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C ÉSAR C ÉSAR H ERRERO H ERRERO

H ERRERO
H ERRERO

DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
TRATADO

TRATADO
DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

27
ESTUDIOS DE CRIMINOLOGÍA
POLÍTICA CRIMINAL
www.dykinson.com DYKINSON

DYKINSON
2013
Y

Cubierta.indd 1 26/12/2012 10:50:33


C ÉSAR
H ERRERO
H ERRERO

DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
TRATADO

www.dykinson.com DYKINSON

Cubierta.indd 1 26/12/2012 10:50:33


Es sabido por los estudiosos de las Ciencias Criminológicas que, a partir de me-
diada la década de los setenta del pasado Siglo, la Criminología Clínica ha venido
escuchando voces no sólo sobre su puesta en duda, sino también de explícita invo-
cación descalificadora, de abierta recusación.
¿Es entonces, a estas alturas, momento oportuno de presentar un “Tratado de
Criminología Clínica”?
Parece que no es sólo ese momento. Que estamos, además, ante la conveniencia
(si no la necesidad) de abordar, en primer término, el esclarecimiento del verdade-
ro concepto y genuina orientación de esta categoría de Criminología, obscurecidos
y distorsionados por exposiciones del “género”, pretendidamente científicas.
Exposiciones, muchas de ellas, que, desde luego, ponen de manifiesto su resis-
tencia a ofrecer, con objetividad, el campo de indagación y las verdaderas funcio-
nes de la misma. Que le achacan, sin más, no investigar, en el delincuente concreto,
plataforma desde la que se ha de estudiar, aquí, el fenómeno criminal, vertientes
tan relevantes como la contextualizad sociológica, por la que, se quiera o no, se
encuentra condicionado y, a menudo, hasta intensamente afectado de forma ne-
gativa, cualquier actor de la criminalidad.
En esa línea de acusación, no son pocos los que se mantienen otorgándole atribu-
ciones de descansar sobre conceptos (basamentos cardinales para esta Disciplina)
impregnados del más tradicional y rancio positivismo. Lo que hoy, más bien, está
lejos de la realidad. Al menos, para sus insignes tratadistas y cultivadores.
Por si fuera escasa la entidad de las precedentes “imputaciones”, hay quienes
enfatizan en el presunto fracaso de sus instituciones más representativas, como el
Tratamiento del delincuente. Cuando lo cierto es que éste, por ejemplo, si apenas
se ha puesto en verdadera práctica en lugar alguno. O hacen hincapié en la pre-
tendida debilidad (falibilidad) de sus métodos de trabajo. ¡Como si alguna de las
ciencias empíricas del comportamiento humano gozara de infalibilidad… o algo
aproximado.
El autor de este “Tratado” intenta, al respecto, traer ponderación y cierta luz so-
bre estas cuestiones, empezando por no negar las dificultades que, tanto teórica
como operativamente, encierra esta rama criminológica. Pero, al mismo tiempo,
argumentando contra los excesos dirigidos contra ella.
En segundo, y principal término, por lo demás, su esfuerzo más remarcable se
refleja en la elaboración de un completo sistema de la Criminología que ahora
se somete a análisis. Esfuerzo que, según él, merece asimismo la pena porque la
Criminología Clínica, que nunca ha desaparecido, y menos aún fenecido, hace ya
algunos años que ha iniciado, de nuevo, el vuelo, haciéndonos otear espléndidas
perspectivas. El autor documenta y razona, con seriedad, todo ello, a través de su
sugerente y amplio estudio.
TRATADO
DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
Estudios de Criminología y Política Criminal
Alfonso Serrano Maíllo, editor.

CONSEJO EDITORIAL
Hans-Jörg Albrecht.
Martin Killias.
Raymond Paternoster.
Santiago Redondo.
Eugenio Raúl Zaffaroni.
CÉSAR HERRERO HERRERO
Doctor en Derecho. Graduado Superior en Criminología.
Licenciado en Ciencias Policiales y de Seguridad.
Facultativo Jurista del Ministerio del Interior (Jubilado).
Profesor de Derecho Penal y de Criminología

TRATADO
DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede
reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico. Cualquier forma de reproducción,
distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de
sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si
necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

© Copyright by
César Herrero Herrero
Madrid, 2013

Editorial DYKINSON, S.L. Meléndez Valdés, 61 - 28015 Madrid


Teléfono (+34) 91 544 28 46 - (+34) 91 544 28 69
e-mail: info@dykinson.com
http://www.dykinson.es
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Consejo Editorial véase www.dykinson.com/quienessomos

ISBN: 978-84-9031-688-7

Preimpresión por:
Besing Servicios Gráficos S.L.
e-mail: besing@terra.es
A Graci, una vez más,
porque tiene, también,
parte en este libro
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.- Observaciones para la mejor inteligibilidad de esta obra..... 21

Primera parte
DELIMITACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA.
NACIMIENTO, EVOLUCIÓN Y RECEPCIÓN CRONOLÓGICA.
SU ESTADO ACTUAL

Capítulo primero
EL CONCEPTO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA. SU OBJETO, SU
MÉTODO Y SUS FINES
A. Introducción..................................................................................................... 33
B. Concepto de Criminología Clínica................................................................ 35
C. El objeto (material y formal) de la Criminología Clínica............................ 43
D. El método de esta misma Criminología........................................................ 47
E. Funciones y finalidad de la Criminología Clínica....................................... 49
F. La Criminología Clínica en la relación con otras ramas de Criminología
Aplicada............................................................................................................. 51

Capítulo segundo
NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 55
B. Las cuatro primeras fases en la recepción y aplicación de la
Criminología Clínica........................................................................................ 57
C. Fase Científica................................................................................................... 58
D. Fase Penitenciaria............................................................................................. 59
E. Fase Judicial...................................................................................................... 66
F. Fase legislativa.................................................................................................. 67
G. El periodo de mayor aceptación de la Criminología Clínica..................... 68
10 CésaR Herrero Herrero
índice

Capítulo tercero
CRISIS Y OPOSICIÓN A LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
1º Visión básica y previa de las corrientes criminológicas
actuales más influyentes
A. Introducción..................................................................................................... 73
B. Las corrientes criminológicas, de algún modo activas, que siguen sien-
do hoy marcadamente influyentes............................................................... 75
C. Teorías criminológicas de la “Reacción Social”............................................ 76
D. Corrientes contestatarias intermedias entre las teorías de la “Reacción
Social” y del “Paso al Acto”............................................................................. 84
E. Teorías Ontológico-criminológicas, del “Paso al Acto” o Factorialistas.... 85
F. Criminologías de la “elección razonable” y de “la vida cotidiana”.......... 87
G. El Postmodernismo y la Criminología.......................................................... 90

Capítulo cuarto
CRISIS Y OPOSICIÓN A LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
2º. Las teorías criminológicas expuestas en el capítulo precedente
y su afecto, o desafecto, para con la criminología clínica
A. Introducción..................................................................................................... 95
B. Teorías criminológicas de la “Reacción Social”............................................ 95
C. Las corrientes contestatarias intermedias entre las teorías de la
“Reacción Social” y las del “Paso al Acto”..................................................... 96
D. Teorías Ontológico-criminológicas, del “Paso al Acto” y Factorialistas.... 97
E. Las criminologías de la “Elección Razonable” y de la “Vida Cotidiana”. 99
F. El Postmodernismo y la Criminología Clínica............................................. 99
G. La Criminología Clínica en la actualidad tras su coyuntura adversa....... 100

Segunda parte
CONCEPTOS BÁSICOS Y CARDINALES
DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

Capítulo quinto
EL “ESTADO PELIGROSO”, CONCEPTO CARDINAL DE LA
TRADICIONAL CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 113
B. La gran pluralidad de enfoques en la delimitación del concepto de
“estado peligroso”............................................................................................ 116
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
índice 11

C. El concepto de “estado peligroso” en su acepción criminológica. Sus


componentes.................................................................................................... 118
D. Nuestra visión sobre el concepto de “estado peligroso” criminológico.. 121
E. Objeciones y críticas al concepto de “estado peligroso”............................ 125

Capítulo sexto
OTRAS CUESTIONES RELEVANTES SOBRE EL ESTADO
PELIGROSO DE ÍNDOLE CRIMINOLÓGICA
A. Introducción..................................................................................................... 133
B. El posible desvelamiento del “estado peligroso”: Desde criterios
legales y desde criterios etiológicos............................................................... 133
C. Evaluación graduatoria del “estado peligroso”. Sus vías posibilitantes,
desde un punto de vista criminológico........................................................ 136
D. Determinación de la gravedad y persistencia del “estado peligroso” a
través de indicios legales................................................................................. 139
E. Clases de “estado peligroso”.......................................................................... 142
F. Reflexiones finales............................................................................................ 144

Capítulo séptimo
LA PERSONALIDAD CRIMINAL O CRIMINÓGENA. EL CONCEPTO
DE PERSONALIDAD “IN GENERE”, SU PLATAFORMA DE BASE
A. Introducción..................................................................................................... 151
B. El concepto de personalidad “in genere”..................................................... 152
C. Punto de partida como base de su comprensión: La persona como
plataforma imprescindible de la personalidad............................................ 154
D. Definiciones de personalidad “in genere”. Algunas reflexiones previas. 155
E. Algunas definiciones de personalidad “in genere”, ofrecidas por auto-
res reconocidos................................................................................................. 157
F. Nuestro concepto de personalidad “in genere”.......................................... 161

Capítulo octavo
LA PERSONALIDAD CRIMINAL O CRIMINÓGENA. CONCEPTO,
ELEMENTOS CONSTITUYENTES Y NUEVA ORIENTACIÓN
A. Reflexiones introductorias.............................................................................. 167
B. El concepto de personalidad criminal.......................................................... 168
12 CésaR Herrero Herrero
índice

C. Las distintas orientaciones, en la manera de delinquir, según la forma y


estructura de la personalidad criminal......................................................... 174
D. Los elementos nucleares constituyentes de la personalidad criminal.
Variedad de enfoques...................................................................................... 175
E. Los rasgos nucleares de la personalidad criminal según J. Pinatel.......... 178
F. los rasgos nucleares o estrictamente constituyentes de la personalidad
delincuente en M. Le Blanc, M. Fréchette y J. Morizot............................... 181
G. Origen etiológico de los trazos o rasgos propiamente constituyentes de
la personalidad Criminal................................................................................ 184
H. Plasticidad y cambio de los rasgos o trazos de la personalidad criminal. 189
I. Contrastación y adveración científicas de los rasgos o trazos de la per-
sonalidad criminal........................................................................................... 191

Capítulo noveno
LOS ELENEMTOS COMPLEMENTARIOS O PERIFÉRICOS
DE LA PERSONALIDAD CRIMINAL. OBJECIONES
O CRÍTICAS A ESTE CONCEPTO
A. Introducción..................................................................................................... 195
B. El concepto de adaptación social (adaptabilidad)....................................... 196
C. El concepto de inadaptación social............................................................... 199
D. Adaptación social, o inadaptación, con relación a los rasgos periféricos
de la personalidad criminal............................................................................ 202
E. Enumeración y descripción de los principales rasgos complementarios
y periféricos de la personalidad criminal..................................................... 205
F. Críticas y objeciones al concepto de personalidad criminal...................... 208
G. Reflexiones finales............................................................................................ 211

Tercera parte
LOS ELEMENTOS COMPONENTES DEL OBJETO MATERIAL
DE LA CRIMINOLOGÍA O DEL FENÓMENO CRIMINAL.
SU PERSPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA

Capítulo décimo
EL DELITO COMO OBJETO DE ANÁLISIS
DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 217
B. El delito en su concepción puramente legislativa....................................... 218
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
índice 13

C. El delito como institución inmutable desde una concepción ético-filo-


sófica.................................................................................................................. 219
D. El Delito desde una visión puramente sociológica..................................... 220
E. El delito desde las criminologías del “Paso al Acto” y de la “Reacción
Social”................................................................................................................ 222
F. El Delito o crimen concebido a la manera de una autodenominada
“Nueva Criminología”..................................................................................... 224
G. Nuestro concepto criminológico del delito.................................................. 225
H. Relevancia criminológica de los enfoques meramente subjetivos sobre
el delito.............................................................................................................. 231

Capítulo once
EL DELINCUENTE DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 235
B. Algunas nociones de Delincuente, acordes con las orientaciones doctri-
nales seguidas para el concepto complementario, el de Delito................ 236
C. Nuestra visión del Delincuente desde la perspectiva de la
Criminología. Sobre todo, Clínica.................................................................. 240

Capítulo doce
EL DELINCUENTE EN PERSPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA:
EL PASO AL ACTO CRIMINAL. SUS ELEMENTOS FUNDAMENTALES.
LAS FASES MÁS CARACTERÍSTICAS DE ESTE PROCESO
A. Reflexiones previas.......................................................................................... 249
B. El concepto de situación criminógena.......................................................... 250
C. El concepto de factores de protección o de resistencia.............................. 252
D. Las posibles clasificaciones de la situación criminógena........................... 253
E. El proceso, globalmente considerado, del paso al acto.............................. 254
F. Reflexiones finales............................................................................................ 257

Capítulo trece
EL DELINCUENTE PSIQUIÁTRICAMENTE DEFINIDO DESDE LA
CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 263
B. El concepto de delincuente psiquiátricamente definido. En sentido
estricto y en sentido amplio. Normalidad y anormalidad en la persona...... 265
14 CésaR Herrero Herrero
índice

C. Peligrosidad y orientación delincuencial, atribuidas a los tipos de in-


fractores psiquiátricamente definidos en sentido propio.......................... 268
D. Influjo de la enfermedad psicopatológica en el paso al acto delincuen-
cial. El no aislamiento operativo.................................................................... 271
E. Factores no nosológicos más relevantes, potencialmente influyentes en
esta clase de enfermos con relación al paso al acto criminal..................... 273
F. Criterios de evaluación de la influencia psicopatológica y factores con-
comitantes no nosológicos en el nacimiento de la acción gravemente
antisocial o criminosa. Especial referencia a la relación de causalidad.... 275

Capítulo catorce
DESARROLLO DE ALGUNAS PSICOPATOLOGÍAS CONCRETAS EN
PERSPECTIVA CLINICO-CRIMINOLÓGICA.
1º LAS PSICOSIS
A. Introducción..................................................................................................... 281
B. El cocepto de psicosis y la enumeración de sus categorías........................ 281
C. La esquizofrenia y sus tipologías principales. Su vertiente criminógena..... 283
D. La psicosis maníaco-depresiva. Concepto y relevancia criminológica.... 288
E. Psicosis epiléptica (Epilepsía). Concepto y su dimensión criminógena..... 292
F. La Paranoia, como psicosis autónoma. Concepto y su relación con la
delincuencia...................................................................................................... 295

Capítulo quince
DESARROLLO DE ALGUNAS PSICOPATOLOGÍAS CONCRETAS
DESDE UNA PESRPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA:
2º LA NEUROSIS, LA OLIGOFRENIA Y LAS PSICOPATÍAS
A. Introducción..................................................................................................... 301
B. La neurosis. Concepto y ubicación psiquiátrica. Su dimensión criminógena.... 301
C. La oligofrenia. Su concepto. Grados y capacidad criminógena................ 304
D. Las psicopatías. Su concepto y su proyección criminógena...................... 310
E. Afinidades y diferencias entre psicopatía y trastorno social de la perso-
nalidad............................................................................................................... 317

Capítulo dieciséis
LA VÍCTIMA COMO OBJETO DE ANÁLISIS
DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 323
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
índice 15

B. El concepto de víctima desde una perspectiva específicamente crimi-


nológica. Su papel en el proceso de victimización y sus posibles clases
más relevantes para la presente exposición................................................. 324
C. El papel de la víctima en el nacimiento del proceso de victimización.
Moderna orientación....................................................................................... 326
D. Los distintos factores victimógenos.............................................................. 328
E. Algunas clasificaciones de víctimas más interesantes desde el punto de
vista de la Criminología Clínica..................................................................... 331
F. Distintas formas o modelos de victimización. Victimización Primaria,
Secundaria y Terciaria...................................................................................... 336
G. El concepto de Victimología y sus relaciones con la Criminología
Clínica. Concepto y fundamento real de la Clínica Victimológica........... 341

Capítulo diecisiete
EL CONTROL SOCIAL CON RELACIÓN
AL DELINCUENTE CONCRETO
A. Introducción..................................................................................................... 349
B. Presupuestos básicos de convivencia y la necesidad de un adecuado
control para mantenerlos................................................................................ 350
C. El concepto de control social “in genere”. Sus clases.................................. 352
D. El control social específicamente orientado al delito. Su posible adapta-
ción a la práctica de la Criminología Clínica................................................ 354
E. El control social frente a la delincuencia desde algunas corrientes cri-
minológicas radicales...................................................................................... 357
F. Disfunciones de algunas formas del control social o del control del
delito.................................................................................................................. 359

Cuarta parte
LA DIMENSIÓN ETIOLÓGICA EN LA CONFIGURACIÓN DE LA
DELINCUENCIA. PROYECCIÓN CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA

Capítulo dieciocho
LOS FACTORES MÁS DETERMINANTES EN LA CONFIGURACIÓN
DEL DELINCUENTE. PROYECCIÓN CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
A. Introducción..................................................................................................... 367
B. Concepto y alcance de las causas o factores de la delincuencia o influ-
yentes en la configuración del criminal o delincuente............................... 368
16 CésaR Herrero Herrero
índice

C. Nuestro esquema básico de factores criminógenos atendiendo a las dis-


tintas dimensiones humanas de procedencia. Sus formas de recíproca
interacción......................................................................................................... 371
D. Factores criminógenos de base de orientación psicobiológica.................. 373
E. Factores criminógenos de base de orientación psicomoral....................... 375
F. Factores criminógenos de orientación psicosocial o de carácter exógeno
continuado........................................................................................................ 381
G. Factores situacionales o de carácter exógeno no permanente.................. 388
H. Los factores criminógenos en el delincuente concreto y sus factores
contracriminógenos o factores de protección.............................................. 391
I. Los factores criminógenos y de protección en la mujer. ¿Alguna dife-
renciación propia?............................................................................................ 393

Quinta parte
METODOLOGÍA O METODOLOGÍAS GNOSEOLÓGICO-
OPERATIVAS EN EL ÁMBITO DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

Capítulo diecinueve
LOS MÉTODOS DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. Introducción..................................................................................................... 403
B. El método propio o característico de realización de la Criminología
Clínica.El Método Clínico-criminológico: su concepto.............................. 404
C. Las posibilidades gnoseológicas del Método Clínico-crimiminológico... 408
D. Fases o tiempos del Método Clínico-criminológico.................................... 414
E. La fase de Diagnóstico. Su concepto y funciones........................................ 415
F. La fase de Pronóstico. Concepto y funciones.............................................. 418
G. La fase de Tratamiento.Concepto y funciones............................................. 420
H. La metodología clínica aplicada a la víctima................................................ 423

Capítulo veinte
LA REALIZACIÓN DE LAS FASES DEL MÉTODO CLÍNICO-
CRIMINOLÓGICO. PRINCIPALES MEDIOS Y TÉCNICAS.
1º. La fase de diagnóstico
A. Introducción..................................................................................................... 427
B. Medios y técnicas de conocimiento y comprensión empleados en la
fase de Diagnóstico Criminológico................................................................ 428
C. El axamen médico-biológico criminológico................................................. 429
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
índice 17

D. El examen psicológico-criminológico........................................................... 431


E. El examen psiquiátrico-criminológico.......................................................... 435
F. El examen social-criminológico (la Encuesta Social)................................... 437
G. El examen e intervención del Criminólogo clínico..................................... 439
H. El examen e intervención del Jurista............................................................. 439
I. Algunas instituciones metodológicas muy frecuentes y relevantes en la
investigación clínica. 1ª: La figura de la Observación................................ 440
J. Algunas instituciones metodológicas muy frecuentes y relevantes en la
investigación clínica. 2ª: La figura de la Entrevista criminológica............ 444
K. Algunas instituciones metodológicas muy frecuentes y relevantes en la
investigación clínica. 3ª: La figura de la Historia clínica criminológica... 449

Capítulo veintiuno
LA REALIZACIÓN DE LAS FASES DEL MÉTODO
CLÍNICO-CRIMINOLÓGICO. PRINCIPALES MEDIOS Y TÉCNICAS.
2º. La fase de pronóstico
A. Introducción..................................................................................................... 455
B. Los medios y técnicas de predicción o pronóstico. Visión general actual..... 456
C. Factores predictores más relevantes y eficaces del comportamiento
criminal futuro del delincuente concreto..................................................... 462

Capítulo veintidós
LA REALIZACIÓN DE LAS FASES DEL MÉTODO CLÍNICO-
CRIMINOLÓGICO. PRINCIPALES MEDIOS Y TÉCNICAS.
3º. La fase de tratamiento
A. Introducción..................................................................................................... 475
B. La fase de Tratamiento. Su realización práctica. Algunas reflexiones
previas................................................................................................................ 476
C. Los programas de realización práctica del Tratamiento. Sus objetivos y
características.................................................................................................... 480
D. Enumeración de algunos programas concretos de Tratamiento, ya
contrastados...................................................................................................... 481
E. Sobre la elaboración, ejecución y efectividad actuales de los programas
de Tratamiento.................................................................................................. 485
F. Posibles contextos especiales e institucionales, extratradicionales, para
el Tratamiento................................................................................................... 487
18 CésaR Herrero Herrero
índice

Capítulo veintitrés
SEGUIMIENTO Y EVALUACIÓN
EN LA ACTIVIDAD CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
A. Introducción..................................................................................................... 493
B. Concepto, objeto y funciones de la evaluación........................................... 495
C. Medios, instrumentos, técnicas o métodos aplicables en la práctica de
la evaluación..................................................................................................... 499
D. Algunas otras observaciones, prevalentemente prágmáticas, con res-
pecto a la evaluación de programas o intervenciones clínico-criminoló-
gicas.................................................................................................................... 502
E. Los evaluadores. Cualificaciones requeridas para llevar a cabo su fun-
ción..................................................................................................................... 505
F. La elaboración y presentación formal del Informe de evaluación........... 506

Sexta parte
LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA, UNA ACTIVIDAD ESPECIALIZADA.
LOS PRINCIPALES ACTORES DE LA MISMA

Capítulo veinticuatro
LOS SUJETOS ACTIVOS DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA.
EQUIPOS Y SUS MIEMBROS COMPONENTES
A. Introducción..................................................................................................... 511
B. Los conocimientos científicos necesarios para la realización adecuada
de la actividad clínica criminológica más característica............................. 512
C. El personal penitenciario especialista, en relación con los conocimien-
tos ciéntíficos precedentes.............................................................................. 514
D. Funciones, “in genere”, de los especialistas del Equipo tratamental
clínico-criminológico....................................................................................... 517
E. Las funciones propias de cada uno de los miembros especialistas del
Equipo Técnico de la actividad clínico-criminológica................................ 518
F. Funciones propias del Médico especialista y del Psiquiatra...................... 519
G. Funciones propias atribuidas al Psicólogo y al Sociólogo o Trabajador
social................................................................................................................... 522
H. Funciones a desempeñar por el Técnico Moralista y por el Pedagogo.... 524
I. Funciones a desarrollar por parte del Criminólogo y el Jurista................ 528
J. Reflexiones finales............................................................................................ 531
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
índice 19

Séptima parte
LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA EN EL PLANO NORMATIVO
NACIONAL Y SUPRANACIONAL ACTUAL

Capítulo veinticinco
LA ACTIVIDAD CLÍNICA CRIMINOLÓGICA
SEGÚN ALGUNOS ORGANISMOS INTERNACIONALES
O SUPRANACIONALES Y EN LA LEGISLACIÓN
DE ALGUNAS NACIONES DE NUESTRO ENTORNO CULTURAL
A. Introducción..................................................................................................... 539
B. El Tatamiento científico recuperador de los delincuentes
según los Instrumentos jurídico-doctrinales actuales de
Naciones Unidas.............................................................................. 540
C. El Tratamiento científico recuperador de los delincuentes
según los Instrumentos jurídico-doctrinales de la Unión
Europea............................................................................................. 543
D. El Tratamiento científico recuperador institucionalizado,
para delincuentes, en el Ordenamiento jurídico de algunas
Naciones europeas más representativas, incluida España....... 546
E. Conclusiones sobre la actividad clínica, centrada en el tratamiento re-
socilizador (generalmente penitenciario) desde el derecho comparado
deesarrollado en los apartados precedentes................................................ 552

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA CONSULTADAS PARA LA


ELABORACIÓN DE LA PRESENTE OBRA........................................... 557

SOBRE EL AUTOR....................................................................................... 587


Introducción

OBSERVACIONES PARA LA MEJOR


INTELIGIBILIDAD DE ESTA OBRA
Sé de la doble complejidad que supone escribir, todavía hoy, un
“TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA”. Doble complejidad, ¿por
qué…? En primer término, porque la materia que compone esta Disciplina ha
entrañado, entraña y entrañará, siempre, dificultades especiales muy nota-
bles. Estas dificultades, sin embargo, se mitigan, o pueden mitigarse, con do-
cumentación abundante y cualificada, con suficiente experiencia en el campo
criminológico y tiempo generoso de raciocinio y reflexión. Y, naturalmente,
estando ampliamente abierto a admitir razonables sugerencias de otros para
perfeccionar el texto y evitar, en su caso, posibles y hasta probables errores.
Pero, en segundo lugar, la cara más ardua del asunto, por comprometida,
tal vez sea la de embarcarse, aquí y ahora, en esta tarea conociendo, de an-
temano, que aún persisten no escasas voces, militantemente hostiles, contra
la existencia misma del “producto” que se ofrece. Voces que vienen prolon-
gándose, desde hace ya algunas décadas, contra esta Criminología, aunque
hayan sido incapaces de alcanzar su propósito de derogarla o de destruirla. Si
bien (¿por qué no decirlo?), tales voces no han pasado, ni están pasando, des-
apercibidas. Hasta tal punto que, por ello, algunos partidarios convencidos
de esta Disciplina Clínica podrían razonablemente sentirse tentados a justifi-
car el escribir o el hablar favorablemente sobre ella.
Entonces, ¿cuál ha sido y es la situación, durante las referidas décadas transcu-
rridas y en la actualidad, de esta rama de la Criminología para que exista un número
nada despreciable de “detractores”? ¿Tanto la situación pasada como presente de aqué-
lla permite, desde criterios serios de conocimiento, juzgar el mismo como suficien-
temente asumible? Nosotros creemos que no. Y lo creemos en virtud de, entre otras
aportaciones, de las que siguen.
Al margen de lo que ya, dentro de texto, desarrollemos, ampliamente,
sobre esta cuestión, podemos hacer referencia, brevemente ahora, para con-
testar al interrogante precedente, a afirmaciones y actitudes, en torno a dicha
Criminología, de pluralidad de autores muy diversos.
En efecto, en la década de los sesenta y gran parte de los setenta (e, incluso,
en algunos años de los ochenta) del pasado Siglo XX, aún no era excesivamen-
te discutida dicha clase de Criminología. Era, todavía, extensamente seguida
la dirección consagrada, principalmente, por autores como Jean PINATEL y
otros muchos (G. CANEPA, Marc LE BLANC, M. FRÉCHETTE, J. MORIZOT,
24 CésaR Herrero Herrero

ANA Mª FAVARD, Noel MAILLOUX…) y que, en unión de bastantes otros


(D. SZABO, G. L. PONTI, Marco STRANO…) venían, por lo tanto, y han veni-
do defendiendo aquélla como disciplina aplicada y sintética, subrayando, por
lo demás, su carácter de científica. Eso, sí, sin pasar por alto algunas de sus más
relevantes limitaciones. (Veremos todo esto al hablar de las distintas fases o pe-
riodos de recepción, crisis y rechazo de la misma y, por supuesto, en la exposi-
ción de los conceptos y elementos constituyentes, integrantes de ella).
Fueron, y vienen siendo, en gran parte, cultivadores de la denominada
“Criminología de la Reacción Social” (informada en “antropologías” de cuño
marxista, colectivista…), abrogantes, en general, del libre albedrío humano (y
para los que el delito y el delincuente nacen por obra y gracia de la etiqueta
que les “cuelga” el poderoso) los que iban a abrir, o intesificar, frentes contra
esta clase de saber y practicar criminológicos.
Uniéndose a la corriente anterior, casi de forma simultánea, está la ape-
llidada “Criminología Postmoderna”. Coincidente, en algunos de sus plantea-
mientos radicales, con la precedentemente señalada, ofrece orientación dis-
tinta, al estar inspirada, en su base, más que en Marx y Hegel, en la filosofía
de Nietzsche y en el mediatizado psicoanálisis de Jacques Lacan. Por eso, para
esta última versión “sociofilosófica”, la realidad social (y, dentro de la misma,
la criminalidad) es algo en continua transitoriedad de contenidos y formas,
“perpetuo retorno” de lo igual, siempre en cambio, porque no existen “verdades
base” ni, por supuesto, la Verdad.
La realidad no va más allá del puro y artificial simbolismo. El tiempo ha
de ser concebido como un devenir inconexo, construido por sucesión de mo-
mentos desconectados entre sí. Pasado, presente y futuro son mera aparien-
cia y, por lo mismo, así es, quiérase o no, nuestra vida con la que, por lo tan-
to, es inútil e ilusorio hacer auténticos proyectos. Y, menos aún, un proyecto
único e inescindible. Todo es relativo y hasta caótico. Lo que acontece en el
individuo o en la sociedad, como siendo diferente, no es más que el “juego
de fuerzas” dominantes. De su impulso jerárquico e imperativo depende el
quehacer, el comportamiento individual. ¿Cómo hablar, pues, de delito, de
delincuente, de responsabilidad del ser humano concreto? La razón, lo deno-
minado racional o razonable es algo mítico, pura fantasía.
Hasta autores, otrora seguidores de la Criminología tradicional (incluida
la Clínica), iniciaron, de alguna forma, cambios profundos en su enfoque, al
haber sido tocados, sobre todo, por postulados defendidos desde la precitada
“Reacción Social”. Es el caso de Chr. Debuyst y otros (J. Dozois, M. Lalonde,
J. Poupart…), quienes empezaron, por el tiempo mencionado, a cuestionar
los coceptos básicos de la Criminología que ahora nos ocupa (estado peligro-
so, personalidad criminal…). Así, J. DOZOIS y otros escribían al inicio de la
década de los ochenta: “Conectando la postura de otros autores con la inspirada en
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 25

los resultados de nuestra propia investigación, nuestra reflexión alrededor de la noción


de peligrosidad nos ha conducido a desembocar en dos tipos de problemas: por una parte,
la ineptitud de los profesionales para pronunciarse “objetiva y científicamente” sobre la
peligrosidad de los individuos, aspecto primordial cuando se piensa en las consecuencias
de sus juicios sobre la suerte reservada a los mismos; por otra, la existencia de las des-
igualdades producidas por el sistema penal mismo, desigualdades que tal noción (la de
estado peligroso) continúa en mantener a causa de sus función legitimante”1.
O pretendiéndose hacer ver, por parte de todas estas doctrinas, inten-
samente discrepantes, que la Criminología Clínica se desentendía, de forma
más o menos completa, de la vertiente social o sociológica de la delincuencia
y del delincuente2.
No hay duda de que las anteriores orientaciones criminológicas (las de
la “reacción social” y las profundamente críticas) han apuntado, con no es-
caso acierto, hacia la necesidad de llevar a cabo determinadas exigencias
de reflexión frente a fallos, tanto teóricos como prácticos, respecto de tal
Criminología, y así hay que reconocérselo. Pero una cosa es denunciar fallos
y otra cosa es deducir, desde éstos, la menesterosidad de que la disciplina
que los padece haya de ser derogada. Por ello, cuando empezaban a inten-
sificarse los ataques contra aquélla (finales de la década de los setenta) Jean
FRANÇOIS, profesor de la Escuela de Criminología de la Universidad de
Lovaina, hacía observar: “Pensamos nosotros que es posible sostener en medio peni-
tenciario una práctica clínica y de asistencia a los internos a pesar de las dificultades y
los riesgos que comporta una tal empresa. Los análisis de la criminología y sociología
radicales, los trabajos como los de FOUCAULT, las investigaciones evaluativas sobre
la eficacia del tratamiento penitenciario, invitan a los clínicos y a los trabajadores so-
ciales a adoptar una perspectiva crítica a la vista de su práctica. Aquéllos, empero, no
conducen necesariamente a los que comparten tales críticas a renunciar a toda forma
alternativa de práctica social y clínica en medio penitenciario”3.
Desde luego, a pesar de dicha campaña, a todas luces poco favorable, más
bien fruto de “ideología” que de investigación, de ideologías especializadas en
autorreferirse la realidad y, por lo mismo, ser intento de suplantación de ésta,
la Criminología tradicional puesta al día (y, con ella, la Criminología Clínica)
siguen vivas y auspiciada por un amplio plantel de criminólogos, procedentes
de campos distintos de las ciencias del comportamiento, como ya hemos ad-
vertido. Y algo que hay que subrayar también: Que las legislaciones de gran

1
J. DOZOIS y Otros: “La dangerosité: un dilemme sans issue? Réflexion à partir d’une re-
cherche en cours”; en Déviance et Societé, Vol. 5, 4 (1981) p. 397.
2
A este respecto, puede verse Chr. DEBUYST: “La notion de dangerosité, maladie infanti-
le de la criminologie”, en Criminologie, Vol. 17, 2 (1984), pp. 7-24.
3
Jean FRAÇOIS: “Pour une Clinique alternative en milieu carcéral; en Déviance et
Societé, Vol. 3, 2 (1979) p.178.
26 CésaR Herrero Herrero

parte de los países democráticos más representativos (como en su momento se


verá) siguen acogiendo estas últimas orientaciones criminológicas, representa-
das por la Criminología Clínica. Y es que la Criminología no puede contentar-
se con actuar solamente en un plano colectivo, sino también (porque el delin-
cuente, como ser humano que es, es único e intrasferible) ha de intervenir, en
consecuencia, en un plano individualizado. Al menos, con respecto a aquellos
delincuentes que, por la gravedad de sus delitos y por la fundada esperanza de
recuperación (individual y socialmente concebida) merezca la pena intentarlo.
No parece conguente afirmar, y menos “a priori”, que, con observancia
de todos los derechos (sobre todo, de los fundamentales) del delincuente,
sea contraproducente llevar a cabo con él, a los premencionados efectos,
un tratamiento aceptado libremente, informado en criterios como los del si-
guiente esquema, ofrecido por Sara RUBINI, citando a V. MASTRONARDI
y F. CALAFIORE, con el fin de neutralizar las desviaciones criminógenas y
fomentar los factores de protección frente al delito:
“INDIVIDUALIZACIÓN DEL TRATAMIENTO:
— Particulares necesidades de la personalidad del Sujeto.
— Carencias físico-psíquicas y otras causas de la desadaptación
social.
— Datos judiciales biográficos y sanitarios anotados en la cartilla
personal del sujeto con las evoluciones tratamentales sucesivas.
ELEMENTOS DEL TRATAMIENTO: ………….
— Instrucción (cursos de escuela obligatoria, de formación profe-
sional general y equivalentes.
— Trabajo interior y exterior al penitenciario.
— Religión.
— Actividad cultural recreativa y deportiva.
— Relaciones con la familia, contactos con el mundo exterior.
OTROS ELEMENTOS DEL TRATAMIENTO:
— Permisos para visitar, en el caso de peligro para la vida, a un
familiar o convivente.
— Permisos-premio al condenado que ha observado una conducta
encomiable, así como cuando, durante la prisión,el sujeto haya
manifestado un sentido constante de responsabilidad y correc-
ción en el comportamiento personal y en la actividad organiza-
da de las instituciones”4.

4
Sara RUBINI: “La perizia criminologica. Un incontro tra interventi clinici e Discipline
Forensi”, These finale en “Sciences Criminologiques”, Université Européenne Jean Monet,
Bruxelles, June, 2009, p.17.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 27

Todo lo precedentemente expuesto, por lo demás, favorable a la Criminología


Clínica, se encuentra fortalecido por las nuevas investigaciones, portadoras de
perspectivas realmente halagüeñas para el presente, y aún más para el inmedia-
to futuro, de dicha Disciplina. Merece traerse a colación, sobre este particular,
las reflexiones de René CARBONNEAU, insigne investigador canadiense,
procedente del campo de la Medicina Genética:
“En el curso de los últimos decenios, la criminología clínica ha conocido
un impulso que anuncia cambios importantes para la investigación e in-
tervención del futuro. Los estudios longitudinales sobre los factores de
riesgo, sobre la aparición de comportamientos antisociales y sobre la tra-
yectoria a través de la vida de los individuos, han producido un conjunto
de conocimientos que han permitido una mejor comprensión del fenóme-
no de la delincuencia en una perspectiva de evolución. Además, el desa-
rrollo fulgurante de la investigación en ciencias biomédicas y su impacto
sobre la comprensión de la etiología y sobre el tratamiento de los proble-
mas de salud mental, que inciden de manera importante en las conductas
antisociales, han traído consigo la emergencia de un paradigma bio-psi-
co-social como base de estudio y de intervención en criminología clínica.
Los resultados de los estudios en las neurociencias y en genética del com-
portamiento son particularmente elocuentes en cuanto a la utilidad de
este paradigma para abordar en su totalidad el fenómeno delincuente. Si
el advenimiento de la aproximación bio-psico-social en un cuadro evolu-
tivo y su impacto sobre la comprensión del comportamiento antisocial no
son plenamente recientes, las posibilidades sin precedentes que se ofrecen
ahora a los investigadores y a los intervinientes en criminología clínica
permiten el seguimiento activo de esta nueva estrategia insoslayable”5.
Si eso es así, de acuerdo con las investigaciones “ad hoc” efectuadas,
ello debe ser destacado, sin duda alguna, como un estímulo y una razón de
peso más para mi decisión de haberme resuelto a elaborar este “Tratado de
Criminología Clínica”. Trabajo que he titulado de este modo por considerar,
modestamente, que, en él, se abordan, de forma coordinada, sistemática, los
principales aspectos de esta Disciplina criminológica aplicada, de neta índole
sintética. Que ello sea así puede percibirse repasando, a través del ÍNDICE de
esta misma obra, el simple enunciado y orden de las cuestiones abordadas.

EL AUTOR

5
René CARBONNEAU: “Les enjeux à venir pour la Criminologie Clinique: Approche
développementale et intégration avec les sciences biomédicales”, en Criminologie, Vol. 41, nu-
méro 1, printemps, 2008, pp.1-2.
Primera parte

DELIMITACIÓN
DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA.
SU NACIMIENTO, EVOLUCIÓN
Y RECEPCIÓN CRONOLÓGICA.
SU ESTADO ACTUAL
Capítulo primero

EL CONCEPTO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA.


SU OBJETO, SU MÉTODO Y SUS FINES
A. INTRODUCCIÓN

Las ciencias sobre la conducta humana (sea ésta regular o irregular) pa-
recen percibir, tras su estudio, una innegable realidad: la de que el comporta-
miento humano es producto de elementos comunes al hombre y de elemen-
tos intransferibles, propios de la singularidad de éste. Por ello, dichas ciencias
ofrecen una visión teórica, general, de su conocimiento, a la par que subra-
yan la necesidad de construir zonas gnoseológicas diferenciales (Psicología
diferencial, Pedagogía diferencial…)
A esa plural percepción de la realidad criminal no es ajena precisamente
la CRIMINOLOGÍA. Desde aquí se explica que, dentro del saber científico
criminológico, se hable, v. gratia, de Criminología GENERAL, Criminología
ESPECIAL APLICADA, Criminología OPERATIVA CONCRETA…
Son congruentes, a este respecto, las observaciones de W. BUIKHUISEN
y J. FRANÇOIS, al reclamar como imprescindible la presencia de una
Criminología diferencial, asegurando: “Cuando yo repaso las obras que
versan sobre criminología, una de las cosas que me sorprende es la genera-
lidad con la cual se habla del fenómeno de la criminalidad. Esta actitud se
refleja en numerosas teorías criminológicas existentes: son frecuentemente
sectoriales y se pretende con ellas un valor general. Así, según Eysenck, la
criminalidad halla su origen en la mala adaptabilidad del delincuente; para
Merton, el comportamiento criminal se explica por el hecho de que nuestra
sociedad crea toda suerte de necesidades sin permitir a todos la misma me-
dida de satisfacerlas a través de medios legales. Otros la atribuyen a las cla-
ses sociales (Cohen, por ejemplo) o a la organización de la sociedad (Taylor y
sus discípulos). Se podría citar a otros. Todas estas teorías, aunque diferentes,
presentan un punto común: el tratar de explicar la totalidad de la crimina-
lidad partiendo de una teoría bien determinada. Se olvida que numerosos
delitos tienen un carácter específico. El investigador que no tiene en cuenta
este último aspecto se priva no solamente de la posibilidad de desembocar en
una comprensión más profunda de la conducta estudiada, sino que también
desprecia igualmente elementos potenciales de tratamiento y de prevención
del delito concernido. (…) La heterogeneidad conduce a diluir las causas.
Una mejor comprensión no es posible sino a partir del momento en que se
trabaja con grupos más homogéneos. Ello significa en la práctica que será
34 CésaR Herrero Herrero

preciso formar subgrupos apoyándose sobre todo en las variables precitadas


(edad, clase social, sexo, el carácter individual o colectivo de la acción delicti-
va, etc.).Se podría añadir igualmente como criterio la tasa de reincidencia, el
grado de urbanización, etc…”1.
Los autores precedentes rematan su argumento viniendo a decir que una
criminología diferencial se manifiesta con más modestia que esas teorías ab-
sorbentes porque es consciente de que algunas categorías de personas, como
jóvenes, mujeres, miembros de determinadas clases sociales, etc., se compor-
tan, en su delincuencia, con una cierta especificidad. Sin poder olvidar que la
conducta criminal, cuando trata de explicarse desde los principios derivados
de la “teoría del comportamiento”, el principal entre ellos nos persuade de que la
conducta del ser humano está en función de las características personales del autor y
de la situación en la que se encuentra2.
Si lo precedentemente expuesto es, sin duda, razonable, exigiendo dis-
tinguir entre delitos distintos y grupos de delincuentes diversos (no son lo
mismo, por ejemplo, los delitos contra la vida que los delitos sin violencia
contra el patrimonio y no es la misma la orientación delictiva de jóvenes que
de personas adultas), se impone también, por muy variadas razones, la dife-
renciación entre la motivación, ideación delictiva, elección de delito, influen-
cia del medio-ambiente…, respecto de cada uno de los delincuentes singular-
mente considerados.
De ahí que haya de hacerse referencia, absolutamente obligada, a una
Criminología CLÍNICA. Precisamente, porque sin ella no sería posible llegar
a conocer por qué esta persona concreta ha devenido delincuente, ni los in-
flujos más incidentes en su desviación, sean, o no, de su entorno y contexto
vital. Ni por qué la elección de su “registro” criminal, ni cuál podría ser la
pena o la medida más acorde a la raíz delictiva, a la naturaleza y gravedad del
delito. Ni el espacio más positivo para llevar a cabo, en su caso, el proceso de
rehabilitación personal y social…
Tampoco la Criminología, salvo que quiera ponerse al servicio de ideolo-
gías alienadoras del hombre, en vez de ponerse al servicio constructivo de éste,
ha de permitir que la persona (sea o no delincuente) quede subsumida en lo
colectivo o fundido con los acontecimientos a él sobrevenidos o superpuestos.
Porque el hombre es persona (inteligencia-razón, conciencia y libertad) y, por
ello, es el centro indiscutible de este universo. Para lo bueno y para lo malo.
Como resulta, pues, que el hombre sólo puede realizarse, de forma cons-
tructiva, desde el bien, una sociedad verdaderamente civilizada debe estar

1
W. BUIKHUISEN y J. FRANÇOIS: “La Criminologie intégrale”, en Déviance et
Societé, Vol. 1º, 1 (1977) pp. 97-100.
2
Autores precitados, en Trabajo señalado, pp. 100.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 35

dirigida a ofrecerle esta posibilidad. Sea cuando aquél merezca premio o haya
de recibir castigo. En este último supuesto, la mejor ayuda social debe des-
cansar en proporcionarle los medios aptos de corrección. Y ello difícilmen-
te se podrá conseguir, criminológicamente hablando, si se desprecia o se
arrincona los instrumentos de una adecuada Criminología Clínica que, pre-
cisamente, supone tratar al delincuente como lo que, a pesar de todo, sigue
siendo: verdadera persona y no como puro sujeto activo de delincuencia.
A esa postura se refería E. De GREEFF cuando recriminaba la mala ges-
tión clínica de no pocos criminólogos, al dejar fuera de su examen al hombre,
siendo así que la indagación de la criminogénesis “supone al hombre presente,
implacablemente presente”. Por ello, a los asistentes al II Congreso Internacional
de Criminología (París, 1950) les comentó:
“Es suficiente leer un cierto número de estudios para caer en la cuenta de
que muchos criminólogos jamás se lo han exigido. Ellos suponen, muy fre-
cuentemente y con un inquietante candor, que un hombre es el lugar donde
se presencian ciertos acontecimientos biológicos, sociales, psicológicos, etc. y
que sus acciones son el resultado de cosas que han pasado en él… Brevemente,
el hombre es, a sus ojos, una unidad económica o social, dotada de cualidades
más o menos perfectas y que reacciona al medio según ciertas leyes”3.
Antes había insistido en que el criminal debe ser acercado, aproximado,
como cualquier hombre por el que se siente interés, dejándose llevar por un
espíritu intenso de plena simpatía, que permita al examinador sin aprobar sus
acciones, encontrarse con él estableciendo una determinada comunicación.
Que, para ello, es esencial despojarse momentáneamente de todo esquema
preconcebido, de toda tendencia a resolver el caso acudiendo a un simple
diagnóstico o colocando al sujeto en una categoría preestablecida4. Esta sería,
pues, la vía para poder intervenir, de forma positiva, en el delincuente con-
creto, máxima aspiración de la Criminología Clínica.
Teniendo muy en cuenta las precedentes observaciones, vamos a ver, a
continuación, qué entendemos por Criminología Clínica, cual es su objeto, su
método, sus funciones dentro del fenómeno criminal, su finalidad. Y haremos
referencia, también, a su relación con otras ramas de la Criminología Aplicada.

B. CONCEPTO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

La Criminología Clínica es una rama más del árbol representado por la


Criminología, considerada como una unidad inescindible de carácter teórico-

3
E. De GREEFF: “Criminogenèse”. Rapport des Actes du II Congrès Internacional de
Criminologie, Paris, 1950, p.296.
4
Dicho autor incluye este contenido en la mismo Estudio de nota anterior, p. 272.
36 CésaR Herrero Herrero

operativo o científico-práctico. Desde luego, la Criminología Clínica es inse-


parable de la denominada Criminología General.
Si bien, ambas son diferentes en virtud de la extensión del campo de es-
tudio. La segunda tiene por objeto el estudio del delincuente, del delito, de
la víctima y del control social de la delincuencia en un plano colectivo. La
primera aborda el examen del fenómeno criminal en el ámbito del delincuen-
te concreto, singular. Ambas utilizan, con prevalencia, el método inductivo.
Pero adaptándolo cada una a los límites del objeto investigado.
La Criminología General se sirve, para su meta, de la observación, de
la experimentación y la cuantificación. La Criminología Clínica, sin aban-
donar estas formas de inducción, se vale, de forma obligada, de la denomi-
nada metodología clínica (que, dentro de unos momentos, veremos en qué
consiste y que más tarde desarrollaremos de modo amplio). En todo caso, la
Criminología Clínica no puede prescindir de la visión (descripción, interpre-
tación, experimentación) “in genere”, que del fenómeno criminal (delincuen-
te, delito, víctima, control social) ofrece la Criminología General, ni de sus
conceptos teórico-operativos. Pero tampoco la Criminología General habrá
de despreciar o minusvalorar las adquisiciones de conocimiento, alcanzadas
por la Criminología Clínica.
Como ya advirtieran, hace algún tiempo, M. E. WOLFGANG y F. FERRACUTI,
hay que evitar, a este respecto, “los peligros del aislamiento”. Añadiendo, en
consecuencia, que: “Desde el punto de vista de la Criminología primordial-
mente sociológica, es imprescindible su interrelación con la criminología clí-
nica para que del enfoque unificado integrador surja el examen científico de
los procesos criminales, de la conducta y del tratamiento de los transgresores.
(…) La percepción mutua y constante de ambos enfoques, el clínico y el so-
ciológico, beneficiaría, sin duda, los planes de investigación y los proyectos en
marcha. La objeción más frecuentemente invocada en contra de los estudios
clínicos está resumida en la falta de percepción de las variables sociales y de las
características de regularidad inherentes a las estructuras sociales en general.
Y, a la inversa, LO QUE MÁS SE OBJETA EN CONTRA DE LOS ESTUDIOS
SOCIOLÓGICOS ES SU FALTA DE ATENCIÓN A LOS INDIVIDUOS Y A
LAS VARIABLES DE SU PERSONALIDAD OSTENSIBLES EN LOS GRUPOS
EXAMINADOS. No debiera renunciarse a lograr un mutuo entendimiento en
la integración de todas las etapas del trabajo, que culmine en la aparición de
proyectos de investigación combinados y bien integrados”5.
Por lo demás, a esas dos ramas teórico-criminológicas cabe atribuirles
el concepto de ciencia empírica y multidisciplinar o interdisciplinar. Pero,

5
M. E. WOLFGANG y F. FERRACUTI: “La subcultura de la violencia”, trad. de A. GARZA
y GARZA, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, Primera reimpresión, 1982, pp. 108 y 112.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 37

para entender correctamente esta aseveración, es menester recalcar que la


Criminología (y, por ello, tanto su rama general como la clínica) no se con-
vierte en criminología empírico-científica acudiendo a alguna de las disci-
plinas por ella utilizadas o mezclándolas sin sentido. Sólo lo será cuando su
conocimiento sistemático y verificable sea fruto de una auténtica síntesis con
respecto al fenómeno criminal. La Criminología, en todas sus ramas, ha de
presentar las características de una ciencia sintética.
Como muy bien razona L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “En la química
se describe la síntesis como la formación de una sustancia compuesta me-
diante la combinación de elementos o substancias más sencillas.
En la Criminología el concepto es similar, pues nuestra ciencia está
formada por la suma y el compendio interrelacionado de sus diversos
componentes.
Usando el símil químico, podemos explicar la Criminología como una
materia nueva, autónoma, e independiente, formada por la combinación de
otras materias, si no más “simples”, sí más especializadas.
Quizá la característica más sobresaliente de la Criminología es ser sinté-
tica; si no se llega a la síntesis no hay criminología, podrá haber una parte,
podrá existir Psicología Criminológica o Sociología Criminológica, pero no
Criminología.
A nivel de interpretación individual (el criminal)…sólo puede hablarse
de estudio, diagnóstico o pronóstico criminológico, si se llega a la síntesis de
una serie de materias; en tanto no se logre esto tendremos tan sólo un estudio
médico, psicológico, antropológico o sociológico del criminal… Los estudios,
investigaciones o exploraciones parciales no costituyen Criminología, sino
fragmentos criminológicos…”6
En fin, que la Criminología (sea General o Clínica) ha de servirse, para
serlo, de las disciplinas fundamentales, versantes sobre el ser humano, en su
dimensión individual y social, haciéndoles conspirar, de consuno, hacia un
único e idéntico fin: el esclarecimiento (con propósito de hacerlo frente) del
fenómeno delincuencial, sea en un plano colectivo o con relación a un de-
lincuente concreto. Naturalmente, sin pasar por alto que el fenómeno crimi-
nal, y sus elementos integrantes con él, es intensamente dinámico. No sólo,
por tanto, ha de esclarecerse y explicarse su surgimiento, sino su continuado
desarrollo y hasta su metamorfosis. Cambian los delitos, cambian los delin-
cuentes (incluso los mismos delincuentes), las víctimas, las formas de control
social. Sería un error tratar de entender este fenómeno únicamente con datos
sin vigor. Desfasados. Hay que huir de las “fotos fijas”. Hay que partir, sobre

6
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, Editorial Porrúa, México,
cuarta edición, 2011, pp. 23-24.
38 CésaR Herrero Herrero

todo, de información del presente y que posibiliten predicciones de futuro en


orden a prevenir la delincuencia. Tanto en el plano colectivo como en un pla-
no individualizado. (Se habla, en este sentido, de esclarecer y de hacer frente
tanto a la criminogénesis como a la criminodinámica)7.
Con esas premisas, pues, podemos pasar, a continuación, a ofrecer algu-
nas definiciones de CRIMINOLOGÍA CLINICA (para seguir subrayando lo
que ésta tiene de específico), y elaboradas por algunos de los más insignes
criminólogos.

** Algunas definiciones de Criminología Clínica, ofrecidas, en diversos periodos,


por criminólogos ilustres.
Desde muy pronto (la Criminología nacía fundamentalmente clínica),
grandes criminólogos ofrecieron su concepto de ésta. Y, por ello, desde prin-
cipios del Siglo XX hasta nuestros días, no han dejado de aparecer definicio-
nes sobre la misma. Siguiendo un criterio de continuidad y progresión crono-
lógicas, dejaremos constancia, entre otras muchas, de algunas de ellas. Antes,
sin embargo, queremos exponer una sucinta visión entorno a esta disciplina,
acudiendo, precisamente, a la etimología de su término adjetivador.
Sobre este último extremo, escribíamos, hace ya algún tiempo, en nues-
tra “Criminología”: “El nacimiento de la Criminología está estrechamente re-
lacionado con las que han venido llamándose “Criminologías Especializadas”:
Biología, Psicología, Sociología. Pero, también, con la Medicina. (Lombroso,
por ejemplo, era médico psiquiatra).
Por ello, no es extraño que, muy tempranamente, se hablase de Criminología
Clínica, en imitación de la Clínica médica. No porque el delincuente hubiera
de ser considerado un enfermo, sino en virtud de la semejanza metodológica,
utilizada por cada una de estas Ciencias, cuando sus respectivos destinatarios
lo fuesen de forma individual o singularizada.
A la Criminología proyectada sobre el delincuente concreto se le domi-
na Clínica porque la palabra “klinikós” (kliniké-klinikón), recogida de la lengua
griega clásica, tiene precisamente el significado de “lo concerniente al lecho”.
Lo que relacionado con la Medicina Clínica (“tejne kliniké”) quiere decir tanto
como la actividad o arte de cuidados médicos, otorgados al paciente o enfer-
mo concreto que guarda cama, llevados a cabo por el denominado tradicio-
nalmente “médico de cabecera” (“klinikós iatrós”). El médico que se inclina

7
En la orientación del texto, R.CARIO hace referencia a la Criminología diciendo
que: “… Puede ser definida como una ciencia multidisciplinar que tiene por objeto el análisis
global e integrado del fenómeno social provocado por las acciones criminales, en su génesis y
en su dinámica, bajo la doble dimensión individual y social, desde el punto de vista tanto del
infractor como el de la víctima, con los fines de prevención y tratamiento”. (“Introduction aux
sciences criminelles”; Edit. L’Harmattan, 6ª Edition, Paris, 2008, p. 260).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 39

(“klínei”) sobre el enfermo postrado en el lecho para, auscultándole, tratar de


indagar sus dolencias y las causas de éstas, en orden a procurar sus curación
mediante el adecuado tratamiento. Y aplicado a la Criminología Clínica, en
consecuencia, equivale a expresar la tarea sistemática y científicamente ilumi-
nada, de acuerdo a las ciencias de la conducta (sobre todo las empíricas, pero
sin descartar las normativas), para detectar el porqué del delinquir de este
individuo concreto con el fin de neutralizar, o debilitar, los correspondientes
factores criminógenos”8.
Es, efectivamente, en el precedente sentido como han de interpretarse
las definiciones que de Criminología Clínica han sido acuñadas por los cri-
minólogos de referencia y que pasamos a concretar, siguiendo el orden más
arriba señalado.
José INGENIEROS venía a decir que la Crimiminología Clínica había de
entenderse como el estudio, científico, sobre las causas determinantes del delito en
el delincuente individualizado, sobre los actos en que se manifiesta, los caracteres fi-
siopsíquicos del autor, al mismo tiempo que la propuesta correlativa de las medidas
individuales y sociales de profilaxis o de represión por la infracción9.
B. DE TULLIO concebía esta clase de Criminología como: “La ciencia de
los comportamientos antisociales y delictivos, informada en la observancia y en el exa-
men profundo de supuestos individuales, sean normales, anormales o patológicos”10.
E. DE GREEFF no elaboró, de forma explícita, una definición de
Criminología Clínica, pero es evidente que, desde sus amplias y profundas
reflexiones sobre la que viene a denominar “Clínica del criminólogo”, funda-
mentada en la filosofía humanista y fenomenológica de Max Scheler11, to-

8
C. HERRERO HERRERO: “Criminología. Parte General y Especial”, Edit. Dykinson, 3ª
edición, Madrid, 2007, pp. 47-48.
9
Véase su “Criminología”, Edit. D. Jorro, Madrid, 1913, o sus “Dos páginas de
Psiquiatría criminal”, Buenos Aires, 1900.
10
Para percibir, en B. Di TULLIO, cuál es su concepción de la Criminología Clínica,
es fundamental su obra: “Principios de Criminología Clínica y Psiquiatría Forense”, trad. de
D. TERUEL CORRALERO, Edit. Aguilar, Madrid, 1966.
11
Max Scheler habla de la capacidad de intuición del espíritu humano y de la ca-
pacidad de acceder a los valores desde la experiencia fenomenológica. (Ver, por ejemplo, su
obra “El Formalismo en la ética y la Ética material de los valores” (traducción de Clemente
FERNÁNDEZ, en su libro “Los filósofos modernos. Selección de textos”, tomo II, 3ª edición,
BAC, Madrid, 1976, pp.277 y ss., así como el estudio del mismo Scheler: “El puesto del hom-
bre en el cosmos”, traducción e integración en la misma obra de Clemente FERNÁNDEZ, pp.
286 y ss. Adviértase, desde luego, que, desde finales del siglo XIX y más de la mitad del XX,
estuvo en primer plano, en no escasos ambientes filosóficos, la “Fenomenología”, elabora-
da por E. HUSSERL y preludiada, entre otros, por Bernard BOLZANO y, sobre todo, por F.
BRENTANO, defensor, en el campo de la teoría del conocimiento, de la “intencionalidad de la
conciencia”. En medio de los planteamientos neocriticistas, antiempiristas y antipsicologistas,
Husserl va a orientarse de acuerdo a sus fundamentos fenomenológicos. “…La fenomenolo-
40 CésaR Herrero Herrero

mando, a la vez, como referencia de base los conocidos instintos de defensa


y simpatía, formulados por él, podríamos afirmar que dicha Criminología es
para él: El examen interdisciplinar del ser humano concreto, orientado a acceder a la
conciencia de éste mediante el encuentro empático entre examinador y delincuente,
posibilitado mediante el correspondiente método fenomenológico. Con el propósito de
indagar o de intuir las más íntimas motivaciones del delinquir de éste, en orden a
constatar su verdadera peligrosidad, que no tiene por qué emanar de patología alguna,
y poder reconducir, constructivamente, la raíz impulsiva de tales actos.
“Para De Greeff, comentan F. DIGNEFFE Y Chr. ADAM, la actitud clíni-
ca“ comporta ante todo el estudio del estado de la conciencia, de los acon-
tecimientos que pasan en ella manifestándose en el “yo”. La criminogéne-
sis, según el mismo, debe estudiarse después de la conciencia, a través de
un esfuerzo de comprensión y de interpretación que exige del clínico llegar
a la perspectiva particular del otro, a partir de la cual su comportamiento
toma sentido. Se hace presente, pues, una cierta cualidad relacional con el
otro, que se realiza con la duración, que permitirá ingresar en este universo de
sentido, propiciando el comprender cómo, aún en el paso al acto más grave,
éste aparece como “la mejor elección” que pudiera haber llevado el sujeto”12.
Naturalmente, poniéndose el observador imparcial en el punto de vista de
ese elector, al que trata de comprender, sin justificar.
Efectivamente, De Greeff trata de explicar la delincuencia desde la psico-
logía del hombre normal. Considera que existe una identidad fundamental

gía –venía a decir el filósofo de Prossnitz (Moravia)– se ocupa del yo y de la “conciencia”, con
todas las formas de vivencias, actos y correlatos de actos. Cierto que comprender esto requiere
no pequeño esfuerzo en los hábitos de pensar dominantes. (…) La psicología es una ciencia
empírica…es una ciencia de realidades. Los fenómenos de los que trata como fenomenología
psicológica son sucesos reales que en cuanto tales, si tienen existencia real, se inscriben, con los
sujetos reales a que pertenecen, en el mundo espacio-temporal uno, como en la omnitudo reali-
tatis. En oposición a eso se fundará la fenomenología pura o transcendental, no como ciencia de
hecho, sino como ciencia de esencias (como una ciencia “eidética”), como una ciencia que quiere
exclusivamente fijar “conocimientos de esencias”, y no en absoluto “hechos”. (…) El paso a la
esencia pura da, por un lado, un conocimiento esencial de lo real, y, por otro, respeto de la es-
fera restante, conocimiento esencial de lo irreal. Se mostrará también que todas las “vivencias”
purificadas trascendentalmente son irrealidades, excluidas de toda inserción en el “mundo
real”. Esas realidades estudia precisamente la fenomenología, pero no como particularidades
singulares, sino en la “esencia”. (…) La intuición esencial es también intuición, y es contempla-
ción en sentido pleno y no una mera y quizá vaga representación; es una intuición que da ori-
ginariamente y que capta la esencia en su mismidad “personal”. (E. HUSSERL: “Ideas para una
fenomenología pura y una filosofía fenomenológica”; textos en el ya citado Clemente FERNÁNDEZ,
pp. 315-323). (Más adelante, cuando hablemos de los instrumentos metodológicos clínicos,
volveremos sobre esta cuestión).
12
F. DIGNEFFE y Chr. ADAM: “Le développement de la criminologie clinique à l’École
de Louvain. Une clinique interdisciplinaire de l’humain”; en Criminologie, vol. 37, printemps,
1 (2004)p.51.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 41

o básica entre todos los hombres de este universo. Lo que ocurre es que el
delincuente sin ser ontológicamente distinto del que no lo es, se caracteriza
por la manera diversa de posicionarse ante el mundo. En una palabra, que su
marco de referencias, de valores, es distinto. ¿Por qué? Porque, aún partiendo
de reacciones de normalidad, las situaciones existenciales posteriores, de ín-
dole longitudinal, propiciadas por el medio, percibidas por él como hostiles,
le van a ir mudando el marco primigenio. Y esta transformación va a conver-
tirse, para él, en plataforma de acciones impulsadas por el instinto de agresi-
vidad o de defensa, al mismo tiempo que se atrofia el de simpatía13.
Pero el mismo autor advierte que el delincuente puede rectificar toman-
do distancia con relación a esa actitud y orientarse hacia nuevos caminos.
Cabe una terapéutica, “sea de carácter psicológico o psiquiátrico, capaz de
liberar al individuo de determinismos que hacen imposible una vida de re-
lación y que, por el mismo hecho, perturban sus compromisos vitales, sean
ellos los que fueren”14.
Olaf KINBERG, que sigue la trayectoria médico-criminológica de su com-
patriota (H. SJÖBRING), en cuanto a su visión demasiado orgánica (constitu-
cionalista) sobre el concepto de personalidad, elabora un sistema clínico-cri-
minológico estupendamente bien trabado y coordinado. Recalcando, desde
este punto de vista, que la Criminología Clínica ha de entenderse como: La
ciencia proyectada a examinar a los delincuentes, de forma individualizada, con el
fin de fijar las causas de su delinquir –fruto de su personalidad reaccionante ante
determinadas circunstancias– con el fin de erradicar aquéllas y así hacer desaparecer
los síntomas o los efectos mediante la aplicación de terapias consistentes en medidas
individuales y de medidas relacionadas con el medio ambiente15.
Marvin E. WOLFGANG y Franco FERRACUTI, tras exponer que la
Criminología Clínica se circunscribe, sobre todo, a Europa, y que es su misión
prevalente servirse, con cierto grado de autonomía, de la ciencia criminoló-
gica para tratar de resolver problemas correccionales y forenses, afirman que

13
Sobre este particular son fundamentales los estudios de E. DE GREEFFF: “Le de-
venir, élément du processus criminogenèse. La durée, condition de son étude”; en L’homme
Criminel, Louvain, 1956, pp.169 y ss. También, su “Introduction à la Criminologie”, Edit.
Vander Plas, Bruxelles, 1947. Y, desde luego, su trabajo ya citado, “Criminogenèse”.
14
Chr. DEBUYST: “L’Observation psychologique des détenus et sa signification dans
les sciences pénitentiaires”; en L’homme Criminel, Louvain-Paris, 1956, p.146.
15
Olaf KINBERG: “Les problèmes Fondamentaux de la Criminologie”, éditions Cujas,
Paris, 1962” (Ver, sobre todo, los Capítulos 7 a 10 (= Sobre el acto delictivo en cuanto fenómeno
social, sobre la peligrosidad del delincuente y de la etiología delincuencial) y el Capítulo 14
(Sobre los medios para alcanzar los fines de la defensa social: profilaxis individual y social,
terapia para aplicar medidas individuales y medidas relacionadas con el medioambiente). Esta
obra de Kinberg es el desarrollo y modernización de la obra publicada por el mismo en la déca-
da de los treinta (1935) con el mismo título en inglés “Basic Principles of Criminology”.
42 CésaR Herrero Herrero

consiste.: “…En la aplicación integrada y conjunta del saber criminológico y de las


técnicas del diagnótico a casos particulares y con fines diagnósticos y terapéuticos.”16
Por su parte, J. PINATEL ofrece en pluralidad de trabajos una variada
visión complementaria sobre esta clase de Criminología, a la que denomina
ciencia aplicada y sintética. Viene a decir, entre otras cosas, además de que se
trata de la criminología científica en la práctica penal, que tiene como objeti-
vo “formular un parecer sobre el delincuente, parecer que comporta una diagnosis de
peligrosidad, una prognosis social y eventualmente un tratamiento destinado a prepa-
rar su reinserción social”17.
Antes, en su “Tratado de Derecho Penal y de Criminología”, la había de-
finido como: “…El enfoque multidisciplinario del caso individual con ayuda de los
principios y métodos de las ciencias criminológicas o criminologías especializadas”18.
Haciendo, ahora, referencia a algunos criminólogos en activo, G. L.
PONTI, por ejemplo, nos dice que: “Se entiende por Criminología Clínica la utili-
zación, sobre casos individuales concretos, de las nociones de la criminología general,
para fines diagnósticos, pronósticos, terapéuticos.” Y: “La ciencia pragmática y sintéti-
ca que emplea conocimientos multidisciplinares para atenuar o eliminar, en los indivi-
duos singularizados, las causas de su criminalidad y para prevenir la reincidencia”19.
Para Marco STRANO, la Criminología Clínica es la criminología que “busca
explicar los comportamientos criminales singulares, tratando de evidenciar sus motiva-
ciones y sus dinámicas, delimitando la responsabilidad del autor de la acción delictiva.”
Añadiendo que, en Italia: “Su aplicación práctica es elegida en el ámbito de
la justicia penal donde facilita informaciones sobre las dinámicas psicológicas,
psicopatológicas y sociológicas, que están en la base del comportamiento crimi-
nal, orientando así la práctica de la aplicación de la sanción por parte de la ma-
gistratura”. Señalando, asimismo, que: “El término “clínica” es recogido de la
ciencia médica y hace referencia al conjunto de las intervenciones del criminó-
logo (diagnósticas, pronósticas y terapéuticas), tendentes a reconocer, “curar”
y prevenir los comportamientos ilegales en el individuo singular”20.
Al otro lado del Atlántico, L. RODRÍGUEZ MANZANERA, después de
asegurar también que la Criminología Clínica pretende “aplicar los conoci-

16
M. E WOLFGANG y F. FERRACUTI: “La subcultura de la violencia”, ya citada, p.54.
17
J. PINATEL: “Criminología”, artículo publicado en italiano en la “Enciclopedia delle
Science Sociali”, al final de la década de los 80. Puede verse en http:www.treccani.it/enciclope-
dia/criminología_ (Enciclopedia_delle_Science_Sociali).
18
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y de Criminología”, tomo III, Segunda
edición, trad. de X. Rodríguez de Canestri, Universidad Central de Venezuela, Facultad de
Derecho, Caracas, 1974, p.553.
19
G. L. PONTI: “Compendio di criminologia”, Ed. Cortina, Milano, 1987.
20
Marco STRANO: “Manuale di Criminología Clinica”, See Società Editrice Europea
di Nocodemo Maggiulli, Firenze, 203, p.47.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 43

mientos teóricos adquiridos en la Criminología General, a un caso concre-


to…” y que “actúa, por así decirlo, dando un corte vertical a todas las discipli-
nas de” tal Criminología, “para aplicar todos los conocimientos de las mismas
a un solo individuo”, añade que: “Podríamos definir por tanto la Criminología
Clínica como la Ciencia que estudia al delincuente concreto en enfoque multidiscipli-
nario, mediante un trabajo en equipo criminológico y en orden a su resocialización.”
Aclara, además, que la corriente criminológica clínica “parte de la base de con-
siderar al hombre como una unidad bio-psico-social.” Más adelante explicita
que: “Básicamente, la clínica criminológica consiste en el examen del delin-
cuente; distinguiendo una criminogénesis de una criminodinámica. Para ha-
cer esto se realiza un estudio criminológico, en que se analiza la personalidad
del criminal, para llegar a hacer diagnosis y prognosis, lo que completaría un
verdadero de dictamen, opinión o peritaje criminológico”21.
Nosotros, aceptando en lo sustancial las líneas de las precedentes defini-
ciones, delimitamos su concepto afirmando que la Criminología Clínica está
constituida: “Por el conjunto de conocimientos científicos multidisciplinares,
unificados por una orientación común: la de ser aplicados al delincuente indi-
vidual, con el fin de indagar, con método gnoseológicamente riguroso, el origen
y constancia de su comportamiento criminal, haciendo posible, con ello, la pro-
gramación bien fundada y el ofrecimiento, en su caso, de un tratamiento perso-
nalizado, destinado a su rehabilitación y reinserción social.”
Para concluir este apartado, una ADVERTENCIA: Las definiciones, hasta
aquí expuestas, hacen referencia en exclusiva, al delincuente concreto, como
objeto de indagación. No hay duda que éste será, de forma muy generaliza-
da, el sujeto pasivo del examen y de las demás fases de este proceso especí-
fico. Pero no podemos pasar por alto (lo hemos insinuado ya más arriba)
que hoy se habla por los especialistas sobre la necesidad (o, al menos, sobre
altísima conveniencia, de acuerdo con los avances de la nueva Victimología
científica en torno al “iter” de la victimización) de que la víctima tiene tam-
bién un lugar en el campo de la Criminología Clínica. Incluso se llega a
hacer referencias a una Criminología clínica de la víctima. Más adelante lo
veremos y diremos las razones.

C. EL OBJETO (MATERIAL Y FORMAL) DE LA CRIMINOLOGÍA


CLÍNICA

Como ya hicimos constar más arriba, tanto la Criminología General como


la Criminología Clínica tienen como objeto de estudio (objeto material)
el comportamiento delictivo. Pero así como la Criminología General trata de

21
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, pp. 39 y 41.
44 CésaR Herrero Herrero

abarcar el examen del fenómeno criminal de forma colectiva (tanto para el


espacio como para los sujetos activos y los elementos integrantes de tal fenó-
meno…), la Criminología Clínica trata de estudiar el mismo fenómeno tal y
como se hace presente en una persona singular, en el individuo concreto.
Por lo demás, es muy frecuente, entre los tratadistas de esta materia, que
se ponga en el delincuente, en exclusiva, la fijación de dicho estudio. Ello, nos
parece, no es correcto. Y no lo es porque el fenómeno criminal no se agota en
el delincuente aunque, al fin y al cabo, sea éste la fuente directa de donde la
infracción antisocial brota y, por lo mismo, haya de ser él “universo” central
de investigación. Pero, no obstante, no debe olvidarse que, a pesar de todo,
no existe, no puede existir (salvo que caigamos en la aberración moral y ju-
rídico-política del “Derecho penal de autor), conductas criminales sin delito.
Tampoco, sin víctima.
Y, al margen de cómo pueda influir el control social (el otro elemento in-
tegrante del fenómeno criminal) en el nacimiento de la conducta delictiva, la
Criminología (tampoco la Clínica) no puede quedarse en el mero conocimien-
to de su objeto, sino que ha de esforzarse por conocerlo, en consecuencia,
científicamente para poder hacerlo frente con garantías. Y esto sólo puede
hacerse mediante ese control. (Sea preventivo o represivo). No, en vano, la
Criminología, en toda su extensión, es considerada una disciplina operativa,
con vocación de transformar, “in melius”, la realidad que se propone conocer.
En la Criminología Clínica, la referencia directa, en este campo, claro está, es
el delincuente concreto, a quien se trata de alejar del comportamiento crimi-
noso, si es posible. Pero lo reiteramos, no hay delincuente “a quien alejar” si
su comportamiento no ha de considerarse criminológicamente delictivo (por
falta de lesión del imprescindible bien jurídico o social. Y lo mismo, por falta
de víctima correlativa). Y, naturalmente, sería difícil proponerse dicho aleja-
miento sin existencia de aquel control o con existencia inadecuada.
En resumidas cuentas, la Criminología Clínica, si quiere alcanzar su ob-
jetivo, en el ámbito del delincuente concreto, ha de estudiar, además de al
delincuente mismo (su personalidad, su ambiemte…). el “registro delictivo”
propio, su víctima o sus víctimas concretas (por qué estas víctimas y no otras),
el control social (tanto en la vertiente negativa para este delincuente, como
en la positiva para encauzarle hacia su rehabilitación y reinserción en socie-
dad sin cometer delitos.
Similar orientación parece que debiera darse en la que se ha empezado a
denominarse Criminología Clínica de la Víctima. Naturalmente, partiendo
de la función estrictamente diferente que la víctima juega, o puede jugar, en
el nacimiento del delito y en en todo el complejo proceso de victimización.
Y sin negar la posible relación provocadora de las situaciones conflictivas no
propiamente delictivas (marginación, desviación, situación anómica…) con
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 45

relación al nacimiento, en su caso, de las conductas verdaderamente crimi-


nosas, en las que, con no escasa frecuencia, la persona que vive aquéllas se ve
envuelto22.
(Sobre estas cuestiones volveremos luego, cuando tratemos, más dete-
nidamente, uno a uno, los elementos del fenómeno criminal).

22
Creemos que la exposición ofrecida, en texto, sobre el objeto material de la
Criminología Clínica, es la apuntada por SARA RUBINI en estudio titulado: “La Perizia cri-
minologica. Un incontro tra interventi clinici e discipline forensi” (These finale en “Sciences
Criminologiques”), Université Européenne Jean Monnet, Bruxelles, June, 2009. En efecto, en
su p.11 escribe: “La criminología aplicada (se refiere a la criminología clínica) ha trabajado asi-
mismo en la dirección de elaboración de técnicas e instrumentos destinados a disminuir el
fenómeno criminal en su intensidad y frecuencia. Ello se realiza a diversos niveles: sea a través
de programas dirigidos a la prevención del fenómeno, sea mediante programas de tratamiento
del reo y prevención de la reincidencia. En razón de lo cual, el objeto de estudio del moderno
criminólogo clínico aparece, así, bastante diversificado, en proporción a la grande complejidad
del comportamiento humano, y concretamente, de la conducta criminal. Los elementos que
asumen relevancia criminológica, podemos sintetizarlos a la manera expresa de Ponti:
— Hechos delictivos: Los crímenes pueden ser notablemente diversos entre ellos, sea
tanto por las dinámicas operativas como por las motivaciones. El análisis de las con-
ductas criminosas puede ser realizado desde una óptica cuantitativa (v.gr., a través
de estudios estadísticos) o desde una óptica cualitativa (por ejemplo, a través de exa-
men de casos);
— Autores del delito: También los criminales son muy distintos entre ellos, sea por tipo
de motivación, sea por lo que respecta a la percepción del crimen, a su modalidad y a
la representación de los objetivos deseados, así como por la estructura de la persona-
lidad. Tal análisis está en la base para las valoraciones criminológicas en términos de
responsabilidad y culpabilidad.
— El ambiente y la reacción social: Todos los individuos tienden a adaptarse al am-
biente social con el que interactúan, mediante modificaciones perceptivas y compor-
tamentales, algunas lentas y progresivas, otras más rápidas y radicales; las solicitacio-
nes externas, entrando en interacción con el mundo simbólico interno del individuo,
determinan el proceso adaptativo. Para el criminólogo es de primera importancia
adquirir elementos útiles, para una análisis ajustado al contexto ambiental, contras-
tando tales informaciones con las que arroje el estudio del individuo;
— La victima: los estudios de Victimología buscan responder a una serie de interrogan-
tes con relación al tipo de interacciones que se desarrollan entre autor y víctima en
el acontecimiento delictivo, tales, por ejemplo, como: todas aquellas situaciones par-
ticulares que rodean a ciertas personas más vulnerables y mayormente expuestas al
riesgo, el papel jugado por la víctima en el favorecimiento de la comisión del delito,
los daños físicos, psicológicos, económicos y sociales derivados del hecho criminal;
— La desviación: O sea, aquellas manifestaciones no socialmente conformes, pero que
no violan alguna norma penal.
Tal concepto hace relación a una genérica desviación de la norma socialmente comparti-
da, si bien en el ámbito de intereses de la Criminología guarda una parcial superposición de
la desviación con la criminalidad, constituyendo, por lo demás, un terreno abonado para el
delito.”
46 CésaR Herrero Herrero

Y, para terminar este punto, una muy relevante cuestión: La obligada


referencia, aquí, al objeto formal de la Criminología Clínica.
Hablar, en efecto, del objeto material de una disciplina científica es, evi-
dentemente, indispensable. Porque, sin él, ignoraríamos el campo o contenido
de conocimiento abarcante de tal ciencia. Pero esto no basta. ¿Por qué? Porque
cabe (y así sucede en la realidad) que diversas ciencias tienen, parcial o total-
mente, idéntico objeto material. Por ejemplo, el Derecho penal, que es una
ciencia normativa, versa, también, sobre el fenómeno criminal. La diferencia
está, precisamente, en que su objeto formal (la perspectiva desde la que se es-
tudia el mismo fenómeno) es diferente. La Criminología en general (y dentro
de ella está la Criminología Clínica) no estudia ese fenómeno a la luz impera-
tiva de la Ley, sino (sobre todo) a la luz de las ciencias empíricas del comporta-
miento, aplicadas, sintéticamente, al servicio del esclarecimiento científico de
la conducta delictiva en general o, en nuestro caso (hablamos de Criminología
Clínica) de esa conducta en el ámbito personal del individuo concreto. (v.gr.,
quién es y cómo es este delincuente, cómo ha llegado a serlo, cuáles son los
factores criminógenos “ex se” propiciantes de su paso al acto criminal, cuál es
el pronóstico de comportamiento futuro con relación a su vida delincuencial,
cuáles pueden ser las medidas más adecuadas para evitar su reincidencia a la
vista del cuadro ofrecido por su criminogénesis y su crinodinámica…)23.
Son certeras, a este respecto, las observaciones del ya citado RODRÍGUEZ
MANZANERA: “… La explicación sintética es la misión del Criminólogo general
(al igual que del clínico), al que no corresponde hacer todas las investigaciones,
sino llegar a ordenanrlas, coordinarlas, relacionarlas, valorarlas hasta lograr la
síntesis final.” Y avanza, a continuación, el número mínimo de las ciencias con-
sideradas como integrantes de esa síntesis criminológica: Antropología, Biología,
Psicología y Sociología criminológicas, Criminalística, Victimología y Penología.
El mismo autor reconoce no obstante, que la horquilla de saberes científicos, in-
corporables a tal síntesis, está abierta. Para la síntesis criminológica clínica, añade
la Medicina y la Psiquiatría Forenses24. Y, ¿por qué no, por ejemplo, la Pedagogía
y la Moral Racional? La Criminología (y desde luego Clínica) ha de estar dispues-
ta a dialogar con cualquier saber riguroso que aporte algún esclarecimiento sobre
el ser, el estar, el actuar y el reaccionar del ser humano. Naturalmente, en nuestro
campo, de manera especialísima entorno a su comportamiento antisocial25.

23
Sobre esta cuestión puede verse las reflexiones de la Escuela de Criminología de la
Universidad de Montreal bajo el título “Criminologie”, en http://www.crim.umontreal.ca/cri-
minologie.htm
24
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, pp.25-26.
25
A este respecto, puede verse el magnífico estudio de D. SZABO: “Criminologie et
Defense Sociale: Dialogue à voix multiples”, en Annales Internationales de Criminologie, Vol.
29, numrs. 1-2 (1991) pp. 73 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 47

D. EL MÉTODO DE ESTA MISMA CRIMINOLOGÍA

Como, en esta Obra, reservamos un Capítulo íntegro a esta materia, bas-


te, ahora, exponer lo que sigue a modo de necesario adelantamiento.
Pues bien. Digamos, aunque ya lo hemos apuntado, que la Criminología
General, de acuerdo con su carácter empírico utiliza, muy prevalentemente,
la metodología inductiva que, como es sabido, actúa desde la observación,
la experimentación y la cuantificación. Todo ello proyectado sobre el ancho
campo de su objeto material26.
R. GASSIN advierte que método, en sentido científico, no puede con-
fundirse con el “sentido común” o el “buen sentido”, resultando éstos de la
experiencia ordinaria ametódica. Que tampoco equivale al concepto de epis-
temología (reflexión sobre la calidad gnoseológica de la ciencia). Que ni siquie-
ra puede homologarse al conjunto de las técnicas de investigación empleadas
en una determinada disciplina. Concluye, por ello, que hablar de método en
Criminología es hacer referencia “al conjunto de “caminos” por los que el pen-
samiento criminológico puede alcanzar su objeto específico”. Señalando, a con-
tinuación, las características de este método criminológico, que reduce a tres
fundamentales. Concretamente dice: “El primero de estos rasgos es el recurso
a la forma de razonamiento que se denomina inducción. La Criminología es en
efecto una ciencia empírica fundada sobre la observación de la realidad y sobre
la experiencia, por oposición a las ciencias normativas, de las que forma parte
evidente el Derecho penal, y que recurren al razonamiento deductivo.”
Una segunda característica es la pertenencia del método de la Criminología
al marco más amplio de los métodos de las ciencias del hombre y de la sociedad, que
se distinguen de los métodos de las ciencias de la naturaleza en razón del ca-
rácter particular del hecho en las ciencias humanas.
En fin, el método de la Criminología, según dicho autor, se caracterizaría,
también, por “su especificidad en el seno de los métodos de las otras ciencias huma-
nas”, si bien este último rasgo sea discutido por algunos. Esta especificidad re-
sultaría, en primer término,de la índole unitaria y autónoma de la criminolo-
gía “a pesar de su multidisciplinaridad.” En segundo lugar, esta especificidad
“se deriva del hecho de que, a diferencia de la mayoría de las otras ciencias
del hombre, la criminología se presenta a la vez, por su propia naturaleza,
como una ciencia teórica y aplicada”27.
Jean PINATEL, tras referir que la Criminología se sirve de gran variedad
de métodos concretos (diversidad de vías), tanto de carácter documental, psi-

26
A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Criminología. Parte General
Especial”, ya citada, pp-39-40.
27
R. GASSIN: “Criminologie”, Edi. Dalloz, 6ª édition,Paris, 2007, pp. 38-39.
48 CésaR Herrero Herrero

cosocial, etnológico, experimental, clínico, así como de técnicas diversas (de


organización y tratamiento estadístico de datos…) y sugerir que maneja con-
ceptos operativos específicos, relacionados con la etiología criminal y con la
correspondiente dinámica (procesos del fenómeno delincuencial) como: “te-
rreno” orgánico (factores biológicos…), “ambiente personal” (factores socio-
lógicos), situación precriminal, formación de la personalidad, personalidad
criminal, interacción entre universo objetivo y subjetivo…, alude a reglas
metodológicas, que reduce a cuatro sustanciales.
La primera es la de los “niveles interpretativos. En virtud de la cual es po-
sible distiguir, dentro del fenómeno criminal, tres dimensiones: la criminali-
dad (fenómeno global que incluye el conjunto de los delitos cometidos en un
determinado momento y en un determinado lugar); el criminal (sujeto acti-
vo particular); el crimen (el acto perpetrado por ese sujeto activo). La segun-
da pone de relieve el llamado “primado de la descripción”, que ha de preceder
siempre a la vertiente etiológica y a la criminodinámica. Algo necesario, entre
otras cosas, para impedir posibles explicaciones insuficientemente fundadas.
La tercera dispone eliminar, aquí, los denominados “tipos psiquiátricamente de-
finidos”, porque no se ha de confundir psiquiatría con criminología. La cuarta
prescribe la necesidad de la que viene llamándose criminología diferencial
(diversos tipos de paso al acto delictivo según los distintos delincuentes) y
distinción clara entre criminalidad y otros fenómenos asociales o antisociales,
pero no criminales (simple desviación, automarginación…). Y, en fin, dife-
renciación entre delincuentes y no delincuentes…28
Toda esta orientación metodológica es aplicable a la Criminología
Clínica, si bien ajustándola a su campo de investigación, respecto del fenó-
meno criminal, en el ámbito de la persona concreta. Es, en ésta, donde se ha
de aplicar dicho método inductivo, operante, aquí, dentro de la premencio-
nada pluridisciplinariedad, a través de los pertinentes procesos de observa-
ción (descripción), interpretación y experimentación. Se trata, efectivamen-
te de la aplicación del método clínico-criminológico.
En la fase o en el proceso de OBSERVACIÓN se llevan a cabo el examen médi-
co-psicológico y la llamada encuesta social. En la fase de INTERPRETACIÓN, han de
realizarse, con criterio de síntesis, el diagnóstico criminológico, el pronóstico social y el
programa de tratamiento del individuo observado, diagnosticado y pronosticado.
Con la fase de EXPERIMENTACIÓN, se pretende poner en práctica el
programa de tratamiento del delincuente con el fin de hacer posible su ale-
jamiento de una vida social con delitos. Esta fase supone, claro está, un se-
guimiento estrecho del programa para poder detectar, en su caso, posibles


28
J. PINATEL: “Criminologia”, en Enciclopedia delle Science Sociali, ya citado, p.5 del
estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 49

lagunas, los progresos o regresos del tratado… Todo ello, con el fin de evitar
que, al final del proceso, la imprescindible evaluación definitiva pusiera de
manifiesto que el delincuente si apenas habría superado la situación precri-
minal de partida. Lo que supondría un clarísimo fracaso.
(Reiteramos que, más adelante, desarrollaremos los medios, instrumen-
tos, técnicas…, que han de utilizarse para hacer efectivo el método clínico
criminológico).

E. FUNCIONES Y FINALIDAD DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

Hemos advertido ya, más arriba, cómo la Criminología General y la


Criminología Clínica deben marchar unidas porque el fenómeno criminal no
puede ser esclarecido, convenientemente, ni tampoco hacerle frente, en la me-
dida de lo posible, si no se le conoce desde la doble óptica social e individual.
Está ampliamente contrastado que el solo conocimiento sociológico de la de-
lincuencia y las medidas colectivas correlativas no llegan a cuantiosos grupos e
individuos de la población. Que existen muchas personas, incursas en delitos o
en riesgo crítico de caer en ellos, que, con ayudas individualizadas, podrían re-
habilitarse o prevenir la caída. Precisamente, en este sentido, ha de ser situada
la función o funciones fundamentales de la Criminología Clínica.
Por ello, son numerosos los criminólogos que asignan a esta Criminología,
como una de sus funciones fundamentales e, incluso, como su función pri-
maria, la de interrelacionar las Ciencias criminales, en particular el Derecho
Penal, con las Ciencias del hombre (las médicas, las psicológicas, las socio-
lógicas…), “ofreciendo al sistema judicial informaciones útiles para la apli-
cación individualizada y resocializadora de la pena”29. J. CASTAIGNÈDE,
en la misma línea, sugiere que la Criminología Clínica representa el lazo de
unión entre la criminología como ciencia y la penología. ¿Por qué? Porque:
“Organizándose a la manera de la medicina, asume como misión formular un
dictamen sobre el delincuente, dictamen que comporta un diagnóstico, un
pronóstico y un tratamiento, revistiendo, por ello, una gran importancia el
examen médico-psicológico y social que, en consecuencia, constituye la clave
de bóveda de dicha criminología”30. Y, en este mismo sentido, U. FORNARI
concluye que: “Sólo gracias a la contribución facilitada por los progresos de
las ciencias modernas, incluida aquí la Criminología, y al conocimiento de la
personalidad del imputado, es posible imponer una pena idónea”31.

29
Así, Marco STRANO.Obra citada, p. 47.
30
J. CASTAIGNÈDE: “Hommage à Jean Pinatel et à sa oeuvre”; en Eguzkilore, 13
(1999)p. 223.
31
U. FORNARI y Otros: “Percorsi clinici e discipline forense”, Centro Scientifico
Editore, Torino, 2005.
50 CésaR Herrero Herrero

Para cumplir tales funciones, la Criminología Clínica ha adoptado un vasto


arsenal de instrumentos y técnicas de investigación (técnicas de entrevista, técni-
cas de exploración médico-psicológicas, metodología fenomenológica, tests muy
diversos (cuantitativos y de personalidad, cuestionarios de personalidad…).
Mediante estos medios, dice G. PICCA, se permite “analizar en profundidad el
paso al acto, la personalidad del sujeto, proceder a las investigaciones de los su-
jetos que puedan presentar signos de intervenir en el proceso de delincuencia y
por lo tanto hayan de ser considerados como individuos de riesgo.
Pero se puede ir más allá y evaluar el comportamiento criminal en térmi-
nos de vínculos, más o menos distendidos, con los diferentes medios sociali-
zadores (HIRSHI,T. –Causes of Delinquency– California Press, 1969)”32.
El acceso al servicio de una ciencia, como la Criminología clínica, sólida y
rigurosa, que tenga encomendadas dichas funciones y persiga, eficazmente,
la correlativa finalidad, es hoy más necesaria que nunca debido, precisamen-
te, a tanta diversidad de corrientes “doctrinales” (lo veremos “in extenso” en
el capítulo siguiente) que subjetivizan en demasía el sentido y el significado
del delito y que, por lo mismo, es cada vez más difícil escrutar las motivacio-
nes del delincuente respecto de su paso al acto antisocial. Al menos, quiérase
o no, objetivamente criminoso33.
Y no se olvide que el círculo operativo al que sería muy conveniente e,
incluso, necesario que accediera una madura y documentada Criminología
Clínica es, a todas luces, amplio. No sólo ha de referirse al campo de reinser-
ción social del delincuente, tras la pena impuesta. También, reiteramos, que de
forma voluntaria para el posible destinatario, a situaciones agudamente pre-
delictivas (naturalmente, siempre con respeto escrupuloso de los derechos del
ciudadano, sobre todo los fundamentales). A las situaciones referibles a la que
hemos denominado Criminología Clínica de la víctima. Y, desde luego, a los ca-
sos de concesión de medidas de prevención procesales o preprocesales o para
la concesión o denegación de beneficios penitenciarios que conlleven puesta
en libertad (condicional…), permisos fuera de prisión… No hacerlo así ha de

32
G. PICCA: “La criminología Clínica: Evolución y perspectivas”; en Eguzkilore, 7
(1993) p. 184.
33
A esta realidad parece referirse también Concetta MACRÌ cuando comenta: “Todavía,
como ya se ha explicado, hoy los sistemas teóricos y aplicativos parecen converger en una episte-
mología de la complejidad donde el sujeto deviene en “hombre social”. Constructor de significa-
dos, que elabora activamente la propia realidad. Un hombre al que viene restituida autonomía y
responsabilidad. En tal sentido, la explicación del crimen evoluciona de acuerdo a principios de
complejidad creciente, en línea con las nuevas impostaciones metodológicas y epistemológicas. El
aumento de la complejidad está, por consiguiente, en relación con la articulación de los fenómenos
sociales desviados y de los procesos que conducen a la formación de las normas de comportamien-
to. (“III. Criminología Applicata”; en C. Serra (a cura di), Giuffrè, Milano, 2003, p. 6 del estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 51

llevar a errores peligrosos para la seguridad de la ciudadanía y no raras veces a


situaciones inasumibles, por injustas, de discriminación.
“Para algunos autores –comenta Sara RUBINI– como Gottfredson, la li-
bertad bajo caución ha sido calificada en los Estados Unidos como injusta
por discriminante entre las varias clases sociales. En efecto, el dejar en li-
bertad preprocesal plantea el problema de proteger a la sociedad frente a in-
dividuos que podrían revelarse ahora como peligrosos; es por ello necesario
llevar a cabo una selección de aquellos imputados a liberar en base a su gra-
do de peligrosidad. Según Goldstein, son muchos los datos de los que aún
no tenemos conocimiento: desde los costes sociales de la medida alternativa
hasta la constatación de cuánto haya ascendido respecto a las crímenes co-
metidos durante la libertad provisional, sean semejantes, o no, a aquellos
por los que el sujeto ha estado acusado. Además de no saber qué crímenes se
habrían podido prevenir y qué ventajas, o no, de esto podría sacar el sujeto.
Numerosos proyectos están actualmente en fase de elaboración, orientados
a recabar datos sobre los que basar las concesiones de la libertad provisional.
Pionero es el Manjattan Bail Projet (1961) que se basa sobre la recogida de
datos referentes a la estabilidad de residencia, la carrera laboral, el contacto
con los familiares, la precedente documentación criminal, obteniendo una
puntuación como base para conceder o no la libertad provisional”34.
Precisamente, no vamos a decir que esos datos del “Manjattan Bail Projet”,
no deban tenerse en cuenta. Pero es la concesión, o no, de tales beneficios
sólo por la posesión o ausencia de esos datos (puramente externos), la que ha
hecho afirmar a Gottfredson que la referida libertad, en USA, se concede de
forma discriminatoria, al beneficiar, muy prevalentemente, a las clases socia-
les más acomodadas.

F. LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA EN RELACIÓN CON OTRAS


RAMAS DE CRIMINOLOGÍA APLICADA
Ya hemos hecho referencia a la necesidad de distinguir en Criminología,
como ocurre en gran parte de las Ciencias Humanas, entre una Criminología
General y una Criminología Diferencial. Y dimos las razones.
Pues bien. Es aquí, en el ámbito de esta Crimiminología Diferencial, don-
de cabe hablar de Criminologías Aplicadas. Entendiendo por Criminología
Aplicada la Criminología que, sirviéndose de los conocimientos de la
Criminología General, los aplica, para el oportuno esclarecimiento y hacer-
los frente, a algunos de los sectores de la criminalidad o a la correspondien-
te indagación del fenómeno criminal tal como acontece en un delincuente

34
Sara RUBINI: Trabajo ya citado, p. 18.
52 CésaR Herrero Herrero

concreto, en orden a procurar, si procede, su reinserción social35. En ambos


sentidos, en efecto, podemos hablar de Criminología Aplicada, aunque, a
veces, algunos monopolicen este concepto para referirse al primero de estos
dos espacios y, otras veces, sólo al segundo. Pero es correcto hablar de tal
Criminología tanto si, por ejemplo, hacemos un estudio monográfico-crimi-
nológico sobre la delincuencia socioeconómica, como si lo llevamos a cabo
sobre la personalidad criminal del delincuente concreto X.
Precisamente, en este segundo supuesto, estaremos dentro del ámbito
de la Criminología Clínica.
Hay autores que, partiendo de la extensión, más o menos circunscrita,
del campo criminologicamente analizado, y de la intención, en su aplicación,
más o menos operativa de los conocimientos criminológicos, hacen mención a
una Criminología Teórica General, a una Criminología Teórica Especial (corres-
pondiente a nuestra Criminología Aplicada monográficamente a algún área
de la delincuencia) y la Criminología Aplicada Concreta, en la que incluyen:
la Criminología clínica, la Criminología de Prevención y la Criminología Crítica
o Analítica36.

35
Es conocida la distinción que, con un criterio conceptual, hace M. LÓPEZ-REY, de
la Criminología: Criminología Científica, Criminología Académica, Criminología Analítica y
Criminología Aplicada. Ésta última, según el autor, es la constituida “por las aportaciones de
la criminología científica y de la empírica, no siempre ortodoxamente científica, creada por los
jueces, funcionarios, etc., que forman parte del sistema penal, (policía, procedimiento penal,
Código penal, organización de Tribunales, tratamiento institucional, semiinstitucional y en li-
bertad, y prevención del delito; ésta última puede en buena parte hallarse fuera del sistema
penal). La aplicación puede darse en la formulación de una nueva o reformada política crimi-
nal, en un programa o práctica determinados o en cualquiera otrea actividad del sistema nece-
sitada de criminología. (” Criminología. Teoría, Delincuencia juvenil, Prevención, Predicción y
Tratamiento”, Editorial Aguilar, tomo I, pp. 3 y ss.
36
Los autores de esta clasificación dicen entender por “Criminología de Prevención”: la
que estudia las acciones puntuales coordinadas de la prevención colectiva frente a los delin-
cuentes (v.gr., las acciones de los Consejos Locales franceses). Y por Criminología Crítica, la
criminología orientada a a hacer ver las disfunciones de las instituciones de derecho positivo
a la luz de las enseñanzas de la criminología teórica, proponiendo reformas concretas. (Ver so-
bre esto: Documento Colectivo “Crimiminologie. Introduction”, en http://psychologie-m-fouchey.
psyblogs.net/public/fichiers%20joints/criminologie/psychiatrie_Cours_criminologie.doc.)
Capítulo segundo

NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN
DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

Puede decirse, con certeza, que la Criminología Clínica nace con la


Criminología. Con la Criminología como ciencia. Al principio de esta ciencia,
la Criminología es, sobre todo, clínica. Siguiendo las exigencias del método
positivista, en eclosión, iniciada la segunda mitad del Siglo XIX (y supera-
do, de alguna manera, el puro discurso “racionalista”), C. LOMBROSO par-
te, para el esclarecimiento del fenómeno criminal, del individuo. Es preci-
samente, desde este estudio individualizado, como llega a sus conclusiones
criminológicas37.
Y aunque, con E. FERRI, comienza la Criminología sociológica, al subra-
yar la importancia de los factores climáticos y metereológicos y, sobre todo,
sociales, en el surgimiento de la delincuencia, conserva también la convic-
ción, siguiendo a su maestro, sobre la necesaria incidencia de los factores an-
tropológicos (los inherentes a cada individuo) en el nacimiento de aquélla38.
Durante la primera mitad del siglo XX, la Criminología Clínica se fue
enriqueciendo con la asunción de la misma por parte de no pocos tratadis-
tas provenientes de Continentes diversos. Prevalentemente, de Europa y de
ambas Américas. Sobre todo, fue decantándose poco a poco en su específica
metodología.
Como afirma Marc LE BLANC, haciendo referencia, aproximadamente,
a ese periodo acabado de mencionar: “La criminología clínica se apoyaba ya
sobre los cinco métodos cuyos instrumentos fundamentales iban a permane-

37
“La fama que da a Lombroso su obra fundamental –escribe CARLOS Mª
LANDECHO– reúne alrededor del mismo una serie de discípulos que han de ser sus mejores
auxiliares en el futuro y los propagadores de sus ideas. En primer lugar acude un grupo cada
vez más numeroso de esudiantes al Curso libre de Antropología Criminal. Desde que se puede
dar ésta en Laboratorio, su fisionomía ha cambiado por completo: se presenta a los estudiantes
tres o cuatro delincuentes, reclutados de entre los que andan en libertad, con la promesa de
una pequeña recompensa en metálico; enseguida se les somete a toda clase de medidas y
comprobaciones; y finalmente se discute en mesa redonda cada uno de los casos. Las sesio-
nes se prolongan a veces varias horas y el número de los asistentes crece de modo tan notable
que hay que ir con gran antelación para encontrar sitio en el aula.” (“La tipificación lombrosiana
de delincuentes”, UNED EDICIONES, tomo I, Madrid, 2004, p.87.
38
E. FERRI: “Sociología Criminale”, Bocca, Torino, 2ª ediz., 1900.
56 CésaR Herrero Herrero

cer en el futuro. Son ellos: El estudio de casos, la comparación de delincuen-


tes con no delincuentes, el análisis estadístico multivariado, la investigación
tipológica y los estudios longitudinales.
Los estudios de casos, sobre todo por psiquiatras, fueron objeto de nume-
rosas publicaciones, ocupando la posición dominante en criminología clínica.
Sobre este particular, puede señalarse a: Alexander y Healy (1935), Freidlander
(1947), De Greeff (1947, 1955), Lagache (1951), Klein (1951), Debuyst y Andersen
(1963) y muchos otros. Los estudios comparativos y longitudinales ocupaban, por
su parte, un lugar importante gracias sobre todo a los influyentes trabajos de
los Glueck en el curso de los dos decenios precedentes. A pesar de los trabajos
tipológicos de Hewitt y de Jenkins (1946) y los estudios estadísticos, de Nye (1958)
entre otros, estos dos últimos métodos no ocupaban una posición dominante
en razón de la ausencia de soportes técnicos apropiados como las técnicas esta-
dísticas de “variación múltiple” y los ordenadores.
Por tanto, los datos empíricos que alimentaban la criminología clínica
provenían esencialmente de los estudios de casos y de los análisis compara-
tivos, cada uno adoleciendo de una gran dificultad. Por un lado, la represen-
tatividad de los casos relatados no podía determinarse a la vista del conjunto
numérico de los criminales. De otro, la comparación de muestras recogidas
en medio penitenciario con las sustraídas entre miembros de la población ge-
neral carecía también de comparatibilidad y de representatividad. Estas defi-
ciencias eran ampliamente discutidas en los escritos científicos de la época”39.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, y con el advenimiento de los de-
nominados Estados Sociales y Democráticos de Derecho40, va a tomar predi-
camento, al sintonizar con él, la llamada “Nueva Defensa Social” (inspirada
sobre todo en Marc ANCEL) y patrocinadora de una penología orientada,
con prevalencia, a la reeducación y reinserción social de los delincuentes41.
Y, por ende, firme defensora de la Criminología Clínica. De forma clara,
van a imbuirse de este espíritu los Congresos de las Naciones Unidas sobre
Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, puestos en marcha,
precisamente a mitad de los cincuenta42.

39
Marc LE BLANC: “La criminologie clinique, un bilan rapide des travaux sur l’homme
criminel depuis 25 ans”; en Revue Internationale de Criminologie et de Police Technique, 2
(1989) p.118.
40
A este respecto, puede verse: C. HERRERO HERRERO: “Política Criminal
Integradora”, Edit. Dykinson, Madrid, 2007, pp. 59 y ss.
41
Marc ANCEL: “Les doctrines nouvelles de la Défense Sociale”; en Revue de Droit
Pénal et de Criminologie”, 1961, pp. 58 y ss.
42
Efectivamente, el Primer Congreso de esta índole se abre en Ginebra en 1955, con el
que aparecen ya las conocidas “Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos (véanse,
sobre todo, sus arts. 61 y ss.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 57

Desde mediados de los cincuenta hasta mediados de los ochenta, aproxima-


damente, del pasado siglo, podemos decir, como ya veremos, que la Criminología
Clínica alcanza su esplendor, tanto por su recepción abierta por parte de las legis-
laciones de los principales Estados democráticos (al menos de Occidente) como
por el progreso técnico-científico (a pesar de déficits remarcables), propiciado
por grandes criminólogos (v.gr., como Jean PINATEL).
Alrededor de los ochenta, empieza a ser atacada ostensiblemente des-
de varios frentes, entrando en crisis, teniendo que resistir, incluso, a afanes
derogatorios.
Todo lo expuesto, en este apartado, vamos a desarrollarlo en el presente y
en el siguiente Capítulo.
En el Capítulo actual, abordaremos: Las cuatro primeras fases, en la recepción
y aplicación, de la Criminología clínica (ahora veremos cuáles son), y el periodo de
mayor aceptación de esta Criminología. En el Capítulo siguiente, desarrollaremos,
de forma amplia, la entrada en crisis de la misma y su porqué. Y haremos referencia,
asimismo, como conclusión, a su presente y probable futuro.

