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MATERIA: CIENCIA POLÍTICA

CONTENIDOS CONCEPTUALES

Unidad N°1: La política


Concepto y nacimiento de la ciencia política. Diferencia entre política y ciencia.
Relación entre ética y política, la política moderna.
Objeto y método de estudio de la ciencia política. Su evolución en Estados Unidos y
Europa. Maquiavelo como precursor de la ciencia.

Unidad N°2: El poder y la política


Poder y política. Concepto y características de poder. Formas de ejercicio de poder. El
poder político. Autoridad y poder.
Poder, legalidad y legitimidad: Relaciones entre poder y legitimidad. Justificación de
poder. Legitimidad del poder.

Unidad N°3: Manifestaciones de poder


Teorías del Estado. Concepto, elementos y formas de estado. Principales corrientes de
pensamiento en torno al estado. Formas de gobierno: concepto, diferencia entre Estado
y gobierno. Tipos de legitimidad: tradicional, carismática, racional-legal.

Unidad N°4: Teorías democráticas


Las teorías de la democracia en la actualidad: Democracia: concepto, evolución
histórica, tipos de democracia: formal y sustancial, calidad democrática. formas de
gobierno: presidencialismo, parlamentarismo y semi presidencialismo.
El lenguaje mediático: los medios y la política, construcción de la opinión pública.
Comunicación de masas y política mediática, la auto comunicación.
Tema específico: Conmemoración de los 40 años de la Guerra de Malvinas:
Democracia, forma de gobierno y relaciones de poder en política comparada.
CICLO: 2022
1ER TEMA:LA IMPORTANCIA DE LA POLITICA

El hombre: sociabilidad y politicidad innata (inseparable)

El hombre existe en el mundo, pero no existe sólo, sino que coexiste con el mundo exterior.
Además, el hombre es un ser social, y debido a esta innata sociabilidad, naturalmente, tiende a
relacionarse. Tal como afirma Bidart Campos, “…al hombre “le pasa” o “le acontece” en su
vida individual ser sociable. Esto es irremediable …el hombre se encuentra y se descubre
situado, emplazado o instalado en medio de la convivencia. Vivir es con-vivir, es vivir con”
(con los otros). No hay otra manera posible de vivir…” Pero no sólo la sociabilidad es innata
en el hombre, también lo es la politicidad. “…Ambas se han dado y se dan simultáneamente
con él, en su ser. No una primero y otra después, sino las dos juntas, ontológicamente
inseparables en la realidad existencial de los hombres”. En definitiva, la innata sociabilidad
del hombre lo compele a convivir, a vivir en comunidad. Y allí donde hay convivencia,
necesariamente – y a los efectos de garantizar la paz – hay organización política.

Enseña Bidart Campos que “El quehacer que llamamos política es una actividad humana, o
sea, del hombre. Consiste en cosas que el hombre hace, en comportamientos que el hombre
cumple. El hombre es el sujeto de la política. Hay política porque hay hombres. Hay
organización política porque hay hombres, porque hay convivencia, que es también realidad
humana”

En el diccionario de la Real Academia Española, la voz política tiene diversas acepciones.


Cuatro de ellas son las que nos interesan: 1) adj. Dicho de una persona: Que interviene en las
cosas del gobierno y negocios del Estado. 2) f. Arte, doctrina u opinión referente al gobierno
de los Estados; 3) f. Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos; y 4)
Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su
voto, o de cualquier otro modo.

Según Norberto Bobbio, el término política, derivado del adjetivo de polis (politikós) que
significa todo lo que se refiere a la ciudad, ha sido transmitido por influjo de la obra de
Aristóteles intitulada Política, que debe ser considerada como el primer tratado sobre la
naturaleza, las funciones y las divisiones del estado y sobre las varias formas de gobierno,
predominantemente en el significado de arte o ciencia del gobierno. Explica el notable
politólogo que el vocablo en cuestión, por siglos, se ha empleado para indicar obras dedicadas
al estudio de aquella esfera de actividad humana que de alguna manera hace referencia a las
cosas de la polis (estado).

Muchos pensadores griegos, de la Grecia antigua del período clásico (siglo V a.C.), se
dedicaron a pensar, hablar, y algunos también a escribir, sobre la política. Entre ellos
surgieron dos ideas muy importantes. La primera es que la política existe para hacer mejor la
vida en comunidad de las personas. La política existe porque existe una comunidad de gente
que vive unida y viceversa: si existe gente que vive en una comunidad existe la política.
Podríamos ensayar una primera definición de política diciendo que se trata del conjunto de
normas y acuerdos, tácitos o explícitos, que existen entre las personas que viven en una
comunidad sobre los asuntos comunes (economía, territorio, relaciones entre ellos) para que la
vida en comunidad sea buena (“para vivir bien” como decía Aristóteles). La segunda idea es
que la política no es una actividad para especialistas, vale decir que no es un oficio para el
cual hay que tener una técnica específica, sino para cualquiera que sea ciudadano. En efecto,
los griegos entendían que para hacer política sólo había que ser un hombre libre y tener
opinión. La política era, en la ciudad griega de Atenas especialmente, el mundo de la opinión.

LA CIENCIA POLÍTICA es una disciplina científica que forma parte de las Ciencias Sociales
que enfoca su estudio en los fenómenos y estructuras que dan forma a lo político. Dicho de
otra manera, su objeto de estudio es el poder político, entendido como el poder ejercido desde
el Estado, que es poder irresistible, coactivo. La ciencia política describe, explica y valora
hechos cuyo manejo resulta indispensable para observar la formación y evolución de los
sistemas gubernativos, así como las doctrinas políticas, procurando extraer principios
generales válidos. Los hechos en los que se basa son los hechos históricos, porque sólo del
estudio y confrontación de diversas situaciones políticas puede aprehenderse el poder, sus
constantes y modalidades.

Relación entre ética y política

“Ética y política conviven en un mismo ámbito de estudio desde los primeros tiempos de la
especulación filosófica de donde partirá, al menos en occidente, el desarrollo del
conocimiento político”. La distinción de lo que es moralmente lícito o ilícito fue desde el
principio y sigue siendo hoy el problema fundamental por resolver. Encontrar respuestas a
este problema requiere la elaboración de ciertas categorías morales con el fin de
conceptualizar lo moralmente correcto. Los primeros esfuerzos se centraron en dotar de un
contenido a las nociones del bien y del mal. Y precisamente, fue el antagonismo que se
estableció entre estos dos términos, la ilustración de sus perfiles antiéticos, lo que contribuyó
la regla a seguir: lo que está bien no está mal, por ende, lo que está mal no está bien. Para esta
antigua moral no es posible alcanzar el bien como fin, apelando al mal como medio o
viceversa. Trasladado a la política, el razonamiento anterior significó la subordinación de
aquélla a la ética. Subordinación que quedó plasmada fundamentalmente con la construcción
moral de la noción de virtud y su estricta aplicación a la actividad política. El político virtuoso
era aquel que ajustaba su conducta a las reglas de una moral universal.

Aristóteles enseña en el comienzo del libro II de la Ética a Nicómano que la ética procede de
la costumbre. De esto resulta evidente que ninguna de las virtudes éticas se produce en
nosotros por naturaleza, ya que ninguna cosa natural se modifica por costumbre. Por tanto, las
virtudes éticas no se producen ni por naturaleza, ni contra naturaleza, sino por tener aptitud
natural para recibirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre. Así, practicando la justicia no
hacemos justos; practicando la templanza, templados; y practicando la fortaleza, fuertes.

La relación estrecha entre ética y política se continuó en el período del medioevo, durante el
cual el pensamiento cristiano deducía los mandatos morales de la fe religiosa y subordinaba la
política a esos mandatos. Esta forma monista de entender la relación entre ética y política es
devorada en el Renacimiento italiano, por las tesis descriptivas del realismo político. El
estudio de la realidad, junto a las experiencias históricas, deja en evidencia el divorcio
existente entre la ética y la política. De manera determinante, surge que el buen gobernante no
era ya el que perseguía el bien común o dotaba a sus actos de una reconocida equidad. Todo
apunta ahora al gobernante que logra mantener la continuidad de su reino, preservar su poder
sin preguntarse tanto si los medios con los que alcanzaba dicho fin eran o no moralmente
correctos, sino políticamente viables. Hacen su aparición las denominadas tesis dualistas. Esta
visión dualista transforma la noción de virtud tal cual los autores clásicos la concibieron.

LA POLITICA MODERNA

Maquiavelo, en “El Príncipe” presenta al soberano virtuoso como aquel cuya virtud está dada
por la capacidad personal de dominar los acontecimientos y de realizar, incluso recurriendo a
cualquier medio, el fin deseado. Acertadamente se dice que Maquiavelo valora la fuerza y la
astucia como virtudes principales de un gobernante. Este autor deja de lado la pureza y la
bondad que pregonaba la moral cristiana, y considera que es preferible ser temido a ser
amado, y que ser bueno políticamente es saber escoger cuán conviene apegarse a las normas
éticas y cuándo alejarse de ellas.

