CONTENIDOS CONCEPTUALES
El hombre existe en el mundo, pero no existe sólo, sino que coexiste con el mundo exterior.
Además, el hombre es un ser social, y debido a esta innata sociabilidad, naturalmente, tiende a
relacionarse. Tal como afirma Bidart Campos, “…al hombre “le pasa” o “le acontece” en su
vida individual ser sociable. Esto es irremediable …el hombre se encuentra y se descubre
situado, emplazado o instalado en medio de la convivencia. Vivir es con-vivir, es vivir con”
(con los otros). No hay otra manera posible de vivir…” Pero no sólo la sociabilidad es innata
en el hombre, también lo es la politicidad. “…Ambas se han dado y se dan simultáneamente
con él, en su ser. No una primero y otra después, sino las dos juntas, ontológicamente
inseparables en la realidad existencial de los hombres”. En definitiva, la innata sociabilidad
del hombre lo compele a convivir, a vivir en comunidad. Y allí donde hay convivencia,
necesariamente – y a los efectos de garantizar la paz – hay organización política.
Enseña Bidart Campos que “El quehacer que llamamos política es una actividad humana, o
sea, del hombre. Consiste en cosas que el hombre hace, en comportamientos que el hombre
cumple. El hombre es el sujeto de la política. Hay política porque hay hombres. Hay
organización política porque hay hombres, porque hay convivencia, que es también realidad
humana”
Según Norberto Bobbio, el término política, derivado del adjetivo de polis (politikós) que
significa todo lo que se refiere a la ciudad, ha sido transmitido por influjo de la obra de
Aristóteles intitulada Política, que debe ser considerada como el primer tratado sobre la
naturaleza, las funciones y las divisiones del estado y sobre las varias formas de gobierno,
predominantemente en el significado de arte o ciencia del gobierno. Explica el notable
politólogo que el vocablo en cuestión, por siglos, se ha empleado para indicar obras dedicadas
al estudio de aquella esfera de actividad humana que de alguna manera hace referencia a las
cosas de la polis (estado).
Muchos pensadores griegos, de la Grecia antigua del período clásico (siglo V a.C.), se
dedicaron a pensar, hablar, y algunos también a escribir, sobre la política. Entre ellos
surgieron dos ideas muy importantes. La primera es que la política existe para hacer mejor la
vida en comunidad de las personas. La política existe porque existe una comunidad de gente
que vive unida y viceversa: si existe gente que vive en una comunidad existe la política.
Podríamos ensayar una primera definición de política diciendo que se trata del conjunto de
normas y acuerdos, tácitos o explícitos, que existen entre las personas que viven en una
comunidad sobre los asuntos comunes (economía, territorio, relaciones entre ellos) para que la
vida en comunidad sea buena (“para vivir bien” como decía Aristóteles). La segunda idea es
que la política no es una actividad para especialistas, vale decir que no es un oficio para el
cual hay que tener una técnica específica, sino para cualquiera que sea ciudadano. En efecto,
los griegos entendían que para hacer política sólo había que ser un hombre libre y tener
opinión. La política era, en la ciudad griega de Atenas especialmente, el mundo de la opinión.
LA CIENCIA POLÍTICA es una disciplina científica que forma parte de las Ciencias Sociales
que enfoca su estudio en los fenómenos y estructuras que dan forma a lo político. Dicho de
otra manera, su objeto de estudio es el poder político, entendido como el poder ejercido desde
el Estado, que es poder irresistible, coactivo. La ciencia política describe, explica y valora
hechos cuyo manejo resulta indispensable para observar la formación y evolución de los
sistemas gubernativos, así como las doctrinas políticas, procurando extraer principios
generales válidos. Los hechos en los que se basa son los hechos históricos, porque sólo del
estudio y confrontación de diversas situaciones políticas puede aprehenderse el poder, sus
constantes y modalidades.
“Ética y política conviven en un mismo ámbito de estudio desde los primeros tiempos de la
especulación filosófica de donde partirá, al menos en occidente, el desarrollo del
conocimiento político”. La distinción de lo que es moralmente lícito o ilícito fue desde el
principio y sigue siendo hoy el problema fundamental por resolver. Encontrar respuestas a
este problema requiere la elaboración de ciertas categorías morales con el fin de
conceptualizar lo moralmente correcto. Los primeros esfuerzos se centraron en dotar de un
contenido a las nociones del bien y del mal. Y precisamente, fue el antagonismo que se
estableció entre estos dos términos, la ilustración de sus perfiles antiéticos, lo que contribuyó
la regla a seguir: lo que está bien no está mal, por ende, lo que está mal no está bien. Para esta
antigua moral no es posible alcanzar el bien como fin, apelando al mal como medio o
viceversa. Trasladado a la política, el razonamiento anterior significó la subordinación de
aquélla a la ética. Subordinación que quedó plasmada fundamentalmente con la construcción
moral de la noción de virtud y su estricta aplicación a la actividad política. El político virtuoso
era aquel que ajustaba su conducta a las reglas de una moral universal.
Aristóteles enseña en el comienzo del libro II de la Ética a Nicómano que la ética procede de
la costumbre. De esto resulta evidente que ninguna de las virtudes éticas se produce en
nosotros por naturaleza, ya que ninguna cosa natural se modifica por costumbre. Por tanto, las
virtudes éticas no se producen ni por naturaleza, ni contra naturaleza, sino por tener aptitud
natural para recibirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre. Así, practicando la justicia no
hacemos justos; practicando la templanza, templados; y practicando la fortaleza, fuertes.