B. LAS CUATRO PRIMERAS FASES EN LA RECEPCIÓN Y


APLICACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

De acuerdo con el orden cronológico de la asunción y recepción de la


Criminología Clínica por parte de grupos, criminólogos de prestigio, movi-
mientos o instituciones de carácter científico-antropológico, de la aplicación
práctico-penitenciaria, jurisdiccional, producción legislativa…, se vinieron
marcando, dentro de los últimos años del siglo XIX y los primeros cincuenta y tan-
tos años del siglo XX, las cuatro siguientes fases: Fase científica, fase penitenciaria,
fase judicial y fase legislativa. Advirtamos, no obstante, que, a pesar del men-
cionado orden temporal de aparición, no confluyeron, después, transversal-
mente y, entre sí, con alguna conjunción.
Volvemos a repetir además que, dentro de los años 1960 a la primera mitad
de la década de los ochenta, va a darse la que podemos denominar Fase de
esplendor. Iniciándose, al final de este mismo periodo (y con persistencia hasta
la fecha), el proceso de crisis (comienzo de una quinta fase, la Fase Crítica). E,
incluso, de una sexta, con intenciones de derribo, y que podríamos denominar
fase derogatoria. En este Capítulo, hablaremos también, como ya hemos dicho,
de la Fase de esplendor. La segunda, la Fase derogatoria, será abordada en el
Capítulo siguiente.
Ahora, pues, vamos a desarrollar, sucintamente, las cuatro enumeradas en
primer lugar: Fase científica, Fase penitenciaria, Fase judicial y Fase Legislativa.
Luego abordaremos lo que hemos denominado “Periodo de mayor aceptación”.
58 CésaR Herrero Herrero

C. FASE CIENTÍFICA

Hace acto de presencia a la par que nace la Criminología como ciencia. Ya


hemos advertido, más arriba, que la primera Criminología científica se inicia
como criminología clínica. Se intenta persuadir, en efecto, por parte de los
llamados padres de la Criminología, que, si se pretende conocer, adecuada-
mente, la criminalidad, con el fin de hacerla frente de manera eficaz, será
menester desplazar el objeto de estudio o de investigación de la misma (al
revés que lo hacía la Escuela Clásica del Derecho Penal) desde el delito, o in-
fracción penal o antisocial, al delincuente en singular. ¿Cuáles eran sus razo-
nes? Las de que, para conocer una realidad humana, en esta caso la realidad
delincuencial, hay que conocer primero sus causas. Y las causas, al menos las
inmediatas y directas, en este supuesto, se encuentran en el sujeto activo que
produce aquélla: el delincuente concreto, este delincuente. A él, por tanto, es
al que habría que investigar. Es ésta, pues, la fase comenzada, desde postula-
dos positivistas, por Lombroso y seguida, en parte, por Ferri y Garófalo, sus
discípulos más conocidos43.
Lo precedente es el motivo de por qué el mismo C. Lombroso, en el
Congreso Penitenciario de San Petersburgo (1890), algunos años después de
haber sido publicada su obra más conocida (“L’Uomo delincuente”, aparecido,
en su edición primera, en 1876)), defendió, con éxito, la necesidad de practi-
car, con respecto al delincuente, una específica indagación. Indagación con-
sistente en realizar, de forma unitaria, en sus tres dimensiones, el pertinente
examen médico, psicológico y social. La Criminología, pues, según convic-
ción de Lombroso, habría de actuar con referencia a la delincuencia o al deli-
to, proyectándose sobre el delincuente singularizado, a modo semejante en
que lo hace la Medicina cuando, en vez de estudiar la enfermedad en abs-
tracto, trata de diagnosticar partiendo del enfermo. También, en el campo de
criminalidad, el mismo delito, objetivamente ponderado, puede tener raíces,
motivaciones o factores distintos, en cada uno de los delincuentes44.
Esta orientación lombrosiana iba a tomar carta de naturaleza ya a prin-
cipios de siglo, al ser asumida por otros grandes criminólogos. Es el caso
de Ingenieros (como veremos) o, en Europa, por ejemplo, por parte de O.
Kinberg quien, como advierte PINATEL, señalaba ya, a principios de siglo,
la necesidad del examen médico-psicológico y social, al menos para determi-
nados imputados. Como los acusados de homicidio, violación… Y, también,

43
Sobre este particular puede consultarse Carlos Mª LANDECHO: “II. Génesis de la
doctrina criminológica lombrosiana”, en su libro “La tipificación lombrosiana de los delincuentes”,
tomo I, ya citado, pp. 235 y ss.
44
El contenido manifestado en texto puede verse en “Actes”, del mencionado
Congreso, pp. 440 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 59

cuando se tratase de reincidentes (fuesen jóvenes o viejos) o, en fin, si los de-


lincuentes en cuestión se movieran en ámbitos de vagabundeo45.

D. FASE PENITENCIARIA

Parece razonable afirmar que, si en la opinión científica específica, la refe-


rida a la necesidad de indagar el fenómeno criminal tomando como centro al
delincuente individualizado, era ya a principios del pasado siglo mayoritaria,
lo congruente hubiera sido que, antes de poner en acción esta doctrina en
instituciones de ejecución penal se hubiera asumido, por parte de las insti-
tuciones públicas competentes (aquí, las legislativas) la regulación objetiva y
contextual desde las que tal práctica hubiera de realizarse.
No fue así. La primera andadura de la aplicación de las conclusiones clí-
nico-criminológicas, en el campo del sistema penal, se llevó a cabo dentro
de la actividad penitenciaria y, además, por obra y gracia, sobre todo, de la
generosa iniciativa de personas ajenas, en un principio, al estamento público.
Ello, tanto en Europa como en ambos subcontinentes americanos.
Adelantado en el uso de la Criminología Clínica, en el Continente Europeo,
con manifiesta orientación penitenciaria, fue el belga L. VERVAECK.
En efecto. En el Congreso Internacional Penitenciario de 1925, celebrado
en Londres, su informe recalcaba que, si los Estados pretendían llevar acabo
una política penitenciaria con garantías serias de una aceptable eficacia, no
cabía otra posibilidad que elegir el siguiente camino: Seguir un modelo pe-
nitenciario informado en el estudio empírico, sistemático y metodológico, de
los factores delictivos obrantes en el delincuente individualizado, una vez ya
condenado, con el fin de tratar neutralizarlos. El Pretender influenciar, cons-
tructivamente, al condenado, fuera de esta vía, no llegaría a conseguir sino
logros claramente insuficientes. Actuar en las prisiones al margen de dichos
criterios, sin base científica ni sistema alguno, difícilmente habría de conducir
sino a que los internos, al final del cumplimiento de su pena, salieran de los
centros penitenciarios físicamente debilitados, agriados, deprimidos y, por si
fuera poco, con el hábito de trabajo altamente atrofiado46.
A partir de 1925, en el área teutófona (fundamentalmente, Austria y
Alemania), algunas instituciones académico-científicas e investigadoras,


45
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, III, ya citado, pp.555-556.

46
Este informe está icluido en las Actas del referido Congreso Internacional celebrado
en la Capital británica. Ver, sobre todo, Vol. 3, pp. 197 y ss. Naturalmente, Vervaeck era conoci-
do ya en los círculos científicos de esta especialidad por diversidad de trabajos publicados en
Revistas del ramo. Ver, por ejemplo, su interesante trabajo: “La conception anthropologique
du traitement des condemnés”, en Revue de Droit Pénal et Criminologie, 1924, pp. 355 y ss.
60 CésaR Herrero Herrero

como el Instituto de Criminología de Graz o la Sociedad de Investigaciones Biológicas


de Baviera, pretendiendo remediar, en lo posible, los defectos que se acaba de
señalar, tomaron contacto con centros penitenciarios, con el propósito de que
el cumplimiento de penas, en ellos realizado, se atuviera a las conclusiones
ofrecidas por entonces desde la clínica criminológica47.
Especial mención, sobre este particular, merece la labor desarrollada por
los principales representantes de la Escuela de Criminología Sueca. Y, en Francia,
han venido siendo meritorios, asimismo, los propósitos activos del Centro
Nacional de Orientación de Fresnes. M. E. WOLFGANG y F. FERRACUTI es-
criben al respecto:
“En la Península Escandinava, el empeñoso trabajo de O. Kinberg y
otros dio por fruto una labor de conjunto sin paralelo en otros países.
El libro de texto de Kinberg, reimpreso hace poco tiempo, sirve todavía
de fructuosa lectura a los estudiantes que toman la criminología con se-
riedad48. A Kinberg le debemos también una de las mejores definiciones
de criminología clínica. Él considera que toda la criminología constituye
una cierta clínica, cuyo objeto es examinar los casos particulares para en-
contrar las causas del delito –entendiendo el delito como una reacción de
la personalidad del individuo ante determinadas circunstancias– y pres-
cribir un tratamiento racional que pueda erradicar las causas de los sín-
tomas criminales. A tales efectos, fundó y dirigió, hacia 1922, la “Clínica
de Psiquiatría Legal”, ubicada en Estocolmo.
(…) En Francia, el centro Nacional de Orientación, radicado en Fresnes,
representa uno de los escasos intentos de aplicación masiva de los princi-
pios de la Criminología Clínica para clasificar a los criminales y elaborar
su ficha de dignóstico”49.
En Italia, sin ladear al Lombroso de las distintas vertientes (primero, la
concepción anatómica-biólogica de la criminalidad y después asumiendo
dimensiones sociológicas), sus sucesores, con matices profundos diferentes
y con modificaciones en el punto de mira, no han abandonado, en ningún
momento, la cadena teórico-práctica de esta Criminología. Los nombres
de Benigno Di TULLIO, Agostino GEMELLI, G. CANEPA, entre otros, bas-
tan para convencerse de lo afirmado. Sin poder pasar por alto, al respecto,
el Instituto de Observación de Adultos y Jóvenes Transgresores, situado en
Rebbibia, en la circunscripción de Roma. En él se han venido realizando estu-

47
A este respecto, puede verse E. MEZGER: “Criminología”, traducción española en
Edit. de Orientación de la Revista de Derecho Privado, Madrid, 1950, pp. 156 y ss.
48
Se refieren los autores al libro de O. Kinberg: “Les problèmes fonfamentaux de la
Criminologie”; éditions Cujas, Paris, 1959.
49
M.E. WOLFGANG y F. FERRACUTI: La subcultura de la violencia”, ya citada,
p.137.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 61

dios completos individualizados de personalidad a delincuentes ya condena-


dos, sirviéndose de una metodología indagadora de factores múltiples50.
Y, en fin, en este afán de esclarecimiento del fenómeno criminal entran-
do, en lo posible, en el interior psíquico (pulsión-motivación), es relevante la
figura de Alfredo NICEFORO. Situado, en su concepción sobre la conduc-
ta humana, entre los postulados de la “Psicología Profunda” de S. Freud y
Adler, la antropología criminal de Lombroso y la endocrinología y biotipolo-
gía de N. Pende y E. Kretschmer, persiste en la “teoría de los tres pisos” de
la psique humana, tratando de explicar el porqué del delincuente. En reali-
dad, esta teoría aparece totalmente semejante al trípode de Freud: el “yo”, el
“super-yo” y el “ello”, presentado con otro lenguaje. Porque escribe: “ Todo
individuo conserva en su personalidad psíquica la herencia criminal, a la que
se superpone la herencia salvaje. Sobre estas dos herencias se alza la organi-
zación reciente del yo actual civilizado.” No obstante, Nicéforo sostiene que
la teoría de los “tres pisos” es patrimonio italiano desde Dante51.
En su cátedra de Sociología de Lausana, el programa por él adoptado, si-
milar al que José Ingenieros había incluido en su “Criminología”, recogía, en su
segunda parte: “EL JUICIO SOBRE EL DELINCUENTE” o “Clínica criminoló-
gica”. O sea, como señala Paula CANEVELLO, se estudia, aquí, los “caracteres
específicos de las diversas categorías de delincuentes y las distintas modali-
dades que reviste el delito. Así, frente a la variedad de formas en que se mani-
fiestan las mismas reacciones antisociales, se daba en afirmar que “no existen
delitos, sino delincuentes” (como ocurre en Medicina con los enfermos).
Estudiados sus caracteres físicos y psíquicos con un criterio de individua-
lidad, se podría deducir fundamentalmente el diagnóstico de su grado de
peligrosidad, instituir el régimen de tratamiento conveniente y formular un
pronóstico de readaptación social”52.
En Bélgica, la “Escuela de Ciencias Criminales” fue creada en 1929, dentro
de la Universidad de Lovaina. El encarcagado de impartir la enseñanza de la
denominada “Antropología Criminal” fue un médico antropólogo de la Prisión
Central de aquella ciudad., ya entonces suficientemente conocido. Se llama-

50
Sobre este particular, B. Di TULLIO: “Principi di Criminologia Clinica e Psichiatria
Forense”, Istituto Italiano di Medicina Sociale, Roma, 1963.
51
A este respecto, ver A. NICEFORO: “Criminali e degenerati dell’Inferno dantesco”,
Torino, 1898; “El yo profundo y sus máscaras. Psicología obscura de los individuos y grupos
sociales”, 1956. Y, sobre todo, su “Criminologia”, Fratelli Bocca Editores, 4 vols., 2ª ediz., Milano
1949-1952. (Sobre lo expuesto en texto, puede leerse, especialmente, el capítulo III del tomo
III). Sobre esta “Criminología” del autor italiano, puede verse el comentario de C. BERNALDO
DE QUIRÓS: “Criminología”, en Boletín del Instituto, pp.187 y ss.
52
Paula CANEVELLO: “Criminología: la evolución del pensamiento internacional”;
en Working Paper, nº 71, p.9.
62 CésaR Herrero Herrero

ba, en efecto, E. De GREEFF. Desde muy temprano apuntó maneras de ir ha-


cia una criminología clínica más allá de la entonces ofrecida.
Como ya hemos hablado de él, al referirnos a su definicón de Criminología
Clínica, recordemos, tan sólo, que, como ya se advirtió también, partía de
concebir al delincuente como un hombre dentro de la normalidad, porque su
delito no era otra cosa que un conato por adaptarse lo mejor posible para él, a
su biografía y a la situación que, en el momento de delinquir, había de hacer
frente. Ante él, por ello, el criminólogo clínico, si trataba de ayudarle, habría
de esforzarse por percibir (actitud fenomenológica) ese estado de conciencia
sin posiciones preconcebidas. (Criminología Clínica dinámica).
En este sentido, comentan los ya mencionados F. DIGNEFFE y Chr.
ADAM: E. De Greeff “se desmarca de las corrientes criminológicas europeas
de su época, centradas sobre investigaciones de diferentes exclusivas entre
delincuentes y no delincuentes. Para él, el paso al acto criminal debe com-
prenderse, desde el punto de vista del sujeto, como la mejor solución a un
problema vivido, a través del concepto de psico-criminogénesis”53.
E. De Greeff “llenó” dicha Escuela de Criminología hasta muy finales de
los sesenta.
En España, durante este periodo de tiempo del siglo XX, del que veni-
mos hablando ahora, y con referencia a la fase penitenciaria, fueron muchos
los autores que estaban por la prevención especial con relación a las penas.
No puede olvidarse que, en nuestra Patria, estuvieron en boga las orienta-
ciones y postulados de ambos “Correccionalismos”. Tanto el foráneo como el
patrio. La no escasa recepción del positivismo en general y, específicamen-
te, de las corrientes lombrosianas. Y que, desde luego, existieron autores
de altura intelectual que estuvieron al tanto de las más novedosas corrien-
tes criminológicas y penal-penitenciarias. Baste citar nombres como los de
R. Salillas y Ponzano, F. Cadalso y Manzano, Q. Saldaña, C. Bernaldo de Quirós,
L. Jiménez de Asúa…54
El contacto de algunos de ellos, como Bernardo de Quirós, con cultivado-
res sobresalientes de la Clínica criminlógica al estilo lombrosiano (por ejem-
plo, con J.Ingenieros, A. Nicéforo…) fue constante y mutuamente influencia-

53
F. DIGNEFFE y Chr. ADAM: “Le développement de la Criminologie clinique à
l’École de Louvain…”, ya citado, nº 13, p.5 del estudio.
54
Sobre este particular, C. HERRERO HERRERO: “España penal y penitencia (Historia
y Actualidad”, I. de Estudios de la Policía, Madrid, 1986, pp. 294 y ss.; “La Criminología en
España desde finales del siglo XIX hasta 1940”, en su “Criminología. Parte General y Especial”,
ya citada, pp. 159 y ss. A. SERRANO GÓMEZ: “Historia de la Criminología en España”,
Editorial Dykinson, Madrid, 2007, en diversidad de apartados de la Obra. L. MARCÓ DEL
PONT: “Criminólogos españoles en el exilio”, Ministerio de Justicia, Madrid, 1986. Sobre todo,
pp. 127 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 63

dora55. Si bien, en el caso de los españoles se trataba, en general, de enfoques


teóricos académicos.
Pero también empezaron a surgir algunas Instituciones, orientadas, preva-
lentemente, a la enseñanza y formación; unas, con aspiraciones de carácter in-
vestigativo y, otras, con carácter práctico u operativo (funcionarios de prisiones,
de Policía…). Todo ello, bajo influjo del movimiento positivista-criminológico.
Entre tales Instituciones cabe hacer referencia a: El Laboratorio o
Seminario de Criminología (Madrid, 1899-1915), patrocinado por Giner de los
Ríos; Cátedra de Antropología Criminal y Estudios Superiores de Derecho
Penal, para cursos de Doctorado en Derecho (Universidad de Madrid, 1901);
Escuela de Criminología (Madrid, 1906), con Rafael Salillas de Director);
Instituto Español Criminológico (Madrid, 1913), con carácter de asocia-
ción científica, empezando como presidente Fructuoso Carpena; Escuela de
Estudios Pernitenciarios (Madrid, 1940), empezando su actividad, una vez
aprobado su Reglamento en 1945, siendo su Director E. Cuello Calón.
Entre el profesorado de esas Instituciones estuvieron insignes cultivado-
res de las Ciencias penales y Criminológicas56.
Sin olvidarnos que, a principios de la década de los treinta, y orientado
hacia un TRATAMIENTO científico de los delincuentes, nacía como proyec-
to, bajo el impulso de Federico CASTEJÓN, el Instituto de Criminología de la
Universidad de Sevilla. Su finalidad era estudiar la individualidad del delin-
cuente al lado de la colectividad punible. Ello, bajo el método auspiciado para
la investigación biológicocriminal, previo protocolo o formulario preconsti-
tuido, inspirado en el modelo del Instituto Criminológico de la Universidad
de Graz (Austria), donde sobresalía Hans GROSS57.
En América Latina, sin menospreciar a otros estudiosos latinoamerica-
nos, ni los refuerzos de autores españoles, que llegaron a no pocas Naciones
de este Subcontinente58, la figura de la Criminología Clinica, desde la pers-

55
En este sentido, por ejemplo, Laura SUÁREZ y LÓPEZ-GUAZO comentan: “Las
obras de Ingenieros y sus seguidores Alfredo Nicéforo y Constancio Bernaldo de Quirós, re-
flejan claramente su concepción lombrosiana.” (“La antropología criminal y su influencia en el
campo de la salud mental en México”, en Llull, vol 23, 2000, p.696.
56
Sobre esta cuestión véase A. SERRANO GÓMEZ: “Historia de la Criminología en
España”, ya citada, en el Capítulo XIII de la Obra, pp. 447-481.
57
A este respecto, F. CASTEJÓN: “Datos para una reforma penal”. (Discurso leído en
la Universidad de Sevilla en la apertura del curso 1933-34), Tipografía de Archivos, Madrid,
1934.
58
“Los españoles, de los que nos ocuparemos, afirma “L. MARCÓ DEL PONT- eran
hombres formados, que habían obtenido sus cátedras, que tenían libros publicados, que llega-
ban a las extrañas tierrras sin bibliotecas, pero con sus ideas en la cabeza. Con esto quiero decir
que no vinieron a aprender, sino que estaban en plena producción y, en consecuencia, conti-
nuaron su labor, pero fundamentalmente vinieron a enseñar, a crear cátedras, a formar discí-
64 CésaR Herrero Herrero

pectiva ahora tratada, fue, en las primeras décadas de la vigésima centuria, el


ítalo-argentino JOSÉ INGENIEROS. La publicación de su “Criminología” (en
1907)59 y luego sus otras numerosas y específicas publicaciones, así como el
nacimiento del Instituto de Criminología, por él impulsado, incardinado en
la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires, exige este reconocimiento.
Encomiable fue su estudio sobre delincuentes, desde metodología clíni-
ca, construyendo, así, una relativamente original clasificación de aquéllos.
Parte, para la misma, de lagunas referentes a la inteligencia, a la voluntad, a la
afectividad, al sentido moral…, sea por descompensación entre esos distintos
planos de la personalidad, sea por combinación convergente. Estas lagunas
podrían derivarse de anomalías congénitas o sobrevenidas, o tener naturale-
za permanente o transitoria. Habla de tipologías puras y combinadas.
De acuerdo con su naturaleza (congénitas, de carácter permanente so-
brevenido o adquirido o, en su caso, de naturaleza puramente transitoria),
tales déficits de personalidad (volitivo, de estructura afectiva o moral) propi-
ciarían, respectivamente, la categoría de delincuente nato o próximo al nato,
de delincuente habitual o de delincuentes de ocasión. Cuando la laguna o
anomalía fuese inherente al plano intelectual: Si fuese congénita, podrían
configurarse delincuentes marcados por su debilidad mental (oligofrenia). Si
fuese de adquisición indefinida, el tipo de delincuente estaría modelado por
la etiología derivante de dicha debilidad (psicosis depresiva, manía “esen-
cial”, paranoia…)60.
Con respecto a estas posibles últimas causas (psicosis depresiva o bipo-
lar…), no puede olvidarse que, cuando INGENIEROS actúa dentro de “su”
Instituto de Criminología, en la misma Penitenciaría Nacional, está operando
también un ANEXO PSQUIÁTRICO CENTRAL, apoyado, precisamente, en
dicho Instituto. Y parece ser que no funcionaban nada mal si hacemos caso al
juicio global que de la institución matriz (la Penitenciaría) formulara por ese
mismo tiempo el mismo E. FERRI61.

pulos. Esto fue lo que perdió España y eso fue lo que ganó América Latina.” (“Criminólogos
españoles en el exilio”, ya citado, p. 14.
59
Esta obra de José INGENIEROS se volvió a imprimir en Madrid, en 1913. De nuevo,
en la Editorial Rosso, Buenos Aires, 1919. En la Editorial Elmer, B. Aires, 1957…
60
Ver sus obras: “Las fuerzas morales”, “Dos páginas de psiquiatría criminal”, “Principios
de Psicología genética”, incluidas en sus “Obras Completas”, Buenos Aires, 1930 y ss. Interesante
es también, al respecto, “Caracteres del delito en los alienados y en los simuladores de la locura” (en
conexión con su tesis doctoral) y puede verse versión en Ed. Del Cardo, Buenos Aires, 2003.
61
E. FERRI, en efecto, en un artículo publicado en la Revista “Scuola Positiva”, di-
ciembre, 1909, reproducido décadas después en la publicación argentina “Revista Penal y
Penitenciaria”, septiembre de 1936, escribía (recojo cita de la autora Paula CANEVELLO, ya
mencionada, en mismo trabajo, p. 15): “La Penitenciaría Nacional, inaugurada en 1877 y con-
vertida en 1880 en Instituto Federal, no ha cambiado, bajo la dirección de Ballvé, su estructura
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 65

En relación con América del Norte, es posible decir, en primer lugar, con
relación a Estados Unidos, que, aunque su Criminología ha sido, desde el princi-
pio, una criminología muy preponderantemente sociológica, no faltaron, tam-
poco desde el comienzo, orientaciones y prácticas de corte clínico. A principios
de siglo, en 1909, William HEALY, si bien confundiendo en demasía delincuen-
tes y enfermos, puso en marcha, en el Condado de Cook, una clínica psicopa-
tológica, destinada, sobre todo, a jóvenes gravemente infractores. Clínica que
después paso a denominarse “Instituto de Investigaciones Juveniles”62.
En 1913, se fundaba la Asociación Norteamericana de Criminología
Clínica. Y siguiendo la estela de los Congresos Penitenciarios Internacionales,
como el de Londres (1925) o los Congresos o similares de la misma cate-
goría, relacionados con Derecho penal y Criminología (así, la Comisión
Internacional Penal y Penitenciaria [Berna, 1937], Congreso Internacional ce-
lebrado en Roma y el Primer Congreso Latinoamericano, en Buenos Aires,
ambos de Criminología y acaecidos en 1938), empezaron a surgir institucio-
nes diversas unidas a la Criminología Clínica. En Estados Unidos es ejemplo
de éstas, el llamado “Guidance Center” en el Centro de Penados de San Quintín
(1944), existente en el Estado de California.
De éste último ha dejado escrito J. Pinatel que: A través de personal es-
pecializado, se ha venido llevando a cabo “un trabajo de observación, cuyos
resultados son condensados en informes que contienen una evaluación de la
personalidad del individuo y opiniones prácticas relativas a su tratamiento
en prisión”63.
No puede olvidarse, asimismo, que, en diversidad de Estados USA, han
venido existiendo variedad de clínicas de diagnóstico, con sede en centros
prisionales64. Y, desde luego, no deben pasarse por alto los trabajos sobre
multifactorialidad de la delincuencia, en la Universidad de Harvard, por
parte de los GLUECK a base de estudios individualizados, comparativos, de
los componentes de los correlativos grupos de jóvenes (delincuentes y no

arquitectónica de “panóptico celular”, que en su estilo ligero y claro no tiene nada de tétrico.
Pero le ha cambiado el alma y la llevó a ser, cuando la visité, en agosto de 1908, el instituto
carcelario humano, social y científicamente más perfecto que jamás haya visto en los diver-
sos paises de Europa y que haya conocido en los libros de ciencia carcelaria, si se exceptúa el
moderno Reformatorio de Elmira, cerca de nueva York, organizado por la Brockway y preci-
samente como aplicación de las doctrinas lombrosianas, o también la famosa colonia agrícola
de Mettray, hasta que su fundador Demetz fue, hacia mediados del siglo XIX, el alma directriz
–por instinto psicológico más que por método científico– en medio de los 700 a 800 menores
delincuentes por él recogidos”.
62
A este respecto, W. HEALY: “Individual Delinquent”, New York, 1915.
63
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, ya citado, p.560.
64
Sobre este particular puede verse J. LARGUIER: “Criminologie et science péniten-
tiaire”, Ed. Dalloz, Paris, 1989, p.8.
66 CésaR Herrero Herrero

delincuentes) con quienes formaban parejas (delincuente con no delincuen-


te)65 y otros trabajos anteriores a esos, sirviéndose, asimismo, de metodología
prioritariamente clínica.
En segundo término, por lo que respecta a Canadá, tampoco se ha des-
cuidado el estudio y el cultivo de la Criminología que ahora tratamos, al me-
nos a partir de la segunda Guerra Mundial, a pesar de la influencia anglo-
sajona (USA, sobre todo), en este país, durante este periodo. Influencia, como
queda ya afirmado, de índole predominantemente sociológica en el campo
de las ciencias empíricas del comportamiento. La gran referencia canadien-
se, en la iniciación clínica-criminológica, está representada, sobre todo, por
la preclara figura del P. Noel MAILLOUX, insigne clínico psicoanalítico. Su
publicación (a partir de 1943): “Contributions aux Sciences de l’Homme”,
recogía estupendos estudios relacionados con la psicopatología juvenil y
con la delincuencia. En su cátedra del Instituto de Psicología (Universidad
de Montreal) aparecerían, por entonces, las primeras tesis de Psicología con
contenidos prevalentemente criminológicos.
No es, pues, extraño que años después, al principio de los sesenta, como ad-
vierte el mismo D. SZABO, uno de los grandes configuradores de la Criminología
como disciplina universitaria autónoma en la referida Universidad canadiense,
la Criminología que se impartía, en este Centro universitario, se caracterizara
ya por: Analizar “la etiología de la conducta de delincuentes (aspecto biopsi-
cológico) y las causas sociales y legales del extravío y de la criminalidad (aspec-
tos socioculturales, jurídicos y políticos).” Que, asimismo, se creara métodos de
diagnóstico y pronóstico dentro de la clínica criminológica donde se ocupaban,
también, de la adaptación penológica, de las técnicas de resocialización y de
readaptación psicosocial tanto en instituciones como en medio libre”66.

E. FASE JUDICIAL

Por lógica competencial y procesal, parece obvio que debería haber sido
la autoridad jurisdiccional la que, antes que la autoridad administrativa (ad-
ministración para la ejecución o cumplimiento de penas), hubiera de haber

65
Ver, a este respecto, su libro. “Unravely juvenile delinquency”, publicado en 1950 y
su trabajo “Toward a tipology of juvenile offenders. Implication for therapy and prevention”,
New York, 1970. Dan gran importancia a los factores predisponentes. (Es muy conocida su ti-
pología psicofisica o costitucionalista). Trabajos interesantes antes de las fechas precitadas son,
por ejemplo, “500 Criminal Careers”, New York, 1930 y “500 Delinquent women”, New York,
1934.
66
D. SZABO: “La criminología en Québec. Una historia que ilustra las relaciones entre
ciencia y Política”; en su libro “Criminología y Política en materia criminal”, Siglo XXI Editores
(Nueva Criminología), México, 1980, p.237.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 67

recepcionado la actividad clínico-criminológica. Todo ello debido a la necesi-


dad de la correspondiente fiscalización respecto al cumplimiento de los dere-
chos humanos respecto a los delincuentes condenados, a los ya cumplidores
en acto de las penas o de medidas de carácter punitivo. Y desde luego, por
razones obvias de una mejor individualización penal o ajustamiento singular
de las medidas o penas a imponer.
Lo cierto es, sin embargo, que, en los procesos penales, no se produjo (y
esto es extensible a prácticamente a todos los países o a una gran mayoría de
ellos) la acogida satisfactoria de aquélla. En ellos siguió campeando, de forma
ostensible, cuando no única, la perspectiva puramente jurídica. Aunque, na-
turalmente, no en todos los sitios existiera el mismo grado de lejanía.
Es digno de resaltar, además, que, en la escasa asunción operativa o prác-
tica de esta Criminología en estas Instituciones, las más frecuentes fueron
las intervenciones llevadas a cabo en el “preproceso. Con estas referencias,
escribe J. PINATEL: “Después de integrarse en la ejecución penitenciaria, la
Criminología Clínica se infiltró en el dominio judicial. En efecto, se expresó
la idea de que la prisión preventiva debía utilizarse para organizar la obser-
vación judicial de los procesados. Los Anexos psiquiátricos se transformaron
progresivamente en el preludio de los centros de observación”67.
Más tarde, sin embargo, empezaron a utilizarse técnicas de examen de
personalidad en orden a auxiliar a los jueces o tribunales, jurisdiccionalmen-
te competentes, a fijar, de forma más adecuada, el juicio de responsabilidad y
programar el idóneo tratamiento individualizado.
Lo anterior empezó a activarse al final de los años veinte de la pasada cen-
turia en no escasos países de la Europa Occidental (Bélgica, Francia, Holanda,
Suecia…) y, también, en Estados Unidos. Si bien, el clima umbroso y turbu-
lento de entreguerras amenazaba con colapsarlo y así sucedió algunos años
después con “la hecatombe mundial”.

F. FASE LEGISLATIVA
Ya hemos hecho mención al no despreciable número de Congresos
Internacioales de materia penal-penitencia y criminológica, celebrados antes
de sobrepasar los años iniciales de la primera mitad del siglo XX. Pero ha de
reconocerse que sus conclusiones apenas si fueron tenidas en cuenta por los le-
gisladores. Con el advenimiento de la década de los cincuenta iba a darse, sobre
el particular, un no inestimable giro. Concretamente, a partir del denominado
“Ciclo Europeo de Bruselas”, iniciado en 1951, caracterizado por los notables estu-
dios sobre la materia que nos ocupa, y patrocinado ya por Naciones Unidas.

67
J. PINATEL: “Tratado…”, ya citado, p.561.
68 CésaR Herrero Herrero

En este contexto, en efecto, van a ver la luz “Las Reglas Mínimas para
el Tratamiento de los Reclusos”, aprobadas en el primer Congreso de N. U.
(Ginebra, 1955), sobre “Prevención y Tratamiento del Delincuente”. Su in-
fluencia, en este campo, con la reiteración de numerosos documentos en
igual línea, de la misma Organización, iba a dejarse sentir, de forma ostensi-
ble, en las décadas siguientes y hasta nuestros días, en no pocas legislaciones
del entorno democrático. (Pero esto ya lo veremos ampliamente, en otro lu-
gar de este mismo estudio).
Lo malo, no obstante, está, precisamente, en que la generosa acogida le-
gislativa se ha proyectado, muy parcamente, en la actividad práctica68.

G. EL PERIODO DE MAYOR ACEPTACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA


CLÍNICA

Al empezar la década de los sesenta, lo hemos insinuado ya, la Criminología


Clínica va a presentarse, ante no pocos estudiosos de estos problemas, ante po-
líticos de Estados democráticos y ante algunas Organizaciones Internacionales
(sobre todo, de Naciones Unidas), como un instrumento aprovechable para lle-
var a cabo tareas de prevención especial en el campo penitenciario. Siguiendo los
postulados de la antropología acuñada por los Estados Sociales y Democráticos
de Derecho69, los delincuentes empezaron a ser vistos como ciudadanos, cuyos
derechos fundamentales había que respetar aún estando condenados e, inclu-
so, a los que había que ayudar si estaban dispuestos a emprender el regreso
hacia actitudes de convivencia social sin delitos. Éste era el modelo que, de ma-
nera sintonizante y congruente, proclamaba la “Nueva Penología”, apoyada
en el discurso de la “Nueva Defensa Social”70. Incluso, en algunos Estados de

68
Sobre este extremo, puede verse Ana Mª FAVARD. “L’individualisation de la peine:
du paradigme clinique à la realité de la practique”; en Eres (2001) pp. 215 y ss.
69
La filosofía de estos Estados, en relación con el ser humano, la sugiere perfecta-
mente E. MOUNIER cuando describe: “Una civilización personalista es una civilización cu-
yas estructuras y espíritu están orientadas al acogimiento como persona de cada uno de los
individuos que la componen. Las colectividades naturales se las conoce aquí en su realidad y
en su finalidad propia, diferente de la simple suma de intereses individuales y superior a los
intereses del individuo entendido materialmente. Su fin último es éste: colocar a cada perso-
na en la situación de poder vivir como persona, es decir, posibilidad de acceder a un máximo
de iniciativa, de responsabilidad, de vida espiritual”. (Manifeste au service du personalisme”;
Oeuvres, Edit. Seuil, Paris, 1961.
70
Veamos, a este respecto, el texto siguiente de Marc ANCEL: “Después de su reconoci-
miento al principio del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial, la política criminal, a reserva
de modalidades y matices diversos, ha consistido esencialmente en la organización racional (la
palabra es importante) de la represión retributiva, es decir, de la incriminación y de la sanción.
Se trataba esencialmente de una racionalización de la acción y de la justicia penal. Después, la
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 69

tradición humanista-cristiana (aunque con dictaduras políticas en acto), reso-


naban, con agrado, los principios fundamentales del precedente mensaje71.
Efectivamente, en muchos países de nuestro entorno, numerosos tra-
bajos de especialistas (psicólogos, juristas, pedagogos, estudiosos de la
Criminología…) hacían acto de presencia en multitud de publicaciones (re-
vistas, libros, conferencias, prensa…)
Naturalmente, ello suponía un ambiente propicio para cierto afianza-
miento téorico y progreso doctrinal de esta clase de Criminología. Y así fue.
Aunque con no despreciables limitaciones. El ya citado Marc Le BLANC ha
resaltado estos avances (que iban a proporcionar a la Criminología Clínica
la base intelectual para su expansión), aunque sin dejar de subrayar, a la vez,
determinadas deficiencias.

misma ha conocido un alargamiento en dos direcciones esenciales. (…) La Política criminal ha


sido concernida en adelante por los problemas de la prevención, de los que el viejo sistema no
se había ocupado directamente. (…) Ellos remitían a la política social del país determinado. Se
trata de un alargamiento y de un enriquecimiento considerable del campo de la política crimi-
nal. (…) Nos parece así que los derechos del hombre han otorgado a la política criminal mo-
derna una nueva finalidad, que es la de asegurar la garantía y la protección de los derechos
fundamentales del individuo en su contexto socio-cultural y en la dinámica del desarrollo so-
cial…” (L’Apport de la Criminologie au renouvellement de la Politique criminelle moderne…”,
en Vol Col. “Criminología y Derecho Penal al servicio de la persona. Libro-Homenaje al Profesor
Antonio Beristain, Instituto de Criminología, San Sebastián, 1989, pp. 39-40).
71
Sobre este particular puede verse C. HERRERO HERRERO: “España Penal y
Penitenciaria. Historia y Actualidad”, ya citado. Al exponer y comentar el contenido del Decreto
2.705/64, de 27 de julio, referente al régimen y funcionamiento de Trabajos penitenciarios;
de la Orden Ministerial de 22 de septiembre de 1967, relativa a la creación de la Central de
Observación; del Decreto 162/1968 de 25 de enero, sobre la introducción del modelo de
Tratamiento penitenciario científico, y de la Ley 39/1970, de 22 de diciembre, sobre reestruc-
turación de los Cuerpos Penitenciarios, decíamos en las pp. 506-507 de dicha obra: “El clima
penológico-penitenciario, que quedó descrito al hablar de los Reglamentos de Servicios de
Prisiones, no sólo no se debilitó, sino que cobró nuevo impulso gracias a los innumerables
coloquios y reuniones internacionales celebrados por parte de organismos especializados en
el tema. Como consecuencia apareció una gran avalancha de trabajos científicos en tono a esa
misma cuestión.
En España, ni los responsables de la Dirección General de Prisiones ni los estudiosos de
estos problemas quedaron tampoco al margen de las últimas corrientes en materia penitencia-
ria. Estudios de carácter científico o exposición de estudios ajenos, de esta misma índole, eran
publicados con gran frecuencia en revistas especializadas o en plurales monografías. Objeto
favorito de análisis era precisamente la “personalidad criminal”, el “Tratamiento” y sus “méto-
dos”. Sin faltar serios análisis sobre otros temas conexos con los anteriores, como el de la crisis
de las prisiones tradicionales y el pronunciamiento expreso por la prisión abierta. (…) El im-
pacto de esas orientaciones penitenciarias tenía que producir sus efecto, y lo produjo. Ejemplo
de ello es el decreto que ahora comentamos y que venía a llenar algunas lagunas de fondo…
así, la ausencia científica del programa de tratamiento o la manifiesta preponderancia del régi-
mern penitenciario sobre cualquiera otra finalidad penitenciaria…”
70 CésaR Herrero Herrero

Dicho autor, después de describir la situación en que se encontraba la


Criminología Clínica al iniciarse los sesenta (haber conseguido definición de
métodos, temática delimitada, programa esbozado para su aplicación…) hace
hincapié en los avances que dicha disciplina había conseguido 25 años des-
pués: Un cambio, para mejor, en la metodología utilizada72, un gran énfasis
en la necesidad de su aplicación; progreso, aunque no muy notable, respecto
al plano teórico. Si bien, reconoce aportaciones interesantes a conceptos sus-
tanciales en esta materia, como al concepto de personalidad criminal. Pero
sin innovar ni superar, en su globalidad, la concepción de Pinatel en este
asunto. Subraya, simplemente, otras contribuciones que vinieron (y vienen,
decimos nosotros) a enriquecerla73. (Pero de esto se hablará en amplitud y
profundidad cuando llegue el momento).
Con todo ello, por lo demás, la Criminología Clínica, en este periodo, se
manifestaba atractiva y puede considerarse éste su mejor momento. Desde
luego, había empezado a marcar la inclusión, en las legislaciones democráti-
cas (incluso en plano constitucional), de las principales instituciones defendi-
das por la misma, en unión de sus métodos, con el fin de orientar el sentido
en el cumplimento de las penas. Lo que, a pesar de todo, permanece aún. Y
lo que es, también, de resaltar: Seguían cultivándola, defendiédola, o las dos
cosas, grandes nombres de la Criminología. Por citar algunos, tan sólo recor-
dar a: Jean Pinatel, G. Canepa, Marc Le Blanc, M. Fréchette, Ana Mª Favard, J.
Morizot, D. Szabo, G. L. Ponti, Marco Strano…
No obstante, antes ya de la década de los ochenta, este Criminología ha-
bía empezado a ser objetivo de sometimiento a crisis y hasta de derribo, des-
de pluralidad de frentes. Lo vamos a ver en el próximo Capítulo.

72
Se refiere el autor, sobre todo, a la práctica corriente de los estudios estadísticos mul-
tivariados y a las investigaciones longitudinales prospectivas.
73
Ver, a este respecto, M. LE BLANC, en su estudio ya mencionado “La Criminologie
clinique…”, pp. 120 y ss.
Capítulo tercero

CRISIS Y OPOSICIÓN
A LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
1º Visión básica y previa de las
corrientes criminológicas actuales
más influyentes
A. INTRODUCCIÓN

Como acaba de decirse en el Capítulo anterior, mientras la Criminología


Clínica, tal como ha sido aquí entendida, alcanzaba cotas de expansión y
consolidación, determinadas teorías (de cuño colectivista unas, menos radi-
cales otras, pero apuntado hacia extremos) sometían, respectivamente, a la
Criminología en cuanto tal y, desde luego, a la Criminología Clínica, a asedio.
A radical oposición (las primeras) y a severo juicio (a profunda crisis) a la mis-
ma, las segundas. Éstas asumidas, al menos en parte, por algunos de aquellos
que habían venido, hasta entonces, defendiéndola o practicándola.
Esa actitud de las teorías colectivistas o sociologistas (ahora de variada
orientación, y no sólo desde el campo social-marxista) era previsible, puesto
que, para ellas, el ser humano no pasa de ser una simple pieza del puzzle
político-social, sin reconocérsele autonomía o iniciativa personales para pla-
nificar y decidir, con respeto a los demás, su propia biografía.
Se le negaba, y se le niega también, en consecuencia, toda clase de cul-
pabilidad, que no de toda responsabilidad, por su comportamiento, subpro-
ducto, al fin y al cabo, de la provocación inducida por las fuerzas del medio.
Sobre todo, por las que detentan y ejercen, sin alternativa consensuada, los
resortes del poder. De todo el poder. O, desde el otro extremo (que los ex-
tremos siempre suelen tocarse), al dar por supuesto que es el ser humano
(aunque sea en interacción) el que construye o reconstruye la realidad. Sobre
todo, la realidad social, al margen o en contra de cualquier universo preesta-
blecido u objetivo. Estamos, efectivamente, como veremos dentro de unos
momentos, ante visiones socio-antropológicas que tratan de de suplantar la
verdadera realidad (la que al ser humano le viene dada desde siempre) por
una determinada ideología o visión artificial del mundo74. Lo que de seguir-
las, nos encontraríamos, a la postre, con coexistencias humanas en un medio

74
G. I. ANITUA parece estar en la onda de lo que se afirma en texto cuando comenta:
“Y esta romántica mirada individualista tenía su correlato social pues implicaba la posibilidad
de realizar cambios sociales. Estaba la convicción optimista de que el hombre todo lo puede. El
ser humano no tiene marcado el destino, ni tiene por qué conformarse con lo que existe. Todo
puede cambiarse y, además, para cambiar algo hay que cambiarlo todo. Poner todo de cabeza.
(…) Había llegado el momento de la transformación. El momento de criticar el esto es así, el de
las cosas como deben ser o como están mandadas. Todo ello se pondría en crisis. Se discutiría
el modelo económico, el político, el científico, pero lo importante es que se discutía. Y así se
74 CésaR Herrero Herrero

asocial, caótico, magmático. Son, en parte, esas pluralísimas teorías las que
han dado a luz la “posmodernidad”, atenazada por el más amplio y puro re-
lativismo. Desde aquí tiene su sentido que se niegue la legitimidad de que
alguno se atreva a atribuir a alguien el calificativo de criminal. ¿Desde qué
criterios definir a alguien así?75
Por lo demás, los ataques a la Criminología clínica por las teorías “crí-
ticas” (no radicales) se habían iniciado ya, antes de los sesenta, tratando de
desvirtuar a una de las principales instituciones de aquélla: El tratamiento
penitenciario. Después vendría el desacuerdo con la comprensión de sus
principales conceptos (estado peligroso, personalidad criminal…). A esta ta-
rea crítica, repetimos, empezaron a sumarse, sin negar siempre la posibilidad
de otra clínica criminológica, autores de cierto predicamento y prestigio, for-
mados en principio dentro de la Criminología “clásica” o “tradicional”.
Pero esa Criminología “tradicional” (bastante alejada ya entonces, por
parte de no pocos cultivadores especialistas, de planteamientos puramente
positivistas) tenía, y sigue teniendo, no escasos e insignes valedores.
He ahí por qué, a partir, sobre todo, de la mitad de la década de los se-
tenta, empezaron a “verse las caras”, en torno a la Criminología Clínica, los
distintos enfoques criminológicos del momento. Era, por ello inevitable, al
estar entre partes disconformes y hasta enfrentadas, que esta Criminología
entrara en crisis.
Si esto es así, vamos a exponer ahora, a continuación, las coordenas fun-
damnetales de esas corrientes de la filosofía social, conformadoras de tales
orientaciones criminológicas radicales, de las corrientes críticas no radicales,
de los criterios, al respecto, de algunos autores contestatarios, próximos a és-
tos últimos, y, en fin, la versión, sobre este particular, de la teoría, en sentido
moderno y no positivista, de la personalidad criminal. Terminamos, en este
Capítulo, con las teorías actuales del pragmatismo económico.
Esta exposición está orientada a ofrecer todos esos mensajes doctrina-
les para poder compararles con el concepto y exigencias de la Criminología
Clínica (tal como la hemos conceptuado aquí) y así poder comprobar cuáles
de esas teorías admiten o no llevar a cabo, en Criminología, la precitada acti-
vidad clínica.
En este Capítulo, abordamos, tan sólo, la exposición del contenido del precitado
mensaje. En el Capítulo siguiente, trataremos de desarrollar la anunaciada actividad
comparativa. Empezamos, pues.

producía una lectura políticamente radical de todas las ideas”. (“Historia de los pensamientos
criminológicos”, Buenos Aires, 2005, p. 354.).
75
A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Política criminal integrado-
ra”, ya citada, pp. 137-140.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 75

B. LAS CORRIENTES CRIMINOLÓGICAS, DE ALGÚN MODO


ACTIVAS, QUE SIGUEN SIENDO HOY MARCADAMENTE
INFLUYENTES

Intentado completar las insinuaciones que acabamos de hacer en la pre-


cedente “Introducción”, podemos añadir que, a la hora de ofrecer criterios de
comprensión o explicación del acto gravemente antisocial o delictivo, no son
pocas, en efecto, las teorías o corrientes doctrinales, de muy diverso signo,
que pretenden hacerlo. Y, precisamente, en virtud de esta amplia concurren-
cia, hay, también, mucha variedad de esquemas indicativos de cuáles sean,
entre ellas, las más conocidas e influyentes. No obstante, una parte conside-
rable de notables criminólogos están de acuerdo en señalar, al menos en las
últimas décadas, dos o tres orientaciones fundamentales. Se habla, concreta-
mente: De Teorías, o de Criminología, de la Reacción Social; de Teorías, o de
Criminología, del paso al acto o teorías factorialistas. Algunos añaden una
tercera que denominan Criminología del acto razonable o Criminología de
la vida cotidiana. Y otros hacen referencia a una cuarta: la criminología rela-
cionada con las corrientes postmodernistas.
En ese sentido, escribían A. PIRES y Françoise DIGNEFFE en la confluen-
cia del siglo XX y XXI: “Hoy se puede divisar, “grosso modo”, la historia del
saber sobre la criminalidad en dos grandes bloques: a) el de aquéllos que la
han concebido casi exclusivamente como un hecho social y lo han estudiado
como una manera de hacer (o de ser); y b) el de aquéllos que la han entendido
como una mera definición social o lo han estudiado como una manera de eti-
quetar ciertas situaciones-problemas y de reaccionar al respecto. Brevemente,
se ha hablado entonces de la criminalidad como si fuese un hecho bruto o
como si fuese una definición. Nosotros llamaremos al primer bloque el para-
digma del hecho social y al segundo, el paradigma de la definición social”76.
Y otros, también, abogan por introducir, sobre el particular, una tercera
vía menos cerrada que la dos anteriores e integrada por dos teorías comple-
mentarias: la Teoría del acto razonable y la Criminología de la vida cotidiana,
referente de las denominadas teorías de “las actividades rutinarias” y de las
“ventanas rotas.” Se trata de teorías adictas al control social, propugnadoras de
someter a continuo marcaje al potencial delincuente, consciente perseguidor
de su interés con el menor riesgo, y que, por ello, comete el delito de forma
deliberada. (M. CUSSON, D. K. CORNISH, R. V. CLARKE, A. CRAWFORD,
D. GARLAND, J. Q. WILSON, G. L. KELLING…).


76
Álvaro PIRES y Françoise DIGNEFFE: “Vers un paradigme des inter-relations sociales ?
Pour une reconstruction du champ criminologique”; en Criminologie, vol.25, 2 (1992) p. 17.
76 CésaR Herrero Herrero

Entonces, si son las precipitadas corrientes (en todo caso, nada unifor-
mes dentro de ellas mismas) las orientaciones criminológicas, aún hoy y a
pesar de todo las más relevantes, vamos a ver, ahora, en qué consisten cada
una, cuál es su mensaje criminológico, para luego relacionarlas con las exigencias de
la Criminología Clínica.

C. TEORÍAS CRIMINOLÓGICAS DE LA REACCIÓN SOCIAL

La orientación, en la comprensión del fenómeno criminal desde la


Sociología, tiene viejos precedentes. Remontándonos al momento del naci-
miento de la Criminología como ciencia, aparecen, en este sentido, nombres
y Escuelas ilustres. Con mensajes que consideran a la delincuencia (hasta
cierto nivel) como fenómeno social normal. E. DURKHEIM, en efecto, enun-
cia el denominado principio de la normalidad estadística, al aseverar que la de-
lincuencia es fruto de las características de la sociedad en que surge. Que no
depende, salvo excepciones, de una etiología excepcional. E. FERRI, en su
“Sociología Criminal”, acentúa los factores sociales al expresar su ley de la
saturación criminal. Según la cual, la delincuencia de una sociedad tiende a
permanecer estable en la medida en que persisten las mismas características
sociales. Si bien, ha de tenerse en cuenta el influjo de los factores psicobiológi-
cos; naturalmente, de índole individual. La Escuela Sociológica Funcional de
Chicago, por su parte, vino a potenciar esta visión sociológica. Desde aquí, E.
SUTHERLAND elaboraba su teoría de la asociación diferencial. H. D. McKAY
y C. R. SHAW hablaron de zonas urbanas específicamente criminógenas en
virtud de su intensa desorganización social y urbana. R. K. MERTON conti-
nuaba a Durkheim en el concepto de anomia (cruce de disfunciones entre
las metas u objetivos propuestos por la sociocultura y las normas y la falta de opor-
tunidades para conseguirlos. T. SELLIN trataba de explicar la delincuencia, en
su gran parte, desde los conflictos de cultura. Y, en fin, en Francia, G. TARDE
absolvía, casi al completo, al individuo de sus desviaciones, porque su com-
portamiento es puro reflejo de la sociedad. (“Leyes de la imitación)77.
Pues bien. Las actuales teorías criminológicas de la REACCIÓN SOCIAL
amplían y, sobre todo, profundizan en las raíces y plataformas sociológicas
del fenómeno delincuencial, desembocando, al menos las teorías más extre-
mistas, en un puro constructivismo criminológico. El delito y el delincuen-
te, en nuestras sociedades capitalistas y burguesas, serían pura creación (in-
vención) de las clases dominantes en contra de las sin poder. Este mundo no

77
Sobre este particular puede verse R. CARIO: “Les spécificités criminologiques du phé-
nomène criminel juvénile”, Capítulo 3 de su obra “Jeunes délinquants. A la recherche de la socilisation
perdue”; ed. L’Harmattan, 2ª éd. Paris, 1999, pp. 155 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 77

existe como universo de bienes y valores objetivos. Es producto de la historia


y de esta cultura. Al fin y al cabo, por ello, lo bueno y lo malo depende de la
voluntad de los que mandan. El delito, el delincuente, surgen al dictado de
los que conforman las normas. El delito y el delincuente nacen de la etique-
ta que les cuelga el poderoso78. No existen, pues, causas de la delincuencia
porque no existe ontológicamente eso que, en dichas sociedades, se llama
delincuencia con puro interés rotulatorio (“Labelling Approach”). Existen pers-
pectivas distintas y diferentes interpretaciones de la realidad. Lo que sucede
es que unos pueden imponer su personal visión (básicamente subjetiva) y la
mayoría, no79.
Ha de advertirse, por otra parte, que estas teorías de la “Reacción Social”,
salvo su plataforma común totalmente sociológica80, no tienen todas una
idéntica inspiración ideológica ni todas son igualmente extremistas. Si bien
todas ellas, por discursos diversos, parecen desembocar en la negación del
sostén etiológico de una Criminología razonable (si se pretende hacer ciencia
de verdad) o en la resolución de no hablar de delitos o, al menos, de propia-
mente delincuentes. No es lo mismo, por ejemplo, las teorías más moderadas del

78
En esta misma onda, escriben A. PIRES y F. DIGNEFFE: “El paradigma de la defini-
ción social es el más reciente y se desarrolla, primeramente, en Estados Unidos al principio de
los años sesenta. Ha recibido diversidad de apelaciones: teoría del etiquetamiento, criminolo-
gía de la reacción social, del control social, constructivismo, etc. Este paradigma se distingue
del paradigma del paso al acto por el hecho de concebir el objeto de otra manera. Se estudia
aquí la manera de definir los acontecimientos y de reaccionar frente a ellos. Las grandes cues-
tiones de la investigación son las siguientes: ¿ quien define el comportamiento como desviado,
como criminal, etc.? ¿Cuáles son las consecuencias de este proceso de etiquetamiento? ¿Cómo
son creadas y han evolucionado históricamente ciertas prácticas sociales de etiquetamiento?
Para este paradigma, el mundo social aparece menos como algo dado que como algo cons-
truido por la historia y por nuestras acciones actuales (Berger y Luckmann, 1966). Se trata de
ver cómo las gentes perciben, describen, interpretan y proponen definiciones de la situación y
cómo las gentes actúan en función de estas definiciones. Las definiciones son vistas como el re-
sultado de un proceso histórico y social. En esta perspectiva, lo que interesa al investigador es
el examen de cómo se viene a etiquetar a otras personas como desviados, locos, delincuentes,
etc.” (Trab. anteriomente citado, pp. 18-19).
79
Sobre este particular puede verse: D. SZABO: “Au milieu de l’affrontement des
doctrines crimiminologiques”, en Vol. Col. “La criminologie. Bilan et perspectives. Mélanges
offerts à Jean Pinatel”, Ed. Pedone, 1980, pp. 23 y ss.; M. COLVIN y J. PAULY: “A critique of
Criminology: toward an integrated structural-marxist theory of delincy production”, en
American Journal of Sociology, 1983, pp. 513 y ss.; C. HERRERO HERRERO: “Delincuencia y
criminología crítica o radical. La teoría del “Labelling approach”, en su obra “España penal y
penitenciaria. Historia y actualidad”, ya citada, pp. 379 y ss.
80
Sobre la orietación totalitaria de la Sociología, para interpretar el universo humano
y su comportamiento, no tiene más que recordarse la obra de P. BERGER y Th. LUCKMANN:
“The Social Construction of reality”, New York, 1966.
78 CésaR Herrero Herrero

conflicto que las teorías más representativas del “Interaccionismo simbólico”, a


modo, v. gr. de E. Goffman81 o las del “Labelling Approach”82.
Por lo demás, aunque a veces se confunden con las anteriores (como si
fueran homólogas), han de diferenciarse, dentro de estas corrientes socioló-
gicas, las teorías insertables dentro de la llamada “Criminología Crítica” que,
aunque en sus inicios, se presentaba como suavizadora de los criterios de la
Criminología del etiquetamiento, o del conflicto social irreconciliable, infor-
madas éstas, a la postre, en concepciones filomarxistas, han devenido, en su
mayoría, a rectificar, de alguna manera (al menos, parcialmente) lo que, al
principio, era uno de sus basamentos: la negación de toda presencia etiológica
en la delincuencia. Entonces, ¿cómo se presenta esta última Criminología?
René VAN SWANINGEN, al preguntarse cómo puede definirse la
Criminología Crítica, viene a decir, sintetizando, que sus defensores tratan
de hacer frente al fenómeno delincuencial (al que al menos reconocen que
existe, sugerimos nosotros) centrando la política criminal en el ámbito de la
delincuencia socioeconómica en vez de en la delincuencia patrimonial más
ordinaria, porque monopolizando ésta no se hace otra cosa que reforzar la
desigualdad social, al ocuparse, por parte de las agencias de la persecución
del delito, en las clases sociales más desfavorecidas, ya que son mayoría los
que entran en este círculo de infractores.
En consecuencia, el precitado autor comenta: “Los criminólogos críticos
vinculan el análisis empírico a la teoría social y política. La especulación de la
criminología crítica halla sus raíces más profundas en el plano teórico crítico
que proclama que las cuestiones científicas deben reflejar las cuestiones socia-

81
E. Goffmann está muy próximo (en realidad es el máximo precedente) de los culti-
vadores del “Labelling Approach”. Puede verse, al respecto, su obra “Interaction Ritual. Essays
of face-to face Behavior”, Ed. Garden City, New York, 1967). Para una distinción entre teo-
rías del conflicto “in genere” y las teorías rotulatorias, de cuño marxista, puede verse: Th. J.
BERNARD: “The distinction between conflict and Radical Criminology”, en The Journal of
Criminal Law and Criminology, Vol 72, 1 (1981) pp.70 y ss.
82
Para una visión muy satisfactoria de estas corrientes criminológícas de la “Reacción
Social y la Criminología Crítica” puede verse A. TÉLLEZ AGUILERA: “Criminología”; Edisofer,
Madrid, 2009. En su Capítulo VI desarrolla lo que el autor denomina “Modelo de la reacción
social y la criminología Crítica”. Después de afirmar que: “Para entender la Criminología de
la reacción social hay que partir de estudiar el concreto marco ideológico de la que ésta trae
causa, el interaccionismo simbólico. Y para ello entendemos necesario conectar éste con sus
antecedentes más directos, la filosofía fenomenológica y con las corrientes vecinas al mismo,
la etnografía y la etnometodología” (pp.501-502), pasa a exponer, en efecto, estos anteceden-
tes tal como se encuentran, respectivamente, en autores como G.H. MEAD, CH. H. COOLEY,
H. BLUMER, E. GOFFMANN. Y, expresamente, entre las teorías enmarcables dentro de la
“Reacción Social, cabe citar las del etiquetamiento tal como han sido ofrecidas, entre otros au-
tores, por: M. LEMERT, H. S. BECQUER, K. T. ERIKSON, D. CHAPMAN, F. SACK… (pp. 562 y
ss.)
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 79

les y que la ciencia puede ser un medio para cambiar el status quo. En efecto,
como esta problematización de la construcción social de las cuestiones queda
fuera del modelo explicativo positivista, la criminología crítica, al menos en
sus comienzos, ha recibido una orientación ante todo antipositivista.
El acento ya no es colocado más sobre el comportamiento criminal in-
dividual sino sobre los análisis macrosociológicos de la desviación así como
sobre las instituciones mismas de control social.” Añadiendo, a continua-
ción, que de las cuatro fuentes intelectuales principales de las que ha bebi-
do la Criminología Crítica, además de la influencia general de la teoría po-
lítica y social y la muy influyente, de forma implícita, de los especialistas de
Francfort, sobre todo de Jürgen Habermas, los criminólogos europeos se han
inspirado también tanto en los post-estructuralistas franceses (principalmen-
te, Luis Althuser y M. Foucault) como en la tradición intelectual neomarxista
de Antonio Gramsci. Y que, aunque los criminólogos críticos se han inclinado
por seguir la tradición conformada por los especialistas angloamericanos, los
especialistas críticos europeos han escogido la tarea “de elaborar la perspecti-
va del etiquetamiento relacionando su orientación micro-meso-sociológica a
cuestiones macrosociológicas de poder”83.

* El realismo de izquierdas.- Ante la gran carga especulativa y, por lo


mismo, en la práctica poco efectiva, de las precedentes orientaciones crimi-
nológicas, surgía el llamado “realismo de izquierdas”, nacido en medio de
triunfos electorales de políticas neoliberales (M. Thatcher, R. Reagan …), tra-
tando de modular, con otra flexibilidad, las concepciones crítico-radicales de
origen.

83
René VAN SWAANINGEN: “Vingt ans de “Déviance et Societé” sous l’angle de
la criminologie critique”; in Déviance et Societé, vol. 21, 1 (1997) pp. 58-59. Ian TAYLOR, P.
WALTON y J. YOUNG (del área aglosajona) ya afirmaban, a mediados de los setenta, que:
“La ruptura con las interpretaciones individualistas (esto es, las genéticas, las psicológicas, y
similares) para adoptar interpretaciones sociales, nos han impuesto encarar la economía po-
lítica como el factor dominante primordial del marco social. Sostendremos más adelante que
los procesos involucrados en la génesis del crimen están íntimamente vinculados, en el últi-
mo análisis con las bases materiales del capitalismo contemporáneo y sus estructuras jurídi-
cas.” (“Criminología crítica”, Siglo XXI Editores, México, 1977, p.39). El ya citado A. TÉLLEZ
AGUILERA, en su ya también mencionada obra “Criminología” (p.625) resalta los aspectos no
convincentes que esta Criminología Crítica percibe (otra cosa es que todos ellos sean ciertos,
decimos nosotros) en la Criminología “tradicional”. Concretamente: el consenso social, la na-
turaleza patológica de la acción desviada, el propio status de acto desviado, la naturaleza abso-
luta de la reacción, el carácter fiable y objetivo de las estadísticas, el concepto de delito común,
el carácter determinista del delincuente, el fin reinsertador del sistema penal y el propio papel
que ha de desempeñar el criminólogo.
80 CésaR Herrero Herrero

Ante la entrada en caída del pensamiento crítico, se trata de orientarle,


ahora, hacia asuntos que la84 Criminología crítica y radical había descuidado
o preterido. Si bien, tratándolos con especificidad sociopolítica. Se intenta,
con oportunismo, poner a mal tiempo buena cara. Para ello, sus cultivadores
pasan a comprometerse, comenta R. Van SWAANINGEN, en una investiga-
ción etiológica, de orientación política, sobre la inseguridad, la victimología,
policía de comunidad, sobre la multiplicidad de organismos de prevención
contra el crimen, etc (…) Es un hecho que todos estos temas fueron aparca-
dos por los criminólogos críticos en los años de los setenta. En este sentido, el
impulso del realismo de izquierda habría de ser bien acogido. Law and Order.
Arguments for Socialism (1981) de Ian Taylor y What is to be done about
Law and Order ? (1984) de John Lea y Jock Young, han llegado a ser obras clá-
sicas que tratan del realismo.” Sigue afirmando el autor que no se trata, aquí,
de una perspectiva teórica. Que las deficiencias por esta corriente señaladas,
con referencia a la Criminología, hacen referencia, por ejemplo, a problemas
como la calidad de la vida urbana o a la necesidad de reconsiderar la etiología
social del crimen85.
Parece obvio que los autores del “realismo de izquierdas” se percatan,
al entrar en el ámbito de la investigación empírico-científica, de forma seria,
que es imposible llevarla a cabo, con alguna eficacia, sin acudir a la determi-
nación de las causas del fenómeno investigado. Aquí, la criminalidad. Y, por
ello, en primer lugar, aceptan la objetividad del fenómeno y, a continuación,
para hacerle frente, perciben que no hay otra solución verdaderamente razo-
nable que concretar la etiología del fenómeno producido, porque todo efecto,
de modo menesteroso, depende ontológicamente de una causa. Sea ésta físi-
ca o psíquica. Material o espiritual. De carácter social o individual. O del cru-
ce de las variantes representadas por todas o algunas de ellas. Es claro, por lo

84
I. RIVERA BEIRAS y Otros, creo que en parecida orientación a la del texto, describen
a este realismo de la manera siguiente: “Este realismo de izquierdas volverá a hablar de “cau-
sas” de la conducta delictiva.
La teoría de la “privación relativa” será útil para ello. Por medio de la misma se explica-
rá que la gente experimenta un nivel de injusticia en la distribución de los recursos y utiliza
medios individualistas en el intento de salir de esa situación. En este sentido el realismo de
izquierdas pretende separar “realidad de fantasía”, entendiendo que es la Política la que, en
definitiva, determinará las condiciones sociales que causan el delito, el grado de igualdad o
selectividad del sistema penal, la conformación y actuación de sus agencias de aplicación, etc.
(…) Si bien el positivismo erró en las causas del delito, indican estos autores, la criminología
debe considerar como importante tema a tratar, precisamente, el de las causas de aquel tipo de
comportamiento; ello será una importante tarea política a desarrollar para mejorar las condi-
ciones de vida materiales, cuya privación pueden llevar al delito. (…) Es una criminología que
expresa un compromiso con la investigación empírica minuciosa y reconoce la objetividad del
delito…” (“Política criminal y Sistema penal”, Edit. Anthropos, Barcelona, 2005, pp.216-217).
85
Ver su estudio en mismo lugar antes citado, p. 68.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 81

demás, que las orientaciones de izquierdas verdaderas sienten debilidad por


lo colectivo en el ámbito de lo humano. Siguen, según parece, pasando de
largo de los posibles factores de la criminalidad de origen individualmente
humano e, incluso, de una posible combinación dual en la influencia sobre
aquélla.

** El feminismo radical.- El feminismo radical echa también a andar, de


forma abierta y sin complejos, en la década de los setenta del pasado siglo.
Uno de los libros, desde este punto de vista más resonantes, fue el publica-
do por Shulamith FIRESTONE: “Dialectic of the Sex” (1973). En él no sólo se
propugnaba la liberación de la mujer mediante el reconocimiento teórico y
práctico, respecto a ella, de todos los derechos de que ya goza el hombre.
Los mismos que los del varón por poseer la misma identidad. Mas, tam-
bién, conectando con F. ENGELS, a través de la interpretación de Simone de
BEAUVOIR86, proclamaba, superando a éstos, que la servidumbre de la mujer
no nacía, exclusivamente, de condiciones socio-económicas, sino, asimismo,
de la rancia creencia generalizada de que la mujer es mujer y el hombre es
hombre por imperativo natural. Cuando lo cierto es que la humanidad no es
como una especie animal, sino una realidad históricamente construida.
La distinción, por tanto, entre hombres y mujeres (incluso en sus funcio-
nes reproductoras) no hunde sus raíces en la naturaleza. Lo “natural”, pues,
no ha de ser tomado como referencia para discriminar entres varones y hem-
bras. Hay que ir, como consecuencia, a la más perfecta y exhaustiva igual-
dad. Para ello, la reproducción de la especie a cargo de únicamente de uno
de los dos sexos habrá de ser sustituida por una reproducción de naturaleza
artificial (biotecnología). Hay que ir a la destrucción de la opresión represen-
tada por la familia biológica. El futuro de la especie ha de ponerse en úteros
artificiales.
La revolución cultural del inmediato futuro ha de ser andrógina. Esta ab-
soluta igualdad ha de extenderse no sólo a niños y niñas entre sí, sino de los
niños y niñas con relación a los adultos. Sin recorte alguno tampoco con rela-
ción al ejercicio de sus derechos. Hasta en las relaciones sexuales, los adultos
pueden practicarlas, sin escrúpulo con los menores y éstos con los adultos.
La educación será del todo indiferenciada. La verdadera revolución cultural
habrá de fusionar la modalidad cultural estética (la de la mujer de ahora) y la
modalidad tecnológica (la del varón)87.

86
Son conocidas las obras de S. de Beauvoir, con relación a estas cuestiones. Así, “El
segundo sexo” (1949); “Las bellas imágenes” (1965) o “La mujer rota” (1967).
87
Véase cómo Sh. FIRESTONE expone el mensaje adelantado en texto: “Del mismo
modo que para asegurar la eliminación de las clases económicas se necesita una revuelta de la
82 CésaR Herrero Herrero

Aunque parezca mentira, esta orientación feminista-radical tiene aún reco-


nocidas valedoras. Sobre todo, por el área anglosajona. Por ejemplo, en Estados
Unidos. Son conocidos los nombres, v.gr., de A. Dworkin, K. Mackinnon o Kate
Barry…
Frente a estas posiciones tan radicales, hablar de delincuencia real, con
relación a la mujer, tiene escaso o ningún sentido. La desviación de ésta, para
estas corrientes, no será más que un burdo etiquetamiento desde un triple
frente. Porque la verdad, dicen, es que su comportamiento socialmente dis-
crepante no sería, en efecto, sino una conducta de adecuado y equitativo me-
canismo de autoprotección (de legítima defensa o resultado de una situación
de estado de necesidad justificante) ante: 1º Su discriminación, consolida-
da desde la “noche de los tiempos”, por caprichosa atribución a aquélla de
funciones natural-biológicas sustancialmente diferenciadas de las del varón
y consideradas, arbitrariamente, inmutables e irrenunciables. De aquí que,
cuando, por ejemplo, aborta se la etiquete de delincuente. 2º Ante su status”,
cuando es de clase baja, su desobediencia a las leyes de los poderosos la ha-
ría merecedora de ser rotulada de gravemente infractora (infracciones, por
ejemplo, contra el patrimonio). 3º Ante el minusvalorado y estereotipado roll
de su actividad laboral, fuente no pocas veces de humillaciones y desprecios
y, por lo mismo, ocasión directa para la rebelión o la reacción airada o agresi-
va (situación emotiva explosiva) se la motejaría, incluso, hasta de criminal. Su
imputación delictiva no sería más que puramente definitorial.
Naturalmente, no todos los movimientos de lucha por la igualdad de la
mujer revisten semejantes extremismos. También aquí existen corrientes crí-
ticas, ni mucho menos tan radicalizadas. Y es, en este plano, donde cabe ex-
poner lo más interesante y práctico de lo relativo al ámbito criminológico crítico
referido a las mujeres. En este sentido, el mismo R. Van SWAANINGER asegura
que: “La más importante contribución en el desarrollo de la criminología crítica
de los años 80 proviene probablemente del campo feminista. “Women, Crime
and criminology” (1976), crítica feminista de Carol Smart, fue un trabajo de pio-
nera. Si en los años 1970, los especialistas críticos habían puesto en cuestión las
pretensiones de universalidad de la criminología, denunciando que ella igno-

clase inferior (el proletariado) y, mediante una dictadura temporal, la confiscación de los me-
dios de producción, de igual modo, para asegurar la eliminación de las clases sexuales se nece-
sita una revuelta de la clase inferior (mujeres) y la confiscación del control de la reproducción;
es indispensable no sólo la restitución a las mujeres de la propiedad sobre sus cuerpos, sino
también la confiscación (temporal) por parte de ellas del control de la fertilidad humana. (…)
El objetivo final de la revolución femenina no debe limitarse a la eliminación de los privilegios
masculinos, sino que debe alcanzar a la distinción misma de sexo; (…) La reproducción de la
especie a través de uno de los sexos en beneficio de ambos sería sustituida por la reproducción
artificial. (…) Se destruiría así la tiranía de la familia biológica.” (“La dialéctica del sexo”, Edit.
Cairos, Barcelona, 1976).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 83

raba las diferencias de clases sociales, las feministas, a su vez, han realizado la
misma denuncia en cuanto la ignorancia de diferencias de sexo.
El feminismo ha jugado un papel importante al señalar un actor olvida-
do en el ámbito de la desviación y del control social: la víctima. En los años 70,
cuando la criminología crítica evocaba a las víctimas, era en términos de vícti-
mas de la sociedad: los oprimidos, los desprotegidos. El feminismo y el movi-
miento feminista han colocado a la víctima de un crimen en un lugar propio,
autónomo, tanto práctica como analíticamente. (…) La crítica feminista ha
sido una gran fuerza de la reconceptualización de las ideas de la criminología
crítica sobre el control social y el poder.
Las feministas han tendido a centrar la atención sobre las necesidades
concretas de las víctimas, en particular de las víctimas de violencias sexuales.
Gracias igualmente a esta presión feminista, los estudios sobre victimología
han cobrado gran relevancia en la Criminología. Hemos aprendido mucho so-
bre la incidencia y el contexto de la violencia sexual; las estadísticas criminales
han llegado a ser más refinadas gracias a la introducción de sondeos regulares
sobre las víctimas; las técnicas de investigación criminológica así como las pers-
pectivas teóricas han sido mejoradas. Si el feminismo ha marcado el discurso
criminológico en la mayor parte de los países del continente, es, junto al Reino
Unido, en Noruega, donde existe una crimimonología feminista específica muy
pujante con, por ejemplo, el trabajo de Tove Stang Dahl sobre “Women’s Law”
(1987) y en Italia, con Tamar Pitch y su obra “Responsabilità Limitate” (1990)”88.
No hay duda de que ésta última es la parte positiva y que permite llegar a
conclusiones a través de investigaciones empíricas, sin que sea prudente dar
prioridad a especulaciones enraizadas, casi siempre, en ideologías dogmáti-
cas y, por lo mismo, cerradas.
Los trabajos, en esta orientación científico-empírica, como los llevados a
cabo, V. gratia, por autores como Colette PARENT, ponen de manifiesto que
la conducta antisocial de las mujeres posee, generalmente, una configuración
propia y que ha de huirse de estereotipos sexistas y que, desde luego, hay
que superar, por lo menos, algunos de los tradicionales axiomas positivistas,
anunciantes, por ejemplo, de determinismos perversos, generalizados en la
conducta de los delincuentes. Aquí, de las mujeres delincuentes. O que se
trate, en estas mujeres, de seres humanos distintos cualitativamente de las
otras mujeres no criminales. Sólo por esta vía, las investigaciones sobre las
mujeres podrán ayudarles a emanciparse de verdad. Y a esta forma de ver las
cosas es a lo que debe llamarse verdadero feminismo89.


88
René van SWAANINGER: Trabajo ya citado, mismo lugar, p. 70.

89
A este respecto, puede verse Colette PARENT: “Au delà du silence: Les productions
féministes sur la “criminalité” et la criminalisation de femmes”, en Déviance et Societé, Vol. 16,
84 CésaR Herrero Herrero

D. CORRIENTES CONTESTATARIAS INTERMEDIAS ENTRE LAS


TEORÍAS DE LA REACCIÓN SOCIAL Y DEL PASO AL ACTO

No nos referimos, aquí, a las concepciones estructurales de las teorías del


control y de la tensión (“Control and Strain Theories”), porque no caben en este
epígrafe. Y es que éstas, más bien, son teorías críticas específicas (St. HALL, L.
WALGRAVE, Tony JEFFERSON…). Lo mismo que acontece con las corrientes
críticas volcadas, específicamente, en impulsar un Derecho penal recortado,
mínimo, lleno de garantías en su elaboración, aplicación y ejecución, hasta
que llegue su momento derogatorio. (A. BARATTA, L. FERRAJOLI, TONY
PETERS, F. SACK…)
Se hace aquí referencia a los autores que, sin abjurar del todo de las corrien-
tes criminológicas del paso al acto, han sido conquistados, “en demasía”, por las
tesis de críticos o realistas de izquierdas y que, como veremos, su nueva postura
repercute en su aceptación, muy condicionada, de la Criminología clínica.
Existen autores, advierten A. PIRES y F. DIGNEFFE, que reparten, casi por
igual, sus críticas a ambos paradigmas. Así, al paradigma “de la Definición
Social” le atribuyen: Ignorar o menospreciar: la manera de surgir las “situa-
ciones-problemas” o la manera de hacer de los rotulados como desviados; las
consecuencias negativas de esas maneras de hacer (relaciones de poder entre
los individuos o los grupos); las políticas sociales y las relaciones de ayuda
orientadas a mejorar las condiciones de vida…
Con respecto al paradigma “del Hecho Social”, le tachan de falta de
consideración al determinar y seleccionar a los que van a ser calificados de
delincuentes; también, con relación a las consecuencias de la reacción penal
(relaciones de poder entre el Estado de una parte y el infractor y la víctima de
otra). Asimismo, con referencia a la moderación, a la mediación, a la incrimi-
nación y despenalización o en materia general de intervención jurídica.
Los mismos autores llaman la atención, sin embargo, sobre que estas des-
consideraciones se consideran demasiado puras. Que no son exactas. Que, en
todas las deficiencias preanotadas, existen grados y hasta actitudes contrarias
positivas por parte de estudiosos de ambos paradigmas. Y que, por lo mismo,
hay que tratar la cuestión con prudencia. “Que es suficiente aquí remarcar que
el paradigma del hecho social se interesa en la descripción o en el origen feno-
ménico del acontecimiento, pero deja en la sombra la manera de definirlo y
sus efectos. Que, al contrario, el paradigma de la definición bascula sobre esta
dimensión olvidada pero descuida la dimensión “factual” del conflicto”90.

3 (1992); “La contribution féministe à l´étude de la déviance en Criminologie, vol. 25, 2 (1992);
“Feminisme et Criminologie”, Les Presses de l’Université d’Ottawa, 1998.
90
Ver estos autores en Trabajo ya citado, mismo lugar, pp. 20-21.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 85

Pero existen autores que se han inclinado, de forma descompensada, en


contra de la Criminología, al haberse dejado influir profundamente por de-
terminados tratadistas de la Criminología crítica, incluso de la del “Labelling”.
Es el caso, por ejemplo, de Chr. DEBUYST, del que hablaremos más tarde, al
tratar de la personalidad criminal y del concepto de peligrosidad. De él, en
efecto, F. DIGNEFFE y Ch. ADAM sostienen que: “A fuerza de conducir sus
programas de investigación hacia las reacciones sociales y políticas, corre el
riesgo de hacer desaparecer lo humano detrás de la mecánica de las institu-
ciones. He aquí por qué es un “clínico contestatario”91.

E. TEORÍAS ONTOLÓGICO-CRIMINOLÓGICAS, DEL PASO AL


ACTO O FACTORIALISTAS

Dentro de estas teorías existe una variadísima pluralidad. Y pueden ir


desde comprensiones estrictamente positivistas de la criminalidad hasta con-
cepciones criminológicas (y son las que ahora nos interesan) que, sin rechazar
las orientaciones metodológicas del positivismo científico, admiten, o incluso
propugnan, alejar, del delincuente estadísticamente normal, o no psiquiá-
tricamente definido, toda clase de determinismos en su comportamiento.
Haciéndole, desde luego, responsable de su actividad antisocial, sin pasar
por alto, al mismo tiempo, la influencia, más o menos intensa, de las disfun-
ciones institucionales, económincas o sociopolíticas en el surgir de aquélla.
Coinciden también, aunque no sea en el mismo grado, en que la crimina-
lidad posee una dimensión entitativa u ontológica.
Todo ello quiere decir que no ha de confundirse, sin más, Criminología
factorialista con criminología positivista. Aún más. Tampoco ha de acusarse
a todas estas corrientes criminológicas de admitir, a ciegas, el concepto jurídi-
co de delito. Y, por supuesto, no todas estas orientaciones doctrinales afirman
la naturaleza patológica de la desviación gravemente antisocial o delictiva.
Reiteramos que existen, al menos en algunas de ellas, la admisión clara
de presencia (aunque no en monopolio) de factores sociales, propiciantes, im-
pulsores, del acto criminal. De tal manera que existen no pocos cultivadores
y defensores de estas teorías que perciben el acto delictivo como fruto de la
conspiración actual, en el mismo sentido, de factores psicobiológicos, psico-
morales (psicológicos en sentido amplio) y psicosociales. Ello ocurre, sin duda,
con las llamadas teorías de la personalidad criminal en sentido actual o mo-
derno. O sea, con las representadas, v. gr., por E. DE GREEFF, A. Mª FAVARD,


91
F. DIGNEFFE y Ch. ADAM: “Le développement de la crimiminologie clinique à
l’École de Louvain”, en Criminologie, Vol 37, 1 (2004) p.13.
86 CésaR Herrero Herrero

N. MAILLOUX, Marc LE BLANC, M. FRÉCHETTE, Marco STRANO…92 Y,


por supuesto, con la teoría estupendamente vertebrada y sintética de Jean
PINATEL93. (Esta cuestión, relacionada fundamentalmente con las llamadas
teorías del “paso al acto”, será abordada con amplitud, y esperemos que con
cierta profundidad, en algunas de las siguientes lecciones).
Se trata ésta, en efecto, dentro de estas últimas elaboraciones, de una cri-
minología actualizada y renaciente (recalcamos que no positivista) que su-
braya las influencias de socialización de los individuos en términos de psico-
logía y de sociología diferenciales, sin dejar fuera el influjo de las estructuras
sociopolíticas disfuncionales. Recuérdese que, hace ya tiempo, el mismo J.
PINATEL publicó uno de sus libros con el título de “Sociedad criminógena”
(primera edición, en 1971).
Otra cosa es que, como defienden algunos, sin abandonar la dimensión
individual de la delincuencia, esta teoría de Personalidad Criminal haya de in-
tegrar, tal vez, “con más convicción”, al decir de R. CARIO, los conceptos cla-
ve de la psicología social, como los de representación social y de identidad
social, a la hora de la interpretación de los comportamientos transgresivos.
Habiendo de evitar el análisis criminológico proyectado,en exceso, sobre el
acto mismo, según pretensiones de alguna sistematización reciente…94

92
Sobre esta cuestión, ampliamente, C. HERRERO HERRERO: “Explicación persona-
lista de la delincuencia (Teorías psicomorales)”, en su obra “Criminología…”, ya citada, pp.350
y ss. O en su estudio monográfico: “Delincuencia de menores. Tratamiento criminológico y
jurídico”, Edit. Dykinson, 2ª edición, Madrid, 2008, pp. 114 y ss.
93
En torno a la teoría “del paso al acto”, el mismo Robert CARIO ofrece las amplias
observaciones siguientes: “Constantemente enriquecida por los progresos de la neurofisiolo-
gía y de la sociología, la orientación biopsicológica del fenómeno criminal se expresa hoy a
través de los trabajos de la criminología del paso al acto, en algún caso reductible a la crimino-
logía clínica, rama particular de la criminología. Ella descansa sobre el principio de que el cri-
men es la respuesta de una personalidad a una situación. Los trabajos de O. KINBERG (sobre
las situaciones criminales) y de E. DE GREEFF (sobre los procesos del paso al acto) aparecen
así como los fundadores de la expresión más utilizada de esta corriente biopsicológica. Las
investigaciones de Juan PINATEL sobre la personalidad criminal se presentan como la síntesis
más seductora. La teoría que él propone, en las proposiciones siguientes, no han sido puestas
en tela de juicio en su globalidad, sino al contrario, por los criminólogos contemporáneos. En
este sentido, el criminal es un ser como los otros. Se diferencia solamente por una aptitud par-
ticular en el paso al acto, manifestando un umbral delincuencial menos elevado. Esa aptitud
es la expresión, en un plano cuantitativo, de diferencias de grado –y en algún caso de natu-
raleza– entre delincuentes y no delincuentes. En el plano cualitativo expresa no obstante la
consolidación de una estructura de personalidad descrita con la ayuda de rasgos psicológicos
específicos. Estos rasgos pueden ser reagrupados en un nudo central y en variables. (…) El
nudo central gobierna el paso al acto. (…) Las variables de la personalidad criminal dirigen las
modalidades de ejecución del acto, siendo neutrales con relación al paso del acto en sí mismo.”
(Jeunes délinquants. A la recherche…” ya citado, p.159).
94
R. CARIO: “Jeunes délinquants. A la recherche…”, ya citado, p. 160.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 87

Sin olvidar, por otra parte, que hasta las teorías interaccionistas modera-
das, que no hablan de personalidad criminal, hacen referencia a la produc-
ción, en el delincuente, de hábitos de reacción o de respuesta favorable a los
estímulos criminógenos, inducidos por los factores exógenos. Es decir, que
estamos, también, con ellas, ante interpretaciones factorialistas de la delin-
cuencia, sin excluir la cooperación consciente del individuo95. Y no sólo estas
teorías sino que, asimismo, otras versiones sobre el nacimiento del delito de-
fienden la necesidad de comprenderlo desde alguna clase de factorialidad o
etiología96. Sea de índole endógena o exógena. O de ambas a la vez. Incluso,
desde el “Conductismo” moderado, se habla del delincuente como persona
dotada de ciertos rasgos característicos. Es el caso H. J. EYSENCK. (También
lo veremos)97.

F. CRIMINOLOGÍAS DE LA ELECCIÓN RAZONABLE Y DE LA VIDA


COTIDIANA

Estamos, como ya advertíamos más arriaba, ante otra de las corrientes


criminológicas que, a partir, sobre todo, de la década de los noventa, han al-
canzado gran predicamento. Sobre todo, en las sociedades occidentales.
Parten tales orientaciones doctrinales de dos postulados básicos. El pri-
mero sostiene que el acto delincuencial es fruto de selección y elección ra-
cionales por parte del delincuente. Es decir, que el delincuente, el que está
decidido a delinquir (sea de forma próxima o predisposicional) en princio
sólo pasa a delinquir cuando el objetivo a “asaltar” es posible y se presenta,
en su conjunto, como beneficioso y rentable para el agresor. El segundo se
funda en la persuasión de que el delincuente se convierte en delincuente sin
salirse de la normalidad, que el delito es un aspecto ordinario y habitual de
las sociedades modernas. Que ha de irse a deshacer el mito de la delincuen-

95
Recordar, a este respecto, el concepto de “campo” en las ciencias sociales, introduci-
do por K. LEWIN. (Ver su obra: “La teoría del campo en la ciencia social”, Paidós, Barcelona, 1970).
96
De los ocho modelos para la comprensión de la delincuencia que V. GARRIDO
GENOVÉS enumera en su obra “La prevención de la delincuencia: el enfoque de la compe-
tencia social “ (Tirant lo Blanch, Valencia, 1995): Modelo biológico, analítico-psicodinámico
de Freud, modelo humanista, modelo sociocultural, modelo conductual, modelo cognitivo,
el informado en el denominado “pensamiento saludable” de Kendall, modelo ecológico-con-
ductual, hacen referencia directa a una base factorial (prevalentemente endógena o exógena,
según). Naturalmente, en concordancia con la comprensión ha de ir la actuación o la inter-
vención. Sobre estos modelos puede verse un buen comentario sintético en F. BUENO ARÚS:
“Nociones de prevención del delito y Tratamiento de la delincuencia”. Editorial Dykinson, Madrid,
2008, pp.32-33.
97
H. J. EYSENCK: “Ver, por ejemplo, su trabajo “Crime and personality”, Routlege,
London, 1964, pp. 67 y ss.
88 CésaR Herrero Herrero

cia como efecto de una motivación especial, de una anomalía, de una patolo-
gía, de déficits de socialización o del influjo dominante de disfunciones ins-
titucionales, públicas o privadas, de estructuras gravemente irregulares o de
circunstancias externas spsicológica y socialmente desestabilizantes. El delito
es producto, como cualquier otra tarea, del juego de las actividades interre-
lacionales rutinarias. El delito ha de ser percibido como cualquiera otra acti-
vidad que conlleva riesgo en su realización y, por tanto, ha de calcularse si es
procedente ejecutarlo. El delito no es otra cosa que la consecuencia de llevar
a cabo un resultado económico, o ventajoso, superior al riesgo negativo con
que amenaza la Ley.
De acuerdo con tales premisas, la teoría de las actividades rutinarias conclu-
ye que el delito surgirá siempre que exista un potencial infractor, un blanco u
objetivo potencial rentablemente apetecible o atractivo y que no esté presen-
te nadie capaz de impedir el ataque (policía, vigilante de seguridad, amigos,
vecinos, dueños…)98.
Lo que procede, pues, es proteger “el blanco” con vigilancia competente
y eficaz y, en su caso, con la amenaza e imposición real de castigo verdadera-
mente disuasorio y “sin contemplaciones” de falsa piedad. Castigo eficaz con
el mínimo coste posible. He aquí, pues, la Política criminal a seguir para estas
teorías.
Como antes hemos hablado de un realismo de izquierdas, ahora pode-
mos decir, pues, que también existe un “realismo de derechas”, potencia-
do, al máximo, con las políticas informadas en la denominada “tolerancia
cero”99. Con ellas volvemos, al fin y al cabo, al enfoque y rigorismo de la
política criminal penal clásica, por una parte. Y, por otra, se ha extendido

98
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A este respecto, D. K. CORNISH y R. CLARKE: “The reasoning criminal, ration-
al choice perpectives on offending”; Ed. Springer Verlag, New York, 1986. A. CRAWFORD:
“Crime Prevention and community Safety. Policies and Practices”, Ed. Longman, Harlow,
1998, pp. 68 y ss.; Marcus FELSON y Otros: “Opportunity makes the thief. Practical theory for
crime prevention”, Police Research Series, Paper 98, ed. Barry Bebb, Home Office Research,
Development and statistics Directorate, 1998; Th. Mª PACHECO DE CARVALHO: “La ocasion
hace al ladrón. La prevención de la delincuencia por medio de la prevención situacional”, en Revista
Electrónica Derecho Penal Online [en línea]. Disponible en http://www.derechopenalonline.com
99
A este respecto, sobre las doctrinas de sociólogos-criminólogos como W. J. BRATTON,
J. WILSON o G. KELLIG, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Reflexiones criminológi-
cas sobre la Ley Orgánica 5/2000, reguladora de la Responsabilidad Penal de los Menores”,
en ICADE 53 (2001)pp. 43 y ss. Sobre esta cuestión puede verse también:Emma BELL: “Le
tournant punitif. Une tentative d’explication”, en su trabajo: “L’État britannique entre le social
et le carcéral:Un étude du “tournant punitif ” de la Politique pénale neo-travailliste” (1997-
2007”, Thése de Doctorat, Université Lumière Lyon 2, 2008, pp. 146 y ss. Para ver cómo ha de
tratarse la exclusión superando la simple política criminal: J. F. MORALES y A. BUSTILLOS:
“Marginación y exclusión social: Consideraciones sociales clínicas en la España del Siglo XXI”;
en Vol. Col. “Violencia y salud mental. Salud mental y violencia institucional, estructural y so-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 89

la convicción de que el control del delito no es sólo tarea del Estado, que se
manifiesta muy limitado para atajarlo y que, por lo mismo ha de abrirse a la
cooperación con agencias de carácter privado. (De aquí, la emergencia de la
actividad expansiva de la denominada “Seguridad privada”, eje ahora con-
solidado de la prevención situacional).
Estas políticas que, en realidad, sustituyen a la “opinión” de los expertos
por visiones de alguna manera populistas, han sido recibidas con satisfacción
en Occidente, más que por la población, por las autoridades correspondien-
tes. Empezando por Estados Unidos y Gran Bretaña, pero extendiéndose
también por el resto de los grandes países de Europa continental.
David GARLAND confirma, al menos en parte, la precedente afirma-
ción cuando, al hablar de “las nuevas criminologías de la vida cotidiana”, escribe:
“Uno de los desarrollos más significativos de las dos últimas dos décadas ha
sido el surgimiento de un nuevo estilo de pensamiento criminológico que ha
logrado atraer el interés de los funcionarios gubernamentales. Con el declive
de las justificaciones correccionalistas de la justicia penal y frente al dilema
contemporáneo del control del delito, los funcionarios gubernamentales han
ido descubriendo gradualmente una afinidad electiva entre sus propias pre-
ocupaciones prácticas y este nuevo género de discurso criminológico. Este
nuevo género –que podría denominarse las nuevas criminologías de la vida co-
tidiana– ha incidido escasamente en la opinión pública, pero ha funcionado
como un soporte crucial de muchas de las políticas públicas recientes. (…)
Es posible rastrear su influencia no sólo en la estrategia responsabilizante y
en los nuevos aparatos de la prevención del delito, sino también en las re-
cientes políticas de disuasión e incapacitación penal. (…) En contraste con
la criminología correccionalista, este enfoque ya no presenta al estado y sus
agencias como si fueran los actores fundamentales e inmediatos en las tareas
del control del delito. Y en la medida en que articula una imagen del sujeto
delincuente, esta figura no es ya la del inadaptado pobremente socializado,
necesitado de ayuda, sino, en cambio, la del consumidor oportunista, cuyas
actitudes no pueden ser modificadas pero cuyo acceso a ciertos bienes socia-
les puede ser obstaculizado. (…) Del mismo modo en que estos discursos han
sido puestos en funcionamiento en estrategias de prevención acordes con las
nuevas condiciones de la modernidad tardía, han jugado también un papel
en el renacimiento de estrategias más antiguas que ignoran estas condiciones
y descansan en los poderes penales tradicionales del estado soberano”100.

cial colectiva” (Ponencias del XXIV Congreso de la Asociación Española de Neuropsiquiatría),


Asociación Española de Neuropsiquiatría, Madrid, 2009, pp.75 y ss.
100
D. GARLAND: “La cultura del control. Crimen y orden social en la sociedad contemporá-
nea”; traducción de Máximo SOZZO, Edit. Gedisa, Barcelona, 2005, pp.216 y ss.
90 CésaR Herrero Herrero

G. EL POSTMODERNISMO Y LA CRIMINOLOGÍA

Dejando, ahora, la pluralidad de significados que cabe atribuir al post-


modernismo o a la postmodernidad y fijándonos, tan sólo, en el que aquí
nos interesa, decimos que entendemos por el mismo: El actual movimiento
cultural (o subcultural, tal vez) de carácter más emotivo que intelectual, ca-
racterizado por el intento de refutar la denominada modernidad, como forma de
existencia confiada en la razón. Es, pues, una forma existencial que se presenta
como negación de la racionalidad, de la autoridad, de la tecnología y de la
ciencia, al concebir a éstas como algo inconsistente y desorientador. Se ten-
dería a equiparar, aquí, modernidad con occidentalización. Y, por lo mismo,
cultura postmoderna equivaldría a rechazo de esa occidentalización. O sea,
rechazo, consciente o incoscientemente, de las columnas en que se ha basado
la civilización occidental: La Filosofía griega (la razón), el Derecho Romano
(sociedades organizadas sobre la ley) y Cristianismo (el ser humano conce-
bido como persona, con el reconocimiento de la correlativa dignidad de la
misma).
En formulación positiva, el discurso del postmodernismo, informado
más que en Marx y Hegel, en la filosofía de Nietzsche y en el psicoanálisis
a través de Jacques Lacan, concibe a la realidad social en continua transito-
riedad de contenidos y formas, subrayando, así, el “perpetuo retorno” de lo
igual siempre en cambio. Porque, como heredero de Nietzsche, para el postmo-
dernismo no hay “verdades-base” ni, por supuesto, existe la Verdad. Hasta la
apariencia de verdad es pura máscara hurdida, en cada tiempo, por los con-
dicionamientos psicológicos y sociales de los que dominan. Esta realidad hay
que entenderla, por tanto, en clave simbólica101.
Lo que acontece en el individuo o en la sociedad como siendo diferen-
te no es más que la proyección del “juego de fuerzas”. De las dominantes
depende el criterio a seguir. Del impulso, así jerarquizado, depende hasta el
quehacer individual.
Con tanta interferencia, ni el tiempo posee una orientación lineal. El tiem-
po es pura sucesión de momentos entre sí desconectados. Sin textura orgáni-
ca entre pasado, presente y futuro. Y a esto hemos de acomodar, se quiera o
no, nuestra vida. Es decir, es inútil tratar de hacer con nuestra vida auténticos
proyectos y menos un proyecto. Sólo los momentos, cerrados en sí mismos,
tienen algún sentido. Y lo pierden cuando el siguiente llega102.

101
Sobre estas cuestiones, puede verse G. MAROTTA: “Teorie Criminologiche. Da Beccaria
al Postmoderno”; Università degli Studi di Roma “La Sapienza”, 2004.
102
A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Política Criminal
Integradora”, Ya citda, pp. 138 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 91

De acuerdo con esas premisas, escribíamos, hace algún tiempo, en nues-


tra Criminología: “Su concepción sobre el fracaso de la razón, como guía del
hombre en este mundo, lleva, a los profesos de la postmodernidad, a impugnar,
en consecuencia, la planificación, la organización, la previsión, por inútiles
y alienantes, y a cambiarlas por la espontaneidad constante, la improvisa-
ción…, la ausencia de toda clase de proyección. Hay que vivir el momento sin
inhibiciones y sin condicionamientos. Porque toda la realidad que envuelve
al hombre es sustancialmente fragmentaria, todo es relativo y hasta caótico.
Hay que desvanecer, pues, el ensueño de futuros lógicos, de la posibilidad de
conocimientos previos. Al hombre no le cabe, por ello, otra oportunidad que
embarcarse en viajes hacia ninguna parte. Y, si esto es así, es ilusorio creer que
el hombre es libre o dominador del medio que le circunda”103.
Desde tanta inconsistencia, desde tanta obscuridad, desde tan cerrado y
a la vez dinámico magma, tanto individual como social, ¿es posible poder ha-
blar en serio de cualquier clase de Criminología? Lo veremos en el Capítulo
siguiente.

103
“Criminología…”, ya citada, p.337.
Capítulo cuarto

CRISIS Y OPOSICIÓN
A LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
2º. Las teorías criminológicas
expuestas en el capítulo precedente y su afecto, o
desafecto, para con la criminología clínica
A. INTRODUCCIÓN

Una vez que hemos ofrecido, en el Captulo precedente, las correspon-


dientes corrientes criminológicas (en conjunto, quizá, las más influyentes
durante las últimas décadas), cabe hacernos ya, de forma más concreta y espe-
cífica, esta pregunta: ¿Cuáles de ellas son compatibles, y cuáles no, con los
requerimientos de la Criminología Clínica?
Con adelantamiento puede asegurarse, desde un CRITERIO general de
referencia y contraste, que parece que se puede contestar lo que sigue:
Son compatibles (y, por tanto, el resto no lo serán) aquéllas que estimen
que la persona, estadísticamente normal e individualmente considerada, es
o puede ser responsable, al menos con alguna responsabilidad subjetiva, del
nacimiento o aparición de sus propios comportamientos antisociales o delic-
tivos. Aunque, a la vez, la sociedad, por sus graves disfunciones políticas, so-
cioeconómicas, ético-culturales…, pueda y deba ser calificada de criminóge-
na al impulsar (no determinar fatalmente) a las personas a delinquir.
Desde ese enunciado, puede señalarse ya, entonces, que algunas de
aquellas corrientes criminológicas, desarrolladas en el anterior Capítulo, no
sólo fueron (y son) incompatibles con la admisión de la Criminología Clínica,
sino que, por su militancia activa contra ella y por sus planteamientos crimi-
nológicos, propiciaron el comienzo de lo que empezó a denominarse etapa o
periodo de crisis de la Clínica criminológica.
Pero pasemos, ahora, para constatarlo, a examinar, desde el CRITERIO
PREANUNCIADO, cada una de tales teorías.

B. TEORÍAS CRIMINOLÓGICAS DE LA REACCIÓN SOCIAL

Las corrientes radicales de la Criminología de la Reacción social no cum-


plen ninguna de las exigencias clave de la Criminología Clínica. Porque, se-
gún ellas, las personas que se enfrentan a las leyes penales de los poderosos
no hacen otra cosa que defenderse, justamente, de ellas. Se trata de una sim-
ple transferencia del atributo de delincuente a los sin poder, a los sin voz,
a los desprotegidos… Pero éstos no son delincuentes. Son rotulados como
delincuentes por una delincuencia que no es tal, sino que se inventa porque
96 CésaR Herrero Herrero

conviene a los intereses de los que detentan el poder (poder legal, judicial,
gubernativo o administrativo). Y si no hay delincuencia real, tampoco hay
delincuentes reales. Y si no hay delincuentes reales, sobra la Criminología
Clínica y toda clase de Criminología.
Tampoco cabe la Criminología Clínica en las corrientes críticas si, a pesar
de admitir existencia de delincuencia real, ésta es atribuida, en exclusiva y en
totalidad a disfunciones graves estructurales, sobre todo de origen socioeco-
nómico.Tampoco, aquí, es posible esclarecer el fenómeno criminal desde per-
sonas individualizadas.
Lo mismo acontece con el “realismo de izquerdas”.Y aún más, desde lue-
go, con el feminismo radical, embarcado en la revolución del igualitarismo
de los sexos. ¿Por qué? Porque, antes de dar entrada a cualquier clase de
Criminología (que, en todo caso, sería puro constructivismo), habría que llevar
a cabo dicha revolución en unión del resto de revoluciones marxistas.
Otra cosa hay que afirmar, al respecto, con relación al feminismo mode-
rado, militante de la auténtica emancipación de la mujer, orientado a recono-
cerle, en virtud de su dignidad, igual a la del varón, la misma tabla de dere-
chos. Casi siempre, ajeno (como ya hemos insinuado) a postulados fuera del
marxismo o de filosofías colectivistas, en sí mismo no es incompatible con
dicha criminología.
También sería posible, creemos, la práctica de la Criminología Clínica con
orientaciones criminológicas al modo del interaccionismo moderado (por
ejemplo, el de E. H. Sutherland, Reckless…), porque habla de presencia, en
el delincuente, por influjo de factores exógenos, de un proceso de modela-
ción de sus hábitos reactivos y, aquí, puede tener entrada dicha Criminología,
para ayudar a reencauzarlos.

C. LAS CORRIENTES CONTESTATARIAS INTERMEDIAS ENTRE LAS


TEORÍAS DE LA REACCIÓN SOCIAL Y LAS DEL PASO AL ACTO

Como ya hemos visto, existen criminólogos que aprecian deficiencias no-


tables en los dos principales paradigmas criminológicos de hoy: El “paradigma
del hecho” y el “paradigma de la definición”. Y, por ello, tratan de ir a una especie
de entente entre los mismos con el fin de comprender mejor el fenómeno de
la delincuencia. Incluso, hay autores que tratan de desembocar en un nuevo
paradigma fusionando los dos precedentes. Y hablan, en efecto, de paradig-
mas basados en el concepto de “interrelaciones sociales”, de”actores sociales”…104

104
Recuérdese, precisamente, que A. PIRES y F. DIGNEFFE han titulado un de sus es-
tudios: “Vers un paradigme des inter-relations sociales? Pour une reconstruction du champ
criminologique”, ya citado.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 97

Son éstos, precisamente, los autores que han hecho entrar en crisis, sin
negarla del todo, a la criminología clínica del “paso al acto”. Y hablan, en efec-
to, de “paradigma” basado en el concepto de “interrelaciones sociales”.
Pero no parecen negar, del todo, la participación propia del individuo en
general en el surgimiento de sus actos delictivos.
En esta orientación, es, quizá, Chr. DEBUYST el que, intensamente in-
fluenciado por algunas propuestas de cierta Psicología (sobre todo, Psicología
social) y por algunos estudios de la denominada Segunda Escuela de Chicago
(sobre todo, los de Goffman), ha pasado a efectuar una profunda revisión
de los conceptos de “estado peligroso” (dangerosité) y de personalidad criminal,
conceptos cardinales de la Criminología clínica. Pero revisar, y hasta reconstruir, no es
igual a negar, sin más, tales conceptos. Caben reconstrucciones alternativas. Como
dice el mismo PIRES, sobre el precedente autor, sus críticas a las nociones de
de peligrosidad y de personalidad criminal tienen una finalidad. “Persigue
una reflexión con vistas a consolidar una orientación de psicología clínica
preocupada por el respeto y la emancipación de todos los sujetos. Esta clínica
no debe estar a merced de los sesgos introducidos por la ideología penal y
debe estar en condiciones de neutralizar las tentaciones reduccionistas que
afectan al problema de la “criminalidad”105.
Con estas corrientes contestatarias sí podría ser factible la Criminología
Clínica. Si bien, más o menos profundamente renovada y reorientada.

D. TEORÍAS ONTOLÓGICO-CRIMINOLÓGICAS, DEL PASO AL ACTO


Y FACTORIALISTAS

Dentro del amplio abanico que forman estas corrientes criminológicas,


que coinciden, fundamentalmente, en considerar la delincuencia como algo
real (factual) y con base etiológica ambivalente (factores endógenos y exó-
genos) es, aunque todas ellas admiten de alguna manera la función de la
Criminología clínica, la denominada Criminología del “paso al acto” la que
representa mejor, en la actualidad, esta actividad clínica criminológica, des-
colgada YA, entre sus principales valedores, del determinismo positivista.
Hablamos, efectivamente, en este último supuesto, de la corriente del
paso al acto encarnada dentro del ámbito de la denominada personalidad
criminal en sentido moderno. Se trata de una versión criminológico-clínica
que, al examinar los rasgos o trazos componentes de dicha personalidad, no
pasa por alto que pueden haber cristalizado no sólo en virtud de factores psi-

Alvaro PIRES: “Des signes d’un renouveau en criminologie?”, en editorial de la re-


105

vista Criminologie, vol 25, 2 (1992) pp. 10-11.