2DO TEMA: LA POLÍTICA COMO CIENCIA Y SU OBJETO DE ESTUDIO

Ciencia política: El primer debate que vamos a desarrollar sobre la política refiere a su
carácter científico, a ser estudiada desde una perspectiva académica, factible de ser
conceptualizada y analizada a partir de la información con la que contemos.
Este debate —la política como ciencia— no es ajena a las discusiones más generales sobre la
ciencia, tanto en lo que refiere a su diferencia de tipo con las ciencias naturales, como el
método a seguir dentro de las propias ciencias sociales. Respecto de este segundo debate, la
misma ciencia política se ve atravesada por las posiciones más clásicas dentro del
pensamiento social, como lo es el positivismo y el marxismo o teoría crítica. Siguiendo los
supuestos de cada una de estas perspectivas, uno puede reconstruir las nociones de la política
que cada uno asume, así como también, la forma de ser estudiada y analizada.
Pero es necesario tener presente que estas concepciones representan, a simple vista, dos
formas opuestas de concepción de la ciencia, no obstante, se inscriben en un mismo período
donde la supremacía de las ciencias naturales imponía una forma de hablar, proceder y
legitimarse en ciencia, “el método científico”, que exigió ciertos niveles de rigurosidad,
sistematización, generalización y abstracción que en definitiva los terminaba por aproximar.
Ambas buscaban leyes generales, la realidad se presenta como externa, mensurable y objetiva.
No obstante, el objetivo de la ciencia, o los descubrimientos que estas podían aportar, eran
diametralmente opuestos. Para los primeros, los positivistas, el descubrimiento de las leyes
generales permite mayor predicción y anticipación de los acontecimientos y del
comportamiento humano, lo que facilitaría su control y consecuente orden social. Para la
teoría crítica, esta posición no hace más que reproducir las condiciones de dominación
imperantes, por lo que la ciencia debe servir para conocer los procesos históricos, profundizar
sus contradicciones y promover la transformación social.
Sin embargo, no son las únicas posiciones dentro de la ciencia política. En breves veremos
otras perspectivas/enfoques que se aproximan o distancian de estos dos grandes paradigmas o
modos de pensar y hacer ciencia.
Objeto de estudio de la ciencia política: Este breve repaso de lo que se abordó en la
introducción a las ciencias sociales nos permite continuar pensando en clave epistemológica a
una parte constitutiva de la realidad, que es la política y lo político. En este marco, es
importante avanzar en un aspecto central, que es encontrar el objeto de estudio de la ciencia
política; sin ello, no sería una disciplina independiente de la sociología, o la antropología, u
otra ciencia social.
Un autor muy interesante, y precursor de la ciencia política moderna, es Nicolás Maquiavelo.
Su obra más conocida, El Príncipe, fue escrita en la época renacentista italiana (finales del
siglo XIV y XV), periodo caracterizado por numerosos enfrentamientos y centros de poder,
que decantarían luego en lo que se conoció como la reunificación italiana y el posterior
surgimiento de los estados modernos. Previo a ello, el feudalismo fue la forma de
organización social dominante durante gran parte del medioevo europeo.
Uno de los aspectos centrales de esa obra, siempre sujeta a debate, es que la política se
presenta como “lucha de poder”, hay una clara separación de la moral y el deber ser, se
abandona la idea del “buen gobierno” propio de la época clásica, y el dominio de lo religioso
en los destinos de lo público. Es importante diferenciar acá el rol de la religión como creencia,
aspecto que si se separa de la concepción de lo político; de la religión como institución, la
iglesia específicamente, que si mantendrá fuertes diputas y “luchas de poder”
respecto de los campos de actuación del Estado. La obra de Maquiavelo plantea entonces,
como aspecto central de la política, el poder y su ejercicio.
Otros autores se han centrado en las formas más visibles de institucionalización y
concentración de ese poder, que es el Estado, como Max Weber. Y finalmente, una visión más
clásica, que es el énfasis en “lo público”, lo “común”, o el “bien común”.
En este marco, delimitar el objeto de la política comienza a hacerse dificultoso, o mejor,
múltiple, dependiendo de qué lugar teórico, qué paradigma, perspectiva o enfoque elijamos.
Así, encontramos entonces un objeto de estudio fuertemente centrado en el Estado, su relación
con el derecho y las libertades que a partir de este o en relación con este se instituyen,
garantizan o protegen.
En ese marco, no sólo interesa abordar o analizar, como estudiosos de la ¿Qué es lo propio de
la ciencia política? Como veremos más adelante, el Estado y el poder serán aspectos claves
para desarrollar en estas clases, los diferentes niveles estatales, las características del Estado,
sus formas de actuación y organización, sino al mismo tiempo, la forma de gobierno de este,
su puesta en funcionamiento, el modo de ejercicio del gobierno del Estado. A su vez, con la
ampliación de derechos (políticos y sociales), esto es, derecho a la participación, a
organizarse, a formar partidos políticos, al voto, al bienestar, al trabajo, a la salud, entre otros,
la esfera de actuación de la política se extiende, también, a la sociedad civil. Este
desplazamiento, o ensanchamiento del objeto, permite ahora mirar no sólo al Estado, sino a un
conjunto amplio de actores que participan en el espacio público (partidos políticos,
movimientos sociales, actores económicos, sindicatos, etc.).
El aspecto más destacado de finales de siglo XIX fue justamente la emergencia e
institucionalización de los partidos políticos como instituciones que representarían a la
voluntad general, expresada en elecciones mediante el voto popular. Ahora, como es sabido,
esa idea de lo “popular” es necesario entenderla en contexto, puesto que el “derecho al voto”
lejos estuvo en sus orígenes de ser universal e irrestricto. Ser propietario, hombre, de
determinada raza, etc., eran requisitos habilitantes para poder tener y ejercer el “derecho al
voto”.
Largas e intensas fueron las luchas durante todo el siglo XX para la obtención de este derecho
político. Recuerden por ejemplo la lucha por el derecho al voto femenino o el voto de las
“minorías” raciales. (Investiguemos, por ejemplo, las luchas encabezadas por Alicia Moreau
de Justo, Eva Perón y Martin Luther King).
Este devenir de la política llevó, en consecuencia, a hablar del “sistema político”, antes que de
poder, Estado o partidos políticos. Esto es, “estudiar, también, el proceso político, las
instituciones, la administración y el sistema político como un conjunto cohesionado”.
Podemos, de todas formas, poner entre comillas esta noción de “cohesionado”. Cierto es que
numerosos “sistemas políticos” han colapsado, transformado y dado lugar nuevas formas de
ejercicio de la política, por eso es importante matizar esta idea de “cohesión”, y ponerla en
relación, también, con la noción de “conflicto” como modo de abordar y entender los
procesos políticos.
En los Estados Unidos, a principios del siglo XX la ciencia política ya comienza a enseñarse
como disciplina universitaria, y se ve consolidada como disciplina autónoma en los años 50,
con un fuerte aporte de los estudios positivistas que le otorgaron rigor empírico y
metodológico. Tres fueron las áreas claves de estudio: la política interior, política comparada
y política exterior. El gobierno, no el Estado, de estos tres frentes, se convirtió en el objeto de
la ciencia política por entonces. El gobierno de lo que rige la esfera pública, el espacio de lo
común, el lugar y destino de las poblaciones, en definitiva, lo público-estatal.
En el siglo XIX en Londres se inició la “London School of Economics” (Escuela de
Economía de Londres), con el objetivo de enseñar economía y ciencia política. Sin embargo,
durante el siglo XX se impuso el término “gobierno”, “instituciones políticas” para abordar
esta temática. En el continente europeo se impuso esta perspectiva sobre estudios políticos
antes que ciencia política, en parte por la resistencia de las ciencias naturales a reconocer el
estatus de ciencia de esta disciplina, y de las ciencias sociales en general.
Pero si sostenemos estas posiciones norteamericanas o europeas, nos encontramos con una
serie de problemas, y es el de concebir lo político como el gobierno de lo público, y a esto
último, lo público, entenderlo solo como el ámbito de actuación de lo estatal. Y si hablamos
de gobierno, entonces debemos entender que hay gobernantes que toman decisiones sobre los
gobernados.
En primer lugar, mantener la dicotomía entre lo público y lo privado es una ficción que
excluye a las grandes mayorías del gobierno de lo público, o de la política, puesto que no
todos acceden a tal ejercicio o administración de lo público, sino que son unos pocos quienes
deciden sobre el destino de lo que definimos como público, y restringimos el resto de las
relaciones al mundo de lo privado. Esta definición de lo público como espacio de actuación de
lo estatal excluye la mirada sobre los espacios de actuación no estatales, esto es, la sociedad
civil en sus múltiples manifestaciones y formas de organización y participación política,
social y cultural. Del mismo modo, la distinción entre gobernantes y gobernados presupone
que quienes toman las decisiones sobre el gobierno de lo público son aquellos que son
elegidos por la voluntad popular mediante el voto, olvidando que existen otros sectores o
grupos que ejercen presión o presentan intereses disímiles sobre esas decisiones, y no son
precisamente elegidos por las poblaciones, pero tienen fuerte injerencia en las decisiones que
se toman a nivel gubernamental.
Sin embargo, no hay necesidad en esta instancia de asumir una definición y quedarnos
estancos en ella. Podemos simplemente adoptar una posición más general, que luego irán
afinando durante el desarrollo de la carrera.
Así, podemos decir que la ciencia política consiste en “la investigación disciplinada de los
problemas políticos” (Sabine, 2006, pág. 20), asumiendo por “disciplinada” la adopción de
determinadas estrategias metodológicas que le dan rigurosidad a nuestros estudios y
resultados, y por “problemas políticos” a todas aquellas relaciones de “poder” que involucren
a diferentes actores que disputan por el modo de gobierno de las poblaciones, involucrando,
en consecuencias, aquellas instituciones donde el poder y el gobierno se hacen presente, entre
ellas el Estado.
3ER TEMA: CONCEPTO DE PODER

Entendido en sentido específicamente social, esto es en relación con la vida del hombre en
sociedad, el poder puede definirse como la capacidad de un hombre o grupo de hombres para
determinar la conducta de otro hombre o grupo de hombres. Para Bidart Campos el poder es
la capacidad o aptitud de imponer a otros la propia voluntad, o de imponer comportamientos
en la dirección de quien los fija, o de promoverlos, o de obtener obediencia, o de ejercer
influencia sobre los demás. Algunos autores identifican al poder con la posesión de
instrumentos aptos para alcanzar los fines deseados. Así,
Hobbes escribía en su obra Leviatán: “el poder de un
hombre… consiste en los medios para obtener determinada
ventaja futura”. Sin embargo, la asociación poder-
instrumento no es correcta. Tal como afirma Bobbio, “…no
hay poder si no hay, junto al individuo (o grupo) que lo
ejerce, otro individuo (o grupo) que se ve inducido a
comportarse del modo deseado por el primero…”. Sin embargo, no se puede negar que el
poder es ejercido por medio de instrumentos o cosas (dinero, propiedades, prestigio, fuerza
física, tradición, leyes, afecto, etc.). Pero si un hombre (A) se encuentra solo o si el otro (B)
no está dispuesto a tener aquel comportamiento por ninguna cifra de dinero, el poder de (A)
desaparece. Esto demuestra que el poder de un hombre reside en el hecho de que hay otro
sujeto y que éste se ve inducido por aquél a comportarse según sus deseos. Surge claro que
“…el poder social no es una cosa o su posesión. Es una relación entre hombres”. Es un
fenómeno relacional. Más específicamente, se trata de una relación triádica, con tres vértices
imprescindibles: un sujeto activo (quien manda), un sujeto pasivo (quien obedece) y un
ámbito específico (trabajo, familia, educación, salud, deportes o el Estado) en el que esta
relación de poder se desenvuelve: esfera de poder.