La relación estrecha entre ética y política se continuó en el período del medioevo, durante el
cual el pensamiento cristiano deducía los mandatos morales de la fe religiosa y subordinaba la
política a esos mandatos. Esta forma monista de entender la relación entre ética y política es
devorada en el Renacimiento italiano, por las tesis descriptivas del realismo político. El
estudio de la realidad, junto a las experiencias históricas, deja en evidencia el divorcio
existente entre la ética y la política. De manera determinante, surge que el buen gobernante no
era ya el que perseguía el bien común o dotaba a sus actos de una reconocida equidad. Todo
apunta ahora al gobernante que logra mantener la continuidad de su reino, preservar su poder
sin preguntarse tanto si los medios con los que alcanzaba dicho fin eran o no moralmente
correctos, sino políticamente viables. Hacen su aparición las denominadas tesis dualistas. Esta
visión dualista transforma la noción de virtud tal cual los autores clásicos la concibieron.
LA POLITICA MODERNA
Maquiavelo, en “El Príncipe” presenta al soberano virtuoso como aquel cuya virtud está dada
por la capacidad personal de dominar los acontecimientos y de realizar, incluso recurriendo a
cualquier medio, el fin deseado. Acertadamente se dice que Maquiavelo valora la fuerza y la
astucia como virtudes principales de un gobernante. Este autor deja de lado la pureza y la
bondad que pregonaba la moral cristiana, y considera que es preferible ser temido a ser
amado, y que ser bueno políticamente es saber escoger cuán conviene apegarse a las normas
éticas y cuándo alejarse de ellas.
Ciencia política: El primer debate que vamos a desarrollar sobre la política refiere a su
carácter científico, a ser estudiada desde una perspectiva académica, factible de ser
conceptualizada y analizada a partir de la información con la que contemos.
Este debate —la política como ciencia— no es ajena a las discusiones más generales sobre la
ciencia, tanto en lo que refiere a su diferencia de tipo con las ciencias naturales, como el
método a seguir dentro de las propias ciencias sociales. Respecto de este segundo debate, la
misma ciencia política se ve atravesada por las posiciones más clásicas dentro del
pensamiento social, como lo es el positivismo y el marxismo o teoría crítica. Siguiendo los
supuestos de cada una de estas perspectivas, uno puede reconstruir las nociones de la política
que cada uno asume, así como también, la forma de ser estudiada y analizada.
Pero es necesario tener presente que estas concepciones representan, a simple vista, dos
formas opuestas de concepción de la ciencia, no obstante, se inscriben en un mismo período
donde la supremacía de las ciencias naturales imponía una forma de hablar, proceder y
legitimarse en ciencia, “el método científico”, que exigió ciertos niveles de rigurosidad,
sistematización, generalización y abstracción que en definitiva los terminaba por aproximar.
Ambas buscaban leyes generales, la realidad se presenta como externa, mensurable y objetiva.
No obstante, el objetivo de la ciencia, o los descubrimientos que estas podían aportar, eran
diametralmente opuestos. Para los primeros, los positivistas, el descubrimiento de las leyes
generales permite mayor predicción y anticipación de los acontecimientos y del
comportamiento humano, lo que facilitaría su control y consecuente orden social. Para la
teoría crítica, esta posición no hace más que reproducir las condiciones de dominación
imperantes, por lo que la ciencia debe servir para conocer los procesos históricos, profundizar
sus contradicciones y promover la transformación social.
Sin embargo, no son las únicas posiciones dentro de la ciencia política. En breves veremos
otras perspectivas/enfoques que se aproximan o distancian de estos dos grandes paradigmas o
modos de pensar y hacer ciencia.
Objeto de estudio de la ciencia política: Este breve repaso de lo que se abordó en la
introducción a las ciencias sociales nos permite continuar pensando en clave epistemológica a
una parte constitutiva de la realidad, que es la política y lo político. En este marco, es
importante avanzar en un aspecto central, que es encontrar el objeto de estudio de la ciencia
política; sin ello, no sería una disciplina independiente de la sociología, o la antropología, u
otra ciencia social.
Un autor muy interesante, y precursor de la ciencia política moderna, es Nicolás Maquiavelo.
Su obra más conocida, El Príncipe, fue escrita en la época renacentista italiana (finales del
siglo XIV y XV), periodo caracterizado por numerosos enfrentamientos y centros de poder,
que decantarían luego en lo que se conoció como la reunificación italiana y el posterior
surgimiento de los estados modernos. Previo a ello, el feudalismo fue la forma de
organización social dominante durante gran parte del medioevo europeo.
Uno de los aspectos centrales de esa obra, siempre sujeta a debate, es que la política se
presenta como “lucha de poder”, hay una clara separación de la moral y el deber ser, se
abandona la idea del “buen gobierno” propio de la época clásica, y el dominio de lo religioso
en los destinos de lo público. Es importante diferenciar acá el rol de la religión como creencia,
aspecto que si se separa de la concepción de lo político; de la religión como institución, la
iglesia específicamente, que si mantendrá fuertes diputas y “luchas de poder”
respecto de los campos de actuación del Estado. La obra de Maquiavelo plantea entonces,
como aspecto central de la política, el poder y su ejercicio.
Otros autores se han centrado en las formas más visibles de institucionalización y
concentración de ese poder, que es el Estado, como Max Weber. Y finalmente, una visión más
clásica, que es el énfasis en “lo público”, lo “común”, o el “bien común”.