98 CésaR Herrero Herrero

cobiológicos y psicomorales, sino también por influencia (incluso principal)


de factores psicosociales y hasta situacionales. Pero, aún más. Que los rasgos
componentes de la personalidad criminal lo son no porque sean específicos
de los delincuentes (pues se dan también en los no delincuentes) sino por-
que, en aquéllos, sobrepasan (en grado) la media.
No hay por qué reducir, por tanto, esta teoría del “paso al acto” a ba-
ses biológicas o psicológicas. (Recuérdese, una vez más, que el mismo Juan
Pinatel hablaba de sociedad criminógena). Y que, por lo mismo, no cabe ne-
gar que, en la configuración de la personalidad criminal, estén siempre, o
muy a menudo, influyendo contextos y situaciones de procedencia exterior.
Desde ese punto de vista son interesantes las reflexiones “ad hoc” del
profesor venezolano A. E. GONZÁLEZ SALAS: “En apoyo a la teoría de que
las conductas delictivas son producto de aprendizaje es importante destacar
las condiciones bajo las cuales se desenvuelve el individuo a lo largo de su
desarrollo evolutivo; es decir, el medio ambiente familiar, escolar, las relacio-
nes con sus vecinos y amigos. Por esa razón la teoría del Paso al Acto hace
mucho énfasis no sólo en los componentes de la personalidad criminal des-
tacados por Pinatel, sino además en las situaciones específicas del entorno
inmediato del individuo. Ello intentaría explicar, desde el punto de vista del
llamado “estado peligroso”, por qué unos llegan al acto delictivo en tanto que
otros, sometidos a las mismas condiciones de estimulación, no acceden a él
(condicionamiento operante)”106.
La producción del delito, el paso al mismo, por parte del delincuente no
psiquiátricamente definido, es fruto de la interrelación entre su mundo in-
terior y el mundo exterior que le circunda. Éste, en todo caso, interpretado,
aquí y ahora, por el sujeto activo desde su “universo” interior. No tendría
sentido, por ello, que la Criminología Clínica, exploradora del fenómeno cri-
minal desde una plataforma individual, la de la persona concreta, eludiese,
en su examen, la dimensión sociológica de la misma. No cabe, tampoco, si se
pretende llevar a cabo clínica criminológica, prescindir de la aportación de
esta persona singular a su hecho delictivo. Si el ser humano concreto no cola-
borara activamente en el paso al acto delincuencial, las disfunciones, desajus-
tes etc., del arco económico-político, socio-cultural…, descansarían indefini-
damente en el limbo de la ineficacia. También, con respecto a la desviación o
a la delincuencia. ¿Cómo, entonces, tratar de explicar razonablemente este
fenómeno sin atender al mundo interno del actor?107

106
A. E. GONZÁLEZ SALAS: “Consecuencias de la prisionización”; en revista Cenipec,
20 (2001) p. 9 del estudio.
107
A este respecto, puede verse la amplia nota (1) de la pág. 365-366 de mi “Criminología.
Parte General y Especial”, ya citada.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 99

Nosotros creemos, desde luego, que esa vertiente sociológica está ya in-
corporada, al menos implícitamente, en la teoría del paso al acto, sistemati-
zada por PINATEL y preconizada `por E. De GREEFF. Si bien, sin ir tan lejos
como los que acabamos de denominar, en el apartado anterior, “contestata-
rios” de esa corriente.

E. LAS CRIMINOLOGÍAS DE LA ELECCIÓN RAZONABLE Y DE LA


VIDA COTIDIANA

Como ya hemos advertido, para estas teorías el delito es algo que aparece
dentro de las coordenadas de la vida social normal. Como efecto, más bien,
de la falta de control social adecuado, que como fruto de déficit de socializa-
ción y privación de los delincuentes.
La delincuencia, pues, no dejaría de ser un aspecto rutinario, común a
las sociedades modernas, perpetrada por individuos perfectamente norma-
les. Individuos que acceden al delito por motivos de rentabilidad económica
o por otras clases de gratificación, según fuere la naturaleza del bien social
quebrantado.
El mejor antídoto contra esa realidad, pues, habría de ser el representado
por medios de control basados, desde el primer momento, en la retribución
y en la disuasión penal correspondiente (“tolerancia cero”) y practicando, de
forma simultánea, las técnicas de la prevención situacional.
Si la delincuencia se produce cuando el delincuente, persona normal (sin
déficits específicos) percibe la actividad delictiva como un negocio rentable,
¿entonces para qué hablar, vendrían a decir, de clínica criminológica? Habrá
que hacer frente al delito con instrumentos que no lo hagan apetecible.
Claro que ese planteamiento aparca una interrogante básica: ¿Por qué,
ante la misma atracción y rentabilidad de los objetivos, unas personas de-
ciden delinquir y otras no? ¿No será por la presencia, en ellas, de distin-
tas motivaciones, factores impulsantes o causas? ¿Tanto endógenas como
exógenas?

F. EL POSTMODERNISMO Y LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

Lo insinuábamos más arriba. Con las premisas del postmodernismo puro


es imposible hablar no ya Criminología clínica, sino de Criminología en gene-
ral. Imposible hacer ninguna clase de ciencia desplazando a la razón.
La verdad es que, desde las posiciones más genuinas del postmo-
dernismo, no se ha superado, en este campo, la mera actitud destructiva.
Precisamente, desde estas posiciones, se ha venido haciendo referencia a la
100 CésaR Herrero Herrero

necesidad de acudir “a la deconstrucción” de la Criminología nacida de la


“modernidad”.
Reiteramos que no es posible una criminología, al menos científica, don-
de los individuos, en solitario o en interacción, dicen encontrarse desorien-
tados y descentrados por su constante, incoherente e incontrolable cambio.
Y, por si fuera poco, donde el libre albedrío y el determinismo o fatalidad
se cruzan, presintiéndose el caos. ¿Cómo explicar, así, con alguna lógica, el
fenómeno delictivo, sea en un plano general o individual? ¡Si lo que ahora es
delito, al siguiente instante no lo es…!108

G. LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA EN LA ACTUALIDAD TRAS SU


COYUNTURA ADVERSA

1º Planteamiento de la cuestión
En conexión con todo lo que acaba de exponerse, cabe también, aquí,
interrogarse: ¿Pero cuál es el estado de la Criminología Clínica en la
actualidad?
¿Se atribuye, hoy, algún papel destacado, dentro del campo crimino-
lógico, a la Criminología Clínica? ¿Ha resistido los vaivenes de los cultiva-
dores de las “criminologías” de la reacción social? ¿Ha reaccionado ante las
dubitaciones de sus contestatarios salidos del umbral de la propia casa, fas-
cinados, en demasía, por planteamientos extraños a esta clase de orientación
criminológica?
Hemos de partir, en efecto, que, desde la década de lo sesenta, la
Criminología clínica empezó a recibir pluralidad de “desaires” por parte, so-
bre todo, de las más características criminologías de la reacción social y otras
orientaciones afines. Abel TÉLLEZ AGUILERA las sintetiza de la manera si-
guiente: “Así se le criticó la escasa relevancia que otorga a los aspectos sociales
de la criminalidad, discriminados a favor de los biológicos y psicológicos, su
insuficiencia para planificar una política criminal, al estar centrado su objeto
de estudio en la personalidad de cada delincuente; los excesos y fracasos de
las tablas de predicción; el desinterés prestado por los procesos de atribución
del rol de delincuente, la imposibilidad de formular teorías explicativas ge-
nerales, la falta de validación empírica de los resultados alcanzados con el
tratamiento y el maniqueo uso del concepto de peligrosidad. Todo ello, unido
a los peligrosos de identificar al delincuente con un enfermo, llevó a que la
Ciriminología Clínica cayera, ya en los años noventa, en una profunda crisis,

Sobre este particular, A. SERRANO MAÍLLO: “Introducción a la Criminología”,


108

Edit. Dykinson, 4ª edición, Madrid, 2005, p. 487.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 101

irrumpiendo en la práctica penitenciaria una nueva concepción de los pro-


gramas tratamentales más próximos a la Psicología cognitiva y al realismo
criminológico”109.
¿Qué decir de esta larga lista expositora de tan notables imputaciones?
Vayamos por partes en la respuesta. Empezando por las objeciones que cree-
mos de más envergadura.

2º Respuesta a las objeciones de mayor importancia:

— En torno a la escasa relevancia concedida a los aspectos sociales de la


criminalidad
Ya hemos dicho que la Criminología del “paso al acto”, la más represen-
tativa de la Criminología Clínica durante todas estas décadas, nunca negó la
posible influencia de los aspectos sociales en el nacimiento del delito en los
delincuentes concretos. Lo que sucede y sucedía es que esta corriente crimi-
nológica creía y cree en la singular identidad (única e irrepetible) de cada ser
humano. Y, por lo mismo, de cada delincuente. Por lo mismo, no en todos los
delincuentes han de confluir de forma necesaria los mismos factores o con
la misma prevalencia en el supuesto, posible, de convergencia. (Ello ha de
ser constatado en cada individuo, porque el hombre no es sólo sociología,
sino también, al menos, biología y psicología. Integrante ésta de inteligencia,
razón, conciencia, libertad, sentido del bien y del mal…). En las teorías de la
reacción social, de cuño colectivista, los seres humanos están hechos en serie.
De aquí que se dictamine “a priori” que el delito es hijo de la atribución social
o de las disfunciones sociales.

— Sobre la insuficiencia para planificar una política criminal


Si la objeción se refiere a una planificación general de política criminal,
es evidente que la Criminología Clínica es insuficiente. Pero ello es algo a lo
que esta clase de Criminología no debe aspirar. Entre otras cosas porque se
trata de una Criminología especializada. Mas es evidente que sí puede y debe
servir para ser base de políticas selectivas y cualificadas. Porque, para los que
estamos persuadidos de la singularidad, de la identidad única de cada ser hu-
mano, ¿cómo llevar a cabo, por ejemplo, de forma razonable, una política cri-
minal judicial fundada en la individualización de las penas (única forma justa
de imponerlas) sin acudir a los medios de la Criminología Clinica? Y puede
decirse lo mismo en orden a la clasificación de los delincuentes ya senten-
ciados, o para la elección del lugar de cumplimiento penal, etc. etc. Tampoco

109
A. TÉLLEZ AGUILERA: “Criminología”, ya citada, p.376.
102 CésaR Herrero Herrero

puede olvidarse un dato que, para aquí, puede considerarse esclarecedor: el


de que se estima por no pocos expertos (v. gr. trabajos de Moffitt, de 1993, o
Tremblay, 2000) que alrededor del 50 al 70 % de los delitos cometidos son per-
petrados por un 6% de delicuentes reincidentes. ¿No hay campo, aquí, para
una política criminal (selectiva) informada desde la Criminología Clínica?
Por lo demás, naturalmente que, si una de las funciones de la Criminología,
entre otras afines, es informar la política criminal, ella puede y debe centrarse
en la personalidad del delincuente, epicentro complejo del comportamiento
gravemente antisocial. Y habrá que recordar (lo veremos detenidamente en
su momento) que los trazos del concepto de personalidad criminal, diseña-
dos por Pinatel han sido verificados y ampliados incluso, empíricamente, por
pluralidad de investigadores110.

— Respecto a la imposibilidad de formular teorías explicativas generales


Ni le es posible ni debe intentarlo, porque no es esa su función. Pero des-
de esta perspectiva no hay duda que sus resultados pueden concurrir a con-
firmar o desmentir, a ese respecto y al menos en parte, las conclusiones de la
criminología general. ¿O es que la Criminología General es infalible y plena-
mente eficaz?

— Por lo que atañe a la falta de validación empírica de los resultados alcanza-


dos con el tratamiento y el maniqueo uso del concepto de peligrosidad
En primer lugar, decir que si apenas ha existido tratamiento (tratamiento
científico)y, por lo tanto, ha sido parco el campo donde validar. Y el poco que
ha existido (en España, puede decirse que ha sido aún más escaso y efímero)
se ha llevado, en general (por falta de exigencias de esfuerzo y por escasez de
medios reales y personales) al margen de todo seguimiento. Lo que no quiere
decir que éste no pueda realizarse. (Pero sobre esta institución del Tratamiento
y sobre el concepto de Peligrosidad volveremos,” in extenso”, en el momento
oportuno).

Así, por ejemplo, J.C. HERAUT: “Le concept de personnalité criminelle à l’épreuve
110

du Rorschach. Essai de validation et d’opérationnalisation clinique”, Thèse, Université de


Bordaux II, 1989. An. Mª FAVARD: “Operationnalisation et validation du modèle clinique de
personnalité criminelle”, Ed. Ronéo,
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Bayonne, 1984. Y Marc LE BLANC ratifica que sus in-
vestigaciones sobre la personalidad criminal (solo o con otros autores como M. Fréchette) no
invalida la cocepción pinatelista, sino que la fortalecen perfeccionándola, habiendo utilizado
una gran variedad de métodos (metodología comparativa, metodología correlacional o esta-
dística, metodología tipológica longitudinal…) (Marc LE BLANC: “La Criminologie clinique,
un bilan…”, ya citado; Marc LE BLANC y M. FRÉCHETTE: “Le Syndrome de personnalité
délinquante”, en Revue Internationale de Criminologie et P. T., 2 (1987)pp.140 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 103

— En relación al desinterés prestado por los procesos de atribución del rol de


delincuente
Ello ha sucedido porque, por razones pragmáticas, la criminología ge-
neral ha hecho descansar su concepto de delincuente en el Derecho pe-
nal. A la criminología Clínica, que ha de usar, ordinariamente, el saber de
la Criminología general, difícilmente le cabe otra salida. Aunque se puede.
Nosotros lo hemos intentado en nuestra obra “Criminología”…111
Pero, ¿con qué autoridad pueden echar en cara, a cualquier otra corriente cri-
minológica, sobre la afirmación de la presencia real de delito y delincuente, las cri-
minologías que niegan su existencia o tienden a negarlo, partiendo de un “a priori”
puramente ideológico ?

3º Respuesta a algunos aspectos, arriba mencionados y que estima-


mos de relevancia menor, pero también importantes
Decimos lo que sigue.
La afirmación sobre la identificación del delincuente con un enfermo es ganas,
a estas alturas, de marear. No conozco a ningún criminólogo relevante que
hoy sostenga esto. Es obvio, por lo demás, que en la Criminología moderada
o centrada de hoy se hace referencia, cuando procede, a infractores psiquiátri-
camente definidos. Y, en cuanto a los excesos y fracasos de las tablas de predicción,
habrá que decir que, a pesar de los esfuerzos, como veremos, que se han ve-
nido realizando en este campo para perfeccionarlas, se seguirá con aciertos y
errores. Pero esto ocurre en todas las ciencias empíricas del comportamiento.
Así son las denominadas “Ciencias del hombre”.

4º Entonces, tantas críticas excesivas, ¿ a dónde han conducido a estas


teorías de la reacción social? Por otra parte, ¿en qué estado queda-
ba, al final de la década de los noventa, la Criminología Clínica?
Por lo que corresponde al primer extremo, puede afrimarse, desde luego,
que:
No es extraño que las criminologías críticas (radicales o no) empezasen
a entrar en profunda crisis hacia la década de los ochenta. No muchos años
después de su surgimiento. (Aunque sin negarles, más bien por reacción po-
sitiva de los sometidos a crítica, algunos logros). Las razones de esa entrada
las resume muy bien Van SWAANINGEN: “Una razón interna importante de
esta crisis está en que ni el proyecto empírico ni el desarrollo de un programa

111
C. HERRERO HERRERO: “Criminología…”, ya citada, págs. 191 y ss.; págs. 201 y ss.
104 CésaR Herrero Herrero

alternativo se habían puesto en marcha de forma conveniente. En lugar de


precisar (dé-réifier) la noción etiológica del crimen o de comprometerse en
una seria investigación sociológico-crítica, los criminólogos críticos se confi-
naron largamente en pro de una demostración de su indignación moral res-
pecto al campo de la desigualdad social y de la explotación y han reiterado,
con exceso, su propia ideología. El acento era demasiado negativo. Existen
diversos factores que destacan en la crisis analítica de la criminología crítica:
el sectarismo; las desilusiones a propósito de las teorías de la delincuencia, la
apuesta única contra el poder, en relación con la desviación; el rechazo a tra-
tar las cuestiones positivistas y estadísticas, la descripción del Derecho penal
en términos de represión y de disciplina (antes que mostrarse como defensor
de las clases bajas; el mensaje de que nada funciona en ámbito de las refor-
mas penales (nothing Works)”112.

   Por otra parte, ¿en qué estado quedaba, al final de la década de los
noventa, la Criminología Clínica, sometida a tan dura prueba?
Precisamente, cuando, sin salir de la década de los ochenta, esas
Criminologías de la Reacción Social entraron en crisis, la Criminología
Clínica empezaba a renovarse113. Decidida a cumplir mejor sus funciones.
(Como hemos visto, siempre necesarias, a pesar de sus detractores, situados,
con frecuencia, en perspectivas ideológicas dogmáticas. En torno al hombre y
en torno a la sociedad).
Gran parte de los más conspicuos partidarios de la Criminología clíni-
ca aceptaron, constructivamente, el reto. Y, por ejemplo, no parece que hoy:
a) No estén dispuestos a acoger las aportaciones bien fundadas de las cien-
cias empíricas del comportamiento que no contradicen, si no al contrario, los
postulados de las antropologías humanistas, que afirman la identidad y res-
ponsabilidad única e intransferible de cada hombre. Ello, al estar constituido,

R. Van SWAANINGER, trab. ya citado, p. 66.


112

Ver, por ejemplo, el estudio de R. OTTENHOF y de An. Mª FAVARD: “Criminologie


113

Clinique. De la crise au renouveau”; en Revue de Science Criminelle et Droit Pénal Comparé,


1989, pp. 802 y ss. Y, diez años antes, J. FRANÇOIS, por ejemplo, abogaba por una clínica al-
ternativa en medio carcelario, sin renunciar, de ninguna manera, a esta clase de Criminología,
porque decía: “Pensamos que es posible de sostener en medio penitenciario una práctica clíni-
ca de asistencia a los detenidos a pesar de las dificultades y los riesgos que comporta una em-
presa semejante. Los análisis de la criminología y de la sociología radicales, los trabajos como
los de Foucault, las investigaciones evaluativas sobre la eficacia del tratamiento penitenciario,
invitan a los clínicos y a los trabajadores sociales a adoptar una perspectiva crítica con relación
a su práctica. Ellos no conducen necesariamente a los que comparten estas críticas a renunciar
a toda forma alternativa de práctica social y clínica en medio penitenciario.” (“Pour une clini-
que alternative en milieu carcéral”, en Déviance et Societé, Vol. 3, 2 (1979) p.178.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 105

específicamente hablando, por aquellos elementos que fundan su inviolable


dignidad: inteligencia espiritual, razón, libertad, conciencia y capacidad para
discernir el bien y el mal. Sin ignorar, eso sí, que, en su comportamiento, el ser
humano se halla siempre condicionado (generalmente, no determinado) por
factores y contextos tanto individuales como sociales. (Éstos últimos, tanto
informales como públicamente institucionales). b) Que, por las mismas razo-
nes, a la hora de señalar los trazos de personalidad criminal, tales autores
no se esfuercen por indagar, con rigor e imparcialidad, en qué medida son
reales y en qué medida pueden ser atribuidos en virtud del influjo de ópti-
cas contaminantes, ajenas a la verdadera investigación. El criminólogo clí-
nico sabe actualmente más que nunca de la imposibilidad de prescindir de
los conocimientos “ad hoc” de las ciencias sociales114. También, que no debe
admitir, por prejuicios o sistema, variantes sesgadas en sus conclusiones.
No es ilusorio afirmar, pues, que al margen del empleo deficiente en la
práctica de esta Criminología (insuficiente, sobre todo, por razones de falta de
medios reales y personales) sus verdaderos cultivadores, atentos a los avances
científicos, y tratando de incorporarlos a ella, la mantienen vigente. Y es que,
como afirma G. PICCA, esta criminología “constituye primero un interesante
instrumento de investigación (tests, cuestionarios de personalidad, etc…). y
permite, gracias a este instrumento, analizar en profundidad el paso al acto,
la personalidad del sujeto, proceder a las investigaciones de los sujetos que
puedan presentar signos de intervenir en el proceso de delincuencia y por lo
tanto sean considerados como individuos de riesgo.” Añadiendo el mismo
autor: “…Que se puede ir más allá y evaluar el comportamiento criminal en
términos de vínculos más o menos distendidos con los diferentes medios so-
cializadores (T. HIRSHI-“Causes of Delinquency”- California Press, 1969)”115.
Hoy, incluso, existen trabajos de especialistas contrastados que tratan de
poner de manifiesto el prometedor futuro que la Criminología Clínica está
llamada a tener de la mano de las ciencias biomédicas en colaboración im-
prescindible, desde luego, con las ciencias empíricas de la conducta.
Así, René CARBONNEAU, ilustre investigador en el Departamento de
Medicina Genética (Facultad de Medicina) de la Universidad de Montreal, no
hace mucho ha escrito:

114
En este sentido, y como advertencia, es asumible la preocupación de Chr. DEBUYST,
cuando reitera que se ha de tener presente, en el proceso investigativo, “la perspectiva penal y
los sesgos que ella impone a la perspectiva clínica” porque si se dejan entrar, en el examen clí-
nico, “trazos de personalidad como la agresividad, la insensibilidad afectiva, etc.,” podrían ser
determinados por su influencia. Lo mismo que podría ocurrir con otras variables situacionales.
(“Le concept de personnalité dangereuse consideré comme expresión d’un point de vue”, Edit. Médicine
et Higiene, Genève, 1980, pp. 27 y ss.)
115
G. PICCA: “La Criminología Clínica:Evolución y perpectivas”, en Eguzkilore, 7 (1993) p.184.
106 CésaR Herrero Herrero

“¿En qué se diferenciará la Criminología Clínica de los próximos decenios


de la que hemos conocido en el curso del siglo XX? Los resultados fascinan-
tes de estudios multidisciplinares recientes sugieren que la comprensión y
el tratamiento de la delincuencia y de la criminalidad, como la de las enfer-
medades mentales, están en el alba de cambios importantes (Collins,2004;
INSEM y Quirino, 2005). Desde luego, un consenso emerge ahora en la
comunidad científica, según el cual los comportamientos delincuenciales
son el resultado de causas múltiples y complejas que un modelo teórico
simple o unidimensional no puede explicar (Wasls y Ellis, 3003; Carey y
Gottesman, 2006; Rutter et al., 2006; Tremblay, 2006). Somos optimistas
por ver, a la luz de los conocimientos conseguidos por la investigación, que
los antagonismos primarios entre paradigmas ceden su lugar a modelos
integradores de las diferentes dimensiones que caracterizan al individuo.
El reduccionismo, sea biológico, psicológico, medioambiental o social, va
en contra de las conclusiones de la investigación científica multidisciplinar
de los últimos años (Cairos, 1996; Pallone y Hennessy, 2000; Lahey et al.,
2003; Staff y Susman, 2005b). Al contrario, la perspectiva bio-psico-social
se impone a la vista de los últimos decenios de investigación, versante so-
bre el comportamiento antisocial. Los progresos tecnológicos ayudan, no-
sotros estamos ahora capacitados para verificar hipótesis precisas sobre la
influencia de factores genéticos o biológicos específicos y de modelizar, en el
interior de un mismo análisis, las interacciones de estos factores con ciertas
dimensiones que actúan a diferentes niveles del medio-ambiente familiar o
social y en diferentes periodos de desarrollo (Moffitt et al., 2005). Teniendo
en cuenta la naturaleza misma de estos diferentes factores y los conoci-
mientos alcanzados por los estudios longitudinales que muestran la evolu-
ción del fenómeno de la delincuencia a través del conjunto del desarrollo,
parece indudable que un cuadro evolutivo sea la base de la investigación y
de la intervención en criminología clínica”116.
Desde todo lo que acaba de exponerse, no es de admirar que, al me-
nos muchas de las Facultades o Escuelas Superiores de Criminología, de las
Universidades que han venido tradicionalmente cultivando e impartiendo
Criminología Clínica, sigan haciéndolo en nuestros días117. (Volveremos sobre
esto).

116
R. CARBONNEAU” “Les enjeux à venir pour la criminologie clinique: approche
développementale et intégration avec les sciences biomédicales”, en Criminologie, Vol. 41, 1
(2008) n.33 (Conclusión).
117
Es el caso del Centre de Recherches Criminologiques de la Faculté de Droit/École
des Sciences Criminologiques de la Université Libre de Bruxelles (ULB). Ver amplia informa-
ción en Documento colgado en http://www.ulb.ac.be/rech/inventaire/unites/ULB067.html; o en
la Universidad de Montreal, Faculté des Arts et des Sciences, Baccalauréat en Criminologie,
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 107

Y no puede pasarse por alto que tanto los instrumentos jurídico-doctrina-


les de algunas Organizaciones Internacionales, como los de Naciones Unidas,
asumen, de forma activa, cómo el Tratamiento científico (que es casi lo mismo
que decir Criminología Clínica)ha de estar a disposición de los internos. Y lo
mismo cabe decir con relación a los ordenamientos penal-penitenciarios de
la mayoría de los Estados Sociales y Democráticos de Derecho. (Pero esto lo
vamos a ver también de forma amplia en lugar oportuno de esta obra).
Entonces, podemos dar por constructivas las observaciones de RODRÍGUEZ
MANZANERA cuando afirma: “Es indudable que la Criminología Crítica (con to-
das sus modalidades, exageraciones y variaciones), ha sido de un gran valor, pues
obligó a los clínicos a revisar sus fundamentos y sus limitaciones, y a comprender
mejor el contexto en el cual deben desarrollarse.
No obstante las críticas, se le reconocen a la Criminología Clínica aportes
valiosos y significativos, entre ellos, según Hilda Marchiori:
•  El respeto al individuo, a su individualidad, a su historia.
•  El diagnóstico y tratamiento individualizado; en una sociedad y cul-
tura masificadas, la Criminología Clínica atiende, trata y ayuda al in-
dividuo único, distinto de los demás, que presenta una particular y
determinada historia y mirada existencial.
•  Es un enfoque humanista sobre una problemática como la delincuen-
cia sumamente compleja.
•  Estudia y analiza la personalidad en todos sus aspectos, integrada a la
estructura familiar, al medio social.
•  Estudia y profundiza uno de los aspectos de mayor enigma social y
cultural como es el “paso al acto delictivo”118.

juin 2009 (http://www.etudes.umontreal.caindex_fiche_prog/106510_desc.html; en Italia, en Verona


(http://www.sipsiveneto.org/1/master_ed_eventi_nazionali_1274592.html; etc. etc.
118
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citado, p. 60. La obra de
Hilda MARCHIORI, a que alude este autor, es: “Criminología. Teorías y pensamientos”; Edit.
Porrúa, México, 2004, p. 42.
Segunda parte

CONCEPTOS
BÁSICOS O CARDINALES ESPECÍFICOS
DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
Capítulo quinto

EL “ESTADO PELIGROSO”,
CONCEPTO CARDINAL DE LA
TRADICIONAL CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

No es nada sorprendente que, a finales del siglo XIX, en plena eclosión del
Positivismo, como filosofía y como metodología científica, el área específica del
fenómeno criminal se separase, de forma muy clara, de los postulados que, has-
ta entonces, venían imponiéndose en el campo del Derecho Penal (a través de
la Escuela Clásica). Esta Escuela exponía la realidad del delito como producto,
casi en exclusiva, de la libertad de la persona (el delincuente delinque, sin más,
porque quiere). Además, en ella, estaba casi ausente toda referencia a cualquier
clase de etiología delictiva que no fuese el libre albedrío. El Positivismo, por su
parte, venía hablando de determinismo en la acción del delincuente y de plu-
ralidad de causas que impulsaban a éste, fatídicamente, a ella119.
Por eso, E. FERRI se dirigía a los cultivadores de esa Escuela, recriminán-
doles que no daban con la solución de la delincuencia, entonces en constante
aumento, porque acontecía que “no preocupándose en conocer científica-
mente la realidad humana y las causas de delincuencia, no les era posible
indicar los remedios adecuados”120.
Sucedía, en consecuencia, que, si el ser humano no era libre y, sin embargo,
unos cometían delitos (actos gravemente antisociales) y otros no, ello tenía que
ser debido a factores que actuaban dentro del hombre o a su alrededor (influyén-
dole), tanto de carácter endógeno (antropológicos), como físicos y sociales, que le
convertían, así, en destacadamente peligroso para pasar a la actividad criminal.
Su condiscípulo, Rafaelo GAROFALO (ambos discípulos coetáneos de
C. Lombroso), desde factores prevalentemente morales y psicológicos, acen-
tuaba, bajo perspectiva criminológica, la intensidad de la existencia, en el de-
lincuente, o en el que, de forma próximamente virtual, estaba destinado a
serlo, de ese atributo: la temibilità (peligrosidad cualificada de acceder a la con-
ducta delincuencial)121 y que, dentro de unos momentos, veremos, más exacta-
mente, qué entendía por ella.

119
A este respecto, C. HERRERO HERRERO: “España Penal y Penitenciaria, Historia y
Actualidad”, ya citado, pp. 238-241.
120
E. FERRI: “Principios de Derecho criminal”, Madrid, 1933, p. 355.
121
Marcela PARADA GAMBOA parece considerar, sin embargo, la temibilità consecuen-
cia de la peligrosidad. Y así dice: “Si Ferri inauguró el concepto de peligrosidad, con Garófalo
114 CésaR Herrero Herrero

De todas las maneras, lo que sí parece claro es que, en este positivismo


jurídico y criminológico, el concepto de peligrosidad era tan trascendente
que venía a ocupar el puesto del concepto de culpabilidad (responsabilidad
moral) de la Escuela Clásica de Derecho Penal. No existía, según aquél, aun-
que lo defendía dicha Escuela, libre albedrío, y, por tanto, no cabía castigar al
que cometía acciones antisociales.
Para FERRI, a la peligrosidad debían seguir, como defensa social, medidas
de seguridad frente al infractor. Medidas de seguridad que habían de encau-
zarse, enfrentándose a las causas de la peligrosidad, para neutralizar, si era
posible, al peligroso, y así procurar su adaptación social (Ferri, y sus “sustitu-
tos penales”)122.
Sobre este particular, nos parecen acertadas las observaciones de R.
ZAFFARONI: La consecuencia más importante que extrajo FERRI para su
discurso jurídico fue la de que la función del sistema penal debía ser la de-
fensa social llevada a cabo mediante “medidas”, nombre con el cual rebauti-
zaba a las penas y les ocultaba su carácter doloroso y sus límites que no debía
reconocer otro criterio limitativo que la “peligrosidad del autor”. Como esta
peligrosidad era natural y podía reconocerse antes de que el sujeto cometiese
cualquier delito, era posible imponer estas penas sin necesidad de esperar la
comisión de un delito, lo que generó todo un movimiento de leyes de “peli-
grosidad sin delito” aplicadas arbitrariamente a cuanto marginado fuese con-
siderado como fastidioso o incómodo”123.
GAROFALO, Magistrado de profesión, se manifestaba, sin embargo, me-
nos benigno que FERRI. Afirmaba, en efecto, estar harto de tanta condescen-
dencia con los criminales, por parte de sus colegas, y propugnaba una muy
fuerte represión. Que no fueran moralmente culpables era lo de menos. El sis-
tema de justicia penal debía seguir ahora otros derroteros: los cauces y prin-
cipios de la biología. Y, en consecuencia, escribe: “Es un principio de biología
que el individuo desaparece tan luego como sus imperfecciones le impiden
soportar la acción del medio ambiente. La diferencia entre el orden biológico
y moral está en que, en el primero, la selección tiene lugar espontáneamente,
por la muerte de los individuos que carecen de aptitud; en el segundo, como

apareció el concepto de temibilidad del delincuente. Esta doctrina de la temibilidad constante y


activa del delincuente permitió predecir el mal que de él podía esperarse. Mezclando la concep-
ción de defensa social ferreriana, decía que se teme a alguien porque ese alguien es peligroso y,
por tanto, la temibilidad es consecuencia de la peligrosidad.” (“La criminología italiana durante
el siglo XIX: su consolidación y sus autores”; en Revista Electrónica Derecho Penal Online` [en
línea], disponible en http://www.derechopenalonline.com; p. 5 del estudio.
122
E. FERRI: “Sociologia Criminale”, ya citada, pp.466 y ss.
123
R. E. ZAFFARONI: “Criminología. Aproximación desde un margen”, Edit. Temis,
Bogotá, 1988, p. 166.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 115

el individuo es apto para la vida y no puede vivir fuera del medio social, al
cual, sin embargo, no puede adaptarse, la selección debe tener lugar artificial-
mente, es decir, mediante el poder social, que debe obrar del mismo modo
que la naturaleza en el orden biológico”124.
Estas ideas, las desarrolla en la Parte Tercera de su “Criminología”, donde
claramente concibe la represión de que habla desde la marginación total del
infractor hasta su eliminación física.
Después de lo expuesto, parece obvio que, si el delincuente llega a la de-
lincuencia por su estado de peligrosidad, el concepto de estado peligroso se
convierta en gozne, en quicio, de la Criminología Clínica que, entonces em-
pezaba a andar, pues parecía la única manera de descubrir ese “estado” y su
intensidad, y a determinar sus causas (como ha de hacer cualquier clase de
ciencia experimental o empírica) y así hacerle frente.
El inconveniente, trascendente, de esta concepción criminológica era,
pues, el negar “a priori”, ponerse de lado, o pasar por alto, el libre albe-
drío del delincuente. O lo que es lo mismo, aferrarse al determinismo de su
comportamiento.
Con todo, sus orientaciones ETIOLÓGICAS duran hasta nuestros días.
Si bien, ahora generalmente huyendo de atribuciones diferenciales ontoló-
gicas entre los que poseen y no poseen tal peligrosidad. Y, desde luego, sus
pretensiones de esclarecer el fenómeno delincuencial tan fácilmente ya han
perecido.
Es preciso, por tanto, tener en cuenta lo que, hace mucho tiempo, comen-
tara F. CASTEJÓN: “La doctrina de los positivistas hubo de morir, al querer
dar una explicación simplista de un fenómeno complejísimo como es la cri-
minalidad; pero murió indicando el camino que debía seguirse para resolver
el problema, aunque ella no pudo alcanzarlo. A otras teorías tocaba recoger la
herencia científica del positivismo”125.
Hoy, como vamos a ver, el concepto de “estado peligroso”, o el homólo-
go de “peligrosidad” (peligrosidad social) sigue siendo clave dentro de la
Clínica criminológica, pero despojado, aunque no para todos, de aspectos
deterministas, distinguiendo la gran diversidad de tales estados (los hay
criminológicos y no criminológicos) y esclareciéndolo, en el ámbito crimi-
nológico con el concepto más concreto y, por ello, más determinado, de per-
sonalidad criminal en sentido moderno.
De todas las maneras, por ser obligado discurso de base, por seguimiento de su
evolución y por su conexión con dicho concepto de personalidad, es preciso abordarlo

R. GAROFALO: “La criminología”, trad. de BORRAJO, Madrid, 1912, p.246.


124

F. CASTEJÓN Y MARTÍNEZ DE ARIZALA: “Comentarios científico-prácticos al


125

Código Penal de 1870”; Biblioteca Jurídica, Vol. II, tomo LXIX, Edit. Reus, Madrid, 1926, p.34.
116 CésaR Herrero Herrero

también hoy ampliamente, al hablar de Criminología clínica. Y es lo que vamos a hacer


ahora.

B. LA GRAN PLURALIDAD DE ENFOQUES EN LA DELIMITACIÓN


DEL CONCEPTO DE ESTADO PELIGROSO

Partiendo, de momento, del concepto que la mayoría de la sociedad tiene


cuando se refiere a que alguien está bajo el influjo activo de un “estado pe-
ligroso”, podemos constatar cómo este concepto puede extenderse a la afec-
tación, por el mismo, de variadas vertientes de la realidad. Y, así, es posible
hablar de que quien padece de tisis o de neumonía es un peligro (está en
estado peligroso) por presentarse como probable transmisor de la enferme-
dad; que “X”, paciente de paranoia es un peligro para la integridad física de
los miembros familiares; que determinados conductores son un peligro para
el buen orden del tráfico; que tales o cuales socios de empresa son un peligro
en orden a caer en bancarrota…
En una palabra, existen, en versión común, muchas clases de “estados pe-
ligrosos”, latentes o virtualmente asentados en diversidad de personas. Y que,
por lo mismo, según la orientación del estado peligroso, podrían sobrevenir for-
mas de daños distintos, tanto personales como reales, a propios y extraños.
Pero, aún más. Pueden apreciarse situaciones de peligro (al fin y al cabo
expresión sinónima de estados peligrosos) desconectados, al menos directa-
mente, de las personas. O sea, pueden darse “estados peligrosos” objetivos.
Por ejemplo, el hecho de pasear, a media noche, por determinados parques.
O la conducción masiva por carreteras en malas condiciones…126

Esta polisemia de la expresión “estado peligroso” (dangerosité, en legua francesa) la


126

exponen también de manifiesto R. RIERA, S. BABRE, G. LAURAND y Otros al afirmar que: “El
estado peligroso (dangerosité) es multiforme. “Tan relativa como plural, esta noción es com-
pleja”. Añadiendo después que: “El peligro no nace forzosamente de la intención de dañar a
otro. Conducir su coche, con estricto respeto del código de circulación, es un acto peligroso en
el que las consecuencias dañosas posiblemente sobrevenibles no han sido buscadas.Si la razón
del peligro es el hecho mismo, la apreciación del riesgo reposará sobre condiciones objetivas.
Pero el peligro puede también explicarse por la naturaleza de una personalidad en todas sus
dimensiones: social, psíquica, biológica. El acto aquí no está separado de la personalidad de su
autor. La apreciación del riesgo descansará entonces sobre consideraciones subjetivas, depen-
dientes de representaciones sociales de una época y de los conocimientos científicos del mo-
mento.” Haciendo, luego, una distinción entre el estado peligroso de un enfermo en cuanto tal
y la peligrosidad criminológica. Y así señalan: “El paciente peligroso puede ser una persona
atacada por una enfermedad mental, inscrita en un sistema de cuidados o en un abandono
de los mismos, que en una fase imprevisible de descompensación, va a atentar contra su inte-
gridad física (autoagresión, tentativa de suicidio, mutilación) o a la de otro. Igualmente puede
tratarse de un individuo en estado de adicción (alcohol, sustancias estupefacientes) que, a la
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 117

Aunque es frecuente, que la peligrosidad objetiva puede entrar en comu-


nión con la subjetiva, multiplicándose así los riesgos del daño específico.
No son, sin embargo, los “estados peligrosos” precedentes sobre los que
tiene que incidir el criminólogo clínico. Porque es posible que esos estados no
cursen con la intención de hacer daño a otros.
El criminólogo clínico ha de centrarse, obligadamente, sobre el estado
peligroso no desconectado del dominio de sus actos por parte del posidente.
Sobre el estado peligroso puesto al servicio del que actúa con consciencia y
libertad suficiente (sea con imprudencia o con intencionalidad). Al criminó-
logo, por tanto, le interesa el estado de peligrosidad criminológico u orienta-
do, potencial o virtualmente a pasar al acto estrictamente delictivo. El estado
peligroso, pues, que propicia el paso al acto criminal. Entendiendo el delito
como acto gravemente antisocial, penalmente tipificado, antijurídico, culpa-
ble y punible. Es decir, que no se esté sólo ante la presencia de la producción
objetiva de un mal personal o real (antijurídico y penalmente tipificado) sino
que se realice, asimismo, la dimensión moral o subjetiva de haberlo llevado
a cabo con conciencia y suficiente libertad. Si no, no habría delito y, por lo
mismo, tampoco delincuente. Ni, en consecuencia, el estado peligroso, que lo
hubiese propiciado, podría ser calificado, tampoco, de estado de peligrosidad
criminológica.
Lo que no quiere decir que, a veces, no existan factores impulsores al acto
delictivo (y, por lo mismo, ser ellos configuradores también del estado peli-
groso) que influyan, patológicamente, en el debilitamiento de la consciencia
y de la voluntad libre, pero sin anularlas suficientemente, y que, por tanto,
pueda seguirse hablando de dicho estado de peligrosidad. Veremos, en su
momento, sin embargo que, efectivamente, existe una peligrosidad netamente
psiquiátrica.
Del estado peligroso de índole criminológica (que no de estado peligro-
so criminal)127 es del que vamos a tratar a continuación, con el propósito de
obtener una definición adecuada del mismo.

menor frustración, pierde todo el control de sí mismo y arremete a su entorno. El paciente


peligroso puede ser también la persona sana de espíritu que, bajo el efecto de la angustia, el
dolor, la impaciencia o la cólera, va a manifestarse violento y poner en peligro la seguridad o la
integridad de tercero.” Mientras que, al referirse a la peligrosidad criminológica, afirman que
se caracteriza por estar advocada a la comisión “de una infracción de naturaleza criminal, de-
lictiva, o contravencional, agrediendo a las personas o/y a los bienes y por el riesgo de reitera-
ción o de reincidencia. La manifestación de esta peligrosidad criminal por el paso o la tentativa
de paso al acto no es reveladora en sí de una enfermedad mental.” (Rapport sur “La prise en
charge des patients susceptibles d’être dangereux”; Inspection Générale de l’Aministration,
des Services Jucidiaires et des Affaires Sociales, París, fevrier, 2006, pp.5-7).
127
Hay que subrayar, efectivamente, que el estado peligroso no es en sí delictivo.
Volvemos a recalcar que sólo hay delito cuando se pasa a la comisión de una acto (o en su caso
118 CésaR Herrero Herrero

C. EL CONCEPTO DE ESTADO PELIGROSO EN SU ACEPCIÓN


CRIMINOLÓGICA

Alguien ha asegurado que: “El estatuto contemporáneo del concepto de


peligrosidad conoce fortunas diversas en criminología general, en criminolo-
gía clínica, en política criminal y como prenoción del sentido común”128.
Pero la verdad es que, salvo excepciones, tanto los que han luchado por
su buen nombre como los que la han “vituperado” no se han esforzado por
darnos una definición superadora de la que, al fin y al cabo, elaborara y trans-
mitiera Rafael Garófalo con la denominación de temibilità.
Para el autor italiano, “estado peligroso”, en un primer momento igual,
como acaba de decirse, a temibilità, debía ser concebido como: “La perversi-
dad constante y actuante del delincuente y la cantidad de mal que puede
esperarse de él; o sea, su capacidad criminal”.
Algo después, completaba su concepto, añadiendo que, para tener una
noción más exacta de estado peligroso, había que considerar una dimensión
no nuclear del mismo, pero sí operativamente modificante. Había que tener
en cuenta, pues, además de la capacidad criminal, la adaptabilidad social del
delincuente. Es decir: “La idoneidad del infractor para la vida en los diferentes casos
de delito”. Fundamentalmente, referente a las aptitudes y actitudes de aquél
para desenvolverse en su entorno vital y que, al orientarse a la delincuencia,
tendría que proyectar para caminar en ese proyecto ilícito de vida129.

omisión) tipificado penalmente como tal y cuando se den las restantes notas constitutivas del de-
lito. El estado peligroso en sí mismo, aún en el caso que pudiera ser suficientemente determina-
do y detectado, no es materia punible. Y objeto de medida de seguridad, sólo cuando haya sido
avalado por un delito o delitos y así esté legalmente establecido o permitido. Por eso, no caben
medidas de seguridad predelictivas. De la misma manera, no cabe calificar a nadie de delincuen-
te mientras no haya realmente delinquido (en un Derecho penal democrático no cabe el dere-
cho penal de autor).Hace algunas décadas, la Corte Suprema de New Jersey (Estados Unidos) a
través de una resolución que hacía jurisprudencia para tal Estado afirmaba: El comportamien-
to peligroso no se identifica con el comportamiento criminal. La conducta criminal implica no
solamente la amenaza de la violación de normas sociales asumidas por leyes penales, sino un
daño físico o psícológico grave a personas o una destrucción sustancial de propiedad. Las per-
sonas no deberían ser encarceladas indefinidamente porque presenten simplemente riesgos de
un futuro comportamiento socialmente indeseable.” (Cita de esta resolución en SHAH, S. H.:
“Dangerousness: a paradigm for exploring some issues in law and psychology”, en American
Psychologist, Vol. XXXIII, 3 (1978) pp.224 y ss. Hay autores (desde E. FERRI, en “Posprincipios
de Derecho Criminal”, p.272) que distinguen entre peligrosidad social y peligrosidad criminal.
Pero parece claro que tambíén la peligrosidad criminal, que nosotros ya hemos dicho por qué
preferimos denominar criminológica, es peligrosidad social. Además, peligrosidad social por ex-
celencia. La peligrosidad social sería el concepto genérico del resto de `”peligrosidades”.
128
Guy HOUCHON: “Évolution du concept de dangerosité en criminologie eurpéen-
ne (“Vingt ans après…)”; en Criminologie, vol. 17, 2 (1984) p.83.
129
A este respecto, R. GAROFALO: “La Criminología”, ya cita, pp. 327 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 119

El “estado peligroso”, por tanto, según la concepción de Garofalo, habría


de contruirse con esos dos elementos: Capacidad criminal (vertiente primor-
dial de dicho estado) y adaptabilidad social, vertiente complementaria, que
interviene orientando y modulando el registro delictivo y las formas de llevarlo
a cabo (modus operandi).
Desde nuestro punto de vista, Garofalo acierta en el esquema del concep-
to. Su mente lógica se percata de que todo producto o efecto necesita, para
ser explicado adecuadamente, acudir al principio de relación de causalidad,
claro en la Filosofía clásica, y que LEIBNIZ acuñara bajo el rótulo de “princi-
pio de razón suficiente”. O sea, que, ante el efecto o producto delito-delin-
cuente, presentado de forma reiterada o con cierta habitualidad, una actitud
intelectual razonable exige buscarle la correspondiente causa o plataforma
de causas. Concluyendo que, si un ser humano delinque así, tendrá que ser
por estar en posesión de algún estado individual que a ello le impulse. A esa
plataforma, impulsora hacia el delito, le denominó “estado peligroso”, con la
descripción de los elementos constituyentes descritos.
Pero como buen positivista, no atina con el contenido con que trata de
llenar el esquema. ¿Por qué? Porque, partiendo de una antropología truncada
(muy resonante ya en su época) concibe al ser humano como pura unidad
psico-física o psíquico-biológica (y al hombre-delincuente (delincuente en
sentido criminológico) como una unidad psicofísica vertebrada por un con-
junto de estigmas de la misma naturaleza, que le hacen diferente, cualitati-
vamente, del que no lo es. Estigmas que, por lo demás, han de considerarse
las causas generantes del estado peligroso. Además, a modo determinista e
irreversible. El libre albedrío no cuenta para nada. Entre otras cosas, porque,
según él, no podemos saber si existe.
También E. FERRI trató de definir este “estado peligroso” afirmando que
hay que entender esta peligrosidad como “la capacidad ofensiva, existente
en un individuo, orientada a cometer, con gran probabilidad, delitos”. Desde
luego, en esto no supera a Garofalo y tal vez, por ello, si apenas se cita esta
definición suya130.
A partir de R. GAROFALO, han corrido ríos de tinta en torno al esta-
do peligroso (o peligrosodad social) del delincuente. Unos (la mayoría) han
seguido repitiendo su definición. Otros la han criticado profundamente,
cuando no la han denostado. Otros terceros han tratado de reorientarla y
explicitarla.
Viniendo ya más hacia nuestro tiempo, desde luego es corriente (dentro
de los que admiten, con cierto pacifismo, este instituto de “estado peligroso”),
ofrecer definiciones como la de Michel BÉNÉZECH: “Estado o situación en los

130
E. FERRI: “Criminología Criminale”, ya citada, pp. 466 y ss.
120 CésaR Herrero Herrero

cuales una persona se halla, por los que hace correr a otro o a sus bienes un riesgo
importante de violencia, de daño o de destrucción”131. Se trata, obviamente, de una
noción genérica de peligrosidad (vemos que los autores del libro donde se
encuentra la definición lo titulan, como acabamos de ver, “dangerosités”). Si
bien, con las precisiones precisas, podría aplicarse a la peligrosidad estricta-
mente criminológica, tal como la hemos entendido aquí. Tampoco se hace re-
ferencia explícita a la naturaleza de los factores componentes de la precitada
situación.
Otros tratan de sintetizar las definiciones más corrientes elaboradas por
los estudiosos a través de todos estos periodos de tiempo, poniendo de ma-
nifiesto la casi identidad de las mismas con las que se acaba de transcribir. Así
cuando, por ejemplo, E. ESBEC RODRÍGUEZ, apelando a como se ha defini-
do la realidad que nos ocupa, viene a decir, objetivando el concepto, que ha
de entenderse: “El conjunto de circunstancias o condiciones que derivan en
alto riego para la producción de un daño contra bienes jurídicamente prote-
gidos.” Si bien, con anterioridad, nos da la visión subjetiva (enfoque directo y
explícito en una persona) diciendo que: “… Peligrosidad criminal es la tendencia
de una persona a cometer un delito (probabilidad de comisión de actos ilícitos
futuros) evidenciada generalmente por su conducta antisocial”132.
Hay autores (el anterior lo insinúa en segundo plano) que definen el es-
tado peligroso desde el concepto de probabilidad. Creemos que eso es confun-
dir la esencia o substancia de algo con las consecuencias derivadas de ellas.
Efectivamente, el “estado peligroso”, en este caso, no es ninguna “probabilidad
de delinquir” y, por tanto, no es definible como tal. La probabilidad de delinquir es
consecuencia inmediata y fundamental que se deriva de la naturaleza misma (la que
sea) de ese estado. No es, pues, tal estado.
Ejemplos de lo que acabamos de decir los tenemos, v. gr., en la definición
que de aquél nos ofrece R. GASSIN cuando contesta a la pregunta “de qué es
justamente el estado peligroso de un individuo”: “…A primera vista de las
cosas se puede decir que es la muy gran probabilidad de que un individuo cometa
un delito”. Si bien el mismo autor constata a continuación que esta definición
es demasiado vaga y que para aquilatar esta noción es necesario insistir sobre
tres puntos: sus elementos constitutivos, sus formas y su apreciación133.
El mismo Chr. DEBUYST parece aceptar esta definición de “peligrosidad”
al negarse a aceptar (estaba en su fase más crítica) una ampliación de su defini-

131
M. BÉNÉZECH: “Les dangerosités”, en Vol. Col., bajo la dirección del mismo Michel
Bénézech y otros, Éditions John Libbey Eurotex, 2004.
132
E. ESBEC RODRÍGUEZ: “Valoración de la peligrosidad (riesgo-violencia) en psico-
logía forense. Aproximación conceptual e histórica”; en Psicopatología Clínica Legal y Forense,
Vol. 3, 2 (2003) p.46.
133
R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, p.693.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 121

ción actual (“probabilidad de cometer una infracción…”) y así poder ofrecerse una
definición de la misma, englobante, por ejemplo, del área de conocimiento de lo
clínico, que fortaleciera el concepto134. Y, antes, en el mismo estudio citado a pie
de página en anterior nota, se había extendido comentando: “Introduciendo
algunas matizaciones, nosotros no nos perderemos en la investigación de una
definición. Nos contentaremos con decir, de una manera cómoda, que la peli-
grosidad es la probabilidad que presenta un individuo de cometer una infrac-
ción, con sin duda la limitación tradicional (en sí misma discutible) que quiere
que esta infracción sea una infracción contra las personas y contra los bienes.
Nosotros podríamos añadir diciendo que la peligrosidad es la probabilidad
que presenta una situación de dar lugar a comportamientos de este género.
(…) Para empeñar la discusión previmos partir de una cuestión que podría, por
lo demás, constituir un test: la definición de la peligrosidad establece una equi-
valencia entre los dos términos: estado peligroso (dangerosité)=probabilidad
de un comportamiento delincuente o de una reincidencia. ¿Se puede invertir
las proposiciones y decir que una probabilidad de reincidencia (o que una pro-
babilidad de comportamiento delincuente) debe necesariamente traducirse en
téminos de peligrosidad?”135
Y, en fin, se han dado definiciones que confunden el “estado peligroso” con
la vía de investigación para conocer qué es o en qué consiste. Es el caso del médi-
co-neurólogo, M. LAIGNEL-LAVASTINE cuando escribía que la peligrosidad o
estado peligroso era: El estudio completo e integral sobre el hombre con la preocupación
constante de conocer mejor las causas y los remedios de la actividad antisocial136.
Entonces, sin dejar de tener muy en cuenta todo lo que se acaba de expo-
ner sobre la definición del estado peligroso criminológico, todavía nos pre-
guntamos: ¿Podemos ofrecer algo más fundado y concreto?
Lo vamos a intentar en el apartado siguiente.

D. NUESTRA VISIÓN SOBRE EL CONCEPTO DE “ESTADO


PELIGROSO” CRIMINOLÓGICO
El volumen de orientaciones diversas, respecto de los conceptos clave en
Criminología, no debe hacernos desistir en esforzarnos por alcanzar alguna ma-
yor claridad sobre los mismos. De acercarnos, con el equilibrio de que seamos
capaces, a una versión, al menos inteligible y provechosa, de ellos. No cabe olvi-
dar que una amplia diversidad de opiniones está siempre presente en la mayoría

134
Chr. DEBUYST: “La notion de dangerosité, maladie infantile de la criminologie”; en
Criminologie, vol 17, 2 (1984) p.21.
135
Chr. DEBUYST, mismo trabajo anterior, p. 3.
136
Su concepción sobre la Criminología, en su obra: “Precis de Criminologie”, Edt. Payot,
París, 1950.
122 CésaR Herrero Herrero

de los grandes conceptos científicos. Sobre todo, en los grandes conceptos de las
Ciencias de la conducta (sean empíricas o normativas) y, en consecuencia, sería
muy difícil esperar otra cosa con relación, aquí, del “estado peligroso”.
Entonces, ¿cuál es nuestra percepción de este problema? ¿Podemos hablar, con
criterio de realidad, sobre el concepto de peligrosidad criminológica o de estado peli-
groso de la misma naturaleza? Creemos que sí y lo hacemos a continuación.

a) Nuestro punto de partida


Existe una multitud de explicaciones, distintas, a la conducta delincuen-
cial, como existe una multitud de explicaciones en torno al comportamiento
humano y a su diversidad. No puede olvidarse, a estos efectos, que el acto
criminal o antisocial es una forma (más o menos característica) del compor-
tamiento humano. Pero es comportamiento humano. Y dicho esto, nos pre-
guntamos: ¿Por qué son distintas las reacciones adaptativas a los estímulos
procedentes del mundo exterior –que es en lo que consiste el comportamien-
to humano – en los distintos individuos y, no pocas veces, en el mismo indivi-
duo, sobre todo cuando éste se sitúa en tiempos y lugares diversos?
El ser humano, al ser concebido, trae, de forma común, un bagaje biológico
(herencia genética, preferentemente), una potencial predisposición psico-moral
(inteligencia-razón, voluntad libre, conciencia moral, afectividad, emotividad,
empatía, sentimientos…) y, desde el principio, se ve envuelto en un contexto
medio-ambiental, que va a influenciarle imprescindiblemente. Pero ninguna de
estas dimensiones es igual para cada ser humano. Por si fuera poco, tampoco van
a ser desarrolladas ni en el mismo grado ni con la misma orientación. Incluso,
no pocos vienen al mundo con significantes disfunciones en su haber biológico
o psíquico o les sobrevienen en el curso de la existencia. La diversidad se extien-
de, asimismo, al contexto social y de medio ambiente que, como es manifiesto,
no permanece idéntico, para nadie, a través de los diversos espacios vitales. Y,
por supuesto, estos contextos sociales o medioambientales no siempre, ni mucho
menos, se mueven con influencias constructivas. No afectando a todos, en cual-
quier caso, ni en el mismo grado ni de la misma manera.
¿Que qué importa lo que acaba de describirse? Nada menos en que el
comportamiento humano, en uno u otro sentido (social o antisocial) va a
depender en parte muy considerable (nosotros no negamos, por sistema, la
libertad humana) del adecuado o inadecuado funcionamiento y desarrollo
de esas potencialidades biológicas y psicomorales y del influjo y asimilación
del medio. El hombre se realiza, sirviéndose, precisamente, de los elementos
técnicos, artísticos, culturales, normativos, axiológicos, simbólicos, credencia-
les…, que le trasmite la sociedad en que nace y vive y que le permiten adap-
tarse a ella con más o menos márgenes de discrecionalidad personal.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 123

b) Las consecuencias de este punto de partida


Si ello es así (y parece, con fundamento, que lo es) las consecuencias, de-
rivantes de ese punto de partida, son deducibles sin excesiva dificultad. La
presencia de disfunciones relevantes o graves, en cualquiera de esas vertien-
tes constitutivas del ser humano, y no digamos si se extienden a más de una
o a las tres de manera simultánea, va a colocar al sujeto paciente, aunque no
fuera de forma determinista, en una situación de aptitudes, actitudes, mo-
tivaciones …, socialmente perturbadoras y, al fin y al cabo, de posibles res-
puestas inadaptadas a pautas fundamentales de convivencia.

c) Relación de esas disfunciones y sus consecuencias con el estado


peligroso de índole criminológica
Estas disfunciones y sus consecuencias no convierten por sí mismas al que
las sufre en gravemente antisocial o delincuente. El ser humano, lo hemos di-
cho ya, sólo es gravemente antisocial y delincuente cuando, ante la oportuni-
dad que se le presenta para comportarse antisocialmente o delinquir, pasa a
llevar a cabo, con imprudencia grave o dolo, acciones u omisiones que lesio-
nen, bienes, intereses o valores de gran trascendencia para la comunidad y es-
tén protegidos penalmente frente a esos comportamientos. Sin culpabilidad no
cabe hablar (tampoco en criminología) de antisociales o delincuentes en senti-
do estricto. Aunque quepa hablar de antisociabilidad objetiva o de criminalidad
material. (El psicótico que actúa bajo el influjo pleno de su psicosis no es un
antisocial ni un delincuente. Es, simplemente, un enfermo al que habrá que
cuidar y prevenirse de su actividad materialmente violenta o destructora.
Precisamente, lo que sí podemos decir es que son (uno, antes de ser de-
lincuente en sentido criminológico, y el otro, antes de actuar dañosa pero
irresponsablemente) personas afectadas por alguna o algunas de dichas cate-
gorías disfuncionales, de distinta naturaleza o en distinto grado, y que, como
consecuencia o consecuencias, les impulsa o predispone para actuar dañosa-
mente contra sí mismos o contra terceros.
Pues bien, esa realidad, integrada por tales disfunciones y por esos im-
pulsos intensos por ellas engendrados, que predispone intensamente al pa-
ciente, sin determinismos, a damnificar gravemente, ante ciertos estímulos
provocadores, a terceros o a sus bienes, es la que constituye, en el poseedor, el
correspondiente núcleo del estado peligroso. (Aquí, repetimos, el estado peli-
groso de naturaleza criminológica)137.

137
Nuestro criterio de distinción entre estado peligroso de naturaleza criminológica y
estado peligroso de naturaleza psiquiátrica estriba en que para nosotros no cabe estado peli-
groso de naturaleza criminológica si se hace presente alguna enfermedad totalmente alienante
124 CésaR Herrero Herrero

Naturalmente, a esa realidad (= a estado o situación) ha de tratarse de ac-


ceder, en lo posible, mediante la oportuna metodología científica y con ca-
rácter multidisciplinar.
La inclinación a uno u otro registro delictivo, a las formas y modos de lle-
varlo a cabo, dependerá de la calidad y orientación de las aptitudes físicas, in-
telectuales y profesionales, de la estructuración temperamental, de las aspira-
ciones y motivaciones, de las necesidades instintivas más o menos activas…,
del afectado concreto. Es decir, de la calidad y orientación de su capacidad de
adaptación, ejercitable, aquí, para una actividad ilícita. (Se trata, en efecto, de
la tradicionalmente denominada adaptabilidad social).
Se trataría, pues, con la noción que se acaba de ofrecer sobre “estado pe-
ligroso”, de una versión incluyente o integradora. ¿Por qué? Porque se aleja
de puros postulados positivistas (sin rechazar, al menos en parte, sus orien-
taciones metodológicas). Porque sustenta el estado peligroso de índole cri-
minológico en factores ni exclusivamente individuales ni exclusivamente co-
lectivos, sino admitiendo la posibilidad (e incluso la posible prevalencia) de
estar conformado por condicionamientos de diversa índole. Tanto biológicos
como psicomorales, como psicosociales. O por confluencia de los tres, pu-
diendo predominar unos u otros. Porque incorpora, además, las exigencias
de llegar a conocimiento de los componentes de la peligrosidad por vías de
rigor científico multidisciplinar.

respecto del sujeto peligroso. Porque entonces faltaría el concepto de imputabilidad además del
de culpabilidad. Y su ausencia determinaría la inexistencia de delito. En este caso, habría estado
peligroso de carácter psiquiátrico. Lo que no obsta para que puedan concurrir, en un mismo
sujeto activo elementos parcialmente alienadores sin anular la capacidad de comprender y de
querer con la suficiente, aunque no plena, capacidad para ser imputable y culpable. En este caso
seguiríamos hablando de estado peligroso de índole criminológica. Sin embargo existen autores
que sostienen que no pasa de distinción inoperante la de discernir en “peligrosidad psiquiátrica”
y “Peligrosidad criminológica”. ¿Por qué? Porque, dicen, la diferencia fundamental estaría en la
presencia o no de patologías psiquiátricas. Pero el problema de esta distinción, entonces, consiste
en que existen, en la realidad, muchas probabilidades de cometer un acto antisocial peligroso
que está ligado a la presencia simultánea de factores de riesgo psiquiátricos y criminológicos.
Y aún más. Citando a otros autores como Marc L. BOURGEOIS (“Psychopathologie et comorbidité
psychiatrique”, en Vol. Col. “Les dangerosités”, direct. C. Bénézech y otros, ya citado, p.151) reiteran
su argumento advirtiendo que: “Las personas de alto riesgo criminal son aquellas que sufren de
la suma de handicaps médicopsicológicos (perturbación de la personalidad, patología del hu-
mor, síntomas psicóticos, adicciones, etc) y de handicaps sociales (familias maltratadoras, fracaso
escolar, desempleo, marginalidad)”. Nosotros ya hemos dicho que, en estos casos, si los factores
psiquiátricos no alienan plenamente al infractor, estaremos ante un estado peligroso criminoló-
gico, porque cabría, entonces, atribuir a aquél responsabilidad criminal aunque pasara al acto
con incidencia de dicha dualidad etiológica. La distinción es, pues, relevante por razones de o
tratamiento penal-criminológico o tratamiento médico-psiquiátrico. O los dos a la vez. (Sobre la
inoperancia de la distinción descrita, puede verse X. BABIN: “Peut-on prédire le risque de récidi-
ve crinelle?”; Institut pour la Justice, Paris, 2009, p.2).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 125

Porque no admite determinismos como sistema, en el delincuente no psi-


quiátricamente definido, en la posible decisión de pasar al acto delictivo138.
Porque requiere, asimismo, para poder hablar de este estado peligroso,
que la valoración de la ilicitud o criminalidad de los comportamientos, que
pudieran desencadenarse en virtud de tal estado, por ser la persona concre-
ta a ellos intensamente proclive, no derive de un concepto de delincuencia
“artificial” (delictum, “ex pura legislatoris voluntate”). Sino, antes bien, referida
a lesiones graves o muy graves de bienes, valores o intereses, trascendentes
para la vida de la comunidad.
Porque también se integra, en la comprensión del concepto, no sólo el
núcleo del estado peligroso, sino también su complemento, representado por
el concepto técnico-criminológico de adaptabilidad social. Adaptabilidad so-
cial que, por darse, el criminólogo clínico no sólo ha de conocerla para pon-
derar el estado peligroso en sí, sino para tratar de reconducir al poseedor
del mismo, en el caso de ser ya delincuente, a servirse de su capacidad de
adaptación para comportamientos socialmente positivos. Es decir, tratar de
convertir esa capacidad de adaptación social en contrafactores o factores de
protección frente al delito
Porque se rehúye, con la distinción clara entre estado peligroso de raíz
psiquiátrica y estado peligroso de naturaleza criminológica, del determinis-
mo como regla, atribuido al comportamiento criminal individual por el posi-
tivismo y doctrinas colectivistas.
Porque, no identificando estado peligroso (concepto género) con personalidad
criminal (concepto especie) en sentido moderno no positivista, se abre las puer-
tas a la práctica de la Criminología Clínica a corrientes doctrinales criminológicas
que, relacionando activamente al individuo con el surgimiento del delito, no esté
por atribuirle personalidad delincuente. Aunque, no obstante, nosotros segui-
mos pensando que la Criminología Clínica ha de tomar como paradigma de refe-
rencia ese concepto específico. (Lo veremos, en su lugar, con detenimiento)

E. OBJECIONES Y CRÍTICAS AL CONCEPTO DE ESTADO PELIGROSO

Como advertía el “Editorial” de la Revista “Criminologie” (vol.17, nº 2


1984) ha de sostenerse que la noción de peligrosidad (“dangerosité) o esta-
do peligroso, en Criminología, ha gozado y goza de gran importancia. Sobre
todo, porque una mayoría de los cultivadores de la Criminología no rupturis-
ta, sino tendente, en general, a la integración y al equilibrio, ha comprendido

138
Sobre las diversas críticas al determinismo en el plano criminológico, puede verse:
Marc STRANO: “Le critiche al determinismo”, en su obra Manuale di Criminología Clínica”,
ya citada, en su capítulo III, pp. 90 y ss.
126 CésaR Herrero Herrero

y constatado que existen individuos que manifiestan esa peligrosidad, sobre


todo cuando llevan a cabo comportamientos de violencia grave o extrema.
Porque, además, ha de justificarse, al permitir “una gestión diferencial de la
delincuencia”, consistente en poder clasificar a los delincuentes en diversas
categorías, con el fin de poder adoptar, para con ellas, medidas apropiadas
a cada una. Y, en fin, que, entre otros beneficios, aquél habrá de ser asumido
también hoy, porque, como también lo sostenían los precitados editorialistas,
el estado peligroso es un concepto que sigue permitiendo, cuando se delimita
adecuadamente, “abordar el problema de la delincuencia desde un punto de
vista científico y clínico”. Utilizando la experiencia profesional en el ámbito
de la predicción del mismo y así reducir una parte de arbitrariedad en las
decisiones139.
Lo que no quiere decir que no haya que someter a constante revisión los
saberes y la práctica criminológica en este campo. Nadie niega deficiencias
y nadie concede, en este ámbito, certezas absolutas. Pero actuar dentro de
lo razonable (y esto sí parece que lo permiten los conocimientos y técnicas
criminológicas actuales) es bastante mejor que seguir actuando “a ojo de buen
o de no tan buen cubero”.
Pero, entonces, ¿cuáles son las objeciones o críticas actuales contra el
concepto de peligrosidad o de estado peligroso?
R. GASSIN habla de dos clases de objeciones o críticas en torno al estado
peligroso (état dangereux): Las críticas creadoras o de sustitución y las críticas des-
tructivas o de demolición.
Desde las primeras (las creadoras), algunos autores, después de largo tiem-
po, habrían caído en la cuenta de que el concepto de estado peligroso es un
concepto vaporoso, difícilmente delimitable, no permitiendo, por ello, una
aproximación satisfactoria a la personalidad del delincuente. Y, por ello, tra-
tan de sustituirlo por otro.
Es el caso de autores como F. GRAMATICA (con su concepto de “antiso-
ciabilidad subjetiva”) o de DUBLINEAU, con el de “inmadurez”. El mismo R.
GASSIN da entender que vería con mejores ojos la entrada, en sustitución,
del concepto de “umbral delincuecial” (Seuil délinquantiel”).
Por lo que respecta a las críticas destructoras, cabe distinguir entre las pro-
cedentes de la criminología de la reacción social y las originadas en los mismos
partidarios de la Criminología de paso al acto.

139
Sobre esta cuestión, puede verse J. DOZOIS, M. LALONDE y J. POUPART:
“Dangerosité et practique criminologique en milieu adulte”, en Criminologie, vol. 17, 2 (1984)
sobre todo en pp. 48-50.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 127

Las primeras ya sabemos que aborrecen la criminología tradicional en


bloque. Y se proyectan, sobre todo, sobre dos puntos: la definición clásica de
estado peligroso y sobre su diagnóstico y predicción.
Sobre la definición afirman que no es asumible porque, siendo un concep-
to normativo y relativo, se le convierte en natural y absoluto. Porque confun-
de la peligrosidad del acto con la peligrosidad del autor y, además, porque
crea la confusión entre enfermedad mental y estado peligroso, al confiar a los
psiquiatras la función de delimitar y decir en qué consiste.
En cuanto a la pretensión de diagnosticar y prever el estado peligroso se
pronuncian diciendo que los dos métodos utilizados para esos objetivos (el
método clínico y el método estadístico con el uso de las escalas de predicción)
han de considerarse como ilusorios. “Al método clínico le reprochan –dice
GASSIN– el sobrevalorar la peligrosidad y de entrañar así la aplicación de
medidas constrictivas para la libertad individual, que no están justificadas.
Al método estadístico le acusan con por lo menos tres reproches. El no
tener en cuenta las peculiaridades individuales ni los cambios de la persona-
lidad. El no ser aplicable en la mayoría de los casos pues termina fallando el
50% en materia de reincidencia. E, incluso, en las tasas de predicciones positi-
vas son ellas mismas erróneas”140.

* Las críticas u objeciones desde los autores que aceptan, con mucha
dificultad, las teorías del “paso al acto”
Con respecto al concepto de estado peligroso o de peligrosidad, arguyen
que la comprensión tradicional del mismo es de una realidad estática, cuando
es fundamentalmente dinámico. Que no depende sólo del autor, sino que de-

140
R. GASSIN: “Criminologie”, 6ª edit., 2007, ya citada, pp.695-698. Se trata, en reali-
dad, en estas críticas y objeciones, de una especie de foto fija que estas corrientes colectivistas
hicieron públicas por las décadas del sesenta y setenta e, incuso, antes. Ver cómo las recoge,
por ejemplo, respecto de la definición de estado peligroso, C. MONTANDON: “Estos últimos
tiempos, una serie de publicaciones ha puesto en cuestión de manera más o menos radical la
definición de la peligrosidad. Si en el fondo los argumentos utilizados son enteramente in-
éditos, la manera en que los autores les utilizan en una crítica epistemológica fundamental es
nueva. Hay en primer lugar críticas concernientes a la relatividad de la definición de la peli-
grosidad. La definición de quien es peligroso depende del sistema normativo y de la estruc-
tura social que prevalen en cada sociedad. Así. Ciertos individuos, o categorías de individuos,
como por ejemplo los enfermos mentales, los delincuentes mentalmente perturbados, son
considerados como peligrosos, mientras que otras personas o grupos que pueden igualmente
presentar un peligro para la sociedad, se benefician de una actitud liberal, por ejemplo los
conductores borrachos. Se puede interrogar por qué la ley trata de manera diferente al joven
que agrede a otros en la vía pública y al dirigente que conscientemente descuida remplazar
las reservas defectuosas en los aviones de su compañía.” (“La dangerosité, revue de la littérature
anglosaxonne”; en Déviance et Societé, Vol. 3, 1 (1979) p.90.
128 CésaR Herrero Herrero

pende también del objetivo al que podría dirigirse el autor en caso de pasar al
acto criminal y, además, de la situación o contexto para llevar a cabo la acción.
Que todo en esta realidad se muestra como contingente, constantemente tran-
sitoria. Lo que, además, en virtud de esta transitoriedad, le hace impredecible
en su evolución y en su desenlace final. Esto es verdad, decimos nosotros, en
sus accidentes. Pero es más que discutible en su sustancia. Hay, creemos, en es-
tas afirmaciones, una notable confusión entre la realidad del estado peligroso y
el complejo proceso del paso al acto. A demás, ¿se puede decir, con alguna solidez,
que el delincuente en sentido criminológico o el habitual cambian, esencialmente, a casi
cada instante, en la entidad y en la orientación de su estado peligroso?141
Y, desde una posición asimétrica (más cerca de las corrientes de la reac-
ción social que de las teorías del paso al acto), Chr. DEBUYST señala: “a) La
noción de peligrosidad debería ser descartada como marco de conjunto en el
cual toma asiento la reflexión criminológica. Ella introduce un a priori como
punto de partida y no interpreta los datos sino en función de un diagnóstico
particular que interesa establecer y que reposa sobre preocupaciones políti-
cas. (Éstas pueden tener un sentido, pero deben ser definidas como tales.)
(…) b) Cuando se habla de “violencia de la sociedad” como dato situacional
más amplio en el que los diversos comportamientos toman lugar, ¿es introdu-
cir una confusión de nivel, o una toma de posición ideológica? Canepa hace
subrayar que lo que interesa a la Criminología es la violencia del individuo y
no la violencia de la sociedad y, por lo mismo, la peligrosidad del individuo.
Nosotros respondemos a esto que la violencia de la sociedad puede ser uno
de los elementos constitutivos de la violencia del individuo y que en el marco
mismo de una relación o de una intervención clínica (o de una gestión de co-
nocimiento) esta eventualidad no puede, en manera alguna, ser excluida. (…)
c) Un tercer punto consistiría en hablar de “útiles” o instrumentos. La noción
de peligrosidad es considerada como un instrumento práctico a través del
cual es posible aproximarse a u determinado problema. Este punto de vista
está sobrevalorado. (…) La noción de peligrosidad no es una noción “neutra”.
Ella implica de conjunto un punto de vista que desemboca en no ver a un
individuo más que a través de criterios a partir de los cuales su peligrosidad
podría ser establecida”142.

141
Sobre estas cuestiones: L. ROURE: “Les comportements violents et dangereux;
aspects criminologiques et psychiatriques”; Edit. Elsevier-Masson, Paris, 2003. Stamatios
TZITZIS: “Dangerosité. Et peine. Quelles certitudes?”, edt. Dalloz, Paris, 2010. ACTES DES
CINQUIÈMES JOURNÉES DE PSYCHIATRIE EN ARDÈCHE,18-19 MAI 1990 SUR “La dangero-
sité. Approche Pénale et Psyquiatrique”, edt. Privat, 1991. “DANGEROSITÉS. De la Criminologie à la
Psycopthologie. Entre Justice et Psychiatrie”, Vol. Col., Edit. John Libbey, Paris, 2004; Régis POUGET:
“La dangerosité. Rapport de médicine légale…”, edit. Masson, 1988.
142
Chr. DEBUYST: “La notion de dangerosité, maladie infantile de la criminologie”, ya
citado, pp.16-18.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 129

Antes, en el mismo estudio, el mismo autor expresaba, con toda clari-


dad, lo que es, para él, el concepto de peligrosidad o de estado peligroso.
Fundamentalmente: Un instrumento de control social y de política criminal
sobre determinados grupos sociales con problemas. Elaborado más con vo-
luntad de gestión política que con esfuerzo de elaboración científica143.
Nosotros le decimos a Debuyst que no se trata, ahora, de describir qué
se ha hecho con esta noción del estado peligroso, sino si el estado peligro-
so existe, si se puede constatar en el individuo concreto y si utilizándole, de
acuerdo a sus componentes o factores reales (psicobiológicos, psicomorales,
psicosociales) y no ideológicamente preconcebidos, podemos explicar desde
él, el fenómeno criminal tal como se encarna de forma singular. Nosotros (por
lo que hemos afirmado ya) creemos que sí. Negar la existencia de personas
peligrosas crimiminológicamente sería tanto como darse de bruces contra
la realidad. ¿Cómo, por ejemplo, no va a ser peligroso un asesino en serie?
(Al exponer la cuestión de la personalidad criminal, volveremos sobre esto y también
sobre este autor).

** La actitud, sobre el estado peligroso criminológico, de los partida-


rios de la Criminología de la cotidianidad
Éstos no niegan ni afirman que exista en los delincuentes un estado pe-
ligroso tal como venimos entendiéndolo. Y si bien se asemejan, a primera
vista, a los autores de la Escuela Clásica del Derecho Penal, para quienes el
delincuente delinque porque en uso, sin más, de su libertad, deciden delin-
quir, no invocan los postulados fundamentales de aquéllos. Aquí, como ya
hemos advertido, el delincuente pasa a cometer delitos cuando se encuentra
una ocasión que estima que le resulta rentable. En este sentido, no ha de ha-
blarse de persona peligrosa o afectada por estado peligroso, sino de situacio-
nes peligrosas. Éstas se dan cuando un individuo o un grupo de individuos
se sienten próximamente amenazados objetiva o subjetivamente por una
agresión interna o externa contra la integridad de sus estructuras personales
o reales. La reacción, entonces, no es hablar de agresores afectados por no sé

143
He aquí ese pensamiento con sus propias palabras: “La noción de peligrosidad
(dangerosité) se inscribe, pues, en esta perspectiva. No es una noción que haya sido construida
a partir de una preocupación intelectual proyectada a explicar un fenómeno. Halla su origen
en una voluntad política que queda afirmada claramente: la de gestionar una población de
individuos que tienen problemas, con el fin de disciplinar y de ejercer sobre ella un control,
sea para protegerse de ella, sea para hacerla entrar en la economía del país, sea para utilizarla
como medio de reorientar la agresividad del grupo social. En este sentido, se puede efectiva-
mente decir como lo afirman Foucault y a continuación Houchon, que esta noción participa
más de prácticas disciplinarias y de cuestiones de gestión política que de un esfuerzo de elabo-
ración científica.” (Trabajo precitado del mismo autor, p.5).
130 CésaR Herrero Herrero

qué estado peligroso, debido a no sé qué factores representados, V. gr., por


desigualdades sociales, deficiente socialización, traumas de la infancia… O
perderse en especulaciones sobre si existe libertad o no en las acciones de
los agresores. O si son peligrosos al modo positivista. Hay que luchar contra la
situación antisocial inspirándose en políticas que traten de ir contra el paso al acto in-
mediato mediante el desenvolvimiento, paso a paso, de un Derecho penal securitario.
Estamos, pues, ante la irrupción de políticas de la simple reducción del
riesgo. O en palabras de F. BAILLEAU e Y. CARTUYVELS, en que: “Cada uno
es responsable de su propia trayectoria, es contraproducente querer reducir
las desigualdades sociales; y en el campo del orden público, una sociedad
debe legítimamente contentarse de administrar con el menor coste los efec-
tos nefastos de las desviaciones. Ella debe buscar reducir los riesgos sociales
y los daños que van asociados a las desviaciones, sin inclinarse demasiado
o, todavía menos, tomar en carga las causas colectivas de estas desviaciones
individuales”144.

144
Sobre esta cuestión, ya abordada más arriba, puede verse J. L. SENON: “Dangerosité
criminologique:Données contextuelles. Enjeux cliniques et expertaux”; Université de Poitiers,
2009, y de quien recojo la cita de texto.
Capítulo sexto

OTRAS CUESTIONES RELEVANTES


SOBRE EL ESTADO PELIGROSO
DE ÍNDOLE CRIMINOLÓGICA
A. INTRODUCCIÓN

En el Capítulo precedente, hemos abordado aspectos fundamentales del


estado peligroso (las más fundamentales). Concretamente, hemos desarrolla-
do lo referente a la gran pluralidad de enfoques de este concepto. Habiendo
hecho hincapié, sobre todo, con relación a este asunto sobre las dos catego-
rías más sobresalientes: El estado peligroso de base criminológica y de base
psiquiátrica. Hemos indagado, ampliamente, sobre el concepto o definición
del mismo. Especialmente, desde su perspectiva delincuencial, que es el que
ahora, en estos capítulos, no interesa. En primer término, exponiendo con-
ceptos y definiciones de un notable número de estudiosos de esta materia.
Extendiéndonos, también, sobre nuestra propia versión en torno a tal con-
cepto y desde ese último punto de vista. Y, en fin, han sido objeto de estudio
y análisis las objeciones y críticas al concepto en cuestión.
En el presente Capítulo, vamos a seguir ofreciendo el estudio de otras
cuestiones, también muy relevantes, sobre el mismo, porque su conocimien-
to resulta absolutamete imprescindible para poder actuar doctrinal y operati-
vamente con la realidad que dicho concepto representa.
He aquí los puntos a examinar a continuación:
— El posible desvelamiento del estado peligroso: Desde criterios lega-
les y desde criterios etiológicos.
— Evaluación graduatoria del estado peligroso.
— Las clases del estado peligroso.
— Reflexiones finales.

B. EL POSIBLE DESVELAMIENTO DEL ESTADO PELIGROSO:


DESDE CRITERIOS LEGALES Y DESDE CRITERIOS ETIOLÓGICOS
Lo expuesto hasta aquí nos permite observar cómo esa realidad que he-
mos denominado “estado peligroso” (también el estado peligroso crimino-
lógico) es una realidad intrasubjetiva, anidante en la interioridad psíquica
de determinados individuos. (No hacemos referencia ahora a los estados
peligrosos de carácter externamente objetivo (provenientes desde deter-
minados grupos sociales o desde la sociedad misma al modo de la “sociedad
134 CésaR Herrero Herrero

criminógena”de J. Pinatel), que pueden influir y de ordinario influyen (inter-


nalizándose) en los individuos más vulnerables de la comunidad.
Pues bien, si el estado peligroso tiene esa dimensión intrasubjetiva, la
única forma de descubrirlo es acudiendo a determinados indicios. Unos de
carácter etiológico-disfuncional y otros, de origen legal.

a) Indicios desveladores de carácter etiológico-disfuncional


Los indicios de esta naturaleza, desveladores del estado peligroso, han
de encontrarse a través del llamado examen bio-psico- social entorno al in-
dividuo concreto, ejercitado mediante la metodología clínica, propia de las
ciencias empíricas del comportamiento. Debiendo abarcar un conjunto de
áreas o regiones del examinando (que veremos en lugar oportuno, cuando
sea estudiado el método clínico y sus peculiaridades). Este examen está orien-
tado, efectivamente, a hacer aflorar indicios relacionados con factores disfun-
cionales o criminógenos, tanto de carácter endógeno como exógeno. Sean de
índole psicobiológica, psicomoral o psicosocial. Sea que estén actuando, en
aquél, en solitario o en confluencia, conspirando todos o algunos de ellos en
la misma dirección: impulsando al afectado a pasar al acto delictivo. En cual-
quier caso, susceptibles de ser estimados como aptos para explicar, de forma
congruente y razonable, por qué esta persona se manifiesta dotada de propen-
sión, más o menos intensa o relevante, para perpetrar acciones graves o muy
graves desde el punto de vista de los bienes, intereses o valores de la socie-
dad, y que están, por ello, penalmente tipificadas.
Por supuesto que, a la par que el precitado examen sobre la presencia de
factores criminógenos en el considerado “peligroso”, ha de proyectarse, asi-
mismo, la correspondiente indagación sobre los denominados contrafactores o
factores de protección, neutralizadores o suavizadores, en su caso, de algunos
o de todos los factores criminógenos, existentes en el mismo individuo.
Desde una visión estrictamente criminológica, el examen de referencia
(tanto de factores como de contrafactores) podría llevarse a cabo por razo-
nes preventivas (siempre con el máximo respeto a los derechos humanos) a
individuos antes de delinquir. Naturalmente, también en fase postdelictiva,
en orden a evitar en lo posible reincidencias, con la misma observancia de
derechos.

b) Los indicios de origen legal


Se trata de deducir estos indicios sobre la existencia del “estado peligroso”,
a través de la constatación, en el indagado, de la comisión de infracciones
penales, teniendo en cuenta la frecuencia y gravedad de las mismas, a te-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 135

nor de la pena señalada por el legislador. Podríamos decir, al respecto, que el


movimiento se manifiesta andando. Nadie delinquiría, reiteradamente, si no
estuviera predispuesto145, dispuesto o propenso a delinquir. Y, naturalmente,
a mayor capacidad delictiva, manifestada a través de la cantidad y calidad de
los comportamientos delincuenciales, mayor peligrosidad.
“A los ojos de los criminólogos prácticos –dicen J. DOZOIS y Otros– la
naturaleza del delito y los antecedentes constituyen elementos muy rele-
vantes para la clasificación de la “clientela” desde un “continuum” entre
peligrosidad y no peligrosidad. Son considerados peligrosos o que pueden
ser peligrosos aquellos que han cometido delitos tipificados como violen-
tos contra las personas: muerte, agresión sexual, robo a mano armada,
vía de hecho, secuestro o toma de rehenes. Al contrario, son estimados
como no o menos peligrosos aquellos cuyos delitos no se consideran como
violentos, tales como el fraude o la prostitución.”146
Desde luego, el delincuente ocasional no tiene por qué estar afectado
por estado peligroso en sentido estricto.Generalmente, su etiología delic-
tiva descansará en la claudicación transitoria ante determinadas circuns-
tancias o factores situacionales. Es decir, no estará ante un estado (que
significa algo permanente o prolongado, aunque sea de forma dinámica),
sino ante una simple peligrosidad potencial que puede convertirse en acto
episódicamente.
Hemos de repetir, otra vez, por su importancia, que ni los indicios ni
los factores del estado peligroso pueden constatarse de una vez para siem-
pre. Como si fueran inmutables en el individuo. Las personas cambian, la
delincuencia y sus formas cambian y los contextos delincuenciales mudan.
Luego los procesos de investigación de tales indicios y factores y, por tanto,
la realidad misma del estado peligroso, han de concebirse dinámicamente.
Lo de hoy no valdrá seguramente, por lo menos en toda su dimensión, para
mañana. Los contextos socioeconómicos, políticos, culturales, axiológicos
(incluso, los de lugar y tiempo) impulsan al ser humano al cambio con más
o menos extensión y profundidad. Tanto en el contenido como en las for-
mas. Tanto hacia mejor como hacia peor. Si bien, a unas personas más que
a otras. El criminólogo serio ha de estar, desde este punto de vista, siempre
en camino.

145
Desde un punto de vista criminológico, para B. Di Tullio, predispuesto (predispo-
sición) dice relación a todas las condiciones orgánicas y psíquicas que, de manera directa o
indirecta, propician en el individuo el desarrollo de pulsiones instintivas y de propensiones
afectivas de índole criminógena. (“Principios de criminología clínica y psiquiatría forense”;
Edit. Aguilar, Madrid, 1966, pp.270.
146
Jean DOZOIS y Otros: Trabajo ya citado, p. 44.
136 CésaR Herrero Herrero

C. EVALUACIÓN GRADUATORIA DEL ESTADO PELIGROSO. SUS


VÍAS, DESDE UN PUNTO DE VISTA CRIMINOLÓGICO

Es menester averiguar la existencia, o no, del estado peligroso en el indi-


viduo sometido a examen. Pero no basta con llegar a su existencia. Es preciso
alcanzar su evaluación al menos por razón de su intensidad (mayor o menor
peligrosidad) como de su mayor o menor persistencia en el tiempo.

¿Cuáles son las vías para poder acceder a esa doble evaluación?
Con tales fines, suele hacerse referencia a una doble manera: La vía del
diagnóstico clínico y la vía del diagnóstico etiológico.
a)  La vía del diagnóstico clínico. Este camino de evaluación, en el sentido
afirmado, parte de los dos elementos componentes clásicos del estado peli-
groso. Ya definidos en su lugar.
Considerando, además, que se trata de dos componentes autónomos en-
tre sí (a pesar, o precisamente por ello) de su complementariedad. Queremos
decir que la capacidad criminal (elemento nuclear) y la adaptabilidad social
no siguen desarrollos paralelos, pudiéndose dar, por ejemplo, una capacidad
criminal alta y una adaptabilidad social baja. y viceversa.
Siendo posible la combinación entre sí de grados intermedios.
Siguiendo a J. PINATEL, podemos avanzar las siguientes y principales
formas clínicas de estado peligroso, derivadas de dicha combinación:
1ª Capacidad criminal muy intensa + adaptabilidad social muy eleva-
da = Forma más grave o alta de estado peligroso. En consecuencia,
grandes delincuentes. Tanto por la entidad de sus infracciones como
por la habilidad de buscar la impunidad. (V. gr., delitos socioeconó-
micos cualificados dentro de la delincuencia no convencional; asesi-
nos a sueldo profesionales o algunos de los asesinos en serie organi-
zados, dentro de la delincuencia convencional).
2ª Capacidad criminal muy intensa + adaptabilidad social baja o poco
elevada =Forma escasamente grave o nada grave de estado peli-
groso. Es el ámbito donde se encuentran una parte considerable de
los delincuentes profesionales. Sobre todo, los denominados por E.
SEELIG “refractarios al trabajo y que hacen de sus figuras delincuen-
ciales (dentro de la delincuencia más convencional o tradicional) su
forma de vida (Delitos contra el patrimonio, prevalentemente). Aquí,
se suele encontrar también cultivadores de la delincuencia marginal,
a caballo entre la desviación y las leyes penales. También los delin-
cuentes pasivos, que se ponen al servicio de otros delincuentes, in-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 137

cluidos los activos escasamente peligrosos…, al estar su adaptabili-


dad social aún por debajo de la media de la presente categoría de
infractores profesionales.
3ª Capacidad criminal poco intensa + adaptabilidad social muy esca-
sa o débil =Forma muy poco grave de estado peligroso. Es la circuns-
cripción de los delincuentes habituales de la delincuencia “picajosa”
o menor, delincuentes de pura subsistencia. Generalmente afectados
de inadaptación psíquica, débiles mentales y de carácter, otros dismi-
nuidos psíquicos… Son la clientala más fiel de las prisiones.
4ª Capacidad criminal muy poco intensa, muy débil o muy poco alta
+ adaptabilidad social elevada o muy elevada =Forma leve o ligera
de estado peligroso. Los individuos con estas dotaciones o no delin-
quen (están capacitados para adaptarse perfectamente a las formas
de vida y a las reglas de convivencia de la sociedad) o, si delinquen lo
harán de forma ocasional, sea por circunstancias de excepción o por
alguna reacción pasional absolutamente aislada. El sujeto con este
estado peligroso podría cometer algún delito muy grave, pero como
algo absolutamente excepcional en su vida e impulsado por alguna
situación muy específica.
b)  La vía del diagnóstico etiológico. Este diagnóstico de graduación eva-
luativa del estado peligroso recibe el calificativo de “etiológico” porque, para
determinar, de alguna manera, el grado de persistencia en el tiempo y, a la
vez, su grado de influencia en el poseedor, se acude a investigar la naturaleza
de los factores (y a su combinación) presentes en la base constitutiva del mis-
mo y que, por ello, son los que despliegan más o menos influjo en la conducta
del individuo concreto. Generalmente, esta investigación (en virtud del ca-
rácter dinámico del comportamiento humano) deberá llevarse a cabo inme-
diatamente después, o a muy corto plazo, de haber acaecido la infracción o
las infracciones.
Por lo demás, ¿cuáles son, aquí, los factores a desvelar y a combinar
para valorar dichos grados de persistencia y de influencia? Se ha venido
sosteniendo que, aunque la conducta humana es un fenómeno de carácter
eminentemente psicológico, el psquismo humano discurre, prevalentemen-
te, al menos respecto de una gran mayoría de delincuentes, sobre factores
biológicos y sociales. De aquí que, en el presente ámbito, en estos casos,
sean éstos los factores objeto de investigación y de combinación. De com-
binación, porque parece que la influencia de un solo factor no suele darse
generalmente.
Pero, para nosotros, dar esa prevalencia a los factores biológicos y sociales
ha de ponerse en cuestión. ¿Por qué? Porque hay que huir de todo apriorismo.
Los factores serán los que, empíricamente, se constaten en cada individuo.
138 CésaR Herrero Herrero

En la práctica, desde luego, se ha seguido la combinación precitada, ex-


puesta por J. PINATEL, que se apoyaría en estudios estadísticos. Así podrían
configurarse, sustancialmente, las siguientes combinaciones entre dichos fac-
tores (expresivas de las correspondientes influencias) y de ellas se derivarían
los resultados señalados a continuación:
1ª Una influencia biológica fuerte puede combinarse con una influen-
cia social fuerte. En estos supuestos, el estado peligroso ha de consi-
derarse crónico.
2ª Una influencia biológica fuerte puede combinarse con una influen-
cia social ligera; o a la inversa: una influencia biológica ligera puede
combinarse con una influencia social fuerte. En este caso, el estado
peligroso puede juzgarse marginal.
3ª una influencia biológica ligera puede combinarse con una influencia
social ligera. En este supuesto, el estado peligroso puede estimarse
como episódico.
El precedente autor francés asegura que el diagnóstico etiológico del estado
peligroso es la primera base del pronóstico social sobre el mismo.147
Entonces, ¿se puede, a la vista de tales combinaciones, extraídas desde
el estado peligroso actual, adelantar su futuro mediante el correspondiente
pronóstico? Todo esto lo veremos, con detalle, al desarrollar la fase del pro-
nóstico como parte esencial del método clínico. Veremos, en efecto si hay
posibilidades serias de predicción.148 Pero podemos avanzar que lo que sí
parece cierto es que los esquemas que acabamos de describir sobre la eva-

147
A este respecto, J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y de Criminología”, Tomo
III, ya citado, pp. 609-611.
148
No obstante, tratando de preparar el camino a esta cuestión, digamos que han sido
constantes los esfuerzos de los estudiosos especialistas, en estas materias, para intentar buscar
métodos eficaces respecto a la valoración predictiva del estado peligroso. El ya mencionado E.
ESBEC RODRÍGUEZ señala 5 etapas consecutivas en el tiempo, hasta ya entrado el siglo XXI,
y con abundante aportación de datos, en pro de esa dirección. En la primera etapa (hasta el
1970) se habría pretendido conseguir tal fin a través de: “Decisiones basadas en juicios clínicos
“no estructurados” (limitado a impresiones clínicas basadas en la entrevista)”. En la segunda
etapa (Década de los 70 y 80), la pretensión estaría representada por la investigación empírica.
“Decisiones basadas en juicios clínicos “estructurados” (estudio científico de factores de riesgo
de violencia). Uso de inventarios y escalas.” En la tercera etapa (alrededor de mediados de
la década de los 90) empezaron a dominar claramente: “Métodos exclusivamente actuariales
(utilización de técnicas estadísticas para la obtención de factores de riesgo de violencia).” En
la cuarta etapa (año 2000), “surge el debate sobre prevención vs. “manejo” del riesgo. Método
“mixto” (combinación de métodos actuariales y juicios clínicos estructurados). En la quinta eta-
pa (actualmente), se está optando por: “Nueva generación de métodos para la valoración de la
peligrosidad (“Árbol de decisiones”). (En trabajo ya citado: “Valoración de la peligrosidad crimi-
nal (riesgo-violencia) en Psicología Forense. Aproximación histórica”, p. 62).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 139

luación del estado peligroso sirven, muy prevalentemente, para captar, en


su caso, el estado peligroso actual o a corto plazo, si hemos de considerar,
como ya hemos señalado, las posibilidades evolutivas del afectado aquí y
ahora, por dicho estado, la dinamicidad de la delincuencia y sus formas y
las variantes de tiempo y espacio.
Aunque, de todas las maneras, hemos de llamar la atención ante una actitud,
previa a toda comprobación empírica e individualizada, que expresa que esa evolución
y dinamicidad se dan en todos los casos y, además, con la suficiente intensidad como
para invalidar, totalmente, las investigaciones “ad hoc”, realizadas, incluso, a corto y
medio plazo. Ello no es así. Puede asegurarse que, en los delincuentes contumaces o
verdaderamente reincidentes, sobre todo con relación al mismo registro delictivo, no
suelen experimentar “vuelcos de campana” en la motivación y demás factorialidad
endógena de sus comportamientos. Y, por tanto, tales observaciones y afirmaciones
apriorísticas han de ser profunda y extensamnte matizadas.

D. DETERMINACIÓN DE LA GRAVEDAD Y PERSISTENCIA DEL


ESTADO PELIGROSO A TRAVÉS DE INDICIOS LEGALES

Sin dejar de tener en cuenta todo lo que acaba de exponerse, en el apar-


tado precedente, queremos preguntamos también: ¿Se puede determinar, de al-
guna manera, dichas gravedad y persistencia del estado peligroso a través de indicios
legales?
Algunos Códigos penales actuales, desde luego, incluyen, en su articu-
lado, determinados criterios estimativos sobre este particular. Es el caso, por
ejemplo, del Codice Penale (Italia). En sus arts. 102-108; 133; 203, dispone, al
respecto, distinguiendo, por otra parte, los conceptos de peligrosidad social
y capacidad criminal149, que habrán de juzgarse criterios de la existencia actual

149
El texto penal italiano entiende por “peligrosidad social” (aquí, referente a “peli-
grosità criminologica”): Una cualidad personal, caracterizada por la probabilidad de cometer en
el futuro delitos previstos como tales por la ley, tras haber perpetrado, con anterioridad, por
el mismo sujeto, otras conductas criminosas. (Art. 202-203 C.P.) Se trata, pues, de conceptuar
el estado peligroso (peligrosidad social) “post delictum o delicta”. Parece que el legislador está
pensando, aquí y ahora, en un concepto de peligrosidad que haga posible la aplicación de
medidas de seguridad, ya que, en un Estado Social y democrático de Derecho, la imposición
de tales medidas, por una peligrosidad diagnosticada y pronosticada “ante delictum o delicta”,
son ilegales e ilegítimas. (Sin embargo, no serían ilegales ni ilegítimas, aunque el que haya perpetrado
el delito o delitos sea un inimputable, o el delito sea imposible…) Entiende, no obstante, por capa-
cidad criminal la que ha de definirse como la simple posibilidad de delinquir sin requerirse,
para hablar de la misma, que el individuo haya previamente delinquido. (Arts. 102-108 y 133).
¿Pero es congruente, desde el punto de vista puramente conceptual, hacer esta separación tan
nítida? No parece. ¿Por qué? Porque La peligrosidad ha de nacer, necesariamente, de la capa-
cidad criminal. El mismo Texto Penal italiano, en su artículo 203, se remite al ya también citado
140 CésaR Herrero Herrero

de esta clase de peligrosidad (donde queda incluida la peligrosidad de carác-


ter criminológico), entre otros:
— La habitualidad en el delito.
— La profesionalidad en el mismo.
— La tendencia a delinquir… (Arts. 102-108 del C.P.).
Y, en cuanto a la capacidad criminal, señala como criterios identificado-
res de la misma:
— La gravedad del daño infligido o del peligro ocasionado al sujeto
pasivo o víctima de la infracción penal.
— La intensidad del dolo o el grado de la culpa o imprudencia.
— El carácter del reo y los motivos subyacentes a su delinquir.
— Los antecedentes judiciales y penales, así como la trayectoria vital
global del reo, precedente al delito.
— El comportamiento simultáneo y subsiguiente a su infracción
criminosa.
— Las condiciones de vida tanto a nivel individual, familiar y social del
agente infractor. (art. 133 del C.P.)
** Con todo, y sea como fuere, ¿cómo se ha de acoger este diagnóstico por indicios
legales (y con más razón el pronóstico) por parte del criminólogo clínico?
Parece coherente que, si la Criminología Clínica está orientada a exami-
nar, de forma individualizada, al delincuente, no le será en absoluto conve-
niente, y ni si quiera válido, aplicar, sin más, a aquél criterios abstractamente
generalizados, propios de los preceptos penales. La Criminología, como cien-
cia, no debe estar tampoco sometida, en este particular, a precepto alguno.
Porque no cabe olvidar además que, con más frecuencia de la cuenta, los titu-
lares del poder legislativo regulan la realidad (también en esta materia) desde
la pura elucubración racional, apelando al “buen sentido” o “sentido común”.
O como se dice vulgarmente, “a ojo de buen cubero”. En todo caso, no siempre
científicamente documentados.
El criminólogo clínico, por ello, debe someterse, para afirmar o negar, en
alguien, la existencia de “estado peligroso”, a la metodología que demandan
las ciencias empíricas del comportamiento. Naturalmente, y como venimos

artículo 133, disponiendo: “…La cualidad de persona socialmente peligrosa se induce de las
circunstancias indicadas en el art. 133” (Es decir, de los criterios referidos para poder identi-
ficar la existencia de la capacidad criminal). A pesar de ello, cierta doctrina italiana interpreta
el art. 203 del C.P. afirmando que la capacidad criminal ha de entenderse como posibilidad de
delinquir, mientras la peligrosidad social es la probabilidad de cumplimentar ilícitos penales.
(Véase, al respecto y en este último sentido: “Corso in Science psichologiche ed analisi delle
condotte criminali”, II Parte (Pescara), 2003-2004, pag. 4 del texto digitalizado.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 141

constantemente reiterando, dentro de un contexto totalmente respetuoso


con los derechos humanos, sobre todo los fundamentales, del examinado. Y,
además, ha de tener en cuenta la advertencia, muy razonable, que en su día
hiciera J. PINATEL: “… El estudio clínico ha permitido sostener y probar que
no hay correspondencia cierta entre la gravedad de la infracción y el estado
peligroso. En efecto, a menudo, sucede que un delincuente agota su carác-
ter peligroso con la perpetración de un acto muy grave, mientras que, por el
contrario, las circunstancias de un delito de mínima importancia pueden ser
singularmente reveladoras del riesgo que el autor puede hacer correr a sus
semejantes”150.
Si bien, no deben tomarse sólo precauciones con respecto al diagnóstico
basado en indicios legales. También hay que tomarlas con relación al diagnósti-
co fundado, empíricamente, en indicios de carácter psicobiológico, psicomoral
o psicosocial. ¿Por qué? Porque, como parece sugerir el mismo autor, quedarse,
superficialmente (o dogmáticamente), en una unidireccional consideración en
esta materia (sólo en alguna de las categorías factoriales), podría sobredimen-
sionar, o en su caso sopesar a la baja, el estado peligroso postdelictivo del in-
dividuo concreto y ponerse en riesgo de errar con referencia a la estimación o
apreciación del estado peligroso predelictivo. Y es que, efectivamente, tratar de
valorar esta última categoría de estado (el predelictivo) que, como se sabe, ha
de llevarse a cabo antes de que el examinado haya delinquido, es algo altamen-
te difícil de determinar. Salvo, como expone el mismo especialista galo, que se
trate de diagnosticar esa situación en casos especiales: Vr. gr., en “enfermos men-
tales, mendigos y vagabundos, alcohólicos y toxicómanos”151.
Creemos, desde luego, que es aplicable también a la valoración del es-
tado peligroso de carácter criminológico, la proposición, al respecto, que F.
MILLAUD y J. L. DUBREUCQ ofrecen para el de carácter psiquiátrico y en
relación con la violencia: “La evaluación de la peligrosidad implica una mira-
da longitudinal y cualitativa sobre el riesgo de violencia. Ella ha de referirse
a un proceso complejo y, finalmente, el evaluador debe tener en cuenta el
conjunto de elementos que hayan sido procesados, documentados o consta-
tados. Él debe entonces realizar un juicio clínico ponderado, en el que estén
incluidos, y considerados, factores de riesgo y factores de protección. Sin ig-
norar que se trata, con no escasa frecuencia, de idénticos factores que pueden
actuar en uno u otro sentido”152.

150
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, ya citado, p.581.
151
Autor y trabajo precit. en nota anterior, misma página.
152
F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ: “Évaluation de la dangerosité du malade mental
psychotique. Introduction”, en Annales Médico-Psychologiques, 163 (2005) p.850.
142 CésaR Herrero Herrero

E. CLASES DE ESTADO PELIGROSO

No hay unanimidad, entre los autores, a la hora de llevar a cabo la corres-


pondiente variedad clasificatoria del estado peligroso. Algunos, en vez de cla-
sificación, hacen referencia a formas, tipos, clases. Incluso, a esas tres denomi-
naciones categoriales a la vez. Nosotros sólo vamos a mencionar la clasificación
que englobe conceptualmente el resto de nomenclaturas. Pues clasificación,
aquí, quiere ser entendida como la sistematización de las distintas modalida-
des que puede asumir la misma realidad observada desde criterios diversos.
Entonces, aunque sólo haciendo referencia a los supuestos que considera-
mos más relevantes, tenemos que el “estado peligroso” puede ser y denominarse:

a) Por razón de su etiología:


1) Estado peligroso criminológico. Cuando los factores que están en la base
del mismo no tienen origen en patología alienante o ésta no es el cen-
tro impulsor hacia el comportamiento antisocial. El afectado por tal
estado está en situación de ejercer (con los condicionamientos o res-
tricciones, que fueren, de su inteligencia o su libertad) el señorío del
acto a realizar. Aquí, acto gravemente antisocial y penalmente tipifica-
do. (Ya hemos dicho que, en estos supuestos, empleamos, a menudo y
con preferencia, el calificativo crimiminológico y no criminal porque el
estado peligroso en sí mismo no reviste este último carácter).
2) Estado peligroso de naturaleza psquiátrica o psicopatológica. Cuando los
factores que conforman la “peligrosidad” tienen su origen en psico-
patología alienante, en virtud de lo cual (por déficit o perturbación de
la razón o por falta de decisión libre) el que puede pasar al acto antiso-
cial no es responsable de su comportamiento153.

b) Por razón de su conexión operativa con la infracción penal:


1) Estado peligroso predelictivo. El estado peligroso que aún no ha actua-
do al exterior con eficiencia y, ni siquiera, se ha iniciado el proceso
operativo.