FORMAS DE EJERCICIO DEL PODER

Existen diversas maneras de influir en las conductas de los demás, es decir, de ejercer el
poder. Las tres más frecuentes son:

1. Persuasión: persuadir es inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer algo o hacer
algo. En otras palabras, consiste en convencer a otro de que hacer lo que se le indica es
beneficioso para él. Lo característico en la persuasión es la existencia de un
convencimiento fundado en razones. Por ejemplo: el paciente que no come determinados
alimentos o no toma alcohol en exceso en el convencimiento de que lo contrario afectará
su salud.
2. Manipulación: es la intervención con medios hábiles y, a veces, arteros en la política, en el
mercado, etc., con distorsión de la verdad o la justicia y al servicio de intereses
particulares. En la manipulación se dirige la conducta del otro subrepticiamente, sin que el
sujeto pasivo se dé cuenta. La nota característica es la distorsión de la verdad o la justicia.
Un claro ejemplo
de este mecanismo
es la publicidad,
que a menudo
intenta que
asociemos
conceptos como la
riqueza, la belleza
o el éxito con determinados productos. Los cuales muchas veces consumimos bajo la
influencia de esa falsa asociación sin ser conscientes de las desventajas o los perjuicios
que pueden causarnos.
3. Coerción: Presión ejercida sobre alguien para forzar su voluntad y su conducta. Consiste,
entonces, en la presión que se ejercita sobre el libre albedrío y supone una violencia moral
o compulsiva. Dicho de otra manera, el sujeto pasivo actúa de manera consciente en el
sentido indicado por el sujeto activo pero violentado por amenazas de sufrir un mal grave
e inminente. Por ejemplo: el conductor de un automóvil que no estaciona su vehículo en
un lugar prohibido porque teme la multa, el cajero de un banco que sustrae los caudales de
la caja amenazado de muerte con una pistola en poder del ladrón.

EL PODER POLÍTICO

A los efectos de determinar qué es específicamente el poder político es necesario delimitarlo,


establecer la esfera dentro del cual éste cobra vida, pues “...se trata de un poder que
distinguimos del poder social que actúa en la formación y continuidad de la sociedad...”. El
poder político, en definitiva, es una especie dentro del género poder, que reconoce como
ámbito propio al Estado. No hay más poder político que el del Estado. Los demás poderes –
sean poder personal o poderes sociales— no son sino eventuales o reales fuerzas políticas,
pero que, si acaso son poder, ni son poder político, ni menos poder del Estado ... Si lo político
y la política tienen esencialmente un único marco propio, que es el estado, sólo el poder
insertado en este marco es esencialmente político: los demás, si se politizan con relación al
estado, son fuerzas políticas, son poderes sociales con fuerza política”.
Las sociedades recurren a la institución de un poder público para organizarse políticamente;
esto es, instauran y reconocen una autoridad que les permita mantener una cohesión interna,
su unidad como formación política. Una de las principales muestras de vida de este poder
político, es la producción de todo un marco normativo. Dichas normas son concebidas con el
fin de influir directamente en las conductas sociales. En cuanto a las características del poder
estatal, enseña Bidart Campos que “...se le atribuyen las notas concomitantes de dominante y
de irresistible, incluso por la posibilidad de que dispone para usar de un aparato de fuerza, que
va desde la amenaza o coerción hasta la coacción y la violencia”. Sin embargo “...todo poder,
incluso admitidas esas características, cuenta siempre (mientras subsiste en acto) con cierta
dosis de consenso, que es una forma especial de la obediencia, prestada y discernida reflexiva,
espontánea o libremente, por motivos de adhesión y de concordancia íntimas”. El poder
político se encarna y se titulariza en hombres que son los gobernantes. Ocupan, ejercen,
detentan y personifican al poder. Lo ponen en movimiento y en acción. “El centro de la
dinámica política se ubica en el poder el estado. Es el foco del movimiento impelido por los
gobernantes [...] La actividad política gira siempre en torno del poder del estado, aunque no
detiene su horizonte en la obtención, la lucha, la conservación o la pérdida del poder, porque
la política y el poder son, también y ante todo, un medio o instrumento para alcanzar un orden
de convivencia, para realizar un fin. Y todo ello, en el perímetro global de la sociedad máxima
políticamente organizada”.

AUTORIDAD Y PODER

Muchas veces se utilizan indistintamente los términos poder y autoridad. Pero ¿realmente son
sinónimos? En rigor, no lo son. “...Para interpretar la distinción hace falta admitir otra, entre
la mera obediencia o el acatamiento y el consentimiento. El poder que a través de sus titulares
consigue débilmente la obediencia, pero no llega a polarizar adhesiones activas de consenso
íntimo, es un poder con poca o ninguna autoridad ... Sólo tiene autoridad aquél que logra
provocar y conseguir espontáneamente adicionar o inclinar voluntades a través de un
consentimiento vigoroso”.

Poder + Consentimiento y Convencimiento = Autoridad

Resumiendo, en todo Estado hay poder político; ese poder es encarnado y ejercido por el
gobernante. Todo el cúmulo de energía y capacidad de acción que anida en el poder no
siempre está a disposición del titular del poder, la dosis o porción de energía de que ese titular
dispone realmente es “su” poder personal. Cuando ese poder personal es capaz de promover
voluntades aditivas por consentimiento activo, se llama autoridad. “Autoridad es, entonces,
una forma especial que toma o adquiere el poder personal ... esa autoridad es siempre de un
sujeto concreto, atributo suyo, pertenencia suya, aunque siempre en la inexorable relación
política que se traba entre quien manda y quien obedece”.

4TO TEMA: PODER, LEGALIDAD Y LEGITIMIDAD

A fin de ser capaces de captar de una manera cabal y analizaren profundidad el fenómeno del
poder político, es necesario diferenciar los conceptos de legalidad y legitimidad que, aunque
en ocasiones se utilizan como sinónimos no lo son.

Legalidad: Si bien el vocablo legalidad es propio del Derecho, en el lenguaje político es muy
utilizado y debe ser entendida como “… un atributo y un requisito del poder, por el cual se
dice que un poder es legal o actúa legalmente o tiene legalidad cuando se ejerce en el ámbito
o de acuerdo con las leyes establecidas o de algún modo aceptada…”. Se puede decir,
entonces, que hay legalidad allí donde el poder político, más precisamente quien lo detenta, lo
adquiere y lo ejerce conforme a las leyes.

Legitimidad: Según el diccionario de la Real Academia Española legitimidad debe ser


entendida como cualidad de legítimo. Legítimo, por su parte, se define como: 1. conforme a
las leyes; 2. Lícito (justo). Finalmente, lícito significa: justo, permitido, según justicia y razón.
Por lo tanto, literalmente la expresión “legitimidad del poder” hace referencia a un poder, más
precisamente al poder político, que reviste las características de lícito, justo y conforme a las
leyes. Sin embargo, desde el punto de vista político, la legitimidad tiene una connotación más
profunda.

En este sentido afirma Bobbio que “…en el lenguaje ordinario el término legitimidad tiene
dos significados: uno genérico y otro específico. En el significado genérico, legitimidad es
casi sinónimo de justicia o de razonabilidad …El significado específico aparece a menudo en
el lenguaje político. En este contexto el referente más frecuente del concepto es el estado…”.
Continúa diciendo que “…se puede definir a la legitimidad como el atributo del estado (del
poder político), que consiste en la existencia en una parte relevante de la población de un
grado de consenso tal que asegure la obediencia sin que sea necesario, salvo casos marginales,
recurrir a la fuerza. Por lo tanto, todo poder busca ganarse el consenso para que se le
reconozca como legítimo, transformando la obediencia en adhesión…”. En definitiva, la idea
de legitimidad refiere a la existencia de razones por las cuales las personas aceptan, justifican
y adhieren a un poder político.

Relación entre poder y legitimidad

Bidart Campos, al analizar la relación entre poder y legitimidad y a los efectos de no crear
confusiones, hace una distinción entre las expresiones “legitimidad del poder” y “justificación
del poder”. El notable jurista propone “...reservar la locución “justificación del poder” para
dar razón de por qué es justo – y necesario en sentido natural – que exista el poder, por qué es
justo que en toda organización política haya poder y, por ende, por qué es justo que se le
obedezca...”, en definitiva, para justificar la existencia misma del estado y, por lo tanto, del
poder político. Y procura dejar la expresión “legitimidad del poder” “...reservada a la
cuestión, concreta y particular de cómo se adquiere y se ejerce el poder en tal o cual estado,
en tal o cual momento, por tales o cuales gobernantes...”.

Justificación del poder: En cuanto a la “justificación del poder”, explica que “...al estado,
incluido su aparato de dominación que involucra al poder, le encontramos origen filosófico o
justificación en la propia naturaleza humana con su intrínseca (intrínseca se refiere a aquello
que es propio o característico de la cosa) constitución social y política, al poder como
capacidad o energía de acción enderezadas a alcanzar el fin común, lo justificamos por este
mismo fin que es un bien: el bien de la comunidad. El poder, entonces, se justifica por el fin
que naturalmente tiene: satisfacer todas las necesidades del hombre en la buena convivencia
política. En rigor, el poder en abstracto como energía o capacidad de todo estado para
alcanzar el bien común siempre está teóricamente justificado, siempre es justo...”.