En este marco, delimitar el objeto de la política comienza a hacerse dificultoso, o mejor,
múltiple, dependiendo de qué lugar teórico, qué paradigma, perspectiva o enfoque elijamos.
Así, encontramos entonces un objeto de estudio fuertemente centrado en el Estado, su relación
con el derecho y las libertades que a partir de este o en relación con este se instituyen,
garantizan o protegen.
En ese marco, no sólo interesa abordar o analizar, como estudiosos de la ¿Qué es lo propio de
la ciencia política? Como veremos más adelante, el Estado y el poder serán aspectos claves
para desarrollar en estas clases, los diferentes niveles estatales, las características del Estado,
sus formas de actuación y organización, sino al mismo tiempo, la forma de gobierno de este,
su puesta en funcionamiento, el modo de ejercicio del gobierno del Estado. A su vez, con la
ampliación de derechos (políticos y sociales), esto es, derecho a la participación, a
organizarse, a formar partidos políticos, al voto, al bienestar, al trabajo, a la salud, entre otros,
la esfera de actuación de la política se extiende, también, a la sociedad civil. Este
desplazamiento, o ensanchamiento del objeto, permite ahora mirar no sólo al Estado, sino a un
conjunto amplio de actores que participan en el espacio público (partidos políticos,
movimientos sociales, actores económicos, sindicatos, etc.).
El aspecto más destacado de finales de siglo XIX fue justamente la emergencia e
institucionalización de los partidos políticos como instituciones que representarían a la
voluntad general, expresada en elecciones mediante el voto popular. Ahora, como es sabido,
esa idea de lo “popular” es necesario entenderla en contexto, puesto que el “derecho al voto”
lejos estuvo en sus orígenes de ser universal e irrestricto. Ser propietario, hombre, de
determinada raza, etc., eran requisitos habilitantes para poder tener y ejercer el “derecho al
voto”.
Largas e intensas fueron las luchas durante todo el siglo XX para la obtención de este derecho
político. Recuerden por ejemplo la lucha por el derecho al voto femenino o el voto de las
“minorías” raciales. (Investiguemos, por ejemplo, las luchas encabezadas por Alicia Moreau
de Justo, Eva Perón y Martin Luther King).
Este devenir de la política llevó, en consecuencia, a hablar del “sistema político”, antes que de
poder, Estado o partidos políticos. Esto es, “estudiar, también, el proceso político, las
instituciones, la administración y el sistema político como un conjunto cohesionado”.
Podemos, de todas formas, poner entre comillas esta noción de “cohesionado”. Cierto es que
numerosos “sistemas políticos” han colapsado, transformado y dado lugar nuevas formas de
ejercicio de la política, por eso es importante matizar esta idea de “cohesión”, y ponerla en
relación, también, con la noción de “conflicto” como modo de abordar y entender los
procesos políticos.
En los Estados Unidos, a principios del siglo XX la ciencia política ya comienza a enseñarse
como disciplina universitaria, y se ve consolidada como disciplina autónoma en los años 50,
con un fuerte aporte de los estudios positivistas que le otorgaron rigor empírico y
metodológico. Tres fueron las áreas claves de estudio: la política interior, política comparada
y política exterior. El gobierno, no el Estado, de estos tres frentes, se convirtió en el objeto de
la ciencia política por entonces. El gobierno de lo que rige la esfera pública, el espacio de lo
común, el lugar y destino de las poblaciones, en definitiva, lo público-estatal.
En el siglo XIX en Londres se inició la “London School of Economics” (Escuela de
Economía de Londres), con el objetivo de enseñar economía y ciencia política. Sin embargo,
durante el siglo XX se impuso el término “gobierno”, “instituciones políticas” para abordar
esta temática. En el continente europeo se impuso esta perspectiva sobre estudios políticos
antes que ciencia política, en parte por la resistencia de las ciencias naturales a reconocer el
estatus de ciencia de esta disciplina, y de las ciencias sociales en general.
Pero si sostenemos estas posiciones norteamericanas o europeas, nos encontramos con una
serie de problemas, y es el de concebir lo político como el gobierno de lo público, y a esto
último, lo público, entenderlo solo como el ámbito de actuación de lo estatal. Y si hablamos
de gobierno, entonces debemos entender que hay gobernantes que toman decisiones sobre los
gobernados.
En primer lugar, mantener la dicotomía entre lo público y lo privado es una ficción que
excluye a las grandes mayorías del gobierno de lo público, o de la política, puesto que no
todos acceden a tal ejercicio o administración de lo público, sino que son unos pocos quienes
deciden sobre el destino de lo que definimos como público, y restringimos el resto de las
relaciones al mundo de lo privado. Esta definición de lo público como espacio de actuación de
lo estatal excluye la mirada sobre los espacios de actuación no estatales, esto es, la sociedad
civil en sus múltiples manifestaciones y formas de organización y participación política,
social y cultural. Del mismo modo, la distinción entre gobernantes y gobernados presupone
que quienes toman las decisiones sobre el gobierno de lo público son aquellos que son
elegidos por la voluntad popular mediante el voto, olvidando que existen otros sectores o
grupos que ejercen presión o presentan intereses disímiles sobre esas decisiones, y no son
precisamente elegidos por las poblaciones, pero tienen fuerte injerencia en las decisiones que
se toman a nivel gubernamental.
Sin embargo, no hay necesidad en esta instancia de asumir una definición y quedarnos
estancos en ella. Podemos simplemente adoptar una posición más general, que luego irán
afinando durante el desarrollo de la carrera.