L. RODRÍGUEZ MANZANERA, invocando a FERRI, que hablaba de peligrosidad


153

social y de peligrosidad criminal, concluye diciendo que: “Criminológicamente, por peligrosi-


dad general o social, se entiende la actitud o tendencia de una persona para dañar intereses
socialmente relevantes, aunque no estén protegidos por la ley; la peligrosidad criminal es la
probabilidad fehaciente de que un sujeto cometa un delito o reincida en el mismo. por lo ge-
neral se considera la peligrosidad criminal como la forma más grave de peligrosidad social”.
(“Criminología”, ya citada, p.94). Es manifiesto que peligrosidad social es el “genus” del resto
de las peligrosidades que aquí venimos desarrollando. De aquí que el mismo RODRÍGUEZ
MANZANERA la denomine también como peligrosidad general.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 143

2) Estado peligroso actualmente operativo. El que actúa, con su impulso,


desde el inicio hasta el final del proceso en que se lleva a cabo el delito
correspondiente.
3) Estado peligroso postdelictivo. El esatado peligroso que permanece tras
haberse ya actuado y manifestado exteriormente, provocando la pro-
ducción de algún delito o comportamiento socialmente grave o muy
grave y penalmente tipificado.

c) Por razón de la gravedad o intensidad del estado peligroso:


Se habla (con variada adjetivación) de estado peligroso (o peligrosidad):
Muy alta, alta, baja, muy baja; muy grave, grave, débil, muy débil… Ello, según el
resultado de la valoración, como se recordará, a través del diagnótico clínico,
resultante de la combinación entre capacidad criminal y adaptabilidad social
del delincuente concreto.

d) Por razón de los resultados del diagnótico etiológico en la valora-


ción de la intensidad y continuidad del estado peligroso:
1) Estado peligroso crónico. El enraizado en el individuo afectado por tal
estado. Ello, en virtud de la fuerte influencia simultánea de los facto-
res psicobiológicos y psicosociales que le configuren.
2) Estado peligroso marginal. O de influencia puramente periférica, al de-
pender, por ejemplo, de una influencia psicbiológica fuerte combina-
da con una influencia psicosocial ligera o viceversa.
3) Estado peligroso episódico. O de presencia ocasional y transitoria, apa-
recido bajo el influjo ligero, o muy ligero, de factores simultáneos de
carácter psicobiológico y psicosocial.

e) Por razón de la orientación antisocial o delictiva del estado peligroso:


1) Estado peligroso general o indefinido. El estado peligroso orientado a
cualquier acto antisocial o criminal. (Su existencia es cuando menos
dudosa).
2) Estado peligroso de orientación mixta o múltiple. El orientado a dos o
más “registros” antisociales o delictivos (V.gr., hacia delitos contra el
patrimonio y hacia delitos contra la salud pública).
3) Estado peligroso orientado específicmente. El orientado monográfica-
mente. Es decir, hacia un solo registro antisocial o delictivo. (Por ejem-
plo, sólo hacia los delitos contra el patrimonio).
144 CésaR Herrero Herrero

f) Por razón de las formas de manifestarse:


1) Estado peligroso estable. Es sinónimo de permanentemente invaria-
ble o casi, continuadamente presente y, en todo caso, virtualmente
operativo.
2) Estado peligroso agudo o inminente. Es el estado peligroso que precede,
de manera especialmente activa e inmediata, al paso al acto antisocial
o delictivo. Se trate de estado peligroso estable o se trate de estado
peligroso episódico. Es imprescindible que haga acto de presencia en
cualquier paso al acto de cualquier comportamiento gravemente anti-
social o verdaderamente delictivo.
Sobre estas dos clases de estado peligroso escribe J. PINATEL: “Si sólo
algunos delincuentes presentan un estado peligroso permanente, por
el contrario, todos pasan, antes de la perpetración del acto, por un
estado peligroso inminente. Los trabajos de E. De Greeff pusieron de
relieve esta forma general de estado peligroso, ligada al paso al acto
(acting out). Se trata de un estado de peligro anterior al delito que ex-
presa, como subrayó E. De Greeff, la etapa decisiva del iter-criminis, el
momento de crisis que precede inmediatamente al paso al acto.
Et término “estado” es tomado aquí en el sentido que se le da cuando
nos referimos a un estado de fiebre”154.
3) Estado peligroso caracterizado por el momento o edad de aparición en el in-
dividuo por él afectado. Es conocido, por ejemplo, el estado peligroso
(por sus características indiciarias de un futuro delincuente), cuando
surge de forma precoz. Aún en niños menores de diez años o en la
primera adolescencia.

F. REFLEXIONES FINALES

La larga exposición, elaborada hasta aquí, en torno al concepto de estado


peligroso, nos permite recalcar algunas observaciones como las siguientes:
1ª El “estado peligroso” es un concepto, constituido como centro de la
Criminología Clínica, porque ha sido una noción aceptada por la mayoría de
los cultivadores de la Criminología desde los inicios de ésta. No es propiamente
una noción jurídica ni sancionada ya con anterioridad (por su congruencia fá-
cil de percibir) por la opinión pública. (No tiene, tampoco un origen popular).
2ª Ha sido y, de alguna manera viene siendo, concepto nuclear de aqué-
lla, porque, a través de él, se ha venido constatando que es posible una “ges-

154
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, ya citado, p.580.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 145

tión diferencial de la delincuencia”, tanto en un plano estrictamente crimino-


lógico (estudio del fenómeno criminal en el individuo concreto) como en el
campo judicial (posibilidad de una auténtica individualización de la respon-
sabilidad y, en consecuencia, de la pena o, en su caso, medida de seguridad).
3ª Ha sido, y continúa de algún modo siendo, noción cardinal, en el ám-
bito de dicha criminología, porque tanto una parte muy considerable de los
teóricos de la misma como de los cultivadores operativos o prácticos, están
suficientemente persuadidos de que, con tal concepto, la criminalidad puede
ser estudiada clínica y científicamente. Que, a través del método clínico, el
fenómeno delincuencial “individualizado” puede ser conocido de acuerdo a
las exigencias de todo conocimiento científico. Es decir, llegando a conseguir
un conocimiento sistemático y verificable de tal fenómeno por sus causas.
4ª Ha sido, sobre todo durante las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo,
cuando ha sobrevenido un ataque frontal en contra de este concepto, como
en realidad sobre toda la criminología clásica o tradicional (la desde Lombroso
para acá), pretextando sus adversarios que se trata de un concepto elaborado
al margen de los contextos sociales criminógenos y enfatizando, a modo de
monopolio, sobre las características psicológicas y extracto social de los de-
nominados peligrosos (marginados, excluidos o desviados sociales…). Que
se ha obliterado por completo algo que es absolutamente necesario: indagar
las razones de por qué determinados individuos o grupos de individuos de
una sociedad son considerados y etiquetados por otros (fundamentalmen-
te los que tienen y ejercen el poder) como personas desviadas o peligrosas.
(Procesos discriminados de incriminación y desincriminación).
5ª Las precedentes objeciones y críticas pueden tener parte de razón si
se examinan las corrientes criminológicas tradicionales hasta la década de los
sesenta, donde habían prevalecido las orientaciones psicobiológicas como
teorías explicativas de la delincuencia. Después, no es exacto que no se hayan
incorporado las corrientes psicomorales y psicosociales como base de esa ex-
plicación. Aunque, tal vez, haya que potenciar, aún más, la denuncia sobre la
influencia de algunos factores y contextos socioinstitucionales como contro-
les negativos de aquélla. Lo que no podemos admitir es que la delincuencia,
en su todo, sea un fenómeno inventado por los poderosos. Y, menos, aún, si
nos referimos a sociedades verdaderamente democráticas. Hemos de deste-
rrar las concepciones colectivistas del ser humano. Del hombre sin personali-
dad, de su clonificación psíquico-espiritual.
6ª No es dudoso que se hayan de eliminar las posibilidades de atribuir a
alguien estado de peligrosidad social (sea o no estrictamente criminológica) en
base a incriminaciones o tipificaciones delictivas puramente artificiales, basa-
das sobre bienes sociales inexistentes o inconsistentes. O lo que es aún peor:
sobre la prohibición del ejercicio de derechos fundamentales, como es el caso
146 CésaR Herrero Herrero

de los regímenes sociopolíticos totalitarios. Pero debemos hacer también fren-


te al denominado “costructivismo criminológico”. (¿O es que, por ejemplo,
no es, y así ha de considerarse, una acción gravísimamente antisocial y, por lo
mismo, ser perseguida penalmente, el homicidio o el asesinato?).
7ª En realidad, los adversarios del concepto de estado peligroso no llegan
a descalificar el concepto mismo, sino a las deficiencias que, según ellos, se ha-
cen presentes en su elaboración o, incluso, al abuso de su atribución. Pero son
muchos los criminólogos (y de distintas ramas científicas) los que han asumi-
do, hace ya años, la tarea de corrección, de mejoramiento, de renovación…155
8ª En cuanto a la postura de las corrientes criminológicas de la cotidia-
nidad, es manifiesta, en este campo, su ausencia de interés verdaderamente
científico-criminológico. NO es otra cosa que puro pragmatismo securitario.
Lo que no fue obstáculo para que, a partir de la década de los noventa, sur-
giera una tendencia amplísima a seguir, en política criminal, sus enunciados.
No sólo, como ya hemos visto, en Estados Unidos, sino también en Europa.
También, en la Criminología Clínica, se ha accedido a recepcionar instrumen-
tos actuariales de evaluación156. Aunque sin desplazar, desde luego, a nuestro
modo de ver, a los propios de la metodología clínica.

155
En el fondo, son muy próximas a nuestras reflexiones las que nos ofrece RODRÍGEZ
MANZANERA acerca de esta misma cuestión. Y, así, afirma: “El concepto de peligrosidad es
un concepto operacional útil, que refleja una realidad innegable. Pocos conceptos han tenido
tanto auge y después tantas críticas, muchas de ellas justificadas. No tenemos un concepto
operacional que sustituya ventajosamente al de peligrosidad, por lo que es necesario definirlo
y mejorarlo. Las definiciones se han hecho de acuerdo a los valores de una cultura determina-
da, pero es necesario buscar algunos principios generales que permitan elaborar directrices, en
un mundo globalizado que se enfrenta a nuevas formas de peligrosidad transnacionales y de
gran capacidad victimizante.
Haciéndose un minucioso estudio de las críticas, puede observarse que lo que se repu-
dia es el “peligrosismo”; es decir, la perversa utilización del concepto peligrosidad y no tanto
el concepto mismo. Es claro que estamos contra el peligrosismo; la experiencia histórica nos
demuestra los resultados catastróficos de la aplicación de la peligrosidad en materia política,
basten los ejemplos del Derecho Penal Soviético y la Criminología marxista, de los Códigos
fascistas y a su aplicación en Italia y Alemania, o de la legislación Republicana Española, apli-
cada con singular alegría por el régimen franquista. Un régimen peligrosista, con medidas de
seguridad sin delito, dictadas por la autoridad diferente a la judicial, sin derecho a defensa y
aplicadas en forma indeterminada, es insostenible.
Debemos entonces estar atentos a la forma en que los políticos, los administradores, los
ejecutores, los que toman las decisiones, aplican los conceptos; no es más que el viejo dile-
ma de la ciencia: las herramientas que crean los científicos, los investigadores, los académicos,
pueden tener un uso criminal en manos de los poderosos.” (“Criminología Clínica”, ya citada,
pp.99-100).
156
Se hace referencia a “criminología actuarial, en este campo, porque en vez de llevar
a cabo un diagnóstico de peligrosidad individual a través de metodología clínica, se hace un
diagnóstico de riesgos aplicando al individuo el diagnóstico atribuido al grupo de riesgo en el
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 147

Si bien,un Derecho Penal, que se había esforzado, al menos en las nacio-


nes democráticas de Europa más representativas, por encarnar los principios
del Estado Social y Democrático Derecho (el modelo Welfare State), ha empe-
zado, eso sí, a ser marginado, para hacerle evolucionar al paradigma del neo-
liberalismo menos recomendable, identificado con la denominada “Nueva pe-
nología” (“New Penology”), proclamadora, entre otras ideas, de la “tolerancia
cero”157.

que previamente se le ha situado. Todo ello, utilizando estadísticas y grandes bases de datos.
Lo que, como es obvio, lleva a que la peligrosidad no sea diagnosticada desde una evaluación
clínica personalizada, sino como consecuencia de un cálculo de probabilidad estadística. Y,
por tanto, no superando el alcance de la mera probabilidad en el acierto. En realidad es la
aplicación, en este ámbito criminológico y penal, de las técnicas diagnósticas y prospectivas
proyectadas en el campo, por ejemplo, de los “Seguros”. O sea, de acuerdo a la “Ley de los gran-
des números”. (Sobre esta vía de conocimiento, en el campo de los comportamientos huma-
nos, puede verse la obra de Bernard HARCOURT: “Against Prediction. Profiling, Policing and
Punishing in an actuarial Age”, Chicago University, 2007. También, la entrevista de este autor,
realizada por Antoine GARAPON, que lleva por título “La Criminologie actuarielle”, publicada
en France Culture.Le Bien Común”, 23 avril (2008). De todas formas, estas “técnicas actuaria-
les” pueden reforzar, que no sustituir, los métodos propios de la criminología Clínica. En este
sentido, bienvenidos sean.
157
Como exponen Mélanie VOYER, Jean Louis Senon, Chr. PAILLARD y Nemat
JAAFARI, los trabajos de J. MONAHAN entre ellos,“Predicting violent behavior: an assess-
ment of the clinical techniques”; In Sage and J. Monahan, H.J. STEADMAN: “Violence and
mental Disorder: Developments in Risk assessment “, University of Chicago Press, 1996), van a
encontrar gran eco en Estados Unidos al constatarse, a través de éstos, que las predicciones de
los expertos (psiquiatras y psicólogos), en materia de “peligrosidad”, no superaban los aciertos
de 3 a 1. Lo que venía a reforzar las tesis de la “Nueva Penología”. Ello motivó, como escriben
los precedentes autores que: En muchos países, la evaluación psicológica individual iba a ser
abandonada a partir de los años 1992, “para volverse hacia una categorización de autores de
delitos, de crímenes, clasificados en grupos taxonómicos, determinados por trabajos de inves-
tigación estadística desde las tasas de base, librándose de la tablas de predicción del riesgo.
Después de los Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, Gran Bretaña, luego gran parte
de los Estados Europeos, van hacer de la evaluación del riesgo de violencia un elemento im-
portante de la pericia psiquiátrica o psicológica. Para PRATT, “el cambio que llegaba consistía
en rechazar completamente el concepto de peligrosidad a favor del concepto de riesgo de vio-
lencia. Éste último es un concepto puramente estadístico y probabilista, y no indica en abso-
luto algún atributo verificable del individuo. Allí donde se demostraba que el diagnóstico era
imperfecto, la demanda actuarial iba a reducir la posibilidad de error humano por medio de la
comparación estadística de perfiles correspondientes a la población peligrosa. Esta criminolo-
gía incita, pues, a pasar del concepto de individuo peligroso a individuo en riesgo: si la peligro-
sidad caracteriza al individuo, el riesgo es percibido de manera más amplia. El mismo resulta
de la combinación de factores múltiples y de su asociación circunstancial. Como lo subraya
ROSE, “la peligrosidad es redefinida y no se la concibe ya como una psicopatología antisocial
escondida en el corazón y alma del individuo, sino como el resultado de una combinación de
hechos concernientes a la conducta pasada y con probabilidad de fracaso en el ejercicio de las
capacidades de control y reconducción de sí frente a las pulsiones agresivas de otros y frente
a los sentimientos encontrados de uno mismo.” Como lo analiza Verónica VORUZ es así como
148 CésaR Herrero Herrero

9ª Ante la no tan relevante fuerza de las objeciones y críticas, esgrimi-


das por las corrientes adversas, como se acaba de ver, es necesario, entonces,
continuar el mantenimiento del concepto de estado peligroso, sin duda me-
jorándolo, para poder conseguir los objetivos arriba señalados. Sobre todo,
si se tiene en cuenta las nuevas categorías y formas de delincuencia y las
características propias de no pocos de sus delincuentes, manifestadas en la
denominada “Delincuencia No-CONVECIONAL”. Si bien, quizá hoy fuera
conveniente centrar la orientación del estado peligroso hacia la actual termi-
nología y actual cimentación, ofrecidas por el nuevo concepto de personali-
dad criminal. (Precisamente, ésta va a ser objeto de amplia exposición en los
Capítulos siguientes).

se identifican, en Gran Bretaña los “high-risk” o high-rate offenders”, que son objeto de un
tratamiento penal particular al margen de su psicopatología. Una nueva categoría clínica es así
introducida en Gran Bretaña: los DSPD (Dangerous and severe Personality Disorders”). Se trata,
en este ámbito, de reducir el riesgo de comportamientos violentos, sea por los mejoramientos
de las condiciones de vida del delincuente, sea por medidas limitadoras del riesgo de violencia
aislando o incapacitando a aquellos que han sido identificados, a través de las medidas proba-
bilísticas, como creadores de riesgo.” (En L’information Psychiatrique”, 85 (2009) pp. 722-723).
Capítulo séptimo

LA PERSONALIDAD
CRIMINAL O CRIMINÓGENA.
EL CONCEPTO DE PERSONALIDAD
“IN GENERE”, SU PLATAFORMA DE BASE
A. INTRODUCCIÓN

En los dos capítulos precedentes, hemos abordado el contenido referente


al concepto de “estado peligroso”. Sobre todo, el de índole criminológica. ¿Por
qué, entonces, nos ponemos como tarea, ahora, la de estudiar, con amplitud
y profundidad, el concepto de Personalidad criminal o, si se prefiere, el de
personalidad criminógena o criminológica? ¿No es el concepto de estado peli-
groso criminológico un concepto incluyente del de personalidad criminal?
Parece claro que, a quien puede atribuirse personalidad criminal, debe
atribuírsele capacidad criminal. Y, si la capacidad criminal es la característica
mollar de dicho estado peligroso, es manifiesto que quien “posee” personali-
dad criminal cae en el ámbito de dicho estado.
No obstante, caer en el ámbito de algo no es lo mismo que identificarse
con ello. Al menos, con el todo de ese algo.
En concreto. La personalidad criminal es una forma de hacerse presente
ese estado peligroso. Pero éste puede encarnarse en otras formas. El estado pe-
ligroso no tiene por qué existir solamente cuando se dé aquélla. Con otras pa-
labras, perteneciendo al mismo plano de la realidad, el estado peligroso es un
concepto-género y la personalidad criminal es un concepto-especie. Esta “especie”
es, tal vez, la más paradigmática del estado peligroso, según las teorías que
explican la delincuencia desde el instituto de la personalidad criminal (vere-
mos cuál es para nosotros hoy la versión de ésta). Sin embargo, no debemos
ignorar, por ejemplo, que las teorías moderadas de la interacción social (en la
línea de psicosociólogos como K. LEWIN), tampoco tienen por qué rechazar
de plano la existencia del estado peligroso para sus explicaciones criminológi-
cas. Acuérdese de que aluden, con relación al delincuente, a que influyen en
él, factores, sobre todo psicosociales, que modelan sus hábitos de reacción.
Es decir, no hablan de personalidad, pero hablan de hábitos, en los que podría
descansar, sin duda, el estado peligroso de referencia158.

En la orientación del texto, según nuestra opinión, escribe J. LAMBERTH: “La per-
158

sona va de un sitio a otro, se mueve, adquiere cosas y se deshace de ellas. En la teoría de


LEWIN, los deseos se llaman valencias. Todo lo que una persona quiere, tiene valencia positiva;
todo lo que una persona rechaza, tiene valencia negativa. Las valencias positivas son vectores,
término que indica una fuerza que impulsa al individuo hacia el objeto deseado. Un objeto
152 CésaR Herrero Herrero

Por lo demás, si la personalidad criminal es la forma paradigmática del


estado peligroso, es evidente que necesitamos saber en qué consiste.
Y debemos añadir otra notable conveniencia. Si el concepto de “capacidad
criminal”, dimensión nuclear de tan mencioando estado, apareciera, como
apuntan no pocos estudiosos del tema, como un concepto un tanto vaporoso,
poco preciso, escasamente aprehensible, nos parece loable intentar si el con-
cepto de personalidad criminal, tal como nosotros, repito, vamos a entender-
lo, es más delimitable y merecedor de sustituir a aquél. (Puede adelanterse
que es así en el campo, claro está, de la Criminología Clínica, pues es de esta
manera, creemos, como parece y aparece).
Con esas finalidades, vamos a desarrollar, a continuación, las siguientes
cuestiones, de forma respectiva, en los tres Capítulos siguientes.
En el presente Capítulo abordamos:
— El concepto de personalidad “in genere”, desde plurales perspectivas.
— En el Capitulo OCTAVO, el concepto de personalidad CRIMINAL y
sus diversos aspectos.
— En el Capítulo NOVENO, la vertiente periférica de esa personalidad
criminal y otras cuestiones

B. EL CONCEPTO DE PERSONALIDAD “IN GENERE”

Desde la Grecia clásica, se han venido dando tantas definiciones de


personalidad (o de sus sustitutivos: temperamento, carácter…), acudiendo
a diversidad de componentes (biológicos, fisiológicos, anatómicos, fisiognó-
micos, exógeno-frenológicos, psicológicos, morales, sociológicos…) que sería
tarea imposible tratar de exponer, aunque fuese lo más esencial, lo referente
a las mismas159.

con valencia negativa tiende a alejarle de él a la persona. Por tanto, si conocemos el espacio
vital de un individuo y los vectores –valencias de los objetos, es posible predecir, con un rela-
tivo grado de precisión, el resultado de las fuerzas que actúan sobre esa persona o, dicho más
sencillamente, es posible predecir su comportamiento.” (Psicología Social”, Edit. Pirámide, 3ª
edición, Madrid, 1989, p.42).
159
Dentro de la clasificación dual (biotipológicas y psicológicas), L. RODRÍGUEZ
MANZANERA apunta a esa multitud de referencias sobre la personalidad: desde Hipócrates
a los principales estudiosos de nuestros días. (“Criminología Clínica”, ya citada, pp.103-
1099). A R. GASSIN, desde un punto de vista psicológico, parece agradarle el esquema de Y.
CASTELLAN (“Initiation à la psychologie moderne), que incluye cuatro corrientes del concepto
de personalidad, duarante el siglo XX y lo que va del XXI. Efectivamente, se refiere a: “1) La co-
rriente tipológica (Sheldon, sobre todo) para quien la personalidad depende de la constitución
física, del temperamento y del carácter;2) la corriente psicoanalítica (Freud), que distingue tres
instancias en la “plataforma psíquica”: el “Ello” (Ça o Soi), el “Yo” y el “Super-yo”, colocando el
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 153

A nosotros, antes de seguir adelante, nos interesa destacar que lo que


nos proponemos llevar a cabo, con este término, es alcanzar un concepto de
personalidad que nos sirva de base sólida para poder conectarlo con el otro
concepto: el de CRIMINAL (personalidad criminal).
Es decir, que lo que nos importa, aquí y ahora, es poder definir de forma
conjunta el concepto de personalidad criminal. Para ello, debemos definir,
en un primer momento, ambos conceptos de forma separada, sin perder de
vista la mutua correlación y, así, en un segundo término, poder definirlos de
forma unificada e inseparable. (Por eso, vamos a tratarlos, también, como
acabamos de decir, para darlos más relevancia, en Capítulos diferentes).
Teniendo en cuenta entonces ese propósito, y siguiendo el orden estable-
cido, nos preguntamos:

a) ¿Qué ha de entenderse por personalidad, por personalidad “in


genere”?
Para esclarecer este concepto vamos a seguir los cuatro pasos siguientes:
— Punto de partida como base de tal comprensión: La persona como pla-
taforma imprescindible de la personalidad.
— Las definiciones de personalidad “in genere. Algunas reflexiones
previas.
— Definiciones concretas de personalidad “in genere”, ofrecidas por
autores reconocidos.
— Nuestro concepto de personalidad “in genere”.

desarrollo de la personalidad bajo el signo del conflicto entre las tres instancias; 3) la corriente
factorial (Cattel ante todo) que, analizando la personalidad por medio del llamado método fac-
torial, ha aislado los trazos profundos de ella a través de parejas antagónicas (ejemplo, Fuerza
del yo-Tendencias neuróticas; Inteligencia general-Deficiencia mental, etc.); 4) la corriente cul-
turalista (de Cardiner, preferentemente), para la que los miembros de una misma sociedad tie-
nen en común elementos semejantes de personalidad, que forman la personalidad de base.”
Añadiendo, también, que: “Más allá de ese inventario de grandes orientaciones en materia
de teorías de la personalidad, se pueden señalar dos grandes tendencias en la concepción de
la personalidad. Para la primera, la personalidad es la suma de cualidades de la persona y se
define como la síntesis global de todas ellas (concepción estática). Para la segunda, la persona-
lidad es la facultad de comportarse de tal o tal manera, de elegir tal o cual conducta en las más
diversas situaciones en las que un individuo se encuentra. Ésta es la concepción dinámica de
la personalidad que se adapta mucho mejor que la precedente al objeto de la Criminología…”
(“Criminologie”, ya citada, pp. 465-466). Nosotros mismos, en nuestra “Criminología. Parte
General y Especial”, damos una visión muy amplia de esta cuestión, partiendo, también des-
de una óptica psicológica y, por ello, ofrecemos pluralidad de teorías teniendo en cuenta las
más sobresalientes corrientes de la Psicología Empírica de nuestro tiempo. (Nota (4) págs.
351-356).
154 CésaR Herrero Herrero

C. PUNTO DE PARTIDA COMO BASE DE TAL COMPRENSIÓN:


LA PERSONA COMO PLATAFORMA IMPRESCINDIBLE DE LA
PERSONALIDAD

En la Ciencias del Comportamiento, o de la Conducta, se habla, de forma


amplia y frecuente, de aprendizajes, de “refuerzos”, de estímulos y respues-
tas, de sensaciones y percepciones, de acciones y reacciones, de comporta-
mientos y conductas. Todo esto, ¿es algo que cabe ser explicado al margen de
un sujeto (unidad psicofísica inescindible) que actúa, que recibe estímulos,
que da respuestas coordinadas, que siente, que percibe, que piensa o, por
el contrario, una aproximación racional a la realidad nos exige relacionarlo
con esa “unidad subjetiva”? A esta última conclusión llegaron los análisis de
la Filosofía clásica, tanto de los grandes pensadores griegos como romanos y
cristianos (Aristóteles, Séneca, Agustín de Hipona, Boecio, Tomás de Aquino,
Buenaventura de Bagnorea, J. D. Escoto, Suárez…) y gran parte de la Filosofía
moderna, empezando por Descartes, Spinosa, Kant, Leibniz…)
Dentro de las Ciencias empíricas, como la Psicología, han defendido
también la menesterosidad de tal “subjectum” corrientes tan importantes
como la “GESTALT” (Psicología de la “forma” o Psicología “con alma”), la
REFLEXOLOGÍA, el PSICOANÁLISIS, la CORRIENTE HUMANISTA de la
Psicología… Se han acogido a esta necesidad gran parte de las corrientes psi-
cológicas a partir de los años cincuenta del siglo XX. Tan sólo el “Conductismo”
(“Behaviorismo”), más bien en su vertiente radical, ha procurado, de forma
destacada, ignorar o prescindir de ese “subjectum”, hablando, en exclusiva, de
conducta y comportamiento, de estímulos y respuestas…, como si todo ello
fuese una simple suma de aconteceres sucesivos, independientes e inconexos
entre sí, y desconectados, como acabamos de decir, de un sujeto unificador y
de referencia.
Dicho “sujeto”, concebido ya como “sustancia individual de naturaleza
intelectual” (BOECIO, DESCARTES, KANT…), ya en su dimensión más diná-
mica y relacional (sujeto “dialógico”), visión ésta de no pocos autores (HUGO
DE SAN VÍCTOR, M. BUBER, G. MARCEL, F. EBNER, R. GUARDINI…), ha
recibido el nombre de PERSONA160. FUNDAMENTO ésta, precisamente, del

Es, sobre todo, dentro del llamado “Personalismo psicológico” o “Psicología


160

Humanista”, donde han militado y siguen militando insignes cultivadores de la Psicología,


en donde se concede protagonismo a la persona con relación a la dinámica o desarrollo del
psiquismo. (Recuérdese nombres como los de G. W. ALLPORT, C. ROGERS, A. H. MASLOW,
James BUGENTAL…). Ha sido este último el que ha tratado de sintetizar esta orientación psi-
cológica de la personalidad en cinco puntos ampliamente citados:
1º El hombre trasciende la suma de las dimensiones que le integran. 2º El hombre se reali-
za en un contexto existencial interpersonal. 3º El hombre tiene conciencia de sí mismo a través
de una experiencia interior indeclinable. 4º El hombre es el centro de su propia decisión. 5º
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 155

concepto de personalidad, al que, a pesar de ello, se refieren, casi en exclusi-


va, los cultivadores de la Psicología Experimental. Pero es obvio que no deben
confundirse. El concepto de persona ha de ser considerado como la platafor-
ma imprescindible sobre el que descansa y se funda el concepto de persona-
lidad. La personalidad no es, pues, ninguna categoría sustantiva autónoma,
sino una cualidad o atributo que se asienta dinámicamente en la persona, que
la vertebra en su totalidad. Si bien, dentro de la Psicología empírica, como
acabamos de insinuar, da la sensación, y a veces más que sensación, de que el
término personalidad ha entrado a sustituir al de persona. Pero son distintos,
repetimos, aunque inseparables. Desde luego, la personalidad no es un aba-
nico de sucesiones biopsíquicas inconexas precisamente porque se sustenta
en la unidad inconsútil que es la persona, cada persona. Y la persona no es un
“ens estático, inerte, porque se dinamiza constantemente en la creación de su propia e
intransferible personalidad161.

D. DEFINICIONES DE PERSONALIDAD “IN GENERE”. ALGUNAS


REFLEXIONES PREVIAS

Antes de dar nuestra visión sobre lo que ha de entenderse por persona-


lidad “in genere”, de tal modo que en esa noción pueda descansar, sin dis-
torsiones, la noción específica de personalidad criminal, ofrecemos algunos
aspectos sobre su variedad y complejidad. Después, expondremos algunas
definiciones, elaboradas por autores conocidos.
Pues bien. En este sentido, puede decirse, como advierte el profesor
SANZ FERNÁNDEZ, que: “…Muchos autores se han acercado al concepto
de personalidad agrupando en categorías las definiciones psicológicas exis-

La conducta del ser humano se caracteriza por su intencionalidad. (Ver sus obras: “Challenges
of humanistic psychology”, publicado en 1967, y “The search for Authenticity: An existential-analytic
approach to psychotherapy” (1965). Sobre esta corriente psicológica puede verse: M. VILLEGAS
BESORA: “La Psicología Humanista: Historia, concepto y método”; en Anuario de Psicología, 34
(1986).
161
En el sentido del texto, se expresa J.L.PINILLOS: “Que la Psicología se conciba como
la ciencia de la conducta no significa, por descontado, que la conducta carezca de sujeto. Las
acciones, afirmaban los escoláticos medievales, pertenecen a los sujetos que las ejecutan –ac-
tiones sunt suppositorum—y otro tanto hay que decir acerca de la conducta, que no consiste en
una colección de procesos monstrencos, sino en la forma de existir de los seres vivos en sus
respectivos medios, esto es, en funciones ejecutadas por una unidad de acción vital. (…) Si hay
algo que la personalidad no es, es una colección de procesos inconexos; de cualquier modo
que se entienda, el concepto de personalidad dice relación a algún tipo de substantividad, sea
anímica, consciente u orgánica. (…) Huelga decir, claro está, que sólo en una psicología que de
algún modo sea compatible con la noción de sujeto, tiene en realidad cabida el estudio de la
personalidad”. (“Principios de psicología”, Alianza Editorial, Madrid, 1995, pp. 579-580).
156 CésaR Herrero Herrero

tentes. Cada autor ha propuesto sus categorías, pero, a la postre, todas po-
drían ser integradas en el sistema de clasificación que ya en 1937 propusiera
Allport basándose en el criterio sobre el que se hace mayor énfasis en cada
definición: definiciones aditivas u ómnibus, definiciones configuracionales-
integradoras, definiciones jerárquicas, definiciones en términos de ajuste y
definiciones basadas en la distintividad.” Y prosigue: “A estas cinco categorías
añadiré, siguiendo a Pelechano (1993), una sexta, definiciones basadas en la
estabilidad, puesto que es éste un criterio que ha aparecido, con mucha fre-
cuencia, en las definiciones formuladas en los últimos 30 años al hilo de la
polémica “persona-situación” que tuvo lugar en los años 70”162.
Otros autores, en fin, hacen referencia a definiciones de personalidad,
perfiladas según diferentes teorías y con relación a diferentes modelos. Y, así,
hablan respecto a la noción de personalidad, sobre modelo psicodinámico
(SULLIVAN); sobre modelo humanista-fenomenológico-existencialista (C.
ROGERS); sobre modelo situacionista (B.F. SKINNER); sobre modelo rasguis-
ta (R.B. CATTELL o H. J. EYSENCK)163.
También se ha enfocado el concepto de personalidad desde la Sociología.
No es algo reciente. A finales del primer tercio del siglo XX, algunos antropó-
logos culturalistas, como R. LINTON y A. KARDINER, sirviéndose de ciertas
técnicas psicoanalistas, comenzaron a indagar cómo, en algunas formacio-
nes sociales, se llegan a producir, a través de la educación durante la infancia
y la primera socialización, “estructuras de base relativamente persistentes y
fuertemente organizadas en la psique individual”. Ejemplos de ello sería la
personalidad del “status”, que constituye, al parecer, “la personalidad de base
dominante en diferentes grupos de edad, de sexo, de condición socio-económica” y en
virtud de ello es posible indagar aspectos propios de esta sociedad compleja
en la que, a diferencia de las comunidades primitivas, es muy difícil indivi-
dualizar la personalidad de base…164
Más hacia nuestro tiempo, se consideran, sobre este particular, especia-
les los trabajos de la Escuela de Francfort (T. W. ADORNO, H. MARCUSSE,
M. HORKHEIMER…), dedicada al mismo tiempo a la investigación filosófi-
ca, psicológica y sociológica. Pero pesa en ella demasiado la ideología. Y, así,
por ejemplo, ADORNO, al hablar del ser humano, como hace observar N.
ABBAGNANO, “cree, por un lado, que el individuo es la única realidad úl-

162
J. SANZ FERNÁNDEZ: “Psicología de la personalidad”, en http:www.educa.ma-
drid.org/web/ies.barriodebilbao.madrid/FOL/ret/Introducción_d…
163
Sobre esta cuestión, ver Adelia de MIGUEL: “Definiendo Psicología de la
Personalidad”; Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico, La Laguna, 2005,
pp.5-6 del estudio. (Puede localizarse en http://webpages.ull.es/users/admiguel/proyecto.pdf).
164
Para las observaciones de texto, ver “Enciclopedia delle Scienze Umane”, palabra
“Personalità”.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 157

tima, la esencia suprema, pero por otro lado afirma que esta realidad en la
sociedad contemporánea está reducida a apariencia o a inesencia porque la
sociedad es un “sistema” que no sólo “oprime y deforma a los individuos”
sino que “penetra hasta en aquella humanidad que antes determinaba como
individuos (“Minima moralia”, págs. 104 y 143)165. Naturalmente, entonces, las
formas de ser y reaccionar del ser humano están alienadas y podría decirse
que no le pertenecen. Su personalidad le es ajena. Este concepto de persona-
lidad, si es que es congruente hablar aquí de personalidad, no sirve al crimi-
nólogo clínico.

E. ALGUNAS DEFINICIONES DE PERSONALIDAD “IN GENERE”,


OFRECIDAS POR AUTORES RECONOCIDOS

Sin dejar de considerar las reflexiones y precisiones precedentes, vea-


mos, ahora, algunas definiciones concretas sobre el concepto de personali-
dad. Tratando de ofrecer aquéllas que más puedan interesar a nuestro estu-
dio, señalamos:
1ª H. J. EYSENCK. En su obra “Dimensions of Personality” viene a decir que
la personalidad consiste en: La suma total de los patrones de conducta en acto o
en potencia de un determinado organismo humano, determinados por la herencia y el
ambiente y que tiene su origen y desarrollo a través de la interacción funcional, a tra-
vés de las cuatro áreas fundamentales en los que dichos patrones de comportamiento se
organizan: el área cognitiva (inteligencia), el área conativa (carácter), el área afectiva
(temperamento) y el área somática (sector constitucional)166.
Y, en unión, con M. EYSENCK (“Personality and Individual Differences”),
sostiene prácticamente lo mismo, al señalar que la personalidad es: “Una or-
ganización más o menos estable y duradera del carácter, temperamento, inte-
lecto y físico de una persona que determina su adaptación única al mabiente.
El carácter denota el sistema más o menos estable y duradero de la conduc-
ta conativa (voluntad) de una persona; el temperamento, su sistema más o
menos estable y duradero de la conducta afectiva (emoción); el intelecto, su
sistema más o menos estable y duradero de la conducta cognitiva (inteligen-
cia); el físico, su sistema más o menos estable y duradero de la configuración
corporal y de la dotación neuroendocrina”167.

165
N. ABBAGNANO: “Historia de la Filosofía”, Editorial Hora, trad. de J. Estelrich y J.
Pérez Ballester, Vol. 3, Barcelona, 1981, p.801.
166
H. J. EYSENCK: “Dimensions of Personality”, Edt. Routledge y Kegan Paul, London,
1947, p. 23.
167
H. J. EYSENCK y M. EYSENCK: “Personality and Individual Differences”;
Plenum Press, 1985, p. 9. Traducción de cita de texto, de V. SCHMIDT y OTROS en “Modelo
Psicobiológico de Personalidad de Eyseck”, en Revista Internacional de Psicología, Vol. 11, nº 2,
158 CésaR Herrero Herrero

2ª R. J. LARSEN y D. M. BUSS. Estos autores parten, para su noción de


personalidad, de la delimitación de seis campos o dominios de conocimien-
to en relación con la naturaleza humana: Campo o dominio disposicional
(Dispositional Domain); campo o dominio biológico (Biological Domain); cam-
po o dominio intrapsíquico (Intrapsychic Domain); campo o dominio cogni-
tivo-experimental (Cognitive and Experiential Domain); campo o dominio
sociocultural (Social and Cultural Domain) y campo o dominio de adapta-
ción (Adjustment Domain). La personalidad sería la suma organizada de la
dinámica y continuada puesta en acción de estos seis campos o dominios.
(“Whole person”, vienen a decir, is “as the sum of influences and effects of each of the
domains of personality functioning”). �����������������������������������������
Hacen hincapié en que la personalidad in-
fluye o afecta al contexto sociocultural y éste, en interacción, afecta o influye
a la personalidad168.
La personalidad, por lo demás, aparecería formada por la unión de plu-
ralidad de rasgos y mecanismos psicológicos que se encuentran organizados,
y con apreciable constancia, en el interior del individuo169.

pág. 9 del estudio. En este último trabajo, los mismos autores precisan, tratando de esclarecer
este concepto de la personalidad en Eysenck, que: “En sus teorías del comportamiento huma-
no (inteligencia, creatividad, conducta criminal, etc) el rasgo psicológico ocupa un lugar cen-
tral (Eysenck, 1952;1976; Eysenck y Eysenck, 1985; Eysenck y Eysenck, 1994), razón por la cual
se suele considerar a la suya una teoría disposicional. Una disposición o rasgo es una tendencia
de conducta que da estabilidad y consistencia a las acciones, a las reacciones emocionales y a
los estilos cognitivos de los sujetos (Ortet i Fabregat, Ibáñez Ribes, Moro Ipola y Silva Moreno,
2001). En palabras del propio Eysenck, los rasgos son “factores disposicionales que determi-
nan nuestra conducta regular y persistentemente en muchos tipos de situaciones diferentes”
(Eysenck y Eysenck, 1985, p.17). La de Eysenck es, además de una teoría centrada en el rasgo,
una teoría dimensional. Las teorías dimensionales (o factorialistas) proponen la existencia de
factores de personalidad como dimensiones continuas sobre las que pueden disponerse cuan-
titativamente las diferencias individuales (Mayor y Pinillos, 1989). (Trab. precitado, p.9).
168
R. J. LARSEN y D. M. BUSS: “Personality psychology: domains of knowledge about
Human Nature”; McGraw Hill, 4th Revised Edtion, México, 2009.
169
La precitada autora, Adelia de MIGUEL, nos da, sobre la personalidad, la siguiente de-
finición acuñada por estos tratadistas: “La personalidad es el conjunto de rasgos psicológicos
y mecanismos dentro del individuo que son organizados y relativamente estables, y que in-
fluyen en sus interacciones y adaptaciones al ambiente intrapsíquico, físico y social.” Y nos
ofrece la siguiente explicación sobre este concepto, diciéndonos lo que hemos de entender por
cada una de sus términos o expresiones:
* “…Mecanismos psicológicos (MECANISMO: PROCESO PSICOLÓGICO compuesto de
tres ingredientes: entradas, reglas de decisión y efectos.
* Dentro del individuo: las fuentes de personalidad residen dentro del individuo (polé-
mica naturaleza-ambiente, evolucionismo, genética comportamental, aprendizajes).
* Que son organizadas y relativamente estables: modelos jerárquicos, factoriales, circunfle-
jos,… ciclo vital, cambio-estabilidad, cambios cualitativos (divergentes, convergen-
tes), cambios cuantitativos.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 159

3ª A. VEXLIARD. Dice que: “La personalidad es una estructura dinámica in-


tegrativa e integrante, que asegura una unidad relativa y la continuidad en el tiempo
que dan cuenta de las particularidades propias de un individuo, de su manera de sen-
tir, de pensar, de actuar y de reaccionar en las situaciones concretas”. (Por su clari-
dad, no necesita de más explicación)170.
4ª R. B. CATTELLL. Dentro de la Teoría Factorial de la Personalidad,
CATTELL dice entender por personalidad: “Aquello que expresa lo que una per-
sona lleva a cabo al encontrarse con una situación determinada”. O también: “Es
aquello que nos permite pronosticar o predecir lo que una persona hará cuando se halle
ante una determinada situación”.
Pero, ¿por qué esta concepción psicológica de la personalidad? Porque la
personalidad forma una estructura conformada por rasgos. Y una vez que
éstos han sido percibidos, debido a su naturaleza nos permiten augurar, con
fundamento, el comportamiento del que ha labrado esa personalidad171.
Por tanto, el “rasgo” es el elemento estructural fundamental en el con-
cepto de personalidad de Cattell, quien concibe al mismo como “la tendencia a
reaccionar relativamente constante. O constante y amplia “.
De ahí, la confianza que los “rasgos” ofrecen para el pronóstico certero
de la conducta. Si bien, esta función no se se alcanza por la captación aisla-
da de los mismos, sino en su conjunto. Como advierte J. GOMARA PÉREZ,
apoyándose en otros estudiosos de Cattell: “La evaluación psicológica, desde
este modelo, pretende “captar” los “rasgos que conforman la personalidad.
(M.Forns, T. Kirchner y M. Torres, 1991). Pero no los rasgos aisladamente, sino
como conjunto de éstos, los cuales determinan una estructura: la personali-
dad. Y estos rasgos no se analizan en función de su presencia o ausencia, sino
preferentemente se evalúa su intensidad en referencia a un grupo normati-

* Y que influyen en (los rasgos influyen en la forma en que pensamos, actuamos y
sentimos).
* Sus interacciones con el ambiente (percepciones, elecciones, evocaciones,
manipulaciones).
* Y adaptaciones: (logro de metas, afrontamiento, ajuste y enfrentamiento a desafíos y
problemas); diátesis, stress, personalidad normal, evolucionismo, adaptación a nor-
mas, supervivencia.
* El ambiente (intrapsíquico, físico y social).” (“Definiendo psicología de la personalidad”, ya
citado, p.3 del estudio).
170
A. VEXLIARD: “Le clochard. Étude de psichologie sociale”; Edit. Desclée de
Brouwer, Paris, 1998.
171
R. B. CATTELL: “Personality: A systematic theoretical and factual study”; Ed.
Mcgraw-Hill, N. York, 1950. “The scientific use of factor analysis in behavioural and life scien-
ces”; Edt. Plenum, N. York, 1978; CATTELL, R. B. y R. M. DREGER (Edts.): “Handbook of mo-
dern personality theory”, Ed Willey, N. York, 1978.
160 CésaR Herrero Herrero

vo, y esto es precisamente lo que le da este enfoque nomotético, a la metodo-


logía utilizada por este grupo de psicólogos”172.
Por otra parte, cabe advertir que existen muchas clases de rasgos. En vir-
tud de su contenido, se habla de rasgos aptitudinales (categoría o modelo de
recursos poseídos por el individuo para resolver la situación a él sobreveni-
da). De rasgos temperamentales o actitudinales (cuál es el objeto de su acción
y cómo actúa). De rasgos dinámicos (relativos a la motivación del comporta-
miento del individuo).
Importante, desde el punto de vista de la clasificación, es hacer referen-
cia a rasgos distintos por razón de su intensidad y significado dentro de la
estructura de la personalidad. En este sentido son importantes los denomina-
dos rasgos ocasionales y causales, relacionados con la regularidad de la conduc-
ta. Por la fuente de donde proceden se habla de rasgos constitucionales (endó-
genos) y ambientales (exógenos).
También existen los llamados rasgos dominantes, pues la psicología de los
rasgos, que forman una estructura, poseen un carácter jeraquizado. “A veces,
comenta Ana BENITO MARISCAL, un rasgo dominante era considerado tan
importante que definía, por sí solo, al individuo. A estos rasgos sobresalientes
que afloran ante muy variados tipos de estímulos hoy se les llama cardinales.
Pero definir a una persona por un rasgo cardinal es siempre una simplifica-
ción peligrosa, ya que, junto a él, existen otros secundarios que matizan y
complementan la personalidad, aunque no sean tan llamativos y sólo se ha-
gan visibles ante algunos estímulos específicos”173.
5ª G. W. ALLPORT. Partidario de la “Psicología de los Rasgos”, para ahor-
mar su concepto de personalidad, difiere de otros ilustres cultivadores de la
misma, al recalcar, definiendo tal concepto, el carácter orgánico de la persona-
lidad. Y, en consecuencia, también tiene su propia comprensión de la natura-
leza de los rasgos y su papel en la estructuración de la personalidad. Allport,
al referirse a los rasgos, habla simplemente de estabilidad comportamental174.

172
J. GOMARA PÉREZ: “R.B. Cattell y el 16 PF. Aproximación histórica, metodológica y
conceptual”; en http://www.terra.es/personal5/itaka2002/documents/cattell16pf.htm
173
Ana BENITO MARISCAL: “Estudio de la Quinta Edición del 16 PF”; Universitat
Politècnica de Catalunya, Barcelona, julio 2009, p.19 del estudio.
174
Lo que no es algo extraño. El concepto de rasgo, en los cultivadores (o simples
tratadistas) de esta teoría, presenta sus propias diferencias o matices. Y, así, escribe la misma
BENITO MARISCAL: “Para Cattell es la tendencia a reaccionar relativamente constante. Según
Guilford, rasgo era “cualquier cosa” perceptible y relativamente duradera en la que un indivi-
duo se diferencia de otro. Allport hablaba de constancias conductuale. Stern empleó el térmi-
no disposiciones para referirse a ciertas formas estables de comportamiento. Los conductistas
preferían hablar de hábitos, mientras los humanistas consideraban los rasgos como unidades
referenciales de la propia identidad de una persona.” (trabajo precitado, pp.18-19).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 161

Lo más específico de la personalidad no serían los rasgos (que también


tienen gran relevancia), sino la organización de la misma. Por ello, la definía:
“Personalidad es la organización dinámica dentro del individuo de aquellos
sistemas psicofisiológicos que determinan su adaptación al ambiente”175.
Sobre el concepto de personalidad en Allport comenta J. L. PINILLOS:
“Mucho más conscientes del carácter de sistema propio de la personalidad son
otros autores como Wundt, Stern o Allport. Wundt entiende que la persona-
lidad se cifra en un yo unitario, consciente de sí mismo y libre. Stern acentúa
en su fómula de la unitas multiplex el momento integrador y guestáltico que
confiere sentido personal al conjunto de rasgos y aptitudes propios del indivi-
duo. Un personalista de principios de siglo, Bowne, subraya asimismo la auto-
conciencia, el autocontrol y las dimensiones cognoscitivas –no sólo afectivas y
accionales– que caracterizan la personalidad humana. Pero quizás es el propio
ALLPORT quien de forma más lograda formula una definición orgánica de
la personalidad, como “organización dinámica, interna al individuo, de los
sistemas psicofísicos que determinan su ajuste único a la situación”176.

F. NUESTRO CONCEPTO DE PERSONALIDAD “IN GENERE”

Siguiendo fielmente nuestra orientación entorno al “estado peligroso”,


cuyo origen referíamos a las posibles disfunciones, preexistentes o sobreve-
nidas, en cualquiera (o a la vez en todas ellas) de las tres áreas primigenias y
fundantes del ser humano: Su bagaje biológico, su potencial predisposición
psicomoral y su contexto medio-ambiental, hemos de hacer lo mismo o algo
parecido al tratar de definir el concepto de personalidad. Y, por ello, preci-
samente, decíamos hace unos momentos, que nuestro punto de partida, para
encarar dicho concepto, era el de asumir que, en la base de la personalidad,
debe situarse el concepto, ineludible, de persona.
En efecto, existen tres palabras, en la lengua griega clásica, que recogen las
tres precitadas áreas: “Pathos”, êthos [êthikós] y periejés. “Pathos” significa lo que se
experiementa, lo que afecta al cuerpo, lo que causa las afecciones del cuerpo y
el alma, lo relacionado con el sentimiento, la pasión, la emoción viva. Es decir,
el temperamento o talante. La voz “êthos (êthikós)” expresa, en primer térmi-
no, lo relativo a la moral. Luego se aplicó para designar el carácter o modo de
ser por hábito. O sea, disposición permanente para actuar de forma recta o de
acuerdo a lo que ha de estimarse como conforme con el bien.

175
G. W. ALLPORT: “Personality: a psychological interpretation”, Holt, Rinehart, Winston,
1937, p.48. (Hay traducciones de esta obra al español. Por ejemplo, en Herder, Barcelona, 1980).
Ver también su obra: “Pattern and growth in personality”, Holt, Rinehart, Winston, 1961.
176
J. L. PINILLOS: “Principios de psicología”, ya citado, p.600.
162 CésaR Herrero Herrero

Se trata de dos dimensiones (temperamento y carácter), que no pueden se-


pararse, si no es de forma analítica o metódica. Ambas son las dimensiones
ontológicas, endógenas, del ser humano. El temperamento es la herencia psi-
co-biológica. El carácter es, primordialmente, la actitud y la motivación (intelec-
tuales, volitivas, axiológicas y éticas) con las que el individuo concreto afronta
la gestión de esa herencia para escribir su propia historia, para realizar su
propia biografía, en donde va a quedar reflejada, precisamente, su propia e
intransferible personalidad.
“Pathos” y “êthos”, talante y carácter –ha escrito José L. LÓPEZ ARANGUREN–
son, pues, conceptos correlativos. Si pathos o talante es el modo de enfrentarse,
por naturaleza, con la realidad, êthos o carácter es el modo de enfrentarse, por há-
bito, con esa misma realidad. (…) Talante y carácter son, pues, los polos opuestos
de la vida ética; premoral el uno, auténticamente moral el otro. Pero importa mu-
cho hacer notar que sólo por abstracción son separables. (…) El hombre constitu-
ye una unidad radical que envuelve en sí sentimientos, inteligencia, naturaleza,
moralidad, talante y carácter”177.
Estas dos dimensiones, inherentes al hombre mismo, son de las que el
hombre puede disponer, a cada momento, por serle propias. Y, por ello, no
son pocos los que, de una manera o de otra, han venido a decir que persona-
lidad no equivale sino a la conjunción o combinación dinámicas de temperamento y
carácter, de herencia y de historia, de la propia historia.
Pero no podemos olvidarnos del tercer término griego: “Periejés” (= lo
que envuelve, lo que abraza, lo que invade, lo que encierra o sitia…). Es decir,
ahora para nosotros, los contextos físicos, culturales, sociales, políticos, eco-
nómicos, en que nos movemos y “respiramos”… y que, queramos, o no, nos
afectan y condicionan de múltiples maneras y en plurales planos, porque es
obligado al individuo interactuar con aquéllos. Y, por lo mismo, han de influir
en la forma de orientar y gestionar nuestro propio quehacer.
Los factores, pues, que han de modelar los rasgos de nuestra personali-
dad, hacen acto de presencia con el carácter de psicobiológicos, psicomorales
y psicosociales.
De acuerdo, por tanto, con lo expuesto, parece razonable definir la perso-
nalidad como:
La forma de ser, estar y actuar de cada ser humano, configurada conforme al
desarrollo y orientación dinámicos de su herencia bio-genética y su dimensión
psicomoral, dentro de un contexto ecológico y social, cambiante e interactivo178.

J. L. LÓPEZ ARANGUREN: “Ética”, Madrid, 1972, pp. 348-349.


177

Esta definición, informada, prevalentemente, desde planos empírica y sistemáti-


178

camente concebidos, podría ser complementado con la consideración filosófica que, sobre el
concepto de personalidad, hace nuestro Antonio BERISTAIN IPIÑA, insigne jurista, insigne
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 163

No parece dudoso que, en las fases de infancia y adolescencia de cada ser


humano juegan un papel imprescindible y capital, en ese desarrollo y orien-
tación (en cuanto a transmisión y testimonio de creencias, ideas, actitudes,
motivaciones, habilidades, pautas morales…) los agentes principales de so-
cialización. Sobre todo, de la primaria. Todo ello es absolutamente relevante
para el proceso dinámico de la formación de la personalidad179.

criminólogo y, ante todo, profundo y convencido humanista. Veamos, entonces, su reflexión


siguiente: “Filosóficamente, podemos estudiar la persona y la personalidad en su triple fun-
ción de agente, autor y actor. La persona en cuanto agente de sus actos, ejecuta muchos actos
de modo semejante al resto de los seres vivos, como pueden ser andar, ver, sentir, etc. Por lo
tanto, la persona es un agente natural. En terminología escolástica se trata de actus hominis.
Además, la persona es también autor de sus actos. En este punto se diferencia de los animales
puesto que el animal no es autor de nada, no tiene dominio ni de su andar; al animal no cabe
imputarle subjetivamente lo que hace. En cambio, el hombre sí es autor de sus actos, cuando
éstos son libres; sobre todo cuando resultan de una opción fundamental. La persona es autor
de sus acciones en múltiples sentidos, en cuanto que los realiza, los domina, los ve (la postura
vidente, finalista, de Hans Welzel). También porque él deviene de una manera o de otra, por su
ser y por su hacerse a lo largo del actuar, embridando sus comportamientos. De este modo los
actos le van configurando. Los escolásticos hablaban de actus humanus. Últimamente, la per-
sona aparece también como actor de su vida situacional. El hombre se encuentra, nace, situa-
do; inexorablemente inscrito en una trama, en una situación, en una estructura social, en una
biografía familiar, individual, local, nacional e incluso planetaria; en una realidad de la que no
es dueño, como muy bien le dijo Mefistófeles a Fausto, “tú crees que empujas a la realidad,
cuando en verdad tu eres empujado”. No en vano solemos decir “le ha tocado vivir en estas
circunstancias, le ha tocado representar un cierto papel en la vida. Por eso Ortega resumía su
cosmovisión de la persona como “yo soy yo y mis circunstancias”. Estas tres funciones o estruc-
turas de la persona y de la personalidad confluyen en la modulación de actos, opciones, que
configuran la personalidad. Este conjunto sistémico de actos opcionales enmarcados en el es-
cenario del teatro de la vida social pública no puede por menos de calificar a quien lo produce.
Lo cualifica, lo configura, porque aquello que ejecuta, que hace y que representa, pertenece a
sí mismo como realidad subsistente, como realidad religada y como realidad de la inteligencia
sentiente. El hombre no sólo ejecuta unos actos, sino que en una u otra forma se los apropia, y es-
tos actos le conforman, le configuran. Consecuentemente, le califican inexorablemente en senti-
do positivo cuando actúa meritoriamente, altruisticamente; y le estigmatizan como marginado
o como delincuente si se comporta de una manera nociva para la sociedad. La personalidad,
dada la complicación ontológica entre el ser y el tiempo, el Sein y el Zeit heideggeriano, es un
precipitado histórico-temporal del contenido de los actos y acciones y representaciones que el
yo va ejecutando.” (“Sobre la personalidad. Homenaje a Jean Pinatel”; Pau, Bayona, San Sebastián,
18-20 mayo, 1989. Texto, en Revista 8).
179
Sobre esta cuestión puede verse C. HERRERO HERRERO: “Delincuencia de menores.
Tratamiento criminológico y jurídico”, Edit. Dykinson, 2ª edición, Madrid, 2008. Sobre todo, pp.
215 y ss.
Capítulo octavo

LA PERSONALIDAD
CRIMINAL O CRIMINÓGENA.
CONCEPTO, ELEMENTOS CONSTITUYENTES
Y NUEVA ORIENTACIÓN
A. REFLEXIONES INTRODUCTORIAS.

En el Capítulo que precede, acabamos de exponer lo que hemos denomi-


nado plataforma de base de la personalidad criminal (o “criminógena, porque
no será propiamente criminal hasta que, como ya hemos advertido, no aparez-
ca el delito en acto): la “personalidad in genere”. LO CRIMINAL (en sentido
criminológico estricto) florece en “tierra” humana, adhiriéndose a la personali-
dad humana, que denomino “in genere” porque es una personalidad ordinaria,
común, que, en sí misma, en origen (cuando no cae dentro de la criminalidad
psiquiátricamente definida), no tiene por qué ser criminógena. Lo que sucede
es que puede ir configurándose, incluso desde el principio de su formación,
progresiva y dinámica, como criminógena. O sobrevenir a criminógena. Como
podría despojarse también, por la rectificación de su “yo” responsable, de la
estructura de rasgos que, aquí y ahora, la reorientase, hipotéticamente hablan-
do, a la acción antisocial. (No se es delincuente como se es daltónico o joro-
bado). No hay delincuente nato. El delincuente se hace. La personalidad de-
lincuente sigue parejo proceso, en su formación, al del la no delincuente. La
no delincuente se cualifica por los actos constructivos, prosociales, del actor que
actúa así, reiteradamente, con consciencia y libertad, dentro del contexto físico
y psíquico-social en que le ha tocado vivir. La delincuente va tomando cuerpo
cuando la persona, de forma continuada, obra, con el mismo conocimiento y
libre albedrío, de manera gravemente nociva para sí y para la comunidad, bajo
los distintos grados de incidencia del medio ambiente, en su diversidad180.
Naturalmente, lo que venimos diciendo supone que nosotros admitimos
la existencia de la personalidad criminal. (En la presente exposición iremos
dejando constancia del porqué de nuestra convicción).

Como bien afirma R. GASSIN: “…La personalidad de un individuo no es una “estruc-


180

tura estática” obtenida desde la concepción del sujeto;es, al contrario, una “estructuracióm diná-
mica” que se configura progresivamente en el curso del periodo de formación de la personalidad
(hasta alrededor de los 25 años) y que continúa constantemente evolucionando bajo la influencia
de factores diversos. También conviene preguntarse ahora cómo se configura la “estructuración”
de la personalidad en un sentido delincuente. (…)Hoy no hay muchas personas que piensen
que ciertos individuos nazcan delincuentes, más bien el debate persiste siempre entorno a saber
si no es conveniente reservar un lugar a las “disposiciones personales” al lado de las “influencias del
medio” en la formación de la personalidad de los delincuentes. (Criminologie”, ya citada, p. 486.
168 CésaR Herrero Herrero

Sabemos (ya lo hemos dicho con anterioridad) que existen no escasos au-
tores que niegan la existencia de aquélla. Sea en sentido positivista, sea en
sentido moderno. Que otros la ponen en duda. Que hay quienes se pregun-
tan, con metodología cartesiana, si existe esa realidad. (En el momento oportu-
no, haremos algunas referencias a esto).
De todas formas, en el caso, como es el nuestro, de afirmar su existencia,
es obligatorio interrogarse:
¿Cúando o cómo, de forma concreta, la personalidad deriva en criminal
o criminógena? ¿Por qué una persona se ha convertido en capaz de perpetrar
acciones, llevar a cabo, con alguna habitualidad o reiteración, comportamien-
tos graves o muy graves contra los bienes, valores o intereses legítimos de la
sociedad, que, por ser tales, ordinariamente estarán penalmente tipificados?
¿Por qué, cuando existen personas que actúan así, podemos decir que existe en ellos
personalidad calificable de criminal o criminógena, tal como hoy ha de ser entendida?
¿Qué es, pues, la personalidad criminal o criminógena, cuándo o cómo se for-
ma? ¿Cúales son son sus elementos identificativos o nuclearmente constituyen-
tes? Vamos a tratar de contestarlo ahora.

B. EL CONCEPTO DE PERSONALIDAD CRIMINAL

Es difícil encontrar, en la literatura científica criminológica, definiciones


sobre personalidad criminal explícitamente elaboradas. Si bien, es más fre-
cuente hallar conceptos comentados sobre su contenido. Teniendo en cuenta,
pues, esta observación, vamos a tratar de ofrecer algunas de esas definiciones
o algunos de esos conceptos, ofrecidos por determinados autores de prestigio
en esta especialidad. En este sentido, vamos a señalar a:
1º E. De GREEFF. Entiende por personalidad criminal: Una predisposición
prefijada a reaccionar antisocialmente a un cierto estímulo, en concordancia con ex-
periencias pasadas consistentes en la presencia de un fuerte sentimiento de injusticia
padecida por el individuo que así reacciona, e infligida, sobre todo, por la sociedad en
cuanto tal o por las instituciones (Sentencias de Tribunales, discriminación y exclu-
sión…), o por una alteración del modo de estar vinculado al medio-ambiente.
Señala como rasgos comunes a la personalidad de todo delincuente: La
inmadurez psicoafectiva; la inmadurez del “yo” (egocentrismo) y máxima
dificultad para entablar relaciones interpersonales. El individuo afectado de
personalidad criminal, viene a decir De Greeff, suele poner delante el “instin-
to de defensa” en vez del “instinto de simpatía”181. Y ello le empuja (en princio no

181
“Decimos, pues, escriben A. PIRES y F. DIGNEFFE, que De Greeff identifica dos
grandes grupos de “instintos”: los que giran sobre la defensa y los que ruedan sobre la simpa-
tía. Se trata, en realidad, de dos tipos de impulsiones o de reacciones. Estas reacciones consti-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 169

deterministamente) a no inhibirse ante la reacción de agresión suscitada por


las referidas experiencias o por dicha alteración. Se deja llevar por la impul-
sión morbosa sin estar determinado por ella. Es la forma de liberarse de esa
agresión latente182. En el hombre “normal” (el no afectado por la personalidad
criminal) –comenta R. Gassin, hablando de la exposición de De Greeff– se
produce, sin embargo una inhibición de tal reacción agresiva o un desengan-
che del mal sufrido, porque decide dejarse dirigir por otros valores.
2º O. KINBERG. Dentro de la Escuela Constitucionalista sueca, diri-
gida, como es sabido, por H. SJÖBRING y O. KINBERG, es éste último el
que ha orientado, de manera especial, sus saberes criminológicos hacia la
Criminología Clínica, destinada a estudiar los casos particulares para indagar
las causas del delito, en orden a hacerlas frente mediante el correspondiente
tratamiento. El campo de estudio, aquí, es el individuo concreto para indagar
la fuente central de su criminalidad. Fuente que encuentra, precisamente, en
la personalidad del infractor. Para O. KINBERG, comenta R. GASSIN: “La estruc-
tura bio-psíquica del individuo está en el corazón de su comportamiento:cada
individuo, sostiene él, reacciona a los estímulos del medio-ambiente en fun-
ción de su estructura propia de personalidad. De aquí la importancia capital
que se atribruye al concimiento de esta estuctura para explicar el comporta-
miento delincuente”183.
De acuerdo con las precedentes premisas y la afirmación del gran crimi-
nólogo sueco de que la personalidad del individuo se integra por tres compo-
nentes fundamentales: Las variables o variantes constitucionales, las varia-
bles patológicas y la función moral o mayor o menor prontitud de reacción a
los estímulos morales, podemos concluir que, para este autor, la personalidad
criminal (no incluida en la criminalidad psiquiátricamente definida) consis-
tiría en la estructura biopsicológica, constituida por algunas de las variables

tuyen a la vez dos modos de religación fundamentales con el mundo y dos modos de conocimiento
del otro (Digneffe,1989, p.187; Debuyst,1991, p.7). La reacción de defensa –que tiene tendencia
a atribuir a las actividades externas, “dirigidas” contra el sujeto una intención hostil– produce
una imagen o un conocimiento reduccionista del otro. Por el contrario, la reacción de simpatía
–caracterizada por el amor parental o sexual– produce una imagen o un conocimiento valori-
zante o sacralizante del otro. (…) Llamamos la atención de que De Greeff no tiene una concep-
ción determinista de estas reacciones. Como se trata de una reacción emocional, ella “permite
una toma de conciencia en virtud de la cual el sujeto puede reaccionar siguiendo el sentido de
la reacción instintiva o, por el contrario, buscar bloquearla.” (Vers une padigme des inter-relations
sociales? Pour une reconstruction du champ criminologique”, ya citado, p.28).
182
Ver E. DE GREEFF: “Rapport general sur la criminogènese”, en Actes du IIe Congrès
Internacional de Criminologie (Paris, 1950), P.U. F., Paris, 1955, pp. 267-306.; “Introduction à la
Criminologie”, Edt. Van der Plas, Bruxelles,1946; “Les instincts de défense et de sympathie”,
P.U.F, Paris, 1947.
183
R. GASSIN. “Criminologie”, ya citada, pp.480-481.
170 CésaR Herrero Herrero

constitucionales en convivencia con determinadas disfunciones atribuibles


a alguno de los grupos en que se distribuye la función moral184. Esa estruc-
tura biopsicológica, así conformada, sería la causa de que el individuo sea
incapaz de reaccionar, adaptadamente, a los estímulos morales que vigen en
la sociedad. (Teoría de la inadaptación)185.
3º BENIGNO DI TULLIO. Aunque se le considera discípulo de C.
Lombroso, se distancia de él en asuntos sustanciales. Y ello se da, precisa-
mente, en la cuestión de la personalidad criminal. Concibe, en efecto, al de-
lincuente dotado de una personalidad criminal, fundada sobre elementos
psicobiológicos deficientes o anómalos, generadores de un umbral débil o
muy débil, o más sensible a los estímulos criminógenos que el que poseen el
resto de ciudadanos que no son delincuentes o que, como mucho, cometen,
ocasionalmente, algún delito. El delincuente, pues, adolecería de un “desor-
den psíquico”, derivado de disfunciones constitucionales o congénitas, refor-
zadas casi siempre por déficits de educación o socialización, que le incapaci-
taría para responder, de forma adaptada, a las exigencias sociales comunes o
de convivencia186.
Para él, la personalidad criminal, pues, podría definirse como el estado de
predisposición o tendencia estructural específicas a delinquir, derivado de ano-

184
Sobre la variantes constitucionales, en O. Kimberg, escribe J. Pinatel: “La teoría bio-
constitucional adoptada por Olof Kinberg descansa en los trabajos de Sjöbring. Según éste
autor, los factores fundamentales de la constitución son cuatro: la capacidad, es decir, el nivel
máximo que puede alcanzar la inteligencia de un individuo bajo la influencia de condiciones
mesológicas óptimas;la validez, es decir, la cantidad de energía cerebral de que dispone el indi-
viduo; la estabilidad, que indica el grado de bienestar de los procesos cerebrales que conducen
al restablecimiento del equilibrio emocional, y la solidez, que indica el grado de unidad funcio-
nal de la actividad central o, inversamente, la tendencia a la disociación del sujeto. Estos fac-
tores o radicales constitucionales normales, hereditarios y presentes en cantidades variables
en todos los cromosomas humanos, variarían, además, de una manera continua. El número
de combinaciones o aleaciones constitucionales es, por lo tanto, ilimitado”. Teniendo en cuen-
ta el grado de estos factores, se habla de individuo: Supercapaz-subcapaz; Superválido-subválido;
Superestable-subestable; Supersólido-subsólido. La posesión de estos factores en distinto grado su-
pondrá, en su caso, una distinta orientación en el delinquir y en el “modus operandi” del mis-
mo. En cuanto a la Función moral, Olaf KINBERG distingue cuatro grupos según el grado de
sus conocimientos morales y la mayor presencia o ausencia de elementos emocionales ante
ellos. Éstos, relacionados con los factores precedentes, determinarán el grado de respuesta a la
adaptación (inadapatación) moral a la comunidad y, por tanto, a su grado de convivencia. (Ver,
a este respecto, J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, ya citado, pp. 294-298;
de H. SJÖBRING: “La Personnalité”; éditions Doin, Paris, 1963).
185
Ver O. KINBERG: “Les problèmes fondamentaux de la Criminologie”, éditions
Cujas, Paris, 1962, ya citada. Sobre todo, el Capítulo XIV.
186
Ver B. Di TULLIO: “La constituzione delinquenziale nella etiologia e terapia del de-
litto”, Roma, 1929; Manuale di Antropologia e psicologia criminale, Roma, 1931; “Trattato di
Antropologia criminale”; Roma, 1945.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 171

malías constitucionales o congénitas con intensidad mayor a la media y poten-


ciadas y dinamizadas por defectos o deficiencias educativas o de socialización.
El contenido sustancial, que acabamos de exponer, puede verse ní-
tidamente reflejado en la que pasa por ser su última obra: “Principios de
Criminología Clínica y Psiquiatría Forense”, donde reflexiona: “Puede con-
siderarse que una persona no educada es una persona defectuosa. Esto
tiene una gran importancia en el campo criminológico, en cuanto la ex-
periencia señala, cada vez más claramente, que los criminales, con mu-
cha frecuencia, son sujetos que no han tenido una adecuada educación,
y también que, cuando la han tenido, no han podido sacar de ella un se-
rio provecho. He ahí por qué su personalidad tiende a formarse bajo una
prevalente influencia del estrato endotímico originario, o sea de aquellas
fuerzas instintivas que, cuando no son sublimadas y graduadas en sentido
social, suscitan, sobre todo, si no exclusivamente, actividades privadas de
aquellos valores sociales y morales que encontramos en toda persona que
puede considerarse normal, al menos en relación con su adaptabilidad a
la vida asociada.
A diferencia de la persona normal, la de los criminales está, en efecto, fre-
cuentemente caracterizada por su escasa adaptabilidad y por la falta de ten-
dencias ideales, como consecuencia de una particular estructura biopsíquica,
a cuya formación concurre frecuentemente una educación defectuosa”187.
4º J. PINATEL. Es, sin duda, el autor más benemérito en cuanto a apor-
tación a la teoría de la personalidad criminal, trayendo con ella un concep-
to que supera el tradicional positivismo, al presentarla con rasgos de posible
procedencia factorial psicobiológica, psicomoral y psico-social, y liberándola,
en el ámbito de la delincuencia no psiquiátricamente definida, de cualquier
clase de determinismos188.
Su modelo teórico de personalidad criminal, en palabras del mismo
criminólogo francés, es un modelo no excluyente y obedece a un concepto
operativo. Sin que, a través de él, pueda reflejarse que existe diferencia cua-
litativa o de naturaleza entre delincuentes y no delincuentes. Al contrario,
expresa una simple diferencia de grado entre ellos. Lo que sucede es que los

187
B. Di TULLIO: “Principios de Criminología Clínica y Psiquiatría Forense”, trad. es-
pañola de D. Teruel Carralero, Edit. Aguilar, Madrid, 1966, p.24.
188
Jocelyne CASTAIGNÈDE, gran conocedora de la obra de Pinatel conviene, efecti-
vamente, en recalcar que: “Jean PINATEL es el padre de la teoría de la personalidad criminal,
teoría reconocida, pero que, no obstante, conoce detractores en el ámbito de la criminología
de la reacción social. Con todo, parece hoy que el impacto de esta teoría está lejos de haber
producido todos sus efectos, siendo ello debido a la riqueza de su contenido y que importa
desde luego recordar”. (“Hommage à Jean Pinatel et à son oeuvre”, en Eguzkilore, Diciembre,
13 (1999)p.221).
172 CésaR Herrero Herrero

delincuentes muestran un umbral delincuencial más bajo que los no delin-


cuentes, razón por la que puede explicarse que ellos delincan con baja re-
sistencia. Habiéndose de distinguir entre rasgos nucleares o constituyentes
de la personalidad criminal (actuantes, para serlo, en constelación) y rasgos
variantes, que no afectan a la “sustancia” de dicha personalidad. (Lo veremos
dentro de unos mementos).
¿Cómo podría definirse, entonces, la personalidad criminal, tan inves-
tigada por Pinatel? Aunque él desmenuza los elementos del concepto, no da
(yo, al menos, no la he encontrado) una definición “quiditativa”, formalmente
explícita189. Si bien se puede elaborar perfectamente a partir de su análisis am-
plio y riguroso. Podría ser ésta:
Es la estructura dinámica cuyo núcleo está conformado por la reunión
y asociación de cuatro elementos, de los cuales ninguno es anormal en sí,
pero que se encuentran en una intensidad o grado mayor a la media, que
operan en acción e interacción entre sí (no son específicos tomados aislada-
mente) y que responden al nombre y concepto de: egocentrismo, labilidad,
agresividad e indiferencia afectiva190.
“La Criminología francófona –dicen Le BLANC y MORIZOT– debe su
definición de la personalidad criminal a Pinatel (1963), mientras que la
Criminología americana debe la suya a YOCHELSON y a SEMENOW
(1976). La contribución de Pinatel ha sido elaborar un concepto opera-
tivo, estableciendo, en primer término, que se trata de una estructura
específica, es decir una organización de trazos particulares. En segundo
lugar, ella se superpone en los delincuentes a otras estructuras, sobre
todo la estructura caracterial. Tercero, la misma se diferencia de los tipos
de personalidad definidos en psiquiatría. Cuarto, sólo la constelación de
estos trazos distintivos permite el paso al acto criminoso, cada uno por
separado no tienen ninguna especificidad criminal. En fin, y quinto, no
existe una diferencia de naturaleza, sino una diferencia de grado entre el

189
De forma descriptiva, y apuntando a su finalidad, sí nos dice expresamente que: “La
personalidad criminal no es un tipo antropológico, una variante de la especie humana. No es el
criminal nato de la escuela positiva italiana de finales del siglo XIX. No es el estereotipo social
del criminal, nacido en la imaginación de los filósofos y de las aproximaciones de la frenología.
Es simplemente un modelo que el análisis criminológico utiliza en sus investigaciones. Es un
instrumento clínico, un útil de trabajo, un cocepto operacional. Nos permite simplemente des-
envolvernos en el estudio de los criminales, apreciar su peligrosidad, evaluar los efectos de un
determinado tratamiento. Es un sistema de referencia, una construcción abstracta sustitutiva
de la realidad subjetiva.” (J. PINATEL: “La sociedad criminógena”, ya citada, p.78).
190
Ver Jean PINATEL: “Teoría de la personalidad criminal”, en su obra “Tratado de
Derecho penal y Criminología”, ya citado, pp.665 y ss.; “La sociedad criminógena”; trad. de L.
RODRÍGUEZ RAMOS, Edit. Aguilar, Madrid, 1979, pp.80 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 173

criminal y el no criminal. Se trata, pues, de un constructo de naturaleza


continua”191.
Y, de momento, basta respecto de PINATEL. (Dentro de unos momentos,
volveremos ampliamente sobre él).
5º M. LE BLANC y M. FRÉCHÉTTE. Confirmando a J. PINATEL, estos
autores señalan que: “La personaliadad delincuente constituye una estructura es-
pecífica que se superpone en ciertos individuos a otras estructuras de la personalidad,
y ella sola permite el paso al acto delictivo”192. Y, en todas sus investigaciones pos-
teriores, llevadas a cabo sobre menores delincuentes, recalcan que han podi-
do reconocer en ellos lo que denominan “síndrome de personalidad delin-
cuente”, identificado con componentes psicodinámicos diversos que, según
su identidad, conceden al comportamiento delictivo un sentido y un color
diferentes. En la base y como centro de los mismos está el egocentrismo. A
través de tales componentes se mediatizan los factores sociales.
Insisten en que sus resultados, por lo demás, dejan ver, en los delincuen-
tes, en la mitad de la adolescencia, la presencia de trazos (“síntomas”) propia-
mente criminaloides, trazos que generan enraizamiento criminal. Ejerciendo
su propia influencia, esos trazos convergen y se entrecruzan en un efecto ge-
neral de consolidación recíproca que multiplica, de alguna manera, su fuerza
de activación criminógena. Además de este enraizamiento, se manifietan una
disociación que perdura y un egocentrismo exacerbado193. Estos síntomas o
trazos lo que revelan de más esencial, en efecto, es el hecho consolidado de
una ruptura decisiva con la sociedad y un bloqueo de la comunicación interperso-
nal.Pero es el egocentrismo el trazo coordinador e impregnador. Por eso, Le Blanc
y Fréchette hablan, en el delincuente, de una personalidad egocéntrica.
Contrapuesta a la que el mismo M. Le BLANC y J.MORIZOT denominan alo-
céntrica, caracterizada por la plena madurez personal194.
“Al mismo tiempo, dicen, se halla demostrado el principio fundamental
de la criminología de la persona. ¿Por qué? Porque es, a través de tales
trazos psicológicos, como se asumen los factores del medio. Este prin-
cipio, a partir de los años sesenta, había sido enunciado por Houchon
(1962) y Manheim (1965) bajo el título de “principio del trans-

191
M. LEBLANC y J. MORIZOT: “La personnnalité des délinquants de la latente à l’âge
adulte: stabilité ou maturation?”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique
et Scientifique, Vol LIV, 1 (2001) p.37.
192
M. FRÉCHETTE y M. LE BLANC: “Délinquances et déliquents”, Gaétan Morin,
Chicoutini, 1987.
193
Marc LE BLANC: “La Criminologie Clinique, un bilan rapide des travaux sur
l’homme criminal depuis 25 ans”, ya citado, p.124 y ss.
194
Marc LE BLANC y J. MORIZOT: “La personnalité des délinquants de la latente à
l’âge adulte: stabilité ou maturation?”, ya citado, p.62.
174 CésaR Herrero Herrero

formador”. Recientemente, ha sido reafirmado, vigorosamente, por


Wilson y Herrnstein (1985), que sostienen que los factores del medio
(estado de la economía, competencia de la policía, calidad de la familia o
de la escuela, etc.) para llegar a ser criminógenos, deben ser vividos por
los individuos, es decir, deben transformarse en determinantes subjeti-
vos. Nos aparece, pues, claro (y esto debería ser una evidencia para los
criminólogos) que las influencias negativas que el medio ejerce sobre el
individuo, cuando del desarrollo de la delincuencia se trata, no pueden
jamás discurrir en un vacío psicológico. El individuo se compromete
necesariamente en un proceso de tal índole y desde él experimenta los
contragolpes decisivos”195.

C. LAS DISTINTAS ORIENTACIONES, EN LA MANERA DE DELINQUIR,


SEGÚN LA FORMA Y ESTRUCTRA DE LA PERSONALIDAD
CRIMINAL

La personalidad criminal propicia, con más o menos intensidad, el paso


al acto delincuencial.
Pero no toda forma de esta clase personalidad orienta hacia la misma ma-
nera de delinquir ni hacia las mismas figuras de delincuencia.
Los precitados investigadores, Le BLANC y MORIZOT afirman haber en-
contrado, en sus muestras de infractores, la existencia de estructuras psicoló-
gicas específicas para cada tipo de conducta delincuente. Así, la delincuencia
persistente y grave se conecta con individuos caracterizados por una afectación
de insensibilidad hacia el prójimo y por la proyección constante de agresividad. Se
trata de individuos psicológicamente estancados, sin evolucionar. La delin-
cuencia persistente y menor la protagonizan personalidades inadaptadas, culti-
vadoras de la infravaloración o desestima de los propios sujetos, poseedoras
de una estructuración defensiva y de una débil capacidad de introspección.
Existe, en ellas, además una parada evolutiva.
La delincuencia “explosiva” es fruto de un fondo neurótico, donde viven
tensiones internas propiciadas por la enorme inseguridad y autocastigo. La
delincuencia esporádica, la menos grave de todas, aparece a causa de un retar-
damiento en el desarrollo de la persona como tal y, por lo mismo, de una
notable inmadurez, si bien es posible un pronóstico hacia una evolución más
positiva, hacia la adaptación social196.

195
Marc LE BLANC y M. FRÉCHETTE: “Le síndrome depersonnalité délinquante”, en
Revue Internationale de Criminologie et Police Technique, 2 (1987)p. 140 y ss.
196
Autores anteriores, mismo trabajo y lugar. También, Marc LE BLANC: “La
Criminologie Clinique, un bilan…”, ya citado, pp.132-133.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 175

Además, los mismos autores advierten que han encontrado, en su inves-


tigación, y aún dentro del círculo de delincuentes no definidos psiquiátrica-
mente, dos tipos de estructuras en la personalidad delincuente: las estructu-
ras de personalidad neuróticas y las estructuras de personalidad psicopáticas.”Cada
una de estas formas –escriben– según nuestros trabajos, se manifieta por una
forma de distinta de la conducta delincuente, un grado específico de inadap-
tación social y una organización particular de trazos de personalidad. Los
delincuentes de raíz neurótica se distinguen por una conducta delincuente
explosiva, una rebelión social y dificultades sobre el plano intrapersonal. Los
delincuentes antisociales típicos, de raíz psicopática, perpetran una delin-
cuencia repetitiva, viven al margen de la sociedad y sus dificultades interper-
sonales son las más significativas”197.

D. LOS ELEMENTOS NUCLEARES CONSTITUYENTES DE LA


PERSONALIDAD CRIMINAL. VARIEDAD DE ENFOQUES

Hemos visto ya, hasta aquí, a no pocos criminólogos, de tendencias cien-


tíficas diversas, apoyar la existencia de un concepto de personalidad crimi-
nal o delincuente, estructurada, en su núcleo, con rasgos o trazos de distinta
índole o naturaleza. En todo caso, con una gran riqueza de perspectivas, a
la luz de la pertinente procedencia científica. Ahora, podemos recordar a al-
gunos, antes de entrar a EXPONER dicho concepto respecto de los que con-
sidero, durante estos últimos tiempos, máximos representantes académicos
y científicos en torno a esta materia: Jean PINATEL y Marc LE BLANC en
colaboración con otros.
Antes de la referida exposición, pues, traigamos como ejemplos, también,
a estos otros:
— H. J. EYSENCK. Conductista moderado, para él el delincuente obe-
dece a una personalidad vertebrada por los rasgos de extraversión,
neuroticisno y psicoticismo, en unión de las consecuencias que aporta
la llamada “Ley de secuencia temporal”198.
— STANTON SAMENOW y Samuel YOCHELSON, quienes sostienen
existir, en el delincuente, una personalidad criminógena, especifica-
da por una anómala visión cognitiva. Visión consistente en un mo-

197
M. LEBLANC y J. MORIZOT: “La personnalité des délinquants de la latente…”, ya
citado, p.39.
198
Ver, por ejemplo, los Capítulos 2 (“Personalidad y demonio de Eysenck”) y 6
(“Accidentes y personalidad”) de su obra: “Psicología: hechos y palabrería”, Alianza Editorial
Madrid, 1983. Y C. HERRERO HERRERO: “”Criminología. Parte General y Especial”, ya cita-
da, pp.341-342.
176 CésaR Herrero Herrero

delo o patrón de pensamiento, impregnado por el sentido recuerdo


de injusticias padecidas, según él, en el pasado, que le justificaría
para juzgarse superior a los demás. Y, en su virtud, alejar de sí toda
empatía de responsabilidad por su conducta criminosa y respeto por
la víctima199.
— Los mismos T. HIRSCHI y M. R. GOTTFREDSON. Sostienen que es
el débil o bajo control de sí, antes que los lazos sociales, el factor
principal del comportamiento desviado, añadiendo que ese débil con-
trol de sí se caracteriza por manifestar un conjunto de trazos sobreve-
nidos, en el individuo a quien afecta, en virtud de factores exógenos
(falta de educación en el niño, el no seguimiento de su comporta-
miento desviado…). Entre tales trazos se meciona: la impulsividad,
la insensibilidad, la hiperactividad, la búsqueda de sensaciones fuer-
tes o de riesgo…200
— Noel MAILLOUX. También refiere los rasgos de la personalidad cri-
minal a factores surgidos, sobre todo, en el periodo de socialización
primaria, al constatar que aquélla hunde, casi siempre, sus raíces en
una profunda crisis de identidad por parte del niño. Crisis que pue-

199
S. YOCHELSON y ST. SAMENOW: “The criminal personality”; en Jason Aronson,
New York, 1976 y 1977 (2 Vol.) Puede verse sobre estos autores, sobre todo del segundo, C.T.
GENRE: “Stanton Samenow. The Criminal Personality”, en https://www.criminology.fsu.edu/
crimtheory/samenow.htm
200
Algunos comentaristas afirman que la teoría del “bajo autocontrol” no tiene que ver
nada con la teoría de personalidad delincuente. (Ver, por ejemplo, A. SERRANO MAÍLLO: “2.
El auto-control bajo”·, en el Capítulo 8, pp.367 y ss., de su “Introducción a la Criminología”, 4ª
edición, Dykinson, 2005. Nosotros decimos que depende, para afirmar esto, de qué concepto
de personalidad criminal se parta. Si de un concepto positivista, de acuerdo. Si de un con-
cepto tal como nosotros venimos entendiéndolo, en el que es posible (y así se dará de forma
prevalente en la realidad) que la personalidad criminal se organice mediante rasgos formados
desde factores psicobiológicos, psicomorales o psicosociales, de carácter plástico, reversibles,
entonces se ha de disentir. ¿Por qué? Porque, entonces, puede concebirse una personalidad
delincuente con rasgos derivados de factores puramente psicosociales o psicomorales, con el
sello de sobrevenidos, transitorios, flexibles y, por lo mismo, neutralizables mediante trata-
miento. Insistimos que éste es el concepto de personalidad delincuente que debe ser acogido
en la actualidad. Y si ello es así, ¿por qué no puede atribuirse a los rasgos que caracterizan el
“bajo control” la virtualidad de conformar una estructura propia de esa clase de personalidad
criminal? No se olvide, además, que los mismos Hirschi y Gottfredson advierten que pueden
estar presentes, en la educación inadecuada del niño, factores biológicos y que el autocontrol
se fija en una edad temprana y se mantiene relativamente constante. Lo mismo podrá decirse
del “bajo autocontrol.
(Sobre los autores M. R. GOTTFREDSON y T. HIRSCHI, puede verse: “Self-control theory”,
Roxbury Publishing Coompany, Los Ángeles, 2001; “Punishment of children from the perspective o
control theory”, en “Advances, 12-Control theories of crime and delinquency” (C. L. Britt y M.R.
Gottfredson edts., 2003).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 177

de aflorar cuando sus pares o “amigos” no le prestan el respeto que


él espera como niño y cree merecer. O cuando los propios padres le
regañan o le repiten, por sistema, ante sus travesuras que “no espe-
ran otra cosa de él… El muchacho, ante estas identificaciones nega-
tivas, va recolectando inquina contra su entono social, y toman la
forma de rasgos modulantes de su personalidad hacia la desviación
(inmadurez psicoafectiva, egocentricidad, incapacidad para entablar relacio-
nes interpersonales)201.
— Robert CARIO. Este autor viene a decir que la estructuración de
la personalidad de los jóvenes que devienen criminales “depende
fuertemente de las fallas de su socialización, extremadamente pobre
en los planos afectivo, educativo, socioprofesional y cultural.” Que
los contextos en que son colocados tales individuos están cada vez
más marcados por la precariedad, por la exclusión. (…)”De manera
más o menos sensible según la permanencia y la amplitud de esas
carencias, según la importancia de las necesiades identificadas, el
niño o el adolescente ha pasado, de manera bastante inevitable, del
egoísmo, de la indiferencia o indolencia, del alejamiento afectivo,
de la combatividad originales y fundadores de toda personalidad,
al egocentrismo, a la labilidad, a la indiferencia afectiva, a la agresivi-
dad. Según su exacerbación, estas características psicológicas, cons-
titutivas del “núcleo central” de la personalidad de quienes han en-
trado o persisten en la criminalidad, han determinado la activación
de procesos diversos que conducen a pasos al acto delictivos y sobre
todo criminales, transgresivos de valores sociales que consideramos
como esenciales202.
Por tanto, con lo que hemos expuesto con anterioridad y con lo que viene
sugeriéndose en este apartado, puede constatarse que existe una fortísima
corriente clínico-criminológica, defensora de la personalidad criminal y
que sabe por qué la defiende.
Dentro de este extensísimo grupo de criminólogos está, precisamente,
quien, por su relevancia y preponderancia en esta materia, hemos dicho que van a
tener un tratamiento expositivo especial. Por esta razón, va ser, ahora, objeto de
estudio, JEAN PINATEL. A continuación de él, nos detendremos en ampliar
el concepto de la personalidad criminal (o delincuente, como la llaman los

201
N. MAILLOUX: “Las vicisitudes del “super-yo” en el joven delincuente”, en
Revista de Estudios Penitenciarios,188 (1970) pp.143 y ss.; “Le criminel, triste meconnu de la
Criminologie contemporaine”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique, 1
(1984) pp. 21 y ss.
202
Robert CARIO: “Jeunes délinquants. À la recherche de la socialisation perdue”, ya citado,
p.177.
178 CésaR Herrero Herrero

autores a que ahora me refiero). El concepto ofrecido por Marc LE BLANC,


Marcel FRÉCHETTE y Julien MORIZOT.

E. LOS RASGOS NUCLEARES DE LA PERSONALIDAD CRIMINAL


SEGÚN J. PINATEL

Como es conocido, la teoría de J. Pinatel sobre la personalidad criminal,


surge de lo que hoy viene denominándose uso de la técnica del meta-análi-
sis. Es decir, de su dedicación al estudio, durante diez años (de 1950 a 1960),
de los trabajos serios versantes sobre la personalidad delincuencial. Tarea au-
toimpuesta para dar cumplimiento a un encargo del Ministerio francés de
Asuntos Sociales que, en un encuentro con especialistas, había demandado
satisfacer la necesidad de poseer una teoría-marco sobre esta materia. El mis-
mo autor confirma esta metodología al escribir: “El modelo de personalidad
criminal ha sido elaborado a partir de una vasta exploración de la literatura
criminológica”203.
De acuerdo con su investigación, pudo concluir que la personalidad cri-
minal se halla constituida por dos dimensiones: central o nuclear, una. Y pe-
riférica, otra. O sea, que, junto a los elementos constituyentes de tal persona-
lidad, aparecen, al mismo tiempo, variantes de la misma.
“Esos rasgos (los estrictamente constituyentes) que el examen de las con-
diciones del paso al acto –dice Pinatel– permite descubrir, se encuentran
tanto en los primeros estudios como en los estudios contemporáneos sobre
los delincuentes. Aunque esos estudios han permitido descubrir también
otros rasgos frecuentes en los delincuentes, es forzoso reconocer que sólo
el egocentrismo, la labilidad, la agresividad, y la indiferencia
afectiva, autorizan, en la perspectiva diferencial del paso al acto, definir
el umbral delincuencial. En consecuencia, constituyen el núcleo central
de la personalidad criminal. Todos los otros rasgos psicológicos que coin-
ciden en los delincuentes son las variables, porque no están asociados al
paso al acto en sí, sino a las modalidades de ejecución del delito”204.
Ahora vamos a analizar los elementos o rasgos del núcleo central (Las va-
riantes serán objeto, como ya se ha apuntado, del próximo Capítulo). Exáminémoslos
por orden.
a) El egocentrismo. Es el rasgo que fundamenta la auto-legitimación del
paso al acto ilegítimo. Social y jurídicamente ilégitimo. El poseedor de perso-
nalidad criminal sobrepasa la media de la tendencia del ser humano a auto-

203
J. PINATEL: “”La Criminologie d’aujour’hui”, en Déviance et Societé, Vol. 1, 1 (1977)
p.88.
204
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, ya citado, p.549.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 179

legitimarse. Cerradamente centrado en sí, desde el punto de vista intelectual


y afectivo, desprecia el vituperio social sobre el comportamiento criminoso.
Aún más. Si él va a obrar como obra, o como ha obrado, ha sido por culpa del
otro, porque no tiene o no ha tenido otro remedio
Es decir, actúa convencido de que actúa con legimidad, en defensa pro-
pia. Como señalan Marc LEBLANC y J. MORIZOT: “El egocentrismo es la
tendencia a relacionar todo con uno mismo sobre el plano intelectual, a con-
siderarse el centro del universo sobre el plano afectivo, a ser incapaz de juz-
gar un problema moral desde un punto de vista que no sea el personal, a
adoptar actitudes críticas y acusatorias, así como a activar un sentimiento de
injusticia, padecido sobre el plano interpersonal”205.
Pero hemos de insistir en que el egocentrismo es patrimonio de todo
ser humano.La diferencia, aquí, consiste en que el grado de aquél, en los
delincuentes en sentido criminológico, habita y opera en mayor a la me-
dia206. Lo mismo que acontece (ya lo hemos insinuado) con el resto de rasgos
nucleares.
b) La labilidad. Partir de su significado etimológico y semántico parece
una buena forma de introducirnos, aquí, en su función en el paso al acto.
Pues bien. Labilidad viene de la palabra latina: Labor-eris-labi- lapsus sum, que
sinifica resbalar, pasar por alto, deslizarse…
Aplicando este significado a nuestro campo, podemos decir que la labi-
lidad supone, en la organización estructural de la personalidad criminal, el
presentarse como un elemento que hace que a su poseedor le resbale, no ten-
ga en cuenta, por sistema, la amenaza de la sanción o de la pena que podría
seguir a su infracción. Lo que, por tanto, no sólo no debilita la nociva influen-
cia del egocentrismo, sino que le allana el “iter” del delito. Por su alta prima-
riedad sugestiona y activa hacia la comisión de éste, al no ofrecer represen-
tación de las consecuencias negativas de aquél. En virtud de ella, se tiende,
intensamente, a gozar el placer inmediato, el momento presente, por apare-

205
M. LEBLANC y J. MORIZOT: “La personnalité des délinquants de la latente…”, ya cita-
do, p.38.
206
Me parecen ponderadas, al respecto, las siguientes reflexiones: “Sobre el origen del
egocentrismo, parece que se trata de una tendencia generalizada en el niño, que nace egocén-
trico. Esta fase se desarrolla en la primera infancia y es la educación y la socialización las que
van a permitirle descentrarse, progresivamente, de sí mismo, dando entrada a la integración
del otro. Es, en el periodo de esta etapa, cuando son posibles ciertos fracasos en el plano, pre-
valentemente, de la socialización y, en su virtud, el egocentrismo infantil puede entonces sub-
sistir en la edad adulta. Este egocentrismo va así a devenir problemático en la adaptación del
individuo a su entorno social. El individuo va a reaccionar frente al mundo desde la suscepti-
bilidad, la suficiencia, a veces desde la envidia y el despecho. Va a manifestarse con irritación
frente a su contexto y va a sentirse frustrado por no tener toda la atención.” (CENDRYNN:
Scènes de Criminologie: Criminologie Clinique”, en www. Scenescrimes.blogspot.com).
180 CésaR Herrero Herrero

cer, ante él, como agradable y provechoso. Sin que el sujeto activo, de perso-
nalidad notablemente versátil, fluctuante, sea capaz de prever las probables
inconveniencias de su acto. Esta versatilidad se manifiesta, por supuesto, en
su emotividad, en su afectividad y en sus relaciones interpersonales. En fin,
pasa, con gran fluidez, de una situación a otra, con respecto a su humor207.
c) Agresividad. Derivado, el nombre, del término latino “aggressus (su-
pino de aggredior) equivale a significar (y nos vale también aquí el significa-
do): atacar, emprender, acometer, hacer frente...
La agresividad, “in genere”, no es igual a violencia. Porque existe una
agresividad positiva que, precisamente, es necesaria para alcanzar, haciendo
frente a los obstáculos que sobrevienen en el curso de la vida, dentro del or-
den moral, social y jurídico, las metas constructivas, orientadas a la legítima y
necesaria realización del ser humano.
Pero existe, asimismo, una agresividad negativa, la necesaria para llevar a
cabo las empresas ilícitas (incluido el crimen) haciendo frente, sin atender a la
moral, a lo social, al Derecho, a los obstáculos que a aquéllas se opongan.
Sin agresividad (ahora hablamos de la positiva) el hombre no sería capaz
de hacer nada o casi nada constructivo. Estaríamos, en efecto, ante un indi-
viduo abúlico e indolente. Tampoco el delincuente (ahora nos referimos a la
agresividad negativa) podría llegar a serlo de forma consumada, si esa agre-
sividad le faltase. Aunque dispusiera de un alto grado de egocentrismo y de
labilidad. Esta agresividad es la posesión del impulso necesario para vencer
o eliminar los obstáculos y las dificultades que lleva consigo el paso al acto
criminal.
Como advierte el mismo J. PINATEL, una vez descrita la imprescindibi-
lidad, para el paso al acto delictivo, de estar presentes el egocentrismo y la
labilidad: “… Esto no es todo; es necesario que el sujeto no se arredre ante los
obstáculos materiales susceptibles de hacer imposible la jecución del crimen.
Para que el sujeto venza estos obstáculos, para que tenga la fuerza de llegar
hasta el fin, hace falta que impulsos particularmente intensos le inciten a per-

207
El lábil se acerca, creemos, a la combinación que puede hacerse de los rasgos de per-
sonalidad que H.J. EYSENCK denomina neuroticismo y extroversión. El primero de estos rasgos
coincide con la noción de inestabilidad emocional. Mientras el extrovertido típico, en palabras del
dicho autor: “…Es sociable, le gustan las francachelas, tiene muchos amigos, renecesita tener
personas con quien charlar y no le gusta leer ni estudiar a solas. Anhela el bullicio, es dado a
correr riesgos, se excede y compromete a menudo, actúa de forma espontánea e impremedi-
tada y es generalmente un individuo impulsivo, Es aficionado a las bromas, siempre tiene una
respuesta oportuna y por lo general le gusta el cambio; es despreocupado, optimista, y le gusta
la “zambra y regocijo”. Prefiere estar en movimiento y haciendo cosas, tiende a ser agresivo, y
pierde los estribos en seguida. En suma, no tiene un firme dominio de sus sentimientos, y no
siempre es persona de fiar. (“Psicología: hechos y palabrería”, ya citado, pp.72-73.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 181

severar. Hay que poseer una agresividad mantenida para barrer los obstácu-
los que encuentra en el camino del crimen (iter criminis)”208.
d) La indiferencia afectiva. Consiste en la ausencia suficiente, en el que de-
cide pasar al acto criminoso, de resonancia endotímica, de sensibilidad empáti-
ca y moral para con la persona del prójimo y, por lo mismo, con la desventura,
desgracia o daño, que vaya a sobrevenirle con la acción delictiva. Si esta ausencia
no se diera, aunque estuviesen presentes los otros tres elementos, el individuo
no pasaría al acto. Porque, entonces, no fallaría el último freno inhibidor. WAEL
HIKAL la define como ausencia de sentimiento, distorsión de la expresión de las
emociones, aplanamiento afectivo, “falta de emotividad o inhibición de los afec-
tos”209. Naturalmente, por parte del sujeto activo con relación a la víctima.
Una vez hecha esta exposición en torno a los rasgos nucleares de la per-
sonalidad criminal, enunciados por el gran criminólogo galo, ha de tenerse
en cuenta lo que ya hemos advertido sobre la teoría de la personalidad crimi-
nal y sus trazos en orden a que ésta pueda mantener su virtualidad efectiva.
Lo hicimos más arriba (al hablar del mismo criminólogo galo) apelando a un
texto sintético de Marc La BLANC. (Recuérdese que decíamos que esos ras-
gos, para ser efectivos, han de poseerse en grado superior a la media y que
han de actuar en confluencia recíproca, en constelación.

F. LOS RASGOS NUCLEARES O ESTRICTAMENTE


CONSTITUYENTES DE LA PERSONALIDAD DELINCUENTE EN
M. LE BLANC, M. FRÉCHETTE y J. MORIZOT

Como ya hemos adelantado, más arriba, estos tres autores, que trabajan
en colaboración entre ellos, siendo de ordinario el enlace Marc LE BLANC,
aseguran que, en sus investigaciones con jóvenes ajusticiados, los rasgos
(ellos denominan síntomas), que fundan la personalidad criminal, a la que
denominan personalidad egocéntrica, son tres: El enraizamiento criminal, una
asocialidad o disocialidad que perdura y un egocentrismo exacerbado.¿En qué con-
sisten? En lo siguiente.
a) El enraizamiento criminal. Este fenómeno del enraizamiento criminal
se manifiesta a través de cómo se inicia y continúa el proceso de actividad cri-

J. PINATEL: “La sociedad criminógena”, ya citada, p.81.


208

W. HIKAEL: “Criminología psicoanalítica, conductual y del desarrollo”, Méjico,


209

2005, en Capitulo VII, VII.6. 4 (Indifrencia afectiva). Según este autor, el afectado por esta in-
diferencia se muestra con esta notas: “carencia de contactos afectivos con el entorno; falta de
emotividad, embotamiento afectivo, falta de amor al prójimo, pobreza afectiva; insensible al
sufrimiento de la víctima; el sufrimiento ajeno le estimimula (sadismo); deficiencia para esta-
blecer relaciones; introversión e inmadurez emocional.” (Mismo trabajo y lugar).
182 CésaR Herrero Herrero

minal, en los sujetos activos examinados. Se integra por tres fases, a través de
las cuales se desarrolla el acontecer criminal: la activación, la agravación y la
saturación del mismo. Por medio de tales fases puede percibirse cómo el fe-
nómeno delincuencial se protagoniza por sus autores, reuniendo precocidad,
frecuencia, duración, variedad criminosa. Que, además, va, graduativamente
“in crescendo” en su gravedad y orientación ilícitas, según aquéllos van lle-
gando a las distintas etapas de su niñez, adolescencia y primera juventud o
según los distintos tramos de edad.
En este último sentido, Marc LE BLANC (y lo que dice puede atribuirse al
resto de dichos autores) escribe: “De forma breve. Este proceso en cinco estadios
significa que la aparición de la delincuencia sobreviene en el curso de la latencia,
con la comisión casi exclusiva de hurtos. A continuación, la exploración llega al
principio de la adolescencia con robo con escalo (à l’étalage) y vandalismo, para
transformarse en explosión en la mitad de la adolescencia, comprometiéndo-
se con delitos muy graves, sea el robo de vehículos de motor, sea el robo sobre
personas, el robo simple y, ante todo, el robo con fractura (“avec effraction”) del
que hay que anotar que, por su duración, este tipo de delito constituye la es-
pina dorsal de la evolución de la actividad delictiva. Ésta se amplía al final de
la adolescencia con una suerte de conflagración donde emergen delitos todavía
más serios, tales como los asaltos, el robo cualificado, el delito sexual, el tráfico de
drogas ilícitas, para acabar, al comienzo de la edad adulta, sea en una criminali-
dad astuta, representada por los recursos al fraude, sea en una criminalidad de
violencia articulada alrededor de conductas homicidas”210.
b) La asocialidad o disocialidad. Otro de los rasgos o síntomas, consti-
tuyentes de la personalidad delincuente, es la asocialidad o disocialidad del
que la posee. Pero, ¿por qué la presencia, en él, de esta disocialidad o asociali-
dad? Los jóvenes delincuentes “devuelven” lo que los grupos sociales, sobre
todo los de la primera socialización, les administran.
De acuerdo con sus trabajos de investigación (ya veremos cuáles en el
lugar oportuno), los factores disfuncionales del “medio” tienen gran influen-
cia en los niños, adolescentes y jóvenes. Se confirma, según sus datos, dicen,
un encadenamiento criminógeno, el impulso hacia la perpetración de delitos,
siendo cada vez más fuerte en la medida en que tales factores se suceden y
y se adicionan. Y, así, los factores predisponentes estarían representados por la
familia y el medio socioeconómico. Los factores precipitantes actuarían en la
escuela y en los espacios y tiempos de diversión o evasión. Los factores des-
encadenantes habría que atribuirles a la presión social, a la influencia de com-
pañeros o amigos (“pares”) marginales y al enrolamiento o compromiso con
otras formas de conducta desviantes.