En efecto, la existencia del poder político es siempre necesaria: “...no es posible concebir una
sociedad política sin un poder público que la organice, así como no es posible concebir una
sociedad, en sí misma, sin un poder social que la determine...”.

Legitimidad del poder: Respecto de la legitimidad del poder, es posible establecer distintos
momentos en la forma que actúa la legitimación de acuerdo con la finalidad que ésta persigue.
Así, es posible hablar “legitimidad de origen” y “legitimidad de ejercicio”.

Para Bidart Campos la legitimidad de origen consiste en el acceso regular o legal al poder. Tal
legitimidad afecta a tal o cual gobernante, según sea el modo como él ha adquirido el poder.
No concuerdo con su visión respecto de en qué consiste la legitimidad de origen, pues
plantearla en esos términos implica asimilarla a la noción de legalidad. Sin embargo, estoy de
acuerdo en quién es el destinatario de esta: el o los gobernantes.

Entiendo que se acerca más a la realidad la postura de Pizzolo cuando afirma que lo que se
busca en la legitimidad de origen es justificar el acto de institución mismo del poder (cómo y
quién o quiénes lo instituyen).

En definitiva, la legitimidad de origen refiere al grado de consenso o adhesión del que dispone
el titular del poder político (gobernante) al momento de acceder a él.

Un segundo momento, es el de la legitimidad de ejercicio, donde el poder, una vez


establecido, desarrolla formas de legitimación tendientes, no ya a justificar su origen, sino a
garantizar su continuidad. No debemos olvidar que, aunque el poder estatal en abstracto es
siempre justo, “...lo que puede no ser justo es el ejercicio concreto del poder en tal o cual
estado donde lo ejercen injustamente tales o cuales hombres. Ello quiere decir que esa
denominada legitimidad de ejercicio atañe más bien al uso del poder encarnado en un
gobernante determinado...”.

Por lo tanto, debe entenderse por legitimidad de ejercicio el grado de adhesión o consenso
existente en una parte relevante de la población respecto del ejercicio que el titular del poder
político hace del mismo. Es claro que la legitimidad existirá en la medida que los gobernados
juzguen como justo el ejercicio que del poder político hacen los gobernantes.

Max Weber sostiene que en toda sociedad humana existen unos determinados sistemas de
interacciones e interrelaciones sociales entre los diferentes integrantes que la componen y que
detrás de estos casi siempre se esconde un sistema estructurado de dominación. La
dominación, según Weber, es la capacidad de ciertos individuos y grupos de suscitar la
obediencia más o menos voluntaria de otras partes de la sociedad. Esta obediencia no es total,
está acotada a unos “mandatos” específicos. En el caso de los regímenes democráticos la
dominación proviene de unos representantes legitimados en las urnas y la obediencia se acota
a los mandatos ejecutivos y legislativos de éstos. La “voluntariedad” de la dominación es un
hecho importante; a diferencia del poder puramente coercitivo que se mantiene
principalmente por la imposición, el poder legitimado, la dominación, se mantiene porque los
dominados están convencidos de la “positividad” de su obediencia. Es más, hay un cierto
reconocimiento de la autoridad del que domina; el subordinado acepta su coerción. Cabe
preguntarse cómo surge este convencimiento. Weber plantea (con el foco en la historia) que
esta legitimación puede surgir, principalmente, de tres fuentes distintas (que pueden darse al
mismo tiempo):

Legitimación del poder tradicional: esta legitimación se basa en “la fuerza del pasado”, en la
tradición del grupo. Por ejemplo, las antiguas monarquías hereditarias fundamentaban su
poder en la antigüedad de su linaje. La legitimación del poder de los monarcas venía de muy
atrás, prácticamente porque “siempre había sido así”.

Legitimación del poder carismática: esta legitimación proviene de la apreciación de los


atributos individuales (percibidos) de un líder particular, del carisma de éste. Los dictadores
han tenido éxito en acumular poder de esta forma. El problema de este tipo de legitimación es
que se desgasta rápidamente y es difícil encontrar sustitutos con igual carisma.

Legitimación del poder legal-racional: esta legitimación deriva de argumentos


(ético)racionales. Por ejemplo: “el gobernante manda porque lo dice la ley” y esa ley que fue
aprobada en un parlamento elegido democráticamente es la mejor forma de disponer de unos
medios (coerción estatal) para lograr unos fines concretos (seguridad, libertad, etc.). Esta
legitimación suele estar presente en las democracias representativas: los representantes
gobiernan porque se piensa que su elección “limpia” (siguiendo las leyes) en las urnas es la
mejor forma posible (la más justa) de gobierno del “pueblo”.

5TO TEMA: ESTADO, EVOLUCION, CONCEPTO, CARACTERISTICAS DEL


ESTADO MODERNO, ELEMENTOS.

