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SEIS CLAVES PARA REDUCIR LA

INSEGURIDAD CIUDADANA Y
CONSOLIDAR EL ESTADO DE DERECHO
EN AMÉRICA LATINA
La seguridad ciudadana es un bien público que los Estados deben proveer para prevenir y
controlar delitos y violencias, asegurar el cumplimiento de normas de convivencia y el
funcionamiento de los sistemas de justicia y penitenciario. La evidencia nos demuestra
que sin seguridad no hay democracia, crecimiento, ni desarrollo.

Por ello, preocupa que América Latina y el Caribe (ALC) sea la región más insegura. Con
apenas el 9% de la población mundial, en ALC se comete el 33% de los homicidios del
mundo (UNODC, 2018). Además, 75% de su población teme ser víctima de un delito
(Latinobarómetro, 2020), en comparación con 29% a escala mundial (Gallup, 2020). De
hecho, uno de cada tres latinoamericanos considera que la delincuencia es el principal
problema del país (LAPOP, 2014-2019).

La delincuencia genera un alto costo económico y social por pérdidas en capital humano,
afectaciones al bienestar y seguridad ciudadana, y obstáculos al desarrollo económico. Se
calcula que el crimen y la violencia le cuestan a la región en promedio 3.5% del PIB ( BID,
2017). Además, 25% de las empresas consultadas por el Banco Mundial en 150 países
considera que la delincuencia es la principal restricción para hacer negocios en ALC
(Banco Mundial, 2018).

Para afrontar este desafiante panorama, es imprescindible contar con instituciones de


seguridad y justicia fortalecidas, que gocen de legitimidad y confianza ciudadana;
consolidar el Estado de Derecho, y reducir la vulnerabilidad de poblaciones en riesgo.

Desafíos que afrontan las instituciones de seguridad y justicia


Uno de los problemas que afrontan las instituciones encargadas de proveer servicios de
seguridad y justicia es la baja confianza ciudadana y el deterioro de su legitimidad.
Actualmente, la confianza ciudadana hacia las instituciones de seguridad y justicia en ALC
está en un promedio de 35% (Latinobarómetro, 2018), comparada con un 70% a escala
mundial (Gallup, 2018). La confianza es baja porque las instituciones no son percibidas
como fuente de servicios efectivos a la ciudadanía.

Las instituciones de seguridad y justicia están rebasadas en su capacidad para atender la


demanda ciudadana y la tasa de resolución de delitos es muy baja: se condenan 24
delincuentes por cada 100 víctimas, mientras que en Europa esa tasa es de 81 (UNODC,
2018). La baja digitalización de los servicios y procesos contribuye con estos retrasos.
Además, existe una amplia desigualdad en el acceso a servicios de seguridad
y justicia para las poblaciones más vulnerables.
Además, la coordinación entre los diferentes niveles de gobierno en el sector de seguridad
y justicia es baja. Aunque varios países de ALC como Colombia, Chile, México, Argentina,
entre otros, han desarrollado estrategias de seguridad nacional mediante políticas para
reducir la violencia y el delito, la implementación resulta desafiante por los bajos niveles de
comunicación, planeación, coordinación, e integración entre los ámbitos nacional y local.
Asimismo, las políticas y programas no reconocen la interdependencia que existe entre las
diferentes instancias del sistema de seguridad y justicia, lo cual impide lograr una efectiva
política criminal (BID 2017).

 La baja confianza ciudadana en los sistemas de seguridad ciudadana y justicia en ALC y


los altos índices de criminalidad son dos caras de la misma moneda. Para romper este
círculo vicioso, es necesario atacar los dos problemas.