210
Marc LE BLANC: “La Criminologie Clinique, un bilan rapide…”, ya citado, p.125.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 183

Insisten, por lo demás, en que las observaciones sobre la evolución o el


desarrollo de las funciones psicosociales ponen de manifiesto que la inciden-
cia o la importancia de diferentes factores ambientales es distinta, se modifi-
ca, a través de los años de la adolescencia. Modificándose, incluso, las combi-
naciones formadas por tales factores. Apreciándose, asimismo, en este mismo
tiempo, que la influencia negativa de los grupos de control informal (fami-
lia…) pierde intensidad. Al revés de lo que acontece con la influencia nega-
tiva de los compañeros o amigos marginales y, en general, las circunstancias
desfavorables del medio, que impactan con más fuerza211.
Otra vez, Marc LE BLANC, a este respecto, precisa: “Cualquiera que sea la
aproximación de la metodología que utilizamos, resulta que la intensidad de
la delincuencia se encuentra sostenida por una disocialidad que perdura. El
adolescente normal se inserta en la sociedad con el propósito de llegar a adulto
autónomo. Los jóvenes delincuentes no llegan a eso porque tienen que sopor-
tar pesados déficits, las características negativas de su medio de origen. Este
pasivo les marca con frecuencia de manera indeleble. De forma particular, se
presentan como malvado demarraje de la socialización, debido a la pobre ca-
lidad didáctica de la familia, a los retardos en la progresión escolar y al fracaso
de la integración en la escuela, a la adquisición de la reputación de mal sujeto,
de mal bicho (“mauvais garnement”) y al peso de sucesivas intervenciones frente
a ellos. Lo más claro de todo esto es que la marginación de estos individuos se
acentúa progresivamente en su comunidad inmediata, en la escuela, para, fi-
nalmente, culminar con la adhesión activa al mundo de la delincuencia.” Ellos
no desarrollan lazos de afecto o cariño con sus padres o con personas conven-
cionales significativas, ni compromisos con las instituciones sociales y los valo-
res socializados. (…) “En suma, es sorprendente constatar hasta qué punto los
jóvenes delincuentes no han evolucionado hacia la socialidad, hasta qué pun-
to quedan al margen, disocializados, para emplear la expresión de Mucchielli.
Hirschi diría que han desarrollado lazos tenues con la sociedad”212.
c) El egocentrismo exacerbado. Es quizá, para estos autores, el rasgo más
característico de la personalidad criminal (entendiéndose, por ellos, este con-
cepto, en la manera ya definido con anterioridad. Podría decirse, por eso, que
es el egocentrismo, en grado de exacerbación, el que impregna y coordina el
resto de rasgos. Tanto es así que los autores califican a su comprensión de la
personalidad criminal, lo hemos dicho ya, como egocéntrica. El egocentrismo,

211
M. FRÉCHETTE y M. LE BLANC: “Délinquances et délinquants”, Gaetan Morin,
Boucherville, 1987. Marc LE BLANC: “La Criminologie Clinique, un bilan rapide…”, ya citado,
pp. 126-127.
212
Marc LE BLANC, trabajo anterior, pp.128-129. También, J. MORIZOT y M.
LEBLANC: “Le rôle des pairs dans l’émergence et le développement de la conduite délinquan-
te”, en Revue Canadienne de Psychoéducation, 29 (2000) pp. 87 y ss.
184 CésaR Herrero Herrero

en dosis más allá de la media, es, para estos autores, el elemento que aglutina
la estructura de esta clase personalidades.
No es extraño, pues, que la estructura de la personalidad egocéntrica, ca-
racterizadora de los delincuentes en sentido criminológico, aparezca ya ins-
talada, en los correspondientes individuos, a los diez años de edad. Según
estos investigadores, en el curso de la adolescencia evolucionaría más bien
poco y se atenuaría, muy notablemente, durante la juventud. Después, per-
manece prácticamente invariable.
Esta organización personal, egocéntricamente estructurada, arraiga en un
tejido de actitudes donde dominan la desadaptación social de fondo, la inefica-
cia, la negatividad y la inseguridad. Algo que, con respecto al plano intrapsíqui-
co, marca la calidad de la vida cognitiva y afectiva, y que provoca una cerrazón
para con los otros seres humanos213. Todos los estímulos exógenos que llegan a
estos individuos se “egocentrizan” y, en esta “sintonía”, se elaboran las respuestas.
Finalizando: ¿Cómo ha de catalogarse esta noción de “personalidad de-
lincuente”, de acuerdo con los síntomas o trazos descritos por estos autores?
Desde luego, no se trata de una única visión psicológica de la misma. Ya ve-
remos la variedad metodológica que estos investigadores utilizan en sus es-
tudios. Ellos mismos vienen a decir que: “A diferencia de los constructos de
psicopatía y de personalidad antisocial, nuestra definción se presenta como un
grado antes que de un estado. Se trata, pues, de una perspectiva continua; es
decir, que permite situar al conjunto de los delincuentes y de los no-delincuen-
tes sobre un “continuum” con respecto a cada uno de los predichos síntomas.
Por su parte, las nociones de psicopatía y de personalidad antisocial permiten
caracterizar el estado de una proporción limitada de delincuentes. Lo que es
más, a partir de los indicadores de dichos tres síntomas, nos ha sido posible
identificar tipos definidos de delincuentes. Que serán: de estructura psicopáti-
ca 38%, neurótica: 12%; marginal:20% o inmadura:30%”214. Reiteremos que su
visión no es determinista para los supuestos no definidos psiquiátricamente.

G. ORIGEN ETIOLÓGICO DE LOS TRAZOS O RASGOS


PROPIAMENTE CONSTITUYENTES DE LA PERSONALIDAD
CRIMINAL
Porque consideramos que tienen importancia, doctrinal y práctica, las
cuestiones enunciadas en este epígrafe, vamos a decir, al menos, lo que de
más sustancial nos parecece, aquí y ahora, en torno a las mismas.

213
Marc LE BLANC y Julen MORIZOT: “La personnalité des délinquants…”, prece-
dentemente citado, pp.38 y ss.
214
M. LE BLANC y J. MORIZOT, trabajo precedentemente citado, p.38.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 185

Recuérdese que el trazo o rasgo de personalidad (sea personalidad nor-


mal o criminógena) es, como lo ha definido CATTELL, “la tendencia a reac-
cionar relativamente de forma constante”. Y que ALLPORT se refería a aquéllos
hablando de “constancias conductuales”. Aquí, habrá que referirlos a “constan-
cias criminógenas”. El problema, entonces, estará en saber contestar a la pre-
gunta: ¿Cómo ha devenido esa tendencia? ¿Cómo se han conformado esas constancias
conductuales? ¿Por qué varían o se modifican con el tiempo? O, ¿por qué, a veces, se
mantienen prácticamnete estables?
Si partimos de que esos fenómenos han surgido en la trayectoria exis-
tencial del individuo que los posee, que no son natos ni congénitos (estamos
hablando de delincuentes no psiquiátricamente definidos), que el delicuente
se hace y no nace, habremos de responder que, aunque ellos mismos se ha-
yan convertido en factores (aquí, criminógenos), son factores que han venido
siendo configurados, en el tiempo, por otros factores (seguramente en cons-
telación) que les han precedido. Es manifiesto que un delincuente habitual
cuando inició su carrera criminal aún no poseía personalidad criminal ni, por
lo tanto, sus rasgos configuradores. Los que sí estaban actuando, sin duda,
eran factores criminógenos, ajenos, todavía, a ser creadores consumados de
tales rasgos. (Tales factores existen. Un poco más adelante, hablaremos de
su verificación empírica).
También hay que afirmar, con vigor, desde el principio, que tenemos que
estar abiertos (conforme a una Criminología clínica centrada) a factores de
distinta naturaleza, de acuerdo con la triple vertiente constitutiva del ser hu-
mano y de la que ya hemos hablado ampliamente en este estudio. Algo en
que, por lo demás, están de acuerdo los principales cultivadores o teóricos de
la Criminología Clínica de nuestro tiempo. (O. KINBERG, H. SJÖBRING, E.
De GREEFF, D. LAGACHE, N. MAILLOUX, G. CANEPA, J. PINATEL, M. LE
BLANC, M. FRÉCHETE, J. MORIZOT, A. Mª FAVARD, M. STRANO…)
Por ejemplo, J. PINATEL, al hablar de la indagación sobre la “formación
de la personalidad criminal” asegura que hay que ir a la captación de la acción e
interacción de los factores biológicos y del medio-ambiente personal (inevita-
ble, ocasional, elegido, padecido)215. M. LE BLANC y J. MORIZOT concluyen
alguno de sus estudios sobre “La personalidad de los delincuentes”, afirman-
do que, para el conocimiento de la evolución de esta clase de personalidad,
la última etapa ha de consistir en poner en relación las experiencias sociales
y el desarrollo psicológico del individuo en orden a poder concluir cuál es el
campo de variables que explica mejor la evolución de la delincuencia y de la
desviación. Y señalan, al respecto, la postura de Sampson y Laub, de Ouimet

215
J. PINATEL: “La Criminologie d’aujourd’hui”, en Déviance et Societé, Vol. 1, 1 (1977)
p.90.
186 CésaR Herrero Herrero

y Le Blanc, en su referencia a los factores sociales y a las transiciones sociales


para explicar el desarrollo de la conducta delincuente. Terminando con esta
apostilla:
“Sin embargo, nuestros resultados sugieren que habrá de ser tomado en
cuenta otro factor en consideración a las investigaciones futuras: el pro-
ceso de evolución de la personalidad”216.
El mismo D. LAGACHE, desde la proximidad al psicoanálisis, al señalar
las cinco características de la personalidad delincuente, no hace más que refe-
rirse, de forma prevalente, a factores psicobiológicos como origen de su con-
formación: Buscar placer, eliminar tensión, hétero-agresión conscientemente
complaciente, carácter impulsivo frente al fracaso psicoafectivo, pensamiento
preponderantemente mágico o afín, tipico de las mentes infantilizadas, me-
canismos psíquicos inconscientes…217 Noel MAILLOUX indica como origen
de la crisis de identidad del niño, plataforma del inicio de su personalidad de-
lincuente, el desencanto, la frustración ante el comportamiento inadecuado,
para con él, de sus “pares”, o de los padres, maestros… De aquí van a derivar-
se factores criminógenos: el resentimiento, el aislamiento, la vindicación…218
Y, aún más cerca a nuestros días, señalan factores criminógenos constelacio-
nados, autores como D. P. FARRINGTON o G. WALTERS, con sus sugestivas
orientaciones criminológicas, expresadas, en la materia que ahora nos ocupa,

216
M. LE BLANC y J: MORIZOT: “La personnalité des délinquants de la latente…”, ya
citado, p.65. Ver R. J. SAMPSON y J. H. LAUB en: “Crime in the making”, Harvard University
Press, Cambridge, 1993. En cuanto al proceso de evolución de la personalidad como factor
criminógeno, ha de relacionarse con la hoy denominada “Criminología del Desarrollo”, a la
que Wael HIKAL sitúa diciendo de ella que es la que “estudia la evolución de los seres hu-
manos desde el nacimiento hasta la ancianidad. Por tratarse de criminología, ésta estudiará
además los problemas que se presentan en cada etapa del desarrollo para poder determinar
qué dificultades fueron las que influyeron en el sujeto como factores criminógenos para que su
conducta se tornara antisocial, y con el conocimiento de éstos, realizar la prevención. El crimi-
nólogo desarrollista ha de estudiar qué conductas tiene una persona adulta para saber en qué
momento de su desarrollo algo estuvo mal y no le permitió continuar de manera adecuada. La
técnica por excelencia será la historia, habrá que ir al pasado de los sujetos para entender su
conducta en el presente. (…)El crecimiento se explica por medio de etapas del desarrollo, cada
una de las cuales es una fase distinta de la vida, caracterizada por un conjunto particular de
capacidades, emociones, motivos o conductas que forman un patrón de comportamiento. Una
teoría del desarrollo debe reflejar el intento de relacionar los cambios en el comportamiento
con la edad cronológica del sujeto; es decir, las distintas características conductuales deben
estar relacionadas con las etapas específicas del crecimiento.” (“Criminología psicoanalítica,
conductual y del desarrollo”, Flores Editor, México, 2009, pp.16-17 (Capítulo II de la obra).
217
D. LAGACHE: “Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, Ryaumont, julio,
1958.
218
Noel MAILLOUX: “Le criminel triste meconnu de la Criminologie ccontemporai-
ne”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique, 1 (1984) pp. 21 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 187

por sus teorías respectivas: “Teoría integradora” y “Teoría del estilo de vida
criminal”. La primera, con sus cuatro fases para explicar una carrera delicti-
va: Motivación, obligada elección de métodos para delinquir, creencias criminógenas
interiorizadas y el papel de las circunstancias o situaciones en las tomas de de deci-
siones219. La segunda de las teorías, elaborada para el delincuente crónico, con
el señalamiento de cuatro aspectos relevantes: las condiciones, la elección,
la cognición y el comportamiento mismo220. Robert CARIO se manifiesta en
la misma línea en torno a esta cuestión. Y, así, escribe: “No es inútil recalcar
que gran parte de las investigaciones criminológicas disponibles ponen en
evidencia las características particulares respecto de los delincuentes, auto-
res de hechos graves o, más generalmente, delincuentes crónicos. En el exa-
men, las semejanzas, si no en los conceptos o las expresiones, con las propo-
siciones renovadas sobre la personalidad criminal, son bastante flagrantes.
En este sentido, trabajos mayores revelan la influencia, sobre el paso al acto,
del sentimiento, vivido por el delincuente, de injusticia padecida, de su bajo
control de sí, de su presentismo, de su fragilidad, de la prevalencia de su pla-
cer/provecho sobre los daños causados a las víctimas. En el mismo espíritu,
las nuevas investigaciones sobre la prevención precoz de los comportamien-
tos criminales indican netamente que, entre los factores de riesgo de paso
al acto criminal, aislado o reiterado, en un futuro más o menos próximo, las
características individuales juegan un papel de primer plano: hiperactividad,
impulsividad, egocentrismo, dificultad para reflexionar sobre las consecuen-
cias de los actos puestos, indiferencia con relación al perjuicio del prójimo.
Intencionadamente, M. CUSSON llama la atención todavía sobre que “todo
individuo, cuya integración deja mucho que desear, es sujeto de desviación,
que se realiza tanto para el suicidio como pata el crimen”221. (De estos auto-
res hablaremos más adelante en relación con los factores criminógenos, de forma más
monográfica…)
¿ Pero qué entendemos, aquí y ahora, por factores? No los entendemos
como causas naturales o como elementos ontológicos que conllevan produc-
ción de efectos de manera determinista, físicamente infalible. Los entende-
mos como causas en el sentido de las ciencias empíricas del comportamiento.
Es decir, como fenómenos o variantes (estímulos, incentivos, motivaciones,
condicionamientos, impulsos…) que impelen al individuo a pasar al acto
delincuencial, pero sin anular, en principio, la capacidad de autodetermi-
nación (libertad) del ser humano afectado. Los factores referenciados (sean

219
Sobre esta materia, puede verse D. P. FARRINGTON: “Longitudinal Research on
crime and delinquency”, M. Tonry y N. Morris edtrs., 1979.
220
G. WALTERS: “The criminals Lifestyle”, edt. Sage, Newbury Parck, 1990.
221
R. CARIO: “Jeunes délinquants. À la recherce de la socialisation perdue”, Edit.
L’Harmattan, 2ª édition, Paris, 1999, pp.178-179.
188 CésaR Herrero Herrero

de carácter psicobiológico, psicomoral o psicosocial) sólo impulsan, pero no


determinan de modo fatalista. Aunque, en no pocos casos, pueden llegar a
neutralizar el libre albedrío y, por lo demás, casi siempre le debilitan.Y, desde
luego,no son pocas las personas que sucumben a los mismos. Por lo demás,
la libertad queda muy oscurecida ante la ley de los grandes números, posee
escasa trascendencia estadística222.
El modelo etiológico, en la explicación de la delincuencia, no tiene por qué
estar en crisis, si aceptamos que el concepto de causa es un concepto analógi-
co y no unívoco. Ana Mª FAVARD, en nombre de su equipo de investigación,
hace algunos años, afirmó, en el XII Congreso Internacional de Criminología
(agosto de 1998), que diversas investigaciones de carácter longitudinal, lleva-
das a cabo con los correspondientes criminales, habían puesto de manifies-
to que, en la base del paso al acto delincuencial, subyace una causa o causas
actuantes en constelación. Causa, en el sentido, que acabamos de exponer y
que responde al término de “factor” que venimos utilizando.
La misma autora, tras el rótulo: “La obsolescencia del concepto de causa”, nos
ofrece, de forma sucinta, las peripecias que tal concepto ha padecido a partir
de 50 años aproximadamente. Y, así, manifieta: “El concepto de causa, en el
centro de los honores de los debates criminológicos de la década de los cin-
cuenta, está hoy considerablemente pasado de moda en provecho de los tér-
minos de factor, de proceso, de dinámica, de estructura o de sistema.
Más allá de la semántica, está la perspectiva teórica que ha cambiado. La
criminogénesis propuesta por E. DE GREEFF, en lugar y puesto de la etiología,
ponía a la orden del día la noción de proceso criminógeno y la dinámica del
paso al acto (sucesión de hechos y de acontecimientos vinculados entre ellos y
desarrollándose según un cierto orden, implicando la dimensión del tiempo).
Por ello, a la noción de causa, término genérico “absorbente de la tota-
lidad de la causalidad” (GASSIN), le sustituía la noción de factor como ele-
mento entrando en juego dentro de la causalidad. La causalidad devenía así
en una realidad compleja, y no ya lineal (una causa-un efecto), causalidad
circular, retroactiva, sistémica, en red. La delincuencia parecía así como un fe-
nómeno multifactorial polivalente, combinante de constelaciones de factores
en referencias disciplinares complementarias.
La noción de “aproximación integrada”, desarrollada por M. LE BLANC223,
ilustra bien esta evolución. De la misma manera, la noción de motivación en

Ana Mª FAVARD: “Politique Criminelle et recherche criminologique longitudinale.


222

Aspects critiques”; en Archives de politique criminelle”, 23 (2001) p. 112.


223
Recuérdese que M. LE BLANC habla de incorporar, como nuevo factor de la delin-
cuencia en el ámbito individual, “el proceso de desarrollo o evolución de la personalidad”. ¿Cómo
entender esto? Parece que, en el sentido en que, para esclarecer estas afirmaciones, lo hace
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 189

el análisis estratégico del crimen propuesta por M. CUSSON224 esclarece des-


de un punto de vista subjetivo nuevo la noción de causalidad, como raciona-
lidad limitada”225. Es decir, el hombre delinquiría de acuerdo con las ventajas
percibidas a la luz de un discurso razonable propio.

H. PLASTICIDAD Y CAMBIO DE LOS RASGOS O TRAZOS DE LA


PERSONALIDAD CRIMINAL

Esta cuestión reviste una gran relevancia. ¿Por qué? Porque, en la medida
en que estos rasgos fuesen absoluta o casi absolutamente rígidos ex se, resul-
tarían inmodificables, irreversibles. Y, con ello, renuentes a cualquier clase
de Tratamiento, fuera o no científico. Por tanto, los delincuentes afectados
por esa organización estructural en que la personalidad criminal consiste, ha-
bría que ponerlos al margen de cualquier programa de reeducación y reinser-
ción social de las penas.

Ana Mª Favard quien, describiendo lo que hay sobre esto, comenta: “La lógica inherente a las
investigaciones longitudinales es que la observación de la evolución de un fenómeno en el
tiempo permite explicarlo. El orden temporal es, de buenas a primeras, elevado al significado
de orden causal, implicando que lo precedente es prenda de etiología o que el aspecto crono-
lógico da cuenta del surgimiento del fenómeno. Este tipo de paradigma es particularmente
sensible en la evocación de la edad, o más precisamente de la precocidad como factor de de-
lincuencia persistente grave y de enrolamiento en carrera criminal. Así, si la curva de edades
es generalmente confirmada en los estudios longitudinales criminológicos (“demarraje” hacia
los 8-10 años, después progresión con dos picos, uno a los 16 años, el otro a los 21, después
regresión a partir de los 25 años), ello asevera que en el estudio de la evolución hacia la carrera
criminal, la precocidad es interpretada como predictor de duración, de frecuencia, de varie-
dad, de la actividad criminal. Pero la edad no debe interpretarse indebidamente como factor
de riesgo, sino como marcador de riesgo. El marcador es en efecto un falso criterio de causa-
lidad. (…) Entre la edad de entrada en la delincuencia (precocidad) y la delincuencia ulterior,
hay una variable intermediaria, que es de hecho explicativa: la personalidad. La precocidad
de la entrada en la delincuencia corresponde a la estructuración precoz de una personalidad
delincuente, diagnosticable desde la edad de 10 años.” (“Politique criminelle appliquée…”,
precitado, pp.113-114).
224
El “análisis estratégico del delito”, propuesto por M. CUSSON, concibe el crimen como
un acto, una actividad o un comportamiento destinado intencionalmente a producir resulta-
dos. Todo ello, desde una lógica o racionalidad característica, propia, elaborada desde las opor-
tunidades que les son ofrecidas al actor, teniendo en cuenta, de forma simultánea, la conducta
o reacción de sus potenciales o actuales oponentes. Aquí, en el análisis, interesa sobre todo
el acto más que el agente. Interesa lo que el actor hace más que lo que es o cómo es. Es algo
similar, desde mi punto de vista, al planteamiento de las “criminologías de las actividades ru-
tinarias o cotidianas”. (Puede verse M.CUSSON: “Prévenir la delinquance. Les méthodes efficaces”,
PUF, Paris, 2002; “La Criminologie·, Edt. Hachette, 1998, pp. 67 y ss.
225
Ana Mª FAVARD: “Politique criminelle…” precitado, p.113.
190 CésaR Herrero Herrero

¿Qué decir, entonces, sobre esta cuestión planteada? Que, en los delin-
cuentes no psiquiátricamente definidos, esos rasgos son sobrevenidos, y for-
mados y mantenidos desde factores no deterministas. Y, si tales “causas” no
son deterministas tampoco los efectos son en sí indelebles. Lo que no quiere
decir que no mantengan una cierta estabilidad (propia de cualquier organi-
zación estructural), al menos mientras no sean sometidos a intervención neu-
tralizadora o mitigante.
Desde este punto de vista, Le Blanc y Otros hablan de perspectiva evo-
lucionadora de la “personalidad egocéntrica”, describiendo las características
evolutivas propias en cada etapa de la vida por la que el sujeto atraviesa en
compañía de tal personalidad (latencia, adolescencia, edad adulta…)226. Y si
cambia la personalidad en sí es porque cambian sus rasgos. Hay no pocos
estudiosos del tema que sostienen que la personalidad (sea o no criminal) es
una construcción en evolución y que no hay que ver contradicción entre rela-
tiva estabilidad y cambio227.
Ha sido Giacomo CANEPA el que asegura también, con vigor, que las in-
vestigaciones por él realizadas ponen de manifiesto:
— Que los factores múltiples (biológicos, psicológicos y sociocultura-
les), que inducen a la conducta delincuente, del que está afectado
por personalidad criminal, están en conexión con ciertos trazos psi-
cológicos, tales como la impulsividad, la indiferencia afectiva, el ego-
centrismo, la agresividad, la oposición y el escepticismo.
— Que esos trazos psicológicos son modificables por la influencia de
factores ambientales sobre el desarrollo y evolución de la personali-
dad. Por lo que ha de sostenerse que: “…La personalidad criminal es
modificable y plástica, dado que se puede modificar bajo el influjo
de factores culturales y sociales, y que estos factores devienen en cri-
minógenos en la medida en que cada sujeto los acepta en el fondo
de su propia psicología hasta el punto de modificar la imagen de sí
mismo (“identidad negativa”), considerada como “el nudo en torno
al cual tales trazos se organizan (STAGNER y SOLLEY).”
— Que estas consideraciones nos permiten concluir que la personali-
dad criminal, evaluada desde una perspectiva actual, resulta ser de

226
Así M. LE BLANC y J. MORIZOT: “La personnalité des délinquants de la latente…”,
ya citado, pp. 40 y ss.
227
Sobre esta realidad, puede verse S.K. WITHBOURNE y OTROS. “Psichosocial
Development in adulthood”; en Journal of Personality and Social Psychology”, Vol. 63, 2 (1992)
pp. 260 y ss.; S. SOLDZ y G. E. VAILLANT: “The big five personality traits and the life course”,
en Journal of Research in Personality, Vol. 33 pp. 208 y ss.; J. L. WEINBERGER: “Can persona-
lity change?”, en Vol Col. del mismo título, dir. By T.F. Heatherton y J. L. Weinberger, A.P.S.
Association, Washington, 1994.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 191

naturaleza modificable y plástica (y no absoluta y rígida, como cier-


tos sociólogos mal informados han podido creer)228. No podrá afir-
marse, por ello, que la personalidad criminal es intrínsecamente cri-
minal. Al contrario, es, o puede ser, reversible hacia la “normalidad”.

I. CONTRASTACIÓN Y ADVERACIÓN CIENTÍFICAS DE LOS


RASGOS O TRAZOS DE LA PERSONALIDAD CRIMINAL

Para cerrar el presente Capítulo, una pregunta: ¿Tiene alguna base


científica la afirmación de la existencia de los rasgos de la personalidad
criminal?
Como vino a decir J. PINATEL, en un estudio-respuesta: “Conocimiento
científico y Criminología Clínica”, publicado con ocasión de la aparición del li-
bro de Chr. DEBUYST: “Modelo etológico y Criminología”229 (volveremos sobre
él), antes de acusar de falta de rigor científico a una disciplina, hay que infor-
marse primero, tener en cuenta los hechos. Y los hechos son, como remacha-
ba el criminólogo francés, que se han llevado a cabo multitud de trabajos, por
parte de criminólogos clínicos, con metodología científica seria, tanto sobre el
objeto propio de la Criminología Clínica como sobre la personalidad crimi-
nal230. Indagando, al pormenor, sobre la composición estructural de ésta.
Baste, aquí, desde luego, traer a colación unos cuantos ejemplos, dentro
de la pléyade de estudios, sobre el particular, llevados acabo por autores de la
más diversa procedencia científica.
En primer lugar, acabamos de ver cómo G. CANEPA avisa de que, en
sus investigaciones (médico-psico-sociológicas) aparecen231 los rasgos de
personalidad criminal que hemos nombrado en el apartado anterior de este
Capítulo.
En el mismo sentido, deben citarse los estudios de Ana Mª FAVARD que
confirman la validación del modelo clínico que venimos describiendo en tor-
no a dicha personalidad. Concretamente, los rasgos estudiados y enunciados
por J. PINATEL232.

228
G. CANEPA: “La personnalité criminelle. Orientation traditionnale de la recher-
che, intérêtactuel et perspectives d’avenir”; en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique, 1 (1987) pp.28 y ss.
229
Chr. DEBUYST: “Modèle éthologique et Criminologie”, edit. Mardaga, Bruxelles,
1985.
230
J. PINATEL: “Connaissance scientifique el Criminologie clinique”, en Revue de
Science Criminelle et Droit Pénal Comparé, 1 (1988) p.144.
231
Giacomo CANEPA: “Personnalité criminelle…”, ya citado.
232
Ana Mª FAVARD: “Opérationnalisation et validation du modèle clinique de person-
nalité criminelle”, Ed. Sauvegarde de l’Enfance du Pays Basque, Bayonne, 1985.
192 CésaR Herrero Herrero

Y, desde luego, variada es la metodología utilizada por M. LE BLANC y


M. FRÉCHETTE, en sus reconocidos estudios sobre el contenido nuclear de
la personalidad delincuente (que ellos, califican, como sabemos, de persona-
lidad egocéntrica). Son autores que se muestran, en sus trabajos, abiertos a la
explicación de la delincuencia de forma plural y, por ello, a la utilización de la
correlativa variedad metodológica. Así, se sirven de metodología comparativa
o transversal (comparación de grupos: uno de delincuentes y otro, no. Usada
por los investigadores desde principios psicológicos (psicocriminogénesis).
Utilizan, también, la metodología correlacional o estadística (correlación
entre los diversos factores y la conducta delicuente del individuo sometido a
estudio), enfocada desde criterios sociológicos (sociocriminogénesis). También
investigan con metodología basada en trabajos tipológicos longitudinales.
Es a través de esta múltiple metodología como han llegado al conocimiento
de la existencia del que ellos denominan “síndrome de personalidad delin-
cuente”, con los rasgos correspondientes, aquí ya mencionados y descritos233.
Y, en fin, interesante es aludir a J. Charles HERAUT, reconocido investiga-
dor y práctico, en relación con la materia que nos ocupa, que ha podido cons-
tatar cómo los cuatro rasgos de la teoría de Pinatel sobre la personalidad cri-
minal han quedado positivamente reconocidos a partir del test de Rorschach.
Haciendo observar, por otra parte, en el momento que escribe (plena década
de los ochenta) que se está dando, otra vez, un retorno a la actividad clínica,
argumentando el porqué. Concretamente, dice: “Si un tal retorno (“retour”) a
la clínica ha sido posible, se debe, entre otras cosas, porque un cierto número
de investigaciones han venido a aclarar, en la génesis de los comportamien-
tos delincuentes e inadaptados, la parte real de los elementos relevantes de la
personalidad y los referentes a la reacción social. Es finalmente el recurso a la
aproximación científica la que ha permitido desapasionar un tanto el debate
y sobre todo desgajar los elementos ideológicos que le vehiculaba”234.

Marc LE BLANC: “La Criminologie Clinique, un bilan rapide des travaux sur
233

l´homme criminel depuis 25 ans”, ya citado. Sobre todo en pp.118-121; M. LE BLANC et M.


FRÉCHETTE: “Le Sindrome de personnnalité délinquante”; en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique, 2 (1987) pp. 140 y ss.; y de los mismos: “Les mecanismes
du developpement de l’activité delictueuse”, en Revue Intern. de Criminologie et Police
Technique, 2 (1988) pp. 143 y ss.
234
J. CH. HERAUT: “Nouvelles Contributions au débat sur la question de la person-
nalité criminelle à partir de l’epreuve de Rorschach”, en Vol. Colec. “Criminología y Derecho
Penal al servicio de la persona. Libro-Homenaje al Profesor Antonio Beritain”, Instituto Vasco
de Criminología, San Sebastián, 1989, p. 248.
Capítulo noveno

LOS ELEMENTOS
COMPLEMENTARIOS O PERIFÉRICOS
DE LA PERSONALIDAD CRIMINAL.
OBJECIONES O CRÍTICAS A ESTE CONCEPTO
A. INTRODUCCIÓN

La personalidad criminal posee, como ya hemos visto, un núcleo central


que la estructura. Una estructura que, organizada en torno a los rasgos seña-
lados en los capítulos anteriores (sin la destrucción del “yo” que, en principio
permanece con su libre albedrío, aunque siempre de alguna manera condi-
cionado), predispone al sujeto a delinquir. Son los rasgos del núcleo de tal
personalidad los que, en efecto, abajan o debilitan profundamente el umbral
del virtual delincuente. Pero, como ya hemos advertido, sin que, por ello,
pueda ser considerado aún delincuente (que no hay delincuente sin delito).
Para que esto suceda ha de pasar al acto delincuencial. (Ya veremos cómo
éste acontece, al hablar del delincuente en un próximo Capítulo).
Desde luego, lo que sí podemos adelantar (y ahora debemos hacerlo) es
que, para poder pasar al acto, de forma efectiva, la personalidad criminal ha
de estar acompañada (aunque en plano distinto al de lo rasgos nucleares) de
un conjunto de elementos complementarios psicológicos y/o físicos que, sin
predisponer, ex se, a delinquir, sin fluir, al menos directamente, en el umbral
delictuoso, son imprescindibles para la orientación delictiva y ejecución cri-
minal. Eso, sí, puestos en marcha psicológica, intelectual y tendencialmente,
por el sujeto activo bajo el influjo de los mencionados rasgos predisponen-
tes. Esos elementos complementarios, de carácter psicológico o físico, son,
fundamentalmente, los componentes de la denominada adaptación social
o adaptabilidad social. Que, como hemos ya apuntado, se presentan como
imprescindibles, hasta un cierto grado, para la ideación y selección concretas
del registro delictivo y, desde luego, para la ejecución material de la acción o ac-
ciones antisociales e ilícitas elegidas.
Por consiguiente, la personalidad criminal, a semejanza de lo que acontece
con el “estado peligroso” (la personalidad criminal, lo hemos advertido tam-
bién, es un concepto más definido y limitado235, dentro del estado peligroso

Recalcamos, de nuevo, que la personalidad criminal no es equivalente a ninguna


235

clase de constitución delincuencial (a lo B. Di Tullio). Que no consiste en ninguna predis-


posición específica para delinquir, sino en una estructura organizada desde rasgos que sólo
se diferencian en grado de los mismos rasgos que vertebran la personalidad de las personas
no delincuentes. El mismo Pinatel aclara que: “Si todos los sujetos pueden presentar reaccio-
nes delictuosas, su desencadenamiento no procede de la misma intensidad de excitación: para
196 CésaR Herrero Herrero

“in genere”) se completa, periféricamente, con componentes que, insistimos,


no sólo son psíquicos (V.gr., gran inteligencia organizadora del individuo)
sino también físicos (por ejemplo, gran fortaleza física del mismo). Inherentes
al sujeto activo, son los que hacen posible, como va a constatarse, a conti-
nuación, la adaptación social (o adaptabilidad), del que decide delinquir, al
contorno y entorno de la sociedad en la que se delinque, para poder llevar
a cabo el concreto comportamiento criminoso. (Los vamos a examinar, aquí,
detenidamente). Ahora, precisamente, trataremos de esclarecer los concep-
tos de adaptación (adaptabilidad)--inadaptación, con los que aquéllos están
estrechamente relacionados, como ya ha quedado visto.

B. EL CONCEPTO DE ADAPTACIÓN SOCIAL (ADAPTABILIDAD)

Acabamos de exponer cómo los componentes complementarios, perifé-


ricos, de la personalidad criminal, son los que propician la adaptación (adap-
tabilidad), del que inicia el delito, al contexto social donde delinque. Los que
fundamentan “la idoneidad del delincuente a la vida social en los diferentes
supuestos de comisión de delito”. Entonces, ¿qué es la adaptación y qué la
desadaptación sociales? ¿Por qué referimos a la personalidad criminal ras-
gos, si bien periféricos, que dicen relación con la adaptación social ? ¿No
estamos confundiendo y confundidos?
Para contestar, veamos, en primer término, qué se entiende, desde pos-
tulados psicosociológicos, por adaptación social y qué por inadaptación de la
misma índole, con relación a un individuo. Luego haremos una relación en-
tre delincuencia y adaptación y delincuencia e inadaptación.
Empezamos examinando el concepto de adaptación social. Y vamos a
decir lo que sigue.
Para su convivencia y permanencia, las sociedades necesitan estabilidad,
alcanzable a través del correspondiente orden social y una adecuada organi-
zación. Ello supone que, entre sus miembros, exista un mínimo de conformis-
mo, consenso, sumisión razonable (no servidumbre de la inteligencia y de la
acción, porque los gregarismos deben desterrarse) a las reglas y valores por
las que esa sociedad ha de regirse.
En una palabra, los individuos y los subgrupos humanos, si pretenden
cooperar con su contexto social no tienen otro camino que adaptarse a los có-
digos de normas y valores que hacen posible las interrelaciones humanas pa-
cíficas y constructivas. Tiene que darse adaptación social.

unos, ésta se presenta débilmente, para otros actúa fuertemente. (…) No hay, pues diferencia,
aquí, de naturaleza entre los hombres sino solamente diferencias de grado”. (“La Criminologie”,
Edit. Spes, Paris, 1960, p. 98).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 197

¿En qué consiste, por tanto, la adaptación social?


Vicenzo RUGGERO MANCA lo define como: “El conjunto de procesos
mediante los cuales el individuo instaura una relación armónica, equilibrada y sa-
tisfactoria con el medio-ambiente siempre en sintonía con las propias instancias
personales”236.
La adaptación social, pues, supone un conjunto de actos complejos, en
interacción constante con el medio social para tratar de asimilar las exigencias
propias con las de aquél. De tal manera que no se escatime esfuerzo y hasta
sacrificio, por parte del individuo, para mantener la armonía interrelacional.
De ello depende, también, la adecuada realización de sí mismo.
En ese sentido, reflexiona G. VETTORATO: “Por tales razones, el pro-
ceso de adaptación está siempre abierto y en continua evolución ya que
cambian de continuo las condiciones del individuo (crecimiento, incultu-
ración, patrimonio experiencial), así como mudan incesantemente los re-
querimientos del medio237. El individuo puede darse como adaptado sólo
cuando está en situación de activar comportamientos “congruos” sea para
sí, sea con relación a los estímulos ambientales, en una infatigable obra de
mediación y ajustamiento. Aquí existen varios niveles de adaptación y esta-
blecer el grado al que ha llegado una persona es posible gracias a la obser-
vación de su propio comportamiento, puesto que, como sostiene J. Piaget,
todo comportamiento es la manifestación de una adaptación advenida. (…)
La adaptación es, por tanto, funcional en dos aspectos esenciales: la rela-
cionalidad con los otros, orientada a la maduración (evolución y desarrollo
de la identidad personal, socialización, comunicación), y la relacionalidad en

236
Citado por Giuliano VETTORATO, en sus “Apuntes” sobre “La devianza giovanile:
Disagio, disadattamento, rischio”, en su Capitolo VIII, Università Salesiana di Roma, 2011, p.144.
(En http://vettorato.unisal.it/contenuti/CAP-08.pdf).
237
Con relación con lo que se expone en texto, Luigi VIGGIANI invocando a G. Gozzer,
hace observar: “ Es útil tener presente en mente que cada individuo tiene su propio ritmo de
desarrollo, el cual condiciona, de modo diverso, el adaptamiento a la vida. En efecto, ante
un idéntico estímulo significativo, proveniente del exterior, cada persona responde con un
particular tipo de reacción y, sucesivamente, un particular tipo de acción.” Se trata de estados
de ánimo no conscientes que estimulan y orientan el pensamiento y el actuar, diferenciando
en cada uno el modo de hacer y de reaccionar en relación con las condiciones de la realidad
en que vive. Son elementos constitutivos del carácter, definido por Heuyer como “el conjunto
de las tendencias afectivas, innatas o adquiridas, que orientan las reacciones del individuo en
particular de acuerdo a las condiciones ambientales en que vive”. La adaptación social asu-
me características y manifestaciones particulares en cada fase del desarrollo tanto físico como
psíquico y están en relación con el grado de inteligencia, de experiencias y con el tipo de rela-
ciones personales y sociales, cuya “normalidad” no debe ser en absoluto preconstituida, sino
contemplada en referencia a los “específicos criterios que vienen utilizados para establecerla,
en un determinado sistema social y un determinado momento histórico”. (“Disagio, devianza
minorile e risposta instituzionale”, Edt. Aracne, Roma, 2003, pp.18-19).
198 CésaR Herrero Herrero

compañía de los otros, que tiene, a su vez, como objetivo, el de superar jun-
tos los obstáculos impuestos por el ambiente o por el contexto social, obstá-
culos que cada uno, aisladamente, no alcanzaría a vencer. (Con este fin, por
ejemplo, se piensa en la subdivisión del trabajo como práctica colaborativa
para optimizar los resultados)”238.
Es claro que el hombre adaptado se manifiesta beneficioso y solidario
en las principales facetas de la vida social: Trabajo, relaciones con los de-
más…Respetuoso con los derechos del prójimo y con el cumplimento de las
propias obligaciones para con él. Naturalmente, algo que espera, de forma
razonable, que se lleve, asimismo, a cabo con él. Porque es, en esta recipro-
cidad, donde el ser humano adaptado se siente con la suficiente autoestima
y sintonía con los propios sentimientos, en consonancia con su constructiva
conducta social.
Y todo ello, con fidelidad a la constancia. El ser humano no adquiere una
sola y misma adaptación social para siempre. Podríamos decir que ha de estar
siempre readaptándose para poder estar socialmente readaptado.
O, en fin, el hombre adaptado, aunque tentado por impulsos de egocen-
trismo, labilidad, agresividad, indiferencia afectiva, siempre inferiores en
intensidad a los del individuo poseedor de personalidad criminal, es capaz,
salvo excepciones, de representarse al otro, aunque fuere de forma intuitiva,
como un tú y no como un ello, desplegando con él sentimientos de simpatía
humana y, por lo mismo, considerándole digno de los mismos derechos y
respeto que a él mismo se atribuye. Como reflexiona Gabriel MARCEL, desde
los criterios de la Filosofía existencialista cristiana:
“No es la esencia en tanto que naturaleza lo que yo capto en el tú. En efecto,
cuando yo trato al otro como un ello le reduzco a no ser más que naturaleza:
un objeto animado que funciona de tal manera y no de tal otra. Al contra-
rio, tratando al otro como un tú, yo le trato, yo le comprendo como libertad;
yo le percibo como libertad porque él es también libertad y no solamente
naturaleza. Aún más, yo le ayudo en cualquier situación a ser liberado, yo
colaboro a su libertad –fórmula que parece extremadamente paradójica y
contradictoria, pero que el amor no deja de verificar. Mas, por otra parte, es
en tanto que libertad que él es verdaderamente otro; en tanto que natura-
leza, en efecto, él me aparece idéntico a éste que yo mismo soy en tanto que
naturaleza, y es sin duda por este sesgo y por este sesgo solamente que yo
pueda obrar sobre él por sugestión (confusión tremenda y frecuente entre
la eficacia del amor y ésta de la sugestión)”239.

Giuliano VITTORATO: “Trabajo previamente citado, pp.144-145.


238

Gabriel MARCEL: “Étre et avoir”, del “Journal Métaphysique”, cita en texto de Clemente
239

FERNÁNDEZ: “Los filósofos modernos. Selección de textos”, B.A.C., Madrid, 1976, nº 1962.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 199

Pero repetimos que nada de esto es fruto de la espontaneidad, porque,


en las relaciones humanas está casi siempre presente la complejidad y, por lo
mismo, la dificultad del proceso. No es extraño, por tanto, que existan perso-
nas, al margen de patologías, pero con rasgos especiales de personalidad, que
tiendan a la desadaptación240, figura que vamos a abordar ahora.
Pero antes de terminar este apartado, una llamada de atención por algo
que es necesario insinuar en orden a COMPRENDER lo que se expondrá
después, al hablar de personalidad criminal y adaptabilidad social: Que cabe
una adaptación social meramente externa, relacionada con los medios e ins-
trumentos (conocimientos profesionales, técnicas, actitudes formales…) que
están en uso en la sociedad del momento, en la que los individuos viven,
pero estando en desconexión con las normas y valores básicos de esa socie-
dad. Razón por la que el delincuente usa los mismos medios o instrumentos
que la sociedad (físicos, intelectuales, técnico-profesionales…) mas con finali-
dad distinta a la de aquélla).

C. EL CONCEPTO DE INADAPTACIÓN SOCIAL

Naturalmente, la inadaptación social es lo opuesto a la adaptación de la


misma índole. Entonces, ¿en qué consiste?
R.afael BOCCIERO la define como: “El resultado de la incapacidad del
hombre de conquistar aquellas normas comportamentales, requeridas por
la sociedad, con el fin de colaborar y reaccionar con ella en cada uno de sus
objetivos, como puede ser en la escuela, el lugar de trabajo, en la familia, en
el grupo de los amigos y así sucesivamente”.
Si bien, el mismo autor advierte que, siguiendo la lógica del discurso an-
terior, es forzoso admitir que no siempre el estar dispuesto a adaptarse es
índice también de una actitud positiva. Así, si confrontamos la realidad cir-

En este sentido, el profesor VETTORATO advierte que, por tales razones de comple-
240

jidad y dificultad, relacionadas con el proceso de adaptación, “... Parece evidente que es fácil la
verificación de continuas crisis, conflictos y fracasos en su actuación, así como es obvio que ello
requiera continuados esfuerzos aún de grande intensidad. Por estas razones, frecuentemente,
también el individuo que no tiene especiales dificultades existenciales y que manifiesta un
comportamiento “normal” mantenido (y, por ello, sustancialmente adaptativo), puede llegar
a vivir momentos de inadaptación, más o menos grave, de breve o prolongada duración, sin
que por eso incurra en patología comportamental. Que ésta última, en efecto, se realiza sólo
cuando el comportamiento global del individuo es disfuncional, cuando no hay lugar a mani-
festarse con una conducta congrua, con respuestas adecuadas a los estímulos del ambiente y
funcional respecto de su necesidad interior, cuando no se empieza a activar una provechosa
relación de cambio entre el propio yo y las condiciones de su ambiente social.” (Trabajo ya cita-
do, pp. 146-147).
200 CésaR Herrero Herrero

cundante y percibimos que se trata de un ambiente social y culturalmente


pobre y, no obstante, se aceptan, sin rebelarse, tales condiciones cuando, por
el contrario, deberían ser combatidas y modificadas241.
Al analizar el concepto de inadaptación social suele hacerse referencia a
dos elementos o aspectos integrantes del mismo. Uno, de carácter subjetivo,
que hace referencia a la ausencia de algunas o de todas las condiciones favo-
rables, sean internas o exógenas, que impiden o dificultan grandemente al
individuo la proyección efectiva de sus actitudes favorables para armonizar
la coexistencia con la realidad social. (Social, en sentido amplio). Otro, de na-
turaleza objetiva, constituido por comportamientos de la persona difícilmente
compatibles, por su repercusión dañosa o negativa para con los derechos de
los demás, con una adecuada integración en la comunidad.
El autor ya citado, Luigi VIGGIANI dice que caen dentro del ámbito de la
inadaptación social “aquellos individuos que, por condicionamientos actua-
les de diversa naturaleza, no son capaces de construirse un propio marco de
referencia, permaneciendo bajo incertidumbre o inseguridad en sus identifi-
caciones, en su interior contradicción, en su profundo estado de ansiedad, y
dentro de los límites de la delincuencia. O aquellas personas que, por condi-
cionamientos pasados, por su capacidad inventiva y por la influencia ejercida
al amparo de su grupo de pertenencia, se han constituido un complejo de
valores-referencia, que contrasta, sin embargo, con el de la sociedad”242.
Por tanto, puede llamarse desadaptado (inadaptado) al individuo que
no aspira a establecer relaciones de empatía con el entorno socio-político y
cultural, profesando una gama de valores contrarios a los de una elemental
solidaridad y de una convivencia razonable, y que proyecta y expresa en su
comportamiento habitual.
Naturalmente, otra cosa es determinar la fuente o las fuentes de donde
manan los “impulsos” del proceso desadaptativo. Frente a la unidireccionali-
dad de algunas teorías tradicionales (“naturistas” y “ambientalistas”), parece
que ha de irse, una vez más, a la mutua simbiosis de las comprensiones ecléc-
ticas: a contar con elementos internos, activados por factores del contexto so-
cial cincundante243.

241
R. BOCCIERO: “Indagine filosofica sul disadattamento e sulle difficoltà comunicative
dell’uomo nel contesto sociale contemporaneo”, en Filosofia e Logos, iuglio (2011) p. 1 del estudio.
(Puede verse en http://www.filosofiaelogos.it/Pagine/disadattamento_delluomo.html).
242
L. VIGGIANI: Trabajo ya citado, p.16.
243
En el sentido del texto, ha escrito M. MALAGOLI: “El individuo desadaptado es
una persona que ha padecido privaciones o carencias afectivas. Ha tenido, a menudo, padres
inadecuados, hostiles o rehusantes, que no han corrido el riesgo de desarrollar el “sentido
social” del niño. En contra de las variadas manifestaciones de rechazo por parte de los geni-
tores, los mecanismos de conducta social y de control no han sido interiorizados, el proceso
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 201

También, aquí, para concluir este apartado, como hemos hecho con res-
pecto al concepto de adaptación, aclaremos que, con relación al concepto de
inadaptación, cabe una visión parcial y marginal del contenido del mismo,
en virtud de la cual, es posible hablar, simplemente, de inadaptación, en base
a la inadecuada (por ilegal) aplicación y destino, por parte del individuo, de
los medios operativos institucionales o sociales. Estando, sin embargo, extraor-
dinariamente bien adaptado a ciertas metas, “valores” u objetivos, vigen-
tes, al menos de hecho, en la sociedad como tal. Es el caso de las situaciones
descritas por el concepto de anomia de E. Durkheim y, sobre todo, de R. K.
MERTON244, donde los infractores comparten, de forma intensa, determi-
nadas metas u objetivos de una parte de la sociedad, siempre influyente
e impregnante de determinadas “valencias” sociales. Informadas en una
“cultura” de inversión de valores, donde lo económico es elevado al valor
supremo de la pirámide comunitaria (acaparamiento de la cultura del tener
sobre la del ser). Situación en la que la sociedad se manifiesta claramente
criminógena245. Y muchos ciudadanos también, al participar de esos mis-
mos subvalores sociales que, para encarnarlos, acuden a los medios que,
institucionalmente, se consideran inadaptados por ilícitos.
Es a esa cuestión a la que parece hacer referencia J. VALVERDE MOLINA
cuando comenta: “… En el proceso de inadaptación social, o de adaptación
social al contexto, se pueden distinguir al menos dos situaciones fundamen-
tales: 1º Situación de Inadaptación objetiva: Una situación en la que el comporta-
miento desadaptado es plenamente utilitario. Su objetivo es alcanzar las me-
tas sociales adaptativas por medios distintos a los considerados “adaptados”
por el sistema social. Pero a menudo los más eficaces, e incluso los únicos
posibles en “su ambiente”: Situación anómica. En consecuencia, se trata de

de identificación viene perjudicado y la vida emotiva del menor queda orientada en sentido
egocéntrico, por lo cual la agresividad –no consiguiendo dirigirse hacia el interior y contribuir
a la formación de los mecanismos interiores de autocontrol—viene manifestada a través de
comportamientos antisociales.” (“Famiglia e adolescenti. Condizioni di rischio e risorse psi-
cosociali”; en Età Evolutiva, 53 (1996) pp. 99 y ss.) Sobre esta cuestión puede verse asimismo:
T. PONCE GONZÁLEZ, quien después de afirmar que: “El inadaptado social es una persona
que por su comportamiento en interacción con los demás y por su estilo de vida no encaja en
los patrones normales de comportamiento social, aceptados por la comunidad”, sostiene que
la inadaptación” no es el resultado de una relación lineal y unidimensional sino de la con-
fluencia interactiva de varios factores o contextos. La ambivalencia de la causalidad tampoco
se puede resolver (intrínseca/extrínseca: ¿El inadaptado nace o se hace?).” En su estudio: “La
inadaptación social en el sistema educativo”, en Innovación y Experiencias Educativas, 15 (2009)
pp. 3 y 4 del Trabajo.
244
A este respecto, C. HERRERO HERRERO: “E. La Anomia”, en su obra “Criminología.
Parte General y Especial”, ya citada, pp.462-463.
245
Sobre esta cuestión, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Fenomenología
Criminal y Criminología Comparada”, Edit. Dykinson, Madrid, 2011, pp. 47 y ss.
202 CésaR Herrero Herrero

una inadaptación no a las metas sociales sino a los medios considerados legí-
timos por la sociedad para conseguirlos: “el inadaptado es un individuo tan
adaptado (a las metas) que se inadapta (a los medios) para adaptarse (a las
metas). Se trata de una situación que el individuo no vivencia como anormal,
pero que las instituciones de control social sí van a interpretar como desvia-
da, anormal, desadaptada o delincuente”246.

D. ADAPTACIÓN SOCIAL O INADAPTACIÓN, CON RELACIÓN A


LOS RASGOS PERIFÉRICOS DE LA PERSONALIDAD CRIMINAL

El problema que planteamos, ahora, es: ¿Cómo es posible atribuir, a la


personalidad criminal, rasgos complementarios o periféricos, considera-
dos como constitutivos de “adaptación” o “adaptabilidad social” del delin-
cuente? ¿Cómo justificar que la adaptación o la adaptabilidad social entre
a complementar, aunque sea periféricamente, el concepto de personalidad
criminal?
A la vista de los conceptos y descripciones, llevados a cabo, aquí, en este
mismo estudio, parecería más bien que la adaptación social es contraria a esa
clase de personalidad. Y que, al revés, la inadaptación del individuo congeniaría
de tal manera con esa misma personalidad, que dicha inadaptación o ha sido
factor generante de ésta o la sirve, en acto, de caldo de cultivo o, en su caso,
de mantenimiento.
Lo que acaba de exponerse es verdad. Pero siempre que con ello (como
lo hemos insinuado ya más arriba) nos refiramos al concepto de adaptación
en su sentido estricto o sustancial, a los valores sociales que la conforman y
sustentan como tal, a su alma. Es decir, si corresponde a lo que O. SPENGLER
llamaba cultura, distinguiéndola de lo que el mismo autor denominaba ci-
vilización247. O sea, siempre que se entienda por cultura, al modo que lo hi-
ciera el clásico E. B. TYLOR, como: Conjunto de ideas, de saberes, creencias,
arte, moral, leyes, costumbres y otras habilidades y usos adquiridos por el
hombre en cuanto miembro de una sociedad248. Equivaliendo, por su parte,
el concepto de civilización: A los instrumentos materiales, a los medios téc-
nicos, intelectuales,físicos o corporales…, de los que el hombre en singular o
en sociedad se sirve para actuar en su contexto o medio-ambiente. Tanto para

246
J. VALVERDE MOLINA: “Lo que libera al hombre es la cultura: Cultura y Educación en el
proceso de exclusión social y su papel en el proceso de inclusión”; Conferencia del autor en “Las Cuartas
Jornadas Nacionales y Seminario Interdisciplinario sobre Cultura y Educación en elproceso de inclu-
sión”, 8 de nov., 2006, p. 7 del estudio.
247
O. SPENGLER: “La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la
Historia Universal”, trad. de M. GARCÍA MORENTE, Madrid, 1948, Vol. I, pp. 140 y ss.
248
E. B. TYLOR: “Primitive Culture”; Edit. Murray, London, 1871, p.1.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 203

conseguir un objetivo socialmente permitido y lícito, sea para alcanzar un


objetivo antisocial o jurídicamente prohibido.
Sin dejar de advertir, por lo demás, que cada sociedad, tributaria del es-
pacio y del tiempo, es dinámica en su cultura y, desde luego, en sus medios
e instrumentos operativos para alcanzar sus fines. Si bien, en todo caso, la
cultura, para serlo de verdad, necesita ofrecer valores que posibiliten y fo-
menten la realización constructiva del ser humano con relación a sí y a la co-
munidad. Ha de promover, pues, y mantener, un clima de respeto mutuo, de
paz y convivencia. Al miembro de cualquier sociedad, por tanto, que rechace,
desprecie y conculque esos valores, no le será posible, en ese ámbito, llegar a
una auténtica y suficiente adaptación social.
Pero los medios o instrumentos de referencia no participan del alma, del
núcleo, de la sociedad. Son útiles (muchos de ellos de gran relevancia prácti-
ca) para conseguir, o conseguir mejor, o de manera adecuada, razonable, los
objetivos individuales y sociales). Sin embargo, el aceptarlos, o no, no llevan
necesariamente a la adaptación o a la inadaptación sociales. Un individuo,
por ejemplo, puede asumir y practicar el respeto a los derechos humanos y,
por tanto, a las normas y exigencias de la convivencia y rechazar su enrola-
miento en los sistemas de organización, producción o consumo de la socie-
dad. Y, naturalmente, seguir, a pesar de todo, esencialmente adaptado. Y, al
revés, una persona puede ser partidario acérrimo del uso de tales medios y
estar desadaptado en lo fundamental, por no respetar los derechos ajenos. Es
decir, puede estar adaptado a los medios, instrumentos, conocimientos pro-
fesionales y técnicos, seguir las pautas del culto al cuerpo, de la idolatría a la
fuerza física…, pero seguirá desadaptado en la sustancia. Aún más, se puede
utilizar esta adaptación instrumental, de conocimientos operativos… contra
los bienes, valores, intereses legítimos… de la sociedad.
Esto último es lo que acontece o puede acontecer en el criminal. Y, preci-
samente, cuanto más adaptado instrumentalmente esté un individuo, y más
desadaptado se halle en lo esencial o nuclear de lo que constituye la razón de
ser de la sociedad en cuanto tal, de más entidad criminal gozará el así afecta-
do. Por ello, es, precisamente, a través de los componentes de esta adaptación
social instrumental por los que se corporiza o se exterioriza, más o menos
eficazmente, según la calidad de tales medios y de su manejo, la ideación, la
planificación, la ejecución, del designio delincuente, nacido desde la entraña
de la personalidad criminal. No son distintos a los medios de la operatividad
material o ejecutiva del ciudadano leal en su quehacer moral y jurídicamente
lícito. Los mismos medios pueden emplearse en objetivos distintos u opues-
tos. La persecución de un objetivo u otro (social o antisocial) dependerá de la
intención y orientación impresas por el sujeto agente. Intención y orientación
(distintas) que obedecerán, respectivamente, a la adaptación de aquél a los
204 CésaR Herrero Herrero

valores y fines irrenunciables de una verdadera sociedad razonable y demo-


crática o a su inadaptación a tales valores y fines249.
A la vista del discurso precedente es fácil comprender, pues, por qué se
aplica el concepto de adaptabilidad o adaptación social como contenido de
elementos complementarios (si bien, insistimos, que periféricos) al descri-
bir la composición y configuración de la personalidad criminal. Se trata de
adaptación o adaptabilidad social a los medios o instrumentos para la acción
(sea delincuencial o no) que tienen vigencia o prevalencia en una sociedad
determinada o en sociedades con características de desarrollo político, jurídi-
co, económico, financiero, técnico, de administración de justicia… comunes o
con afinidad sustancial. Instrumentos o medios que generalmente son, en su
objetividad, “armas de doble filo”. Utilizables para lo lícito y para lo ilícito, lo
moral o lo inmoral.
El individuo no está disociado en sentido propio en virtud de los me-
dios que utiliza para realizar su comportamiento desviado, sino por es-
tar directamente tocado por las denominadas disfunciones patológicas de
la sociedad (patologías sociales).Por eso, a los así afectados se les considera
sociópatas. Individuos con sus vínculos sociales trastornados. Adaptados a
“lo real”, a lo fáctico, pero disociados o inadaptados a la irrenunciable, por funda-
mental, axiología social250. Siempre suponiendo, claro está, que ésta se ali-
menta de valores antropológicamente constructivos y convivencialmente
imprescindibles.

249
En este sentido, escribe L. NGUIMFACK: “La delincuencia tiene, en efecto, una re-
lación con la adaptación social en tanto que proceso. Ella está asociada a falta de éxito en este
proceso. Ello quiere decir que una adaptación social eficiente constituye una protección contra
la delincuencia. El sujeto que está bien adaptado a la sociedad ha integrado a su personalidad
las reglas y las normas que prevalen y rigen los comportamientos y conductas en su seno.
Aquél (el bien adaptado) considera al otro como un valor cuyos derechos deben ser respeta-
dos. De la misma manera, la sociedad es para él un valor sublime, que no debe ser puesto en
cuestión. Un individuo así funciona en armonía con su grupo social. Su conducta en el seno de
este grupo y el equilibrio de su personalidad en su globalidad dependen de ello. Esto no se da
para el delincuente cuyos lazos sociales están perturbados. Está inadaptado socialmente, aun-
que adaptado a lo real (“au réel). La delincuencia se explica, pues, según este punto de vista
por un defecto de adaptación social.” (“Readaptation des mineurs délinquants placés en Institution
à l’environnement familial au Cameroun contemporain. (Implications des thérapies familiaux sys-
temiques)”; Tesis doctoral, Université Charles de Gaulle-Lille 3, École Doctorale “Sciences de
L’Homme et de la Societé, U.R.F. de Psychologie, 2008, p.92).
250
L. MUCCHIELLI habla de “disocialidad” (“Dyssocialité), para designar el ámbito
donde cabe albergar a los inadaptados sociales de verdad, a los que él llama “armada de los
“fuera de la ley” (“les hors-la-loi”), como: los vagabundos, los gangsters, los proxenetas, de-
fraudadores, los fuguistas inveterados, los truhanes, los delincuentes reconocidos o confirma-
dos… (Comment ils deviennent délinquants: genèse et développement de la socialisation et
de la dyssocialité”, E. S. F., Paris, 1986.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 205

Terminamos este apartado, para completarlo, haciendo referencia a cier-


tos comportamientos objetivamente antisociales, procedentes de muchachos
en fase de adolescencia, sobre los que podríamos decir que no caen, propia-
mente, dentro del campo de inadaptación en sentido estricto. Algo que es
muy conveniente tenerlo en cuenta. Se trata de las conductas de adolescentes
que Marc LE BLANC denomina “conductas de ocasión” y “conductas de transi-
ción”. Las primeras, constituidas por comportamientos marginales menores,
que forman parte de los riesgos que toda persona, en esa edad, se ve obligado
a aceptar, aunque sea inconscientemente, para aprender a vivir en socieda-
des complejas como las nuestras. Es el precio que han de pagar precisamente
para aprender a daptarse a esa vida. Las segundas dicen relación con com-
portamientos delictuosos más graves, realizados por estos chicos, en perio-
dos de desarrollo determinados (paso de adolescente a joven) o en situacio-
nes excepcionales de anomalías dentro del contexto familiar o escolar. Se trata
simplemente de situaciones especiales que superan el comportamiento habi-
tual de tales jóvenes. La muy gran mayoría de estos sujetos activos no siguen
ninguna carrera delincuencial. No acceden al campo de la delincuencia que
el autor precitado denomina “conductas de condición”251.
En el mismo sentido, comenta Léonard NGUIMFACK: “Sería necesario,
“ipso facto”, dejar de creer que todo comportamiento delincuente es una inadap-
tación. Algunos comportamientos delincuentes pueden estar bien adaptados a
un contexto preciso. Es el caso por ejemplo de un buen número de conduc-
tas antisociales en la adolescencia: las mismas están reprimidas, pero aparecen
como normales en este periodo de evolución del niño; la adolescencia es por
esencia un periodo de crisis y de múltiples cambios. Los “desarrollistas” han
considerado los comportamientos transgresivos del adolescente como siendo
conductas de socialización. Los “sistémicos” consideran, por otra parte, que el
síntoma es una respuesta bien adaptada a un cierto contexto”252.

E. ENUMERACIÓN Y DESCRIPCIÓN DE LOS PRINCIPALES RASGOS


COMPLEMENTARIOS Y PERIFÉRICOS DE LA PERSONALIDAD
CRIMINAL

En el apartado precedente, hemos tratado de razonar la justificación de


nuestra referencia a las variantes de la personalidad criminal como a una for-
ma de adaptación social medial o instrumental, sea en un plano físico, fisioló-

251
Marc LE BLANC: “Le développement de la conduite delictueuse chez les adoles-
cents: de la recherche fondamentale a une science appliquée”, en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique, 2 (1995) pp. 167 y ss.
252
L. NGUIMFACK: Trabajo citado, p. 92.
206 CésaR Herrero Herrero

gico o psíquico. Entramos, ahora, a señalar y describir, entre un gran número


de posibles componentes, las más relevantes para la eficacia exterior de dicha
personalidad.
En principio, la lista ordinaria de tales componentes nos la ofreció, en su
día, el mismo Jean Pinatel quien, tras dar a conocer los rasgos nucleares de
la personalidad criminal, sostiene que otras variables de esta personalidad
no son constitutivas de la misma por no tener relación, al menos directa, con
el paso al acto, sino con las modalidades de ejecución del acto criminal. Y,
así, se refiere a los componentes relativos a la actividad temperamental (de-
lincuentes activos o pasivos), a las aptitudes físicas (delincuentes robustos o
débiles), a la capacidad intelectual (hay delincuentes inteligentes y menos
inteligentes o, incluso con muy escasa inteligencia), a las aptitudes profesio-
nales y sociales (delincuentes que, de no serlo, podrían ser, por su habilidad
y preparación, excelentes obreros o profesionales de actividades lícitas; otros,
que se manifiestan desesperadamente lerdos). En cuanto a las necesidades
nutritivas y sexuales, unos se manifiestan con instintos exuberantes; otros,
con indigencia)… Se trataría, pues, de componentes, según el mismo autor,
capaces “de aclarar la motivación, el grado de éxito y la orientación general
de una conducta criminosa”253.
Estas variantes no tienen capacidad, al menos directa, para impulsar a a
la actividad criminal. Pero sí para orientar al virtual delincuente a elegir uno
u otro registro delictivo y la manera de llevarlo a cabo (“modus operandi” e
“instrumenta operationis”). Quien, poseyendo personalidad criminal, no po-
see grandes recursos de actividad psicológica (no es delincuente activo). Si
no está preparado en técnicas económicas o jurídicas suficientes, difícilmente
se orientará a cometer delitos socieconómicos (v.gr., blanqueo de capitales, o
estafas masa, o delitos de ingeniería financiera en general).Quien desconoce
las técnicas en el uso de armas y explosivos, mientras no llegue a un conoci-
miento y uso precisos, difícilmente tratará de cometer delitos violentos con
ellas o con ellos (atracos a gran escala, delitos de terrorismo…). Quien posee
recursos, casi en exclusiva, puramente musculares, irá, de ordinario, a la co-
misión de delitos en los que el “músculo” sea protagonista… (robos con fuer-
za, violencia, agresión sexual…)
Y es que existen, en la Filosofía clásica, dos principios que encajan, con
gran adecuación, en la materia que ahora desarrollamos. Principios que se for-
mulan, respectivamente: “Operari sequitur esse” (“El obrar sigue al ser”) y “Nemo
tradit quod non habet” (“Nadie da lo que no tiene”).De acuerdo con ellos, lo primero
que ha de hacer el criminalista, al iniciar una investigación de su especialidad,
es analizar, además del tipo delictivo y el móvil,su complejidad comisiva, los

253
J. PINATEL: “La sociedad criminógena”, ya citada, pp. 81-82.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 207

medios utilizados… Sólo así podrá hacerse una idea documentada del perfil
del delincuente. (Por ejemplo, Los actos terroristas del 11-S ó del 11-M, por su
complejidad en la planificación, en la programación, la sofisticación de los me-
dios técnico-operativos de la ejecución, no pueden ser explicados atribuyéndo-
los a actores pasivos, de escasa inteligencia, sin capacidad creativa o de cálculo
para la sincronización de las fases y elementos, integrantes de tan complicada
operación criminal. Porque, efectivamente, tampoco en el campo del delito, na-
die da lo que no tiene ni obra de forma diferente a como es.
Todo ello quiere decir que el criminólogo clínico, a la hora de examinar al
delincuente concreto, no sólo debe investigar, para conocerle mejor, la intensi-
dad criminógena de su personalidad; sino, además de la determinación pro-
funda de su acción criminal, tendrá que ir al estudio (interpretándolo) de todo
el complejo operativo que ha dado cuerpo visible a tal acción. Porque esto, al
fin y al cabo, forma parte de los modos diferenciales de proyectarse externa-
mente el trangresor y ello tiene un significado complementario para conocer-
lo254. En esta onda, Marc STRANO, partiendo de un caso concreto, el de un
homicida, comenta: “La red para el análisis de los homicidas… no se concentra
solamente sobre las referencias motivacionales, sino que asume un cuadro con-
ceptual que somete a hipótesis a un homicida que presenta comúnmente una
capacidad para cuantificar y atribuir significado a la acción criminal que está
por realizarse, yendo al homicidio después de haber evaluado (aunque sea bre-
vemente) los riesgos, el miedo de ser capturado, la posibilidad de sanción, la
actitud del ambiente social con respecto a la acción, las sensaciones producidas
por la víctima, etc. En tal óptica debemos así considerar tres componentes espe-
cíficos: el autor, la acción y la víctima. Por lo que atañe al primer componente, al
autor, nuestro análisis deberá considerar algunos factores como las caracterís-
ticas físicas (edad, sexo, etc.), las características socioculturales (grupo social de
pertenencia, status social, religión, etc.) y las notas psicológicas (características
de la personalidad, agresividad, socialidad, etc.). Del segundo componente, la
acción, hemos de considerar el modo en que ha sido realizada, el lugar donde
se ha desarrollado, las eventuales situaciones que favorecen u obstaculizan la
misma, etc. Importante, en fin, es considerar las características de la víctima
(también en este caso las físicas, sociales y psicológicas) con el fin de compren-
der si la misma ha tenido un papel activo o pasivo en el área de la conducta
homicida y si tenía relaciones de cualquier género con el autor”255.

254
Conocer, por ejemplo, las aptitudes y actitudes positivas de un delincuente puede
hacer posible el intentar transformar esos aspectos positivos en factores protectores frente a la
delincuencia.
255
Marc STRANO: “Omicidi”, en su “Manuale di Criminología Clinica”, See Edizioni,
Firenze, 2003.
208 CésaR Herrero Herrero

F. CRÍTICAS Y OBJECIONES AL CONCEPTO DE PERSONALIDAD


CRIMINAL

A este respecto puede decirse algo muy parecido a lo que dijimos al tratar
del “estado peligroso.” Pues, como sabemos, el concepto de personalidad crimi-
nal se mueve en el ámbito de aquél.
Sintetizando, tres son los frentes desde los que se ha venido objetando y
criticando el concepto de tal personalidad:
1º Desde las Criminologías de la “Reacción social”. Para éstas, que par-
ten de un concepto sesgado de antropología, el concepto de personalidad cri-
minal es una transferencia que la Criminología tradicional hace, en relación
al estigmatizado como delincuente, siguiendo pasos del poder establecido,
elitista y discriminador. El individuo que reacciona con actos que los grupos
del “stablishment” juzgan como gravemente antisociales o antijurídicos no
hace otra cosa que dar respuestas de legítima defensa frente a las disfuncio-
nes sociales provocadoras e inductoras. Ante estas disfunciones, el indivi-
duo es irresponsable. Y, desde luego, sería arbitrario atribuirle personalidad
criminal.
El ser humano, para las filosofías de base que sustentan estas criminolo-
gías, no es más que un producto social. La delincuencia individual es puro
constructivismo criminológico. Hablar de delicuentes, de personalidad cri-
minal, es pura atribución y rotulación. Y, al fin y al cabo, instrumentos de
manipulación y control.
Naturalmente, se trata de corrientes ideológicas, pero no estrictamente
científicas. Aunque, sin negar que han realizado algunas observaciones inte-
resantes en el campo criminológico256.
2º Desde posturas criminológicas que, sin renegar, de forma absoluta,
de los postulados de la Criminología del paso al acto, científicamente se-
ria, se han contaminado con las aseveraciones de las criminologías de la
Reacción social. Es el caso, por ejemplo, como ya lo hemos indicado, de Chr.
Debuyst.. De aquí su aserto de que la Criminología Clínica está puesta al ser-
vicio de la represión penal, sin tener en cuenta el contexto sociopolítico y sus
violencias. Su tesis, al respecto (hemos hecho ya alusión a ella) la ha resumi-
do muy bien J. Pinatel, en su recensión al libro de aquél: “Modèle éthologique
et criminologie”. Y, así, escribe sobre este autor: “La expresión “violencia de la
criminología” ha sido extraída por Debuyst de G. Casadamont. Éste último,
en efecto, se ha preguntado si la criminología clínica, privilegiando el estudio

256
Sobre estas Criminologías puede verse C. HERRERO HERRERO: “Delincuencia
y criminología crítica o radical. La Teoría del Labelling Approach”, en “Criminología. Parte
General y Especial”, ya citada, pp. 379 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 209

de la violencia localizada al margen del campo social y dejando en la sombra


los estados de violencia que atraviesan la sociedad global, no toma el riesgo
ella misma de aparecer como una violencia. Ch. Debuyst transforma la inte-
rrogación en afirmación. Él subraya que la criminología clínica, teniendo por
objeto un comportamiento penalmente cualificado, le rotula como una tran-
gresión, lo que constituye una violencia”.
En estas condiciones –prosigue el autor galo– la criminología clínica, para
Debuyst, “no puede más que encerrarse o en una teoría de la personalidad
criminal y del paso al acto, que está necesariamente aislada del contexto en el
que el comportamiento se inscribe, o en una aproximación que, descansando
sobre elementos patológicos, sin resituarlos en el cuadro de conjunto, intro-
duce un sesgo deformante por exclusión del medio-ambiente. Entonces, la
criminología es conducida a desarrollar una acción represiva”257.
Esa acusación de ambiguo, al concepto de personalidad criminal, de aleja-
do del contexto social, de alineado con la represión del Derecho penal, de dar
lugar a confusión del delincuente con el mentalmente enfermo, se ha conver-
tido en constante en dicho autor258.
Está claro, como ya hemos visto, que la teoría de la personalidad criminal,
tal como la exponen sus principales propugnadores, no prescinde para nada,
en su elaboración, del contexto social. (Véase más arriba a M. LE BLANC,
M. FRÉCHETTE, J. MORIZOT, G. CANEPA, N. MAILLOUX y al mismo
PINATEL o a Ana Mª FAVARD…). Y, desde luego, la investigación de los ras-
gos nucleares de esa personalidad, así como de los rasgos complementarios
y periféricos, no está orientada a la represión sino a la posible ayuda para la
recuperación del delincuente. Es ésta la intención expuesta constantemen-
te, por ejemplo, por los autores que acabamos de mencionar. (Es manifiesto
a través de sus exposiciones ya mencionadas). Y, por supuesto, no hay con-
fusión entre personalidad criminal y psicopatología. Ya hemos visto cómo J.
PINATEL se esmera en extraer de tal concepto a los que él denomina “tipos
psiquiátricamente definidos.
Y, en fin, influido, en exceso, el autor belga, por las criminologías de la
“reacción social”, acentúa demasiado (le concede pleno protagonismo) el pa-
pel de la “situación”, del contexto social, en la conformación del reaccionar

257
J. PINATEL: “Connaissance scientifique et criminologie Clinique”, en Revue de
Science Criminelle et Droit Pénal Comparé, 1 (1988) p.143.
258
Ver sus estudios: “Le concept de dangerosité et un de ses éléments constitutifs: la
personnalité (criminelle)”; en Deviance et Societé, Vol. 1, 4 (1977) pp. 363-38; “Histoire des savo-
irs sur le crime et le peine”, Vol. 2, Edit. Larcier, 2008, sobre todo, en “B. Études comparatives.
2.- Débats autour de la notion de personnalité criminelle”, pp. 89 y ss.; “La personnalité crimi-
nelle”; Genève, 1982; “Criminologie clinique et inventaire de personnnalité. Utilisation
�������������������
quanti-
tative ou qualitative”; en Déviance et Societé, Vol. 13, 1 (1989) pp. 1-21; sobre todo, pp.5-13.
210 CésaR Herrero Herrero

y accionar del ser humano (aquí, del delincuente). En el fondo, ¿no está no-
tablemente presente, también, una concepción behaviorista de la conducta
humana?259
3º Desde autores críticos no con el concepto, sino con la metodología de
su elaboración. En este sentido, tales autores exponen que este concepto de
personalidad criminal, tal como está elaborado, parece sustentarse sobre un
base excesivamente estática, petrificada, siendo así que el ser humano es, por
naturaleza, dinámico, evolutivo. Que los rasgos nuclearmente constituyentes
son muy escasos en número. Que la metodología utilizada para adquisición
de los mismos ha sido demasiado unidireccional, sin diversidad… Que se tra-
ta de un concepto de personalidad criminal unido a “una racionalidad deter-
minista, lineal, de raíz positivista”.
¿Qué decir de todo esto? Que no es cierta ninguna de todas estas objecio-
nes. Porque los rasgos constituyentes son considerados evolutivos, dinámi-
cos, flexibles (recuérdese, por ejemplo, las investigaciones, ya descritas, de G.
CANEPA). Se ha llegado a ellos a través de metodologías múltiples (es el caso
de los trabajos de investigación de Marc LE BLANC y Otros, ya estudiados).
Y, desde luego, los rasgos constituyentes son los que las investigaciones cien-
tíficas dicen que son. Tampoco hay defensa de determinismos. Positivistas o
no. Al contrario, se habla de flexibilidad y de posible neutralización por trata-
miento científico voluntario. A modo de ejemplo, puede leerse lo que escribe
G. CANEPA:
“En efecto la personalidad criminal corresponde a un modelo operacional
de una estructura plástica y modificable, dándose por supuesto que la

259
A esto apuntan, de alguna forma, sobre Debuyst, autores como P. LAGIER y A.
NORMANDEAU, quienes comentan: “A propósito de la personalidad peligrosa, pues, y con
todos los matices deseables, C. Debuyst critica la criminología clínica basada sobre el concepto
de personalidad. Las características específicamente reconocidas a los delincuentes habituales
o persistentes, dice él, proceden de un punto de vista “vertebrado sobre la idea de que el com-
portamiento delincuente es expresión de características negativas de la personalidad” (p.21). Y
este punto de vista, prosigue él, “restringe considerablemente los elementos que nos parecen
estar como causa en una situación conflictiva susceptible de dar lugar a delincuencia” (p.22).
De aquí, la necesidad de “modificar las perspectivas e introducir el concepto de situación o de
posición ocupada `por el individuo” (p.21). Por relación a un grupo o por relación al otro esta posi-
ción determinará el sentido del comportamiento. (…) La demostración de Debuyst no explica por
qué la situación primaría sobre la personalidad en la determinación del sentido del compor-
tamiento. O bien, en efecto, se tiende a un “behaviorismo” estricto y el comportamiento no es
otra cosa que la respuesta ad hoc a un estímulo situacional, o bien se ha de aceptar forzosamen-
te que la situación inmediatamente percibida por el sujeto –en este caso, el delincuente– im-
pregna su personalidad tanto en lo que concierne a sus mecanismos cognitivos cuanto en sus
instancias inconscientes, hasta el punto de contribuir a su estructuración, sobre todo cuando
aquélla se repite.” (“Dangerosité et justice: la peur du criminel ou la peur de la criminologie?”; en
Criminologie, Vol.15, 2 (1982) pp. 106-107).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 211

misma puede modificarse bajo la influencia de factores culturales y socia-


les y bajo la acción de tratamientos psicoterapéuticos (…), la finalidad de
estos estudios es la de establecer cómo y por qué un hombre, autor de una
infracción, ha cometido una acción sancionada por la ley penal, con el
objeto de ayudarle a comprender las razones de su conducta y permitirle,
en el futuro, vivir y realizarse de una manera autónoma y responsable,
en pleno respeto de la individualidad y derechos de los otros”260.

G. REFLEXIONES FINALES

A la vista de todo lo expuesto hasta aquí, parece: Que el concepto de per-


sonalidad criminal, tal como ha sido aquí desarrollado, tiene una base sufi-
cientemente adverada como para poder trabajar, de forma razonable, con él,
en el campo de la criminología Clínica.
Que, a ese respecto, no cabe olvidar, sino que ha de subrayarse que, en
el campo de las ciencias empíricas del comportamiento, que alimentan, de
forma estrecha a la Criminología, ofrecen, para el escenario de las conductas
gravemente desviadas, conceptos de personalidad que siguen orientaciones
(rasgos distorsionados de personalidad, estructura distorsionada, desorgani-
zación de la personalidad…) muy próximas en la estructuración (no en lo
patológico) a la noción que de personalidad criminal ha elaborado la crimino-
logía Clínica. Por eso, Marc LE BLANC y J. MORIZOT comentan, al tratar de
cómo ha evolucionado la noción de de esta clase de personalidad, que: “Son
plurales los términos que se vienen utilizando para nombrar la personalidad
típica de los delincuentes. La más antigua es la de psicopatía. En el siglo XIX,
en efecto, este término llegó a ser reconocido como una forma psicopatoló-
gica. Para otra parte, la Criminología psicológica ha hecho de la noción de
personalidad criminal uno de sus faros en el curso del siglo XX. Más reciente-
mente, ha devenido en moda emplear los términos de personalidad antiso-
cial y de bajo o débil control de sí. Mas también, después de una cincuentena
de años, antes que de hablar de personalidad criminal, varios autores prefie-
ren describir personalidades criminales. Ellos identifican varias manifestacio-
nes distintas en esta estructura de personalidad entre la demografía de los
delincuentes. Que los términos de personalidad criminal, de psicopatía o de
personalidad antisocial sean privilegiados, no quita para que ellos recubran
una realidad clínica que puede, ahora, ser medida de manera fiable y válida.
Cualquiera que sea el término utilizado para describir la personalidad de los

260
G. CANEPA: “La personnalité criminelle. Orientation traditionnelle de la recher-
che, interêt actuel et perspectives d’avenir”, en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique, 1 (1987)pp.34-35.
212 CésaR Herrero Herrero

delincuentes, ésta es vista, pues, como un síndrome clínico. Según varias de-
finiciones de la personalidad de los delincuentes, el mismo comprende tres
categorías de síntomas: una conducta delincuente repetitiva, dificultades de
adaptación social y una estructura psicológica particular”261.
Que debe recordarse, asimismo, que el concepto de personalidad anti-
social, tal como fuera descrito por L.N. ROBBINS, a finales de la década de
los sesenta262, y tal como ha sido acogido por la AMERICAN PSYCHIATRIC
ASSOCIATION (DSM-IV)263, en 1994, no se aparta de la dirección, en el méto-
do y rasgos, seguida por la Criminología Clínica para el concepto de persona-
lidad criminal. M. ZUCKERMAN refiriéndose a los conceptos de ROBBINS
y de la A. P. A. señala, en efecto, que tal concepto de personalidad antisocial se
compone de rasgos y que estos rasgos son, fundamentalmente: la agresividad, la im-
pulsividad, la escasa empatía, el egocentrismo, el narcisismo, la irritación. ¿No son
estos rasgos básicamente reductibles a los ya expuestos, aquí, para la perso-
nalidad criminal, de la criminología clínica?

261
Marc LE BLANC y J. MORIZOT: “La personnnalité des délinquants de la latente à
l’âge adulte: stabilité ou maturation?”, ya citado, pp. 35-36.
262
��������������������������������������������������������������������������������
L. N. ROBBINS: “Deviant Children grown up”; Baltimore, 1966. �������������������
Sobre este particu-
lar, C. HERRERO HERRERO: “Delincuencia de menores. Trtamiento criminológico y jurídico”,
Edit. Dykinson, 2ª edición, Madrid, 2008, pp.110 y ss.
263
AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION: “Diagnostic and statistical manual of
mental disorders”, Washington, 1994. Sobre esto, M. FERNÁNDEZ ZAVARSE: “Un enfoque
psicológico de la personalidad criminal. Introducción”; sobre todo, en “Conclusiones”. (Texto,
en www.buenas tareas.com/temas/cuadro…enfoque-psicologico/0).
Tercera parte

LOS ELEMENTOS COMPONENTES


DEL OBJETO MATERIAL DE LA CRIMINOLOGÍA
O DEL FENÓMENO CRIMINAL.
SU PERSPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
Capítulo décimo

EL DELITO COMO OBJETO DE ANÁLISIS


DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

Hasta ahora hemos abordado, junto al concepto de Criminología Clínica


y su necesidad en el campo criminológico, los conceptos centrales en torno
a los que se vertebra y se especifica el concepto de “estado peligroso” y el de
“personalidad criminal”, comprendidos desde un óptica superadora del po-
sitivismo clásico o tradicional. Hemos analizado, asimismo, sus componentes
constitutivos (nucleares y periféricos o complementarios).
Con el presente Capítulo, entramos en otra área de elementos que deben
considerarse los protagonistas en cualquier clase de Criminología: General,
Aplicada o Clínica. Y que deben ser estimados protagonistas, porque, en
cualquiera de ellas, forman su objeto material de estudio. Me refiero, cla-
ro está, al Delito, al Delincuente, a la Víctima y al Control social, que, en la
Criminología Clínica, integran el fenómeno criminal a estudiar o a examinar
de forma singularizada, en el individuo concreto. He aquí la razón de por
qué estos elementos deban ser tratados, también, al elaborar una exposición
sistemática de dicha Criminología, no obstante haber sido ellos ya analizados
en la Criminología General. Pero es procedente subrayar, aquí, algunos mati-
ces propios.
En este Capítulo, el centro de indagación va a ser el DELITO. Y, sobre él,
podemos decir lo que sigue:
Que la Criminología Clínica, desde el punto de vista del concepto de de-
lito, tiene que sintonizar con la Criminología General. Pero, en ella, debe que-
dar aún más claro que deben quedar fuera los denominados delitos artificiales
(que ya veremos cuáles son).
Que deben quedar fuera tales “delitos”, porque no debemos examinar,
diagnosticar, pronosticar y, por lo tanto, tampoco tratar, a una persona que
hubiese llevado a cabo hechos que, desde criterios morales y sociales, y desde
los principios básicos de un Estado Social y Democrático de Derecho, no han
de incluirse en tipificaciones penales. Porque, aunque se cumpliera el princi-
pio de legalidad, faltaría la legitimidad. Y, desde luego, nos llevaría a conside-
rar delincuente al que no lo es, y todo ello resultaría absurdo y contradictorio,
sobre todo si tenemos presentes las funciones y metas de la Criminología que
es aquí objeto de estudio.
218 CésaR Herrero Herrero

Que hemos de examinar si, en Criminología Clínica, debemos otorgar al-


guna consideración a las concepciones o enfoques puramente subjetivos del
acto criminal.
De acuerdo con lo que precede, vamos a desarrollar los siguientes apar-
tados, para poder deducir y concluir cuál es el concepto de delito al que debe
acogerse la Criminología y, por tanto, la Criminología Clínica:
— El delito en su concepción puramente legislativa.
— El delito, como institución inmutable, desde una concepción
ético-filosófica.
— El delito desde una visión puramente sociológica.
— El delito desde las criminologías del “paso al acto” y de la “reacción
social”.
— El delito o crimen concebido a la manera de una autodenominada
“nueva penología”.
— Nuestro concepto criminológico de delito.
— Relevancia criminológica de los enfoques subjetivos sobre el
delito.

B. EL DELITO EN SU CONCEPCIÓN PURAMENTE LEGISLATIVA

El delito, desde una perspectiva estrictamente legislativa, hace referencia


a acciones u omisiones que el legislador considera que han de ser, respectiva-
mente, prohibidas o impuestas “ex lege”, conminando con una pena al infrac-
tor. Tipificación legal, absolutamente necesaria para satisfacer el principio de
seguridad jurídica de los ciudadanos, tutelado, por ello, por el principio de
legalidad.
Pero esta noción de delito no puede ser asumida, sin más, por la
Criminología que, como toda ciencia y, sobre todo, las Ciencias del Hombre,
debe estar al servicio y beneficio del ser humano. Aceptar, sin condicio-
nes, ese concepto de delito, expondría a la Criminología (también a la
Criminología Clínica) a tener que aceptar figuras delictivas consistentes en
infracciones penales artificiales (protectoras de derechos, valores, intereses
ajenos a la comunidad o tutelantes de otros, de escasa o nula trascendencia
para ella).
O, todavía, algo peor para el ciudadano, en el caso (tan frecuente en dic-
taduras y no tan raras veces en Democracias) de tener que abstenerse de ha-
cer o de tener que cumplir leyes penales elaboradas y aprobadas al dictado
del más puro positivismo jurídico o de la arbitrariedad del dictador, cerce-
nante sistemático de derechos humanos fundamentales.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 219

Ni la Criminología General ni la Criminología Clínica podrá considerar


delincuentes, en estos casos, a sus infractores. Si lo hicieran, estaríamos ante
criminologías servilistas del Derecho penal, en vez de estar al acecho, con
conciencia crítica, para denunciar tales desmanes. Si ello fuera así, habría
quedar la razón a autores como Chr. DEBUYST (ampliamente estudiado en
este Trabajo) cuando asegura que la Criminología Clínica, tanto en su plano
fundamental o teórico como en su plano de disciplina aplicada, desconoce
el valor esencial que es el reconocimiento del otro y de sus derechos264. (Más
abajo, volvemos sobre esta versión, al hablar sobre este asunto, con relación a
las criminologías del “paso al acto” y de la “reacción social”).

C. EL DELITO COMO INSTITUCIÓN INMUTABLE DESDE UNA


CONCEPCIÓN ÉTICO-FILOSÓFICA

Es la orientación, sobre todo, de la Escuela Clásica del Derecho Penal,


conducida, de forma preminente, por Francesco CARRARA. Para Carrara, el
Derecho Penal no puede confundirse con el universo de la Ética o de la Moral.
Pero el Derecho Penal ha de tener como punto de referencia a éstas y, por tan-
to, no ha de contradecirlas. El delito, sin tener que extender sus efectos a todo
ese universo, tiene que estar reflejado en él. El delito, elaborado por la Ley
del Estado, ha de converger con lo moralmente reprochable265, cuando esto es
imprescindible para salvaguardar valores humanamente irrenunciables por
ser necesarios para la justa y pacífica convivencia.
Tampoco este concepto, a pesar de su elevadísimo propósito, puede ser-
vir enteramente para la Criminología. El delito que, con frecuencia, se crea,
“ex lege positiva”, para defender bienes y valores imprescindibles para la con-
vivencia social y, por lo mismo, con referencia ética, es también un producto
histórico y cultural y su ámbito protector no tiene por qué extenderse a todos
los contenidos éticos y, en cuanto éticos, inmutables. Además, el delito ha de
pasar a existir a través de actos con visibilidad y efectos en el mundo exterior.
Por eso es conocido, en el campo jurídico, el dicho de que “el pensamiento no
delinque”. O que: “El reo va siempre perseguido por aquello que hace, no por aquello
que es”.

264
Chr. DEBUYST: “Criminologie et Éthique. Quelques reflexions sur l’oeuvre du
Docteur Étienne de Greeff: Psychanalyse de la violence”, en “Essais de criminologie clinique:
entre psychologie et justice pénale”, Edt. Larcier, 2009. Y, sobre todo, “Modèle éthologique et
criminologie”, Pierre Mardaga Éditeur, Bruxelles, 1985.
265
F. CARRARA define, en efecto, el delito como: “El quebrantamiento de la ley del
Estado, promulgada para tutelar la seguridad de los ciudadanos, derivado de un comporta-
miento externo del hombre, sea negativo o positivo, moralmente imputable y políticamente da-
ñoso” (“Programma del Corso de Diritto Criminale”; Firenze, 1860, en vol. I.
220 CésaR Herrero Herrero

D. EL DELITO DESDE UNA VISIÓN PURAMENTE SOCIOLÓGICA

Las orientaciones sociológicas sobre el concepto de delito no son nuevas,


aunque ahora proliferan. Surgen con la consolidación de la Sociología como
ciencia empírica en la segunda mitad del siglo XIX. Al igual que los juristas
de la época (de C. Beccaría a F. Carrara), y determinados filósofos, los culti-
vadores de la Sociología se sintieron entonces concernidos por la necesidad
intuida de conseguir una unidad suficiente en los conceptos básicos, regula-
dores de la conducta humana. La “crisis de la conciencia europea” (P. Hasard), el
“Iluminismo racionalista” (Rousseau y Motesquieu), el idealismo alemán (Kant
y Hegel) habían profundizado en la ruptura cultural y, sobre todo moral-an-
tropológica, de Europa. Invadiendo también, inevitablemente, el campo del
Derecho penal y las costumbres, sembrando profusamente el relativismo. Y,
naturalmente, concepto básico, afectado al respecto, era el del delito266.
En este contexto de confusión, se mueven, con dicho propósito, dos de
los grandes estudiosos de su tiempo: E. DURKHEIM y R. GAROFALO.
E. DURKHEIM, pues, con el precitado propósito unificador nos ofrecía
esta definición de delito o de crimen: “Nosotros llamamos crimen todo acto cas-
tigado y nosotros hacemos del crimen definido el objeto de una ciencia especial, la
Criminología”. Pero añadiendo que un acto es criminal (no que tan sólo se le
llama)”cuando ofende los estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva”267.
R. GAROFALO, por su parte, afirmaba que ha de entenderse por delito
social o natural: “…La lesión de la parte del sentido moral basado en los sentimien-
tos altruistas fundamentales (piedad y probidad) conforme a la medida en que se ha-
llan en las razas humanas superiores; medida que es necesaria para la adaptación del
individuo en sociedad”268.
Y, naturalmente, no sólo han sido estos dos cultivadores de las Ciencias
del comportamiento los que han intentado el precitado objetivo. Han sido
bastantes los criminólogos (tradicionales) quienes lo han perseguido. R.
GASSIN expone muy bien las razones. Porque, para ellos, “…La noción ju-
rídica de infracción y las cualificaciones fundamentales del derecho penal
(crímenes, delitos, contravenciones; robo, estafa, etc.) son conceptos puramente
formales desprovistos de toda escientificidad. Se avanzan dos razones en apoyo
de esta afirmación: la extrema variabilidad de las incriminaciones en el tiem-
po y en el espacio, que hace de la infracción penal un fenómeno totalmente

A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “España Penal y Penitenciaria.


266

Historia y Actualidad”, pp-160 y ss.


267
E. DURKHEIM: “Les règles de la méthode sociologique”, Edit. P.U.F., 15ª édition,
Paris, 1963, pp.35 y ss.
268
R. GAROFALO: “Criminologia”; Torino, 1885, p.30.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 221

relativo. Y el carácter tan incoherente de las incriminaciones contenidas en


una misma legislación, lo que da a la categoría jurídica una gran héterogenei-
dad269 (asesinato, contravenciones a las reglas de estacionamiento, ocupación
de pisos, infracción al permiso de conducir, etc.).
Para salir de esa dificultad, la criminología tradicional ha intentado, pues,
construir una noción material del crimen que sea a la vez universal y perma-
nente y lógicamente coherente.
Para escapar de la relatividad de la noción jurídica, se ha definido crimi-
nológicamente la infracción como una realidad humana y social, anterior a
toda incriminación o penalización, consistente en una agresión dirigida por
uno o varios individuos contra los valores más importantes del grupo social,
valores residentes o en los sentimientos morales elementales (Garofalo), o en
emociones o pasiones colectivas (Durkheim), o en la naturaleza de los medios
empleados para alacanzar los fines (Nuvolone, quien designa la prohibición
del recurso al fraude y a la violencia).”
La doble definición, arriba apuntada, de Durkheim es ambigua. ¿Se con-
tenta sólo para aceptar el concepto de delito o de crimen la mera incrimi-
nación legal ? Entonces, puede decirse, se desentiende de su comprensión
auténticamente criminológica, que exige acción “mala ex se” o por las cir-
cunstancias; pero, en todo caso, dañosa para la comunidad o sus miembros.
¿Requiere la segunda afirmación? Es decir, ¿la ofensa de los estados fuertes
y definidos de la sociedad? Entonces, lo que define a la acción como crimi-
nosa no es “maldad” del hecho, sino el darse por ofendida la sociedad. ¿Qué
ocurre cuando no se da por ofendida aunque la acción o conducta sea extre-
madamente nociva? Como ocurre en una parte de los llamados ahora delitos
“socioeconómicos”, una notable magnitud de sociedades apenas se dan por
enteradas. Además, ¿qué es eso de los estados fuertes y definidos? ¿Son siem-
pre los mismos? ¿Son los mismos en los diversos espacios sociales? ¿Tutelan
siempre los mismos valores y criterios? Se nos pone, aquí, ante una gran am-
bigüedad y confusión.
Es una definición, pues, que nos parece escasamente aprovechable para
la Criminología.
Menos aprovechable es aún la definición de Garofalo. Porque da a en-
tender que todo el universo criminoso se encierra en los ámbitos de los sen-
timientos de piedad y probidad (delitos fundamentalmente contra las per-
sonas y contra la propiedad). ¿Qué hacer, por ejemplo, entonces, con la hoy
llamada delincuencia no convencional? Además se presenta la definición
como contaminada de discriminación y racismo. Porque, ¿quiénes son esas
“razas superiores? Y, en todo caso, ¿sólo ellas poseen sentimientos altruistas

269
R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, pp.43-44.
222 CésaR Herrero Herrero

o morales? ¿Esos sentimientos varían en el tiempo y en el espacio? Tampoco


hay definición y sí, desde luego, discriminación racial.
Estas definiciones de delito, pues, que persiguen presentarle como una
entidad natural e inmutable no nos sirven ni para el Derecho ni para la
Criminología. Y menos, para la Clínica.
Viniendo a nuestro tiempo, algunas corrientes sociológicas dan a entender que
conciben el delito, sin más, como conducta desviada. “Desviación social” por
parte del individuo. ¿Qué decir? En primer lugar, que existen muchos grados
y clase de desviaciones sociales. Y, desde luego, no cabe ni mucho menos,
hablar de todas ellas como delictuosas. Por ejemplo: El alcoholismo, la pros-
titución, ciertas orientaciones anómicas…, se las considera desviación social,
pero no se las considera “ex se” delictivas270.
Conducta desviada es lo que se opone a conducta “normal”. Pero, ¿desde
qué criterios cabe hablar de normalidad? ¿Desde los Códigos de conducta de
las mayorías, que esperan que los demás también los sigan? Es decir, ¿desde
criterios puramente estadísticos? Pues no cabe olvidar que, con más frecuencia
de la cuenta, esas pautas sociales mayoritarias no riman con el “bien común”.
Con frecuencia, también, son puramente circunstanciales, no inherentes a va-
lores o bienes relevantes para la comunidad o de sus miembros en general.
Además, hay personas que, estadísticamente, son “desviadísimas”, pero
por sus acciones extraordinariamente positivas para la sociedad. De una so-
ciedad que, como tendencia, no siempre está en sintonía con el verdadero
bien común.. ¿O es que la Madre Teresa de Calcuta, desde este punto de vis-
ta, no era una gran desviada? Luego desviación no es igual a delito. Aunque
el delito puede considerarse una gran desviación (no cualquier desviación)
encarnada en una conducta social irregular, con carácter de disvalor en su
forma más grave, como sintetiza H. GÖPINGER271.

E. EL DELITO DESDE LAS CRIMINOLOGÍAS DEL PASO AL ACTO Y


DE LA REACCIÓN SOCIAL

En el curso del presente trabajo, hemos hecho ya referencia a estas dos


corrientes criminológicas, tan distintas en su manera de entender el fenóme-
no delincuencial y, por ende, del delito.

Sobre estas cuestiones, puede verse:Charles H. McCAGHY y Otros: “Deviant


270

Behavior: Crime, Conflict, and Interest Groups”; Pearson Education, Fight edition, 2007. Sobre
todo, los dos capítulos primeros. También: Howard B. KAPLAN: “Self-Referent Processes and
Explanation of Deviant Behavior”, en Vol. Col. “Handbook on Crime and Deviance, edt. By M.
D. KROHN y Otros, Springer, New York-London, 2009. Sobre todo, pp. 140 y ss.
271
H. GÖPPINGER: “Criminología”, Editorial Reus, Madrid, 1975, p.5.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 223

Para la primera de esas corrientes, en efecto, el crimen o el delito, para


serlo, ha de partir de un hecho o de un acto externo, con repercusiones
gravemente dañosas para la sociedad o sus miembros. El delito o el crimen
existe, materialmente hablando, en cuanto el ser humano capaz lleva acabo
una actividad gravemente nociva para el otro o para los otros, para el cuer-
po social. Ello bastaría, pues, para poder hablar de delito desde el punto
de vista criminológico. La declaración legal incriminatoria del hecho o del
acto no entraría a constituir, ontológicamente, la figura delictiva, sino su
simple reconocimiento institucional, con las correspondientes consecuen-
cias punibles.
Para la criminología de la “reacción social”, el delito o crimen no entraña
base ontológica dañosa, es estimado así por el simple hecho de ser así defini-
do por la norma o decisión reglada de los que ejercen el poder. El delito no
es un hecho o un acto, es una simple definición. Como ya hemos adelantado
más arriba, una definición o rótulo proyectados sobre los que están fuera o en
contra de los poderosos.
A. PIRES y F. DIGNEFFE describen perfectamente esa doble orientación
criminológica, al asegurar: “Hoy, se puede dividir, “grosso modo”, la historia
del saber sobre la criminalidad en dos grandes bloques: a) El de los que la han
concebido casi en exclusiva como un hecho social y la han estudiado como
una manera de hacer (o de ser); b)el de aquellos que la han concebido casi
exclusivamente como una definición social y la han estudiado como una ma-
nera de etiquetar ciertas situaciones-problemas y de reaccionar al respecto.
Brevemente, se viene hablando, entonces, de la criminalidad tanto como si
fuera un hecho bruto, como si fuera una definición. Nosotros llamamos al pri-
mer bloque el “paradigma del hecho social”, y al segundo el “paradigma de la defi-
nición social”272.
Nosotros vamos a estar en gran parte de acuerdo con la Criminología
“del paso al acto” en lo que respecta a su versión sobre la necesidad, para la
existencia del delito, de la presencia de un acto o acción (positiva o negativa)
como infracciones graves de los derechos (personales o reales del otro). De lo
contrario, como ya se ha advertido, estaríamos ante la amenaza permanente
de tener que cargar con delitos artificiales. Pero La definición legal (tipificación
penal) es también imprescindible por razones de eficacia frente al delito y por
razones (lo reiteramos) de seguridad jurídica.
Con la Criminología de la “reacción social” cabe estar en lo que tiene de
positivo para hacer frente a la posible arbitrariedad del Poder en la configura-
ción del Derecho Penal y en cuanto al posible trato desigual de sus destinata-

272
A. PIRES y F. DIGNEFFE: “Vers un paradigme des inter-relations sociales? Pour une
reconstruction du champ criminologique”, ya citado, p.17.
224 CésaR Herrero Herrero

rios. Pero no en su versión integral sobre la criminalidad o sobre el delito. Al


concluir que la criminalidad (y con ella, cualquier delito) es pura invención del
poderoso (esto es lo que se quiere decir con que el delito es pura definición)
está tomando la parte por el todo. Puede ser (y lo es) que haya creación de fi-
guras delictivas en exceso y penalmente desproporcionadas. Pero es imposi-
ble negar la absoluta necesidad de otras. ¿O es que, por ejemplo, el asesinato
o el homicidio no deben ser protegidos penalmente? ¿Es que las libertades
fundamentales del hombre, tampoco? Esta criminalidad no puede conside-
rarse, de forma alguna, producto de la invención, de la pura definición, o de
la arbitrariedad del poder, por muy “burgués” y “capitalista” que sea. Claro
que, dentro de la Criminología de la “reacción social” hay grados distintos en
sus afirmaciones. En la medida que vayan abandonando extremismos resul-
tarán más útiles y eficaces.

F. EL DELITO O CRIMEN CONCEBIDO A LA MANERA DE UNA


AUNTODENOMINADA “NUEVA CRIMINOLOGÍA”

Siguiendo las pautas de las que vienen denominándose “criminologías


de la vida cotidiana”, se ha empezado a concebir el delito al margen de su
intrínseca especificidad de siempre: de su antijuricidad, de su inmoralidad,
de su antisocialidad. El delito, la delincuencia, según estas corrientes pa-
trocinadas por llamados “economistas del crimen o de la criminalidad”, han de
considerarse, sin más, como un riesgo normal, con similar trascendencia
disfuncional para con la sociedad, como la que se atribuye, por ejemplo, a
la enfermedad, al paro, a los accidentes de tráfico, o a la carestía aguda de
vivienda par determinadas clases sociales. Se trata, en efecto, de un nuevo
discurso sobre cómo abordar el problema del delito y los objetivos de la
penalidad…
No importa definir, pues, si el delito es o no un actividad voluntaria o
intencional, infractora de bienes o valores específicos de gran trascendencia
para la comunidad, ni qué causas puedan estar en su base. El crimen se extrae,
se saca, del ámbito de la “moralidad”. “Se desmoraliza”. Y, en consecuencia, el
crimen pasa a ser considerado como un “problema técnico” que debe seguir,
para su enfrentamiento, la utilización de los instrumentos actuariales y los
dictados de la prudencia. Todo ello, con el fin de prevenir su surgimiento y
aminorar, en lo posible, sus impactos o repercusiones socialmente negativos.
Entendiendo la negatividad desde criterios prevalentemente pragmáticos.
Referidos a costes. Sobre todo, económicos.
En este sentido, escribe Thibaut SLINGENEYER: “ Cuando Feeley y
Simon indican que el crimen es tratado por una lógica actuarial, indican que
el sistema penal pasa de un lenguaje vertebrado sobre la moralidad del in-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 225

fractor a un leguaje vertebrado sobre la probabilidad y las distribuciones esta-


dísticas en el seno de la población (1992, 452). Sin embargo, los mismos Simon
y Feeley (1992,1994, 2003) no se limitan a decir que los gobiernos tomen en
cuenta el crimen como un riesgo; ellos van a precisar igualmente que los go-
biernos redistribuyan sobre los individuos (víctimas e infractores) y las comu-
nidades la gestión de este riesgo criminal (Pratt, 2001; Robert, 2001). Simon y
Feeley son igualmente sensibles a lo que conviene llamar con O’Malley, una
lógica prudencial.
La nueva penología reenvía a la lógica actuarial para indicar que las
agencias del sistema penal son colonizadas por un lenguaje probabilista para
la gestión del riesgo criminal y reenvía igualmente a la lógica prudencial para
indicar que estas agencias no son ya consideradas como las solas responsa-
bles de la gestión del riesgo criminal”273.
Como puede observarase, no se trata, aquí, de abordar la naturaleza del
delito (en qué consiste), ni sus causas; sino, más bien, esta “nueva” corriente
“criminológica”, es una economicista apuesta de política criminal, adminis-
trable de acuerdo a las políticas empresariales tecnocráticas, destinadas a dis-
minuir los riegos que atentan contra el logro del mayor beneficio.
Se persigue evitar, pues, los efectos disfuncionales del crimen gestionán-
dolo a la manera en que enseñan las teorías de los modernos sistemas an-
tirriesgo. Y, naturalmente, en este sentido debe de ir y aplicarse el sistema
penal.
Naturalmente, es una orientación “criminológica” que no interesa a la
Criminología Clínica. Entre otras cosas, porque desconecta el delito del delin-
cuente. Al menos del delincuente concreto.

