplazado?
Es un hecho que la gente compra mucho más que antes, nos hemos
acostumbrado a ello y es algo que se ve natural. Lo vimos en parte del video de
“La historia de las cosas” y cómo en su constante frenesí industrial las empresas
lanzan diferentes productos cada año de modo que si no tienes lo más nuevo la
gente te menospreciará y tú te sentirás menos feliz porque todos tienen cosas
mejores que las tuyas y ese iPhone del año pasado de repente se siente como
una tostadora. Sin embargo esto no siempre fue así. El espíritu de cualquier
ingeniero es la innovación, hacer el mejor producto posible, por lo que lógicamente
los primeros artículos industriales estaban hechos con una enorme calidad que los
hacía durar por décadas, lo cual no duró mucho puesto que si yo soy un fabricante
que busca ganar dinero vendiendo un producto, rápidamente me voy a dar cuenta
de que si las cosas que vendo duran tanto tiempo, entonces llegará un punto no
muy lejano en el que ya no tendré clientes puesto que todos podrían vivir años con
el mismo producto, y eso no es bueno para el negocio. Es aquí donde se
empezaron a introducir conceptos como la regla de las mil horas para las
bombillas o las demandas de fragilizar materiales como el nylon de las medias
femeninas. Bueno pues, asunto arreglado, ahora la economía no morirá, todos
felices, ¿verdad?
Si me dan a elegir entre una computadora muy cara que me va a durar una
década o una computadora barata que me va a durar seis meses, obviamente
prefiero pagar extra por el producto de calidad. De haber nacido a principios del
siglo XX me hubiera encantado tener un Ford T, puesto que era confiable y
práctico. Tristemente esos días se acabaron, como bien lo demostraron en el
documental con ejemplos como la impresora, el iPod y las linternas, las cosas ya
no están diseñadas para durar mucho, sino para durar lo suficiente para
mantenerte entretenido en lo que sacan un modelo igual de endeble pero más
nuevo. La frase de “ya no hacen las cosas como antes” es una completa verdad y
es algo pensado a propósito. Como consumidor me enoja bastante darme cuenta
de que los productores industriales han declarado tan abierta y descaradamente
que todo lo que hacen debe tener una fecha de caducidad implícita, la cual si no
decido aplicar yo por caer rendido a la tentación publicitaria del consumismo, me
será aplicada en automático por la mera naturaleza de los componentes internos
de lo que compré.
Los puntos de vista e intereses del productor y el consumidor son opuestos y
plantean un dilema ético llamativo. ¿Deberíamos exigir productos con la máxima
calidad que tenían en la etapa inicial de la industria aunque esto ponga en peligro
la economía global a la larga? Potencialmente dejando sin trabajo a cientos de
miles y deteniendo el flujo constante del dinero que nos garantiza la obsolescencia
programada, todo esto solo porque la decisión consciente de acortar la vida útil de
las cosas suena incorrecta. O por el otro lado, es un hecho que el desarrollo
tecnológico ha sido exponencial desde el inicio de la industrialización, ¿Será esto
debido a que, como nos enfocamos en que las cosas duren tan poco, nos
forzamos a nosotros mismos a idear mejoras constantemente? Quizás esto de
sacar cosas nuevas y mejores cada año para alimentar el consumismo moderno
nos haya permitido llegar a avances tan importantes hoy en día como la
inteligencia artificial o los organismos genéticamente modificados. Parece que
estamos en un debate interminable, o al menos lo sería de no ser por una frase
del documental: “Aquel que cree que un sistema de crecimiento infinito es
compatible con un mundo finito, o está loco o es un economista, y ahora el mundo
está lleno de economistas”.
Es un hecho innegable que el sistema actual no ha hecho más que desperdiciar
recursos, aumentando enormemente la brecha social y tecnológica entre los
países del primer y tercer mundo, por lo que yo considero que en efecto es posible
cambiar para bien el ciclo industrial, centrándonos quizás en vez de hacer
productos desechables, en hacer productos base mejorables. Pensar que
podríamos tener celulares, licuadoras, chaquetas, mochilas y muchas más cosas
simples y duraderas que sean compatibles con un sinfín de accesorios los cuales
se pueden adaptar a las necesidades específicas de cada usuario y que, cuando
ya no cumplan debidamente con su función, puedan ser devueltos a las empresas
para ser desmantelados y aprovechados para futuras invenciones, estoy seguro
de que esto incluso le ahorraría dinero a las empresas puesto que reduciría costos
de explotación de recursos y transporte. Otra solución sería el promover que las
personas aprendan a hacer sus propias cosas e intentar desestabilizar al sistema,
puesto que, si de repente uno de cada cincuenta habitantes en una ciudad sabe
cómo crear focos que duren 20 años, las ventas de las bombillas desechables
reducirían enormemente y se verían obligados a tomar un enfoque que satisfaga
de mejor manera a los consumidores, o a entrar en quiebra y abrirle el paso a
otras empresas dispuestas a este cambio.
Este es un tema extremadamente extenso e interesante, y sin lugar a duda me
inspiró para esforzarme en que mis creaciones como ingeniero sean el fruto de mi
mejor esfuerzo: por mí, por la sociedad, y por nuestro planeta. La obsolescencia
programada debe llegar a su fin, y espero poder contribuir a ese final.

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