Así, podemos decir que la ciencia política consiste en “la investigación disciplinada de los
problemas políticos” (Sabine, 2006, pág. 20), asumiendo por “disciplinada” la adopción de
determinadas estrategias metodológicas que le dan rigurosidad a nuestros estudios y
resultados, y por “problemas políticos” a todas aquellas relaciones de “poder” que involucren
a diferentes actores que disputan por el modo de gobierno de las poblaciones, involucrando,
en consecuencias, aquellas instituciones donde el poder y el gobierno se hacen presente, entre
ellas el Estado.
3ER TEMA: CONCEPTO DE PODER
Entendido en sentido específicamente social, esto es en relación con la vida del hombre en
sociedad, el poder puede definirse como la capacidad de un hombre o grupo de hombres para
determinar la conducta de otro hombre o grupo de hombres. Para Bidart Campos el poder es
la capacidad o aptitud de imponer a otros la propia voluntad, o de imponer comportamientos
en la dirección de quien los fija, o de promoverlos, o de obtener obediencia, o de ejercer
influencia sobre los demás. Algunos autores identifican al poder con la posesión de
instrumentos aptos para alcanzar los fines deseados. Así,
Hobbes escribía en su obra Leviatán: “el poder de un
hombre… consiste en los medios para obtener determinada
ventaja futura”. Sin embargo, la asociación poder-
instrumento no es correcta. Tal como afirma Bobbio, “…no
hay poder si no hay, junto al individuo (o grupo) que lo
ejerce, otro individuo (o grupo) que se ve inducido a
comportarse del modo deseado por el primero…”. Sin embargo, no se puede negar que el
poder es ejercido por medio de instrumentos o cosas (dinero, propiedades, prestigio, fuerza
física, tradición, leyes, afecto, etc.). Pero si un hombre (A) se encuentra solo o si el otro (B)
no está dispuesto a tener aquel comportamiento por ninguna cifra de dinero, el poder de (A)
desaparece. Esto demuestra que el poder de un hombre reside en el hecho de que hay otro
sujeto y que éste se ve inducido por aquél a comportarse según sus deseos. Surge claro que
“…el poder social no es una cosa o su posesión. Es una relación entre hombres”. Es un
fenómeno relacional. Más específicamente, se trata de una relación triádica, con tres vértices
imprescindibles: un sujeto activo (quien manda), un sujeto pasivo (quien obedece) y un
ámbito específico (trabajo, familia, educación, salud, deportes o el Estado) en el que esta
relación de poder se desenvuelve: esfera de poder.
Existen diversas maneras de influir en las conductas de los demás, es decir, de ejercer el
poder. Las tres más frecuentes son:
1. Persuasión: persuadir es inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer algo o hacer
algo. En otras palabras, consiste en convencer a otro de que hacer lo que se le indica es
beneficioso para él. Lo característico en la persuasión es la existencia de un
convencimiento fundado en razones. Por ejemplo: el paciente que no come determinados
alimentos o no toma alcohol en exceso en el convencimiento de que lo contrario afectará
su salud.
2. Manipulación: es la intervención con medios hábiles y, a veces, arteros en la política, en el
mercado, etc., con distorsión de la verdad o la justicia y al servicio de intereses
particulares. En la manipulación se dirige la conducta del otro subrepticiamente, sin que el
sujeto pasivo se dé cuenta. La nota característica es la distorsión de la verdad o la justicia.
Un claro ejemplo
de este mecanismo
es la publicidad,
que a menudo
intenta que
asociemos
conceptos como la
riqueza, la belleza
o el éxito con determinados productos. Los cuales muchas veces consumimos bajo la
influencia de esa falsa asociación sin ser conscientes de las desventajas o los perjuicios
que pueden causarnos.
3. Coerción: Presión ejercida sobre alguien para forzar su voluntad y su conducta. Consiste,
entonces, en la presión que se ejercita sobre el libre albedrío y supone una violencia moral
o compulsiva. Dicho de otra manera, el sujeto pasivo actúa de manera consciente en el
sentido indicado por el sujeto activo pero violentado por amenazas de sufrir un mal grave
e inminente. Por ejemplo: el conductor de un automóvil que no estaciona su vehículo en
un lugar prohibido porque teme la multa, el cajero de un banco que sustrae los caudales de
la caja amenazado de muerte con una pistola en poder del ladrón.
EL PODER POLÍTICO
AUTORIDAD Y PODER
Muchas veces se utilizan indistintamente los términos poder y autoridad. Pero ¿realmente son
sinónimos? En rigor, no lo son. “...Para interpretar la distinción hace falta admitir otra, entre
la mera obediencia o el acatamiento y el consentimiento. El poder que a través de sus titulares
consigue débilmente la obediencia, pero no llega a polarizar adhesiones activas de consenso
íntimo, es un poder con poca o ninguna autoridad ... Sólo tiene autoridad aquél que logra
provocar y conseguir espontáneamente adicionar o inclinar voluntades a través de un
consentimiento vigoroso”.
Resumiendo, en todo Estado hay poder político; ese poder es encarnado y ejercido por el
gobernante. Todo el cúmulo de energía y capacidad de acción que anida en el poder no
siempre está a disposición del titular del poder, la dosis o porción de energía de que ese titular
dispone realmente es “su” poder personal. Cuando ese poder personal es capaz de promover
voluntades aditivas por consentimiento activo, se llama autoridad. “Autoridad es, entonces,
una forma especial que toma o adquiere el poder personal ... esa autoridad es siempre de un
sujeto concreto, atributo suyo, pertenencia suya, aunque siempre en la inexorable relación
política que se traba entre quien manda y quien obedece”.
