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El autor de esta frase es José Gervasio Artigas (1764-1850). Se trata de un nombre clave
dentro de las luchas independentistas, un nombre que resume uno de los proyectos que más
lejos llevó la idea de que la Revolución que debía significar no tanto un relevo entre las
clases dirigentes o una transformación sólo acotada a las instituciones administrativas, sino
más bien una fuerza de reparación social que debía forjarse de abajo hacia arriba. Es también
el nombre de Artigas una referencia precisa y a la vez punzante de una experiencia histórica
colectiva, que incluyó como protagonistas a las mujeres.
Formaron parte del artiguismo una multiplicidad de actores sociales, en los términos de
nuestra actualidad bien podríamos denominarlo como un «pueblo plurinacional»: pueblos
indígenas, afrodescendientes, gauchos, entre otros. ¿Por qué luchaban estos pueblos?
¿Cuáles eran sus ideas?, ¿Por qué todo lo decidía en asambleas? ¿Por qué de ellos recibió
Artigas los títulos de “Jefe de los Orientales” y “Protector de los Pueblos Libres”?
Esta «matriz artiguista», al decir de Francisco Senegaglia, suponían una radicalización del
proceso revolucionario, en varios de sus objetivos. Enumeramos y explicamos algunos de
ellos.
Democracia e igualitarismo
Distribución de las tierras
Protección de la industria local
Apertura a los puertos para quebrar el monopolio porteño
Hispanoamericanismo
Resistencia frente a la opresión del centralismo porteño y de la avidez británica
El período que se abre luego de 1810 trajo aparejadas demasiadas dificultades para el sector
de grandes comerciantes que han dominado la economía virreinal, como así también para
los altos funcionarios, magistrados y dignatarios eclesiásticos. En la campaña, también la
revolución y la guerra impusieron sacrificios económicos, como lo significó la devastación
total del Litoral. Los dirigentes de la campaña tendrán poderes crecientes y a menudo
séquitos armados, constituyendo el brazo leal de la revolución. En las zonas rurales
disidentes al poder central, dentro de ese entramado y en la disputa por la herencia de la
monarquía española, los conflictos entre sectores sociales dentro de la propia región habrían
de ser determinantes en la evolución de la revolución.
“El triunfo artiguista en la Provincia Oriental en 1815, la expansión más allá del Paraná del
“Sistema de los Pueblos Libres”, la radicalización de su programa –regeneración política,
igualdad ante la ley, dirigentes virtuosos- y la prolongación de la guerra, generaron grandes
resistencias… máxime si al interior de cada provincia, el artiguismo defendía la posición de
“los más infelices”.
El carácter igualitario del artiguismo, sin embargo, no se reducía a la igualdad ante la Ley.
También alcanzó el terreno de la redistribución de las tierras, tal como quedó evidenciado
en un conjunto de iniciativas que terminaron dando forma a una reforma agraria. En efecto,
entre 1815 y 1816 Artigas desplegó un conjunto políticas que procuraban dar respuesta a las
necesidades más urgentes de los pueblos y territorios sobre los cuales ejercía su
influencia: los Reglamentos comerciales y aduaneros, el Reglamento provisorio para el
fomento de la campaña, y la política de colonización sobre la base de revalorizar el papel de
los pueblos originarios fueron algunas de esas iniciativas.
Sin embargo, y en aras de reconstruir la economía provincial, una de las decisiones más
osadas consistió en intervenir en el régimen de tenencia de la tierra, distribuyendo los
terrenos confiscados “en beneficio de aquellos mismos que se esfuerzan por sostenerla”.
Los y las invitamos a visitar los 200 años del Reglamento de Tierras a través de estos
recurso: A 200 años del Reglamento de Tierras - Artículo 15 y Reglamento de Tierras de
1815. Artigas.pdf
Les proponemos comenzar este apartado con esta premisa de Artigas: “Nadie, es más que
nadie”, que nos enseña otra subjetividad, otros valores de patria y otra concepción de la
igualdad. Potente idea, antagónica con las que imponía la generación del 80, patriarcal,
victoriana y “civilizada”, que podía pensar lo femenino desde esa occidentalidad anhelada
y admirada como proyecto de familia y nación.
Claramente el rescate de lo femenino que hace el relato de Mitre está asociado a las mujeres
en el salón, o cociendo banderas y uniformes para soldados, o en las clases sociales pobres,
cocinando y fregando trastos. También, educando o con tareas asociadas a cuidados de
salud. Así, entra lo femenino al relato histórico que hegemonizó nuestra identidad.