EVOLUCIÓN DEL ESTADO


En el lento transcurrir de la evolución de la humanidad, surgieron diversos tipos de
organizaciones hasta llegar a los “Estados modernos”. En los tiempos prehistóricos surgió la
HORDA, como primer aglutinamiento social con el fin de satisfacer necesidades primarias y
viscerales. Se trataba de pequeños grupos cuyos miembros realizaban algunas actividades de
cooperación para recolectar frutos o cazar para subsistir.
“…En un lento proceso, la horda se transforma en CLAN, grupo aún poco numeroso, pero
ahora establecido bajo la autoridad de un jefe. Normalmente éste era el más eficiente para
velar por las urgencias primarias del grupo, el guerrero más fuerte o el cazador más apto…”.
Una de las explicaciones histórico-racionales del origen del Estado (en el sentido moderno) es
el belicismo de los pueblos primitivos. “…Los grupos se van unificando, generalmente por
sometimiento al más fuerte. Surge la esclavitud, que originariamente es un progreso, pues se
evita la muerte del vencido. El factor económico tiene peso en esta evolución: comienzan las
transacciones, los cambios, los mercados. Los clanes agrupados forman FRATRIAS y
TRIBUS, y surge por fin la MONARQUÍA TEOCRÁTICA…”. El rey, mandatario de Dios, a
veces el Dios mismo, asistido por una casta sacerdotal o simplemente por la gerontocracia,
que exaltaba la prudencia de los ancianos, se pone al mando de la comunidad.
Hasta ese momento la convivencia social se ordenaba por medio del tabú o del mandamiento,
simple norma imperativa que no preveía ninguna sanción ante el incumplimiento. Estas
imposiciones dogmáticas atendían a necesidades primordiales de la vida en común (no matar,
no robar, etc.) presentadas como dictados de la divinidad.
“…Los códigos primitivos, como los de Hammurabi, en Babilonia o de Manú, en la India, son
vastos intentos de ordenamiento de la vida colectiva. En ellos surge ya la norma jurídica, que
alcanza su perfeccionamiento con el sistema romano. La norma jurídica no es meramente
imperativa, ya establece sanciones. Puede dividirse en dos partes: la primera describe un tipo
legal, una conducta posible; y la segunda establece la consecuencia jurídica de tal
conducta…”.
Durante la época de la Grecia antigua y de los Romanos, para aludir a la institución política, a
la organización perfecta, autónoma o soberana se utilizaban términos como “polis” o “civitas”
(ciudad). La voz “estado” adquiere su significación moderna mucho más tarde. Es
Maquiavelo (1469-1527) quien impone el uso de la palabra estado, en la literatura política.
De lo dicho es posible deducir que tampoco existió el Estado con las características y
funciones que hoy se le reconocen durante la Edad Media. Las organizaciones políticas
medievales no lograron concentrar en sus manos el poder total (lo que Weber llama la
violencia física legítima o coacción física) como lo hace el Estado moderno, sino que cada
institución medieval detentaba una pequeña porción de poder en territorios que no siempre
estaban delimitados con precisión.
“En un principio, las ciudades-Estados eran unidades independientes, de una extensión
territorial menor a las actuales, que concentraban sus actividades principalmente en los
ámbitos militares, fiscales, en la protección de sus súbditos y administración de justicia…”.
Estas unidades comienzan a buscar su expansión territorial y para lograr este objetivo, apelan
a a la conformación de ejércitos cada vez más numerosos y poderosos.
A partir del siglo XV y XVI es posible hablar de la existencia de “reinos” que poseían grandes
extensiones territoriales, aunque los monarcas mantenían una relación nominal o indirecta con
la población, es decir, existía una relación de “intermediación entre los monarcas y los
súbditos. “Estos intermediarios constituían un sector social, político y económico de
envergadura y que estaba conformado por duques, archiduques, señores militares, grandes
propietarios de tierras, etc. Eran éstos quienes tenían un trato directo con la población. Había
entonces una relación social estructurada en la sociedad medieval, los monarcas obtenían de
los intermediarios tributos y hombres para sus empresas militares y éstos obtenían, a su vez,
una amplia libertad para gobernar y administrar sus territorios sin injerencias externas. La
ciudad y su hinterland (la zona rural en donde una ciudad mantiene su predominio y su
influencia administrativa, fiscal y militar) operaban en la práctica como unidades políticas
autónomas…”.
Sin embargo, es recién a partir del siglo XVI, que surgen en Europa los estados en sentido
moderno: es decir, las denominadas monarquías absolutistas. El pasaje de los estados
medievales a los Estados modernos estuvo caracterizado por:
a. PROGRESIVA CENTRALIZACIÓN DEL PODER: El Estado adquiere bajo su órbita la
totalidad de las relaciones sociales, económicas y políticas, no aceptando dentro de su
territorio ningún otro poder equivalente que pueda disputarle esta primacía.
b. CRECIENTE CONCENTRACIÓN DE FUNCIONES EN MANOS DE
UNA BUROCRACIA PROFESIONAL: La administración del Estado se lleva a cabo sobre
los parámetros de profesionalidad (quienes administran perciben un salario y poseen la
idoneidad necesaria para desempañar dicha tarea) e impersonalidad (la administración opera
en base a códigos y leyes estatuidas con anterioridad).
c. CRECIENTE PROCESO DE SECULARIZACIÓN: Al dejar de lado
a los estados cristianos, el poder y la política se van legitimando cada vez más sobre sus
propias bases, o sea, sobre la racionalidad del individuo. La secularización consiste en separar
a la política y a la administración de toda reminiscencia dogmática o religiosa como fuente de
su fundamentación.
ESTADO
Al igual que sucede con la política, no existe una definición única y acabada de Estado.
Muchísimos estudiosos han intentado precisar de qué hablamos cuando nos referimos al
Estado, pero las respuestas son muy variadas. Fundamentalmente dependen de la época, del
punto de vista, de la formación y de la ideología de quien aspira a conceptualizar el término
que nos ocupa.
Hay autores que entienden al Estado como una institución permanente. Desde esta
concepción, Aristóteles sostuvo que el Estado “constituye una asociación política natural y
necesaria, estable, orgánica y perfecta, cuya esencia radica en la naturaleza del hombre, y
tiene por fin la realización de la virtud y de la felicidad humanas”.
La característica fundamental que distingue, a juicio de Aristóteles, al Estado de cualquier
otra comunidad es su “autarquía o autosuficiencia” es decir que no depende de otra
comunidad para la realización de sus fines. Lo podemos resumir al Estado diciendo que es “la
comunidad perfecta o soberana”.
En la misma línea de pensamiento se encuentra Santo Tomás. Quien incorporó a la
concepción cristiana la filosofía aristotélica sobre el Estado y dio origen a la “escuela
escolástica”. Sostuvo, entonces, que “el Estado es la institución necesaria y fundamental que
deriva de la naturaleza social del hombre y que la persona no puede alcanzar la perfección
sino se supedita a los medios y fines de la comunidad estatal”. El gran filósofo cristiano
expresó 1) que el bien común es la fuente en la que deben inspirarse los gobernantes; y 2) que
el Estado se basa en el principio de autoridad que se mantiene por medio del poder con el fin
de asegurar el orden social a través de la ley.
Más cercano en el tiempo, el Dr. Bidart Campos define al Estado como “la comunidad
políticamente organizada”. “el estado no es una categoría histórica temporalmente
circunscripta, sino “la” categoría histórica permanente y universal, aunque variable en sus
formas, que acompaña a la convivencia de todas las sociedades globales”. Refiriéndose a la
permanencia y variabilidad histórica del estado afirma: “Si la politicidad es intrínsecamente
constitutiva del hombre y, por ende, jamás ha habido ni hay convivencia total sin
organización política, una vez que a ésta la adjudicamos el nombre de estado derivamos al
aserto seguro de que el estado es un fenómeno político permanente y continuo”. Y agrega “…
Es necesario, natural e inevitable que exista el estado, pero es variable e histórico que exista
con esta o con aquella forma”. Dentro de la misma línea se enrola
Pero no todos los autores conciben al Estado como atemporal y permanente. Horacio
Sanguinetti, en posición contraria, expresa que es exagerado utilizar el vocablo estado para
denominar a todas las formas históricas de convivencia social y que “…las formas primitivas
de convivencia son, en cambio, antecedentes del Estado…”.
Max Weber, desde el punto de vista sociológico en su obra “Política y ciencia”, explica al
Estado “…como la comunidad humana que en el ámbito de determinado territorio (aquí "el
territorio" es el elemento diferencial) requiere exitosamente como propio el monopolio de la
violencia física legítima…”.
En lo personal adhiero a la postura que ve en el estado una organización atemporal, más allá
de la forma que adquieran en tal o cual época. Si bien es cierto que el Estado a partir del siglo
XVI se perfila con particularidades que hasta hoy se mantienen, no considero correcto
reservar el término en cuestión para esta forma particular, calificando a toda forma anterior de
organización de la comunidad como antecedentes del Estado.
Entiendo más adecuado utilizar el término “Estado moderno”, para referirnos al que surge a
partir del siglo XV y reservar el vocablo “Estado” para aludir a la organización de la
convivencia de cualquier sociedad global (en términos del Dr. Bidart Campos) o comunidad a
lo largo de la historia de la humanidad.
ELEMENTOS DEL ESTADO
Los elementos básicos del Estado son los siguientes: población, territorio, soberanía y
gobierno.
Población: La población es el elemento humano del Estado. Comprende la totalidad de los
individuos habitantes, sean hombres y mujeres, de cualquier raza, edad, credo, capacidad,
nacionalidad etc. No debe confundirse la población con el pueblo, que “…es un grupo
diferenciado más reducido que la población, y está constituido por el conjunto de ciudadanos.
Los ciudadanos –
que incluso pueden no ser habitantes – ejercen los derechos políticos…”.
Territorio: El territorio es el elemento geográfico, es el espacio físico, la base o el
asentamiento de la convivencia poblacional. Es importante pues demarca el ámbito donde el
Estado ejerce su poder con repulsión de todo otro poder similar extraño. Comprende el suelo,
el subsuelo, el espacio aéreo y una porción de del mar adyacente a su litoral, si lo tiene.
Soberanía: Soberanía es un término que deriva de la palabra francesa souveraineté, que
significa etimológicamente “el que está sobre, o por encima de otros” y se relaciona
directamente con la idea
de poder político estudiada. “El Estado es la institución donde se ejerce el poder supremo: la
institución “autónoma”, “perfecta”, que no reconoce sobre sí ninguna otra. Esta idea de
superioridad absoluta se manifiesta en el concepto de SOBERANÍA, cualidad del poder
ejercido por el Estado nacional moderno…”.
Gobierno: Será desarrollado en la próxima unidad.

6TO TEMA:(1ERA PARTE)

PRINCIPALES CORRIENTES DE PENSAMIENTO EN TORNO AL ESTADO

Contractualistas: HOBBES, LOCKE Y ROUSSEAU. El contractualismo comprende un


conjunto de teorías políticas que encuentran el origen y el fundamento del Estado en un
contrato. Durante casi dos siglos, varios pensadores europeos buscaron argumentos racionales
para explicar las relaciones que las personas establecen al vivir en sociedad. Filósofos como
Thomas Hobbes, Baruch de Spinoza, John Locke, Jean-Jacques Rousseau o Immanuel Kant
ofrecieron diferentes respuestas pero todos basados en una misma idea: la existencia de una
sociedad pre-estatal donde las personas vivían en estado de naturaleza en el cual se hacía
difícil la convivencia; y la inclinación de todos hacia la celebración de un contrato o pacto que
dio origen a un estado de sociedad en el cual todas las personas renunciaron a una parte de su
libertad a fin de que la vida pudiera ser más previsible y ordenada. En esta sociedad, el Estado
se erige como garante de la paz y el orden. Thomas Hobbes (1588-1679) El filósofo inglés
elabora sus ideas políticas en el contexto de la violencia desatada en Gran Bretaña en la
primera mitad del siglo XVII a causa de las guerras civiles. Hobbes detenta una visión
negativa del hombre, entiende que es malo y egoísta por naturaleza. En su libro El leviatán
(1651) explica que la naturaleza a hecho a los hombres tan iguales en las facultades del
cuerpo y del espíritu que cualquiera podría aspirar a poseer lo que posee otro. Pero si dos
hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven
enemigos y tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. Por ende, el estado de naturaleza
implica la guerra de todos contra todos en la que no existen ley ni justicia como así tampoco
garantías para la vida y la propiedad privada. Esto lo lleva a afirmar que en dicho estado “la
vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”. El temor a la muerte, el
deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas
por medio del trabajo inclinan a las personas hacia la paz, para lo cual deben salir del estado
de naturaleza. Para lograrlo, los individuos celebran un contrato y pactan “cada uno con cada
uno” ceder sus derechos de actuar por sí mismos para ser representados por un poder soberano
encargado de garantizar la paz: el Estado. Para Hobbes, el poder del Estado es absoluto, pues
sólo una fuerza superior es capaz de garantizar la supervivencia y la defensa contra enemigos
extranjeros. Los actos del Estado, aunque resulten injustos, no pueden ser cuestionados por
los gobernados, salvo que el derecho a la vida se vea amenazado, pues éste es el único al que
no renuncian los hombres cuando celebran el contrato.

John Locke (1632-1704) Al igual que sucedió con Hobbes, las guerras civiles que vivió Gran
Bretaña durante el siglo XVII también marcaron el pensamiento de John Locke. Sin embargo,
sus objetivos y conclusiones fueron diferentes. En lugar de justificar la monarquía absolutista,
se preocupó por fijarle límites para proteger las libertades individuales. Sus ideas sentaron las
bases de la democracia parlamentaria británica y del liberalismo político. Su obra principal
fue el Segundo ensayo sobre el gobierno civil, de 1690. Locke distinguió entre estado de
naturaleza y estado de guerra. Sostuvo que los hombres viven, por naturaleza en plena libertad
e igualdad bajo la ley que les dicta la razón, la que les enseña que “ninguno debe dañar a otro
en lo que atañe a su vida, salud, libertad o posesiones”. Es decir que, en principio, en estado
de naturaleza los hombres tienden a la paz. Sin embargo, se trata de una paz precaria pues
ante situaciones de conflicto – y no existiendo ninguna autoridad superior que actúe como
árbitro – las mismas desembocan en el estado de guerra, en el cual se usa la fuerza o, por lo
menos, se manifiesta la intención de usarla. Entonces, los hombres tratan de unirse en Estado
y ponerse bajo un gobierno con el objetivo de preservar sus vidas, sus libertades y sus
posesiones. Mediante un contrato, los hombres ceden la posibilidad de obrar por sí mismos y
crean una autoridad capaz de proteger sus derechos. El poder y las funciones de esta autoridad
deben estar limitados por la ley para evitar la injusticia y la concentración de poder.

Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Rousseau, que vivió en el siglo XVIII conocido como el
“siglo de las luces”, defendió los buenos instintos y sentimientos de las personas en estado de
naturaleza. En su libro El contrato social de 1762, retomó la idea del contrato de los
pensadores ingleses del siglo anterior, pero estableció grandes diferencias. En su concepción,
el estado de naturaleza corresponde a un estado de felicidad en el que las personas viven
libres e iguales dado que el hombre es bueno por naturaleza. Sin embargo, esta armonía se ve
corrompida con la aparición de la propiedad privada, en la cual Rousseau ve el origen de
todos los males y desigualdades. Ante esta situación se celebra un primer contrato que da
lugar a la formación de una sociedad en la cual el Estado está al servicio de los que más
tienen, sosteniendo la propiedad privada y aumentando la desigualdad. Surge un Estado social
perverso, puesto que la protección de los derechos individuales y de la propiedad privada no
es suficiente para alcanzar el bien común. Con la finalidad de salir de esta situación, los
hombres celebran un segundo contrato social mediante el cual cada uno se entrega a la
comunidad. Nace otra forma de asociación regida por la voluntad general, capaz de expresar
el interés colectivo, superior a los intereses individuales. El Estado es la expresión de la
voluntad general y la soberanía está puesta en el pueblo y no en el monarca. La forma ideal de
ejercer el gobierno es la democracia directa.

MAX WEBER (1864-1920) Max Weber llega al análisis realista del Estado moderno a través
de un estudio histórico y sociológico de las formas precedentes de Estado. Los factores que
toma en cuenta para analizar este desarrollo particular son la religión, el desarrollo del
protestantismo y el avance, en un primer momento, del comercio como fuente generadora de
riquezas y, posteriormente, del capitalismo como forma cada vez más dominante de
producción económica y social. Dan muestra clara de la posición realista del famoso filósofo,
politólogo y sociólogo alemán el abordaje permanente en su obra al poder y los medios
posibles para llegar a él y mantenerlo. Weber afirma que la titularidad de la autoridad y del
poder se pone de manifiesto en la dominación. El Estado moderno, sostiene el autor, posee el
“monopolio legítimo de la fuerza” y “es una empresa de dominio que requiere de
administración continua”. El poder que ostenta el Estado es superior al poder de todos los
individuos e instituciones dentro de un territorio dado. “Weber entiende la política como
enfrentamientos entre los diferentes sectores sociales, políticos y económicos por obtener el
poder. Las relaciones entre las personas son, en definitiva, relaciones de fuerza, de una
persona sobre la otra y de una clase social sobre la otra…”. El autor, en su libro Economía y
Sociedad, define al Estado moderno en los siguientes términos: “Una asociación de tipo
institucional, que en el interior de un territorio ha tratado con éxito de monopolizar la
coacción física legítima como instrumento de dominio, y reúne a dicho objeto los medios
materiales de explotación en manos de sus directores pero habiendo expropiado para ello a
todos los funcionarios de clase autónoma, que anteriormente dependían de aquellos por
derecho propio, y colocándose a sí mismo, en el lugar de ellos, en la cima suprema”. (Weber,
M; Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica). El análisis sobre el Estado
moderno como organización institucional cuyo objetivo final es el mantenimiento de la
dominación, es sólo una parte del trabajo de Weber. La otra cuestión tratada es cómo lograr
que esta dominación sobre un territorio sea duradera e incuestionable por parte de los
diferentes actores del sistema. Explica Norberto Bobbio que “…el monopolio de la fuerza,
como se ha dicho, es condición necesaria pero no suficiente de la existencia de un grupo
político que pueda definirse como estado. En todos los contextos Weber añade que esta fuerza
debe ser legítima. El problema que surge de inmediato es que sólo un poder legítimo está
llamado a perdurar, y sólo un poder duradero y constante puede constituir un Estado … No
basta que el poder soberano sea absoluto, también debe ser perpetuo”. La legitimidad guarda
un lugar fundamental en la empresa destinada a la dominación política y es efectiva sólo
cuando quien obedece la norma, la ley, lo hace entendiendo que ésta es parte de su
convencimiento y de su acción. Weber hace un análisis histórico tratando de rastrear los
fundamentos del derecho a mandar y construye tipos ideales de legitimidad del poder que se
sucedieron a lo largo de la historia. Refiere a tres tipos puros: dominación tradicional,
dominación carismática y dominación racional-legal.
7MO TEMA: (2DA PARTE)

PRINCIPALES CORRIENTES DE PENSAMIENTO EN TORNO AL ESTADO

KARL MARX (1818-1883) Y FRIEDRICH ENGELS (1820-1895) La obra de Marx y


Engels, contemporánea al surgimiento de la revolución industrial y al desarrollo del
liberalismo, es considerada como uno de los aportes más brillantes a las ciencias sociales. En
“El manifiesto del Partido Comunista” de febrero de 1848, estos autores dejan clara su
concepción del Estado. Los puntos más salientes de su pensamiento son: El Estado es un
instrumento al servicio de la burguesía para la explotación de la clase trabajadora. Se trata,
por lo tanto, de un Estado clasista. La política burguesa es ineficaz para la emancipación del
proletariado, pues ella oculta las verdaderas condiciones de explotación a la que es sometida
por parte de la burguesía. Por este motivo, toda participación en la política burguesa es una
falsa alternativa. El cambio social provendrá únicamente de la organización autogestionada
del proletariado, que liderará a las otras formaciones económico-sociales y tomará el Estado,
por intermedio de la fuerza, para proceder posteriormente, y luego de un interregno
organizativo, a su destrucción definitiva. Marx, al tratar la relación entre el Estado y la
sociedad describe dos esferas: la esfera de la producción, la estructura económica, que es el
mundo de las actividades económicas o sea de la sociedad civil. La segunda es la esfera de la
superestructura – la sociedad política o Estado – que es el “edificio jurídico y político” que se
levanta sobre la estructura económica. La finalidad de la segunda esfera es velar y garantizar
la seguridad y la reproducción del sistema capitalista. Marx considera a esta estructura como
una extensión de la dominación burguesa sobre los sectores sociales oprimidos y explotados.
En este sentido afirma que en las instituciones políticas de la sociedad capitalista no puede
conseguirse la igualdad política y social, puesto que aquéllas no resuelven y no resolverán la
verdadera injusticia e inequidad que se da en el mundo de la producción, en donde el
trabajador se ve obligado a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario que no alcanza
a pagar toda la generación de valor que éste produce. Sostiene que la sociedad capitalista ha
generado por su propia naturaleza las clases sociales: la burguesía, propietaria de los medios
de producción, o sea, la clase dominante, y el proletariado, que sólo posee su fuerza de
trabajo. Ambas están enfrentadas, son antagónicas y sus posiciones son irreconciliables.

VLADIMIR ILLICH ULIANOV (LENIN) (1870-1924) Lenin, en su obra “El Estado y la


Revolución” de 1917 realiza una distinción sobre la naturaleza del Estado. Sostiene que es
posible observar en el Estado una función represiva del Estado junto con un elemento técnico.
La primera, integrada por las fuerzas de seguridad y la burocracia clasista debe ser destruida
una vez que los revolucionarios tomen el poder. El elemento técnico del estado, es decir,
neutral, debe ser ocupado por el proletariado y puesto a funcionar para la transformación
socialista de la sociedad. Para sostener sus argumentos favorables a la preservación de este
aparato “neutral” Lenin escribe: “El Estado moderno posee un aparato entrelazado muy
íntimamente con los bancos y los consorcios, un aparato que efectúa se vale expresarse así, un
vasto trabajo de cálculo y registro. Este aparato no puede ser destruido. Lo que hay que Hacer
es arrancarlo de la supeditación de los capitalistas. De este aparato podemos apoderarnos y
ponerlo en marcha de un solo golpe, con un solo decreto, pues el trabajo efectivo de
contabilidad, de control, de registro, de estadística y de cálculo corre aquí a cargo de
empleados, la mayoría de los cuales son por sus condiciones de vida proletarios o
semiproletarios”

ANTONIO GRAMSCI (1891-1937) Según Gramsci, la estrategia revolucionaria que deberá


llevar adelante el movimiento obrero estará en relación directa con la realidad política,
económica y social. Él observa que la revolución que se llevó adelante en Rusia en 1917
guardaba ciertas características excepcionales que no podían repetirse en ningún país de
Occidente dado que el Estado capitalista occidental había desarrollado una compleja red
destinada al control y la dominación política que iba más allá de la represión. Afirma respecto
“…del sistema occidental de dominación: “El Estado sólo era una trinchera avanzada tras de
la cual había un poderoso sistema de fortalezas y casamatas”. Que se situaban en la sociedad
civil a través de toda una serie de instituciones “privadas”, las cuales aparecían como parte
fundamental del sistema de dominación burguesa”. Gramsci expone que después de 1870 el
Estado comienza a penetrar en la sociedad civil y en el interior de ésta y las masas se
organizan en grandes partidos y sindicatos. Comienzan a erigirse numerosas instituciones que
median la relación entre las masas y el Estado gobierno. El notable político italiano habla del
“Estado ampliado” mediante el cual alude a la interrelación del Estado y la sociedad civil que
conforma una totalidad compleja en donde se genera la hegemonía política. Al respecto
explica que tanto el Estado como la sociedad civil son los encargados de desarrollar y volcar
hegemonía sobre los individuos. Por lo tanto, no es suficiente tomar el Estado por la fuerza,
dado que después existe toda una serie de instituciones a las que es necesario dominar o
liderar para que la estrategia revolucionaria llegue a su objetivo final. Propone que primero se
debe dar la batalla en el seno de la sociedad civil mediante la construcción de una trama
discursiva política social propia. El grupo revolucionario debe ser dirigentes antes de
conquistar el poder. Después de esto, se convierte en dominante sobre toda la sociedad,
incluidos los grupos enemigos. Un gran aporte de Gramsci, además de la definición de
“Estado ampliado”, es la acuñación del concepto de hegemonía, entendido como dirección
política y cultural. Sostiene que la función de conseguir consenso y legitimidad en la
estructura de dominación se basa en la posibilidad cierta de recurrir a la fuerza como última
instancia, pero esta prerrogativa, que sólo pertenece al Estado, se encuentra oculta. Explica
que el sistema funciona como si esta última potestad de la dominación no existiera. Es por
medio de la definición de hegemonía como dirección política y cultura que se pueden
descifrar las complejidades que la sociedad occidental presenta a los sectores revolucionarios.
“En el Estado y en la sociedad civil se hallan los especialistas e intelectuales encargados de
ejercer la dominación y dirección hegemónica. En el Estado se encuentra esta doble función
de coerción y de consenso; esta última, compartida con la sociedad civil y su entramado de
instituciones privadas, existe una asimetría entre estas dos funciones, ya que “la ideología se
reparte entre la sociedad civil y el estado”, mientras que la violencia pertenece sólo al
estado.”.