Medidas que pueden adoptar las instituciones de seguridad y justicia


para reducir la inseguridad
Para lograr una reducción en los niveles de inseguridad y la consolidación del Estado de
Derecho, se deben mejorar los niveles de legitimidad y confianza de las instituciones de
seguridad y justicia mediante el fortalecimiento de sus procesos, recursos humanos y
capacidad de atención ciudadana. El objetivo final es construir instituciones efectivas y
eficientes, que provean servicios adecuados de seguridad y justicia (prevención, control,
investigación, judicialización, condena y rehabilitación). Para ello es necesario, entre otras
opciones:

1) Mejorar la justicia procedimental, para generar círculos virtuosos de legitimidad,


confianza y efectividad, mediante procesos justos y respetuosos. Más que el resultado, los
ciudadanos valoran que las acciones y el trato recibido sean justos. Esta percepción
de justicia se relaciona con mayor confianza en las instituciones y en sus decisiones. Las
víctimas pueden ser las principales evaluadoras del sistema de seguridad y justicia. Si
perciben que la denuncia es un mecanismo efectivo para judicializar los delitos y que
conduce a penas proporcionales, tendrán confianza en el sistema, aumentarán las
demandas y por ende la efectividad del sistema.

2) Fortalecer los procesos de profesionalización y especialización del personal de las


instituciones de seguridad y justicia. Si no contamos con instituciones de seguridad
y justicia profesionalizadas, no podemos esperar respuestas efectivas a la prevención,
control y atención de las violencias. Necesitamos personal capacitado y comprometido
con los derechos humanos, claros protocolos y sistemas de evaluación de actuación, y
prestaciones para la dignificación y el bienestar social del personal, que impacten
efectivamente sobre su carrera.

3) Tener un sistema de información amplio y transparente, que facilite la comunicación


entre las instituciones y la sociedad civil. Es decir, un mecanismo de acompañamiento y
rendición de cuentas que contribuya a la construcción de estándares mínimos requeridos
para mejorar el servicio al ciudadano. Abrir espacios y canales de comunicación entre la
ciudadanía y las instituciones promueve la corresponsabilidad en el manejo de la
seguridad y convivencia, contribuyendo a mejores condiciones de seguridad.

4) Incorporar herramientas tecnológicas para aumentar sus capacidades, reducir sus


costos y mejorar su efectividad. La digitalización de los servicios y procesos permitiría
aumentar la conectividad con los ciudadanos y así mejorar la cobertura y el acceso para
toda la población. Esto incluye adoptar mecanismos para asegurar la inclusión de las
poblaciones más vulnerables. La digitalización también puede contribuir a mejorar la
transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía.

5) Fortalecer espacios de coordinación entre autoridades locales y nacionales, para


contar con una eficiente gestión de seguridad a nivel local. Para ello, se deben establecer
esquemas de coordinación entre los diferentes niveles de gobierno, intercambiando
información confiable desde un sistema moderno que genere insumos para la toma
cualificada de decisiones de política pública. Asimismo, se deben fortalecer a los
gobiernos locales y promover acuerdos de trabajo conjunto entre las distintas instancias
del sistema de seguridad y justicia, con el objetivo de prevenir y reducir violencias y delitos.

6) Poner al ciudadano en el centro. Si las instituciones cumplen las misiones para las que


fueron creadas, centrando su razón de ser en el servicio de calidad a la ciudadanía, crece
la confianza. Si se mantienen altos niveles de confianza, se fortalece
la legitimidad institucional, necesaria para que la ciudadanía sienta las instituciones como
propias y por tanto colabore con ellas.

 Los países de la región continuarán estando expuestos a fenómenos y situaciones


sociales que exigen contar con una mayor y mejor calidad del servicio, poniendo a prueba
la fortaleza y credibilidad de las instituciones de seguridad y justicia. En este sentido, se
deben promover estrategias y políticas públicas que consoliden la buena gobernanza y la
efectividad de las instituciones de seguridad y justicia, mediante el fortalecimiento de
la justicia procedimental, la profesionalización y especialización del personal de
estas instituciones, la incorporación de innovaciones tecnológicas para mejorar su
efectividad y la coordinación entre los distintos niveles de gobierno. Con la ciudadanía
siempre en el centro de toda decisión y acción.

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