A fin de ser capaces de captar de una manera cabal y analizaren profundidad el fenómeno del
poder político, es necesario diferenciar los conceptos de legalidad y legitimidad que, aunque
en ocasiones se utilizan como sinónimos no lo son.
Legalidad: Si bien el vocablo legalidad es propio del Derecho, en el lenguaje político es muy
utilizado y debe ser entendida como “… un atributo y un requisito del poder, por el cual se
dice que un poder es legal o actúa legalmente o tiene legalidad cuando se ejerce en el ámbito
o de acuerdo con las leyes establecidas o de algún modo aceptada…”. Se puede decir,
entonces, que hay legalidad allí donde el poder político, más precisamente quien lo detenta, lo
adquiere y lo ejerce conforme a las leyes.
En este sentido afirma Bobbio que “…en el lenguaje ordinario el término legitimidad tiene
dos significados: uno genérico y otro específico. En el significado genérico, legitimidad es
casi sinónimo de justicia o de razonabilidad …El significado específico aparece a menudo en
el lenguaje político. En este contexto el referente más frecuente del concepto es el estado…”.
Continúa diciendo que “…se puede definir a la legitimidad como el atributo del estado (del
poder político), que consiste en la existencia en una parte relevante de la población de un
grado de consenso tal que asegure la obediencia sin que sea necesario, salvo casos marginales,
recurrir a la fuerza. Por lo tanto, todo poder busca ganarse el consenso para que se le
reconozca como legítimo, transformando la obediencia en adhesión…”. En definitiva, la idea
de legitimidad refiere a la existencia de razones por las cuales las personas aceptan, justifican
y adhieren a un poder político.
Bidart Campos, al analizar la relación entre poder y legitimidad y a los efectos de no crear
confusiones, hace una distinción entre las expresiones “legitimidad del poder” y “justificación
del poder”. El notable jurista propone “...reservar la locución “justificación del poder” para
dar razón de por qué es justo – y necesario en sentido natural – que exista el poder, por qué es
justo que en toda organización política haya poder y, por ende, por qué es justo que se le
obedezca...”, en definitiva, para justificar la existencia misma del estado y, por lo tanto, del
poder político. Y procura dejar la expresión “legitimidad del poder” “...reservada a la
cuestión, concreta y particular de cómo se adquiere y se ejerce el poder en tal o cual estado,
en tal o cual momento, por tales o cuales gobernantes...”.
Justificación del poder: En cuanto a la “justificación del poder”, explica que “...al estado,
incluido su aparato de dominación que involucra al poder, le encontramos origen filosófico o
justificación en la propia naturaleza humana con su intrínseca (intrínseca se refiere a aquello
que es propio o característico de la cosa) constitución social y política, al poder como
capacidad o energía de acción enderezadas a alcanzar el fin común, lo justificamos por este
mismo fin que es un bien: el bien de la comunidad. El poder, entonces, se justifica por el fin
que naturalmente tiene: satisfacer todas las necesidades del hombre en la buena convivencia
política. En rigor, el poder en abstracto como energía o capacidad de todo estado para
alcanzar el bien común siempre está teóricamente justificado, siempre es justo...”.
En efecto, la existencia del poder político es siempre necesaria: “...no es posible concebir una
sociedad política sin un poder público que la organice, así como no es posible concebir una
sociedad, en sí misma, sin un poder social que la determine...”.
Legitimidad del poder: Respecto de la legitimidad del poder, es posible establecer distintos
momentos en la forma que actúa la legitimación de acuerdo con la finalidad que ésta persigue.
Así, es posible hablar “legitimidad de origen” y “legitimidad de ejercicio”.
Para Bidart Campos la legitimidad de origen consiste en el acceso regular o legal al poder. Tal
legitimidad afecta a tal o cual gobernante, según sea el modo como él ha adquirido el poder.
No concuerdo con su visión respecto de en qué consiste la legitimidad de origen, pues
plantearla en esos términos implica asimilarla a la noción de legalidad. Sin embargo, estoy de
acuerdo en quién es el destinatario de esta: el o los gobernantes.
Entiendo que se acerca más a la realidad la postura de Pizzolo cuando afirma que lo que se
busca en la legitimidad de origen es justificar el acto de institución mismo del poder (cómo y
quién o quiénes lo instituyen).
En definitiva, la legitimidad de origen refiere al grado de consenso o adhesión del que dispone
el titular del poder político (gobernante) al momento de acceder a él.
Por lo tanto, debe entenderse por legitimidad de ejercicio el grado de adhesión o consenso
existente en una parte relevante de la población respecto del ejercicio que el titular del poder
político hace del mismo. Es claro que la legitimidad existirá en la medida que los gobernados
juzguen como justo el ejercicio que del poder político hacen los gobernantes.