CONCEPCIÓN FASCISTA DEL ESTADO El fascismo fue un movimiento político surgido


en las primeras décadas del siglo XX desarrollándose plenamente en Italia. Su líder más
representativo fue Benito Mussolini (1883- 1945). Se trata de una ideología que se opone con
igual fuerza tanto a la democracia liberal como al socialismo y al comunismo. El fascismo se
muestra como una faceta autoritaria del Estado capitalista, buscando sus fuentes de
legitimidad en una política expansionista y recurriendo al peso de las tradiciones, reales o
ficticias, con un pasado glorioso al que se lo pueda reivindicar. Edda Saccomani define al
fascismo en estos términos: “Se entiende por fascismo un sistema de dominación autoritario
caracterizado por un monopolio de la representación política por parte de un partido único y
de masas organizado jerárquicamente, una ideología fundamentada en el culto al jefe, una
exaltación de la colectividad nacional y en el desprecio de los valores del individualismo
liberal y también una confrontación ante el socialismo y el comunismo”. Sobre la idea de la
reivindicación de la “comunidad nacional” y la pertenencia a un grupo con una identificación
común inaccesible a “los otros”, el fascismo realizó una exaltación del Estado como fin
último. A su vez proponía una organización corporativa en el marco de una integración de las
diferentes clases sociales. En palabras de Mussolini, el Estado es la encarnación jurídica de la
Nación.

Charles Maurras, sostuvo una línea teórica opuesta a la teoría democrática y republicana.
Defensor de la tradición monárquica atacó la tradición liberal democrática por considerarla
causante de los desórdenes sociales y de la laxitud de la norma. En su libro “El orden y el
desorden” sostuvo: “La desigualdad es un hecho, queremos que se lo reconozca como hecho
vital, como hecho fuera del cual no existe vida posible. La desigualdad o la muerta, hemos
dicho. Lo repetimos. No es esto todo. Queremos que este país renuncie a la obsesión, a la idea
fija, judeoprotestante, suiza, de la igualdad considerada como bien absoluto”. Uno de los
principios básicos de Maurras fue el INTENSO NACIONALISMO. Que él mismo llegó a
calificar de “Nacionalismo Integral” en el cual, lo importante es la nación francesa y todo
aquello que en el pasado o en el presente sirva o haya servido para hacerla grande, quedando
resumido su pensamiento nacionalista en su sentencia: “Todo lo que es Nacional, es Nuestro”.
Afirmaba que el orden político debe estar sujeto a un interés que trasciende incluso a las
mismas personas que es el “interés nacional”. Allí todos los habitantes encontrarán las
máximas de su acción basados en los principios de patria y de la tradición. Otro punto
importante del pensamiento maurrasiano fue la IDEA DE DECADENTISMO. Influido por la
idea de decadencia ya desarrollada en Francia por Renan y Taine, Maurras sentía que Francia
había perdido su "grandeza" durante la Revolución Francesa, grandeza heredada de sus raíces
romanas y desarrollada por cuarenta reyes que en un millar de años crearon a Francia. Según
escribió en el periódico Observateur française, la revolución no fue más que una revuelta
negativa que destruyó todo el trabajo nacional anterior. El MONARQUISMO es otro de los
puntos relevantes del pensamiento del político francés. La visión autoritaria y elitista de la
sociedad en Maurras, unido a su idea de decadentismo, le lleva a decantarse por la forma
monárquica de estado. En su concepción política, “…el Estado debe ser un Estado mínimo y
guiado por la autoridad monárquica, organizado además en base a corporaciones religiosas,
militares y profesionales. Esta organización institucional, alejada de la organización
republicana y democrática, es la más adecuada en su visión del orden. Esta visión no concibe
la organización social y la generación de un poder “ascendente” basado en la deliberación
democrática, sino que, por el contrario, el ideal de autoridad debe estar refrendado en un
poder “descendente”, aquel que proviene de las diferencias derivadas de la desigualdad en el
acceso a los recursos…”. Explica Garabedian la visión de Maurras respecto de cuáles son las
funciones del Estado: “…Es la función del Estado, a través de un líder fuerte, fijar el rumbo
de la nación. A lo largo de la obra de este autor, puede observarse que el Estado debe impedir
la integración dentro de su territorio con “el diferente”, en materia de raza, de política o de
religión, y a su vez, en materia internacional, se debe privilegiar el interés de la nación.”.

8VO TEMA: EL GOBIERNO Y LOS SISTEMAS DE GOBIERNO.


Al igual que sucede con términos tales como Estado o política, el gobierno puede definirse de
diversas maneras y según distintos enfoques. Es posible conceptualizarlos a partir de diversas
asociaciones: con las personas que nos gobiernan, las funciones que cumplen o que
consideramos que deben cumplir, con las atribuciones específicas que les corresponden a las
distintas instituciones, etc. Una primera aproximación al concepto algunos autores señalan
que se trata del centro a partir del cual se ejerce el poder político en una sociedad. Sin
embargo, esta concepción es excesivamente amplia y no permite dar una idea clara y acabada
de qué es gobierno. Desde un enfoque funcional y a partir de la etimología del término
gobierno (derivado del griego kubernáo que significa "pilotar un barco") es posible concebirlo
como la administración, mando o guía que conduce o dirige políticamente a la sociedad. Entre
las funciones específicas del gobierno se destacan la de llevar a cabo la integración de la
sociedad y defenderla de otros grupos externos. Norberto Bobbio, desde una concepción
subjetiva define al gobierno como “…el conjunto de las personas que ejercen el poder
político, o sea que determinan la orientación política de una cierta sociedad…” (BOBBIO,
MATTEUCCI, & PASQUINO, Diccionario de política, 2008, p. 710). El notable politólogo
aclara que existe una segunda acepción del término gobierno “…que se apega más a la
realidad del estado moderno, y que ya no indica solamente el conjunto de las personas que
detenta el poder de gobierno sino el conjunto de los órganos a los que institucionalmente les
está confiado el ejercicio del poder. En este sentido el gobierno constituye un aspecto del
estado. En efecto, entre las instituciones estatales que llevan a cabo la organización política de
la sociedad […] las que tienen la tarea de manifestar la orientación política del estado son los
órganos de gobierno” (BOBBIO, MATTEUCCI, & PASQUINO, Diccionario de política,
2008, p. 710). En definitiva, es posible definir al gobierno como “el conjunto de órganos que
se encuentran en la cúspide del poder ejecutivo (excluyendo la administración pública que
ejerce funciones burocráticas) cuya función principal es la de llevar a cabo la integración de la
sociedad y defenderla de los grupos externos” De la definición propuesta se deduce que los
órganos legislativos y los judiciales no forman parte de los órganos de gobierno, a pesar de
que ejercen también poder político (por ser órganos del Estado).

DIFERENCIA ENTRE ESTADO Y GOBIERNO Frecuentemente se utilizan los términos


Estado y gobierno como sinónimos cuando realmente no lo son. Para no caer en este error, es
preciso señalar cuáles son las diferencias fundamentales. El Estado es la entidad permanente
que otorga una organización política a la población de un determinado territorio. Dentro de
esta organización política se ubica al gobierno como el espacio específico donde se toman las
decisiones. Éste no es sino uno de los elementos primordiales del Estado. Los gobiernos
cambian, se renuevan; el Estado permanece, aun cuando pueda variar en sus formas a lo largo
de la historia.

Muchos pensadores, filósofos y politólogos a lo largo de la historia han abordado el tema de


las formas de gobierno, y han concebido diversas clasificaciones y tipologías, tropezando
todos ellos “…con la infinita variedad que el conocimiento empírico describe. Cabe afirmar
que, por encima de copias o de parecidos formales, cada régimen político es distinto y
peculiar. Y dentro de sí mismo, incluso, las variaciones según las épocas son tales, que hacen
difícil crear una tipología seria y detallada. La verdad es que, desde las primeras reflexiones
sobre la política, en la Antigua Grecia, se pensó cómo clasificar los distintos gobiernos. Platón
intentó una tipología de las formas de gobierno, que luego fue perfeccionada por Aristóteles.
Atendía a dos variables: 1) el número de personas con derecho a participar del poder y 2) los
fines perseguidos por el gobierno. Decía Aristóteles, “todo gobierno constituido en vista del
interés general es bueno y rigurosamente justo, y todo gobierno instituido en vista del interés
de los gobernantes, es vicioso en su origen, porque no es sino una corrupción de una
organización social buena. Las formas puras serían tres: monarquía, cuando gobierna uno solo
en el interés general; aristocracia, cuando un grupo lo hace del mismo modo, y República
(democracia), cuando todos gobiernan con justicia. Cada forma pura puede corromperse y
determinar una forma impura. Escribió Aristóteles: “Tres son las desviaciones de estas formas
de gobierno: la tiranía, la oligarquía y la demagogia, que son respectivamente la degradación
de la monarquía de la aristocracia y de la República. Así, la tiranía es el gobierno de uno solo,
que no tiene en cuenta sino su interés personal; la oligarquía es la supremacía de algunos en
provecho de la clase a la que pertenecen; y la demagogia es el abuso de autoridad suprema en
beneficio de los pobres. Ninguno de estos tres gobiernos tiene para nada el interés general en
cuenta.”