Cuenta Juan Parish Robertson en sus memorias que cuando en 1815 se acercó a Purificación,
la capital de la Liga de los Pueblos Libres, Artigas lo recibió con la austeridad que lo
caracterizaba y le presentó a su estado mayor de guerra. La sorpresa del inglés fue supina
cuando encontró en el estado mayor mujeres generales. Para su occidental mirada y su
patriarcal posición no podía concebir semejante hecho. Estamos claramente frente a otra
representación de las relaciones de género totalmente en las antípodas de la mirada
victoriana. Lo que significa que son dos subjetividades diferentes constituidas en
cosmovisiones diferentes frente a las relaciones humanas.
Ya el geógrafo español Félix de Ázara describía el mundo charrúa en 1800: “No tienen,
igualmente, ni leyes ni costumbres obligatorias, ni recompensas ni castigos, ni jefes para mandarlos.
Todos son iguales; ninguno está al servicio de otro”. Era una sociedad igualitaria. Los charrúas
tenían normas de divorcio, una mujer podía dejar a un hombre o un hombre a una mujer,
vale decir, no había patriarcado. De hecho la homosexualidad estaba aceptada en el mundo
guaraní y respetada.
En la gauchería las familias marchaban detrás del ganado cimarrón, desjarretaban –con una
lanza particular- un animal en corrida, es decir le cortaban las piernas por el jarrete (parte
posterior de la rodilla). Después lo cuereaban y despostaban. Lo hacían hombres y mujeres.
Y lo hacían por igual. Discutían en asamblea todo lo que acontecía a la vida de las familias
nómades que en el invierno se reunían (por cientos de miles) en las horquetas de ríos y
arroyos. Allí, contraían matrimonio, rezaban según sus creencias, a Onkaiujmar (madre
tierra/culto femenino), a Tupa, a Tupasi-Maria, o a los nueve orixa.
El sincretismo permitía la libertad de las experiencias religiosas. A los niños se les enseñaba
sin castigarlos porque eran considerados espíritus puros. Estos hombres y mujeres diestros
con el cuchillo y la lanza entraron a la revolución por 1811 a defender su forma de vida igual
y libertaria; y lo hicieron con esa lógica que habían construido en más de doscientos años en
la matriz procedente de los pueblos originarios. Justamente un concepto profundo de
pueblo y de pueblos de iguales.
La revolución los encontró de montonera, es decir en ataques sorpresivos y cargando a
caballo frente a un enemigo infinitamente superior; ahí las familias peleaban juntas. Cuando
la revolución plantó la Liga de los Pueblos Libres y declaró su independencia el 29 de junio
de 1815, los/as congresales eran obviamente hombres y mujeres. La república de la igualdad
estaba fundada en un pueblo que vivía la igualdad. Para la historiografía porteña resulta
difícil entender el lugar de un negro o de una mujer en la revolución.
Melchora Caburú
Cuenta también Robertson en sus memorias que en su estancia en Corrientes (1816-17) le
subyugaba ver entrar en la ciudad las tropas guaraníes que volvían de contrarrestar las
poderosas fuerzas portuguesas, hombres y mujeres con el torso desnudo, dejar la lanza,
ponerse un vestido e ir a bailar a la plaza.
La primera en celebrar fue Melchora Caburú, compañera del gobernador Andrés Guacurari,
famosa por el manejo de las pistolas. Mítica para sus pares desde que salió a los tiros en
medio del cañoneo portugués en el asedio de San Carlos.
Claramente otra subjetividad, otros valores de patria y otra concepción de la igualdad
refrendada en la certeza que hombres y mujeres son iguales. De ahí venimos. Estas
experiencias no ingresaron al relato mitrista. Sin embargo, estas mujeres heroicas y valientes
hicieron la patria.
Hoy que pensamos en el género de la patria o tal vez matria y hablamos en el presente de
la revolución de las mujeres, vale enhebrarse en la fuente y en el ahora total del presente
en el que vive la sangre derramada de nuestras muchas madres (porque dieron a luz la
patria aunque no se las reconozca) en el valor y el amor por la patria, por la igualdad y la
libertad. Perdieron militarmente, pero viven en la memoria de miles de mujeres que hoy
luchan.