Max Weber sostiene que en toda sociedad humana existen unos determinados sistemas de
interacciones e interrelaciones sociales entre los diferentes integrantes que la componen y que
detrás de estos casi siempre se esconde un sistema estructurado de dominación. La
dominación, según Weber, es la capacidad de ciertos individuos y grupos de suscitar la
obediencia más o menos voluntaria de otras partes de la sociedad. Esta obediencia no es total,
está acotada a unos “mandatos” específicos. En el caso de los regímenes democráticos la
dominación proviene de unos representantes legitimados en las urnas y la obediencia se acota
a los mandatos ejecutivos y legislativos de éstos. La “voluntariedad” de la dominación es un
hecho importante; a diferencia del poder puramente coercitivo que se mantiene
principalmente por la imposición, el poder legitimado, la dominación, se mantiene porque los
dominados están convencidos de la “positividad” de su obediencia. Es más, hay un cierto
reconocimiento de la autoridad del que domina; el subordinado acepta su coerción. Cabe
preguntarse cómo surge este convencimiento. Weber plantea (con el foco en la historia) que
esta legitimación puede surgir, principalmente, de tres fuentes distintas (que pueden darse al
mismo tiempo):
Legitimación del poder tradicional: esta legitimación se basa en “la fuerza del pasado”, en la
tradición del grupo. Por ejemplo, las antiguas monarquías hereditarias fundamentaban su
poder en la antigüedad de su linaje. La legitimación del poder de los monarcas venía de muy
atrás, prácticamente porque “siempre había sido así”.
John Locke (1632-1704) Al igual que sucedió con Hobbes, las guerras civiles que vivió Gran
Bretaña durante el siglo XVII también marcaron el pensamiento de John Locke. Sin embargo,
sus objetivos y conclusiones fueron diferentes. En lugar de justificar la monarquía absolutista,
se preocupó por fijarle límites para proteger las libertades individuales. Sus ideas sentaron las
bases de la democracia parlamentaria británica y del liberalismo político. Su obra principal
fue el Segundo ensayo sobre el gobierno civil, de 1690. Locke distinguió entre estado de
naturaleza y estado de guerra. Sostuvo que los hombres viven, por naturaleza en plena libertad
e igualdad bajo la ley que les dicta la razón, la que les enseña que “ninguno debe dañar a otro
en lo que atañe a su vida, salud, libertad o posesiones”. Es decir que, en principio, en estado
de naturaleza los hombres tienden a la paz. Sin embargo, se trata de una paz precaria pues
ante situaciones de conflicto – y no existiendo ninguna autoridad superior que actúe como
árbitro – las mismas desembocan en el estado de guerra, en el cual se usa la fuerza o, por lo
menos, se manifiesta la intención de usarla. Entonces, los hombres tratan de unirse en Estado
y ponerse bajo un gobierno con el objetivo de preservar sus vidas, sus libertades y sus
posesiones. Mediante un contrato, los hombres ceden la posibilidad de obrar por sí mismos y
crean una autoridad capaz de proteger sus derechos. El poder y las funciones de esta autoridad
deben estar limitados por la ley para evitar la injusticia y la concentración de poder.
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Rousseau, que vivió en el siglo XVIII conocido como el
“siglo de las luces”, defendió los buenos instintos y sentimientos de las personas en estado de
naturaleza. En su libro El contrato social de 1762, retomó la idea del contrato de los
pensadores ingleses del siglo anterior, pero estableció grandes diferencias. En su concepción,
el estado de naturaleza corresponde a un estado de felicidad en el que las personas viven
libres e iguales dado que el hombre es bueno por naturaleza. Sin embargo, esta armonía se ve
corrompida con la aparición de la propiedad privada, en la cual Rousseau ve el origen de
todos los males y desigualdades. Ante esta situación se celebra un primer contrato que da
lugar a la formación de una sociedad en la cual el Estado está al servicio de los que más
tienen, sosteniendo la propiedad privada y aumentando la desigualdad. Surge un Estado social
perverso, puesto que la protección de los derechos individuales y de la propiedad privada no
es suficiente para alcanzar el bien común. Con la finalidad de salir de esta situación, los
hombres celebran un segundo contrato social mediante el cual cada uno se entrega a la
comunidad. Nace otra forma de asociación regida por la voluntad general, capaz de expresar
el interés colectivo, superior a los intereses individuales. El Estado es la expresión de la
voluntad general y la soberanía está puesta en el pueblo y no en el monarca. La forma ideal de
ejercer el gobierno es la democracia directa.