G. NUESTRO CONCEPTO CRIMINOLÓGICO DE DELITO

Expuestas las versiones, y las correspondientes objeciones a las mismas,


de las corrientes criminológicas todavía hoy más en boga, ¿cuál es, entonces,
nuestra noción de crimen o delito desde una perspectiva fundamentalmen-
te relacionada con la Criminología, también con la Criminología Clínica,
para que pueda ser aceptada razonablemente por éstas?
¿Debe estarse de acuerdo, sin más, con las afirmaciones tan extendidas
tradicionalmente, dentro de los penalistas y criminólogos, que han venido
afirmando que no hay otra concepción del delito que la ofrecida por las leyes

273
Th. SLINGENEYER: “La nouvelle pénologie, un grille d’analyse des transformatio-
ns des discours, des techniques et des objectifs dans la pénalité”, en Champ Pénal/Penal Field,
Nouvelle Revue de Criminologie, Vol. IV (En ligne), 15 octobre 2007, p.3.
226 CésaR Herrero Herrero

penales? O, como decía nuestro JIMÉNEZ DE ASÚA, ¿ que: “…A pesar del
esfuerzo de los criminólgos para hablar de un “delito natural”, es lo cierto que la in-
fracción punible fue siempre un hecho contrario a Derecho”?
¿Lleva razón nuestro ilustre jurista con esta afirmación? No hay duda de
que, en una sociedad jurídica y democráticamente organizada, el delito no se
concibe, si previamente una conducta no está como tal penalmente tipificada
(es sagrado, aquí, el principio de legalidad para salvaguardar, precisamente,
el principio de seguridad jurídica). Nadie podrá ser detenido, ni acusado, ni
procesado, ni enjuiciado ni menos condenado, aunque fuese gravísamente
dañoso su comportamiento para la comunidad o sus miembros, mientras tal
comportamiento no se halle adecuadamente definido como infracción grave,
castigada con la correlativa pena, en una ley “ad hoc”. Si es esto lo que quiere
decir el gran penalista, lleva razón.
Si tratara, no obstante, de aseverar que, para crear delitos y penas,
asumibles sin reparos, basataría con que el legislador los hiciera entrar
en vigor mediante la correspondiente norma legal, no estaría en lo cierto.
¿Por qué? Porque así se estaría observando el principio de legalidad, pero
no el de legitimidad. En los Estados Sociales y Democráticos de Derecho,
en cuyo ámbito está llamado a vivir, desde luego el ser humano, los de-
rechos fundamentales del hombre forman el frontispicio de su filosofía
política y social de base. ¿Qué quiere esto decir? Que estos Estados, para
garantizar, frente a la amenaza de terceros agresores, la seguridad ciuda-
dana y, en lo posible, la de cada ciudadano, así como el libre ejercicio de
tales derechos y libertades, puede y debe hacerlo con las leyes penales
como instrumento, cuando no quede otro remedio. Es decir, utilizándolas
como “ultima ratio”. Y, en todo caso, procurando recortar, lo menos posi-
ble, y de forma ponderada, los derechos de los infractores. Siempre, tam-
bién, sujetos de derechos.
De otra manera. El estado ha de seguir en la creación de delitos y pe-
nas, el principio de proporcionalidad. Teniendo en cuenta la cantidad y ca-
lidad del mal causado para cuantificar y cualificar la pena. Naturalmente,
en los supuestos de no existir valores, bienes o intereses de la sociedad, o de
sus miembros, que defender a través de esa herramienta jurídico-penal, sea
por estar ante valores, bienes o intereses, no relevantes para la comunidad
(Principio de tutela penal sólo de determinados bienes y valores) no cabe la
creación de delitos. Sobre todo, cuando la pena impuesta hubiera de trascen-
der, desproporcionadamente, la limitación de derechos fundamentales del
culpable. Sería desproporcionado, por ejemplo, crear un delito para castigar,
con pena de privación de libertad grave o menos grave, el tirar los desechos
de plástico en el contenedor “general” de las basuras, en vez de en el desti-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 227

nado para aquéllos. Sería desproporcionado el delito y la pena. Y, por ello,


serían ilegítimos274.
El delito, entonces, tanto para la Criminología como para el Derecho Penal
de un Estado Social Democrático de Derecho, puesto que ambas Disciplinas
deben estar en armonía con los Derechos fundamentales del ser humano
(también, por tanto, del delincuente) ha de concebirse y aplicarse como insti-
tuto destinado a proteger bienes y valores, importantes o muy importantes,
para la comunidad, los imprescindibles para la salvaguarda del ser humano
como tal y como ciudadano y los de adecuada convivencia275.
Se ha de comprender, por ello, que, en la realidad, ambas Disciplinas se
necesitan mutuamente para hacer posible, de forma complementaria, un efi-
caz y humano control social. Sea a escala general, sea en un plano individua-
lizado o personal. La Criminología General y la Clínica están llamadas, en
este campo, por su propia naturaleza empírica, a informar al Derecho sobre
procesos realistas de incriminación y desincriminación. El Derecho (penal),
por su carácter normativo, está advocado a potenciar la eficacia de las infor-
maciones criminológicas. Todo ello, sin dejar de ser distintos y sin perder su
autonomía. La Criminología, desde luego, sin descuidar su obligatoria fun-
ción de crítica constructiva.
Hace ya algunas décadas, escribíamos en nuestra “España Penal y
Penitenciaria”: “… Pertenece al Derecho la iniciativa formal de la defensa so-
cial, armonizada con la del individuo. En el campo de la Política Criminal (en
sentido amplio) es a la Criminología, fundamentalmente, a la que compete
informarla y llenarla de sentido. (…) No ha de afirmarse, a mi modo de ver,
como ha sostenido Tappan, que las definiciones legales del delito son las más
precisas y objetivas entre todas las demás; pero sí que son las que han de ser
tenidas en cuenta a la hora de enfrentarlas con la “seguridad” y “libertad”
del individuo humano. Entendiendo estas dos cualidades desde su vertiente
jurídica. Es decir, cuando el acto antisocial deba ser castigado”, por ser penal-
mente típico276.
Después de todas estas reflexiones, ¿cómo podemos, entonces, definir el
delito desde un punto de vista criminológico?

274
Sobre estas cuestiones, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Los principios jurídi-
co-penales fundamentales (derivados de la Constitución) en el Codigo penal vigente. Especial desarro-
llo del principio de culpabilidad”; en su obra: “Introducción al nuevo Código Penal”, Edit. Dykinson,
Madrid, 1996, pp.23 y ss.
275
Sobre esta orientación, o parecida, puede verse también, Marie Andrée BERTRAND
“Nouveaux courants en Criminologie”. Études sur la justice et zémiologie”, en Criminologie,
Vol. 41, 1 (2008) pp. 177-200.
276
Ver p. 48 de obra señalada en texto, ya citada.
228 CésaR Herrero Herrero

Ha de entenderse por delito: Aquella conducta o conductas que, siendo


gravemente lesivas de valores, intereses o bienes importantes o muy im-
portantes para la comunidad (y, por consiguiente, para sus miembros) están
penalmente castigadas por una ley en sentido estricto.
Creemos que con esta noción de delito no se277 trata de defender una
orientación esencialista del mismo, ni ofrecer, tampoco, una concepción pu-
ramente cultural o historicista. Para mí, una concepción sostenible de delito
debe dejar a salvo: una dimensión de valores perennes (vida humana, inte-
gridad física, libertad y libertades fundamentales, derecho al menos a una mí-
nima propiedad de cosas…), afectados con todos los matices transitorios que
se quiera y, a la vez, un área o ámbito de valores que, en virtud de su entidad
puramente cultural y circunstancial, han de ser objeto de alta consideración y
protección si así lo estima la comunidad. Así, v.gr., ahora no se considera, por
las comunidades democráticas occidentales, castigar el adulterio, pero sí las
infracciones graves contra el medio-ambiente.
Con ello quiero decir que la precedente noción de delito en sentido crimi-
nológico no ha de entenderse en el significado naturalista de R. GAROFALO;
pero, tampoco, en el sentido del denominado, actualmente, “constructivis-
mo criminológico”, caracterizado por su absoluto relativismo, en virtud del
cual se sostiene que el fenómeno criminal debe explicarse desde exclusivos
voluntarismos sociales y culturales de moda278. Y es que todas las sociedades
(salvo algunas absolutamente pervertidas) han percibido siempre que existe
un núcleo, mínimo al menos, como afirma R. BOUDON, de “verdad y jus-
ticia”, que ha de protegerse si las sociedades pretenden sobrevivir. Es decir,
ha de afirmarse un mínimo de lo verdadero y de lo justo como equivalente a
valores objetivos.
En el precedente sentido hace reflexionar R. GASSIN: “La observación
global del contenido de los sistemas penales en su desarrollo histórico y en su
dimensión comparativa pone de manifiesto dos datos esenciales. El prime-

277
Sobre esta custión, R. BOUDON: Le Juste et le vrai. Études sur l’objectivité des valeurs et
de la connaissance”, edit. Fayard, París, 1995, pp. 23 y ss.
278
Así, por ejemplo, y en dirección de lo apuntado en texto sobre el constructivismo
criminológico, Antonella BETTI, después de exponer que la Criminología es la ciencia que es-
tudia los delitos, los autores, las víctimas, los tipos de conducta criminal y la consecuente reac-
ción social y las formas posibles de control y prevención, asegura que “el objeto fundamental
de estudio es el delito, cuya definición es exclusivamente social”. Que se han hecho, en el pa-
sado, tentativas de llegar a definir delitos naturales, al margen, como tales, de toda la cultura,
pero no se ha llegado, de hecho, a nada efectivo” pues el delito “no es un hecho biológico o
absoluto sino el fruto de alguna definción social que varía en función del tiempo (historia) y
del espacio (geografía), o sea que varía de cultura a cultura. Crimen, derecho y cultura son por
tanto conceptos profundamente interrelacionados entre sí.” (Ver su artículo “Criminologia &
Devianza Sociale”; texto, en www. servizisocialionline.it/articolo%20criminolog).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 229

ro es el de la gran diversidad de los textos incriminadores con relación a las


distintas épocas así como de un país a otro. Ello parece dar a entender que la
infracción penal es un fenómeno relativo. El segundo, por el contrario, si se
descarta esas patologías de los códigos penales, que vienen llamándose deli-
tos artificiales, es la existencia de algunas grandes constantes que se encuen-
tra, más allá de la variedad de infracciones, en todos los Códigos Penales”279.
Hoy se viene hablando, dentro de la denominada ética civil, propuesta
como guía de las sociedades pluralistas y democráticas, de una “ética de mí-
nimos” (por contraposición a las morales religiosas o “ética de máximos”)
cuyos valores y bienes han de ser preservados para poder respetar mínima-
mente al prójimo y poder convivir. El mismo T. W. ADORNO en alguno de
sus escritos ha venido sosteniendo que o se vive con un nivel determinado
de moralidad, o por debajo de él, lo que acampa es la inmoralidad, aunque
lo acepte todo el mundo280. Aunque nuestro Ortega y Gasset dijera aquello
de que “el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene…historia,” él mismo
venía a interpretar que se refiere a naturaleza como concepto fijo, inmóvil, al
modo del “ser” de Parménides de Elea, como la que tienen las “cosas” inertes
o las intrínsecamene sumisas a la biología. Y que tener “historia” consiste en
que cada uno tiene que hacer su propia vida, pero determinando o eligien-
do lo que va a ser, habiéndo de orientar su libertad (“sin poner límites a lo
que el hombre es capaz de ser”) desde “una línea fija, preestablecida y dada:
el pasado. Las experiencias de vida hechas estrechan el futuro del hombre.
Si no sabemos lo que va a ser, sabemos lo que no va a ser. Se vive en vista
del pasado”281. La razón singularizada, aunque universal, debe buscar la vida
(habita en un ser histórico) y la vida debe buscar la razón (el hombre es un ser
racional).
En concreto, que, al fin y al cabo, si el hombre no quiere destruirse, ha de
ejercer su libertad de acuerdo a la sana razón que, a pesar de todo, es la que
ha hecho reaccionar para bien a los mejores hombres de las mejores socieda-
des de todos los tiempos. Y en esta sintonía está el acoger la Historia como
maestra de la vida. Desechando, de ella, la sinrazón.
La acción del hombre no puede caer (sin desfigurarle en lo más profun-
do) en presuntuosa arbitrariedad. Lo que le sucede cuando piensa que es la

279
R. GASSIN: “De la peau de chagrin au noyau dur: Réponse a Jean-Paul Brodeur”; en Revue
Internationale de Criminologie et Police Technique et Scientifique, 1 (1998) pp. 65-66.
280
Concretamente, el trabajo de T. W. ADORNO, al que se sugieren en texto, es su
opúsculo “Minima Moralia”, publicado por el autor en 1951.
281
J. ORTEGA y GASSET: “Historia como sistema”, texto en “Los Filósofo modernos.
Selección de textos”, de Clemente FERNÁNDEZ, B.A.C., Tomo II, Madrid, 1976, pp.495-496.
“La filosofía de J. F. Herbart.IV. Ética”, en su obra “Ideas y creencias”, Colección Austral, Edit.
Espasa-Calpe, octava edición, Madrid, 1976, pp. 133 y ss.
230 CésaR Herrero Herrero

medida de todas las cosas282. El hombre no explica su ser desde sí mimo y, por
lo tanto, tampoco puede arrogarse capacidad para crear “ex novo” los bienes
y valores paradigmáticos. Ellos le preexisten. Sólo, peregrino del espacio y
del tiempo, tiene posibilidad de seleccionarlos y revestirlos de distintas for-
mas para tratar de vivirlos, a no ser que decida, alienándose, recusarlos. Lo
demás es desfondarse en puro relativismo. Es precisamente el mensaje de las
modernas Declaraciones “universales” de Derechos y de tantos filósofos de tan
diversas “ideologías.”
En la actualidad, serían las tablas supranacionales de “Derechos
Humanos” la fuente de esa moral de mínimos. Sería ésta, sobre todo, el núcleo
inviolable a proteger por el Derecho Penal y destinado a formar el contenido
de los delitos no artificiales283.

282
Agustín de Tagaste (el gran Obispo de Hipona) encarecía, para llegar a conocer la
realidad (objetiva) empezar conociéndose a uno mismo, entrando en la propia intimidad (en el
hombre interior), donde se nos revela la verdad de lo que somos, seres finitos y, por lo mismo,
mudables, contingentes. Lo que intelectualmente nos exige trascendernos a nosotros mismos en
busca del Ser Absoluto, fundante de los verdaderos conceptos de bien y de valor. (Es muy conoci-
da esa invitación agustiniana: “Noli foras ire, in te ipsum redi; in interiori homine habitat veritas;
et si animam mutabilem inveneris, transcende te ipsum”; in “De vera religione, 39,72). El mismo E.
KANT concluía que una ley para valer moralmente o ser el fundamento de una obligación debe
conllevar una necesidad absoluta de obedecerla. Que, por ejemplo, el mandato: “No debes men-
tir, no tiene validez limitada a los hombres, como si otros seres racionales pudieran desentender-
se de él, y asimismo las demás leyes propiamente morales.” Y ello es así porque el fundamento
de la obligación no está en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del universo en que
habita, sino, “a priori”, exclusivamente en conceptos de la razón pura, no en fundamentos empí-
ricos, que es algo sin consistencia y coyuntural. Y de aquí concluía: “Obra de tal modo que uses
la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al
mismo tiempo y nunca solamente como un medio. (…) Siendo el sujeto fin en sí mismo, los fines
de éste deben ser también, en lo posible, mis fines… (…) Este principio de humanidad y de toda
naturaleza racional como fin en sí mismo, principio que es la condición suprema limitativa de
la libertad de las acciones de todo hombre, no se deriva de la experiencia…” (“Fundamentación
para la Metafísica de las costumbres”, trad. de M. GARCÍA MORENTE. Espasa-Calpe, Madrid,
1919, texto recogido en Clemente Fernández: “Los Filósofos modernos, Tomo I, B.A.C. Madrid,
1976, pp. 569 y ss). Y nuestro mismo A. MACHADO, desde su intuición poética, hacía mención a
la objetividad de la verdad (y, por tanto de la realidad como bien y valor) expresando: “La verdad
es lo que es/ y sigue siendo verdad/si la piensas al revés”; y también: “¿Tu verdad? No, la Verdad,/ y ven
conmigo a buscarla, / la tuya, guárdatela.” En “Canciones”, “Obras Completas”, Col. Austral, Espasa-
Calpe, Duodécima edición, Madrid, 1968, p. 208 Madrid).
283
En texto me refiero, sobre todo, a la “Declaración Universal de Derechos Humanos”
(10 de diciembre de 1948). Aprobado y proclamado por la O.N.U. Los hechos que precipitaron
el acuerdo de esta Declaración fueron, sobre todo, los macabros abusos contra el hombre, per-
petrados durante las dos guerras mundiales. El “Preámbulo” de la “Declaración” es explícita
a este respecto. Por ello, sus primeros “Considerandos” hacen hincapié en que “la libertad, la
justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de
los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Y que, preci-
samente, ha sido este desconocimiento y menosprecio los que han originado “actos de barba-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 231

H. RELEVANCIA CRIMINOLÓGICA DE LOS ENFOQUES MERAMENTE


SUBJETIVOS SOBRE ELDELITO

Ya conocemos que toda persona se desenvuelve en un espacio vital cir-


cundante, profundamente mediatizado por la propia percepción de cada in-
dividuo. Por eso, los hechos que coexisten en el espacio vital, aunque son tan-
to exógenos (espacio físico) como endógenos (espacio psicológico), son éstos
los que influyen, de manera trascendente, en la interpretación de ese mundo
y, por lo mismo, los que influyen decisivamente en la decisión. El ser humano
“normal” no sólo “siente” (sensación) el contexto que le envuelve, sino que
también lo percibe (percepción). Es decir, no sólo tiene noticia experimental
del mismo, sino que lo interpreta, proyectándose él mismo tal como es en esa
interpretación. Y la respuesta a eso que está presente e interpela, depende, en
principio, del propio intérprete. Ello quiere decir que, a estos efectos, es más
importante la dimensión subjetiva que la objetiva.
En conexión con tal realidad, se ha hablado, y se sigue hablando, del
denominado “Teorema de Thomas” (“profecía” que se autoincumple). Ella tie-
ne su base, efectivamente, en el aserto del sociólogo norteamericano, W. I.
THOMAS, que, en las primeras décadas del pasado siglo, había enunciado:
“Cuando los hombres estiman algunas situaciones como reales, éstas son reales en sus
consecuencias”284.
Es decir, la percepción “subjetiva” de cada situación (en virtud de las
creencias, ideología, experiencias vitales, motivación, estado de humor, cap-
tación de la opinión social sobre el asunto…) influyen de manera relevante
en la orientación y sentido de la respuesta.

rie ultrajantes para la conciencia de la humanidad.” (Considerandos primero y segundo).Tan


importante como lo que acaba de exponerse son las aseveraciones que la misma “Declaración”
efectúa al considerar que tal dignidad y tales derechos, emanantes de la misma, son previos
a cualquier reconocimiento jurídico positivo porque: “Todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y de conciencia, deben com-
portarse fraternalmente los unos con los otros” (Art.1. del Documento). Por lo demás, dado que
esa dignidad y derechos se poseen por el hecho de ser seres humanos, sin distinción alguna de
raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra condición, los mismos no
han de considerarse creados o constituidos por ordenamiento positivo alguno, sino que son
del todo preexistentes a éste y, por lo mismo, han de ser respetados siempre por él. Su misión
ha de ser únicamente de protección. La “Declaración”, en efecto, considera esencial que los
derechos humanos sean protegidos (sólo protegidos, no creados) por un régimen de derecho,
“a fin de que el hombre no sea vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tira-
nía y la opresión”. (Considerando tercero).
284
W. I. THOMAS: “The Unadjusted girl”; Little, Brown, Boston, 1923. El enunciado en
ingles está formulado así: “If men define things as real, they are real in their consequences”; el autor
introduce el enunciado en el apartado de su obra: “Definition of the situation”. Hay reimpre-
sión de dicha obra en New York, 1967.
232 CésaR Herrero Herrero

Por ello, al comentar el “teorema” de Thomas (sostenido también por R.


K. MERTON), R. GASSIN observa que: “Esta teoría, que vale para todas las
acciones humanas por anodinas que ellas sean, es particularmente útil para
comprender la acción criminal. La influencia de la situación precriminal so-
bre el paso al acto delictivo depende a menudo menos de la situación objeti-
va que de la manera en que esta situación es percibida y vivida por el futuro
delincuente”285.
Por tanto, ni la percepción subjetivada (en exceso o no) del delito, o su
motivación, hacen cambiar la gravedad objetiva de la infracción, siempre que
persista la antisocialidad-antijuricidad de la misma, el conocimiento ordina-
rio de ésta (elemento intelectual) y la intencionalidad libre (elemento volitivo
del dolo), en su perpetración. Pero, desde el punto de vista criminológico,
tanto esa percepción subjetivada, como dicha motivación, tienen notable re-
levancia. No para disminuir la objetividad del daño, sino para los fines de
prevención y, si es posible, de recuperación del delincuente para sí mismo
y para la sociedad. El criminólogo clínico, en efecto, no ha de descuidar el
conocerlas.
¿Por qué? Entre otras cosas, porque conociéndolas puede tratar de neu-
tralizarlas. O reorientarlas hacia la normalidad social de la convivencia, cuan-
do se entienda que, en el entramado de la subjetivación, o en el impulso mo-
tivante, existen elementos positivos que pudieran ser reconducidos a formar
parte de los factores protectores o contrafactores. Es importante saber, por
ejemplo si, en el caso concreto de la infracción o de las infracciones delicti-
vas, existe o no inteligibilidad o finalidad constructiva, aunque sea errada. Es
importante, pues, buscar también el sentido del comportamiento. Para E. De
GREEFF, por ejemplo, esto era central. Sobre todo, en los casos de los delitos
más graves. Como los de asesinato286. (Pero ampliar y profundizar en esto ha de
dejarse para el Capítulo siguiente, donde vamos a abordar el concepto de delincuente y
su paso al acto criminoso).

R. GASSIN: “Criminología”, ya citada, pp. 511-512.


285

A este respecto, E. De GREEFF, en su estudio “La psychologie de l’assassinat”, Revue de


286

Droit Pénal et de Criminologie, vol.15, 2 (1935) pp. 153 y ss. viene a decir, a este respecto, que
la cuestión consiste en saber cómo un individuo normal puede llegar a quitarse de en medio
a una persona a la que vive como obstáculo. También, por ejemplo, Chr. DEBUYST: “Les diffe-
rents types de “constellations psychologiques” liées à l’acte commis”, en su trabajo “La clinique crimi-
nologique à la croisée des chemins”, en Déviance et Societé, 1 (2010)pp. 71 y ss.
Capítulo once

EL DELINCUENTE
DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

Acabamos de desarrollar, en el Capítulo anterior, el concepto de delito.


Sobre todo, desde el punto de vista criminológico. Y, dentro de éste, orientado,
con prevalencia, hacia la comprensión y quehacer de la Criminología Clínica.
Entramos a examinar, ahora, el concepto de delincuente bajo similar
perspectiva que la de aquél. Del concepto de delincuente, que quede claro,
desde el principio, que nos referimos, en este Capítulo, a una persona consi-
derada estadísticamente normal. Será en el Capítulo siguiente cuando abor-
demos los tipos delincuenciales psiquiátricamente definidos.
Pues bien. Como punto de partida, podemos hacer observar lo siguiente:
Que esos dos conceptos (Delincuente y Delito), a semejanza de lo que ocurre
(ya dejamos constancia de ello) con los conceptos de temperamento y carác-
ter, son nociones distintas, pero absolutamente complementarias, recíproca-
mente complementarias. Hasta tal punto que, en el ámbito de la realidad,
no serían comprensibles la una sin la otra. Tan sólo, pues, cabe, además de la
conceptual, la simple separación metodológiga.
Esas dos realidades forman, indisolublemente, la relación de causa-efecto.
Tanto es así que, para un Derecho penal democrático (o vigente en un Estado
Social y Democrático de Derecho) y para una Criminología respetuosa con su
carácter de ciencia y con el contexto en que debe activarse (el del respeto a los
Derechos Humanos) no sería lícito hablar de delincuentes sin delito y, por su-
puesto, referirse a delitos sin delincuente. Desde luego, ha de estar totalmente
prohibido poner en vigencia cualquier categoría de “Derecho Penal de Autor”,
“santo y seña” de específicos regímenes políticos totalitarios. (Recuérdese, a
este respecto, el seguimiento de la Escuela de Kíel, bajo la conducción de G.
Dahm y Fiedrich Schaffstein, durante el totalitarismo nazi)287.
Pero lo anterior no basta, obviamente, para poder aseverar que, desde una
óptica criminológica, sea suficiente sostener que el delincuente queda defini-

287
Sobre esta corriente totalitaria, “decisionista”, de Derecho penal, puede verse una
apretada síntesis, muy bien hecha, de J. Mª RODRÍGUEZ DEVESA –A. SERRANO GÓMEZ,
en su texto “Derecho penal español. Parte general”, Edit. Dykinson, Décimoquinta edición,
Madrid, 1992, pp.333-335. También, E. CUELLO CALÓN: “El futuro Derecho Penal Alemán”
(texto, en www.deredin.mec.es/documentos/00820073000061 pdf). Publicado por el autor en la dé-
cada de los curenta. Puede verse, asimismo:Andreas HOYER: “Ciencia del Derecho penal y
Nacionalsocialismo; en Revista Penal, 23 (2009) pp. 41 y ss.
236 CésaR Herrero Herrero

do diciendo que lo es la persona que comete algún delito. A la Criminología


le es de suma trascendencia conocer las causas del delito y una de las fuentes
de éstas (la más inmediata e insustituible), se encuentra, en todo caso, como
acabamos de advertir, en el delincuente mismo. A quien, por ello, hay que
examinar para tratar de saber el porqué de su comportamiento antisocial o
ilícito.
Desde el punto de vista criminológico, por tanto, nos interesa, sobre todo,
indagar: Por qué determinadas personas (en criminología clínica, esta o estas perso-
nas) cometen delitos. O lo que es lo mismo: ¿Por qué esta persona es delincuente?
¿Qué es lo que hace que esta persona reitere conductas delictivas, en el sentido en
que, aquí, se ha otorgado a esa clase de comportamientos? ¿Es el delincuente
(este delincuente) alguien cualitativamente distinto del no delincuente? ¿Lo
es sólo en grado?
Para esclarecer, en lo posible, tales interrogantes, vamos a abordar, ahora,
las siguientes cuestiones, siempre (volvemos a repetirlo) con enfoque preva-
lentemente criminológico:
— Algunas nociones de delicuente, acordes con las orientaciones doctrinales,
seguidas para el concepto complementario, el de delito.
— Nuestra visión del delincuente desde el punto de vista de la Criminología,
sobre todo clínica.

B. ALGUNAS NOCIONES DE DELINCUENTE, ACORDES CON


LAS ORIENTACIONES DOCTRINALES SEGUIDAS PARA EL
CONCEPTO COMPLEMENTARIO, EL DELITO

Recuérdese, sobre este particular. que hemos hecho referencia, con rela-
ción a una posible noción criminológica de delito, a criterios: legislativo, éti-
co-filosófico, sociológico, desde la visión de las criminologías del “paso al acto”
y de la “reacción social”, desde la óptica de la llamada por algunos “nueva peno-
logía, terminando con el concepto desde nuestra propia perspectiva.
Siguiendo, pues, esa misma senda para la noción del delincuente, ten-
dríamos, en consecuencia, que decir lo que sigue:
1º Aplicando un criterio puramente legislativo. Sería delincuente: La
persona,, jurídicamente capaz, que llevase a cabo, en forma consumada o en gra-
do de tentativa, una acción (en su caso, omisión) típica, antijurídica, culpable y
punible.
Esta definición no es suficiente para la Criminología. Sobre todo, para
la Criminología Clínica. ¿Por qué? Porque, en esta definición, cabe afirmar
también como delincuentes a sujetos activos de los que hemos denominado
delitos artificiales, fruto de un arbitrario proceso de criminalización.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 237

Además, desde el punto de vista criminológico, creemos que no debe atri-


buirse la cualidad de delincuente a quien ha llevado a cabo un comporta-
miento criminoso (penalmente típico) por razones puramente circunstancia-
les, o de situación no buscada, al haberse visto superado, excepcionalmente,
por aquéllas o por ésta. Es el caso del llamado delincuente ocasional en sentido
estricto (tampoco es, por ejemplo, un mentiroso el que en su vida ha dicho
una sola mentira) o el “delincuente por crisis”… O, en la delincuencia juvenil,
las conductas antisociales o desviadas, cometidas por aquellos menores que
Marc LE BLANC ha situado entre los infractores relacionados con las “con-
ductas de ocasión” o las “conductas de transición”. (Más arriba, hemos hecho ya
mención sobre las mismas).
Se trataría, en efecto, de personas que, por sólo tales hechos, no estarían
demostrando presdisposición delictiva superior a la media de la ciudadanía
considerada no delincuente. (No puede olvidarse, por lo demás y en con-
secuencia, que cualquier persona, potencialmente, puede llegar a delinquir
desde parámetros estrictamente penales). Son personas, por tanto, a las que
se podrá o se deberá perseguir penalmente, pero no denominarlas criminales
o delincuentes desde los criterios esenciales ejercitables por la Criminología
Clínica: Tratar de neutralizar los rasgos y correlativos factores de la persona-
lidad criminal (Criminologías personalistas o del paso al acto) o de reorientar los
hábitos desviados de reacción (teorías interaccionistas moderadas).
2º Aplicando un criterio ético-filosófico de base, con pretensiones de
inmutabilidad. Para estas concepciones, sería delincuente todo infractor de
la ley del Estado, dirigida a proteger la seguridad de los ciudadanos, cuan-
do ese comportamiento fuese moralmente imputable y políticamente daño-
so. (Definición acorde con la de delito, como ya hemos visto, ofrecida por
F. Carrara).
Esta visión sobre el delincuente tampoco sirve. Ni para el Derecho penal
ni para la Criminología (ni General ni Clínica). Para el Derecho penal, no,
porque, si la conducta no estuviese penalmente tipificada no cabría hablar
de autores o sujetos activos penalmente responsables. Para la Criminología,
tampoco, porque ésta no pretende, aunque sea su misión esclarecer y hacer
frente a los elementos reales de la conducta gravemente antisocial, confun-
dir al inmoral con el delincuente y al delincuente con el inmoral.
Y, por supuesto, no todo lo políticamente dañoso es individual y social-
mente dañoso (tratar de ejercer, por ejemplo, los derechos humanos de mani-
festación o asociación en contra de las limitaciones inasumibles del poder po-
lítico, no es ni antiético, ni inmoral, ni individual ni socialmente dañoso). Sería
absurdo, criminológicamente hablando (desde una Criminología respetuosa
con los Derechos del hombre), hablar aquí de delincuente respecto de quien
llevase a cabo tales actos, por muy ilegales que se reputasen desde el Poder.
238 CésaR Herrero Herrero

3º Aplicando un criterio puramente sociológico. Tampoco nos sirve, cri-


minológicamente, la noción de delincuente relacionada, de forma lógica, con
el correlativo concepto de delito, abordando la cuestión desde criterios natura-
listas. Ni refiriéndola a la lesión del sentido moral de los sentimientos altruistas
fundamentasles (de piedad y probidad) conectados con las razas superiores, al
modo de R. GAROFALO. Ni si la enfocamos (dentro ya del campo de algunos
sectores de la Sociología actual) desde un concepto de desviación social, fundada
en criterios puramente cuantitativos o estadísticos. ¿Por qué? Porque el com-
portamiento de un ser humano no es, sin más, gravemente antisocial por no
coincidir con sentimientos (los que sean) tal como se hallen en determinados
estratos sociales o por el hecho de no seguir los códigos de la mayoría social o
de la mayoría dominante. Aquellos sentimientos pueden estar pervertidos y
los Códigos ir contra el verdadero bien común de la sociedad.
4º Aplicando los criterios de las criminologías del “paso al acto” o de la
“reacción social”. Más arriba, al tratar el concepto de delito en ambas corrien-
tes criminológicas, terminábamos diciendo que ninguna de ellas es cerrada-
mente monolítica.
En la Criminología del “paso al acto”, que conecta, en algunos extremos, con
la criminología tradicional, es claro que hay orientaciones (las menos) inclinadas,
de forma clara, a concebir al delincuente, como conformado, casi en exclusiva,
por factores endógenos. Y, al contrario, en la Criminología de la “reacción social”,
una gran parte de sus cultivadores están por el extremo de convertir, siempre, al
que ha venido y se viene denominado delincuente, como puro invento de la cla-
se poderosa. Pura “etiqueta”, fruto de un proceso de incriminación arbitraria.
Es necesario, sin embargo, recalcar (ver supra) que la mayoría de los más
acreditados defensores actuales, o recién desaparecidos, de la Criminología
“del paso al acto” y que ya hemos mencionado, tienen posturas eclécticas al
hablar de los factores conformantes de los rasgos de la personalidad criminal
(factores endógenos y exógenos en constelación). Insisten, además, en que
el delincuente no es, sin más, un producto inventado, sino real (gravemente
damnificante de bienes y valores de la comunidad). Sin ignorar que existen
bienes y valores sociales relevantes, que no están penalmente protegidos, y
otros, que lo están y no debieran estarlo (Delitos artificiales y, en consecuencia,
existencia de delincuentes de la misma naturaleza).
Por tanto, a la hora de describir al delincuente, habrá que tener en consi-
deración, esos distintos planos.
Por otra parte, dentro de la Criminología de la “reacción social”, desde fina-
les de la década de los ochenta del pasado siglo, claros simpatizantes de la mis-
ma han iniciado la mitigación de las posturas más extremas, tratando de acercar,
incluso, las respectivas fronteras más cercanas entre sí, habitadas por los tratadis-
tas más “ambiguos” de las precitadas dos corrientes. El mismo Chr. DEBUYST,
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 239

al tratar de definir al delincuente como “actor social” (acteur situé), parece mo-
verse dentro de esa visión un tanto sincrética, cuando expresa estar más cerca
de la concepción de los sociólogos de la Escuela de Chicago que de la visión
clínica positivista, centrada en la investigación de una diferencia cualitativa en-
tre delincuentes y no delincuentes. Advirtiendo, por ello, que no hay que caer
en el llamado por los psicosociólgos “error fundamental de atribución”. ¿Por qué?
Porque, en virtud de él, frente a un problema por complejo que sea, se achaca,
en exclusiva, al individuo concreto un conjunto de características, siempre ne-
gativas, como integradoras de su personalidad, como si tal individuo estuviera
y pudiera ser separado de su medio o de su grupo social, también responsable,
y también, por ello, revestido de variantes negativas y perturbadoras288.
“Hoy –escriben A. PIRES y F. DIGNEFFE– es sobre todo en la Escuela de
Lovaina en donde asistimos al desarrollo de una criminología clínica alterna-
tiva que toma muy en serio la contribución hecha por el paradigma de la defi-
nición social. Es más, esta escuela participa activamente en el trabajo de cons-
trucción de un tercer paradigma orientado a superar los dos precedentes. Éste
nuevo muestra que el paradigma de la definición no es enteramente inútil, como
se ha pretendido, desde un punto de vista práctico y clínico. Inversamente, se
puede percibir que la criminología clínica contribuye activamente a la reflexión
sociológica sobre los paradigmas.” Añadiendo en nota de la misma página, que
existen otros lugares en los que también se desarrolla una nueva perspectiva
clínica. Haciéndose referencia a los trabajos de LODE WALGRAVE, en Bélgica,
y de Humberto GATTI, en Italia, o de LAPLANTE en Québec289.
En todo caso, el delincuente, para esta corriente criminológica, es casi,
en monopolio, su circunstancia y, para los menos extremistas, mucho más su
circunstancia que cualquiera dimensión personal endógena.
5º Aplicando criterios de la autodenominada “nueva penología”. Esta teoría
criminológica sigue, a la hora de delimitar el concepto de delincuente, el mismo
camino que el andado para el delito. Si el crimen o el delito es, para ella, un fenó-
meno de riesgo nomal, detectable a través de instrumentos actuariales y la lógica
de la prudencia; gestionable, para prevenirlo en lo posible, como cualquiera otra
clase de riesgo social, el delincuente ha de ser concebido, más que como persona
racional y moralmente responsable, como individuo caracterizado por ser foco
de riesgo, relacionable con un subgrupo de referencia, casi siempre de clase mar-
ginada y, desde luego, poseedor colectivo de idéntico perfil.
Se pasa por alto el concepto de estado peligroso para calificarle. Lo que
interesa es poder determinar o prever qué peligro social (a través de su com-

288
Chr. DEBUYST: “Les paradigmes du droit pénal et les criminologies cliniques”; en
Criminologie, Vol.25, 2 (1992) pp. 49 y ss.
289
Autores precitados, en su estudio: “Vers un paradigme des inter-relations socia-
les?...”, ya citado, p. 23.
240 CésaR Herrero Herrero

portamiento) podría llevar a cabo, en el futuro, ese individuo que delinquió


en el pasado. Apenas si interesa su propensión criminal. No atiende a con-
ceptos de predisposición criminal o personalidad criminal.
“Centrándose sobre la identificación de perfiles de riesgo –comenta
Th. SLINGENEYER– la nueva penología desprecia la producción de re-
presentaciones de la subjetividad de los criminales. Hay reemplazamien-
to de una “identidad criminal” por un sujeto fraccionado en una serie
de factores de riesgo (Quirino,2006, 157).Para llamar la atención sobre
este reemplazamiento, algunos autores van a preferir la noción de “ries-
go de violencia” (Pratt, 201, 116), de “perfil de riesgo” (Mary, 1999, 6;
2001, 35) o “la combinación de factores susceptibles de producir riesgo”
(Castel, 1983,123), a esta de estado peligroso, muy ligada a un atributo
del individuo. La sola reconstrucción del individuo posible es una re-
construcción probabilista en la cual las cifras encasillan directamente al
sujeto, sirviéndose de los calificativos de “delincuente de alto riesgo” o
de “criminal de carrera” (Simon,1988,786 y 790-792; Feeley y Simon,
1992, 466; 2003, 107; Robert,2001,77)”290.

C. NUESTRA VISIÓN DEL DELINCUENTE DESDE LA PERSPECTIVA


DE LA CRIMINOLOGÍA. SOBRE TODO, CLÍNICA

El concepto de delito, en abstracto, posee, al menos en parte, una dimen-


sión necesariamente referible a su construcción desde criterios ético-filosófi-
cos. ¿Por qué? Porque, como ya hemos expuesto, el delito, en un Estado Social
y Democrático de Derecho y concebido desde una Criminología respetuo-
sa con los Derechos Humanos, debe tutelar, con amenaza de castigo, bienes
o valores relevantes o muy relevantes, para la existencia y convivencia en
paz de la sociedad. Pero el determinar esos bienes o valores no cabe hacerlo
de forma empírica, sino a través de los recursos intelectuales que propicia la
Ética racional (Axiología) y la Filosofía del Derecho. Y menos aún (aunque se
dé con más frecuencia de la cuenta) podrá confiarse tal tarea a los caprichos
de la voluntad de la Institución legiferante. (Porque ha de ser repudiado tan-
to el puro positivismo jurídico, como el puro costructivismo criminológico).
Los valores y bienes fundamentales para el hombre deben ser descubiertos
desde la reflexión de la ética filosófica. Y no desde fuente empírica291. Por ello, pre-

Th. SLINGENEYER: “La nouvelle pénologie, une grille d’analyse…”, ya citado, p.5
290

del estudio. Sobre esta orientación, ve, también, C. HERRERO HERRERO: “Política criminal
integradora”, Editorial Dykinson, Madrid, 2007, pp. 145 y ss.
291
En este sentido, Max SCHELER, el filósofo del “mundo de los valores y la persona”,
afirma que el mundo de los valores es un mundo objetivo, independiente del acto o del hecho
de su captación y que, por ello, por ser mundo objetivo, posee, a priori, sus propias leyes. Lo
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 241

cisamente, dicha reflexión es la metodología que está a la base de las Declaraciones


supranacionales o internacionales de Derechos del Hombre. Una muestra de
lo que ahora decimos está, V. gr., en el primer párrafo del “Preámbulo” de la ya
mencionada “Declaración Universal de Derechos Humanos” (de la O.N.U., 10-
XII-1948): “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen
por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales
e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”
Lo que no quiere decir que tales valores, bienes y derechos no estén afec-
tados de algún modo, en la manera de jerarquizarlos, de hacerlos más o me-
nos prevalentes, en su vivencia concreta…, por la Historia y la Cultura. Por
cada historia y por cada cultura. Y el delito, en sus figuras concretas, lo mani-
fiesta continuamente a través del espacio y del tiempo.
El concepto de delincuente, por su parte, ha de formularse a partir del
concepto de delito (es delincuente quien comete delitos). Pero una vez for-
mulado abstracta y conceptualmente, la constatación de si una persona es
o no delincuente, desde el prisma criminológico, ha de llevarse a cabo por
vía de indagación empírica. Es la forma gnoseológica aceptable para poder
responder, con alguna solvencia científica, a la demanda de por qué alguien
concreto pasa reiteradamente al acto delincuencial (al delito tal como aquí
viene siendo concebido).
Por tanto, para tener una visión satisfactoria sobre la noción de delin-
cuente, al menos desde una óptica criminológico-clínica, parece menester, en
primer término, definirlo a partir del concepto asumido de delito. Y, en segundo
lugar, investigar empíricamente, con método y sistema adecuados, en el así ya califi-
cado, cuáles son los elementos específicos actuantes en él, que son suficientes para
impulsarle al paso al acto criminal. Describiendo a continuación, asimismo,
las fases efectivas del precitado paso.
Entonces, tenemos:

1º Definición del delincuente a partir del concepto de delito.


A la vista de la complejidad doctrinal, en torno a la noción de delito, ob-
servada en la amplia exposición precedente, y las no escasas nociones de
delincuente, ofrecidas en el apartado anterior, con el empeño de fijar los
“presupuestos” individualizadores del criminal, nos preguntarnos: ¿Con qué
definición de delincuente (reiteramos que desde el punto de vista crimino-
lógico) podemos quedarnos?

que afecta, también, a la modalidad de los valores espirituales, donde estarían los valores jurí-
dicos como tales y los éticos. (“El formalismo en la ética y la ética material de los valores”; trad. de H.
Rodríguez Sanz, Madrid, 1941).
242 CésaR Herrero Herrero

Si hemos entendido por delito, también en sentido criminológico: “Aquella


conducta o conductas que, siendo gravemente lesivas de valores, intereses o bie-
nes importantes para la comunidad (y, por lo mismo, para sus miembros), están
castigadas penalmente por una ley en sentido estricto”, decimos, sin cambiar de
plano, que por delincuente ha de entenderse: La persona jurídicamente capacitada
que, con reiteración o habitualidad, realiza, con conocimiento de causa, comporta-
mientos gravemente lesivos de valores, intereses legítimos o bienes importantes, o
trascendentes, para la comunidad, o de algunos de sus miembros, estando tales con-
ductas legalmente castigadas con penas proporcionadas al mal causado.

2º Los elementos específicos actuantes en el criminal, que le impul-


san hasta serlo
Pues bien. Si ésa es la noción que puede hacernos comprender quién es
susceptible de ser tenido como delincuente, la pregunta lógica, derivada de
esa misma noción, sería: Pero, ¿por qué una persona es capaz de cometer delitos,
más allá de lo ocasional, lesionando grave e ilegítimamente los derechos y bienes del
prójimo? ¿Cuáles son los elementos específicos, actuantes en el criminal, que
le impulsan hasta serlo?
Antes de nada, afirmar que somos conscientes (lo hemos insinuado ya
más arriba) de que, desde un punto de vista teórico, puede ofrecerse razona-
blemente, una explicación criminológica del delincuente no sólo desde una
única teoría. Pero hemos señalado también ya que la versión teórico-doctri-
nal, que nos parece criminológicamente más sólida, es la teoría del paso al
acto, vertebrada en torno al concepto de personalidad criminal en sentido
moderno. En enfoque no positivista, teniendo en cuenta, además, otros ele-
mentos conexos que vamos a ver.
Si ello es así, podemos decir que:
Una persona, que comete reiterada o habitualmente delitos, ha llegado a
ser delincuente por poseer, en grado superior a la “media”, los siguientes ras-
gos afectantes a su personalidad y operantes en constelación: Egocentrismo
(tanto intelectual como afectivo). Labilidad (o refractariedad a la fijación de
sentimientos, de propósitos, de dolorosas experiencias. De dificultad para re-
flexionar, medir las consecuencias de sus actos, para morar en su propio inte-
rior. Le resbala todo lo que considera negativo para él a la hora de idear, deci-
dir y de llevar a cabo sus acciones criminosas). Agresividad negativa (o estar
dotado de la capacidad física y psíquica suficiente para llevar a ejecución sus
proyectos delictivos haciendo frente a los obstáculos que le salgan en el cami-
no de su resolución). Indiferencia afectiva (escasez o ausencia de “empatía”
y “simpatía” para con el prójimo [víctimas] al que va a dañar).
No olvidamos que los rasgos precedentes se vienen presentando (lo he-
mos advertido ya) como paradigmas constituyentes de la personalidad cri-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 243

minal, a raíz de las aportaciones, en este sentido, de Jean Pinatel. Pero, en la


literatura científica del género, se nombran también otros aunque, general-
mente, reductibles, más o menos, a aquéllos. (Lo hemos visto ya también).
Se ha de recalcar, por lo demás, que los precitados rasgos de personalidad
se hacen presentes a través de factores psicobiológicos, psicomorales o psico-
sociales. O lo que suele ser más frecuente, por la intervención convergente de
todos ellos.
El que luego va a ser delincuente, además de esos rasgos nucleares, com-
ponentes centrales, de su personalidad criminal, está, asimismo, dotado de la
suficiente “adaptabilidad social”. O sea, habilitado para moverse con eficacia en
la sociedad o círculo de la sociedad donde vive y actúa. Habilitación que ahora,
en vez de utilizarla en beneficio del común, la aplica a realizar su actividad de-
lictiva. (De esto, como se recordará, hemos hablado ya extensamente. Ver más arriba).
No obstante, antes de terminar este apartado, quisiera subrayar algo so-
bre esa estructura de rasgos, constituyente de la predisposición criminal (nece-
saria para el paso real al acto delictivo, que veremos en el Capítulo siguiente) y
sobre esa habilidad adaptativa al medio (necesaria para la elección de uno u otro
registro delictivo y del concreto “modus operandi”). Vertientes y elementos
sobre los que (lo reiteramos), además de lo estudios empíricos, ya consigna-
dos, que los avalan, hay, en la actualidad, otros trabajos confirmantes. Se tra-
ta, en efecto, de investigaciones en torno a delincuentes de uno u otro sexo,
relacionados con actividades criminales específicas, que también apuntan,
con suficiente claridad, a la existencia de ese dual entramado criminológico.
En el precedente sentido, M. CUSSON, en algunos de sus estudios recien-
tes, al describir a un sector amplio de delincuentes, deja translucir la influencia,
en ellos, de un conjunto de características muy próximas a los rasgos de refe-
rencia. Se trata de delincuentes que, no obstante aparecer como individuos que
delinquen utilizando maneras de elección y selección racionales con las corres-
pondientes estrategias, se les nota poseer una personalidad al menos similar a
la ya aquí descrita. Concretamente, que se distinguen de los no-delincuentes
por una vida de francachelas y de prodigalidad, relacionadas íntimamente con
su actividad criminosa. Salen tarde casi todos las noches de la semana; con-
sumen alcohol y droga, gastan grandes sumas de dinero, dejando acumular
sus deudas. Estos delincuentes eligen este estilo de vida por los placeres que
les produce y de los que les es muy difícil prescindir. No soportan una exis-
tencia gris y tranquila, y se lanzan a un modo de vida peligroso y ostentoso.
Naturalmente, ello les conduce a derrochar más dinero que ganan. En su vir-
tud, se sienten impulsados a robar y a dedicarse a tráficos ilícitos292.

M. CUSSON: “La délinquance, une vie choisie. Entre plaisir et crime”, Edt. Cahiers
292

du Québec, Vol. 143, Hurtubise HMH, Québec, 2005. Ve, sobre todo, Introducción y el Capítulo
244 CésaR Herrero Herrero

Otros trabajos dicen poner de manifiesto que, por ejemplo, las disfun-
ciones familiares influyen en la formación de la personalidad del adolescen-
te poniéndole en riesgo de desviación y que, por ello, es un error descuidar
las implicaciones, en el desarrollo de la delincuencia juvenil, de la conducta
de los padres. Porque puede verse cómo, bajo la influencia de los grupos de
factores disfuncionales familiares –dice O. KOUDOU– se van desarrollando
progresivamente “un conjunto de trazos o rasgos de la personalidad con ries-
go de desviación…”293.
Por lo demás, tampoco parece que la mujer delincuente se aparte, en
sustancia, de este esquema trazado respecto de la personalidad criminal que
venimos describiendo. En este sentido, por ejemplo, R. CARIO sostiene, des-
pués de ratificar el valor operativo y heurístico de la teoría de la personalidad
criminal básicamente tal como la ha concebido Pinatel, que no hay diferen-
cias de naturaleza entre el delincuente y la delincuente, que las mujeres no
difieren, de manera fundamental, de los criminales masculinos294.
Ana Mª FAVARD y Otros, comentando la posición, en este campo, del
precedente autor escriben: “Aún más, él indica que las mujeres se caracterizan
bien por trazos psicológicos que forman el núcleo central de la “personalidad
criminal”. Nos dice que “la importancia del aprendizaje en la formación y en
la consolidación de estos trazos psicológicos… es incontestable (…) Que la
emergencia y la persistencia de los rasgos psicológicos suponen carencias en el
aprendizaje y en la educación recibida… (…) carencias en los planos educativo,
afectivo, profesional, cultural.” Así, las mujeres están menos presentes en la cri-
minalidad porque los roles sociales atribuidos les imponen tareas domésticas y
educativas y determinan en ellas “la consolidación de una personalidad espe-
cífica, de una manera tal que ellas se hallan alejadas positivamente de la crimi-
nalidad”. Que, finalmente, la criminalidad se explica no por la presencia de un
carácter inherente de trazos psicológicos específicos del criminal, sino más bien
por la diferencia de grado de los rasgos psicológicos (egocentrismo, labilidad,
agresividad, indiferencia afectiva) entre delincuentes y no delincuentes”295.
Y, en fin, sobre la incidencia de la adaptabilidad social del que va a pasar
al acto delictivo, en la elección del registro criminoso y en el modo de lle-

segundo de la obra. Misma orientación, en “La délinquance, une vie choisie”, en Revue
Internationale de Crimiminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2006) pp. 131 y ss.
293
O. KOUDOU: “Dyfonctionnements familaux et formation de la personnalité à ris-
qué deviant chez l´adolescent”, en Revue Internationale de Criminologie et de Police Tecnique
et Scientifique, 3 (2008)p.264.
294
R. CARIO: “Les femmes résistent au crime”, Edit. Harmattan, Paris, 2001.
295
Sonia HARRATI, David VAVASSORI y Ana Mª FAVARD: “La criminalité des fe-
mmes: données théoriques”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Tecnique et
Scientifique, 3 (2001) p.344.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 245

varse cabo el delito concreto, es un hecho que tampoco está ausente en los
comentaristas del presente siglo. Así, ello se efectúa, por ejemplo, al tratar
del vínculo inteligencia-crimen. Es el caso de estudios como el realizado por
J. P. GUAY, J. PROULX y M. OUIMET, quienes, luego de exponer la larga con-
tienda doctrinal en torno a este problema, vienen a sostener que, en nuestro
tiempo, trabajos de naturaleza más fenomenológica nos ofrecen, sobre todo,
percibir la posibilidad de que los diferentes tipos de crímenes reclamen dife-
rentes cualidades cognitivas. Por ejemplo –exponen– “las competencias cog-
nitivas requeridas por los nuevos tipos de crímenes, como los delitos econó-
micos e informáticos, se distinguen fácilmente de las exigidas para pequeños
hurtos”296. Al simple “ratero”, en efecto, no le será posible cometer un delito
de ingeniería financiera. Ya hemos insistido, a este respecto, que, tampoco en
este campo, nadie da lo que no tiene, porque el actuar es fruto del ser297.
** Antes de terminar este apartado, una observación muy relevante: Lo que
acabamos de exponer, en este apartado, forma la dimensión subjetiva, interna, del
que probablemente más pronto que tarde delinca. Pero, todavía, esa estructura psí-
quica que forma la personalidad criminal (lo hemos reiterado ya) no convierte a su
poseedor en delincuente. Para poder atribuírsele tal calificación, ha de llevar a cabo,
DE FORMA EXTERNA, MATERIAL, el paso al acto delictivo. Por ello, hemos
de indagar (lo haremos en el Capítulo siguiente) en qué consiste y cómo se
produce el paso al acto criminal del que está dotado de esa predisposición
al delito.

296
Jean –Pierre GUAY y Otros: “Le lien intelligence-crime”; en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2002) p. 151.
297
Sobre toda esta cuestión puede verse, también, Gianluigi PONTI e Isabella
MERZAGORA BETSOS: “Compendio di Criminologia”, Cortina Raffaelo Editore, 5ª edizione,
2008; sobre todo, en el apartado: “Profilo criminale, la metodica investigativa basata sulla deci-
frazione delle dinamiche psiclogiche e comportamentali dell’autore di reato”.
Capítulo doce

EL PASO AL ACTO CRIMINAL.


SUS ELEMENTOS FUNDAMENTALES.
LAS FASES MÁS CARACTERÍSTICAS
DE ESTE PROCESO
A. REFLEXIONES PREVIAS

La relevancia criminológica del paso al acto delictivo no parece estar


en discusión para los que creen en las posibilidades irrenunciables de la
Criminología Clínica. Precisamente, desde este punto de vista, son muy acer-
tadas las reflexiones de dos de los grandes penalistas franceses, R. MERLE
y A. VITU: “Si es verdadero, como lo aseguraba E. DE Greeff, que nosotros
somos todos delincuentes virtuales, sólo el paso al acto permite diferenciar al
delincuente del no-delincuente. Esta anotación es, por lo demás, válida des-
de todas las perspectivas criminológicas, porque, asimismo, si solamente cier-
tos individuos están predispuestos a la criminalidad, no todos ellos devienen
efectivamente criminales. Delincuente es aquel que pasa al acto. ¿Por qué y
cómo franquea este umbral temible ante el cual los otros guardan serenidad
o ni siquiera son tentados? Nosotros estamos aquí en el corazón del proble-
ma de la criminogénesis, y su importancia es capital. Porque si se consigue
descubrir las condiciones del paso al acto, será posible recensar los síndromes
del estado peligroso, esos conjuntos de síntomas que alertan al criminólogo
sobre la probabilidad de un desenlace criminoso. Y si, yendo aún más lejos,
se alcanza a demostrar el mecanismo que transforma este estado peligroso
en estado criminal, se podrá intervenir más eficazmente para impedir su
funcionamiento”298.
Lo hemos venido diciendo, hasta aquí, con machacona reiteración. Que
la dotación de personalidad criminal propicia el impulso criminógeno y la
puesta en movimiento de la predisposición a delinquir. Pero, como es mani-
fiesto, para que el delito se produzca, el delito ha de concretarse o individua-
lizarse, primero, en el mundo interior (ideación, planificación, programación,
decisión de cometer tal delito) y corporizarse, después, en el mundo exterior. ¿Qué
quiere decir esto? Que a la existencia de la personalidad y a sus efectos pu-
ramente subjetivos, o psíquicamente interiores (presencia de impulsividad
criminógena) han de suceder dos momentos diversos, pero concatenados a
ella: a) La aceptación operativa ante la representación del delito concreto a

298
R. MERLE y A. VITU: “Traitè de Droit Criminal”, Tomo I (”Problèmes généraux de
la science criminelle”), édition Cujas, 7ª édition, Paris, 1997, en “Introduction Génerale” de la
Obra, n. 40.
250 CésaR Herrero Herrero

cometer y regular su ejecución y b) la puesta en marcha (inmediata o no) de


pasar a ejecutar materialmente, en el mundo exterior, lo previamente resuel-
to. Para ello, el individuo necesita otros elementos distintos a los integrantes
del núcleo de la personalidad criminal. Además de los elementos referibles
a la adaptabilidad social, que pongan al individuo en aptitud y actitud efi-
ciente hacia el mundo exterior, ha de estar presente una adecuada situación
(en principio criminógena). Factores situacionales que hagan posible y, tal
vez, atrayente, la ejecución del hecho. Si bien, la situación no siempre sale
al encuentro, sino que puede ser buscada por el que quiere ser delincuente.
No obstante, en virtud de todas estas complejidades, ha de tenerse siempre
en cuenta las palabras de Pinatel cuando dice que: “La personalidad debe ser
estudiada en el movimiento del paso al acto”299. Y también que, al fin y al cabo, el
delito “constituye la respuesta de una personalidad a una situación particular en la
que aquélla se encuentra implicada.”
Sin poder dejar de considerar, además, que el paso al acto tampoco se
daría si el individuo con dicha predisposición criminógena, estuviera dotado
de los llamados factores protectores, de resistencia o antifactores, si tuvieran
capacidad para neutralizar el impulso de los rasgos y factores criminógenos y
pusieran en marcha su activación. Aunque es lo cierto que, en los delincuen-
tes habituales o de “carrera”, tales factores, como muy bien puede compren-
derse, brillan por su ausencia, o están muy debilitados o desdibujados.
Es obvio, no obstante, por lo que acaba de decirse, que hay que otorgar
a la situación y los factores de resistencia una gran relevancia a la hora de
examinar el proceso del paso al acto criminal. Precisamente, porque se trata
de dos acontecimientos que pueden impedir ese paso al acto y, sin este paso, lo
hemos reiterado muchas veces, no existe delincuente.
Entonces, si esas dos realidades poseen tanta importancia en “el paso al
acto”, una vez que ya hayamos examinado los elementos integrantes de la
personalidad criminal (plataforma fundamental de impulsión al delito) es
forzoso tratar, aquí, de exponer qué son o en qué consisten.

B. EL CONCEPTO DE SITUACIÓN CRIMINÓGENA

El concepto de situación podemos definirlo como la circunstancia o con-


junto de circunstancias (universo exterior de la persona) en cuyo ámbito y
con cuyo concurso el individuo ha de llevar a cabo su propósito o proyecto
(sea lícito o ilícito). Naturalmente, la virtual víctima, en el caso de tratarse de

J. PINATEL: “La criminologie d’aujourd’hui”, en Déviance et Societé, Vol. 1, 1 (1977)


299

p.90. MERLE Y VITU: “Traité de Droit Criminel”, ya citado, en mismo lugar.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 251

un comportamiento ilícito, tiene, dentro de tal ámbito, un papel propio como


elemento de la situación misma300.
La situación, como contexto operativo, puede ser favorable, desfavorable
o mixto. Dependiendo en esto, también, del plan o proyecto del que ha de
actuar con él y en él. Y es claro, en este sentido, que no podrá ser considerado
de la misma manera por un delincuente que por quien no lo es. El juicio valo-
rativo, por ejemplo, sobre la situación que ofrece un banco con mucho dinero
en caja, sin poseer mecanismos de seguridad especial alguna (ni activa ni pa-
siva) será favorable para el que ha decidido atracarle. Desfavorable, para sus
clientes y depositarios.
Pues bien, cuando la situación descrita es calificada como favorable por
el virtual delincuente, podemos afirmar que se está ante una situación cri-
minógena. Calificación que, obviamente, admite diversidad de grados. Pero,
¿por qué puede decirse que es favorable y criminógena para el virtual de-
lincuente? Porque se le representa como posible, favorable y rentable para
actuar301.
Hace ya bastantes años, E. SEELIG nos advertía que un delito no puede
ser llevado a cabo sin que alguien proyecte las idóneas predisposiciones para
delinquir y sin una situación específica, capaz de estimular, provocar o indu-
cir a la acción302.
De todas formas, sin desdecirnos de lo anterior, es conveniente aquilatar
o precisarlo en la manera que lo hacen los precitados autores R. MERLE y A.
VITU. Según ellos: “El paso al acto exige, pues, en principio, que una “per-
sonalidad criminal” esté colocada ante una situación criminógena. Es nece-
sario, sin embargo, no generalizar. La reunión de estas dos condiciones no
es siempre imprescindible. Acontece con frecuencia que la ocasión sola hace
al ladrón: por ejemplo, el delincuente primerizo que, a consecuencia de cir-
cunstancias particulares, comete una infracción, no puede poseer una verda-
dera mentalidad criminal. Inversamente, hay casos en que una personalidad

300
En este sentido R. GASSIN afirma que: “Entre los diversos elementos de la situación
precriminal, la víctima ha llamado particularmente la atención de la criminología moderna. El
estudio de las relaciones de la víctima y del autor del acto delictivo ha dado lugar, asimismo,
a la creación de una rama especial de la Criminología: la victimología. Esta concepción de la
victimología que se inscribe en el estudio de la explicación del acto criminal no debe ser con-
fundida con la criminología victimológica que estudia las víctimas en tanto que ellas constituyen
uno de los aspectos de la reacción social y centra su objeto alrededor de la satisfacción de rei-
vindicaciones de dichas víctimas.” (“Criminologie”, ya citada, pp. 509-510).
301
Sobre estas cuestiones puede verse A. CRAWFORD: “Crime prevention and
Community Safety. Politics, Policies and Practices”, Ed. Longman, Harlow, 1998. Sobre todo, en
pp. 88 y ss.
302
E. SEELIG: “Tratado de Criminología”, trad. de J. Mª RODRÍGUEZ DEVESA,
Instituto de Estudios políticos, Madrid, 1958, pp. 240 y ss.
252 CésaR Herrero Herrero

estructurada para el crimen busca y suscita la ocasión que no se le presenta.


Pero sea lo que fuere, tomadas en conjunto o separado, la personalidad cri-
minal y las situación criminógena son generadoras de lo que se llama estado
peligroso”303. Pero recalcamos nosotros, el encuentro de ambas (espontáneo o
buscado) es necesario para el acaecimiento del paso al acto criminal.
Insistimos, pues, una vez más, que han de quedar ya superados los tiempos
iniciales de los estudios psicosociales en que se partía, casi “a priori”, de un enco-
nado debate entre si el comportamiento de los seres humanos y, por lo mismo,
el delito y el delincuente, son fruto de predisposiciones endógenas (de origen
genético o biológico…) o son producto de la situación o del medio ambiente.
Hoy, los estudios antropológicos serios y los elaborados desde la metodología
del resto de las ciencias de la conducta, cuando están alejados de excesivas con-
taminaciones ideológicas, ofrecen, con la suficiente certeza, la persuasión de
que ambas dimensiones actúan, en relación con las acciones y reacciones del
ser humano,sobre un continuum y en mutua confluencia. Naturalmente, la cantidad
y calidad de la “cooperación” dependerá de cada individuo, según la orientación en la
visión de sí mismo, de los demás y de su mundo. Y, por tanto, de su interpretación.

C. EL CONCEPTO DE FACTORES DE PROTECCIÓN O DE


RESISTENCIA

G. STEFANI, G. LEVASSEUR y R. JAMBU-MERLIN explican muy bien en


qué consisten estos factores. Y, así, manifiestan: “En la investigación y evolu-
ción de los factores criminógenos, no debe omitirse tener en cuenta el hecho
de que el peso de éstos se halla siempre contrabalanceado por la existencia de
ciertos factores favorables, que pueden ser extraídos tanto del medio como
de los “caracteres” innatos. (…) La criminología moderna, que, por una parte,
desea penetrar en el complejo juego de la interacción de los factores y, de
otra, intenta descubrir los remedios prácticos de los estados peligrosos, ha
sido exhortada a buscar los factores favorables sobre los que se puedan apo-
yar el desistimiento del individuo en el camino de la delincuencia, o favore-
cer su readaptación en el camino social normal.
La importancia de estos factores ha salido ya a la luz bajo indagación em-
pírica. Una encuesta del Dr. HUYER indicaba que entre los factores favorables
a la buena adaptación (o readaptación) social del adolescente, examinado por
dificultades (“troubles”) de carácter, hacían acto de presencia algunas estruc-
turas. Así, por ejemplo, la estructura morfológica de tipo atlético o pícnico, la
referente a una familia unida, con buena educación familiar, ciertos mecanis-
mos fisiológicos inhibidores (emotividad, timidez), la creación de un hogar, la

303
MERLE y VITU: Obra citada, mismo lugar.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 253

relacionada con práctica de actividades sociales. (…) Se puede, pues, explotar


los factores de resistencia, combatir los factores desfavorables y, a veces, ha-
cer tomar a los primeros el lugar de los segundos, con el fin de prevenir las
infracciones o de prevenir la reincidencia”304.
Es conocida la clasificación tripartita de HOWELL en torno a estos facto-
res protectores. Habla, concretamente, de tres grupos: El grupo de factores
individuales (como el género femenino, control interior, habilidades socia-
les, inteligencia sobresaliente, fuerte sentimiento moral y formación religiosa
sólida…); grupo de factores vínculados con relaciones sociales sanas (bue-
nas relaciones parentales, contactos continuados con personas de referencia
constructivas, y dispuestas al apoyo afectivo y emocional…). En fin, el grupo
de factores conectados con creencias estimulantes y equilibradas, con mo-
delos coherentes de solidaridad, de auxilio social…305
Por lo demás, no hay que decir que lo mejor es trabajar contra los factores
criminógenos y tratar de fomentar los de resistencia. ¿Por qué? Porque sería
tanto como recortar la eficacia de los factores criminógenos y aumentar la in-
fluencia, en dirección contraria, de los factores de protección.

D. POSIBLES CLASIFICACIONES DE LA SITUACIÓN CRIMINÓGENA

Son variadísimas. Tantas como criterios desde los cuales se trate de verte-
brar la clasificación criminógena.
A nosotros nos interesa señalar la clasificación elaborada a partir de la
forma de llegada de tal situación al virtual delincuente. Y, desde este punto
de vista, cabe hablar de: Situación espontánea: La que se presenta por coin-
cidencia o sin buscarla. Situación provocada: La que se hace presente en vir-
tud de la búsqueda o provocación del virtual delincuente. La primera suele
ser “compañera” (única) del delincuente pasivo. La segunda, producto del
delincuente activo, quien puede aprovecharse también de la primera.
E interesante es, desde luego, la clasificación ofrecida por O. KINBERG,
tomando como referencia la intesidad criminógena de la situación en relación
con el delincuente virtual. Concretamente, el criminólogo sueco distingue:

304
G. STEFANI y Otros: “Criminologie et Science Pénitentiaire”, Edit. Dalloz, Paris,
p.140-141.
305
J. C. HOWELL: “Moving Risk actors into development of gang Membership; en Youth
Violence and Juvenile Justice, vol 3, 4 (2005). J.C. HOWELL and J. David HAWKINS: “Prevention
of Youth Violence”, en Crime and Justice, Vol. 24 (Youth Violence), 1998, pp. 263-315. D. D.
McDaniel: “Risk and protective factors associated with gang affiliation among high youth: a public
health Approach”, BMA House, London 2012. Puede verse también: C. VÁZQUEZ GONZÁLEZ:
“Predicción y prevención de la delincuencia juvenil según las teorías del desarrollo social (“Social
Development Theories)”, en Revista de Derecho, Vol. XIV, julio (2003) pp. 135 y ss.
254 CésaR Herrero Herrero

— La situación específica. Llamada también “peligrosa”, es incentiva-


dora continuadamente del paso al acto y no es necesario que sea
buscada, porque está siempre intensamente latente. Se trata de una
situación que sintoniza con el registro de delito concreto a cometer y al
que se orienta el impulso criminal del virtual delincuente. (Por ejemplo,la si-
tuación permanente de rencor o de odio al extraño, la situación del violador
en serie…)
— Situación no específica (o amorfa). Se caracteriza porque no existe,
aquí y ahora, ocasión propicia para cometer un delito cualquiera, el
que sea. Para poder cometerlo ha de irse, por tanto, a buscar tal oca-
sión incentivadora. Con lo que ello supone de preparción de plan,
medios; buscar escenarios u horas oportunos… (V. gr.., planear una
estafa. Un robo a mano armada, o hurto al descuido…)
— Situación mixta. Es aquella en la que el virtual delincuente se en-
cuentra con la ocasión de cometer el delito, pero sin que exista, nece-
sariamente, sintonía o afinidad específica entre el impulso criminal
de aquél y la estimulación de la ocasión o situación. (Así, por ejem-
plo, los miembros materialmente ejecutores dentro de los grupos de
delincuencia organizada)306.

E. EL PROCESO, GLOBALMENTE CONSIDERADO, DEL PASO AL


ACTO

Son muy numerosas las proposiciones referentes a cómo se desarrolla, de


forma integrada, el proceso del paso al acto delictivo. Son muy conocidas las
elaboradas por criminólogos tan insignes como B. Di Tullio, E. H. Sutherland,
E. De Greeff o J. Pinatel.
B. Di Tullio, refiriéndose a la criminodinámica (por oposición a la crimi-
nogénesis) distingue, como integrantes de la misma, tres clases de grupos de
factores que actúan, cada uno, en su momento, pero en continuidad y coor-
dinación: la presencia de factores predisponentes (V.gr., de origen constitucio-
nalista sobre todo), de factores preparatorios (por ejemplo,estados pasionales,
intoxicación por drogas o alcohol, estados sugestivos…) y de factores desenca-
denantes (Así, recepción de insultos, aparición del damnificante contra el que
se ha jurado venganza…)307.
E. H. Sutherland ha propuesto, como constantes explicativas del por qué
el delincuente virtual se ha convertido en delincuente en acto, las conteni-

O. KINBERG: “Problèmes fondametaux de la Criminologie”, ya citada, pp. 155 y ss.


306

B. Di TULLIO. Puede verse su obra “Principios de Criminología Clínica y Psiquiatría


307

Forense”, ya citada.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 255

das en el por él denominado “proceso de maduración criminal” que, en realidad,


precede al paso del acto mismo. Esta maduración se da en el momento (“edad
criminal”) en el que el individuo ha asimilado una actitud claramente proclive
hacia la delincuencia y ha conseguido el conocimiento sobre cómo manejar
las técnicas de ejecución relacionadas con el acto o actos criminales (al menos,
los de los registros criminales por él elegidos)308.
E. De Greeff, por su parte, refiriéndose al paso al acto de los delicuen-
tes homicidas señala un conjunto de fases integradoras del paso al acto
delictivo:
— La fase de aquiescencia o asentimiento ineficaz. Representada por el he-
cho y momento en que el delincuente virtual se deshace del temor
a la vergüenza que podría causarle el oprobio social conexo a la eti-
queta de delicuente (aquí, de homicida). Se lleva a cabo mediante la
desvalorización consciente de las leyes, opiniones sociales y la impu-
tación generalizada de hipocresía a los propios conciudadanos.
— La fase de aquiescencia o de asentimiento formulado. Aquí ya se acepta
explícitamente la acción criminal, resbalándole los posibles castigos
que puedieren sobrevenirle. Piensa que ello no llegará.
— La fase de la crisis precedente al acto criminal. Se produce ante la repre-
sentación, en él, del conjunto de obstáculos que habrá de salvar para
ejecutar la acción. Pero se sobrepone a aquélla, en virtud de su se-
guridad en el éxito, al estar convencido de su capacidad para hacer
frente a los mismos.
— Fase de iniciación efectiva del paso al acto. Que se hace definitivamente
posible por la carencia de empatía suficiente para compadecerse de
la víctima309.
“El paso al acto –escriben A. PIRES y F. DIGNEFFE refiriéndose a De
Greeff– es concebido, como regla general, como el resultado de un pro-
ceso normal y complejo de adaptación del individuo a una situación de
vida. Desde aquí, “el delito no presenta en sí un producto patológico”.
El mismo expresa la relación del individuo con su biografía y su medio
y se presenta frecuentemente, para el individuo, como la mejor forma de
adaptación que él es capaz de contemplar (De Greeff, 1956, p.14; 1935).
De Greeff muestra que se puede comprender el proceso sin hacer apela-
ción a una “criminología de factores”. Su estudio sobre “La Psicología

308
E. H. SUTHERLAND: “Principles of Criminology”; J. B. Lippincott, Philadelphia,
1947.
E. De GREEFF: “La Psychologie de l’assassinat”, en Revue de Droit Pénal et de
309

Criminologie, 3 partes, Vol. 15, 2 (1935)pp. 153 y ss.


256 CésaR Herrero Herrero

del Asesinato en el marco de “casos normales” (De Greeff, 1935, p.153)


constituye la prueba de ello”310.
Todo lo que acaba de exponerse es asumido, e incluso ampliado, por
J. Pinatel, quien sobre este particular explica:
“Desde un punto de vista objetivo, se da el paso al acto cuando la pulsión
que apremia hacia el crimen es superior a la resistencia que encuentra.
Esta pulsión, por la cual es determinado el paso al acto es la agresividad,
que puede ser fisiológica (agredir en el sentido de ir hacia adelante) o
patológica (agredir en el sentido de atacar). Ella viene neutralizada en la
mayor parte de los hombres por alguna resistencia (temor de la desapro-
bación social, gravedad de la amenaza penal, la piedad hacia la víctima).
Ahora bien, los criminales de profesión y los grandes criminales care-
cen de estas inhibiciones: no corren el riesgo de juzgar un problema mo-
ral desde el punto de vista distinto al juicio personal, son egocéntricos,
lábiles, incapaces de evitar aquello que puede producir su propio daño,
indiferentes afectivamente, privados de emociones e inclinaciones de ca-
rácter altruista. Junto a estos factores de la personalidad que determinan
el paso al acto existen también los que regulan la ejecución. Por tanto la
dirección de la conducta criminal está en función del temperamento, su
resultado depende de la aptitudes físicas, intelectuales y profesionales, su
motivación depende de las necesidades alimentarias y sexuales.
Los procesos del paso al acto se desarrollan a partir de las situaciones
que están en la base. En la situación no específica prevalece el proceso
de maduración criminal, descrito por Sutherland, en el cual se combi-
nan la posesión de técnicas criminales y una tendencia general hacia la
criminalidad que hace así que el sujeto se considere, en cierto sentido,
embarcado en una carrera criminal. Un homicidio de carácter utilita-
rio, por su parte, debe ser encuadrado en una situación específica que
determina el proceso del acto grave. Este proceso se compone –como ha
mostrado De Greeff– de fases sucesivas (consenso moderado, consenso
manifiesto, crisis) y se coloca bajo el signo de la inhibición afectiva. Una
variedad del proceso del acto grave es el homicidio pasional, aunque pasa
también a través de los tres estadios del homicidio de carácter utilitario.
La aproximación al proceso del paso al acto está todavía hoy al nivel se-
ñalado por Sutherland para el proceso de maduración criminal y por De
Greeff para el proceso del acto grave. Todavía en este momento los instru-
mentos metodológicos necesarios para este tipo de investigación no han
sido perfeccionados después de los trabajos de estos ilustres criminólogos.

A. PIRES y F. DIGNEFFE: “Vers un paradigme des inter-relation sociales…”, ya cita-


310

do, p. 24.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 257

Se está aún al lado de la entrevista clínica y del método documental, que


son instrumentos insuficientes para afrontar una nueva dimensión de la
invetigación: la de la microcriminología”311. (Ya veremos este proble-
ma metodológico al abordar, en momento oportuno, el Método o
los métodos de la Criminología Clínica).
Los autores actuales, seguidores de la Criminología del paso al acto, si-
guen esta orientación, intensificando, sobre todo, las aportaciones sociológi-
cas, aunque sin caer en la tentación de renunciar al análisis de la realidad por
razones de moda de superestructuras ideológicas. Así, por ejemplo, Fréderic
MILLAUD viene a insistir, también, en que el ser humano posee, por el hecho
de serlo, un potencial de violencia cuyo empleo está en unión con la estructu-
ración de su personalidad. Lo que quiere decir que ha de ser a través del exa-
men de su comportamiento (sobre todo de la naturaleza de sus actos), de su
estructura de la personalidad subyacente, así como de sus conflictos, presen-
tes en su subconsciente, como podrán conocerse los motores de su conducta,
y comprenderse el porqué de su paso al acto. Aquí, al acto delincuencial312.
No se descartan los factores sociales y son irrenunciables los factores psico-
morales para poder explicar, de forma fundamentada, el mencionado paso al
acto.

F. REFLEXIONES FINALES

Sólo se puede hacer referencia al paso al acto delincuencial cuando se ad-


mite que alguien puede delinquir. Y es congruente, desde este punto de vis-
ta, con el concepto de ciencia que nosotros venimos manteniendo, explicar el
comportamiento de una persona (que al fin no deja de ser algo producido; es
decir, un efecto o conjunto de efectos) por sus causas o factores (tanto endó-
genos como exógenos. Es, por lo demás, la única manera de estar en la reali-
dad y así poder hacerla frente cuando haya de ser neutralizada, como ocurre
con acciones o conductas gravemente nocivas para la comunidad. Centrarse,
de forma exclusiva, como lo hace la Criminología radical y afines, en que la
delicuencia, toda clase de delincuencia, es un puro rótulo con que se estig-
matiza al que, por ello, se le imputa el atributo de delincuente, es insostenible
desde una óptica realista y de sentido común. Y, desde luego, como acaba de
decirse, desde una perspectiva científica.

J. PINATEL: “Criminologia”; en “Enciclopedia delle Science Sociali”, p. 8 del estudio.


311

Así, por ejemplo, F. MILLAUD: “Le passage à l’acte: Aspects cliniques et psychodinami-
312

ques”; Edts. Elsevier Masson, Paris, 2011. Sobre el paso al acto, puede verse, asimismo, Henri
Nhi BARTE y G. OSTAPTZEFF: “Le pasage à l’acte criminel”, en su obra “Criminologie Clinique”,
Edt. Eselvier-Masson, 1992, p. 13 y ss.
258 CésaR Herrero Herrero

Si el delincuente y la delincuencia no fueran más que el reflejo de la capri-


chosa interpretación de los mecanismos de la reacción social no existirían,”ex
se”, comportamientos gravemente antisociales (deconstrucción ontológica de la
criminalidad), sino tan sólo un puro nominalismo, acuñado por los que de-
tentan el poder (sociopolítico, económico, cultural, ideológico…) en toda su
extensión. Pero así, ¿cómo construir un orden de convivencia razonablemte
consensuado, si estamos ante la paradoja del relativismo absoluto?
¿Cómo no vamos a estimar, por ejemplo, el asesinato de un inocente, con-
ducta criminosa? El tratar de convencernos de que la calificación altamente
criminosa de tales conductas es debida a puras invenciones sociales de los
grupos poderosos, a las estructuras sociopolíticas, económicas…, del que tie-
ne y ejerce el poder, está fuera de sintonía con lo razonable. Naturalmente que
hay abusos de poder (y más cuanto menos democrático es éste) y que, efecti-
vamente, subsisten leyes penales que crean “delitos artificiales” y, en conse-
cuencia, delincuentes de la misma naturaleza. Pero no puede sostenerse en
serio que sean estas sociedades en su totalidad, las que, precisamente, creen
en auténticos postulados democráticos (con defectos notables, sin duda, en
su práctica) las que dan significación postiza y absolutamente discriminatoria
al fenómeno criminal. De aquí que, en virtud de tal denuncia y acusación, se
pretenda ir, entre otras cosas, por parte de estos doctrinarios, al abolicionis-
mo de toda clase derecho sancionador o penal. Pero, prevalentemente o sólo,
en las premencionadas sociedades. Pero, como advierte Guy HOUCHON313,
ante esta postura superestructural, superideológica, aunque se diga que se
parte de una estrategia sobre lo real, ¿cómo saber la vía a elegir para impri-
mir eficacia a la tesis del abolicionismo? Y es que, aunque la Criminología
es una ciencia multidisciplinar, que no rehúye el diálogo con las “ciencias de
las ideas”, es, sobre todo, empírica, y debe situarse al margen de las ideologías.
Sobre todo, las que tratan de suplantar la realidad en vez de tenerla como
punto de referencia. Y esto es, en no pequeña parte, lo que empezó a suceder
en las décadas de los setenta-ochenta. Tanto con los marxismos y neomarxis-
mos, como con las orientaciones postmodernistas314.

313
Guy HOUCHON: “Évolution du concept de dangerosité en criminologie européenne”, en
Criminologie, vol. 17, 2 (1984) p.87.
314
D. SZABO describe perfectamente la evocación del texto cuando escribe: “Llegaron
entonces tiempos de turbulencias en el curso del decenio 70-80. Sus efectos fueron gravemente
perturbadores. Importantes obras resultaron de los movimientos de ideas y sociales radica-
les tardoseptentistas, denominados también “post-modernos”. Los intelectuales favorecidos,
llevados por el espíritu del tiempo, veían la puesta en cuestión radical los fundamentos mis-
mos del orden social. Sus escritos fueron amplificados por los mas-media. Autores, tales como
Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Gilles Deleuze, Jean Lapassade o Félix Guattari, por no men-
cionar sino a los más conocidos, ocuparon las delanteras de la escena. Ellos sembraron graves
perturbaciones en el espíritu de muchos investigadores en las ciencias del comportamiento.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 259

No es admisible tratar de reducir al ser humano a un pructo puramente


biológico o psicológico. Pero es, aún, más inadmisible intentar convencernos
de que el hombre es, antes que nada, pura sociología. Una auténtica antro-
pología (lo hemos argumentado ya) que parte de la observación en sistema,
tanto externa como interna (introspección) asegura que el hombre se cons-
truye desde una triple vertiente: psicobiológica, psico-moral y psicosociológi-
ca. Naturalmente, no descarta ninguna de las tres dimensiones. Y no está mal
subrayar (por haber estado un tanto descuidada para algunos) la vertiente
sociológica; pero sin detrimento de las otras.
Desde luego, ningún criminólogo serio la soslaya. D. SZABO insta, por
ello, al criminólogo de hoy a luchar en torno a dos frentes: el frente de la jus-
ticia social y el frente específico de combatir el fenómeno delincuencial me-
diante el empleo continuo y constante de métodos complementarios entre sí:
preventivos, represivos y curativos, puestos al día en virtud de las conclu-
siones más sólidas de la Criminología Teórica o Sintética y las Criminologías
Aplicadas315. Por tanto, mediante la Criminología General y, por supuesto,
mediante las aportaciones, soportes y metodología de la Criminología Clínica
(claramente, aceptando sin dogmatismos, los conceptos de estado peligroso,
personalidad criminal, el paso al acto delicuencial y sus procesos…). Por supuesto,,
estando abiertos, de par en par, a los posibles logros, en este campo, adquiri-
dos a través de vías más verdaderamente científicas. Las ideologías cerradas
(no confundir con la genuina Filosofía) no son ciencia.

Ellos intentaban también deslegitimar la criminología. Según ellos, “pseudo-sciencia” subor-


dinada a los poderes, simples subproductos pegados al proceso penal, responsables de definir,
de “construir” el crimen y al “criminal”. Los epígonos heideggerianos, lacanianos y marxistas,
ayudaban a la propagación de las ideas, provocando debates contradictorios, lanzando desa-
fíos y, sobre todo, excomuniones, sembrando así una gran confusión tanto en los medios tera-
péuticos como criminológicos. (…) Las bases de legitimidad democrática de los poderes públi-
cos (legislativos, judiciales) fueron asimismo puestos en cuestión. Las bases del conocimiento
del hombre (la medicina psicosomática) fueron severamente contestados. El hombre resultaba
de una construcción a partir de relaciones sociales comandadas por relaciones de poder. (…)
El Estado de derecho democrático, vigente en sus dimensiones bio-psicosociales, fue someti-
do a críticas radicales y devastadoras. Se trató la redefinición del hombre, de la sociedad, de
todos sus atributos y funciones. El poder proceder a esta operación fue colocada en el centro
de la mayoría, si no de todos los intereses de la investigación intelectual, en las universida-
des, en los ministerios, en Organismos como Naciones Unidas o la UNESCO.” (“Criminologie
et Psychiatrie”, en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2
(2000) pp. 174-175).
315
D. SZABO: Trabajo de nota precedente, pp.176 y ss.
Capítulo trece

EL DELINCUENTE
PSIQUIÁTRICAMENTE DEFINIDO,
DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

La Fenomenología de la Delincuencia nos inicia, con no escasa frecuen-


cia, en la percepción, “prima facie”, de la existencia de personas que cometen
delitos, a veces muy graves, bajo el impulso, o en el contexto propio, de algu-
na o algunas psicopatologías. Nos estamos refiriendo, efectivamente, a tipos
de delincuentes que, al menos los criminólogos clínicos (empezando por J.
Pinatel) han venido y vienen denominando “psiquiátricamente definidos”.
¿Tienen algo que ver y decir, desde su especialidad científica, tales crimi-
nólogos en torno a dichos delincuentes?
Desde luego, no perece razonable que el criminólogo “generalista”
o el criminólogo especialista (v. gr., el jurista criminólogo), no documenta-
dos, de suyo, de forma específica, en las Ciencias de la Psicología Patológica
Diferencial, ni en Psiquiatría, sean los llamados, profesionalmente, a diagnos-
ticar, pronosticar y tratar a esos infractores cuando éstos se hallen, de manera
directa y plena, bajo el influjo de las referidas psicopatologías o de anomalías
mentalmente nosológicas.
Sí deben, sin embargo, conocer los efectos que tales enfermedades o si-
tuaciones psicológicas anómalas pueden estar produciendo en alguno de
los tres sectores componentes (psicológico, psicomoral y psicosocial) del ser
humano. Deben estar al tanto del alcance criminológico de las conclusiones
básicas de los expertos en estas materias. ¿Por qué? Porque el criminólogo
(sobre todo, el criminólogo clínico) no ha de ser ajeno a nada tocante al fenó-
meno criminal. Y ello, en primer lugar, porque existen individuos afectados
por las referidas psicopatologías, o anomalías afines, que delinquen fuera del
círculo directo e inmediato de la posible influencia morbosa. Es decir, que son
enfermos, pero son también delincuentes al margen de su estado patológico.
O sea, que pueden cometer este o el otro delito sin influencia decisiva de su
enfermedad.
En sergundo término, porque, si hubieran delinquido en virtud de la ano-
malía patológica, el criminólogo habrá, al menos, de estar orientado para poner
a su examinado en manos del adecuado especialista. El criminólogo debe aban-
donar su protagonismo con respecto al infractor cuando éste sea de verdad un
enfermo que delinque, o ha delinquido, en virtud directa e inmediata de su en-
264 CésaR Herrero Herrero

fermedad. No estamos entonces, pues, ante un delincuente, sino ante un enfer-


mo y, por lo mismo, el actor que cuide de él debe ser otra persona competente,
profesionalmente encuadrada dentro del espacio psíquico-sanitario y con sufi-
ciente visión científico-criminológica. Lo que no quiere decir (a la vista de lo que
hace unos instantes comentábamos) que, muchas veces, el criminólogo clínico
no tenga que colaborar con el sanitario especialista de referencia. En este senti-
do, por ejemplo, se ha expresado claramente la “IV Conferencia Internacional
del Observatorio Internacional de Justicia Juvenil (OIJJ)”, sobre “Desarrollo de
Sistemas de Justicia Juvenil integradores. Enfoques en trastornos mentales y
abuso de Drogas”, de 9-10 de noviembre, Roma, 2010. Una de sus líneas prin-
cipales versó, efectivamente, sobre sistemas de justicia juvenil y de la salud, ha-
ciendo hincapié en “una necesaria colaboración multidisciplinar integradora”.
Es, en el precedente sentido, como parece que hay que entender las re-
flexiones de F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ, prestigiosos psiquiatras y pro-
fesores de la Dsciplina de su especialidad en la Universidad de Montreal: “La
peligrosidad, estando definida como el estado en el que una persona es sus-
ceptible de cometer un acto violento, los clínicos, pero también los juristas,
y de manera más amplia el conjunto de la sociedad, están preocupados por
la evaluación de esta peligrosidad, la predictibilidad de la violencia y por los
medios de prevención posibles. Estas cuestiones están en el corazón de la
Criminología Clínica, que abarca a la población delincuente en general, sin
restricción de los enfermos mentales”316.
Si esto es así, vamos a desarrollar ESTA MATERIA a través de un triple
Capítulo. En el primero de ellos, abordaremos un conjunto de cuestiones es-
pecíficamente generales y de principio. En el segundo y tercero de los mis-
mos, trataremos de desarrollar algunas tipologías concretas, relativas a tales
psicopatologías. Todo ello, con la creencia de que es imprescindible su conoci-
miento (y sólo como orientación) para el criminólogo clínico no especializado
en ciencias de la salud mental o con éstas estrechamente interrelacionadas.
En el Capítulo presente, además de la presente Introducción, incluimos
los siguientes apartados:
— El concepto de delincuente psiquiátricamente definido. En sentido
estricto y en sentido amplio. Normalidad y anormalidad personal.
— Peligrosidad y volumen delincuencial atribuidos a los tipos de infrac-
tores psiquiátricamente definidos en sentido propio. La relación de
causalidad como medio discerniente del origen del acto antisocial.
— El influjo de la enfermedad psíquica en el paso al acto delincuencial.
El no aislamiento operativo.

F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ: “Évaluation de la dangerosité du malade mental psy-


316

chotique. Introduction”; en Annales Médico-Psychologiques, 163 (2005) p. 846.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 265

— Factores no nosológicos más relevantes, potencialmente influyentes


en esta clase de enfermos, con relación al paso al acto criminal.
— Criterios de evaluación de la influencia psicopatológica y factores con-
comitantes no nosológicos en el nacimiento de la acción gravemente
antisocial o criminosa. Especial referencia a la relación de causalidad.

B. EL CONCEPTO DE DELINCUENTE PSIQUIÁTRICAMENTE


DEFINIDO. EN SENTIDO ESTRICTO Y EN SENTIDO AMPLIO.
NORMALIDAD Y ANORMALIDAD EN LA PERSONA

Hemos tratado ya aspectos importantes sobre esta cuestión en algunos de


los Capítulos precedentes de esta obra. Pretendemos, ahora, dar una visión
más amplia y más adecuada a la materia específica del apartado presente.
Hemos de recordar, no obstante, que, al referirnos al “delincuente” psi-
quiátricamente definido, afirmábamos que, en sentido propio, estamos en
presencia de un infractor materialmente considerado. Lo es así, cuando di-
cho sujeto activo ejecuta actos gravemente antisociales, penalmente típicos,
sin ser capaz, en virtud de alguna clase de psicopatología, o anomalía psí-
quica con los mismos o semejantes efectos, de conocer de forma suficiente
la perversidad y alcance nocivo de su conducta. O que, conociéndolos, no es
libre, por razón de patologías o anomalías de otra índole (patología afectiva,
emocional…), para inhibirse en su actuar.
En sentido impropio, se hace referencia a tipo psiquiátricamente defini-
do cuando el sujeto activo está afectado, por disminución y no por abolición,
en la inteligencia o libre albedrío, a causa de alguno de los factores que se
acaba de describir. En estos supuestos, ni jurídica ni criminológicamente, el
patológicamente así afectado, que lleve a cabo comportamientos gravemente
antisociales o penalmente ilícitos, ha de quedar al margen de la calificación
de delincuente. Nosotros, por ello, sólo vamos a detenernos en el desarrollo,
lo más básico posible, de los “delincuentes” psiquiátricamente definidos en
sentido estricto.
Esta tipología de delincuentes psiquiátricamente definidos, en senti-
do estricto, ofrecida por J. Pinatel, corresponde, sustancialmente, a ese am-
plio círculo de personas que han venido siendo denominadas tradicional-
mente como “personalidades anormales” y que, según aclaran G. STEFANI, G.
LEVASSEUR y R. JAMBU-MERLIN, desde un punto de vista criminológico:
“…Serían poco típicas, en la medida en que su conducta delincuente no re-
presentaría más que una expresión, entre otras, de su anormalidad. Se trata
de individuos que obran bajo el efecto de una psicosis, de una neurosis, de
estados psicopáticos, de anomalías de la inteligencia (oligofrenias, pseudo-
266 CésaR Herrero Herrero

débiles o desequilibrados) o, todavía, desde una inmadurez muy acentuada,


cuando el individuo, en sus modos de comunicación con el otro, se manifies-
ta en una fase infantil”317.
Al hablar, pues, de normalidad o anormalidad con respecto a una persona,
supone esclarecer a qué vertiente o sector de su personalidad se hace referen-
cia, puesto que se trata de conceptos proyectables a contenidos muy diversos.
Aquí, nos interesa dilucidar, sobre todo, la normalidad o anormalidad con re-
lación a la dinámica funcional del “yo” en su proyección intelectual-racional,
volitiva, axiológica, motivacional y afectivo-emotiva.
Desde el precedente punto de vista tan plural, ¿cuándo cabe hablar de
normalidad y cuándo de anormalidad ?
Desde una aproximación de tipo dinámico-funcional, el profesor Ugo
FORNARI (Director de la Unidad Operativa de Psiquiatría Forense, Psicología
Judicial y Criminología Clínica, de la Universidad de los Estudios de Turín),
afirma que se está ante un individuo con “personalidad normal” cuando es
dado apreciar:
— “Identidad del Yo (integración de Sí mismo, y del Otro, con significa-
do, coherencia interna, autoestima, autonomía, alegría de vivir).
— Fuerza del Yo (disponibilidad afectiva, capacidad de control de las
amociones y de los impulsos, capacidad de sublimación, coheren-
cia, creatividad y perseverancia en el trabajo y en las relaciones
interpersonales.
— Super-Yo integrado y maduro (interiorización de un sistema de valores y
de referencias relativas a la estabilidad individual), ser responsable, rea-
lista, autocrítico, respetuoso de las normas sociales y de los valores.
— Gestión apropiada de la agresividad y de la sexualidad (empatía e impul-
sos emotivos en el respeto de la relación objetal, capacidad de ter-
nura y compromiso emocional; capacidad de afrontar los obstáculos
sin reacciones excesivas).
— Constancia en la ambivalencia de la relación con el objeto interiori-
zado (las cosas son simultáneamente buenas y malas; baja activación
emotiva).”
• Personalidad anormal
Pero, sin embargo, hay que atribuir personalidad patológica, cuando se
constata la existencia de:
— “Difusión de la Identidad (ausencia de coherencia interna y de capaci-
dad para distinguir el mundo interno del externo, el Yo del No-Yo).

317
G. STEFANI y Otros: “Criminologie et Science Pénitentiaire”, ya citada, p.161.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 267

— Yo débil (dependencia estrecha de emociones e impulsos poco o nada


controlables, inconstancia e incoherencia en los afectos y en las rela-
ciones interpersonales, desconfianza en Sí y en los otros).
— Super-Yo arcaico o dependiente (sádico, persecutorio, escindido o exce-
sivamente conectado con las prohibiciones infantiles).
— Inapropiada e insuficiente gestión de la agresividad y de la sexualidad (in-
capacidad para conjugar ternura y empatía con las propias necesida-
des sexuales y relacionales, reacciones excesivas frente a los ataques
reales o presuntos en torno al propio sentimiento de autoestima,
desordenada o no conseguida relación objetal.
— Escisión de la relación con el objeto (los objetos son o idealizados o per-
seguidores; intensa actividad emotiva)”318.
Naturalmente, en estas funciones y disfunciones del Yo se dan grados.
Cuando determinadas disfunciones específicas (a nivel intelectual-racional,
volitivo, afectivo…) alcanzan ciertos niveles de gravedad, pueden desembo-
car en situaciones de anormalidad como las arriba descritas. Algunas de ellas
son las que ahora nos interesa desarrollar.
Desde un punto de vista práctico (práctico para el criminólogo clínico)
nosotros vamos a exponer, tan sólo, lo referente a noción, proceso, y conse-
cuencias respecto al ámbito criminológico, de algunas psicosis, neurosis y
psicopatías. Añadiendo, luego, algunos supuestos desencadenantes de efec-
tos similares desde una perspectiva jurídico-penal y criminológica (así, los
supuestos de reacciones primitivas, pasionales-explosivas…)
Pero, antes de pasar a esta exposición, vamos a tratar, respectivamente,
en los dos apartados siguientes, sobre la peligrosidad y volumen delincuencial,
atribuidos a los tipos de infractores psiquiátricamente definidos en sentido propio y la
relación de causalidad como medio de discernimiento del origen del acto antisocial.

318
Ugo FORNARI: “I Disturbi gravi di personalità rientrano nel concetto di infermità?”,
Università degli Studi di Torino, 2006, pp. 3-4 del estudio. El mismo autor, en el mismo estudio
(p.4), hace referencia a las funciones propias del “Yo”, mencionando: las funciones perceptivo-
memorizativas (percepción de las situaciones tanto internas como externas, la percepción for-
mal, la atención, la memoria en sus diversas modalidades); las funciones organizativas (análisis,
comprensión y atribución de significado a los mismos); las funciones de previsión (proyección,
previsión y valoración de las consecuencias de las propias decisiones respecto del mundo exte-
rior, mediante el examen, actitud crítica y correlativo razonamiento o juicio); funciones de deci-
sión (ante los pros y los contras representados y analizados); funciones ejecutivas (planificación,
programación y selección de los modos y medios para llevar a cabo la decisión elegida).
268 CésaR Herrero Herrero

C. PELIGROSIDAD Y ORIENTACIÓN DELINCUENCIAL, ATRIBUIDAS


A LOS TIPOS DE INFRACTORES PSIQUIÁTRICAMENTE DEFINIDOS
EN SENTIDO PROPIO

Siguiendo el orden de las cuestiones planteadas en este epígrafe, cabe


preguntar por qué atribuimos a algunos pacientes o enfermos, en cuanto ta-
les, el atributo de peligrosos, de estar “dotados” de estado peligroso. ¿Por qué
damos por sentado que existe peligrosidad o un estado peligroso específi-
co con relación a pacientes afectados por determinadas psicopatologías? (De
esto ya hemos hablado también, pero aclaremos algo más).
Desde luego, hay autores que no dudan en afirmar tal existencia.
En esa orientación, por ejemplo, R. RIERA, G. LAURAND y Otros, ya ci-
tados en esta Obra, vienen a decirnos, en un interesante “Informe”, que el pa-
ciente peligroso, si forma parte de una población indefinida y muy dispersa,
puede ser considerado como: “…Una persona afectada por una patología mental,
inscrita en un proceso de cuidados o de suspensión de los mismos, que en una fase im-
previsible de descompensación, va a atentar contra su integridad física (autoagresión,
tentativa de suicidio, mutilación) o contra la de otro. Se puede igualmente tratar de un
individuo en estado de adicción (alcohol, sustancias estupefacientes) que, a la menor
frustración, pierde todo control de sí mismo y agrede a su entorno. Puede ser todavía
paciente peligroso la persona sana de espíritu que, bajo el efecto de la angustia, del dolor,
la impaciencia o la cólera va a manifestarse violento y poner en peligro la seguridad o la
integridad del prójimo”319.
Pero no son escasos los defensores de la negación de una tal peligrosidad
propia con respecto a esos pacientes. Se apoyan, para este aserto, en que son
poco numerosas las pesonas con enfermedades mentales que aparecen en las
“estadísticas” de delitos graves o muy graves. Y aún más. Sostienen, siguien-
do las directrices de las criminologías de la reacción social, que estos enfer-
mos (por ejemplo, los psicóticos) no sólo no destacan como sujetos activos de
esos delitos, sino que son ellos los que vienen convirtiéndose, con profusión,
en víctimas de agresiones múltiples y variadísimas. Su atribución de frecuen-
tes ejecutores de graves conductas antisociales sería fruto, una vez más, del
proceso de estigmatización al que vendrían siendo sometidos320.

319
R. RIERA y Otros: “La prise en charge des patients susceptibles d’être dangereux”;
Informe comisionado por Inspection Générale de l’Adminitration, des Services judiciaires et
des Affaires Sociales”, de la République Française, Fevrier, 2006, p. 6.
320
Jean-Charles PASCAL, contestando a la preguta de si existe una peligrosidad psi-
quiátrica específica, afirma que lo primero que hay que constatar es lo sorprendente que
aperece esta cuestión, al costatar la ausencia de consenso. “Estos –dice– que calificaría de
esencialistas, niegan toda clase de peligrosidad psquiátrica.” (Comment définir la “dangerosité
psychiatrique” dans le champ des langerosités?”; en Vol Col. “Dangerosité psychiatrique: étude et éva-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 269

Otros hablan de “mito”, al oponerse a que se hable de esta clase de peligo-


sidad. Daniel NAVARRO, conocido psiquiatra argentino y profesor de Clínica
de la Psicosis en la (UFLO), asegura, en efecto, que: “…Existe, enraizado en
la sociedad, el mito de la peligrosidad del enfermo mental, una construcción
social alentada por el positivismo criminológico, que presenta al mismo como
un sujeto determinado biológica y genéticamente, incurable, inmodificable y
peligroso. La clínica de la psicosis nos demuestra que tal concepción se aparta
de la realidad, siendo el resabio de una manera de pensar la locura, instau-
rada hace más de un siglo.Hoy sabemos que el riesgo de dañarse a sí mis-
mo o a terceros es propia de los estados de descomposición psíquica y que el
mismo remite en breve tiempo con el tratamiento adecuado. Atrás quedaron
las indicaciones pinelianas del encierro manicomial prolongado, debiendo
hoy respetarse el derecho de los pacientes a vivir en la comunidad, a recibir,
como lo señalan la Ley de la Salud mental de la Ciudad de Buenos Aires,
los Tratados Internacionales dee Derechos Humanos y recientes fallos de la
Corte Suprema de Justicia, el tratamiento que menos restrinja su libertad”321.
Lo más seguro parece que es afirmar, desde luego, que no puede confun-
dirse, sin más, enfermo mental con individuo en estado peligroso. Que no todo
individuo afectado por algún trastorno mental pasa a ser violento. Porque está
contrastado que no todos, ni mucho menos, son violentos. Y que, por supuesto,
la gran mayoría que son sujetos activos de conductas violentas no padecen tras-
torno mental alguno. Mas ello no quiere decir que, proporcionalmente (desde
un punto de vista de volumen demográfico), no existan datos fidedignos sobre
que, al menos, determinados pacientes mentales (esquizofrénicos, paranoicos…)
que pongan de manifiesto que los mismos no superen (nunca en exceso), sobre
todo en algunos delitos, a la población no afectada por tal síndrome.
Ilustres especialistas en la materia, como M. BÉNÉZECH, P. LE BIHAN o
L. M. BOURGEOIS, entre otros, lo argumentan cuando exponen: “…Hasta re-
cientemente, muchos autores no aceptaban el hecho de que pudiera existir una
correlación entre violencia y trastornos mentales (troubles mentaux), razonando
que la utilización de grupos-controles estadísticamente apropiados para las va-
riables sociodemográficas hacía desaparecer ese vínculo aparente. Después que
los métodos epidemiológicos han avanzado, los datos recientes, más fiables y
científicamente válidos, sobre una asociación posible entre violencia y enferme-
dad mental, han sido alcanzados. Las evidencias de ellos han sido así acumula-
das en torno a que las personas que presentan trastornos mentales poseen un

luation des facteurs de risque de violence hétéro-agressive chez les personnes ayant une schizophrénie ou
des troubles de l’humeur”, Haute Autorité de Santé (HAS), Paris, Décembre 2010, p. 19).
321
Daniel NAVARRO: “El mito de la peligrosidad”; Ponencia del autor en el Primer
Congreso Internacional de Criminología y Psiquiatría Forense, Buenos Aires, septiembre, 2009,
pp.6-7 del estudio.
270 CésaR Herrero Herrero

incremento de riesgo de criminalidad y más particularmente de criminalidad


violenta”322.
Las conclusiones de los autores precedentes han sido inferidas después de
estudios epidemiológicos sobre poblaciones de detenidos (presos), sobre autores
de homicidios, sobre pacientes psiquiátricos tratados ambulatoriamente, desde
estudios realizados mediante cohortes de nacimientos y desde estudios epidemio-
lógicos en torno a la población general. Viniendo aquéllos a sintetizar que: “El
conjunto de estos trabajos sugiere la existencia de una relación positiva entre
perturbación mental mayor, “comorbidez” psiquiátrica y criminalidad, asocia-
ción que aparece tanto más fuerte si se trata de un hombre esquizofrénico con un
diagnóstico de abuso o de dependencia a una substancia, en particular el alcohol,
manifestándose, así, la ventaja de los crímenes violentos sobre los no violentos.”
Si bien, acto seguido, alertan sobre la contrapartida: “Sin embargo –añaden– es
necesario destacar que la violencia no afecta a todos los pacientes y que la crimina-
lidad de los enfermos mentales no representa nada más que una débil proporción
de la criminalidad general. Swanson y otros constatando enteramente la frecuen-
cia superior de comportamientos violentos en casos de trastornos psiquiátricos,
subrayan que la criminalidad de las personas que presentan trastornos esquizo-
frénicos no representa más que un 3% de la violencia en general, siendo sólo con
el alcoholismo cuando se presentan como más responsables de violencias que los
otros trastornos reunidos. En Francia, sobre alrededor de 2000 homicidios al año,
sólo un 5% es atribuible a personas que adolecen de una patología mental grave,
psicosis esquizofrénica o paranoica en la mitad de los casos”323.
En la misma sintonía, Ráphael GOUREVITCH, psiquiatra del Centro
Hospitalario “Santa Ana”, de París, insiste en que no todos los enfermos mentales
son violentos. Que la agresividad representa la excepción y no la regla en la pre-
sentación clínica. Que, después de los años noventa del pasado siglo, estudios
metodológicamente rigurosos habrían permitido la aportación de un esclareci-
miento sereno y realista sobre los vínculos reales entre enfermedad mental y vio-
lencia. Que: “La verdad documentada es que la gran mayoría de comportamien-
tos violentos son producto de individuos libres de trastornos mentales severos”.
Que: “Estos trastornos estarían en relación con el 0’16 casos de homicidios por
100.000 habitantes y por año, mientras que la tasa de homicidios en la población
general es de 1 a 5 por 100.000 habitantes y por año.” Añadiendo que aquí se en-
tiende por trastorno mental severo el definido por S. Hodgins324, asumido, con con-

Michel BÉNÉZECH, P. LE BIHAN y M.L. BOURGEOIS: “Criminologie et Psychiatrie”,


322

Encycl. Med. Chir. (Éditions Scientifiques et Médicales, Elsevier SAS, Paris, 2002, p. 1 del estudio.
323
Autores de nota precedente, mismo estudio, pp. 3-4.
324
A este respecto, puede verse el trabajo de S. HODGINS: “Mental disorder, intellec-
tual deficiency, and crime. Evidence from a birth cohort”; en Archives General Psychiatry, 49
(1992) pp. 476 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 271

senso generalizado, en la actualidad y que es el que se refiere a “la esquizofrenia


y a otros trastornos delirantes, y trastornos del humor”325.
Con equilibrio informado, es menester, por tanto, dejar claro que es extraordi-
nariamente relevante para la comunidad, en beneficio de su seguridad y libertad, no
ocultar este acontecimiento tal cual es. Será beneficioso también, por supues-
to, para los mismos enfermos mentales que, en su gran mayoría, son ajenos
a la perpetración de actos violentos o de otra clase de ilicitud. Y, por tanto,
es, dentro de estos límites, desde donde podemos hablar de una peligrosi-
dad psiquiátrica específica. Peligrosidad, pues, más bien marginal, si tomamos
como punto de referencia el comportamiento nada perturbador, en general,
de los afectados por alguna de las enfermedades mentales. La estigmatiza-
ción social, sobre todo cuando carece de fundamento, acentúa la exclusión
y la deshumanización, y esto que es siempre inadmisible, lo es más en un
Estado Social y Democrático de Derecho, proclamador, como primordial, del
respeto y defensa de la dignidad inviolable de la persona326.