Luego de la Edad Media, en la cual la religión ocupó la centralidad del pensamiento político y
se negó la separación entre poder espiritual y terrenal, aparece en escena uno de los más
importantes pensadores políticos del Renacimiento: Nicolás Maquiavelo. Éste utilizó como
principal criterio de clasificación la concentración o dispersión del poder, y así distinguió
entre MONARQUÍA y REPÚBLICA. La monarquía era el gobierno de uno, soberano, basado
en la desigualdad, con un Estado personalizado en el monarca, sin responsabilidad política,
vitalicio y hereditario. La República refería, por el contrario, a un gobierno plural, con
soberanía popular, igualitario, despersonalizado, con responsabilidad de los gobernantes,
periódico, electivo, etc. En el siglo XVIII, los pensadores de la ilustración criticaron la
concentración de poder y los riesgos de la tiranía. Montesquieu esbozó su teoría de la división
de poderes e identificó tres formas de gobierno: la REPÚBLICA, en la que se ejerce la
soberanía popular y el poder está repartido; la MONARQUÍA que concentra el poder; y el
DESPOTISMO, que también concentra el poder, pero en una persona que no se ajusta a
ninguna ley. La dicotomía entre monarquía y república dejó de ser tal con el surgimiento de la
monarquía constitucional, ya que en éstas se dieron con igual claridad los caracteres de los
gobiernos republicanos. Tal como expresa Sanguinetti, “…las formas de gobierno actuales
pueden ser clasificadas en dos grandes grupos: REPUBLICANO-DEMOCRÁTICAS y
AUTORITARIAS”, estas últimas también denominadas AUTOCRÁTICAS. En el primero
existe respeto por los derechos humanos, pluralismo, juego político limpio, oposición
institucionalizada, posibilidad de transferencia pacífica de poder de un grupo a su adversario.
Existen partidos políticos variados; elecciones populares; control sobre los gobernantes;
debate previo y publicidad de los actos gubernamentales; representatividad; periodicidad y
responsabilidad de aquellos gobernantes; libertad de prensa, de reunión y de conciencia;
igualdad ante la ley y de oportunidades; garantías individuales; división de poderes;
independencia del poder judicial; etc. Los sistemas totalitarios son todo lo contrario: no
admiten disenso ni alternancia pacífica en el poder; sustituyen las elecciones con
elaboraciones ideológicas, culto a la personalidad de quien manda y actos públicos
multitudinarios; existe fuerte represión y no hay partidos políticos, sino un movimiento único
que monopoliza la orientación e intermediación política.

9NO TEMA:

EL SISTEMA PRESIDENCIAL

El sistema presidencial, desde su origen encarnado en la estructura de poder de los Estados


Unidos de América, se inspira en el modelo inglés, del cual conserva algunos elementos
fundamentales y modifica otros. La democracia estadounidense preservó las libertades
individuales, la separación de poderes y la elección de gobernantes, pero hizo algunos
cambios importantes: en lo fundamental, sustituyó al rey por un presidente de la República
electo con base en el sufragio universal, e introdujo el principio federalista. El Estado
estadounidense se conforma en torno de tres poderes independientes, orgánicamente
separados unos de otros y balanceados: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial”.
El PODER EJECUTIVO es MONOCÉFALO. Personificado en la figura del presidente de la
República que es electo con base en el sufragio universal y que se mantiene en sus funciones
por el tiempo constitucionalmente establecido. El PODER LEGISLATIVO es BICAMERAL,
es decir, el Congreso está organizado en dos Cámaras: Cámara baja (Diputados) que
representan al pueblo y Cámara alta (Senadores) que representan a las provincias (o estados),
pero a diferencia del sistema parlamentario no tiene facultades de gobierno, su función
principal es la sanción de leyes. Los miembros del Congreso son electos por sufragio popular
y se mantienen en sus funciones por un tiempo preestablecido constitucionalmente. Además,
el presidente no es políticamente responsable frente al Congreso y éste no puede ser disuelto.

El sistema parlamentario surge en Inglaterra entre los siglos XIII y XIV y posteriormente se
expandió por casi toda Europa occidental. Se caracteriza por tener un PODER EJECUTIVO
BICÉFALO: dividido entre un jefe de Estado no electo y un jefe de gobierno nombrado por la
mayoría parlamentaria y un PODER LEGISLATIVO BICAMERAL: un Parlamento
organizado en dos cámaras, de las cuales una de ellas, la Cámara baja, dispone de atribuciones
y facultades más amplias que la Cámara alta.

El jefe de Estado cumple un papel meramente simbólico que puede ser decisivo en caso de
crisis política profunda (el rey Juan Carlos de España en la transición política, por ejemplo),
pero no dispone de atribuciones políticas, En la práctica, el jefe de Estado acata la decisión
del electorado o la de la mayoría parlamentaria. El rol recae en la figura de un rey (por
ejemplo, en Inglaterra o España) o presidente (Italia). El jefe de gobierno (primer ministro en
Inglaterra e Italia, presidente de Gobierno en España o Canciller en Alemania) es el que tiene
el ejercicio efectivo del ejecutivo junto con su gabinete. Ambos (jefe de gobierno y gabinete)
son elegidos por el Parlamento y son políticamente responsables frente a éste. También el
órgano legislativo puede, en todo momento, destituirlos por el voto de una moción de censura
o rechazarlo por medio de una cuestión de confianza. En contrapartida, el primer ministro
puede, en nombre del jefe de Estado, decidir la disolución del Parlamento.

Poder Legislativo. Como ya se adelantó, el Parlamento está compuesto por dos Cámaras: la
Baja, llamada así por ser, desde su origen, la no aristocrática (de los Comunes en Inglaterra,
que representa al pueblo, equivalente a la Cámara de Representantes en Estados Unidos, a la
Asamblea Nacional en Francia o al Congreso de los Diputados en España) cuyos miembros
son elegidos por sufragio popular y las bancas se renuevan periódicamente. Y la Alta, de
donde derivan las de Senadores o equivalentes (la de los Lores, en Inglaterra, refugio de la
aristocracia). Con la excepción inglesa, en todos los países con sistemas parlamentarios los
miembros de la Cámara alta surgen de procesos electorales y se renuevan periódicamente. La
Cámara baja, dispone de atribuciones y facultades más amplias que la Cámara alta. En el
sistema parlamentario, el Poder Legislativo es el asiento principal de la soberanía, por ser los
integrantes de este cuerpo los únicos electos por sufragio popular y tiene la potestad de crear y
destituir al gobierno (jefe de gobierno y gabinete).

La moción de censura es el primer procedimiento de responsabilidad política del gabinete, por


el cual los diputados disconformes con la política del gobierno le retiran su confianza y exigen
su renuncia. Es una verdadera revocación del gabinete y un arma cuya iniciativa está en
manos de la Cámara baja.

En el siglo XIX surgió otro procedimiento que permitía poner en juego la responsabilidad
política del gobierno: la cuestión de confianza. A diferencia de la moción de censura, ésta fue
un arma en manos del gabinete, un medio de presión sobre la Cámara baja (Cámara de los
Comunes): el gabinete, para conducir a buen puerto su política, debía disponer de medios
jurídicos y, sobre todo, financieros. Generalmente, en ocasión del voto del presupuesto, el
gabinete planteaba la cuestión de confianza, es decir, solicitaba a la Cámara su aprobación del
proyecto de ley en discusión como condición de su mantenimiento en el poder; si los
Comunes no votaban la ley con los créditos que el gabinete juzgara necesarios para la
realización de su política, renunciaba. Por la cuestión de confianza el gabinete podía incitar a
sus partidarios a apoyarlo. ¤ Derecho de disolución La cuestión de confianza no fue la única
arma en manos del gabinete. Junto a ésta apareció la práctica del derecho de disolución. Se
trata de una facultad del jefe de gobierno de disolver la Cámara baja y llamar a nuevas
elecciones para lograr las mayorías necesarias para poder gobernar.

En el sistema semi presidencialista, el Poder Ejecutivo y el Legislativo están al mismo


tiempo separados y unidos. El PODER EJECUTIVO es BICÉFALO, se divide entre un jefe
de Estado -el presidente de la República- y un jefe de gobierno o primer ministro. Cada uno
tiene un origen distinto: mientras que el presidente de la República tiene legitimidad propia
pues surge directamente del voto popular, el jefe de gobierno es designado por la mayoría
parlamentaria (más específicamente por la Cámara baja o Asamblea Nacional). El primer
ministro está comprometido en la lucha política cotidiana y su permanencia depende de la
confianza de la Asamblea Nacional. El jefe de Estado, por su parte, mantiene una relación no
conflictiva con los dirigentes de los partidos contrarios y favorece el compromiso, la
negociación y la moderación de las fuerzas en pugna. Su función primordial es garantizar el
funcionamiento regular de las instituciones, y dirige la política exterior, la diplomacia y las
fuerzas armadas. Su duración en el poder está establecida constitucionalmente. El sistema
francés, a la vez, dispone de un PODER LEGISLATIVO BICAMERAL: Cámara baja y
Cámara alta. La Cámara baja -denominada Asamblea Nacional, tiene entre sus funciones el
nombramiento del primer ministro y gabinete y su destitución a través del voto de censura y la
sanción de leyes. Sus miembros son elegidos por sufragio universal y tienen una duración
preestablecida en sus cargos (cinco años, reelegibles). La Cámara alta (el Senado), a
diferencia del sistema inglés, surge de procesos electorales y sus miembros duran en sus
cargos el tiempo instituido en la Constitución (nueve años, renovable por tercios cada tres
años). Esta cámara no tiene atribuciones gubernativas, es decir, no participa en la creación o
destitución del primer ministro o su gabinete. Su función principal es la sanción de leyes.
Como sucede en los sistemas parlamentarios, el órgano legislativo fundamental es la
Asamblea Nacional (Cámara baja). El presidente de la República es electo por votación
universal y directa, el Parlamento no tiene la posibilidad de obstruir la función presidencial ni
puede destituirlo. Sin embargo, el presidente sí puede disolver la Asamblea Nacional, no así el
Senado.

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