MAX WEBER (1864-1920) Max Weber llega al análisis realista del Estado moderno a través
de un estudio histórico y sociológico de las formas precedentes de Estado. Los factores que
toma en cuenta para analizar este desarrollo particular son la religión, el desarrollo del
protestantismo y el avance, en un primer momento, del comercio como fuente generadora de
riquezas y, posteriormente, del capitalismo como forma cada vez más dominante de
producción económica y social. Dan muestra clara de la posición realista del famoso filósofo,
politólogo y sociólogo alemán el abordaje permanente en su obra al poder y los medios
posibles para llegar a él y mantenerlo. Weber afirma que la titularidad de la autoridad y del
poder se pone de manifiesto en la dominación. El Estado moderno, sostiene el autor, posee el
“monopolio legítimo de la fuerza” y “es una empresa de dominio que requiere de
administración continua”. El poder que ostenta el Estado es superior al poder de todos los
individuos e instituciones dentro de un territorio dado. “Weber entiende la política como
enfrentamientos entre los diferentes sectores sociales, políticos y económicos por obtener el
poder. Las relaciones entre las personas son, en definitiva, relaciones de fuerza, de una
persona sobre la otra y de una clase social sobre la otra…”. El autor, en su libro Economía y
Sociedad, define al Estado moderno en los siguientes términos: “Una asociación de tipo
institucional, que en el interior de un territorio ha tratado con éxito de monopolizar la
coacción física legítima como instrumento de dominio, y reúne a dicho objeto los medios
materiales de explotación en manos de sus directores pero habiendo expropiado para ello a
todos los funcionarios de clase autónoma, que anteriormente dependían de aquellos por
derecho propio, y colocándose a sí mismo, en el lugar de ellos, en la cima suprema”. (Weber,
M; Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica). El análisis sobre el Estado
moderno como organización institucional cuyo objetivo final es el mantenimiento de la
dominación, es sólo una parte del trabajo de Weber. La otra cuestión tratada es cómo lograr
que esta dominación sobre un territorio sea duradera e incuestionable por parte de los
diferentes actores del sistema. Explica Norberto Bobbio que “…el monopolio de la fuerza,
como se ha dicho, es condición necesaria pero no suficiente de la existencia de un grupo
político que pueda definirse como estado. En todos los contextos Weber añade que esta fuerza
debe ser legítima. El problema que surge de inmediato es que sólo un poder legítimo está
llamado a perdurar, y sólo un poder duradero y constante puede constituir un Estado … No
basta que el poder soberano sea absoluto, también debe ser perpetuo”. La legitimidad guarda
un lugar fundamental en la empresa destinada a la dominación política y es efectiva sólo
cuando quien obedece la norma, la ley, lo hace entendiendo que ésta es parte de su
convencimiento y de su acción. Weber hace un análisis histórico tratando de rastrear los
fundamentos del derecho a mandar y construye tipos ideales de legitimidad del poder que se
sucedieron a lo largo de la historia. Refiere a tres tipos puros: dominación tradicional,
dominación carismática y dominación racional-legal.
7MO TEMA: (2DA PARTE)
Charles Maurras, sostuvo una línea teórica opuesta a la teoría democrática y republicana.
Defensor de la tradición monárquica atacó la tradición liberal democrática por considerarla
causante de los desórdenes sociales y de la laxitud de la norma. En su libro “El orden y el
desorden” sostuvo: “La desigualdad es un hecho, queremos que se lo reconozca como hecho
vital, como hecho fuera del cual no existe vida posible. La desigualdad o la muerta, hemos
dicho. Lo repetimos. No es esto todo. Queremos que este país renuncie a la obsesión, a la idea
fija, judeoprotestante, suiza, de la igualdad considerada como bien absoluto”. Uno de los
principios básicos de Maurras fue el INTENSO NACIONALISMO. Que él mismo llegó a
calificar de “Nacionalismo Integral” en el cual, lo importante es la nación francesa y todo
aquello que en el pasado o en el presente sirva o haya servido para hacerla grande, quedando
resumido su pensamiento nacionalista en su sentencia: “Todo lo que es Nacional, es Nuestro”.
Afirmaba que el orden político debe estar sujeto a un interés que trasciende incluso a las
mismas personas que es el “interés nacional”. Allí todos los habitantes encontrarán las
máximas de su acción basados en los principios de patria y de la tradición. Otro punto
importante del pensamiento maurrasiano fue la IDEA DE DECADENTISMO. Influido por la
idea de decadencia ya desarrollada en Francia por Renan y Taine, Maurras sentía que Francia
había perdido su "grandeza" durante la Revolución Francesa, grandeza heredada de sus raíces
romanas y desarrollada por cuarenta reyes que en un millar de años crearon a Francia. Según
escribió en el periódico Observateur française, la revolución no fue más que una revuelta
negativa que destruyó todo el trabajo nacional anterior. El MONARQUISMO es otro de los
puntos relevantes del pensamiento del político francés. La visión autoritaria y elitista de la
sociedad en Maurras, unido a su idea de decadentismo, le lleva a decantarse por la forma
monárquica de estado. En su concepción política, “…el Estado debe ser un Estado mínimo y
guiado por la autoridad monárquica, organizado además en base a corporaciones religiosas,
militares y profesionales. Esta organización institucional, alejada de la organización
republicana y democrática, es la más adecuada en su visión del orden. Esta visión no concibe
la organización social y la generación de un poder “ascendente” basado en la deliberación
democrática, sino que, por el contrario, el ideal de autoridad debe estar refrendado en un
poder “descendente”, aquel que proviene de las diferencias derivadas de la desigualdad en el
acceso a los recursos…”. Explica Garabedian la visión de Maurras respecto de cuáles son las
funciones del Estado: “…Es la función del Estado, a través de un líder fuerte, fijar el rumbo
de la nación. A lo largo de la obra de este autor, puede observarse que el Estado debe impedir
la integración dentro de su territorio con “el diferente”, en materia de raza, de política o de
religión, y a su vez, en materia internacional, se debe privilegiar el interés de la nación.”.