D. INFLUJO DE LA ENFERMEDAD PSÍQUICA EN EL PASO AL ACTO


DELINCUENCIAL. EL NO AISLAMIENTO OPERATIVO

¿Los infractores psiquiátricamente definidos, en sentido propio, actúan


siempre bajo la influencia directa, inmediata y exclusiva de la psicopatología
de la que adolecen? Podemos decir, de entrada, que no. Cualquier comporta-
miento humano (también el antisocial) es efecto y expresión, como ya sabe-

325
R. GOUREVITCH: “Quelles sont les données de la litterature concernant la violence hété-
ro-agressive chez les personnes présentant une schizophrénie?”; en Vol Col. “Dangerosité psychiatri-
que: étude et évaluation des facteurs de risque de violence hétéro-agressive chez les person-
nes ayant une schizophrénie ou des troubles de l’humeur ”; Haute Autorité de Santé (HAS),
Paris, Décembre, 2010, pp. 49-50.
326
En sentido del texto, hace observar el ya mencionado J. Ch. PASCAL: “La rehuida en
abordar la cuestión de la peligrosidad de ciertos enfermos mentales no puede considerarse como
pertinente cuales quieran que sean la expresión del drama y su manipulación mediática. Cuando
el jefe del Estado (Sarkozy), en su discurso pronunciado en la IEPS-Erasmo, el 2/12/2008, hace re-
ferencia a la cuestión planteada por un pase al acto homicida realizado, algunos días antes, por
un enfermo mental, de salida en prueba, ¿cómo no estar de acuerdo con él? ¿Cómo no estar de
acuerdo sobre la necesidad de mejorar los niveles de toma en consideración de los pacientes que
nos preocupan por su potencialidad agresiva o su observancia malvada? ¿Pero cómo, también,
no estar de acuerdo sobre la voluntad expresada repetidas veces en torno al “riesgo cero”, que
no sólo es una añagaza, sino que conduciría inexorablemente a una sociedad orweliana, donde
el objetivo de superación se sustituiría por el de igualdad y que para controlar una fracción de la
sociedad se convertiría en liberticida para una gran mayoría? Debemos, por tanto, estar vigilan-
tes sobre este punto del que sabemos, por lo demás, que los primeros ciudadanos expuestos a las
derivas securitarias son los enfermos mentales, cuya inmensa mayoría no aparecen concernidos
por pasos al acto violentos.” (Trabajo ya citado, pp.21-22).
272 CésaR Herrero Herrero

mos, tanto de factores endógenos como exógenos, siempre que estén presen-
tes en el individuo en el momento de actuar o de reaccionar en el proceso del
paso al acto.
A este respecto, son esclarecedoras las reflexiones de M. BÉNÉZECH,
P. LE BIHAN y M.L. BOURGEOIS, al tratar de aproximarse clínicamete al fe-
nómeno: “La postura consistente en concebir un crimen únicamente a partir
de la psicopatología de su autor y del diagnóstico es ciertamente reduccionis-
ta. Si los crímenes cometidos por los enfermos mentales se incriben en una
dinámica criminógena propia en el paciente –proceso más o menos largo ja-
lonado de dramas existenciales y de situaciones frustrantes– el estudio de un
paso al acto criminal debe tomar en consideración los factores situacionales
así como los ligados a la víctima.
(…) La comorbidez es igualmente importante a considerar. En el estudio de
Swanson y otros,327 elaborado con un método riguroso, la frecuencia de la violen-
cia aumenta con el número de diagnósticos categoriales para un mismo pacien-
te. Esta comorbidez, sea diagnosticada como categorial o dimensional, aumenta
considerablemente el riesgo de violencia, de hétero o de autoagresión. La comor-
bidez entre un trastorno mental (esquizofrenia) y un abuso de sustancias es par-
ticularmente asociada a un riesgo agudo de comportamiento violento.”328
Entonces, si lo ordinario es que, en el paso al acto violento, criminal, el
enfermo psíquico, se vea influenciado, también, por variedad de factores dis-
tintos de los generados por la enfermedad misma, debemos entender que
es posible que no siempre la enfermedad sea decisiva en el surgimiento del
comportamiento delictivo concreto. Que debe descubrirse cómo influyen los
diversos factores en presencia. ¿Cómo poder saber cuándo y cómo ocurre
esto, de gran relevancia criminológica y penológico-jurídica? (Decimos que
de gran relevancia penológico-jurídica, porque estamos en un campo donde
puede quedar comprometida, en mayor o menor grado, la imputabilidad o
no imputabilidad de estos sujetos activos. Y hablamos de gran relevancia con
relación a la Criminología (sobre todo Clínica), porque es misión fundamen-
tal de ésta el indagar los factores impulsores de la acción antisocial o ilícita
para tratar de neutralizarlos mediante los correspondientes medios de pre-
vención, intervención o de adecuado tratamiento).
Entonces, ¿qué factores criminógenos pueden influir, en el enfermo psíqui-
co, y cuáles pueden ser los criterios para ponderar o medir su influencia? Vamos
a verlo, respectivamente, en los dos siguientes apartados.

327
Este estudio de J.W. SWANSON, C.E. HOLZER, V. K. CANJU y R.T. JONO es el que
lleva por título: “Violence and Psychiatric disorder in the community:evidence from the epidemiologic
catchment area surveys”; en Hosp. Community Psychiatry, 42 (1990) pp.761 y ss.
328
M. BÉNÉZECH y Otros: “Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, p.5 del estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 273

E. FACTORES NO NOSOLÓGICOS MÁS RELEVANTES, POTEN-


CIALMENTE INFLUYENTES EN ESTA CLASE DE ENFERMOS
CON RELACIÓN AL PASO AL ACTO CRIMINAL

En cuanto al abanico de factores no nosológicos,más relevantes, poten-


cialmente influyentes en esta clase de enfermos, no difiere mucho de los
atribuidos a los delincuentes considerados “estadísticamente” normales (de
estos delincuentes y sus factores hablaremos, en esta Obra, en un Capítulo
monográfico). Baste ahora, por ello, señalar el hecho de que son muchos los
autores, especialistas en esta materia, que indican la necesidad de determinar,
al tratar de tales enfermos y de sus actos antisociales, los factores en cuestión.
Se suele hacer referencia a:
— Factores demográficos (la edad, el sexo, el estado civil, la situación
socioeconómica…).
— Factores relacionados con la biografía personal (contexto familiar
desde la infancia, antecedentes delictivos, sobre todo en relación con
la violencia…).
— Las fases, respecto del desarrollo de la persona, durante las que se
han dado los procesos de elaboración y modos de manifestación de
la violencia o conducta gravemente irregular…
— La accesibilidad a las armas y a las víctimas…
— Los factores relacionados con el abuso de alcohol y estupefacientes.
— Los factores relacionados con el estado mental y los elementos psico-
dinámicos (elaboración de mecanismos de defensa y de elaboración
psíquica en general (fantasías…).
— Los factores neuropsíquicos (impulsividad, capacidad o rigidez
cognitiva…).
— Factores relacionados con la incapacidad de autocrítica…
— Factores relacionados con la constancia en la observancia del trata-
miento farmacológico o terapéutico…
— Factores relacionados con la tabla y gama de valores del paciente, de
su contexto o medio-ambiente…329
Otros autores hablan de factores de riesgo criminal considerándolos
como predicctores del paso al acto, sin que exista gran diferencia en conteni-
do con respecto al apuntado en el esquema precedente. Así se señalan:
— Predictores ligados a la infancia del sujeto.

Ver este esquema más desarrollado en F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ: “Évaluation


329

de la dangerosité du malade mental psychotique…”, ya citado, pp. 847 y ss.


274 CésaR Herrero Herrero

— Predictores vinculados a los antecedentes penales.


— Preditores conexos con el estado mental.
— Predictores relacionados al estilo de vida y a las disposiciones sociales.
— Predictores ligados a la situación precriminal.
— Predictores vinculados a la víctima virtual.
— Predictores ligados a la toma en consideración de las propias car-
gas, sobre todo las terapéuticas o rehabilitadoras330. (Al tratar de los
Factores criminógenos ya contrastados, volveremos sobre esta cuestión).
Autores como C.D. WEBSTER, K. S. DOUGLAS, D. DEAVES, S.D. HART,
sistematizan estos factores yendo a las tres dimensiones del tiempo biográfico
y así hacen referencia a factores históricos (pasado), factores clínicos (presen-
te) y factores relacionados con la administración, cálculo o gestión del riesgo
(futuro). Entre los factores históricos, citan: violencia anterior, entre la que des-
tacan el acto inicial violento de adolescencia o juventud, relaciones íntimas
nada o escasamente duraderas o estables, dificultades en el empleo, proble-
mas de adicción a toxicomanías, enfermedad o enfermedades mentales de
tipo mayor o graves, psicopatías, inadaptación al entorno durante la mino-
ría de edad y juventud, trastornos de la personalidad, fracaso anterior de la
sobrevigilancia o control. Entre los factores Clínicos, mencionan: la dificultad
para llevar a cabo actividades de introspección, las actitudes o disposiciones
negativas, síntomas activos de enfermedad mental grave, notables dosis de
impulsividad, oposición o resistenacia a ser tratado. Y, en fin, en cuanto a los
factores relacionados con el cálculo del riesgo, enumeran: los planes irreales, expo-
nerse a factores desestabilizantes, ausencia de solidez personal, inobservan-
cia de los medios terapéuticos, vida estresada…331
Y, en fin, especialistas como J. L. SENON, M. VOYER, C. PAILLARD y N.
JAAFARI, se pronuncian en la misma línea. Después de advertir que la evalua-
ción del estado peligroso (“dangerosité) está en el centro de muchos debates, tanto
dentro del ámbito judicial como en el mundo de la psiquiatría, y que el víncu-
lo entre trastorno mental y violencia se ha manifestado evidente en la literatura
científica especializada, confirman la versión precedente. La de que numerosos
factores están presentes, acompañando a la realidad psicopatológica, en el au-
mento del riesgo de ese fenómeno violento. Que tanto es así que la enfermedad
mental sola no puede predecir un riesgo de violencia futura. Que la evaluación

330
Este esquema muy pormenorizado puede verse en M. BÉNÉZECH y Otros:
“Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, pp.4-5 del estudio.
331
Ver C.D. WEBSTER y Otros: “HCR-20: Assessing risk of violence, version 2”; Mental
Health, Law and Policy Institute, Simon Frazer University, Vancouver, 1997. �����������������
(HCR son las ini-
ciales de Historical factors, de Clinical factors y Risk assessment factors. El 20= al número de
items incluidos y sumados entre los tres conceptos anteriores).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 275

de la peligrosidad de índole psiquiátrica o, mejor, la de riesgo de violencia, urge


el estudio de los diferentes factores de riesgo de violencia, que podrá valerse,
para ello, por ejemplo, de la oportuna entrevista o encuentro clínicos, apoyados
por el empleo de instrumentos actuariales o de protocolos semiestructurados.
Estos autores ofrecen, además, una clasificación de factores de riesgo: los
estáticos, considerados no modificables (v. gr., sexo, edad) o escasamente varia-
bles (así, la estructura de la personalidad, personalidad disocial, o paranoi-
ca…) y los dinámicos, estimados mutables (adicciones tóxicas, evaluaciones
clínicas…)332. Sobre estos factores hace observar J.Ch. PASCAL que el examen
de los mismos debe respetar un equilibrio, y no privilegiar, como lo haría una
posición actuarial estricta, los factores estáticos, en detrimento de los factores
dinámicos, con el peligro de convertir en estáticas las perspectivas evolutivas
y la evaluación de los riesgos. “Permitir a un paciente, a través del vínculo
terapéutico instituido, ubicar y determinar mejor sus propios factores de ries-
go, es un acto más prevetivo que el análisis de su peligrosidad potencial”333.

F. CRITERIOS DE EVALUACIÓN DE LA INFLUENCIA PSICO-


PATOLÓGICA Y FACTORES CONCOMITANTES NO NOSOLÓGICOS
EN EL NACIMIENTO DE LA ACCIÓN GRAVEMENTE
ANTISOCIAL O CRIMINOSA. ESPECIAL REFERENCIA A LA
RELACIÓN DE CAUSALIDAD

¿Cuáles pueden ser los criterios para ponderar la influencia de cada uno de
dichos factores y el influjo de la enfermedad psicopatológica en el paso al acto
gravemente antisocial o delictivo?
En la doctrina334, se suele acudir a cuatro criterios en orden al precitado
discernimiento: Criterio cualitativo, referente a la naturaleza de los factores
en presencia y, aquí, sobre todo, de la psicopatología. Criterio cuantitativo, re-
lacionable con la intensidad y el grado de los mismos. Criterio cronológico,
vinculado a la presencia de tales factores o psicopatología durante el proceso
de surgimiento del comportamiento antisocial o criminoso (sincronización).
Criterio ligado a la relación de causalidad entre tal compotamiento y dichos
factores y psicopatología (sea simple o compleja).
Expliquemos algo más sobre el contenido del párrafo precedente.

332
Sobre esto, ver M. VOYER, J. L. SENON y Otros: “Dangerosité psychiatrique et pre-
dictivité”, en Information Psychiatrique, Vol. 85, 8 (2009)pp. 745 y ss.
333
J. Ch. PASCAL, trabajo ya citado, pp.20-21.
334
Ver, por ejemplo, J.J. CARRASCO GÓMEZ y J. M. MAZA MARTÍN: “Manual de
Psiquiatría Legal y Forense”; Editorial La ley-Actualidad, Madrid, 1997.
276 CésaR Herrero Herrero

Dejando, ahora, a un lado a los factores criminógenos concomitantes, pero


no nosológicos, aunque sin olvidar que, inevitablemente, interactúan con la
enfermedad en cuestión (en su momento, reiteramos, volveremos sobre ellos),
y centrándonos sobre la psicopatología, decimos (por creerlo aplicable) lo que
Ugo FORNARI ha afirmado, en este ámbito, para la figura del trastorno grave de
personalidad (“Disturbo Grave di Personalità”). Concretamente expone:
“El problema clínico y la consecuente valoración psiquiátrico-foren-
se de un Trastorno Grave de Personalidad (por complejo que ello sea)
estriba en documentar, a la luz del historial clínico, de los resultados
de las investigaciones psicodiagnósticas, de las circunstancias que
han precedido, acompañado y seguido al delito, si el Trastorno se ha
(o menos) manifestado en manera cualitativa o cuantitativamente
suficiente para conferir “valor de enfermedad” al delito cometido. En
otras palabras, también en presencia de un trastorno de personali-
dad grave o serio, si la génesis (proyección) y la dinámica (ejecución)
del comportamiento criminal indican que –en el desarrollo complejo
y en el informe retrospectivo del mismo– el autor ha conservado, y
conserva, sustancialmente indemnes las áreas funcionales de su Yo,
predispuestas a la compresión del significado de su acto y de las con-
secuencias del mismo (funciones perceptivo-memorizantes, organi-
zativas, previsivas, decisionales y ejecutivas) no se puede concluir en
el sentido de la existencia de un vicio de la mente”335.
Entonces, claro está, habrá que explicar el paso al acto por la concurrencia
de otros factores. De factores que, de ordinario, aunque actúen en constelación,
no determinan fatalmente (sólo impulsan o propician) el comportamiento, por-
que son, en principio insuficientes para derogar la comprensión y la capacidad
de decisión libre del autor. Si bien ha de irse a neutralizarlos porque, sin ellos,
sin su interacción, tampoco se hubieran producido la acción o la omisión crimi-
nosas. Y es esto último, desde luego, lo que más interesa a la Criminología.
Por tanto, en cuanto al criterio que estimamos, también aquí, más tras-
cendente, el de relación de causalidad, es asimismo, tal vez, el más difícil de
desvelar, pues ello supone determinar, como acaba de decirse, si el efecto pro-
ducido (la conducta antisocial o delictiva) puede y debe ser atribuida, como
conditio sine qua non, a la psicopatología de referencia. Y no puede soslayarse
que la enfermedad psíquica no es algo, fenomenológicamente hablando, que
se pueda percibir sensiblemente y de forma directa.
Sin entrar, de momento, en más complejidades, son, sobre el particu-
lar, interesantes las siguientes conclusiones del Médico Forense español
y Profesor de la materia de su especialidad en la Universidad de Cádiz, A.

335
Ugo FORNARI: Trabajo ya citado, p.12.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 277

VILLAREJO RAMOS, referidas, también, de forma concreta, al “trastorno de


personalidad”, si bien estimamos que extensivas al resto de las enfermedades
psicopatológicas:
“En primer lugar diremos que determinar la causalidad entre un hecho
delictivo y el trastorno de personalidad padecido por quien lo cometió es
una tarea fuera del método científico y sujeta más bien a la observación
empírica. Y esto es así porque, si bien es cierto que el sujeto en cuestión
ha podido presentar un patrón determinado de comportamiento en el pa-
sado, nada nos asegura que este patrón sea el responsable de la conducta
que se imputa en el presente. Por otro lado, establecer la causalidad en-
tre una conducta ilegal y el trastorno de personalidad del infractor es
responder a la cuestión de si éste hubiese cometido el mismo delito en el
caso de no padecer dicha alteración, es decir, es movernos en el terreno
meramente probabilístico.
(…) En segundo lugar, las causas de una conducta, sea esta legal o
no, han de ser buscadas en un conjunto de factores fundamentados en
la interacción de los elementos ambientales presentes o pasados con la
estructura de la personalidad del imputado. Encontrar esos estímulos
situacionales y relacionarlos con la personalidad del delincuente es im-
prescindible para comprender la psicogénesis del delito y establecer la re-
lación de causalidad entre éste y el trastorno de personalidad.
En tercer lugar, y en virtud de la consistencia de ciertas conductas y
la especificidad de determinados rasgos (rasgos primarios, centrales
o esenciales) que caracterizan a la personalidad, podemos establecer el
nexo de causalidad entre una conducta antinormativa y el trastorno de
personalidad del imputado, cuando tal conducta es la consecuencia de la
interacción de uno o varios estímulos ambientales específicos con un ras-
go primario o central de dicha personalidad. En caso contrario, es decir,
cuando un estímulo situacional no específico afecta a una característica
no central o esencial de la personalidad, se producirá una conducta ines-
pecífica, que podría presentarse en cualquier tipo de personalidad, lo que
nos impide establecer nexo causal entre la acción ilegal y el trastorno de
personalidad. (…) Las anteriores consideraciones, finalmente, nos exige
investigar el tipo de estímulos situacionales tanto actuales como ante-
riores que desencadena la conducta antijurídica y relacionarlo con los
rasgos centrales de la personalidad para poder establecer el nexo causal
entre éstos y el delito imputado”336.

336
A. VILLAREJO RAMOS: “El criterio de causalidad en la valoración de la imputabilidad de
los tratornos de la personalidad”; en Cuadernos de Medicina Forense, julio 33 (2003) pp. 5-7 del
estudio.
Capítulo catorce

DESARROLLO DE ALGUNAS
PSICOPATOLOGÍAS CONCRETAS
EN PERSPECTIVA CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA.
1º LAS PSICOSIS
A. INTRODUCCIÓN

Una vez expuestos las cuestiones y conceptos básicos “in genere” sobre
los denominados delincuentes “psiquiátricamente definidos”, pasamos, aho-
ra, a exponer un conjunto de tipologías psicopatológicas, o afines, a las que
se considera más comunes y frecuentes y, desde luego, las más conocidas y
tratadas por los especialistas de la Psiquiatría. Y son, también, las que confor-
man, en este campo, su relación más frecuente con la Criminología. Entre las
psicosis, ha de incluirse: la esquizofrenia, la psicosis paranoica, psicosis ma-
níaco-depresiva (con su doble episodio: la depresión y el episodio maníaco),
la epilepsia. Además, fuera del círculo psicótico, es importante la neurosis y,
en relación con la inteligencia en cuanto tal, la deficiencia intelectual u oli-
gofrenia. Vamos a hacer mención, asimismo, de las psicopatías, del trastorno
antisocial de la personalidad y de los trastornos graves de la personalidad. En
fin, sin olvidar que existen otros síndromes y trastornos. Así, por ejemplo, el
trastorno del control de los impulsos, trastornos de ansiedad, trastornos del
sueño. Y, por su extensión y actualidad, no puede dejarse de nombrar el abu-
so de alcohol y de sustancias estupefacientes.
Aquí, en este Capítulo, vamos a hacer referencia, haciendo prevalecer el
punto de vista criminológico, a las características propias de las mencionadas
psicosis y a su relevancia criminógena.
Las características propias de la neurosis y sus referencias delictivas, las
oligofrenias y las psicopatías (algunas tipologías) y su proyección criminóge-
na, así como las afinidades y diferencias entre la psicopatía y el trastorno an-
tisocial de la personalidad, serán objeto, respectivamente, de los dos Capítulos
siguientes.

B. EL CONCEPTO DE PSICOSIS Y LA ENUMERACIÓN DE SUS


CATEGORÍAS

Antes de entrar a desarrollar específicamente las principales tipolo-


gías psicóticas y su dimensión criminógena, parece imprescindible saber
qué ha de entenderse por psicosis “in genere”. Entonces, ¿cómo definir la
psicosis?
282 CésaR Herrero Herrero

Concepto de psicosis. No obstante los enfoques, un tanto diversos, del


DSM-IV337 y la CIE-10338, en torno a esta patología, parece que el concepto,
quizá el más generalizado, de psicosis es el que la define como: Desorden o
trastorno psicológico identificado por la reacción grave y global de la personalidad,
consistente en severos desajustes o perturbaciones del juicio y de la voluntad.
Lo cierto es que las distintas corrientes psicológicas y psiquiátricas atribu-
yen a las distintas categorías psicóticas las características del delirio, la disociación
comportamental, las alucionaciones, las perturbaciones de juicio en general…339
Estos desquiciamientos impiden al paciente hacer frente a los asuntos más
elementales de la existencia. Por eso, S. FREUD venía a decir que la psicosis
afecta de tal manera a la persona, y sobre todo a la mente, que establece una
gigante barrera entre el enfermo y la realidad. Le desgaja de la realidad340.
“En general –escribe Hilda MARCHIORI– los trastornos psicóticos se carac-
terizan por un grado variable de desorganización de la personalidad, se des-
truye una relación con la realidad y existe una incapacidad para el trabajo, es
decir que el psicótico entra en una etapa de improductividad y de un casi total
aislamiento psíquico y social, de ahí la marginación de que es objeto”341.
Por tanto, si quisiéramos otorgar las notas básicas que rodean a la psico-
sis, podríamos decir que:
— Recluye al paciente dentro del círculo de sus perturbaciones, convir-
tiéndolo en absorto de sus disfunciones mentales. Con la paradoja de
que es muy probable que ignore el padecimiento de tales trastornos.
— Sitúa al que la sufre al margen de la realidad, incapacitándole para
ser autosuficiente en la vida342.

Ver, por ejemplo, “Criterios diagnósticos de los trastornos mentales en DSM-IV


337

(APA): “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders”, American Psychiatric Association,
Fourth Edition, Washington, 1996. (DMS [APA]=Diagnóstico de Desórdenes Mentales-
Asociación Americana de Psiquiatría).
338
CIE-10 (OMS): “Classification Internationale de Troubles mentaux et des Troubles du
comportement”, O.M.S., Edt. Masson, Maris, 1993. (CIE= “Clasificación Internacional de
Enfermedades).
339
Sobre esta materia puede verse también: Fernando COLINA: “Melancolía y para-
noia”; Editorial Síntesis, Madrid, 2011, en pp. 11 y ss.
340
Ver S. FREUD: “La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”; Obras
Completas, edic. de J. Strachey y traducción de J. L. Echeverri y L. Wolfson, editorial
Amorrortu, B.Aires, Vol. 19. (El trabajo fue publicado por el autor en 1924). También, puede
verse del mismo autor: “La escisión del yo en el proceso defensivo”, en Vol. 23 de las anteriores
Obras Completas. (Trabajo publicado por Freud en 1938).
341
H. MARCHIORI: “Personalidad del delincuente”, Editorial Porrúa, México, 2009,
pp.47-48.
342
Siguiendo la doctrina especializada y las evoluciones de la “sanidad oficializada”
(DSM-IV y CIE-10 de la OMS), Andrea LAGOS y Otros refuerzan lo que venimos diciendo en
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 283

Entre las categorías de psicosis más relevantes (no entramos, aquí, en las
complejas clasificaciones de la DMS-IV, por razones pedagógicas y prácticas),
destacamos, como ya hemos insinuado, la esquizofrenia, la psicosis manía-
co-depresiva, la paranoia y la epilepsia. Veamos, sucintamente cada una de
ellas en los apartados que siguen.

C. LA ESQUIZOFRENIA Y SUS TIPOLOGÍAS PRINCIPALES. SU


VERTIENTE CRIMINÓGENA

Sin tratar de acceder, ahora, a hablar de las distintas fases en la evolución


del diagnóstico de las psicosis, digamos que KRAEPELIN (1919) denominó
“demencia precoz” a los cuadros representados por delirios y ausencia afectiva
a una edad muy temprana, distinguiendo entre esquizofrenia (delirios) y psi-
cosis maníaco-depresiva (ausencia o vacío afectivos). E. BLEULER, más tar-
de, pasó a llamar, a la demencia precoz, esquizofrenia por considerar que lo ca-
racterístico de ésta era la “división o partición” del proceso del pensamiento.
Mientras las otras manifestaciones psicóticas se hacían presentes, más bien,
como síntomas de aplanamiento afectivo, pensamiento distorsionado, abu-
lia…, pudiendo, a veces, aparecer, en ellas, delirios y alucinaciones como, por
ejemplo, en la psicosis maníaco depresiva. K. SCHNEIDER, de forma ecléc-
tica, acudiría a la unión presencial de unos y otros síntomas (denominados

texto cuando escriben: “Las psicosis constituyen un trastorno cualitativo de la personalidad,


global y por lo general grave, cuya aparición implica, a menudo, una ruptura en la continui-
dad biográfica del paciente. Sin embargo, el concepto de psicosis no responde a una realidad
homogénea. Con frecuencia se define por oposición al concepto de neurosis. En tal caso, lo
más coherente sería considerar que el enfermo psicótico no tiene conciencia de su enferme-
dad y/o no efectúa una crítica de ella, en tanto que el neurótico reconoce sus síntomas. (…) La
psicosis que es la pérdida del juicio de realidad, se puede producir por diferentes causas. Por
lo tanto, para definir el diagnóstico es necesario analizar otros parámetros de examen psicopa-
tológico (conciencia, psicomotricidad, afecto, atención, concentración y memoria, inteligencia,
curso del pensamiento, sensopercepción); como, asimismo, la evolución y formas del curso
del cuadro clínico. Dentro de los síntomas característicos se implica una gama de disfunciones
cognitivas y emocionales, incluídas la percepción, el pensamiento inferencial, el lenguaje y la
comunicación, la organización comportamental, la afectividad, la fluidez y productividad del
pensamiento y del habla, la capacidad hedónica, la voluntad y la motivación y la atención.
Estos síntomas pueden clasificarse en positivos y negativos.” Añadiendo los mismos autores
que, entre los positivos, se encuentran los caracterizados por su dimensión psicótica, como las
ideas delirantes y las alucinaciones. Los caracterizados por su dimensión de desorganización
(pensamiento desorganizado…). Y, entre los negativos, estarían, por ejemplo, la disminución
o pérdida de las funciones normales. Es el caso, v. gr., del aplanamiento afectivo, la alogia o po-
breza del habla y la abulia.” (“Psicosis: diagnóstico, etiología y tratamiento”; Informe realizado por
A. LAGOS, Víctor FIGUEROA, Paula HERMOSILLA, Loriana DELGADO, y Paulina REYES,
Colegio de psicólogos de Chile, 2002, pp. 6-7 del estudio).
284 CésaR Herrero Herrero

“síntomas de primer rango” y “síntomas de segundo rango”) para afianzar


mejor el diagnóstico de la hasta hoy denominada esquizofrenia.
Entonces, ¿qué debe entenderse, en la actualidad, por esquizofrenia? Sin ol-
vidar los sistemas de diagnósticos oficiales, decimos que por esquizofrenia
puede entenderse: La psicosis caracterizada por presentar un trastorno cró-
nico, acompañado por todos o por algunos de los siguientes síntomas: 1.
Comparecencia de delirios, ilusiones y alucinaciones. (El delirio o delusión
consiste en falsas percepciones sobre la realidad, carentes de toda clase de
fundamento objetivo. La ilusión es la percepción nacida de una base sensorial o
estimulatoria real, erróneamente interpretada). 2. Emociones superficiales y po-
bres en desacuerdo con la intesidad del estímulo o de la situación (se sufre
de distorsión emocional). 3. Discurrir del pensamiento en forma desorga-
nizada; 4. Actividad motora ocasionalmente extravagante y lenguaje desla-
vazado y enmarañado y, en consecuencia, oscuro. 5. Huida de la realidad,
aislándose en su “campana de cristal”, al no soportar el mundo circundante.
6. “Desintegración” de la personalidad, por cuya consecuencia las facultades
superiores de la persona (inteligencia, voluntad, sentimientos) actúan de for-
ma descoordinada343.
¿Equivale desintegración a desdoblamiento de la personalidad? Esto es lo
que se afirma con mucha frecuencia. Pero existen tratadistas que rechazan
esta equivalencia. Así, Ch. G. MORRIS afirma: “Es un error frecuente pensar
que la esquizofrenia significa “desdoblamiento de la personalidad”. No es así
en absoluto. El problema que suele designarse con la expresión desdoblamiento

343
Para más detalle, pues, digamos que es común ver expresado, entre los autores de
esta especialidad, un conjunto de referencias a la esquizofrenia, próximas en contenido, distin-
tas en forma, no discrepantes con las por nosotros arriba expuestas, que podríamos sintetizar
de la siguiente manera: 1ª Alteración de las sensopercepciones (aluciones acústicas o auditi-
vas en forma de murmullos. Otras veces, se escuchan voces como de otra persona situada al
exterior o por encima del paciente, y como si vinieran de “lo alto”. Incluso, como si alguien
pensara en voz alta dentro de su propia cabeza (fenómeno de sonorización del pensamiento).
2ª Alteraciones del curso del pensamiento (confusión o alteración de ideas, farragosidad en
las mismas, desplazamiento constante del discurso…). 3ª Alteración del contenido del pensa-
miento (juicios falsos, creyéndoles, con gran fuerza, verdaderos; delirios en forma de sistema,
concatenados, en cuyo comienzo la perspción puede ser correcta, pero seguida de interpreta-
ciones peregrinas, extrañas; ocurrencias delirantes o autorreferencias incongruentes; humor
delirante, por el que se siente, emotiva o afectivamente, que el contexto cambia, que cambia
lo que le rodea, sin que, objetivamente nada ni nadie cambie. 4ª Alteraciones de la volición y
del propio vivenciar del Yo. Desaparecen las ganas de obrar activa y animosamente. Se da un
especie de fuga de la identidad del yo, una despersonalización, como si el paciente sintiese
que ya no es una sola persona. 5ª Alteraciones en el ámbito de la afectividad y de las emocio-
nes, de tal menera que no hay resonancias en el fondo endotímico, sino indiferencia para con
la realidad emocional circundante. (Síndrome de embotamiento afectivo). 6ª Mutaciones en la
psicomotricidad hasta poder desembocar en el denominado síndrome catatónico.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 285

de la personalidad es en realidad la denominada personalidad múltiple, que cons-


tituye un trastorno disociativo. Esta percepción falsa proviene del hecho de
que la la raíz “esquizo” deriva de un verbo griego que significa “dividir”. Pero lo
que se desdobla en la esquizofrenia no es tanto la personalidad como la mente propia-
mente dicha”344. No olvidando, sin perjuicio de lo afirmado, que, en principio,
el esquizofrénico conserva lozana la inteligencia y clara la conciencia, sintién-
dose el centro de todo que le acontece. Lo que le falla es la coordinación entre
las distintas facultades u funciones. Bleuler afirmaba que el funcionamiento
del esquizofrénico era parecido al funcionamiento de una orquesta musical
de maestros, actuando sin director. Con el trascurso del tiempo, pueden so-
brevenir deficiencias cognitivas.
En cuanto a la categorización de la esquizofrenia, el DSM-IV habla de
cinco tipos, diagnosticados y clasificados a partir de la sintomatología ma-
nifestada: esquizofrenia desorganizada, esquizofrenia catatónica, esquizofrenia
paranoide, esquizofrenia indiferenciada y esquizofrenia residual.
Por su parte, la OMS (CIE-10) la clasifica, en razón de la evolución de los
trastornos esquizofrénicos, en continua, episódica con defecto progresivo, episódi-
ca con efecto estable, episódica con remisiones completas, remisión incompleta, otra
forma de evolución o forma de evolución indeterminada.
A nosotros nos interesa hacer referencia a la clasificación doctrinal más
práctica desde el punto de vista del conocimiento “ad hoc”, con relación al cri-
minólogo clínico. En este sentido puede hacerse referencia a: Esquizofrenia
simple, esquizofrenia hebefrénica, esquizofrenia paranoide, esquizofrenia
catatónica, esquizofrenia indiferenciada y esquizofrenia residual.
— Esquizofrenia simple. Se caracteriza por la presentación de un desa-
rrollo imprevisto, insidioso, en forma progresiva, de trastornos psi-
cóticos que hacen desembocar en comportamientos que podríamos
calificar de extravagantes, convirtiendo al paciente en incapaz para
desempeñar su papel ordinario en la vida social, siendo bajísimo su
rendimiento en el resto de funciones. De aquí que, individuos dili-
gentes en la pre-enfermedad, se conviertan en personas ociosas, sin
iniciativa alguna, salvo el vaganbundeo.
— Esquizofrenia hebefrénica. Se manifiesta con trastornos afectivos
de gran relevancia, con ideas delirantes y alucinatorias sin estruc-
turación completa, siendo temporales, transitorias. El pensamiento
es desorganizado y, en consecuencia, arrastra al lenguaje a la oscu-
ridad y la incoherencia. La abulia y el embotamiento afectivo se ins-
talan en el paciente desde la adolescencia o primera juventud. De

344
Ch.G. MORRIS: “Psicología. Un nuevo enfoque”; Prentice-Hall Hispanoamericana, 5ª
edición, Méjico, 1987.
286 CésaR Herrero Herrero

aquí, su nombre. Su comportamiento es carente de intencionalidad


y se exhibe como errático e insustancial. De aquí, también, sus “ma-
nierismos”, sus risas o sonrisas fofas y sin sentido, su modo de actuar
fuera de tono y de contexto.Pueden aparecer ideas delirantes y alu-
cinaciones, pero sin dominar el cuadro. Son llamativas, a veces, las
alucinaciones acústicas de mandato (con frecuencia como venidas
desde “el más allá”).
— Esquizofrenia paranoide. En ésta florecen las ideas delirantes y alu-
cinaciones. Las alucinaciones se presentan en forma de voces que
dan órdenes, que insultan o increpan al alucinado, pudiendo pre-
sentarse también en forma de alucinaciones acústicas pero sin con-
tenido verbal. O, en fin, en forma de alucinaciones afectantes al resto
de sentidos: olfato, gusto… o, en forma de alucinaciones sexuales. Se
dan, asimismo, si bien no muy a menudo, las alucinaciones ópticas.
Las ideas delirantes pueden poseer contenidos de persecución, de
hacer sentir al paciente que está controlado… No son llamativos los
brotes de trastornos afectivos. Ni síntomas de abulia, ni trastorno de
lenguaje ni de movilidad.
— Esquizofrenia catatónica. Se identifica por la presencia de considera-
bles perturbaciones psicomotóricas, tomando la forma de excitación,
resistencia negativa o, en su caso, el modo de la llamada obediencia
automática, reiteración continua en el lenguaje… También cursa con
estupor, mutismo, rigidez o flexibidad excesiva, con catalepsia…
— Esquizofrenia indiferenciada. Estamos ante trastornos psicóticos
que no se adaptan a ninguno de los modelos descritos con anterio-
ridad, pues no presentan rasgos bien delimitados, sino más bien to-
mando elementos de rasgos diversos. No existe un rasgo en torno al
cual se puedan vertebrar, o en torno al cual puedan girar los demás.
— Esquizofrenia residual. Se distingue por presentar la estabilización
“in peius” de la situación inicial, caminando ésta hacia el deterioro
característico del paciente. Es decir, hasta llegar a presentar algunos
de los llamados síntomas negativos. Si bien, no hay que considerarlos,
por sistema, irreversibles.

** Esquizofrenia y criminalidad. ¿Cuál es la virtualidad criminógena de


la esquizofrenia? Las esquizofrenias (dependiendo su volumen y orientación
delictiva de la clase de esquizofrenia) aparecen, estadísticamente, como las
psicosis con más riesgo de empujar al delito y al delito violento. Dependiendo
de cúales sean los rasgos predominantes en las mismas. Las más peligrosas
son las que cursan, preferentemente, con ideas delirantes de persecución, de
alucinaciones “transmisoras de órdenes delictivas”…
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 287

Sh. HODGINS manifiesta, en alguno de sus estudios, que existen, en


efecto, pruebas sólidas, aportadas por pluralidad de investigaciones en di-
versidad de países, de que las personas afectadas por esquizofrenia, o que es-
tán a punto de desarrollarla, corren el riesgo de actuar violentamente contra
otros en una proporción comparativamente mayor que la población general.
Añadiendo algo muy interesante: Que, durante el episodio agudo, éste, en
virtud de su intensidad, se presenta como factor único o decisivo en la reali-
zación de la conducta agresiva. Aunque, una vez pasado el efecto álgido de
aquél, entran a tomar parte otros factores. Así, los factores sociodemográficos
(sexo masculino, edad joven), los síntomas persistentes (síntomas depresivos,
delirios de control…), una conducta antisocial preexistente y, desde luego,
el consumo regular de sustancias adictivas…345 Este último extremo es, asi-
mismo, ratificado por otros trabajos de Criminología Comparada. Estando en
concordancia, también, gran parte de especialistas en que los esquizofrénicos
más delincuencialmente peligrosos son los paranoides y los hebefrénicos. Y
que, por supuesto, los esquizofrénicos pueden llevar a cabo actos crimina-
les al margen de la influencia directa de su enfermedad y, por tanto, bajo el
influjo de posibles factores no derogadores de la capacidad libre de decidir.
También, a veces, entre sus delitos violentos, cometen agresiones sexuales
(violaciones…)346

345
Sh. HODGINS: “ Quelles son les données de la littérature concernant la violence hétéro-
agressive chez les personnes ayant une psychopathie associée à une schizophrénie ou à un trouble de
l´humeur?; en Vol. Col. “Dangerosité psychiatrique: étude et évaluations des facteurs de risque
de violence…”, ya citado, pp. 101 y ss.
346
A este respecto, puede verse L. MUCCHIELLI: “Quelles sont les données de la litté-
rature concernant la violence hétéro-agressive chez les personnes ayant une addiction asso-
ciée à une schizophrénie ou à un trouble de l’humeur?, en Vol. Col. citado en nota anterior,
pp. 91 y ss. Son también interesantes las observaciones, sobres estas materias, ofrecidas por
M. BÉNÉZECH y Otros, partiendo, por supuesto, de estudios solventes, y que, por ello, en-
riquecen el marco de conceptos que acabamos de exponer. Al tratar de describir, en efecto, su
aproximación clínica a este fenómeno, escriben: “El paso al acto, en particular al homicidio,
que inaugura la enfermedad, es clásico. El mismo, en efecto, puede revelar trastornos anti-
guos, pasados desapercibidos, o disimulados por el enfermo y su entorno. Las violencias hacia
las personas conciernen principalmente a los próximos. Los homicidios son cometidos, ante
todo, contra los parientes. Más raramente se trata de agresiones a un desconocido. El acto se
caracteriza clásicamente por su gravedad, con obstinación sobre la víctima, sirviéndose fre-
cuentemente de un arma blanca. Las formas paranoides y hebefrénicas son las más presentes.
Los temas delirantes de persecución, y de incidencia con ideas de influencia y de control de
ideas, son los más criminógenos, en unión de los delirios místicos. La agresión puede ser súbi-
ta, inmotivada, irracional, sin señal anunciadora previa o, a la inversa, sobrevenir en un con-
texto clínico, surgiendo en el curso de una fase productiva de la enfermedad. La ausencia de
culpabilidad, la frialdad y la indiferencia caracterizan, algunas veces, los crímenes perpetrados
por los hebefrénicos. Algunos delitos no son específicos de la enfermedad. Un esquizofréni-
co puede, desde luego, tener un comportamiento violento en relación con un trastorno del
288 CésaR Herrero Herrero

Es interersante no olvidar, tampoco, la advertencia que el mismo Sh.


HODGINS nos hace. La de que, entre los esquizofrénicos que actúan violen-
tamente frente a terceros, existen tipos distintos, tomando como referencia
la edad del comienzo del comportamiento violento y antisocial. Y así afirma:
“Los “debutantes precoces” (“early starters”) tienen un conjunto de conductas
antisociales que aparecen ya en la infancia o al principio de la adolescencia,
bien antes del inicio de la enfermedad, y que permanecen estables durante
la vida. Un segundo grupo no tiene conductas antisociales antes del comien-
zo de la patología, pero tiene, acontinuación, conductas agresivas reiteradas
contra el otro. Un último pequeño grupo, afectado por una esquizofrenia cró-
nica no manifiesta comportamientos violentos durante diez o veinte años a
partir del inicio de la enfermedad; después, no obstante, desarrolla conduc-
tas violentas graves, aflorando, con frecuencia, en forma de actos criminales
frente al entorno que le cuida.” El autor avanza, a continuación, la hipótesis
de que: “…Los factores genéticos, prenatales, el rol de los padres, el maltrato,
las funciones cognitivas y motrices, el funcionamiento del eje hipotálamo-
hipofiso-subrenal y los factores inmediatos, como los síntomas de psicosis y
el uso de sustancias adictivas, difieren en estos tres grupos de pacientes es-
quizofrénicos violentos. Y que, del mismo modo, sus necesidades a tener en
cuenta son distintas”347.

D. LA PSICOSIS MANÍACO-DEPRESIVA. CONCEPTO Y RELEVANCIA


CRIMINOLÓGICA

a) Su concepto
Esta psicosis ha de encuadrarse en el ámbito de los “trastornos afectivos”,
que obedecen a la perturbación grave del estado emocional, a perturbaciones
graves del afecto que suelen presentarse en forma bipolar. Aquí, en forma de
manía y en forma de depresión (“trastorno bipolar”). Por ello, el nombre con
que se conoce a tal psicosis.
1º Fase de manía. En ella, el trastorno afectivo o emocional se hace pre-
sente en la persona manifestándose ésta hiperactiva, muy excitada, con fal-

humor, con una intolerancia a las frustraciones, con los efectos secundarios de su tratamiento
neuroléptico (akathisia) o con un abuso de sustancias. Puede igualmente cometer una infrac-
ción con toda conciencia, de forma no ligada directamente a su patología. Las motivaciones del
acto se asemejan entonces a las de los delincuentes ordinarios: utilitaristas o en relación con
factores no psiquiátrisos. Notamos la frecuencia de fantasmas agresivos y perversos en los es-
quizofrénicos, autores no excepcionales de violencias sexuales.” (“Criminologie et Psychiatrie”,
ya citado, p.6 del estudio).
347
Sh. HODGINS: “Quelles sont les donnèes de la littérature…”, ya citado, p.101.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 289

ta de atención, euforizada, desmotivadamente “alegre” (alegría de “fogueo”),


parlanchina. A veces, exhibiendo extravagancia.
“Es interesante señalar –comenta Ch. G. MORRIS– que los episodios
maníacos rara vez aparecen aislados; casi siempre se alternan con la de-
presión. Al parecer, ello se debe a que la conducta maníaca constituye una
defensa contra la depresión. El maníaco siente una desesperación pro-
funda debajo de la superficie y hace cualquier cosa para negar sus senti-
mientos. (…)En ocasiones ese desorden se manifiesta en forma benigna:
el individuo tiene estados de ánimo alternos en los cuales hay momentos
de gran optimismo y momentos de depresión moderada”348.
2º Fase de depresión. En ella, el trastorno afectivo sitúa al paciente, que
antes gozaba de la vida y de actividades múltiples placenteras, en un esta-
do en que la tristeza le invade, acampando en su territorio psíquico el sen-
timiento de culpabilidad, el vivir pesaroso, el sufrimiento concentrado.
Transformándose, así, durante el tiempo de esa perturbación emocional, en
un ser apático, en una persona cansina, sin la más elemental iniciativa ni toma
de decisiones. Todo esto, conjugado, a veces con el frecuente llanto, quejas
sobre malestares físicos (el hombre es una unidad psicofísica), pensamientos,
no excepcionales, sobre la muerte y el suicidio.

b) La psicosis maníaco-depresiva y su virtualidad criminógena. Aunque


tradicionalmente, no se ha atribuido a esta psicosis una importancia relevan-
te en el campo de la criminalidad, sin embargo no cabe infraestimarla.
En cualquier caso, a este respecto, ha de distinguirse entre las dos fases
apuntdas. En la fase de “manía” (euforia), es muy raro que el enfermo cometa
delitos de sangre. Pero sí puede pasar a la agresión personal (puñetazos, in-
sultos…) cuando se le contraría. Sus delitos, como tendencia, son: estafas, en
las que inciden con frecuencia, el resto de delitos contra el patrimonio (a ex-
cepción del robo violento), la malversación de bienes, destrucción de objetos,
exhibicionismo, gestos impúdicos, conducción temeraria de vehículos a mo-
tor. En plena fase aguda, cuando algunos se sienten todopoderosos, pueden
comenter atentados (no en sentido terrorista) contra funcionarios públicos,
especialmente ante intervenciones policiales…).
Otros delitos, propios de su impulso patológico, son algunos relacionados
con la libertad sexual (abusos sexuales), sin que llegue a provocar, casi nunca,
ataques de este tipo mediando violencia, pues su falta de constancia e insis-
tencia le hacen incapaz de estas agresiones. En todo caso, al hacérsele frente,

348
Ch. G. MORRIS: “Psicología. Un nuevo enfoque”, ya citada.
290 CésaR Herrero Herrero

suele desistir. Los delitos de abusos sexuales se abren paso, sobre todo, en en-
fermos que combinan la manía con el alcohol o sustancias estupefacientes349.
En la fase de depresión (fase de melancolía de S. Freud)350, el paciente no
suele presentar peligrosidad muy significativa (lo vamos aver de inmediato).
Como posibles ataques a bienes jurídicos, suelen hacerse presentes, de vez en
cuando, el suicidio y el denominado “suicidio ampliado”.
Que se lleve a cabo el suicidio dependerá de su sistema de ideas, de su
código moral, de su código religioso, poseído y practicado; y, sobre todo, de-
penderá, al final, de que sea capaz, o no, de realizarlo, de acuerdo a su grado
de inhibición.
El suicidio, su ideación, está conectado con la idea de fracaso personal, de
frustración existencial, de ruina personal demoledoramente sentida.
El “suicidio ampliado” parece nacer, en su raíz, de un complejo de culpabi-
lidad y, a la vez, del asco y hastío que el así afectado siente por su entorno.Se
siente culpable por la situación de infortunio que él vive y que proyecta sobre

349
La opinión común de que el alcohol y las sustancias adictivas (estupefacientes y
psicotrópicos) despliegan una influencia criminógena poderosa, en virtud de sus efectos
desinhibidores y correspondiente liberación de las funciones intelectual-reflexivas, está hoy
contrastada a través de multitud de trabajos científicos. Delitos de malos tratos familiares,
comportamientos pendencieros de todo tipo, conatos de agresión sexual, otra diversidad de
conducta violentas, conducción temeraria de vehículos de motor… y otros muchos, nacen al
amparo de tales ingestas y consumos, en comandita con otros factores. Estos otros factores
pueden ser, perfectamente, referidos a una gran parte de las psicopatologías que venimos
describiendo. (No sólo a la psicosis maníaco-depresiva). Con no escasa frecuencia, aparece la
figura de la comorbidez, formada por alguna de dichas enfermedades y el alcohol y las pre-
citadas sustancias. No olvidemos, por lo demás, que el abuso del alcohol y de tales sustancias
fraguan, a menudo, en auténticas psicosis y, en consecuencia en graves trastornos mentales.
Pero no podemos olvidar, tampoco, algo que viene siendo “leiv-motiv” en este trabajo, que los
comportamientos antisociales o delictivos suelen ser fruto siempre, o casi siempre, de la con-
fluencia de factores endógenos y ambientales. (Sobre esta materia, puede verse: D. A. REGIER
y Otros: “Comorbidity of mental disorders with alcohol and other drug abuse. Results
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from the epidemi-
ologic catchment area (ECA) study”; en JAMA, 264 (1990) pp. 2511 y ss.; E. ROBIN, Ph. D. CLARK
y Otros: “Legal System Involvement and costs for persons in Treatment for severe Mental Illness
and Substances use Disorders”;, en Psychiatric Services, Vol 50, 5 (1999); Myriam TÉTRAULT,
Serge BROCHU, Marie M. COUSINEAU y Fu SUN: “Dépendance aux substances psychoactives,
délinquance et violence chez contravenants”, en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique et Scientifique, 4 (2007) pp. 417 y ss.; C. HERRERO HERRERO: “El consumo de
estupefacientes. Efectos y problemas derivativos. Su dimensión criminógena”, en su obra
“Criminología. Parte general y Especial”, ya citada, pp. 671 y ss.
M. BÉNÉZECH Y Otros: “Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, pp. 8-9; E. VICENS Y
OTROS (Grupo “ESTUDIO PRECA”): “The prevalence of mental disorders in Spanish Prisons”, en
Criminal Behaviour and mental Health, Vol. 21, 5 (2011) pp. 321 y ss.
350
Sobre estas cuestiones puede verse el libro de Fernando COLINA: “Melancolía y pa-
ranoia”; Editorial Síntesis, Madrid, 2011, pp. 39 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 291

sus allegados más íntimos. Situación que contempla, además, sin salida. Se
trata, en fin, de una vida “que no merece la pena vivirse”. Por si fuera poco,
está convencido de que su ausencia aumentará el malestar familiar. La con-
vengencia de tales sentimientos, e ideas “sentidas”, hacen posible la decisión
de autoaniquilarse y la héteroaniquilación de sus seres queridos.
En esta fase de depresión, el peligro notable de cometer delitos graves
(incluidos homicidios) deviene cuando la depresión se asocia a ideas deliran-
tes de índole paranoide351.
Sin contradecir lo que se transcribe con anterioridad, expuesto por M.
BÉNEZECH Y Otros, puede decirse, no obstante, que, si tenemos en cuenta
que los suicidios simples no suelen ser concebidos generalmente como deli-
tos (lo que no quiere decir que tales acontecimientos no tengan trascenden-
cia social, ética y criminológica) podemos aceptar, también, que la relevancia
estadística criminológica de la psicosis maníaco-depresiva no es muy impor-
tante. Por eso, otro gran experto en este campo, P. LE BIHAN recientemente
ha asegurado:
“La proporción de personas, que sufren trastornos afectivos mayores, en-
tre el conjunto de los autores de crímenes o de violencias es poco impor-
tante. Los trastornos del comportamiento en dimensión médico-legal no
son sin embargo raros en estas afecciones y pueden aparecer en primer
plano de la escena clínica.
La patología depresiva está, a veces, en el origen de crímenes graves, fre-
cuentemente contra los allegados, notoriamente en casos de asociación
a una situación de crisis existencial (separación de pareja, episodio pa-
sional), a una psicosis delirante, a un trastorno grave de la personali-
dad (disocial, límite, narcisista, paranoico), a un abuso de alcohol y/o de
sustancias.

351
En este sentido el mismo M. BÉNÉZECH y Otros comentan: “Varios estudios re-
cientes revelan una proporción relativamente importante –entre 16 y el 28%– de patologías
depresivas, antes de los hechos, en las series de autores de homicidios o de actos de violencias
graves. La unión de elementos depresivos y de ideas delirantes de naturaleza paranoide pare-
ce ser un factor de riesgo homicida a corto término en los psicóticos. Es probable que el poten-
cial criminógeno de la depresión y de ideas suicidas sea subestimado por los clínicos y peritos.
El suicidio o su tentativa en los homicidas es un fenómeno corriente pues su frecuencia varía
del 2 al 6% en los Estados Unidos, hasta un 42% en Dinamarca. Estos homicidas-suicidas ha-
cen referencia, sobre todo, a criminales pasionales, presentando un encelamiento patológico,
en madres depresivas, autoras de infanticidios (libéricides), en padres de familia o en parejas
añosas y deprimidas, pacientes de afecciones físicas invalidantes o dolorosas, en asesinos en
masa. La proporción de deprimidos en los homicidas-suicidas es importante, yendo de 36 a
75% según los estudios. La frecuencia de la depresión es igualmente elevada en los pactos de
suicidio, acuerdo mutuo entre dos personas que deciden morir juntos, en particular para el
instigador del doble suicidio.” (“Criminologie et Psychiatrie”, ya citado, p.7).
292 CésaR Herrero Herrero

La exaltación en la manía parece asociada a actos de violencia de menor


gravedad que en la depresión, pero relativamente frecuentes. No es raro
encontrar pacientes bipolares con antecedentes judiciales. El peligro está
en que estos pacientes sean considerados erróneamente como presentando
únicamente un trastorno de la personalidad o un abuso de sustancias. La
ausencia de tratamiento o una prescripción inadecuada o tardía exponen
a comportamientos de riesgo y a actos médico-legales que se inscriben en
la evolución de la enfermedad o en el cuadro de una comorbidez que pa-
rece particularmente frecuente. Es importante, para el clínico, mirar más
allá del simple diagnóstico y juzgar más desde los factores históricos del
paciente y desde su situación de vida actual en la evaluación del riesgo de
violencia física”352.

E. PSICOSIS EPILÉPTICA (EPILEPSÍA). CONCEPTO Y SU


DIMENSIÓN CRIMINÓGENA

a) Su concepto. La definición de esta psicosis puede ser formulada como sigue:


Patología que cursa con crisis convulsivas, acompañadas de pérdida de conocimiento o
de conciencia, de alucinaciones sensoriales y desórdenes psíquicos, debido a las disfun-
ciones operativas de algún grupo de neuronas o células nerviosas cerebrales.
Expliquemos, para su mejor intelección, la definción precedente. En la
persona normal, la membrana celular del cerebro recibe descargas elementa-
les (de índole eléctrica), en forma asincrónica y alternante, de los correspon-
dientes grupos neuronales. Es decir, una vez descarga un grupo que luego se
apaga y, de forma inmediata, desgarga otro, manteniéndose así la cobertura
bioléctrica en ambos hemisferios del cerebro. En la epilepsia, estas descargas
elementales se convierten en sincrónicas y simultáneamente intermitentes,
produciéndose interrupciones en la precitada cobertura.
Su cuadro clínico, entonces, puede hacerse presente a través de las si-
guientes manifestaciones, correspondientes a las distintas maneras o formas
de presentarse el fenómeno epiléptico:
1º En forma del llamado “gran mal”. El mismo cursa con crisis convulsi-
vas súbitas y de carácter generalizado. Parece que, a veces, se produce
una especie de aura, psicológicamente perceptible, por tomar la forma
de hormigueo, alucinaciones, somnolencia, sensaciones de incomo-

P. LE BIHAN: “Quelles sont les données de la littérature concernant la violence hétéro-agres-


352

sive chez les personnes presentants un trouble de l’humeur?” en Vol. Col. “Dangerosité psyquiatrique:
étude psychiatrique et évaluation des facteurs de risque de violence hétéro-agressive chez les person-
nes ayant une squizophrénie ou des troubles de l’humeur”, Haute Autoricé de Santé (HAS), Paris,
Décembre, 2010, pp. 84-85.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 293

didad o desagradables, como señal del inmediato evento. De todos


modos, como consecuencia, el enfermo cae al suelo y grita de modo
espasmódico. Se recorre una triple fase: Fase tónica (encorsetamiento
del cuerpo y entornamiento de ojos, junto a rigidez de mandíbulas);
fase clónica (quinesis intensa y multidireccional de cuerpo y cabeza;
fase resolutiva (estado de coma, alrededor de unos quince minutos). Es
frecuente la producción de notables mordiscos en la lengua y la laxi-
tud de esfínteres. El enfermo, desaparecida la crisis, no recuerda nada
del acontecimiento.
2º En forma del denominado “pequeño mal”. Puede producirse mediante
manifestaciones múltiples: 1) Pérdida brusca de conciencia, duran-
te algunos segundos, a modo de breves ausencias de la conciencia o
de breve eclipse de la misma (picnolepsia). 2) Contracción consciente,
pero involuntaria, de músculos (míoclonia epiléptica) y 3)Por pérdida
súbita del control corporal, que precipita la caída (astasía).
3º En forma de “epilepsia parcial”. Su inicio se visualiza, frecuentemente,
por contracciones de la mano (repercutiendo, sobre todo, en los de-
dos. Contracciones que se propagan al rostro. Pueden perderse, de
manera temporal, las funciones de conciencia, si el cuadro de con-
centraciones musculares se generaliza. Los efectos de ese “pequeño
mal” son de diversa naturaleza, dependiendo de dónde esté localiza-
do el foco epiléptico. Así, se dan crisis de trastorno de lenguaje, crisis
auditivas, visuales, olfativas… Crisis psicomotoras (con producción
de alucinaciones, automatismos, trastornos de la conciencia…), si tal
foco se localiza en la región temporal.
No cabe olvidar que, en ocasiones, las distintas crisis epilépticas se suce-
den sin solución de continuidad (status epilepticus).353
Es importante saber, además, que la epilepsia va asociada con trastornos
mentales distintos, en sí, de dicha enfermedad, y que se presentan tal vez con
más nocividad que la patología misma. Sin embargo, estos trastornos suelen
estar subdiagnosticados.
Por eso, R. L. MARCHETTI y Otros, investigadores de esta especialidad,
vienen asegurando que estos trastornos mentales asociados a aquélla han de
ser considerados como factores relevantes en el deterioro de la calidad de
vida de no pocas personas. Concretamente, afirman: “Los trastornos menta-
les asociados con la epilepsia compromenten la calidad de vida, desfavorecen
la capaciad de adaptación profesional, reducen la tasa de ocupación y contri-

353
Sobre estas cuestiones puede verse I. C. DAVIDOFF: “introducción a la Psicología”,
Ed. Mc Grown-Hill, México, 1980; J. A. GARCÍA ANDRADE: “Psiquiatría criminal y forense”,
ed. C. de E. “Ramón Areces”, Madrid, 1993.
294 CésaR Herrero Herrero

buyen a la internación hospitalaria recurrente y al incremento del riesgo de


suicidio.
A pesar de ser frecuentes e importantes, los trastonos mentales están
subdiagnosticados en los pacientes con epilepsia. Además del estigma aso-
ciado con la enfermedad, los pacientes que también tienen trastornos men-
tales asociados, se enfrentan con lo que se ha denominado “doble estigma”.
Añadiendo, más adelante, que, con la epilepsia, el ánimo depresivo es el sín-
toma psiquiátrico más común y que la potenciación de la psicosis parece estar
incrementada en pacientes con epilepsia.354
¿Qué influencia criminógena podrán tener las disfunciones expuestas,
hasta aquí, por parte de la psicosis epiléptica, sin olvidar las disfunciones
concomitantes?
b) Epilepsia y criminalidad. La virtualidad criminógena de la epilepsia
ha de ser relacionada tanto con las alteraciones gnoseológicas que produce,
como por el posible deterioro de la personalidad en su conjunto. Sin pasar
por alto los enturbiamientos de conciencia, derivados de la alta impulsividad
e instintividad, más o menos elementales, desarrollados por esta enfermedad
cuando no ha sido debidamente tratada y controlada. Sin olvidar, tampoco,
que, como ocurre con todas o con la mayoría de las psicosis, potencia esa
capacidad delictógena con el alcohol y sustancias estupefacientes o adictivas.
Apuntando, pues, a esa virtualidad, podemos destacar lo siguiente:
— En pleno ataque epiléptico (estado comicial), podrán producirse re-
sultados dañosos por omisión, naturalmente involuntaria: dejar fue-
go encendido, interrumpir el cuidado que venía administrándose al
niño de pocos meses…
— En las fases previas o posteriores al ataque convulsivo, cuando se
entra en el denominado “estado crepuscular”, el paciente puede pro-
ducir incendios, cometer hurtos, muy raramente robos, de los que,
como es obvio, difícilmente también, será penalmente responsable.
Se trata, en principio, de situaciones de inimputabilidad.
— En el denominado “delirio epiléptico”, es razonable poder afir-
mar que este paciente encarna la mayor peligrosidad de todos los
enfermos afectados por psicosis. El “delito” (delito, claro está, ma-
terialmente hablando), en este estado, es casi siempre de sangre.
Especialmente llamativo es el homicidio perpetrado con series de
golpes de arma blanca, centrados en un mismo círculo anatómico
(“reproducción fotográfica del golpe”). Se trata, a veces, de delirios para-

R. L. MARCHETTI, A.P. W. CASTRO, D. KURCGANT y Colaboradores: “Epilepsia y


354

trastornos mentales”; en Revista de Psiquiatría Clínica, Vol. 32, 3 (2005) pp.170-182.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 295

noicos tan intensos que impulsan al apaciente a actuar, se ha dicho,


como si se tratara de defenderse de los “cataclismos evocados del fin
del mundo”.
En sí misma, pues, la epilepsia, sobre todo si la separamos de los citados
trastornos mentales acompañantes, no parece que sea una psicosis genero-
sa en generar delincuencia, al menos delincuencia grave o muy grave, sal-
vo excepciones. Si bien, al estar asociados a la enfermedad dichos trastornos,
la ponen en referencia, al respecto, con pronósticos criminológicos menos
benignos.355
Interesantes son, sobre esta capacidad criminógena de determinados epi-
lépticos, las observaciones de H. MARCHIORI: “Hemos mencionado, entre
las características de las personalidades epilépticas, inmadurez e inseguridad
en las conductas a consecuencia de las crisis y del temor a las mismas. Este
temor por el control de su cuerpo, es decir la imposibilidad de controlarse, va
deteriorando paulatinamente los aspectos de vinculación social, su lenguaje,
sus relaciones interpersonales que están centralizadas en el núcleo familiar.
Lo anterior explica de algún modo que las víctimas en los delitos cometidos
por epilépticos tengan una vinculación de tipo familiar con el autor, casos de
lesiones a hermanos, esposa, delitos de homicidio, donde es notoria la impul-
sividad y el desequilibrio, pero donde también se advierten fantasías e ideas
paranoides, mucho antes de la proyección de la agresividad.”356

F. LA PARANOIA, COMO PSICOSIS AUTÓNOMA. CONCEPTO Y SU


RELACIÓN CON LA DELINCUENCIA

a) Concepto. “Paranoia” (que no hay que confundir con la esquizofrenia


paranoica) es la expresión del sustantivo griego paránoia (=extravío del espiri-
tu, demencia, locura) y que, etimológicamente deriva del verbo paranoéo, que
significa comprender o entender mal.
En esta línea significativa, se viene definiendo la paranoia como: La forma
de psicosis consistente en el desarrollo de un sistema de delirios, coherentes e interna-
mente lógicos en la medida en que se difumina o deja de existir la actividad alucinato-
ria, y que son la base de la falsa intelección e interpretación de la realidad.
Los delirios, como ya se ha afirmado, obedecen a creencias u opiniones
tenazmente sostenidas por el afectado, a pesar de carecer de todo fundamen-
to objetivo y aún estando abiertamente en contra del testimonio creíble de
terceros o de la convicción del grupo social de pertenencia. El juicio mante-

355
Sobre este particular puede verse la investigación de Seena FAZEL: “No Excess of
epilepsy in prisoners”; en British Medical Journal, Vol. 324, Issue 7352, de 20 June, 2002.
356
H. MARCHIORI: “Personalidad del delincuente”, ya citado, p. 145.
296 CésaR Herrero Herrero

nido por el enfermo no es, pues, enmendable ni con la experiencia, ni con la


crítica ni con la persuasión Tales opiniones o creencias aparecen firmemente
sostenidas por el delirante, al surgir de un raciocinio o argumentación deriva-
dos de una inteligencia que, a pesar de todo, se mantiene y se reconoce sana.
Es normal, también, la coordinación entre inteligencia y voluntad. (Lo
que no se da en la esquizofrenia paranoica).
Entonces, ¿dónde se encuentra la anomalía patológica? Está en el pre-
supuesto, tenido como objetivo, real, en el que el paciente basa el raciocinio,
siendo así que el mismo carece de todo fundamento de verdad. O, si tiene al-
guno, está de tal manera desfigurado por el enfermo que se presenta grande-
mente desproporcionado. Por lo demás, es claro que esa ilazón entre lo obje-
tivamente irreal o falso y el raciocinio consecuente, como si lo irreal o lo falso
no lo fueran, no es fruto de voluntariedad intencional sino, precisamente, del
desorden o trastorno paranoico. Y acontece, además, que, en la paranoia, los
delirios se tornan aparentemente más sistematizados, coherentes o lógicos,
según se va agravando la enfermedad. Lo que es congruente porque es, en
eso, en lo que la enfermedad descansa.
A eso se le debe añadir, además, que al sistema de delirios le acompaña
la estructura intensamente egocéntrica del paciente. Desde aquí puede com-
prenderse mejor por qué los contenidos del sistema de delirios convergen y
se refieren, acaparadoramente, a su persona, como si todo girara en torno a él
y todo contra él conspirara. Ello explica el que se sienta profundamente ame-
nazado (en su vida, integridad física…). Que se crea perseguido, controlado
por los que poseen poder, porque él se siente poderoso. Que desarrolle pro-
cesos de celos… y, a veces, sentimientos delirantes de culpa revolviéndose
contra sí mismo…
Precisamente, de acuerdo a tales y otros contenidos de delirio, cabe ha-
blar, en la paranoia, de delirios “de grandeza”, delirios de “autorreferencia”,
delirios de “persecución”, delirios eroto-maníacos, delirios “de celos”, delirios
de “reivindicación”, de animadversión contra zonas del “propio cuerpo”…357
b) Paranoia y virtualidad criminógena. Con todo lo expuesto, es difícil
imaginar que un paciente así pueda estar adaptado socialmente en forma
constructiva. Su falta de flexibilidad existencial, de empatía para con los que
le rodean, ni siquiera le permiten disfrutar de los “éxitos” a que pudieran lle-
varle sus “peripecias”. Por lo demás, está muy lejos de ser capaz de someterse
a la disciplina social, al espíritu de cuerpo o de grupo, a las pautas de la nor-
mas. Él vive para él y desde él y contra los otros.

357
Para esta materia puede verse: W. SACCÀ: “Manuale del paranoico asociale”, Edit.
Neftasia, 2012; Ugo FORNARI: “Paranoia. Dal disturbo di personalità alla psicosis delirante”,
Express Edizioni, 2011; Fernando COLINA: “Melancolía y paranoia”, ya citado, pp. 95 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 297

En consecuencia puede decirse, desde este punto de vista, que el que


adolece de esta psicosis delirante, al sentirse intensamente perseguido, reac-
ciona con violencia, que se proyecta en agresiones, hasta devenir, a veces, en
homicida. Es decir, que, de “subjetivamente” perseguido, se convierte, objeti-
vamente, en perseguidor. No raras veces, con notable peligro.
Un gran número de injurias, de desacatos a la autoridad, de resistencia a
sus agentes, o de agresión a una y a otros, tienen su fundamento en el desa-
rrollo insidioso del sistema delirante generado en esos psicóticos. Sin olvidar,
además, que la “querulancia” (manía justiciera) es propia, también, de estas
personas.
Los paranoicos celosos (delirios por celos, celos por delirios) se ven en-
vueltos, más veces de la cuenta, en agresiones, lesiones y hasta homicidios.
Los llamados paranoicos idealistas, o “místicos”, producen grandes per-
turbaciones de orden público y social (atentados, atracos, secuestros…). Todo
ello hay que tenerlo en cuenta a la hora, por ejemplo, de intervenir en mani-
festaciones ilegales, o en legales de inicio, que “se desvían” después.
Tampoco son raros comportamientos gravemente antisociales (delicti-
vos), relacionados con violaciones de domicilio, querellas y denuncias falsas,
cleptomanías, piromanías, exhibicionismo… Y, desde luego, el ataque a pro-
fesionales de la medicina, cuando se trata de hipocondríacos delirantes.
“Los delirios paranoicos –escriben BÉNÉZECH y Otros– tienen una re-
putación clásica de peligrosidad. El paso al acto es desde luego premeditado
y organizado, inscribiéndose en un ámbito paralógico de reivindicación, de
prejuicio o de persecución. El enfermo se ve como una víctima, buscando
hacerse justicia. El crimen es considerado como justo y merecido, dándo-
le valor de castigo y de ejemplo. Puede apaciguar, momentáneamente, la
sintomatología delirante. El mecanismo psicopatológico es la proyección
del paciente perseguido, matando para evitar ser él mismo víctima. La pe-
ligrosidad es proporcional a la hipertimia, a la exaltación pasional, pero
igualmente a la depresión. Para el enfermo, la agresión corresponde a una
reacción de legítima defensa. Ella no es casi nunca seguida de un senti-
miento de pesar o de culpabilidad. Las circunstancias del entorno, a veces
con burla u hostilidad, aumentan el riesgo de agresividad violenta.
(…) Las víctimas son el cónyuge y/o el rival en en el delirio de ce-
los, los vecinos en el delirio de relación, el o los perseguidores, según
delirio…”358

358
M. B´NÉZECH, P. LE BIHAN y M. L. BOURGEOIS: “Criminologie et psychiatrie”,
ya citado, p. 6.
Capítulo quince

DESARROLLO DE ALGUNAS
PSICOPATOLOGÍAS CONCRETAS
DESDE UNA PERSPECTIVA
CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA:
2º LA NEUROSIS, LA OLIGOFRENIA
Y LAS PSICOPATÍAS
A. INTRODUCCIÓN

Siguiendo con los tipos de infractores psquiátricamente definidos, va-


mos a abordar en el presente Capítulo, una vez tratadas las principales psico-
sis, otras figuras de carácter psiquiátrico, relevantes, asimismo, por su virtuali-
dad criminógena. Nos referimos a la neurosis, la oligofrenia y las psicopatías.
Al final haremos, brevemente, una comparación entre psicopatía y trastorno
antisocial de la personalidad. Vamos a verlo.

B. LA NEUROSIS. CONCEPTO Y UBICACIÓN PSIQUIÁTRICA. SU


DIMENSIÓN CRIMINÓGENA

a) Concepto y ubicación psiquiátrica. Existe una enfermedad mental en


la que los pacientes son absorbidos, cada vez más, por sus angustias, rarezas,
inadaptaciones a la realidad. De tal forma que dedican toda su energía a tratar
de oponerse, de forma angustiosa y negativa, a dicha situación, sin orientación
alguna al establecimiento de relaciones humanas o de objetivos de índole cons-
tructiva. El enfermo, por ello, se siente desperdiciado y profundamente infeliz.
Desemboca, en consecuencia, en falta de control sobre su vida y en el padeci-
miento de notables perturbaciones psicoafectivas. Estamos ante la neurosis.
¿Cómo podemos definir, entonces, esta psicopatología? Parece que se
acierta entendiéndola como: “Una forma anormal de reaccionar vivencialmente,
poniéndose así en contacto con el propio interior y el exterior, debido a una estructura
de reacción patológica, fundada o derivada de la ruptura del equilibrio dinámico del
psiquismo, al no superarse alguna clase de conflicto o conflictos internos, sobrevenidos
al paciente por acontecimientos de alta significación para él.
La característica más definitoria de toda neurosis es la voluntad sincera
y decidida, aunque ineficaz, de aliviarse de la angustia. A este objetivo está
dedicada gran parte de la actividad mental e, incluso, operativa del paciente.
Desde el punto de vista psiquiátrico, la neurosis no es ninguna clase o
modalidad de psicosis. Por eso, la misma no destierra al paciente del suelo de
la realidad. El propio S. FREUD, al comparar la neurosis con la psicosis, afir-
maba que la distinción principal entre ellas está en que: “La neurosis no des-
miente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la des-
302 CésaR Herrero Herrero

miente y procura sustituirla”359. Y es que, en realidad, la neurosis se presenta


no como enfermedad directamente nacida en la mente, sino como patología
que afecta directamente a la afectividad, cuyos trastornos se producen con
tanta intensidad que rompen la dinámica del psiquismo. La mente, pues, se-
ría afectada de forma indirecta. Estos trastornos se manifiestan a través de la
inmensa angustia que invade al paciente, cuya personalidad no se desorgani-
za estructuralmente a la manera de como ocurre en la psicosis.
André AMAR y Otros aseguran que la neurosis ha de ser descrita como
trastorno grave del psiquismo con desórdenes en el comportamiento. Que,
al revés de lo que ocurre en la psicosis, la neurosis no es una enfermedad
constitucional. Y que el sujeto es consciente de su estado y desea vivamente
curarse. Vienen, por ello, a decir que esta patología: “…Se manifiesta en ac-
titudes y efectos aberrantes. Así, la “neurosis de fracaso” o “de destino” im-
pulsan al sujeto a adoptar puntos de vista, o a tomar decisiones, contrarios a
sus intereses. La “neurosis obsesiva” le impulsa a ejecutar rituales complica-
dos para conjurar sus temores respecto al polvo, a los microbios, a los objetos
puntiagudos, etc. En la fobia o “neurosis de angustia”, el enfermo no puede
soportar hallarse en un lugar cerrado o atravesar espacios abiertos.”
Que según Freud, “todos estos síntomas proceden de complejos sexuales
que se remontan a la primera infancia.” Que “Adler explica la neurosis de fra-
caso como una deformación del sentido de la vida.” Que para Jung, “se trata
en general de trastornos en el desarrollo de la personalidad.”
También exponen que: “Junto a estos grandes trastornos del psiquismo,
se observan otros menores que caracterizan a las que suelen llamarse “perso-
nalidades neuróticas”. Por ejemplo, en la hipocondría, el sujeto se preocupa
exageradamente de su salud; en la impotencia o en la frigidez, es incapaz de
experimentar los placeres normales de la sexualidad; en la depresión, abdica
ante las dificultades de la vida”360.
Por tanto, y como síntesis de lo que acaba de decirse, “Le Centre
d’Épidémiologie sur les Causes Médicales de Décès”, de Francia, comenta:
“Aunque la distinción entre neurosis y psicosis sea difícil y da lugar a con-
troversias, ella ha sido comprendida en razón de los comportamientos. Los

359
S. FREUD: “Neurosis y psicosis”; en Obras Completas, Vol. 19, trad. J. Strachey y J.L.
Etcheverry, edit. Amorrortu, B. Aires, 1978, p.195. Sobre esta materia, también: S. FREUD: “La
pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”, en Obras Completas, citadas, Vol. 12. Sobre es-
tas cuestiones puede verse J. I. TABARES VELÁSQUEZ e Y.VERA QUICENO: “El concepto de
psicosis en Freud”, en Revista Electrónica Pyconex, Vol. 2-3 (1910) pp. 1-9. También, G. A. VERA
ANGERITA y Manuela VALENCIA PIEDRAHITA: “Neurosis y psicosis en Freud. Mecanismos defi-
nitorios y vinculaciones con la realidad”, en Revista Electrónica anterior, 1-15 pgs.
360
André AMAR y Otros: “La Psicología moderna de la A a la Z”; Ediciones Mensajero,
2ª edición, 1976, p.256.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 303

trastornos neuróticos son los trastornos mentales sin ninguna base orgáni-
ca demostrable y frente a los cuales el enfermo puede guardar una perfec-
ta lucidez, sin acompañarse de alteración alguna del sentido de la realidad
y con relación a los mismos, habitualmente, el individuo no confunde sus
experiencias subjetivas y sus fantasmas mórbidos con la realidad exterior. El
comportamiento puede ser muy perturbado, si bien quedándose general-
mente dentro de limites socialmente aceptables, pues la personalidad no está
desorganizada. Las principales manifestaciones son una ansiedad excesiva,
síntomas histéricos, fobias, síntomas obsesivos y compulsivos, depresión”361.
Por lo demás, para comprender, de forma adecuada el fenómeno de la
neurosis en no pocos miembros de nuestras sociedades, es necesario tener
en cuenta una visión amplia y multidisciplinar de cómo influye el ambiente
cultural, económico-político y, en general, el medio social en el fenómeno de
la neurosis362.
b) Su dimensión criminógena. Sobre este particular es de subrayar que
existe una categoría de neuróticos (los denominados “neuróticos compulsi-
vos”) que, en busca de catarsis, “deciden” resolver sus conflictos intrapsíqui-
cos, a los que se enfrentan, poniendo en acción comportamientos antisociales.
A veces, graves. Incoscientemente, buscan, con éstos, liberarse de su altísima
tensión descargándola sobre los demás, culpándoles de ella, manifestándose
con gran agresividad, seguida, no frecuentemente, de no escasa violencia.
Violencia que se materializa en insultos, injurias, lesiones…363
Otros enfermos de neurosis (obsesivos no compulsivos…) tratando de
liberarse de su densa e intensa angustia “cambian” necesidad de catarsis por
delitos, con cuyo próximo castigo esperan compensar su conflicto interior,
nacido, a veces, de un complejo de culpabilidad. En este empeño, pueden
cometer, por ejemplo, actos de piromanía, de cleptomanía, abusos sexuales…
Sin descartar casos en que se autoacusan falsamente con el mismo fin364.
De todas formas, lo neuróticos en general no manifiestan ni amplia ni
grave orientación delictiva.

361
CENTRE D’ ÉPIDÉMIOLOGIE SUR LES CAUSES MÉDICALES DE DÉCÈS (CEPIDC),
DE LA FRANCE; texto de la cita en http://www.cepidc.inserm.fr./inserm/html/pages/ICD-9fr/300.htm
362
A este respecto puede verse Karen HORNEY: “La personalidad neurótica de nues-
tro tiempo”; trad. de Ludovico Rosenthal, edit. Paidós, Barcelona, 2000.
363
Para entender mejor el porqué del paso al acto delincuencial del delincuente neu-
rótico, sobre todo de los infractores neuróticos jóvenes, puede verse Ph. KING BROWN: “The
Neurotic Basis of Juvenile Delinquency. With the study of some special cases mostly from the
San Francisco Juvenile Court”; en The Journal of American Medical Association (JAMA), Vol.
LVIII, 3 (2012) pp.184 y ss.
364
Sobre esta materia puede verse Arthur H. WILLIAMS: “Neurosi e delinquenza. Uno
Studio psicoanalitico dell’omicidio e di altri crimini”, Edit. Borla, Roma, 2000.
304 CésaR Herrero Herrero

C. LA OLIGOFRENIA. SU CONCEPTO. GRADOS Y CAPACIDAD


CRIMINÓGENA

a) Concepto. La etimología del témino ya nos indica con claridad el signi-


ficado correcto de lo que ha de entenderse por oligofrenia. Concretamente, en
griego clásico, “oligos” significa poco, escaso, pequeño, breve; y “fren-frenós”, inteli-
gencia, mente, pensamiento… Por tanto, oligofrenia, etimológicamnte hablando,
es igual a poca inteligencia, inteligencia escasa, inteligencia o mente corta.
Desde el punto de vista de la psicopatología especial o diferencial, la oli-
gofrenia suele definirse como el estado derivado de un detenimiento, inte-
rrupción o estancamiento congénitos o precoces de la persona, en lo que
se refiere al desarrollo, principalmente, de la inteligencia; pero afectante
también, de alguna manera, al resto del psiquismo.
Se trata, pues de un estado, es decir, de una situación permanente. La oli-
gofrenia, por ello, es, en cuanto tal, irreversible. No se trata, por tanto, de un
estado de retraso mental de carácter orgánico (“demencia orgánica”), pues ésta
procede, etiológicamente, de patologías infecciosas o de carácter traumático,
dañosas del Sistema Nervioso Central, en virtud de lo cual se producen los
trastornos de carácter intelectivo. La demencia orgánica no tiene por qué pro-
ducirse, tampoco, de forma absolutamente precoz, en la primera infancia.
La oligofrenia no es, tampoco, una psicosis, porque no supone una alte-
ración cualitativa del psiquismo. Consiste, simplemente, en lo esencial (aun-
que con derivaciones al resto de la personalidad) en un “handicap mental”,
en una deficiencia mental, intelectual, de grado, más o menos pronunciada,
en comparación con el C. I. estadísticamente normal.
Hay autores, no obstante lo que acabamos de decir, que prefieren hablar,
en esta materia, de “retardo mental”, acogiendo en este concepto tanto a la oli-
gofrenia en sentido estricto como a la “demencia orgánica”. Así parece hacerlo,
por ejemplo, H. MARCHIORI, cuando escribe:
“El débil mental es un enfermo de la inteligencia y esta enfermedad no per-
mite construir una personalidad integrando su sistema de valores propios en
una buena estructuración lógica de conocimientos. El retardo mental, dice
Frazier, re refiere a condiciones anormales caracterizadas por un defecto en el
desarrollo intelectual que, por lo común, existe al momento del nacimiento, o
se presenta en la primera infancia y es provocado por enfermedad, lesión,
perturbaciones genéticas o carencia social extremada”365.
Por lo que respecta a las características del síndrome oligofrénico, S.
APAZA COCARICO recalca que se identifica por presentarse como:

365
H. MARCHIORI: “Personalidad del delincuente”, ya citado, p.95.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 305

— Insuficiente desarrollo de las formas complejas de actividad psíqui-


ca, fundamentalmente de la actividad cognoscitiva.
— La firmeza de este desarrollo insuficiente.
— La afectación generalizada e irreversible del cerebro como causa pri-
maria, habiéndose de plantear el concepto de retraso mental como
un estado global, que tiene diversas manifestaciones clínicas, que se
explican, en su diversidad, atendiendo a la naturaleza y estructura
del defecto, comprensibles, a su vez, desde la etiología del aconte-
cimiento, el momento de la aparición de la lesión del S.N.C., la na-
turaleza de la afección, la localización de una zona especialmente
dañada, las condiciones en las cuales el sujeto lesionado crece y se
educa y las peculiaridades de su personalidad366.
Relevante es, aquí, hacer referencia a las clases o grados distintos de
presentarase la oligofrenia. Por su relación con la diferente criminalidad que
cada una o cada uno conllevan. Desde esta perspectiva y teniendo en cuenta
el grado de incapacidad, cabe seguir clasificándola a manera tradicional en:
Oligofrenia profunda o idiocia, oligofrenia media o imbecilidad y oligofre-
nia débil. La primera es la poseída por los pacientes con C. I. menor del 30%
con relación al de las personas estadísticamente normales. En la segunda (la
media o imbeciliodad), el C. I.. es de 30 a 50%. En la tercera (la débil) están
incluisos los que alcanzan de C. I. de 70 a 85%.
En la actualidad, la clasificación abarca una escala con cuatro tramos:
Deficiencia profunda, debilidad profunda, debilidad media y debilidad
leve.
Los inmersos en el tramo de “Deficiencia profunda” ofrecen, respecti-
vamente, un C. I. aproximadamente inferior al 30%. Se corresponden, sus-
tancialmente, con los referidos a la oligofrencia profunda o idiocia. Se trata de
personas incapaces de comunicarse entre ellos y son refractarios “ex se” a la
educación. Todo ello, por ser incapaces de internalizar los conceptos y valores
más elementales de la interrelación social, pues no superan la edad mental
de los tres años. Naturalmente, no existe en ellos articulación del lenguaje,
emiten gritos inarticulados No tienen capacidad, tampoco, de manifestar la
mínima señal de afectividad o de reconocimiento personal de sus allegados,
incluso los más cercanos.
Los inclusos en el tramo de la “Debilidad profunda” (correspondientes al
tramo de oligofrenia media de la clasificación tradicional) manifiestan un
C. I. aproximado de 30-60% y son incapaces de leer y escribir y, por lo mis-

366
Sonia APAZA COCORICO. “Oligofrenia y Criminología”; en www.Scribd.com/
doc/57151806/OLIGOFRENIA-Y-CRIMINOLOGIA. Del 6 de mayo del 2011, pp. 3-4 del
estudio.
306 CésaR Herrero Herrero

mo, con capacidad muy escasa (o nula) de aprender. Si bien, son capaces
de reconocer a padres y allegados y manifestar ciertas emociones ante las
personas que les atienden. Su edad mental oscila entre los cuatro y siete u
ocho años. Difícilmente tienen alguna comprensión de las consecuencias
de sus actos y no tienen conciencia de la situación contextual en que viven o
se encuentran. Escasa o nula tabla (al menos jerárquica) de valores. Si bien,
sí tienen noción sobre las normas de conducta y ejercen actos con algún
grado de elección.
Los circunscritos al círculo de afectados de oligofrenia calificada como
de Debilidad media (con 60 a 70 % de C. I. y correspondientes, al menos en
parte, a la oligofrenia débil de la clasificación clásica), así como los consi-
derados en el ámbito de la Debilidad leve (70 a 85 ó 90 % de C. I, he aquí la
novedad) presentan, como lo transcribe Babio PELOSO, experto psiquia-
tra, un cuadro psíquico y externo como el siguiente, cuando comparecen a
entrevista:
— Generalmente acompañados, aunque sin demasiado esmero en el vestir.
— La actitud es poco colaboradora.Se manifiesta asustado o intimida-
do. La mímica y la gestualidad ofrecen pobreza expresiva. El discur-
so es lento y de escaso contenido.
— La comprensión es dificultosa. La atención apenas la mantiene y por
breves periodos. La memoria está habitualmente bien conservada.
La conciencia suficientemente lúcida.
— La orientación en el tiempo y en las relaciones interpersonales está
muy presente, al revés de lo que ocurre con la que respecta al espa-
cio, que puede manifestar algunas dificultades.
— La ideación ofrece incapacidad asbtractiva; el pensamiento concreti-
zado, perseverante y repetitivo.
— La afectividad puede ser sana y perturbada y el instinto de autocon-
servación es limitado. La sexualidad se manifiesta con claro déficit.
Las emociones, inadecuadas al estímulo. Los sentimientos están ca-
tegorizados: “bueno-no bueno”, sin salir de este círculo.
— Crítica y juicio existen, pero siendo problemáticos en su conexión
con la inteligencia.
El mismo autor termina diciendo, sobre la adaptación al medio de estos
“débiles mentales leves y medios”, que: “…Tienen dificultad para modificar su
adaptación al ambiente en el que viven: es muy difícil pretender variar los
hábitos de un “débil”, en cuanto que, por paradójico que parezca, su desa-
rrollo evolutivo siga modelos de hiperadaptación. Hipotizar que un débil de
media o leve entidad pueda comprender el motivo de un despido, a causa de
una situación conyuntural adversa, es verdaderamente difícil por cuanto su
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 307

modelo de hiperadaptamiento ambiental-socio-laboral le impide vislumbrar


los modelos de comprensión del hecho”367.
b) Oligofrenia y relación criminógena. Antes de seguir adelante, una se-
ñal de advertencia: Aquí se trata, desde luego, de dilucidar la relación de inte-
ligencia-criminalidad, pero de una forma muy delimitada y especial. ¿Por qué?
Porque, aquí y ahora, nos referimos a un nivel de inteligencia que no llega
al umbral del C. I. medio, al de las personas estadísticamente normales. Nos
referimos, como es claro, a la relación de los que estan afectados por oligofre-
nia con comportamientos gravemente antisociales o delictivos. El esclarecer
si los delincuentes son menos inteligentes que los que no lo son, o al revés
(cuestión aún muy debatida), es otro problema, que aquí no es oportuno di-
lucidar. Entre otras cosas, porque este problema gira en torno a delincuentes
–no delincuentes a los que se les supone normalidad intelectual. Ahora, pues,
no es el caso368.
Entonces, ¿qué relación tiene la oligofrenia con la actividad criminal?
La experiencia contrastada nos dice que no hay duda que existe relación. La
Práctica jurídica, sanitaria especializada y los trabajos de los investigadores
especialistas así lo certifican369.
Entre los delitos más recurrentes de los oligofrénicos que delinquen (ya
veremos luego cuáles son) se contabilizan:
1º Delitos contra la vida y la integridad física (asesinatos de ancianos,
de niños, de mujeres, a veces precedidos de violación o agresiones
sexuales de otra índole).
2º Delitos contra la libertad e idemnidad sexuales (violaciones consuma-
das y en grado de tentativa (a impulsos concomitantes de compen-
sación de su complejo de inferioridad…), abusos deshonestos (estu-
pro…), pedofilia, gerontofilia. Los hay que practican actos de zoofilia
(que, aunque no sean delito…), necrofilia (delito de profanación de
cadáveres, pero de raíz de desviación sexual…).
3º Delitos contra el patrimonio: el más frecuente, el hurto, por la facili-
dad de comisión… Hay delitos de daños y conexos a través de prácti-

367
Fabio PELOSO: “Psichiatria clinica e Psichopatologia speciale”; Compendio realizzato
sulla base delle lesione tenute dal Dr. G. LOMBARDI durante il Corso SCCI formazione in
pschiatria; en www. maella.it/…/Psichiatria%20, año 1999, pp.10-11 del texto.
368
Para el planteamiento entre el vínculo “inteligencia-crimen”, relacionado con de-
lincuentes-no delincuentes, puede verse, entre otros trabajos, el magnífico estudio de J. P.
GUAY, J. PROULX y Marc OUIMET: “Le lien intelligence-crime”; en Revue Internationale de
Criminologie et de Police Technique et Scientifique, 2 (2002) pp.131 y ss.
369
Así, por ejemplo, los estudios de S. HODGINS. Claramente, en su estudio: “Mental
disorder, intllectual deficiency and crime. Evidence from a Birth Cohorte”; en Archives Gen. Psychiatry,
49 (1992)pp. 476 y ss.
308 CésaR Herrero Herrero

cas de piromanía, llevados a cabo por rencor, resentimiento, vengan-


za o por ansias de experiementar sensaciones fuertes o placer…
No rara vez, aparecen comprometidos en acciones delictivas en grado de
complicidad, o en autorías puramente materiales al dejarse llevar por induc-
ciones de otros delicuentes, dadas su situación de escaso raciocinio y menos
reflexión… Circunatancias éstas que, asimismo, les lleva, a veces, a perpetrar
delitos muy graves sin aparente motivación.
¿Qué tipos de oligofrénicos son los que acceden, en cuanto tales, a la
estadítica del crimen tal como acaba de relatarse?
Sonia APAZA COCORICO, a este respecto viene a decir: Al igual que el
enfermo mental, el oligofrénico es tanto más peligroso cuanto más próximo
está de la normalidad, pues en este caso puede actuar con más premedi-
tación, ser su conducta más intencional y su acción más coordinada. En la
oligofrenia, el máximo nivel de peligrosidad estará, por tanto, en los débiles
mentales. Los imbéciles, numéricamente, producen menos actividad delicti-
va, aunque pueden ser autores de delitos graves. La peligrosidad social de los
oligofrénicos depende de la gravedad y de su modalidad clínica370.
Esta visión de la autoría delincuencial entre los distintos grupos de oli-
gofrénicos es, al parecer, generalizada entre los estudiosos y prácticos de esta
cuestión. Así, por ejemplo, en parecida orientación a la precedente, Mª del
Carmen CANO LOZANO y Mª Pilar MARTÍN CHAPARRO escriben:
“La posibilidad de que un individuo con retraso mental cometa actos de-
lictivos depende de la profundidad de su déficit intelectivo y de su moda-
lidad clínica. La profundidad del déficit intelectivo se refiere a que cuanto
mayor sea el grado de retraso mental, menor será la capacidad delictiva y,
por tanto, menor la peligrosidad. Por su parte, la modalidad clínica sig-
nifica que origina más problemas penales la forma intranquila, irritable o
activa que la forma apática, tranquila o pasiva (Rodes y Martí, 1997).
En los niveles profundos de retraso mental, la misma incapacidad psico-
física que los pacientes tienen les priva de la posibilidad de delinquir. No
obstante, en algunos casos se constatan delitos contra la propiedad (en
forma de hurtos burdos), contra la liberatad sexual (casi siempre simples
intentos) e incluso en ocasiones delitos contra la seguridad (como incen-
dios, de los cuales son típicos los practicados por diversión). Es más fre-
cuente que estos pacientes sean víctimas de delitos tales como abandono,
malos tratos, que no los autores de los mismos. En las formas moderadas
y leves, el delito aumenta en frecuencia y variedad. Desde un punto de
vista psicológico-forense los casos más difíles de peritar son los sujetos

370
Sonia APAZA COCORICO: Trabajo ya citado, pp. 16-17.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 309

que tienen una capacidad intelectual límite ya que como síntomas aso-
ciados a su deficiencia intelectual se encuentran otros como una gran
sugestionabilidad, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, agre-
sividad y escaso control. Frecuentemente entran en conflicto con la ley
por delitos contra las personas (lesiones y homicidios), contra la libertad
sexual (agresiones y abusos sexuales) y contra la seguridad (Cabrera y
Fuentes, 1997)”371.
Pero, además de su déficit intelectivo y de su modalidad clínica, hay que
tener en cuenta (para poder comprender y en lo posible pronosticar el com-
portamiento antisocial, o no, del oligofrénico, al menos del oligofrénico “dé-
bil”) el modelo de desarrollo de la personalidad del mismo.
Parece que estos modelos pueden sintetizarse, básicamente, en tres:
Modelo neurótico-ansioso-depresivo; modelo Reactivo-conflictual y modelo de
desarrollo paranoide.
Fabio PELOSO los entiende de la siguiente manera:
— Modelo neurótico-ansioso- depresivo. El “débil”, que “sigue” este mo-
delo, para hacer aceptar su condición en el medio donde vive (fami-
lia, trabajo…) pone en acción mecanismos expresivos de aceptación
de las diversas situaciones. Así, en el trabajo, su comportamiento es
sumiso, sin reclamación alguna, prescindiendo de su posible capaci-
dad propositiva. Esto podría conducir a una “comprensión emocio-
nal” portadora de fenémenos de carácter depresivo, ansioso, neurótico.
— Modelo reactivo-conflictual. En contraposición al modelo anterior,
en este modelo, de índole caracterial, de orden psicopático, el débil
mental (de debilidad media), incapaz de soportar o de aceptar frustra-
ciones, podría desembocar en comportamientos de carácter reactivo,
conflictual o agresivo. Si se vale de la agresividad, que no siempre
acude a ella, lo hará para, mediante esta emoción de tipo defensi-
vo, proteger su integridad y su propio territorio. Podría suceder que
hasta llevase a cabo los denominados actos pantoclásticos, es decir ac-
ciones dirigidas a destruir físicamente todo lo que le rodea.
— Modelo de desarrollo paranoide. En este modelo, el oligofrénico es
confrontado a las necesidades que le interpelan, y a las cuales no
se arriesga a responder. Por esta razón, las proyecta sobre alguien o
sobre algo. Estamos en presencia de un delirio, fundado, como ya
sabemos, sobre un mecanismo de interpretación, proceso de defen-

371
Mª del carmen CANO LOZANO y Mª del Pilar MARTÍN CHAPARRO (Universidad
de Jaén): “Perfil delictivo de individuos con tratornos mentales”; Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Psicología Jurídica y Forense, diciembre, 2005, p. 2 del estudio.
310 CésaR Herrero Herrero

sa, que permite a la persona conservar una cierta autoestima en una


situación angustiosa o embarazosa372.
Es obvio que estas distintas maneras de modelarse la personalidad influyen
en la adopción de actitudes y reacciones diversas ante las situaciones vitales.
Pero parece que la actividad criminal del deficiente intelectual en general no es
específicamente alta y, desde luego, su medición y atribución, partiendo única-
mete de tests psicométricos (C. I.), no pone de acuerdo a los investigadores. Es
algo que viene sucediendo desde primeros del pasado siglo, como lo pusiera ya
con algún rigor E.H. SUTHERLAND373. Posiblemente, porque no se tiene aquí,
tampoco, suficientemente en cuenta el conjunto de variantes fundamentales.
No sólo las de una única dirección, que están en la base del paso al acto delin-
cuencial con relación a tales personas. Por ello, probablemente, los resultados,
en el citado meta-análisis de Sutherland, se presentan con tanta diferencia en
los cuantiosos estudios realizados en diferentes Estados norteamericanos y en
períodos de tiempo distintos, aunque no fuesen muy distantes, pero sí con cir-
cunstanacias socieconómicas y culturales intensamente flotantes374.

D. LAS PSICOPATÍAS. SU CONCEPTO Y SU PROYECCIÓN


CRIMINÓGENA

a) Concepto. Sobre qué sean las psicopatías han corrido ríos de tinta,
para tratar de esclarecerlas. Por eso nostros, aquí, vamos a tratar, teniendo en
cuenta el fin de la presente obra, de ofrecer sobre ellas lo que nos parece lo
más razonable y orientado.
¿Qué podemos entender, entoces, por psicopatía?
K. SCHNEIDER, desde su perspectiva psiquiátrica, describía a los psicó-
patas como: “Las personalidades … que sufren por su anormalidad o que, por razón
de ella, hacen sufrir a los demás”375.
Naturalmente, se trata de un concepto que no hace referencia al “quid”
de la cuestión, sino a algunas de las consecuencias, fundamentalmente inte-

Fabio PELOSO: Trabajo ya citado, pp. 11-12.


372

Sobre este particular, puede verse E.H. SUTHERLAND: “Mental Deficiency and
373

Crime”; en Social Attitudes, 1931, pp.357-375.


374
El estudio de Sutherland, citado en nota precedente, en efecto, deja constancia de
que los resultados de los tests psicométricos en torno a 175.000 débiles mentales, llevados a
cabo en 350 estudios en América del Norte, entre los años 1913 y 1919, manifiestan, en su com-
paración, resultados sorpredentemente muy heterogéneos y, en todo caso, un muy notable
decrecimiento progresivo. Por ejemplo, del 89% del grupo examinado, en 1913, al 28% de me-
dia en los estudios de 1919. (Trabajo citado, p. 1 del estudio).
375
K. SCHNEIDER: Ver su obra: “Las personalidades psicopáticas”; Edit. Morata,
Madrid, 1974.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 311

rrelacionales, derivadas de la “anormalidad”, de la que no dice en qué consiste.


Si bien, pudiera valer para una práctica clasificación de los psicópatas, como
la suya, y que, precisamente, tanta difusión vino a alcanzar.
H. CLECKLEY, por su parte, considera al psicópata como una persona ca-
rente, sobre todo, de la más elemental afectividad para con el prójimo, rodean-
do al síndrome o trastorno un conjunto de rasgos o características, que sinteti-
za en número de 16, con la correspondiente enumeración: encanto externo y
considerable inteligencia; sin alucinaciones ni otras alteraciones con relación al
pensamiento; sin alteraciones neuróticas; mentiroso, insincero; sin escrúpulos
morales o falta de sentimientos de culpabilidad y vergüenza, conducta antiso-
cial como algo totalmente normal; razonamiento débil y ausencia de capaci-
dad para aprender de la experiencia negativa, gran egocentrismo o narcisismo
tanto intelectual como afectivo y, por lo mismo, inhabilitado para querer a los
demás; indigencia de reacciones afectivas primarias, degradación específica de
la intuición, manifestación de irresponsabilidad en las interrelaciones sociales
ordinarias, atracción por la bebida, manifestación de amenazas con el suicidio
pero jamás o raramente cumplidas, relaciones intersexuales despersonalizadas,
pronunciada inhabilidad en el seguimiento de sus planes de vida376.
E. MIRA Y LÓPEZ, refiriéndose a la personalidad psicopática, viene a de-
cir que se caracteriza por ser una personalidad mal estructurada, dispuesta a
la disarmonía intrapsíquica, que tiene menos capacidad que la mayoría de las
personas de su edad, sexo y cultura para llevar a cabo la adaptación exigida
por la vida en sociedad.
En sus aportaciones psiquiátricas, donde recalca la importancia de los tra-
tornos de afectividad en, prácticamente, todas las enfermedades psíquicas, in-
cluye ya, no obstante, a las psicopatías entre las enfermadades de carácter men-
tal, con origen en trastornos de la integración constitucional de la personalidad.
Subrayando la enorme influencia, en todas estas efermedades, de los factores no
solo endógenos sino también exógenos. Llegando a afirmar, con respecto a éstos
últimos, que no puede haber personas sanas con una sociedad enferma.
Interesante es su clasificación de estas personalidades que califica de
anormales y que reduce a 11 tipos: asténico, compulsivo, explosivo, inestable,
histérico, cicloide, sensitivo-paranoide, esquizoide, perverso, hipocondríaco
y homosexual377. (Como puede percibirse existe una clara evocación a la clasi-
ficación de Schneider).