Luego de la Edad Media, en la cual la religión ocupó la centralidad del pensamiento político y
se negó la separación entre poder espiritual y terrenal, aparece en escena uno de los más
importantes pensadores políticos del Renacimiento: Nicolás Maquiavelo. Éste utilizó como
principal criterio de clasificación la concentración o dispersión del poder, y así distinguió
entre MONARQUÍA y REPÚBLICA. La monarquía era el gobierno de uno, soberano, basado
en la desigualdad, con un Estado personalizado en el monarca, sin responsabilidad política,
vitalicio y hereditario. La República refería, por el contrario, a un gobierno plural, con
soberanía popular, igualitario, despersonalizado, con responsabilidad de los gobernantes,
periódico, electivo, etc. En el siglo XVIII, los pensadores de la ilustración criticaron la
concentración de poder y los riesgos de la tiranía. Montesquieu esbozó su teoría de la división
de poderes e identificó tres formas de gobierno: la REPÚBLICA, en la que se ejerce la
soberanía popular y el poder está repartido; la MONARQUÍA que concentra el poder; y el
DESPOTISMO, que también concentra el poder, pero en una persona que no se ajusta a
ninguna ley. La dicotomía entre monarquía y república dejó de ser tal con el surgimiento de la
monarquía constitucional, ya que en éstas se dieron con igual claridad los caracteres de los
gobiernos republicanos. Tal como expresa Sanguinetti, “…las formas de gobierno actuales
pueden ser clasificadas en dos grandes grupos: REPUBLICANO-DEMOCRÁTICAS y
AUTORITARIAS”, estas últimas también denominadas AUTOCRÁTICAS. En el primero
existe respeto por los derechos humanos, pluralismo, juego político limpio, oposición
institucionalizada, posibilidad de transferencia pacífica de poder de un grupo a su adversario.
Existen partidos políticos variados; elecciones populares; control sobre los gobernantes;
debate previo y publicidad de los actos gubernamentales; representatividad; periodicidad y
responsabilidad de aquellos gobernantes; libertad de prensa, de reunión y de conciencia;
igualdad ante la ley y de oportunidades; garantías individuales; división de poderes;
independencia del poder judicial; etc. Los sistemas totalitarios son todo lo contrario: no
admiten disenso ni alternancia pacífica en el poder; sustituyen las elecciones con
elaboraciones ideológicas, culto a la personalidad de quien manda y actos públicos
multitudinarios; existe fuerte represión y no hay partidos políticos, sino un movimiento único
que monopoliza la orientación e intermediación política.
9NO TEMA:
EL SISTEMA PRESIDENCIAL
El sistema parlamentario surge en Inglaterra entre los siglos XIII y XIV y posteriormente se
expandió por casi toda Europa occidental. Se caracteriza por tener un PODER EJECUTIVO
BICÉFALO: dividido entre un jefe de Estado no electo y un jefe de gobierno nombrado por la
mayoría parlamentaria y un PODER LEGISLATIVO BICAMERAL: un Parlamento
organizado en dos cámaras, de las cuales una de ellas, la Cámara baja, dispone de atribuciones
y facultades más amplias que la Cámara alta.
El jefe de Estado cumple un papel meramente simbólico que puede ser decisivo en caso de
crisis política profunda (el rey Juan Carlos de España en la transición política, por ejemplo),
pero no dispone de atribuciones políticas, En la práctica, el jefe de Estado acata la decisión
del electorado o la de la mayoría parlamentaria. El rol recae en la figura de un rey (por
ejemplo, en Inglaterra o España) o presidente (Italia). El jefe de gobierno (primer ministro en
Inglaterra e Italia, presidente de Gobierno en España o Canciller en Alemania) es el que tiene
el ejercicio efectivo del ejecutivo junto con su gabinete. Ambos (jefe de gobierno y gabinete)
son elegidos por el Parlamento y son políticamente responsables frente a éste. También el
órgano legislativo puede, en todo momento, destituirlos por el voto de una moción de censura
o rechazarlo por medio de una cuestión de confianza. En contrapartida, el primer ministro
puede, en nombre del jefe de Estado, decidir la disolución del Parlamento.
Poder Legislativo. Como ya se adelantó, el Parlamento está compuesto por dos Cámaras: la
Baja, llamada así por ser, desde su origen, la no aristocrática (de los Comunes en Inglaterra,
que representa al pueblo, equivalente a la Cámara de Representantes en Estados Unidos, a la
Asamblea Nacional en Francia o al Congreso de los Diputados en España) cuyos miembros
son elegidos por sufragio popular y las bancas se renuevan periódicamente. Y la Alta, de
donde derivan las de Senadores o equivalentes (la de los Lores, en Inglaterra, refugio de la
aristocracia). Con la excepción inglesa, en todos los países con sistemas parlamentarios los
miembros de la Cámara alta surgen de procesos electorales y se renuevan periódicamente. La
Cámara baja, dispone de atribuciones y facultades más amplias que la Cámara alta. En el
sistema parlamentario, el Poder Legislativo es el asiento principal de la soberanía, por ser los
integrantes de este cuerpo los únicos electos por sufragio popular y tiene la potestad de crear y
destituir al gobierno (jefe de gobierno y gabinete).
En el siglo XIX surgió otro procedimiento que permitía poner en juego la responsabilidad
política del gobierno: la cuestión de confianza. A diferencia de la moción de censura, ésta fue
un arma en manos del gabinete, un medio de presión sobre la Cámara baja (Cámara de los
Comunes): el gabinete, para conducir a buen puerto su política, debía disponer de medios
jurídicos y, sobre todo, financieros. Generalmente, en ocasión del voto del presupuesto, el
gabinete planteaba la cuestión de confianza, es decir, solicitaba a la Cámara su aprobación del
proyecto de ley en discusión como condición de su mantenimiento en el poder; si los
Comunes no votaban la ley con los créditos que el gabinete juzgara necesarios para la
realización de su política, renunciaba. Por la cuestión de confianza el gabinete podía incitar a
sus partidarios a apoyarlo. ¤ Derecho de disolución La cuestión de confianza no fue la única
arma en manos del gabinete. Junto a ésta apareció la práctica del derecho de disolución. Se
trata de una facultad del jefe de gobierno de disolver la Cámara baja y llamar a nuevas
elecciones para lograr las mayorías necesarias para poder gobernar.
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