376
H. CLECKLEY: Ver sus estudios: The mask of sanity”; Edt. Mo-Mosby, Saint Louis,
5ª edit.. 1976. También: “Psychopathic states”; Vol. Col. “American Handbook of Psychiatry, N.
York, 1959.
377
E. MIRA y LÓPEZ: Ver sus obras: “Tratado de Psicología jurídica”, Edit. El Ateneo, ree-
dición, B. Aires, 1945. También: “Manual de Psiquiatría”; Editorial Savat, Barcelona, 1935 y edi-
ciones siguientes. Además: “Manual de Psicología General, Ed. Kapelusz, B. Aires, 1969.
312 CésaR Herrero Herrero

R. HARE, uno de los autores que más se ha prodigado, en esta materia,


ha definido al psicópata como el individuo inhabilitado para manifestar sim-
patía o auténtico interés por el prójimo, a quien trata de manipular y utilizar
en beneficio de sus conveniencias, recurriendo a una abundante sofisticación
y al enmascaramiento de una pretendida sinceridad, sin renunciar, con fre-
cuencia, a esforzarse por aparecer arrenpetido, ante aquéllos que ha causado
daño, para seguir aprovechándose de ellos378.
Francisca CANTERO aclara que R. Hare no tiene una visión unidireccional
del conceto de psicopatía, que por eso es necesario, para entender mejor su
concepto psicopático, “hacer mención a una clasificación ya tradicional, que
incluye a los llamados psicópatas primario y secundario”. Si bien, continúa la
misma autora, HARE y COX diferencian concretamente entre psicópatas pri-
marios, secundarios y disociales, “basándose en la descripción realizada por
Cleckley. “El psicópata primario correspondería a las 16 características básicas
de CLECKLEY. El psicópata secundario sería aquel individuo capaz de mos-
trar culpa y remordimiento, reestablecer relacionnes afectivas y su conducta
estaría motivada por problemas de índole neurótica. Los psicópatas disociales
serían individuos con conducta antisocial que pertenecen a un mundo margi-
nal y tienen una subcultura propia. Tendrían una personalidad normal y serían
capaces de funcionar dentro de un grupo manifestando lealtad, sentimientos
de culpa y afecto (ALUJA, 1991). HARE se mantiene firme en la creencia de que
tan sólo los psicópatas primarios son auténticos psicópatas”379.
Y, después de lo expuesto, nos hacemos una pregunta que creemos rele-
vante: ¿La psicoptía es una enfermedad mental?
Tradicionalmente, gran parte de los autores (con excepciones, como la de
MIRA y LÓPEZ, lo hemos visto ya) han venido considerando que la psicopatía
no es una enfermedad mental, puesto que no afectaría ni a la inteligencia ni a
la voluntad, sino que se trataría de un trastorno de la personalidad (también
en sentido clásico) y que, por tanto, por su ausencia de alucinaciones, delirios,
de irracionalidad en el pensar, serían personas interpretadoras correctas de la
realidad y capaces de decidir acordemente con esa interpretación. De aquí, que
los tribunales generalmente no apreciasesen eximentes de la responsabilidad
penal, sino, como mucho, atenuantes analógicas. Así, hasta no hace mucho, lo
ha venido practicando, por ejemplo, nuestro Tribunal Supremo.
Orientación que, por lo demás, vino a reforzarse con la sustitución del
nombre de psicopatía por el de trastorno antisocial de la personalidad, por

378
R. HARE: Ver su obra: “La psicopatía: teoría e investigación”; Edit. Herder, Barcelona,
1974.
Francisca CANTERO: “ ¿Quién es el psicópata? En Vol. Col. “Psicópata”, Vicente
379

GARRIDO GENOVÉS (Director), Edit. Tirant lo Blanch, Valencia, 1993, p.29.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 313

obra del DSM-III-R, acentuando, en consecuencia, la nota de la antisocialidad


en tales trastornos. Por eso, en la On-line de la “RED DE UNIVERSITARIOS”
se glosa ese cambio advirtiendo: “El rasgo de asocialidad se constituye, por lo
tanto, en un componente central y sirve para diferenciar a las personas aque-
jadas de este trastorno del resto de los delincuentes, que al menos poseen
una cultura delictiva con la que se pueden identificar y que son capaces de
funcionar adecuadamente dentro de su grupo, manifestando lealtad, senti-
miento de culpa y afecto (Garrido, 1993).
Este trastorno es a menudo extraordinariamente incapacitante porque
los primeros síntomas que aperecen en la niñez interfieren con el rendimien-
to educativo y dificultan la profesionalización ulterior. Después de los treinta
años, la conducta antisocial más flagrante puede disminuir, sobre todo la pro-
miscuidad sexual, las peleas y la delincuencia; si bien pueden madurar con
el paso de los años, son objeto de tantas complicaciones biográficas (manico-
mios, encarcelamientos, aislamiento familiar y social, etc.) que es difícil hablar
de la normalización de su personalidad en la vida adulta. (Valdés, 1991).
Los rasgos nucleares del trastorno antisocial de la personalidad son los
comportamientos impulsivos, sin reparar en las consecuencias negativas de
las conductas, la ausencia de responsabilidades personales y sociales con dé-
ficits en la solución de problemas, y la pobreza sentimental, sin sentimientos
de amor y culpabilidad. Como consecuencia de todo ello, estas personas ca-
recen de mínimo equipamiento cognitivo y afectivo necesario para asumir
los valores y normas morales aceptados socialmente”380.
En la actualidad, sin embargo, parece que los avances científicos médicos
han llegado a la conclusión de que la psicopatía es una verdadera enfer-
medad mental. Y, desde luego, así han venido a reconocerlo tanto el CIE-10
(“Manual de Clasificación de Enfermedades Mentales” de la OMS) y el DSM-IV-
APA (“Manual de Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales”-Asociación
Americana de Psiquiatría).
Esto supone admitir que, en las psicopatías, hay posibilidad de que, en
los actos antisociales o delictivos de los psicópatas (al menos de algunas psi-
copatías), incidan perturbaciones profundas de la inteligencia o la voluntad,
o de ambas. Por eso, a partir de esta concepción de las psicopatías (en la mis-
ma línea de interpretación última de los llamados trastornos graves de per-
sonalidad, no el simple trastorno de personalidad)381, las Jurisprudencias de

380
RED DE UNIVERSITARIOS: “Las psicopatías. Su revisión conceptual”, 2004; tex-
to en http://www.universitarios.cl/universidades/ciencias-criminaliticas/195-las-psicopatias, p. 8 del
estudio.
381
Recuérdese que ya hemos hablado del trastorno grave de personalidad más arriba.
Ugo FORNARI, siguiendo al DMS-IV (1994) F60.31, lo describe de la siguiente forma: “Está
caracterizado, según el funcionamiento, en situación límite (“borderline”) de la personalidad,
314 CésaR Herrero Herrero

los Tribunales o Cortes Supremas de diversos Estados han iniciado un cambio


hacia este sentido. Incluso, lo han hecho algunos Códigos penales, como ha
ocurrido, en España, con el Código Penal de 1995 (art.20)382.
En ese sentido, si la psicopatía fuese causa de no comprender la ilicitud
del hecho o de no actuar conforme a esa comprensión, habría que conside-
rarla como eximente383. Desde este punto de vista, no haría falta que la psi-
copatía fuese una enfermedad mental. Bastaría, a nuestro modo de ver, que
su influencia, aquí y ahora, afectara a la mente o la voluntad, impidiéndoles
actuar, respectivamente, con la suficiente claridad como para poder com-
prender la ilicitud del comportamiento o decidir con la libertad requerida
para poder calificar la conducta (acción u omisión) de verdaderamente libre.
¿Puede llegar a esto la psicopatía? Por lo dicho, parece ser que sí. De todas
formas la opinión no es tan unánime. Ni siquera en la doctrina médico-psi-
quiátrica especializada384. Desde el punto de vista jurídico-penal, habrá que

por alteraciones del funcionamiento afectivo-relacional (explosiones de rabia, intensa disforia,


grave inestabilidad afectiva y relacional con tendencia a tener vínculos fusionales y a mante-
ner relaciones simbióticas, temor de abandono con depresión anaclítica, incapacidad de afron-
tar los estrés), trastornos de identidad (difusión y ausencia de una clara identificación, con
incapacidad de regir, organizar y planificar la soledad y de estar consigo mismos), recurso a
la utilización de mecanismos primarios de defensa (escisión, identificación proyectiva, nega-
ción, idealización, desvalorización, denegación), alteraciones transitorias del sentimiento de
realidad (pérdida de las fronteras entre mundo interno y mundo exterior y de la capacidad de
diferenciar el Sí mismo del No-Sí mismo; sentimientos de angustia pánica; comportamientos
bizarros e incogruentes) o examen y reacción inadecuados ante la realidad (con ideación para-
noide, destemplanzas del humor).” Como sugiere el mismo autor, el problema de la valoración
psiquiátrico-forense de estos trastornos está en documentar, “a la luz de de la historia clínica,
de los resultados de los exámenes psicodiagnósticos, de las condiciones o modaliades que han
precedido, acompañado y seguido al delito, si el Trastorno se ha manifestado (o no) en forma
cualitativa o cuantitativamente suficiente para conferirle “valor de enfermedad” en relación al
delito cometido.” (“I Disturbi gravi di personalità rientrano nel concetto di inferrmità?”, ya citado,
pp. 8 y 12).
382
El art. 20 de nuestro Código penal vigente dispone, en efecto, que están exentos
de responsabilidad criminal: “1º El que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cual-
quier anomalía o alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión.”
383
Sobre este asunto, puede verse José ARÓSTEGUI MORENO: “El tratamiento en el
orden penal de la figura del delincuente psicópata”; en Noticias Jurídicas, diciembre 2008.
384
Así, por ejemplo, J. M. POZUECO ROMERO, Nieves CASAS BARQUERO y Samuel
L. ROMERO GUILLENA comentan al respecto: “Actualmente cada vez hay más autores que
están de acuerdo en considerar la tesis de que los trastornos de la personalidad no son verda-
deras enfermedades mentales, sino, más bien, variantes anormales de la personalidad que se
constituyen en autéticos estilos de vida. Esta postura viene originada como consecuencia de
considerar los trastornos de la personalidad desde un punto de vista dimensional, es decir,
como un continuo y no como un taxón o categoría discreta. El mismo enfoque dimesional
se viene sosteniendo desde hace ya dos décadas sobre la psicopatía, la cual no es, ni mu-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 315

ver por dónde caminará la Jurisprudencia. Desde luego, la Jurisprudencia, al


respecto, de nuestro más alto Tribunal, relativamente próxima en el tiempo,
y las orientaciones de dichos Organismos Internacionales, no apuntan a una
decidida postura de innovación385.
b) Psicopatías y criminalidad. Desde este punto de vista, hay que consi-
derar, desde el principio, que no todos los psicópatas son delincuentes y que
no todos los que delinquen son igualmente peligrosos386. Desde este último
extremo, es forzoso distinguir entre diversas categorías o clases de psicópa-
tas. Entre ellos, pues, cabe destacar los denominados Fanáticos esquizoides y
psicópatas explosivos.
Los psicópatas esquizoides, entre los que se incluyen los también cono-
cidos como: “Fríos de ánimo”, “insensibles”, “extravagantes retorcidos”, “desalma-
dos”, “amorales o perversos”, “enemigos de la sociedad”, “locos morales”, son procli-

cho menos, un trastorno mental, ni tampoco puede equipararse con el trastorno antisocial
de la personalidad. Por otro lado, asegurar que los delincuentes tienen un trastorno antiso-
cial de la personalidad ni constituye mérito alguno ni tampoco soluciona nada que digamos.
Lógicamente, se entiende que la persona que ha cometido una infracción penal, anti-norma-
tiva, es, por definición, antisocial. En 1993, el profesor ADRIAN RAINE escribió un libro titu-
lado: “The Psychopathology of Crime: Criminal Behavior as a Clinical Disorder”, en el que explicaba
claramente las negativas consecuencias legales y sociales de considerar una especie de psico-
patología del crimen o considerar la conducta delictiva como un trastorno clínico; una de esas
negativas consecuencias sería la de asumir, cuando precisamente la mayoría de los estudios
indican lo contrario, que todos los delincuentes deben padecer algún tipo de trastorno mental,
lo que a nivel jurídico-penal sería un tremendo desacierto, habida cuenta de que las perso-
nas con trastornos mentales forman un reducidísimo grupo dentro del submundo delincuen-
cial.” (“Trastornos de la personalidad, psicopatía y antisocialidad en la vida moderna: Entre lo
normal, lo pseudo-psicopatológico y lo peligroso-delictual”, aportación de los autores al XIII
Congreso Virtual de Psiquiatría.Com, INTERPSIQUIS, 2012, 1 a 29 de febrero. Resumen del
estudio).
385
A este respecto, puede verse Teresa MARTÍNEZ DÍAZ Y OTROS: “Los trastornos de
la personalidad en el Derecho Penal: Estudio de casos del Tribunal Supremo”, en Psicopatología
Clínica, Legal y Forense, Vol nº1, 1 (2001)pp. 87 y ss.
386
Al hacer obsevar que hay autores que destacan, entre los psicópatas, la reiterada vio-
lación de las normas sociales y la explotación de los demás y, por último, que, judicialmente,
estamos ante una conducta delictiva persistente y particularmente violenta, Mª José LÓPEZ
MIGUEL y Mª del Carmen NÚÑEZ GAITÁN, comentan: “Sin embargo, recientes investigacio-
nes plantean la posibilidad de que en la psicopatía no se trate de una categoría discreta, sino
de una dimensión continua, lo cual tendría importantes implicaciones para la evaluación, la
investigación etiológica y el tratamiento de este trastorno (Marcus, John y Edens, 2004): A pe-
sar de ello, no todos los psicópatas son iguales; las diferencias entre los subtipos de psicopatía
podrían separarse en términos de frecuencia, naturaleza e intensidad de los delitos cometidos;
la ocurrencia de actos impulsivos y violentos puede esperarse con más frecuencia entre los
psicópatas agresivos, mientras que los actos de fraude y violencia instrumental son más carac-
terísticos de los psicópatas estables (Hicks y cols., 2004). (“Psicopatía versus trastorno antisocial de
la personalidad”; en Revista Española de Investigación Criminológica, 7 (2009) p. 6).
316 CésaR Herrero Herrero

ves a la comisión de delitos graves ymuy graves, añadiendo a su brutalidad la


sangre fría y hasta el “refinamiento” en la operación criminosa. Aquí entran
sus delitos contra la integridad física, agresiones sexuales, violaciones, homi-
cidios, asesinatos, atracos, secuestros…
Como dice F. LÓPEZ REYES: “La expresión más violenta de la psicopatía
es la conducta criminal, y los delitos más crueles muchas veces son cometidos
por sujetos psicópatas. Sin embargo, la mayoría de ellos no son delincuentes
(…)387. Los ejemplos más dramáticos de la psicoptía se han incrementado en
nuestra sociedad en los últimos años. Los psicópatas constituyen una contribu-
ción muy importante a los homicidas, violadores, ladrones, estafadores, etc.”388
También es digna de destacar la delincuencia perpetrada por los califica-
dos como psicópatas explosivos, en denominación del mismo K. Schneider. Su
reacción en “corto-circuito” les abre el camino a la injuria, a los golpes, a las
lesiones e, incluso hasta al homicidio. Son reacciones que, no pocas veces, se
desencadenan ante estímulos objetivamente insignificantes. Se trata, pues,
de reacciones desproporcionadas y, por ello, propensas al desatino.
Y, en fin, los psicópatas fanáticos, que aúnan a la base psicopática la au-
topersuasión dogmática de que sus convicciones han de estar en el centro
de sua acción, son capaces de asesinar (incluso en masa), lesionar, secuestrar,
torturar, atracar… y toda clase de delitos que consideren oportunos para la
consecución de sus objetivos389.
Digamos, por lo demás, que, dentro de esta virtualidad criminógena de los
psicópatas, al menos de los considerados más peligrosos, hay que llamar la aten-
ción sobre lo que ha venido denominándose “TORMENTA PSICOPÁTICA”, en

387
Y no se olvide, además, la capacidad de enmascaramiento del verdadero psicópata
que, como advierte Hugo MARIETÁN: “La mente de un psicópata tiene la posibilidad de ubi-
carse en dos planos, el plano de lo cotidiano, lo común, y el plano de lo psicopático. Es así que
pueden desempeñar tareas y ejercer conductas que no resultan desfasadas de las conductas
comunes a una comunidad. O que le permiten insertarse sin estridencias en cualquier ámbito
del corte social y, en el otro plano, con otras personas u otras circunstancias, desarrollar sus
actos psicopáticos. En resumen, el psicópata no tiene el ciento por ciento de acciones psicopáti-
cas, si no sería fácilmente detectable, señalado y margianado.” (“Tipos de relación del psicópa-
ta”, en Revista Alcmeon, 47 (2005) p. 1 del estudio).
388
F. LÓPEZ REYES: “Diagnóstico y tratamiento de la psicopatía en la adolescencia”; en
Innovación y Experiencias Educativas, 23 (2009) p. 2 del estudio. Ver también: M. GOSLING:
“The psychophatic offender and risk to community”, en “The Police Journal, 1 (1999)pp. 42
y ss. �������������������������������������������������������������������������������
También, la interesante obra de C. BERBELL y S. ORTEGA MALLÉN: “Psicópatas cri-
minales: Los más importantes asesinos en serie españoles”; editorial La Esfera de los Libros,
Madrid, 2003.
389
A este respecto, puede verse el trabajo de Magnus RANSTORP: “Le terrorisme au
nom de la religión”; Institute de Strategie Comparé, École Practique de Hautes Études de
Sciences Historiques et Philologiques, La Sorbonne, Paris, 1998-2002, p. 6 del estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 317

la que la conducta del psicópata alcanza su máxima perturbación. Sus acciones


no se mueven dentro de su área de actuar normal, donde su ser psicopático no
se le nota. Tampoco obra dentro de su quehacer psicopático ordinario, llevado
a cabo sobre determinadas personas (víctimas ocasionales o sobre los conside-
rados “complemetarios”. Se trata de una situación donde la psicopatía alcanza
la crisis más alta. En ella, según describe el Dr. Hugo MARIETÁN: “…La ines-
tabilidad emocional y tensión interna son tan grandes, que el psicópata trata
de equilibrarla a través del rito psicopático, de un grupo de conductas repeti-
tivas (esto es, del patrón conductual psicopático). En este punto, hay impulsos
y automatismos, una intensa descarga de la tensión interna sobre lo externo.
No puede parar sus acciones hasta lograr reestabilizarse. La forma que toma
esta desestabilización dependerá del tipo y grado de psicopatía. Aquí es donde
se producen los homicidios seriales o extremadamente crueles, las violaciones,
destrucciones y también los suicidios. Es donde el psicópata de tipo asocial deja
su sello, su marca personal”390.

E. AFINIDADES Y DIFERENCIAS ENTRE PSICOPATÍA Y


TRASTORNO SOCIAL DE LA PERSONALIDAD

¿Se puede confundir el concepto de psicopatía con el concepto de tras-


torno antisocial de la personalidad?
Se puede confundir y muchos lo confunden. Y hay razones para ello.
La descripción que de ése último hace, por ejemplo, la APA (Asociación de
Psiquiatría Americana (versión 2002) lo pone de manifiesto. Habla, en efecto,
al referirse al paciente del trastono antisocial de la personalidad, de fracaso
para adaptarse a las normas sociales, de deshonestidad, de impulsividad o
inhabilidad para defenderse adecuadmente en el contexto social y para pla-
nificar su futuro. Le atribuye, asimismo, irritabilidad y agresividad, despreo-
cupación constante por la seguridad de los demás, irresponsabilidad y falta
de constancia en el trabajo y desbarajuste económico, falta de escrúpulos y
de remordimiento ante la producción de daños a los otros, a quienes puede
robar, damnificar con toda la frialdad. También, carencia de afectividad ante
el prójimo y distanciamiento ante el mismo. Egocentrismo y autoestima dis-
torsionada. Deshumanización de la víctima… (El trastorno disocial comenza-
ría antes de los quince años)391.

390
Ver, a este respecto, Hugo MARIETÁN: “Personalidades psicopáticas”, en Revista
Alcmeon, Vol.7, 3 (1998), en “Conclusiones” sobre la psicopatía.
391
Ángela Cr. TAPIAS SALDAÑA y Otras: “Factores psicológicos asociados al trastorno
de la personalidad antisocial”; 2004; texto, en http://psicologiajuridica.org/psj24.html, p. 1 del estu-
dio. También, T. MILLON: “Trastornos de la personalidad. Más allá del DMS-IV”; edt. Mason,
Madrid, 1998.
318 CésaR Herrero Herrero

¿No son todas ésas las señas máximas para la descripción del psicópata?
Hay apreciables matizaciones. Son muchos los tratadistas que intentan
diferenciarlos. Ya HARE ha hecho observar que la concepción del trastorno,
en cada uno de ellos, es diferente. En el origen de la deriva antisocial de la
personalidad estarían la experiencias infantiles negativas, tanto familiares
como del resto del entorno. En el origen del trastorno psicopático, estaría la
influencia de factores biológico-genéticos y psicológicos392.
Otros autores, sin contradecir lo precedente, concluyen que la diferen-
cia descansaría en que la psicopatía afecta directamente a la personalidad (el
psicópata es, no es que “esté” psicópata) y, por ello, es desde esa personali-
dad donde se incuban y, en su caso, se desencadenan, los comportamientos
desviados. El trastorno antisocial de la personalidad, sin embargo, apuntaría
directamente, como fuente para el comportamiento anormal, al transfondo,
internalizado y consolidado en el sujeto activo, del contexto sociofamiliar de
la primera infancia. Ésta parece ser la orientación, respectivamente, del CIE-
10 y del DSM-IV-APA, de 1994 y 2002.
“Así, pues, comentan Mª José LÓPEZ MIGUEL y Mª del Carmen
NÚÑEZ GAITÁN, la psicopatía y el trastorno antisocial de la persona-
lidad no son la misma cosa; aunque la relación entre una y otra es incier-
ta, los dos síndromes no se solapan clara y perfectamente (Hare, 1983;
Miller y col., 2001). Sin embargo, el mismo Hare (2003) afirma que la
psicopatía es un trastorno de la personalidad definido por una serie de
conductas y rasgos de la personalidad característicos que socialmente no
se consideran positivos. La diferencia estriba en que la psicopatía es defi-
nida por un conjunto de rasgos de personalidad y conductas socialmente
desviadas, mientras que el trastorno de la personalidad antisocial se re-
fiere fundamentalmente a un grupo de conductas delictivas y antisocia-
les, con lo que muchos delincuentes no psicópatas podrían incluirse. La
relación entre psicopaatía y trastorno antisocial de la personalidad es,
por lo tanto, asimétrica, es decir, prácticamente el noventa por ciento de
los delincuentes psicópatas cumplen los criterios del trastorno antiso-
cial de la personalidad, pero sólo veinticinco por ciento de éstos podría
diagnosticarse de psicopatía según la Psychopathy Checklist-Revised
(PCL-R)”393.

392
R. D. HARE: “The Hare Psychopathy checklist-Revised Manual; Multi-Heath
Systems, 2ª Edition, Toronto, 2003.
393
Mª José LÓPEZ MIGUEL y Mª del Carmen NÚÑEZ GAITÁN: “Psicopatía versus
trastorno antisocial de la personalidad”; en Revista Española de Investigación de Criminología,
7 (2009)pp. 12-13. Sobre la escala psicométrica de R. HARE: Psychopathy Checklist-Revised
(PCL-R), puede verse Jorge O. FOLINO y G. MENDICOA: “La psicopatía, el MMPI y la Hare
PCL-R”; en Revista Argentina de Clínica Neuropsiquiátrica, Vol. 13, 2 (2006)pp. 43 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 319

Si existe tanta ambigüedad entre las dos figuras, ¿por qué insistir tanto
en diferenciarlas? Porque es preciso, para un acertado tratamiento, conocer
sus causas o factores. Es decir, es preciso, a tal fin, poder practicar un adecua-
do diagnóstico.
Capítulo dieciséis

LA VÍCTIMA COMO OBJETO DE ANÁLISIS


DESDE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

El estudio sobre la interrelación de víctima y victimario (sea puramente


objetiva, situacional e, incluso, subjetiva) nos ha traído información razona-
ble sobre el papel que aquélla puede desarrollar en la aparición del delito y,
por lo mismo, su posible atracción o influencia sobre el delincuente. Y, por
supuesto, el posible influjo del delincuente sobre ella. En una palabra, es de
gran relevancia tener en consideración, para el examen completo e integra-
dor del acontecimiento delictivo concreto, indagar sobre todos los elemen-
tos (personales y reales) integrantes del proceso de victimización. ¿Para qué?
Para cerciorarse de cuál haya sido su aportación (consciente o inconciente,
casual o buscada, voluntaria o involuntaria) en dicho proceso en que, de una
manera o de otra, la víctima forma siempre parte.
La investigación precedente, cuando se logre con éxito, permitirá, asi-
mismo, estimar el daño (físico u psíquico), a ella inferido, así como las
secuelas acumuladas por causa del evento criminoso. Todo ello de pende-
rá, en primer término, de la orientación, gravedad y afectación objetiva
y subjetiva de la infracción, por ella padecida y vivida, de su forma de
“participación” en la misma, de sus relaciones con el infractor, de su actitud
frente a él…
Sobre todo, ante el padecimiento de los delitos más graves con relación a
la persona, la víctima necesitará ayuda desde diversos frentes, pero también
del criminólogo clínico, para facilitarle, por ejemplo, la comprensión del pro-
ceso victimizador y para instruirla respecto al futuro, en orden a evitar los
posibles fallos facilitantes de la acción delincuencial contra la misma.
Se habla hoy, en consecuencia, de Clínica Victimológica que, necesa-
riamente, habrá de conectar con la Criminología Clínica, ya que la víctima
y victimario, como ya se acaba de advertir, se relacionan, en cuanto ta-
les, por el delito. Sin olvidar que la víctima puede llegar a ser victimizada
por otras personas distintas del delincuente e, incluso, por instituciones
públicas.
De acuerdo, pues, con la precedente “exposición de motivos”, pasamos a
esclarecer, a continuación, en la medida de lo posible, los principales aspectos
de esta cuestión.
324 CésaR Herrero Herrero

Concretamente, abordaremos:
— El concepto criminológico de víctima. Su enfoque adecuado más allá
del Derecho Penal. Y el papel de ella en el proceso de victimización.
— El papel de la víctima en el nacimiento del proceso victimizador.
Orientación moderna.
— Los distintos factores victimógenos.
— Algunas clases de víctimas más interesantes desde el punto de vista
de la Criminología Clínica.
— Distintas formas o modelos de victimización: Victimización prima-
ria, secundaria y terciaria.
— El concepto de clínica victimológica y el fundamento real de la
Victimología clínica.

B. EL CONCEPTO DE VÍCTIMA DESDE UNA PERSPECTIVA


ESPECÍFICAMENTE CRIMINOLÓGICA. SU PAPEL EN EL
PROCESO DE VICTIMIZACIÓN Y SUS POSIBLES CLASES MÁS
RELEVANTES PARA LA PRESENTE EXPOSICIÓN

El estudio sistemático de los preceptos de una gran parte de los Códigos


penales, correspondientes a los países más cercanos a la llamada civilización
occidental, difícilmente puede permitir la delimitación del concepto de vícti-
ma, asumible en plenitud por la Criminología. ¿Por qué? Porque, generalmen-
te, estos Códigos hacen referencia a la víctima como sujeto pasivo del delito.
Sin embargo, la Criminología, siempre más realista que el Derecho Penal,
tiene muy en cuenta que la víctima no es sólo quien sufre el ataque injus-
to contra alguno de sus derechos penalmente protegidos, sino toda persona
que, de forma directa, por su allegamiento a aquélla, sufre las consecuencias,
siempre negativas, del derecho quebrantado (sobre todo, de derechos perso-
nales, pero también reales).
Aquí nos interesa, obviamente, ese concepto de víctima integrador, pues
no ha de olvidarse que es éste el concepto que cuadra con la víctima como par-
te componente del objeto de la Criminología, interesada, por completo, en la
comprensión del fenómeno criminal, que no se puede compreder, adecuada-
mente, sin considerar, también, a todo aquél que sufre sus perniciosas deriva-
ciones tanto personales como sociales. Y es evidente que, como algo connatu-
ral, el daño causado por el delito afecta o se extiende no sólo al sujeto pasivo del
mismo (víctima prevalente) sino, al menos, a la familia directa e inmediata del
mismo. Pudiendo ser estas consecuencias destructoras de diversa orientación
y calado: somáticas (contra integridad física y salud), psíquicas, morales, pa-
trimoniales, individuales y sociales, a plazo inmediato o corto, a largo plazo…
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 325

Todo ello, según se ha apuntado en la “Introducción”, teniendo en cuenta la


gravedad y orientación del delito, la mayor o menor vulnerabilidad emocional
de las personas afectadas por la victimización, la mayor o menor consistencia
de su personalidad, su situación económica y social… y, desde luego, la mayor
o menor proximidad parental e íntima de la víctima “prevalente”.
Y, por lo demás, se trata de secuelas que pueden tener relación mani-
fiesta, en su nacimiento, prolongación e intensificación, con el tiempo. Sin
olvidar posibles conflictos y desavenencias entre víctimas del mismo círculo,
inducidos por el acontecimiento de la victimización394.
Entonces, ¿cómo definir a la víctima desde el punto de vista criminológico?
Desde los criterios que acabamos de ofrecer, podemos definirla como lo
hace L. RODRÍGUEZ MANZANERA, diciendo que debe entenderse por víc-
tima: “Aquella persona física o moral que sufre un daño producido por una conducta
antisocial (y por lo tanto injusta) propia o ajena (esté tipificada o no), aunque no sea el
titular del derecho vulnerado.”
Se trata, como puede percibirse, de una definición amplia, que afecta tanto a
sujetos individuales como a personas morales, a derechos de personalidad (vida,
integridad física, honor, libertad…) como reales (patrimonio, propiedad…), tan-
to a los titulares de los derechos como a los familiares más íntimos, allegados,
deudos… etc. Y, desde luego, desde un punto de vista criminológico, existen daños,
no tipificados penalmente, que pueden ser más perjudiciales, para los afectados,
que otros muchos así tipificados. ¿O es que no ha de considerarse, por ejemplo,
que una persona, atacada en derechos humanos fundamentales (asociación, in-
violabilidad de domicilio, honor…) no sería víctima porque la lesión de tales de-
rechos no estuviese penada (sino, incluso, al contrario, su ejercicio perseguido),
como ocurre en el ordenamiento legal de algunos Estados (los autoritarios)?
El SÉPTIMO CONGRESO de NACIONES UNIDAS, sobre “Prevención
del delito y Tratamiento del delincuente (Milán, 26 del VIII a 6 del IX de 1985)
acotando, tan sólo, el campo de la víctima a ser paciente de infracciones pe-
nales, dice entender por víctimas:

394
En sentido del texto, comenta H. MARCHIORI: “Se observan, en algunas víctimas,
conductas (lo que se denomina reacción crónica retrasada) donde los síntomas se presentan
nuevamente después de un periodo de tiempo. El temor a la delincuencia que sienten las vícti-
mas afecta a todos los aspectos de su vida, impidéndolos realizar sus actividades, reunirse con
sus amistades, lo que acentúa su aislamiento. El miedo a ser atacado nuevamente constituye
un elemento fundamental que angustia de tal manera que refuerza el autoconfinamiento de
la víctima y de su familia. (…) La familia, de la misma manera que la víctima, sentirá miedo,
angustia, temor a la repetición de la violencia, se identificará con la víctima –en su autocon-
finamiento– o en otras reacciones, rechazará a la víctima, la culpará de lo sucedido, negará
el hecho o intentará un comportamiento de venganza, de aislamiento, de autorreproche.”
(“Criminología. La víctima del delito”; Edit. Porrúa, México, 1998, pp 6-7).
326 CésaR Herrero Herrero

“1.…Las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños,


inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida finan-
ciera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como conse-
cuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en
los Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder.
2. … En la expresión “víctima” se incluye, además, en su caso, a los fa-
miliares o personas a cargo que tengan relación inmediata con la víctima
directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para asis-
tir a la víctima en peligro o para prevenir la victimización”395.
Por tanto, podemos hablar de víctima directa o primaria (nº 1.) y de víc-
tima indirecta o secundaria (nº 2.). Hay también autores que hacen mención
a un tercer modo de víctima, la víctima potencial o terciaria (referida a un
grupo de personas en el que alguno o alguno de sus miembros han sufrido
una victimización directa y que pudiera haberles acontecido a cualquiera de
ellos o a la mayoría componente del mismo, por lo que se sienten afectados
de manera particular). Es decir, que estaríamos ante una víctima primaria, se-
cundaria o terciaria, en la medida en que una persona haya estado respecti-
vamente confrontada, de manera directa, indirecta o próximamente poten-
cial, a una experiencia traumatizante, con la correlativa vivencia sensorial y
emocional396.

C. EL PAPEL DE LA VÍCTIMA EN EL NACIMIENTO DEL PROCESO


DE VICTIMIZACIÓN. MODERNA ORIENTACIÓN

La víctima, a partir de la mitad de la pasada centuria, va a verse, por fin,


envuelta en un proceso muy diferente al desarrollado durante muchos siglos
anteriores. El punto de partida fue el libro de H. von HENTIG: “El criminal y
su víctima” (aparecido en 1948)397. No porque con esta obra se partiera abso-
lutamente de cero, sino gracias a su inmensa resonancia en el ámbito de la
especialidad398, al recalcar que la víctima había que considerarla como “agente
activo” en el desencadenamiento del delito y, por tanto, su elección como víc-
tima no siempre era casual. Aún más. Que, no pocas veces, es la víctima quien
modela y modula al delicuente que le agrede. Si bien, el criminólogo alemán

“Informe” referido en texto; Naciones Unidas, Nueva York, 1986, p.4.


395

Sobre esta cuestión puede verse el estudio de Evelyn JOSSE: “Victime, une épopée
396

conceptuelle. Première Partie:définitions”, 2006, (texto en http://victimology.be, Zone professio-


nnelle, articles) pp. 12 y ss. del trabajo.
397
H. von HENTIG publicó esta obra con el título “The criminal and his victim”, en edit.
New Haven, Yale U. Press, 1948.
398
Decimos que no partía de cero porque autores como B. MENDELSOHN y H.
ELLENBERGER habían apuntado ya hacia la “nueva” era de la víctima.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 327

está refiriéndose, fundamentalmente, a víctimas pertenecientes a grupos so-


ciales manifiestamente vulnerables (jóvenes, viejos, emigrantes…)399.
En realidad, los conceptos fundamentales, que ofrece en esa obra Hans
von Hentig, son: 1º Que el criminal y la víctima no nacen, sino que son los
acontecimientos los que determinan los papeles a desempeñar por cada uno.
2º Que algunas personas, en virtud de factores sociales o psicopatológicos,
están “adornadas” de una particular predisposición para convertirse en vícti-
mas. 3º Que, a la hora de analizar las posibles conexiones entre delincuente y
víctima, hay que poner especial atención sobre el tipo de relación preexisten-
te entre ambos.
A partir de Hans von HENTIG, estudiosos como J. NOIREL, empezaron
a afirmar ya en torno a esta cuestión: “Por tanto, un conocimiento más pro-
fundo del fenómeno criminal, la búsqueda de una tutela más idónea de la
sociedad, exigen la ponderación de los actos y de los méritos respectivos del
sujeto activo del delito y de su víctima. Sobre la escena penal no debe contem-
plarse solamente el delito, y accesoriamente al delincuente, es preciso hacer
aparecer, a plena luz, el “tandem” delincuente-víctima. La víctima deviene en
objeto de estudio en derecho penal y en Criminología”400.
Ya, en pleno florecimiento de la Victimología (y, por tanto, dentro de un
conciencia activa y combativa por sistuar en el lugar que corresponde a la
víctima) Ezzat FATTAH, en línea con el mensaje precedente, ha venido a re-
cordar que las ciencias humanas están demostrando que la conducta del ser
humano es el producto de una serie de factores individuales y sociales. Y que,
desde luego, los estímulos exteriores o externos juegan un papel relevante
en la criminogénesis. Que, entre estos estímulos exógenos, “la situación, la
actitud y el comportamiento de la víctima no son los menos importantes. La
víctima puede haber suscitado no solamente los motivos provocadores de la
acción criminal, sino la misma ideación del crimen. La víctima puede haber
igualmente favorecido la eclosión de la situación propicia o desencadenante
del delito y, en fin, haber determinado, sea por su actitud, sea por su compor-
tamiento, el paso al acto”401.
Entonces, y esta es la gran novedad, el enfoque sobre la víctima no es
ya la de un mero sujeto pasivo o destinatario de la acción penalmente ilíci-
ta o gravemente antisocial. La víctima ha de ser también obligatoriamente
analizada no, por supuesto, como sujeto activo de la infracción y como tal

399
Sobre este particular, puede verse A. PEARSON.”La victimología y sus desarrollos en
América Latina”; en ALPJF, octubre, 2009. Texto, en htpp://psicologiajuridica. Or/archives/58.
400
J. NOIREL: “L’influence de la personnalité de la victime sur la répresentation exer-
cée à l’encontre de l’agent”; en Revue Internationale de Droit Pénal, 1-2 (1959) pp. 181 y ss.
401
Ezzat FATTAH: “La victimologie au carrefour entre la science et l’ideologie”; en Revue
Internationale et Police Technique, 2 (1995) pp.133.
328 CésaR Herrero Herrero

penalmente responsable; pero sí, como actor interactuante (en principio, no


culpable) en la escena del delito.
Además, esta puesta en escena de la víctima, lejos de su protagonismo pri-
mitivo en la activación de la venganza, ha sido claramente ampliada. Junto a la
visión de poder ser parte activa en la dialéctica criminógena, entablada, hipoté-
ticamente, entre delincuente y víctima, ésta es hoy también requerida como po-
sible sujeto gestor del proceso, como destinataria de información preventiva del
delito padecido, como parte legitimada de demandas de reparación de daños y
de asistencia. Tanto es así que, a partir, aproximadamente, de la década de los se-
tenta (siglo XX), empezó a surgir una nueva rama, con pretensiones de autóno-
ma, desgajada del árbol criminológico, llamada Victimología. Si bien, con mucha
dificultad para comprenderla, si teórica y prácticamente se la alejase del tronco.
No olvidemos, efectivamente, que la víctima es parte constituyente del objeto
poliédrico, pero único, de la Criminología. (Luego volveremos sobre esto).

D. LOS DISTINTOS FACTORES VICTIMÓGENOS

Si, como acaba de decirse, en el proceso de victimización existe siempre,


o casi siempre, alguna clase de incidencia (consciente o inconsciente) por par-
te de la que ha de denominarse víctima, es claro que los factores (factores en
sentido amplio) de la victimización no son exclusivamente los del victimiza-
dor o delincuente, aunque éstos sean los decisivos y sus consecuencias las
únicas penalmente imputables. (Más adelante trataremos de estos factores).
Tenemos, pues, que admitir que existen, en dicho proceso, factores emanan-
tes (aunque no de la misma naturaleza que la de lo criminales) de la víctima.
(Facilitar la ocasión victimizadora del delincuente, orientar objetivamente en
el “modus operandi” de éste…)
¿Entonces, cuáles son esos factores activados, generalmente de forma inconscien-
te, por la víctima?
Podemos distinguir, lo mismo que se hace con los factores que impulsan
al delincuente a delinquir, entre factores exógenos, factores endógenos y facto-
res situacionales.
Entre los factores exógenos o externos ha de apuntarse, por ejemplo, a:
— Disfunciones sobrevenidas a determinados “estados” o instituciones de carác-
ter social o jurídico, inherentes a la realización personal y social de las personas. Así,
con relación al estado civil, cabe darse víctimas por bigamia. Con relación a la
escuela, víctimas con ocasión del fracaso escolar. Con relación al “status” de
emigrante, víctimas por el “conflicto de culturas”, víctimas de xenofobia, víc-
timas de la desadaptación social y, desde luego, víctimas en conexión con un
horizonte de impunidad, aprovechado por el victimizador. Con relación a la
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 329

profesión, cabe hablar de víctimas por la dificultad o el ejercicio especialmen-


te arriesgado de la misma (policías, taxistas, cobradores, prostitutas). Por rela-
ción a la familia, de víctimas de malos tratos, abusos sexuales (estupros..)…
Entre los factores internos o endógenos, pueden mencionarse:
1º Factores psicobiológicos: Así, puede llegarse a ser víctima por debilidad
física o, al contrario, por impulsividad (camorrismo contestado y revertido) o
por conducta pendenciera, contrarrestada al presentarse la misma con agre-
sividad excesiva…
Por tanto, en primer término, ha de hacerse referencia a Factores relacio-
nados con el normal desarrollo biológico. (Tiempo y sexo). En este ámbito queda
circunscrita, en primer lugar, la edad. Así, los niños por falta de capacidad
física y psíquica para controlarse y controlar su entorno, por su fácil suges-
tionabilidad e influenciabilidad, son objeto de frecuente abuso, en muchas
dimensiones, por adultos sin escrúpulos. O son objeto de abandono y malos
tratos por parte, incluso, de sus mismos progenitores.Con gravísimas secue-
las de índole psíquica y relacionales (reducción de la autoestima, trastornos
del sueño, bajo rendimiento escolar, aislamiento, reacciones destructivas o
nihilistas, fugas del hogar, deseos e intentos de suicidio…). En realidad, aquí,
se trata de secuelas inducidas, también, por factores externos. Al igual que las
situaciones siguientes.
En un estudio reciente, e interesante, del denominado “OSSERVATORIO
ABUSO SUI MINORI”, se ofrece la individualización de los indicadores de
este abuso, afirmando que: “Los adultos maltratantes determinan en el me-
nor un fuerte estado de confusión respecto al propio sentido de identidad
en formación, un bajo grado de autoestima, la sensación de no ser amado,
querido, y de estar indefenso frente a los peligros. El trauma que el abuso
provoca puede asumir diversas formas y puede expresarse en trastornos so-
máticos, psicosomáticos, psiquiátricos y comportamentales que, si no vienen
revelados y elaborados, se estructuran, en la edad adulta, en graves psico-
patolgías.” Advirtiendo, a continuación: Que las conductas más dañosas, y
frecuentes, de los adultos contra estos niños maltratados son:
La del rechazo o lejanía respecto al niño, su no aceptación, la no escucha.
“La exclusión mediante el aislamiento, privando al menor de la interrelacio-
nes con los de la propia edad y con otras figuras de referencia”. El intimi-
darlos y aterrorizarlos, inyectando miedo en el menor, a través de ataques
verbales y de la creación de un clima hostil, haciéndoles creer que la realidad
que los circunda es tan peligrosa que no encontrarán en ella seguridad, pro-
tección y puntos de referencia. El humillarlos, lesionando su dignidad, sin
reconocerlos dignos de respecto.La de la “deprivación”, encarnada en el no
otorgamiento, a los niños, de los estímulos esenciales (de carácter cognitivo,
emotivo-afectivo, relacional…) necesarios para el proceso de desarrollo y, por
330 CésaR Herrero Herrero

lo mismo, no creando las condiciones más adecuadas para favorecer la evolu-


ción física y psíquica. La de la práctica de la corrupción de los mismos, de su
explotación, del no reconocer su sensibilidad psicológica de niño…402
En cuanto al anciano, por su parte, no es sólo víctima frecuente contra
los derechos patrimoniales (estafas, apropiaciones indebidas, hurtos…,) sino,
también, contra los bienes de la personalidad (integridad física, contra la vida,
violencias graves). Y, desde luego, en nuestros días, tal vez más que nunca, es
objeto de descuido, falta de asistencia y de abandono403.
En cuanto a los factores victimológicos relacionados con el sexo, es en el
círculo familiar donde la mujer suele llevarse la peor parte. Tanto desde el
punto de vista físico como psicológico. Tanto en los delitos contra la liberatd
sexual como en los delitos contra integridad física y moral y contra la vida404.
2º Factores físico-psicológicos. Parece manifiesto que determinadas defi-
ciencias físico-psíquicas en el campo de la senso-percepción, amnesias, oligo-

402
Sobre estas cuestiones, ha sido H. E. KEMPE quien ha tratado, con sistema, las conse-
cuencias de los malos tratos de los niños (“Síndrome del niño maltratado”).. Véase su obra (en unión
de R. KEMPE): “Child Abuse”; Edic. Fontana-Open Books, London, 1978. El estudio a que se hace
referencia en texto es el “Informe” del OSSERVATORIO ABUSO SU MINORI”, elaborado en la
Provicia de Salermo, en 2011. La cita puede verse en pp. 30 y ss. De dicho “Informe”.
403
Pegada a la realidad es la “Declaración de Hong Kong de la Asociación Médica Mundial
sobre el maltrato de ancianos”, adoptada por la 41ª Asamblea Médica Mundial, celebrada en dicha
ciudad en septiembre de 1989, cuando declara que: Los ancianos presentan patologías múl-
tiples como problemas motores, psíquicos y de orientación. Y que: “Debido a esto, necesitan
ayudas en sus actividades diarias, circunstancias que pueden llevar a un estado de dependen-
cia. Esta situación puede hacer que sus familias y la comunidad los consideren como una carga
y limiten la atención y servicios a un mínimo. Es en contra de estos antecedentes que se debe
considerar el tema del mal trato de ancianos. El maltrato de ancianos se puede manifestar de
diversas maneras: como maltrato físico, psicológico, financiero y/o moral, en modo de maltrato
médico, o de autoabandono. Las diferencias en la definición del maltrato de ancianos presen-
tan dificultades al comparar las causas y naturaleza del problema. Se han propuesto algunas
hipótesis preliminares sobre la etiología del maltrato de ancianos, incluidas: la dependencia
de otros para prestar servicios, falta de lazos familiares estrechos, violencia familiar, falta de
recursos económicos, psicopatología de la persona que maltrata, falta de apoyo comunitario.
En cuanto a los factores institucionales: entre otros, bajas remuneraciones y malas condiciones
de trabajo que contribuyen a actitudes pesimistas de las personas encargadas, lo que trae como
resultado el abandono de los ancianos.” (pag. 1 del Documento). Sobre Esta cuestión puede
verse también: E. ESCARD y Otros: “Approches pour une meilleure comprenssion et préven-
tion des violences institutionnelles envers les personnes âgées”; en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique et scientifique, 2 (2002) pp. 183 y ss.
404
Sobre este particular, C. HERRERO HERRERO: “Fenomenología criminal y
Criminología Comparada”; Edit. Dykinson, Madrid, 1911, pp. 265 y ss. Y 309 y ss. Para matizar
las afirmaciones del texto, puede verse Martin KILLIAS: “La violence envers les femmes. Quelques
résultats surprenants de l’International Violence Against Women Survey (IVAWS) et l´étude helvéti-
que”, en Revue Internationale de Criminologie et de Police Technique et Scientifique, 2 (2007)
pp. 165 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 331

frenias, propensiones excesivas en la búsqueda de sentimientos, pseudoper-


cepciones, experiencias continuamente fuera de lo normal, son situaciones
propicias a determinadas formas de victimización. Y, desde luego, existen
factores psiquiátricamente definidos que pueden conducir a victimización.
(Es el caso de padecimiento de psicosis, neurosis, psicopatías…).
Por lo demás, yendo ahora a los factores de carácter situacional, no hay
duda de que siempre potencian el proceso de victimización y que, a veces,
pueden ser los factores provocadores y decisivos. Factores que pueden ser
buscados por el victimizador, predispuesto a victimizar, o proporcionados
por la misma víctima (por descuido, por imprudencia, por ignorancia, inclu-
so, a veces, provocando…). Esta influencia de los factores situacionales ha
venido siendo puesta de manifiesto, en las últimas décadas por las denomi-
nadas “Teorías de la oportunidad”.
La “actividad rutinaria”, la “elección estructural arquitectónica” (determina-
das viviendas, locales comerciales…), determinados estilos de vida, asociados
con los lugares, los tiempos y otras circunstancias distintas a éstas, se presen-
tan como factores incitantes a la victimización de las personas que viven así
en su día a día. Todo ello se refuerza si las potenciales víctimas viven cercanas
a los predispuestos a victimizar, si las mismas están expuestas a situaciones
de alto riesgo de por sí, si se presentan como “blancos” especialmente atracti-
vos para aquéllos o si existen bajos niveles de protección405.

E. ALGUNAS CLASIFICACIONES DE VÍCTIMAS MÁS


INTERESANTES DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA
CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

¿Cuáles son las formas de aparecer de las víctimas? ¿Cuáles son sus ti-
pologías? En nuestra “Criminología. Parte General y Especial” (pág.221) se afir-
ma sobre el partricular: “La aparición o el llegar a ser víctima tiene su origen
en multitud de presupuestos. Puede deberse a la elección espontánea llevada
a cabo por el que crea la ideación del delito y pone en movimiento el “iter
criminis”. Puede deberse a la iniciativa de la misma víctima que provoca o

Sobre este asunto puede verse: L. E. COHEN: “Residential Burglary in the United
405

States: Life-style and Demographic Factors Associates with the Probability of Victimization”; en Journal
Of Research in Crime and Delinquency, 18 (1981)pp. 113 y ss.; T. D. MIETHE y R. F. MEYER:
“Criminal Opportunity and Victimization Rates: A Structural Choice Theory of Criminal
Victimization”, en Revista anterior, 27 (1990) pp. 243 y ss.; Dan R. HOYT, K. D. RYAN y Ana M.
CAUCE: “Personal Victimization in a high-risk enviroment: Homeless and runaway adoles-
cents”, en Revista anterior, 4 (1999)pp. 371 y ss.; Guido V. TRAVAINI y Otros: “Paura e criminal-
ità. Dalla conoscenza all’Intervento”, Edt. Franco Angeli, 2002, ver la sección “Ridurre la paura
per intervenire sul crime (Prevenzione situazionale)”.
332 CésaR Herrero Herrero

participa, consciente o inconscientemente, en la ideación del acto antisocial


e, incluso, en la puesta en marcha del camino o proyecto delincuencial por
parte del victimizante. Puede deberse a la convergencia coindicente de “pro-
yectos” entre víctima y victimizador. Y, desde luego, existen casos en que el
delincuente se convierte en víctima y la víctima en delincuente.”
Todo esto, unido a la diversidad de factores, expuestos en el apartado
anterior de este mismo Capítulo, que están presentes, influyendo de modo
diverso, en cada una de esas precitadas situaciones, nos permite hacer refe-
rencia a un conjunto de categorías distintas de víctimas que, aquí, vamos a in-
tentar señalar teniendo en cuenta, sobre todo, su interés para la Criminología
Clínica.
Desde tal punto de vista, ahora vamos a referirnos a los tres siguientes
esquemas sobre víctimas406: La clasificación de Benjamín MENDELSOHN, la cla-
sificación de G. LANDROVE y la clasificación ofrecida por Gianluigi PONTI. Ellas
pueden ayudar (simplemente ayudar) al criminólogo, sea generalista o espe-
cialista, a orientar su diagnóstico, pronóstico y tratamiento de la víctima con-
creta, en el supuesto, claro está, de que la misma busque el correspondiente
apoyo para salir de su quebrantada situación, interior o/y relacional. Sin ol-
vidar, como veremos, que no cabe la misma orientación de tratamiento para,
por ejemplo, la víctima inocente que para la víctima provocadora.
a) Clasificación de B. MENDELSOHN. Para B. MENDELSOHN, que
parte del criterio de “correlación de culpabilidad” entre víctima y victimizador,
existen, básicamente, cuatro tipologías de víctimas:
— El tipo de víctima inocente o totalmente inocente. Se trata de la víctima
que no ofrece incentivos u ocasiones estadísticamente anormales al
victimizador. Ni llama la atención, ni provoca, ni participa, en ma-
nera alguna, en la ideación, en la puesta en marcha operativa ni en
la ejecución material del acto victimizante. El victimizador es el úni-
co agente del proceso victimizador. (Esto se produce, por ejemplo,
cuando la víctima es un niño).
Próxima a la víctima inocente es la víctima “con culpa leve” o por ig-
norancia. (El pasajero que distrae al conductor del vehículo donde
viaja y se produce un vuelco del mismo, produciéndose lesiones o la
muerte del mismo que distrajo).

Existe una multitud de esta clase de clasificaciones. Muy interesante (sobre todo,
406

a nuestra manera de ver, para la Criminología General) es la Clsificación elaborada por Hans
von HENTIG. Puede verse expuesta y sistematiazada en nuestra “Criminología. Parte General Y
Especial”, ya citada, en pp. 223 y ss. El autor ofrece el material explícito para esta clasificación
en su obra “El delito. El delincuente bajo la influencia de las fuerzas del mundo circundante”;
Edit. Espasa-Calpe, Madrid, 1972, II, pp. 443 y ss.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 333

— El tipo de víctima provocadora. Aquí, la víctima interviene claramen-


te, de algún modo, en el proceso o en alguna fase del proceso, de su
victimización. Sea por imprudencia, sea con alguna clase de inten-
cionalidad o abierta previsibilidad. En esta forma de victimización
la víctima puede ser tan decisiva para serlo, o más, que el propio
delincuente. (Por ejemplo, una mujer que, en un lugar escasamen-
te transitado y sin apenas iluminación, “provoca” lascivamente, y
de forma intencional, a un grupo de varones sometidos por largo
tiempo a “cuarentena sexual”.
— El tipo de víctima primeramente atacante o agresora. Ahora estamos
ante un agresor, que inicia la agresión y, por circuntancias reales o
personales (la “víctima” por él elegida es más poderosa que el agre-
sor principiante), pasa a ser victimizado. (Aquí, Mendelsohn advier-
te que la víctima de rebote obra con un altísimo grado de culpa y se
convierte en víctima como único culpable. V. gr., el agresor que es
muerto por la persona agredida, actuando ésta en legítima defensa).
— El tipo de víctima simuladora o de víctima inventada o imaginaria. Aquí,
no existe victimización real. Todo es fruto del disimulo (generalmen-
te por interés de quien simula ser víctima), o hija de mente distorsio-
nada o de inducción errónea407.
b) Clasificación elaborada por G. LANDROVE. Es ésta una clasificación
con tipologías que, por su base directamente empírica, se acomoda muy bien
a la realidad de la práctica. Así, el autor ofrece como tipologías:
— Las víctimas no participantes. O sea, las víctimas desconectadas to-
talmente del proyecto y “modus operandi” del victimizador.Llegan,
pues, a ser victimas por azar o por elección indiscriminada. Son víc-
timas intercambiables. Le tocó a una persona ser víctima por única
decisión e indiferenciada selección del delincuente, como podía ha-
berle tocado a otra por la misma razón.
— Las víctimas participantes. Aquí, es la “incitación” de la víctima, sea
de forma voluntaria o involuntaria, la que interviene en el desenca-
denamiento del proceso, al atraer, de manera especial, la atención
del delincuente hacia ella.
— Las víctimas ocasionadas por relaciones próximas. Es decir, en virtud
de las irregularidades o disfunciones que se dan, de hecho, con al-
guna frecuencia, en las interrelaciones humanas. Así, por ejemplo,
en las relaciones de convivencia familiar, se producen malos tratos al

Esta clasificación puede verse en B. MENDELSOHN: “Victimology and the needs of


407

contemporary society”; en Messis, 7 (1974) pp. 75 y ss.


334 CésaR Herrero Herrero

cóyuge, a los hijos, a la madre o al padre por parte de éstos408. En las


relaciones sentimentales, se producen malos tratos, agresiones físicas o
muertes a impulsos de los celos. En las relaciones laborales (sobre todo,
en las continuadas), se dan, asimismo, malos tratos, malas relaciones
entre compañeros de trabajo, entre patronos y obreros. Recuérdese,
v. gr., la figura del “mobbing”.
— Las víctimas sin conciencia de serlo. Existen víctimas, incluso en masa,
que ignoran que lo son por falta de información, de formación y de
deformación (social, política…). Es el caso, por ejemplo, en las es-
tafas masivas de medicamentos sin virtualidad curativa alguna, de
defraudaciones de impuestos… Hay, al menos, una parte de la po-
blación, que se creen que estas conductas infractoras no les afecta.
Pero han de sufrir las consecuencias.
— Las víctimas vicarias. Son las personas que se convierten en víctimas
por respresentar, o “hacerles” representar, instituciones, valores…,
que son, en realidad, los verdaderos objetos directos de odio en la
intencionalidad de los victimizadores. Se convierten en víctimas por
lo que representan o les hacen representar (Por ejemplo, atentados
contra policías por ser considerados, por los victimarios, “los ade-
lantados”, de un poder enemigo, en la invasión del que estiman su
propio territorio …).
— Las víctimas especialmente vulnerables. Son las víctimas encarnadas en
personas que, por múltiple diversidad de circunstancias, ofrecen una
predisposición victimógena especial y específica. Es decir, están dota-
das, en este campo, de los que ya hemos denominado factores de vulnera-
bilidad especial para ser víctimas. Factores que, como ya se ha insinuado,
pueden ser de carácter personal (niñez, ancianidad, sexo femenino…) o
de carácter social (estilo de vida, desahogo económico, ubicación y for-
ma llamativa de la vivienda, grupo “social” de referencia…)409.
c) Clasificación ofrecida por Gianluigi PONTI. PONTI hace una distin-
ción entre víctimas, hablando de víctimas pasivas y de víctimas activas.
— Victimas pasivas. Son aquellas que no han dado motivo alguno para
dar lugar al ofensor a obrar de la manera en que ha actuado. Entre
estas víctimas cabe distinguir los siguientes tipos:
   + Víctimas accidentales: Las que llegar a serlo por casualidad, al ha-
berse encontrado, por azar, con el victimizador, pero sin haber

408
Sobre estas cuestiones, puede verse Graziano PUJIA y Roberta NARDONE: “La vio-
lenza nelle relazioni familiari”, 2010; texto en Ressegna 1_2010_corr.indd 5
409
Para esta clasificación de G. LANDROVE DÍAZ, ver su obra: “Victimología”, Edit.
Tirant lo Blanch, Valencia, 1990, p. 42.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 335

puesto nada de su parte antes y durante el proceso victimizador.


(La persona elegida al azar, en plena calle y a la luz del día, para
ser objeto de robo violento por parte del ladrón que ha salido
“ex profeso” a ejercer su profesión).
   + Víctimas preferenciales: Aquéllas que, por sus características per-
sonales, sin haber puesto nada más, entran a ser el “blanco victi-
mizable” del delincuente. (Así, la mujer que, por ser alta y rubia,
es elegida por el violador de turno).
   + Víctimas simbólicas: Son las víctimas “vicarias”, de las que ha he-
mos hecho mención más arriba. Se ataca a la persona por ser
miembro de un grupo o asociación a la que se le quiere dañar
y el victimizador proyecta su actividad delincuente en quien él
cree o piensa que representa a aquélla.
— Víctimas activas. Suelen incluirse, en esta clasificación, a las per-
sonas que, por sus hábitos, actitud o posición social, se presentan
como “blancos” atractivos o favorecedores del “proyecto” criminal
de los victimarios, al ser vistas por éstos como despreocupadas,
beligerantes o agresivas en sus contactos y relaciones sociales en
general o con grupos de personas en particular. O las que se con-
vierten en víctimas, al ser miradas, de forma emotivamente deses-
tabilizante, por personas que, sin ser delincuentes, al menos habi-
tuales, reaccionan desproporcinadamente y “en presente”, ante el
comportamiento que consideran inadecuado o injusto de los ahora
por ellas victimizados.
Entre esta categoría de víctimas puede señalarse las siguientes tipologías
o subtipologías:
+ Las víctimas por su profesión. Lo que se produce al llevar el ejercicio de
la misma un riesgo especial. (Así, por ejemplo, policías y agentes de
seguridad en general).
+ Víctimas agresoras: Las que llegan a víctimas en virtud de una adecua-
da contestación a su agresión. O sea, aquellas cuyo comportamiento
impulsan a otros a defenderse de modo violento.
+ Víctimas provocadoras: Las que desembocan en víctimas al desatar con
su comportamiento, aunque sea incoscientemente, la cólera, la ira,
la exasperación o que actúan frente a los otros haciéndoles perder el
control y así reaccionar éstos en consecuencia. Se desarrolle la con-
ducta (acción-reacción) en contextos familiares o foráneos.410

410
Gianluigi PONTI: “Compendio di Criminologia”; Raffaello Cortina Editore, 1999. Sobre
esta cuestión puede verse A. BARBAROSSA: “Una passione “da morire”. Vittimologia”, pp. 9 y
ss.; texto, en www. cepic.psicologia.it/index.php?
336 CésaR Herrero Herrero

F. DISTINTAS FORMAS O MODELOS DE VICTIMIZACIÓN.


VICTIMIZACIÓN PRIMARIA, SECUNDARIA Y TERCIARIA
Una vez que el proceso de victimización se pone en marcha, puede cir-
cunscribirse a la producción del daño a la persona-víctima por parte del vic-
timario o delincuente y a la conexa continuacion del impacto sobrevenido
a la víctima por el hecho, con las secuelas más o menos desagradables para
ella, inherentes al mismo. Pero puede acontecer, y, desde luego, sucede con
más frecuencia de la cuenta, que la víctima tenga que soportar padecimientos
fundamentalmente psíquicos y morales, derivados, precisamente, del trato
inadecuado administrado por las Instituciones obligadas a remediar, en lo
posible, el delito, y a auxiliar o amparar a la víctima.
Ante este complejo proceso victimizador, cabe hablar, entonces, de victi-
mización primaria y de victimización secundaria.
1ª Victimización Primaria. Es la infligida a la víctima mediante la producción,
contra ella, del daño real o directamente personal (con las correspondientes secuelas
afectivas, materiales, físicas, psiquicas) mediante el comportamiento criminoso, o so-
cialmente intolerable, del victimario.
Naturalmente, la reacción de la persona, al reconocerse como víctima, va a
depender de su personalidad, de su experiencia vital, de su contexto familiar,
interrelacional, social. No todas las personas victimizadas reaccionan lo mismo.
Y, claro está, la intensidad y dirección de la reacción va a depender también de
la naturaleza de la agresión sufrida. No es lo mismo, por ejemplo, haber sido
víctima de un hurto que de una violación o de lesiones muy graves…
Lo cierto es que la mayoría de las personas que han llegado a ser víctimas
de acciones criminales se encuentran, muy a menudo, con dificultades notables
o muy notables. Los investigadores, en esta materia, suelen dejar constancia de
que la mayor parte de las víctimas de un delito grave o muy grave pasan, inte-
riormente, por cambios psicológicos desestabilizadores, muy apreciables, al tener
que soportar el traumatismo causado por el comportamiento del victimario, las
secuelas concurrentes y la incertidumbre o inseguridad de las decisiones inme-
diatas o a medio plazo que ha de tomar con ocasión de tal acontecimiento.
Todo esto es muy importante que sea tenido en gran consideración por
sus familiares y allegados; pero, desde un punto de vista profesionnal, sobre
todo, por parte del criminólogo y demás especialistas que hayan de tratarla,
con el fin exclusivo de ofrecerle comprensión, afecto y ayuda.
En esa dirección, “La Guía de Tratamiento de víctimas de actos crimina-
les”, elaborada bajo el patrocinio del Departamento de Justicia de Canadá,
con utilización de materiales empírica y científicamente contrastados, advier-
te que cada víctima manifiesta sus propias peculiaridades reactivas. Que, no
obstante, ello no impide enumerar, en general, las reacciones corrientes en
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 337

las víctimas de un crimen que, por razones obvias, los profesionales han de
conocer, para actuar con conocimiento de causa, a favor de las víctimas. Al
menos, en los primeros momentos o a corto plazo.
Con tal fin, se hace mención concreta, en este campo: Al plano de humor
y las emociones, donde afloran: miedo, fobias, cólera, hostilidad, molestias
generalizadas, ansiedad, depresión, aflicción, culpabilidad, bochorno, emo-
ciones difíciles de encauzar, apatía, embotamiento, baja autoestima. Al plano
social, donde se producen cambios de relaciones con los otros, prevención,
alienación. Al plano del pensamiento y de los recuerdos, constatándose recuer-
dos obsesivos, bajo rendimiento intelectual, vigilia, evocaciones del aconte-
cimiento criminal, confusión y falta de concentración, disociación, puesta
en cuestión de creencias espirituales. Al plano físico, donde se hacen pre-
sentes náuseas, problemas de estómago, tensión muscular, trastornos del
sueño, pérdida de peso, dolores de cabeza, vértigos, sensaciones corporales
de calor o de frío.
Añadiendo a esto que los profesionales que intervengan en relación con
el acontecimiento victimizador, pueden llegar a observar “estas mismas reac-
ciones de la víctima directa en los amigos y en la familia de las víctimas, por-
que el acto criminal produce efectos sobre los amigos y los allegados, el me-
dio escolar, el lugar de trabajo y en la sociedad en su conjunto (Burlingame y
Layne [2001])”411.
Pero esos efectos perversos, o asimilados, no siempre, ni mucho menos, son
exclusiva de la que acabamos de denominar como “Victimización Primaria”. No
pocas veces, el proceso victimizador se prolonga, de modo diverso, con nuevos
actores. Entramos, entonces, en el ámbito de la Victimización Secundaria”.
2ª Victimización Secundaria. Es la victimización padecida por la misma víc-
tima que ha padecido, o viene padeciendo la primaria, cuando el acontecimiento crimi-
nal victimizador de aquélla pasa a ser tratado por las correspondientes instituciones
sociales-asistenciales (públicas o privadas) o por las instituciones gestoras del sistema
penal y las mismas cumplen sus funciones deficitariamente, proyectándose las corre-
lativas disfunciones sobre la persona ya primariamente victimizada.
Se trata, desde luego, de una experiencia que puede traumatizar a la víc-
tima más que la experiencia directa de la comisión del delito contra ella. Todos
los efectos destructores, más arriba señalados, pueden, en realidad, intensi-
ficarse seriamente, ante el desconcierto y la frustración de constatar cómo
los que debieran protegerla no la protegen, los que debieran comprender
su situación la envilecen. No digamos cuando, incluso, hicieren desaparecer

411
Me refiero, en texto, al estudio, elaborado bajo la dirección de James K. HILL, ti-
tulado: “Guide de traitement des victimes d’actes criminels. Application de la recherche à la practique
clinique”; Ministère de la Justice (Canada), Deuxième Edition, 2009, pp. 27-28.
338 CésaR Herrero Herrero

pruebas y efectos del delito o la acusasen, encima, de simulación de delito… ¡


Que todo puede suceder...!412
A veces, se habla de victimización anterior o precedente. ¿Puede comparar-
se a la Victimización Secundaria?
No. Aquí se trata del sometimiento de una víctima a una cadena de vic-
timizaciones, generalmente todas ellas primarias (o, al menos, no se requie-
re que haya secundarias) con la continuidad necesaria para sucederse unas
a otras con escasa solución de continuidad o casi sin esa solución. A veces,
esta cadena se extiende a gran parte de la vida de la víctima. Las conexiones
entre unas victimizaciones y otras (salvo el vínculo del tiempo) suelen ser,
no pocas veces, complejas y heterogéneas. Lo específico de estas formas
de victimización es que las inmediatamente precedentes, o que acaban de
llegar, impiden a la persona, que ya está sufriendo las consecuencias de otra
victimización, superar adecuadamente ésta, agravándose, además, por la
presencia de una nueva. Lo que lleva a la víctima a acomodarse en el pade-
cimiento de un traumatismo victimológico continuado. Con el correspon-
diente deterioro físico, psíquico y moral. Está constatado, según parece (y
se presenta como algo razonable) que la victimización constantemente rei-
terada rompe el proceso normal de restablecimiento de la víctima, al menos
cuando las victimizaciones se suceden con escaso espacio temporal entre
sí413.
Y lo que es peor. Según investigaciones “ad hoc”, la victimización “prece-
dente o anterior” puede consisderarse como un firme predictor de victimiza-
ciones futuras. Por ejemplo, en un buen número de mujeres, víctimas de abu-
sos sexuales durante la infancia, podrían ofrecer un alto riesgo de sufrir los
mismos abusos después. Y, desde luego, que estas personas revictimizadas

412
Esta clase de victimización se puede manifestar por ejemplo,, según los trabajos em-
píricos, recogidos en dicha “Guide…”, dirigida por James K. HILL: “…Cuando la víctima tiene
que repetir la recitación del crimen con el sentimiento de estar siendo tratada injustamente
o con la impresión, ante el comportamiento de los demás, que no se la escucha o que no se
la cree. Es necesario subrayar aquí que las víctimas se sienten más en contacto con los otros
cuando ellas consideran que los policías han sido “amables” o benévolos (Norris el coll. [1997]).
Por el contrario, las experiencias negativas con los especialistas agravan los síntomas del es-
trés postraumático (Campbell et coll. [1999] y disminuyen la probabilidad de su comunicación
(Monroe et Coll. [2005]). Afortunadamente, las víctimas que han recibido cuidados de salud
mental, después de haber vivido tales experiencias negativas, han visto su estrés disminuir
(Campbell et coll. [1999]).” (Pág 35 de dicho estudio).
413
Sobre estas cuestiones, C. A. BYRNE y Otros: “The socio-economic impact of interperso-
nal violence on women”; en Journal of Consulting and Clinical Psychology, Vol. 67, 3 (1999) p.362
y ss.; D. E. PELEIKIS y Otros: “The relative influence of Childhood sexual abuse and other
family Background risk factors on adult adversities in female outpatiens treated for anxiety
disorders and depression”; en “Child Abuse and Neglect, Vol. 28 (2004) pp. 61 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 339

oponen no parca resistencia a denunciar su situación a las autoridades com-


petentes. Todo ello debido a la la posesión de una baja estima de sí mismas y
a su muy notable sentimiento de impotencia414.
3ª Victimización Terciaria. Generalmente, esta clase de victimización no
está orientada a describir una forma especial de victimización referida a la
verdadera víctima (la que recibe el impacto del acto criminoso) sino a la victi-
mización del delincuente y, en su caso también, a sus más próximos allegados
(padres, pareja, hijos…).
En este sentido, se dice que el delincuente es una persona a la que se
victimiza por tenerle sometido a circuntancias de exclusión y marginación,
cuando cometió el delito, que le empujaron a cometerlo, cuando se le conde-
na y se le recluye en una cárcel, generalmete hacinada, cuando se “le obliga”
a reinsertarse. (Dentro, o fuera de la prisión. En todo caso, para un contexto
social adverso, cuando salga de ella).
A los parientes próximos y allegados (hijos…) se les victimizaría, al ser
privados del condenado o al tener que sufrir penurias y privaciones econó-
micas y afectivas por ausencia de la fuente de manutención y de afecto pater-
nal, maternal, filial…
¿Qué decir de esta victimización denominada terciaria? Que hay que disti-
guir supuestos para poder apreciarla. Que, por ejemplo, no parece razonable
poder estimar su presencia, en relación con el delincuente, cuando perpetra
un delito sin darse circunstancia justificante alguna (legítima defensa o es-
tado de necesidad justificante…), cuando se le condena mendiante proceso
con todas las garantías procesal-constitucionales y cuando cumple la pena
con trato y tratamiento humanitarios. La victimización de los allegados no es
tampoco victimización cuando el acontecimiento precedente es como hemos
descrito, sino obligada derivación y consecuencia de la acción ilícita del pena-
do y de la justa consecuencia inherente a su delito.
Por lo demás, ¿no ha de aplicarse el concepto de “Victimización
Terciaria” a las verdaderas víctimas, las pacientes de una agresión injusta
contra sus bienes personales o reales? Creemos que sí. Ello ocurriría, por
ejemplo, cuando una vez cerrado el ciclo de asistencia a la víctima y cerra-
do el proceso penal con sentencia condenatoria del victimizador o victimi-
zadores, mediaran, en la ejecución o en el cumplimento de las sentencias,
resoluciones contrarias a los derechos de las víctimas, a su sentido razo-
nable y humano de la justicia, en beneficio exclusivo y excesivo de los vic-

414
Sobre estas cuestiones puede verse F. H. NORRIS y Otros: “The Psychological conse-
quences of crime: Findings from longitudinal population-based Studies”; en Vol Col. “Victims of Crime”
(R.C. DAVIS y Otros, Directors), Edt. Sage Publications, 1997, pp. 146 y ss. También, en D.E.
PELEIKIS y Otros, en trabajo ya citado.
340 CésaR Herrero Herrero

timizadores. Por ejemplo: ¿un ambiente componedor de los gobernantes


con criminales terroristas, no podrá servir de base para poder calificar de
victimización terciaria el nuevo impacto a sufrir por las mismas víctimas,
sean directas o allegadas?
El criminólogo clínico y el resto de especialistas, dispuestos a yudar a las
víctimas, han de intentar descubrir, en este campo, los verdaderos factores
victimógenos y llamarlos por su nombre. Quizá sea éste uno de los méto-
dos más atractivos para poder acceder al interior de la persona victimizada o
“revictimizada”.
Por tanto, y volvemos sobre algo que ya hemos insinuado más arriba:
a la hora de hablar de victimización, sea de una u otra clase, debemos tener
en cuenta la metamorfosis interior, desde el principio, que experimentan las
personas verdaderamente victimizadas, al tener que pasar por la experiencia,
tan amarga, de al menos cuatro fases coordinadamente acumuladas y con-
tinuadas, que forman el proceso de victimización y del deseado restableci-
miento: la fase de previctimización, de la victimización en cuanto tal, de la
transición y de la reorganización o búsqueda del restablecimiento.
La precitada “Guía de Tratamiento de las Víctimas…”, al abordar un
modelo de victimización y de restablecimiento repite, por eso, ideas que con-
sidera esenciales. Subraya, en consecuencia, que:
“Para comprender la experiencia vivida por las víctimas de actos cri-
minales, es necesario considerar la victimización en su conjunto, y no
solamente el acto criminal en sí. La victimización es la manera cómo
la víctima vive el estrés causado por las acciones que están fuera de
su control. Antes de examinar las teorías y los trabajos de investiga-
ción correspondientes a las víctimas, es preciso hacer aquí una distin-
ción mayor: las víctimas de actos criminales son diferentes las unas de
las otras. He ahí el tema principal de la presente sección, que examina
cómo cada víctima llega a restablecerse y a reprehender una vida llama-
da “normal” después de haber vivido un acto criminal. (…) Cada indi-
viduo tomará un camino diferente, pero la mayor parte de las víctimas
vivirán cuando menos experiencias comunes nacidas de su victimiza-
ción. (…) Para comprender lo que viven nuestros “clientes”, debemos
esforzarnos por comprender los cambios psicológicos por los que atra-
viesan las personas que han sido víctimas de un acto criminal y que
comienzan a reconocerse como tales. Casarez-Livison [1992] ha exa-
minado varios modelos de victimización. Ella percibe algo que describe
cómo una persona pasa de miembro de la población general al estado de
víctima y después de superviviente. Según ella, las víctimas pasan por
diferentes estadios: antes del crimen, el crimen mismo, la adaptación
inicial y la acomodación y, en fin, por el estadio donde el hecho de haber
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 341

sido víctima de un acto delincuencial forma parte de su experiencia de


vida (Casarez-Levison [1992])”415.

G. EL CONCEPTO DE VICTIMOLOGÍA Y SUS RELACIONES CON LA


CRIMINOLOGÍA CLÍNICA. CONCEPTO Y FUNDAMENTO REAL
DE LA CLÍNICA VICTIMOLÓGICA

a) Concepto de victimología y sus relaciones con la Criminología


Clínica
Con lo que se acaba de exponer en el apartado anterior (y teniendo en
cuenta, además, el papel que la víctima juega en el fenómeno de la crimino-
génesis) ha sido forzoso relacionar la Criminología Clínica con la víctima y no
sólo con el delincuente, aunque, como es obvio, éste haya de ser su objetivo
preferente. Si ello es así, el criminólogo clínico no puede estar ajeno a esa
relación, puesto que la Criminología Clínica tiene no poco qué decir con res-
pecto a la víctima de la actividad criminosa.
Desde ese punto de vista, pues, el criminólogo, sobre todo el clínico, ha
de tener en cuenta que la víctima entra en relación con la Criminología por
su posible inter-influjo (víctima-delincuente, delincuente-víctima) en la apa-
rición del delito concreto (rol peculiar y específico de la víctima como posible ele-
mento de la situación predelictual). Lo que ha dado lugar al nacimiento y auge
de la que muchos consideramos una rama (con no escasa autonomía) de la
Criminología como ciencia. Pero entra en contacto, asimimo, con ésta, desde
otra dimensión: en cuanto la víctima se presenta como la parte perjudicada
por el delito y, por lo mismo, reacciona frente él para reivindicar justicia res-
pecto a sus derechos injustamente violados. Vertiente ésta a la que algunos
denominan “criminología victimológica”416.
Este doble aspecto ha de ser analizado al intentar comprender, de forma
adecuada, el fenómeno criminal desde una perspectiva criminológico-clíni-
ca. Y, por eso, desde nuestro punto de vista, ambos contenidos forman parte
de la Criminología, aunque la rama especializada de ésta, para analizar e in-
terpretar mejor esos contenidos, se llame Victimología. (Sea victimología “in
genere”, o sea victimología clínica o clínica victimológica).
La Criminología, por tanto, sobre todo la Criminología Clínica, si preten-
de esclarecer, de forma integradora, el drama delincuencial, ha de estudiar
al “personaje” víctima en su doble cara. En primer término, como incidente
en el propio proceso victimizante (en interacción consciente o inconciente

415
“Guide de traitements des victimes dáctes criminels…”, ya citada, p. 19.
416
Así, por ejemplo, R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, pp.509-510.
342 CésaR Herrero Herrero

con el victimizador). Y es que delincuente y víctima son criminológicamente


hablando inseparables. Aunque sus papeles sean casi siempre antagónicos417,
su centro de relación es el delito. En segundo lugar, la víctima se convierte,
al mismo tiempo, en paciente indebido de la consumación de aquél, por el
hacer imprescindible y definitivo del criminal. Al estudio de esta doble ver-
tiente se dedica, precisamente, la Victimología. Rama, repetimos, a través de
la cual la Criminología estudia y trata a la víctima.
Por eso, en un principio, cuando la Victimilogía empezaba a consolidar-
se como tal, uno de sus principales sistematizadores, G. GULOTA, la defi-
418

417
Sobre la relación delincuente-víctima, además de las aportaciones ya citadas de
H.von HENTIG, puede verse el clásico estudio de H. ELLEMBERGER: “Relations psycho-
logiques entre le criminel et la victime”, en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique, 1 (1954) pp. 103 y ss. Sobre este particular puede verse, asimismo:Daniela AGROSI
y Sonia PRECONE: “Criminali e Vittime. Profilo psicologico. Moventi, possibili interventi”; Corso
di Criminologia, Ciampino 2002-2003, pp. 24 y ss. No podemos olvidar, tampoco, a este res-
pecto, que la denominada actualmente victimodogmática viene presentándose como nudo
de conexión respecto de la interacción víctima-delincuente o delincuente-víctima, derivando
la cuestión hacia la posible incidencia de esa interrelación en el esquema de la teoría técnico-
jurídica del delito. Sobre todo, en materia de la “compensación penal”, referida al delincuente
por posible debilitamiento de su responsabilidad cuando la interacción de la víctima excediese
lo normal. (A este respecto, puede verse A. SERRANO MAÍLLO: “Pensamiento contemporáneo y
participación de la víctima en el delito. La victimodogmática”; en su obra “La compensación en Derecho
Penal”, Edit. Dykinson, Madrid, 1996, pp. 241 y ss.).
418
Sobre este particular, J. LÓPEZ VERGARA: “Criminología. Introducción al estudio
de la conducta antisocial”; ITESO, tercera reimpresión,, México, 2000; sobre todo, pp. 161 y ss.
Pero la Victimología, aún como rama dentro de la Criminología, ha tenido enemigos. Autores
tan prestigiosos como M. LOPEZ-REY escribía a finales de la década de los setenta: “La victi-
mología significaría la existencia de victimólogos, y cabe preguntarse cuál, aparte de una pro-
liferación de disquisiciones, debería ser su cometido. ¿Sería el de prevenir o reeducar a toda
posible víctima? El papel de la víctima, incluso respecto a su personalidad, ha sido ya en parte
tenido en cuenta por los códigos penales, especialmente en la formulación de ciertas agravan-
tes y atenuantes. Las mismas, al igual que ciertas figuras delictivas, muestran que las víctimas
pueden ser provocadoras, poco escrupulosas y otras cosas más, pero ¿justifica ello la erección
de una disciplina nueva? ¿Puede tomarse en serio que, en todos los casos delictivos, se proce-
da al examen psicológico y psiquiátrico de la víctima a fin de determinar la coactuación de su
personalidad? Aun suponiendo que ello fuera económicamente hacedero, ¿se justificaría que
las víctimas de los grandes agiotajes, contaminaciones, persecuciones políticas, de los tortura-
dores, de una serie de depredaciones en tiempos de paz y guerra, de motines y algaradas, de
secuestros de personas, pasajeros y demás, del cotagio venéreo, de envenenamiento o defor-
mación como consecuencia de ingerir sustancias alimenticias, productos farmacéuticos, etc.,
las lesionadas como consecuencia de una serie de accidentes y otras muchas, fueran examina-
das psiquiátricamente? ¿Olvidan los que postulan la invención de la victimología que sólo tie-
nen en cuenta una pequeña parte de la criminalidad para justificarla y que el sistema de cajas
de indemnización y compensación, que no es nada nuevo, pero que funciona ya en bastantes
países, da resultados más rápidos y mejores que los que podrían aportar los victimólogos? Si
ha de ser inventada una victimología, ¿por qué habría de reducirse sólo a lo criminal? ¿Sería
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 343

nía como: “Disciplina cuyo objeto es el estudio de la víctima de un delito, de sus per-
sonalidad, de sus características biológicas, psicológicas, morales, sociales, así como
culturales, y de sus relaciones con el delincuente y del papel que ha desempeñado en
la génesis del crimen”419. En su evolución, sin desviarse del anterior contenido, vino a
interesarse, de forma intensa, por los derechos de la víctima, hasta tal punto que, como
sintetiza RODRÍGUEZ MANZANERA: “Tema funadamental de la Victimología
moderna es el estudio y tratamiento de la víctima, considerado actualmente como un
derecho del ofendido por una conducta criminal”420.
Podemos ver, entonces, cómo, a travès de la unión de esas dos visiones,
estrictamente complementarias, el concepto de Victimología engloba los dos
extremos que, hace unos momentos, acabamos de describir, y que no hay que
sacar fuera del cometido criminológico.
Hay ya autores reconocidos, por ello, que, a la hora de definir la
Criminología Clínica, engloban directamente en ella a la VÍCTIMA. Es el caso,
por ejemplo, de Fulvio FRATI que conceptúa dicha Criminología, diciendo
que es:
“La rama de la Criminología que utiliza, en la aproximación a los aconte-
cimientos criminosos, una modalidad de interpretación específicamente
proyectada a comprender los sentimientos, las experiencias y vivencias
subjetivas, sea de los autores o sea de las víctimas de los delitos, con el
propósito de intervenir (en unión de otras modalidades interpretativas
de diverso tipo, sobre todo de las relacionadas con las sociológicas y las
jurídicas) para intentar alcanzar la reducción de los comportamientos
penalmente sancionados y del sufrimiento que a éstos habitualmente
acompaña”421.

b) Concepto y fundamento real de la Clínica victimológica


Es claro que, aquí, hacemos referencia a la Clínica victimológica relacio-
nada con víctimas que han llegado a serlo por haber sufrido comportamien-
tos delictivos o gravemente antisociales. Por tanto, se deja, ahora, de lado a la
que prodíamos considerar como tal clínica por referencia a una victimización
de carácter no criminal (víctimas de catástrofes naturales…)422

necesario inventar una victimología civil, comercial, industrial y muchas más?” (“Criminología.
Criminalidad y planificación de la Política criminal”; Editorial Aguilar, tomo II, Madrid, 1978, p.
146).
419
G. GULOTA: “La vittima”; Ed. Giuffré, Varese, 1976, p. 9.
420
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminologia Clinica”, ya citada, p. 333.
421
Fulvio FRATI: “La Psicologia penitenziaria e criminologia”; en Bolletino d’Informazione
dell’Ordine degli Psicologi dell’Emilia Romagna, 1 (2002) p. 2 del estudio.
422
Sobre este aspecto, R. GASSIN: “Criminologie”, ya citado, pp. 713 y ss.
344 CésaR Herrero Herrero

Es, si se habla de Clínica victimológica de carácter criminal, cuando esta-


mos ante un concepto, en sentido estricto o propio, de esta clase de Clínica.
¿Cómo definir esta clase de clínica (clínica victimológica)? Podemos definirla,
teniendo en cuenta el concepto de victimología, arriba expuesto, como: La
indagación o investigación sistemáticas, ordenadas a propiciar el tratamien-
to adecuado, individualizado, de las víctimas de infracciones penales, previo
estudio riguroso del proceso de victimización y de la constatación e informa-
ción, en su caso, del derechos que la asisten y cómo pueden ser, en lo posible
restablecidos.
En cuanto al fundamento real de la Clínica victimológica podemos ha-
cerlo visible partiendo de las definiciones que acabamos de ofrecer tanto so-
bre la Victimología como de la Clínica victimológica. Concretamente, su fun-
damento descansa en:
1º La necesidad de esclarecer la aportación de la víctima concreta al
surgimiento de la acción victimizadora del delincuente. Ello implica,
como ya se ha dicho, el estudio de personalidad y de las caracterís-
ticas psicobiológicas, psicomorales y psicosociales de la víctima. No
para estigmatizarla, sino para evitar en el futuro aportar factores vic-
timológicos que, consciente o inconcientemete, pudieren incidir en
algún proceso de su victimización.
2º En la necesidad o gran conveniencia, para las víctimas, de recibir ayu-
da y apoyo para superar los efectos negativos (ya vistos) de la victimi-
zación. Incluso, siendo dirigidas, en su caso, a especilistas de la salud
mental.
3º En la necesidad de informarlas sobre la forma de poder restaurar, en
lo posible, el propio quebranto personal, sus derechos (personales o
reales) menoscabados por el delito. Orientándolas, para ello, hacia las
instituciones sociales o jurídicas competentes. Habiendo de recordar,
al respecto, la amplia gama de servicios de asistencia personal y social,
habilitados por los denominados Estados Sociales y Democráticos de
Derecho. Servicios que, por lo demás, han de ser adecuados a cada
una de las víctimas y administrarse en cuanto antes si se preteten-
de que sean efectivos y que, incluso, no cooperen a la victización
secundaria423.

423
André NORMANDEAU hace observar cómo, a pesar de las deficiencias existentes,
en materia de servicios sociales y jurisdiccionales con relación a las víctimas, desde hace ya
bastantes años, al menos en América del Norte y en Europa (democrática) ha venido aumen-
tando de forma muy considerable en ambos aspectos. Gracias, en gran parte, por “la conjuga-
ción de cinco tipos de actividades independientes pero complementarias: a)La introducción
de programas de indemnización de las víctimas; b) el desarrollo de un campo de estudio cono-
cido bajo el nombre de “victimología”; c) el movimiento femenino; d)el incremento de la cri-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 345

Y, desde luego, invitándolas, si se estimase oportuno, a acudir, desde el


punto de vista jurisdiccional, a los buenos servicios que, en este campo, pare-
ce estar ofreciendo la denominada “justicia restaurativa”424.
¿Cómo hacer posible llevar a cabo esta tarea clínica con las víctimas
que accedan libremente a someterse a esas indagaciones individualizadas?
Acudiendo, obviamente, a las denominadas técnicas clínicas: Entrevista, exa-
men médico, psicológico, social… realizadas por el correspondiente equipo
de especialistas en este campo. (Esto lo veremos en el momento de desarro-
llar el método o métodos a utilizar en la actualidad para alcanzar los fines
de la Criminología Clínica y al abordar los sujetos activos en la puesta en
práctica de la Criminología Clínica).
Y, antes de terminar este Capítulo, otra pregunta: ¿Es necesario, o siquiera
conveniente, proceder a instar a cualquier clase de víctima para que acceda a pasar por
tales técnicas? ¿Someterse a la clínica victimológica tal como la venimos entendiendo
aquí y ahora?

minalidad (real o percibida) y, en paralelo, la insatisfacción de la opinión pública y sobre todo


de las víctimas, frente a frente con el sistema de justicia penal; e) el desarrollo mismo del acti-
vismo pro-víctimas”. Concluyendo el mismo autor que: “Las víctimas de actos criminales han
encontrado finalmente una plaza legítima en el seno de la justicia penal. Las víctimas no son
ya relegadas enteramente al rango de espectadores pasivos. Para el futuro, la cuestión es deter-
minar la extensión y las modalidades de su participación en aquélla, así como la extensión y las
modalidades de las redes de ayuda públicas y privadas.” (“Politiques et practiques en matière de droi-
ts et de services aux victimes d’actes criminels au Canada”, en Revue Internationale de Criminologie
et Police Technique et Scientifique, 1 (2001) p.89 y p. 99). Y, en cuanto a la adaptación del servicio
prestado a las características personales de la víctima y su administración presta a la misma, la
“GUIDE DE TRAITEMENT DES VICTIMES D’ACTES CRIMINELS”, ya citada, en su pág. 85,
advierte, en consonancia con lo que venimos afirmando que: “Las víctimas de actos criminales
deben recibir rápidamente tratamientos eficaces que les ayuden a hacer remitir su victimización
y acceder a un estado lo más cercano posible al normal. (…) Los administradores de servicios de
urgencias a las víctimas de actos criminales pueden encontrarse frecuentemente con personas
que adolezcan de estrés profundo, de problemas de adaptación al traumatimo o problemas de
salud mental, que requieren de sostén social, que pueden haber sido criminalmente victimizadas
varias a la vez, etc. Las víctimas de actos criminales constituyen un grupo diversificado, tienen,
pues, reacciones distintas y necesitan de servicios diferentes.”
424
Sobre este particular puede verse S. CLEMENT, G. LÓPEZ y S. PORTELLI: “Les droi-
ts des victimes. Victimologie et psychotraumatologie”, edit. Dalloz, Paris, 2003. Jo-Anne WEMMERS
argumenta cómo, la justicia reparativa, en la medida en que pueda ser puesta en práctica, está
siendo presentada como mucho más constructiva que la administración de justicia tradicional,
en orden a la cura y reparación de las víctimas, puesto que ha nacido para estas funciones y
no, como la justicia clásica, que, en vez de atender, primordialmente a las víctimas, se orienta,
en primer lugar, al castigo del delincuente. La justicia reparativa parece responder mejor a la
satisfacción de las necesidades, que la víctima tiene, o suele tener, de información, de indemni-
zación (dédommagement), de necesidades afectivas, de participación en los procesos correspon-
dientes, de protección… (“Une justice réparatrice pour les victimes”, en Revue Internationale de
Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2002) pp. 156 y ss.).
346 CésaR Herrero Herrero

Dando por descontado que ello es imposible cuando se trate de víctimas


colectivas, victimizadas, generalmente, por lo denominados delitos-masa,
hemos de decir, con respecto a las víctimas individuales, que no es siempre
necesario y, ni siquiera, conveniente. En estos últimos supuestos no sería
necesario, ni probablemente oportuno cuando, por ejemplo, como señala
RODRÍGUEZ MANZANERA, se trate “de delitos en que no hay relación ni
contacto personal entre víctima y victimario; tal es el caso de los robos de
poca monta en que no hay violencia (carteristas, retinteros, etc.), o aquéllos
de víctima indeterminada… (…) Podría pensarse que es del mayor interés del
ofendido el que se haga justicia y le sea reparado el daño, pero en ocasiones
prefiere la impunidad del ofensor a ser sometido a exámenes que considera
atentatorios a su intimidad, o que le hacen perder tiempo, o que considera
molestos o dolorosos”425.

L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, p. 336. También,


425

en parecido sentido, al del reflejado en texto, los autores de la ya remencionada “GUIDE de


Traitement des victimes…” (en pág.83) comenta: “Un servicio uniforme para todos no puede
dar buenos resultados. La orientación de las víctimas hacia servicios que forman parte de un
abanico más amplio será siempre la solución más provechosa para ellas. Las víctimas que ma-
nifiesten la presencia de estrés y de síntomas extremadamente agudos pueden tener necesidad
de servicios más intensivos. Por consiguiente, las víctimas que no manifiesten una reacción
grave no deben, necesariamente adherirse a un grupo de sostenimiento o seguir una terapia
individual. Ellas pueden sacar provecho, en cualquier caso, de su participación en sesiones de
información o de la lectura de documentación escrita.”
Capítulo diecisiete

EL CONTROL SOCIAL CON RELACIÓN


AL DELINCUENTE CONCRETO
A. INTRODUCCIÓN

El control social es otro de los elementos integrantes del óbjeto único de


la Criminología. (Acabamos de exponer los otros tres elementos del mismo
objeto: el delito, el delincuente y la víctima).
Pero, ¿por qué ha de ser incluido, en la Criminología como ciencia, el con-
trol social como elemento integrante e imprescindible de su objeto? Porque
la Criminología, ciencia teórica y práctica o aplicada, no puede quedarse en
la descripción del fenómeno delictivo sin ofrecer, al tiempo, posibles y razo-
nables remedios frente al mismo. De aquí, que deba exponer a la sociedad,
desde criterios prevalentemente empírico-científicos, desde los posibles y de-
seables intercambios con las ciencias normativas de la conducta y de reflexión
filosófica, (siempre dentro de un marco de respeto máximo a los derechos de
la persona, sobre todo de los fundamenfales) los medios terapéuticos o re-
cuperadores y, en su caso, disuasorios, para poder someter a control a dicho
fenómeno.
Lo mencionado vale tanto para la Criminología General como para la
Criminología Clínica. Sólo que ésta ha de fijarse, sustancialmnete, con res-
pecto a esta misión, en el individuo concreto, no sólo en cuanto a su inte-
rioridad (universo endógeno), sino también con respecto a su contexto vital
(universo exógeno o de entorno).Sea que se trate de sujetos próximos adelin-
quir (virtualmente propicios al paso al acto criminoso), sea que se esté ante
delincuentes en acto, frente a los que se ha de intervenir, en su caso, para
evitar probables reincidencias.
Ante esas situaciones, y ante la posibilidad de hacerlas frente para neu-
tralizarlas, ¿cuál ha sido la respuesta de los cultivadores más “conspicuos” de
la Criminología, de la Criminología además de empírica, la proyectada desde
una antropología equilibrada, fiel a la naturaleza de las cosas y a la recta ra-
zón, exenta, en lo posible, de ideologías claramente reduccionistas? ¿Cuáles
serán los modos de control social más adecuados para aplicarlos al concreto
delincuente o, en su caso, con gran probabilidad próxima a serlo, siempre
que él lo demande libremente?
Esta es la tarea que vamos a abordar ahora, empezando por esclarecer
algunos conceptos y cuestiones previas.
350 CésaR Herrero Herrero

Concretamente, tratamos de examinar las siguientes cuestiones:


— Presupuestos básicos de convivencia y la necesidad de un adecuado
control para mantenerlos.
— El concepto de control social “in genere”. Sus clases.
— El control social específicamente orientado al delito. Su posible adap-
tación a la práctica de la Criminología Clínica.
— El control social frente a la delincuencia desde algunas corrientes cri-
minológicas radicales.
— Disfunciones de algunas formas del control social y del control del
delito.

B. PRESUPUESTOS BÁSICOS DE CONVIVENCIA Y LA NECESIDAD


DE UN ADECUADO CONTROL PARA MANTENERLOS

Es conocida la frase de Aristóteles: “El hombre es sociable por naturale-


za”. Asegura, efectivamente, Que: “El hombre es un ser formado para aso-
ciarse con todos aquellos que la naturaleza ha creado de la misma familia
que él, y habría para él asociación, aun cuando el Estado no existiese”426.
Pero, ¿qué razones aduce el Estagirita para llegar a tal aseveración? Uno de
los textos del filósofo, que alude algunas de las razones de ese porqué, sos-
tiene que: “La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hom-
bres a la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso
servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección po-
sible es el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin
justicia. En efecto, nada hay más monstruoso que la injusticia armada. El
hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud,
que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud
es el más perverso y más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del
amor y del hambre. La justicia es una necesidad social, por que el derecho
es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo
que constituye el derecho”427.
El hombre, por tanto, está llamado a vivir en sociedad, pero ello no es
posible si el ser humano no se ejercita en la aquisición de las virtudes que
la vida en común exige. La sociedad humana es un fenómeno complicado.
Complejidad que tiene su fundamento en que, para que la verdadera socie-

426
ARISTÓTELES: “Moral a Eudemo”, Ed. Espasa-Calpe, Colección Austral, nº 296,
Madrid, sexta edición, 1976, Capítulo X (“De la sociedad civil y política”) p. 211.
427
ARISTÓTELES: “La Política”; Ed. Espasa-Calpe, Colección Austral nº 239, décimo-
tercera edición, Madrid, 1978, Capítulo I (“De la sociedad civil”), p.24.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 351

dad (vida en común, no pura agregación o coexistencia) se dé de verdad, sea


real, ha encarnar, de forma indispensable:
— Tener una finalidad coherente y compartida. Un fin integrador, de carácter
permanente, eje en torno al cual ha de girar la vida comunitaria, extensiva
a un complejo de personas con características comunes pero, también, con
marcadas diferencias, propias de la singularidad de la persona humana.
— Un conjunto de instituciones para poder llevar a cabo los fines esencia-
les, necesarios para poder satisfacer la finalidad integral de que acaba de ha-
blarse. Lo que supone la organización racional y duradera de los grupos o
subgrupos que integran a aquélla.
— Y, en fin, poder compensar y armonizar las distintas posiciones que
los distintos miembros de esa sociedad tienen en ella, precisamente en virtud
de sus diferencias. Distinta posición personal (por el rol y el status) y colectiva
(estratos, capas, clases sociales)428.
Esta complejidad, como es natural, exige a las sociedades que sus miem-
bros comportan un mínimo de principios y valores que permitan, en primer
lugar, la formación de grupos y de que éstos estén lo suficientemente cohesio-
nados entre sí como para transmitir estabilidad, continuidad y permanencia
respecto de la vida en común. Estos principios y valores son, por ello, como
veremos, objeto comunitario de transmisión a sus miembros. (Dimensión cul-
tural de todas las sociedades). Lo que no quiere decir que no haya de haber
lugar para disensos, siempre que, como ya hemos visto que advertía el gran
filósofo heleno, se practiquen dentro de la justicia o del Derecho justo429.
Lo que acontece, sin embargo, es que no todos los miembros de esos gru-
pos o subgrupos, componentes del entramado social, son respetuosos con
esos principios y valores (tampoco, con los elementamente aglutinantes) y,
por ello, tales comportamientos irrespetuosos, o transgresores, han de ser es-
timados como inadmisibles, en mayor o menor grado, para la convivencia.
Ante la gran relevancia de esos principios y valores, los grupos huma-
nos se manifiestan, de forma consecuente, normativos y la infracción de las
normas de conducta, informadas en aquéllos, provoca su reacción. Reacción
que puede ser más o menos severa en conformidad con la importancia de la

428
Podemos decir, según lo expuesto en texto, que hay sociedad humana, cuando esta-
mos ante la reunión orgánica y permanente de individuos y grupos humanos destinada, por
su propia naturaleza, a cumplir, mediante la mutua cooperación, todos los fines o necesida-
des de la vida humana. (A este respecto, puede verse C. HERRERO HERRERO: “La delincuen-
cia. Su concepto, Su dimensión social. B. El concepto de sociedad”, en su Obra “Criminología. Parte
General y Especial”, ya citada, pp.287 y ss.).
429
Sobre esta cuestión, puede verse el apartado F. (“Nuestro concepto criminológico del
Delito”) del Capítulo X de esta obra.
352 CésaR Herrero Herrero

norma lesionada o con el grado de disconformidad que, con ella, el infractor


manifieste. En una palabra, las sociedades civilizadas, para hacer posible la
convivencia (la vida social en sí misma) ponen en marcha el llamado control
social. Pluriforme y diverso en contenido.

C. EL CONCEPTO DE CONTROL SOCIAL. “IN GENERE”. SUS CLASES

El término “control” equivale, semánticamente hablando, a inspección, fis-


calización, dominio, mando, preponderancia…, sobre alguien o algo.
“Control social” desde esa perspectiva semántica, podríamos definirlo,
pues, como fiscalización, dominio, mando…, por determinados agentes (so-
ciales, políticos, laborales…) sobre individuos, grupo o grupos de personas,
sobre sus ideas y creencias, sobre su actividad o interactividad para constatar
(y luego en su caso corregir) si se adaptan al modelo de convivencia que tales
agentes estiman como obligatorio.
Explicitando más, y tendiendo en cuenta, que las normas se presentan
como el elemento cohesionador del tejido social, hay quien define el control
social como el conjunto de instrumentos y recursos (sociales, jurídicos, peda-
gógicos…) de los que un grupo humano, orgánicamente constituido, se sirve
para hacer respetar sus normas.
Otros, partiendo de que la primera expresión del control son las normas
mismas y que las normas, en una sociedad civilizada y democrática, nacen del
consenso de los grupos que la integran (“los hombres se imponen ellos mismos
la coformidad”) refieren al control social, como lo hace M. CROZIER: “Todos
los medios que, gracias a los cuales, una sociedad, un grupo social o, sobre todo, los
hombres que les componen, en tanto que conjunto colectivo estructurado, resuelven
imponerse a ellos mismos para el mantenimiento de un mínimo de conformidad y de
compatibilidad en sus conductas”430.
No hay duda de que la anterior definición encierra un amplio espacio del
control social en el supuesto de que los que dictan realmente las normas de
control representen de forma auténtica a los sedicentes autocontroladores.
Pero, ¿Qué sucede con aquellos que no están dispuestos a seguir esa “autoim-
posición” o que, aceptada, en origen, luego la conculcan?
Además, ¿por qué vías son capaces los miembros de una sociedad de au-
tocontrolarse de forma colectiva?
No parece que baste con decir que a través de la socialización (primaria y
secundaria; sobre todo, la primera), porque ésta es un mecanismo interno de

M. CROZIER: “La transformation des modes de Contrôle social et la crise des régulations
430

traditionnelles”, en Revue Tocqueville, vol. II, 1 (1980) p.41.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 353

control social que, como es manifiesto, abunda en discrepancias con respecto


a los contenidos a transmitir, transmitidos y asimilados, por los socializables.
En consecuencia, para evitar la anarquía convivencial, es precisa alguna vía
externa complementaria, distinta de la autorregulación. “En el proceso de so-
cialización –comenta A. BAGNASCO y Otros– una persona no sólo aprende el
contenido de las normas sociales, sino que las hace propias, transformándolas
en normas morales que, desde entonces, guiarán su conducta y que la harán
sentirse culpable con la sola idea de violarlas. Con todo, todavía, por cualquier
motivo, el proceso de socialización puede fallar o no ser suficiente; y es ahora
cuando entra en acción el proceso externo de control social, el recurso a casti-
gos y recompensas; estos son reacciones sociales a la violación de las normas;
los primeros están destinados a desalentar tales violaciones, las segundas, a su
vez, a incentivar la adhesión a las expectativas sociales”431.
Y es que sea como fuere, la actitud del ser humano en el proceso de so-
cialización (sea activo o sea pasivo) en ambos supuestos siempre se darán
excepciones y desviaciones con respecto a las normas sociales. El mismo Max
WEBER afirmaba, al respecto, que el hombre es un ser activo, hasta tal punto
de modelar él a la sociedad (primacía del la persona singular, del individuo
sobre la colectividad), en virtud de lo cual es él quien escoge, con suficiente li-
bertad, las normas, los valores y lo roles sociales. Pero, al orientarse, para ello,
en el seguimiento de su propio interés, cuando cambia, también él muda o
modifica su cuadro axiológico y normativo432. Y, aunque E. DURKHEIM, por
el contrario, hacía primar a la sociedad sobre el individuo, a quien aquélla im-
pondría a través de sus agentes; familia, escuela…) los correspondientes con-
tenidos socializadores433, presionándole, asimismo, con sus roles, reconocía

431
A. BAGNASCO y Otros: “Elementi di Sociologia”; Edizioni del Mulino, Bolonia, 2004,
en su Capítulo 5 (Controllo sociale, devianza e criminalità”).
432
Sobre la primacía del individuo con relación a la sociedad, en Max Weber, puede ver-
se: Pablo NOCERA: “Mediaciones conceptuales en la sociología de Max Weber. A cien años de
“La Ética protestante y el espíritu del capitalismo”; en Nómadas. Revista de Ciencias Sociales y
Jurídicas, Vol. 13, 1 (2006).
433
Para E. DURKHEIM, en efecto, el individuo es producto de la sociedad. ¿Por qué?
Según él, porque la sociedad es exterior y previa al individuo. Es exterior porque se impone a
sus miembros con coacciones o sanciones. Es previa o anterior porque así, según él, claro, la
Historia testifica que ha aparecido primero la sociedad y luego el individuo y, desde luego,
porque la formación de las conciencias individuales se deriva de la evolución histórica de la
sociedad. Lo mismo pasa con la vida colectiva. Ésta no surgió desde la vida individual, sino la
vida individual de la colectiva. Lo que quiere decir que el individuo, al surgir de lo colectivo,
lleva en sí su orientación y su marca. Por eso, la persona individual se siente solidaria de esa
sociedad de donde procede y por ello se adapta para no destruir el orden colectivo. El indivi-
duo, en principio, no es antisocial, porque es producto de la sociedad.” (Véasé su obra “De la
division du travil social”, ed. P.U.F., Paris, 2004). Pero, entonces, ¿por qué existe delincuencia?
La delincuencia, que no es nada excepcional sino algo normal, se cultiva en la sociedad misma
354 CésaR Herrero Herrero

que, a pesar de todo, se dan, entre los miembros de la sociedad, disfunciones


como la desviación, la marginación y la delincuencia.
Congruentemente, el control social, pues, no sólo ha de descansar sobre
el precitado mecanismo interno, sino tambíen sobre el externo de referencia
para poder hacer frente al fenómeno delincuencial.
Desde esta doble perspectiva, podemos definir el control social “in genere”
como: el conjunto de mecanismos, puestos en práctica tanto en vía interna (socializa-
ción) como externa (castigos o recompensas) que un sociedad elabora y pone en práctica
con el fin de prevenir la desviación, de una persona o grupo de personas, en torno a los
valores y normas que regulan la vida social, o tratar de atraer al consenso o conformidad
comunitaria, respecto del orden social, a los infractores de aquéllos y de aquéllas.
* Clases de control social. Teniendo en cuenta los procedimientos y me-
dios, a través de los cuales se hace efectivo el control social, cabe hablar, bási-
camente, de control formal y de control informal.
El control social informal es el que se pone por obra a través de procedi-
mientos generalmente automáticos y que consisten en la aprobación o des-
aprobación de un comportamiento por parte de los distintos grupos sociales
(“sanción social”) como la familia, el vecindario, la clase social…
El control social formal se sirve de procedimientos tanto automáticos (la ley
penal…) como planificados (sistema educativo, propaganda…), de aquí su
nombre de control social formal. El control social formal, en efecto, se lleva a
cabo, casi en exclusiva, a través de los distintos sistemas normativos: de carác-
ter religioso, moral, ético, jurídico… A través de diferentes estrategias: pre-
ventivas, resocializadoras, represivas. A través de premios, castigos…

D. EL CONTROL SOCIAL ESPECÍFICAMENTE ORIENTADO AL


DELITO. SU POSIBLE ADAPTACIÓN A LA PRÁCTICA DE LA
CRIMINOLOGÍA CLÍNICA

No se trata de un control social al margen del contro social “in genere”. Se


trata de una especie dentro del género. Por ello, podemos definirlo diciendo
que es el control orientado a crear el grado suficiente de conformidad y respeto, con
relación a los valores o bienes, considerados necesarios (o muy convenientes) para la
convivencia social, penalmente protegidos, para evitar la lesión de éstos, o reducirla a
un nivel comunitariamente tolerable.
“El control del delito –afirma G. KAISER– se diferencia del control so-
cial (general) porque se limita, por sus fines u empleo de medios, a la

en que aparece. Depende de los valores y las normas vigentes en la sociedad e impuestos por
el Derecho. (Véase su obra “Les règles de la méthode sociologique”, P.U.F., Paris, 1977).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 355

prevención o represión de delitos. En cambio, el control social, con in-


dependencia de las soluciones históricas o imaginadas, se refiere a aque-
llos mecanismos mediante los cuales ejerce la sociedad su dominio sobre
los individuos que la componen, consiguiendo que éstos obedezcan sus
normas. Es elemento básico en todos los procesos de integración social
y sirve para la salvaguarda de la conformidad. Con su ayuda, las socie-
dades en su conjunto, los grupos parciales y los individuos, superan sus
tensiones, conflictos y puntos opuestos”434.
Dentro del control social dedicado al delito, cabe diferenciar, a demás,
dos planteamientos en su enfoque: El del control jurídico-penal estricto y
el del control por vía de reinserción social, sea o no en marco de reclusión.
El primero, ejercido con medios puramente normativo-coactivos (Policía,
Ministerio Fiscal, Jueces y Tribunales Jurisdiccionales). El segundo, procu-
rando la socialización constructiva y reinsertiva de los infractores, sin des-
cartar los medios punitivos moderados compatibles, en su caso, con dicha
socialización. Por tanto, mediante la intervención de instituciones diferen-
tes (desde la Escuela hasta las cárceles, pasando por al opinión pública, la
policía, los tribunales y otros sistemas de control, humanizados y recupera-
dores …)435.

• Los controles sociales del delito desde la criminología clínica


La Criminología Clínica tiene por misión, como ya sabemos, esclarecer,
para hacerlo frente, el fenómeno delincuencial, desde el individuo concre-
to, siempre dentro del respeto a los derechos, sobre todo fundamenales, del
criminológicamente analizado. Si ello es así, es congruente afirmar que esta
clase de Criminología puede y debe servirse del control social, sobre el delito,
del que se sirve la Criminología General. Naturalmente, adaptándolo no sólo
a la persona en singular de que se trate, sino, asimismo, a las características
propias e intransferibles de ese individuo concreto.
Por tanto, dicha Criminología ha de servirse de técnicas y medios de pre-
vención, del tratamiento científico (sea en sede penitenciaria o no), del con-
trol de la delincuencia desde la moral, libremente aceptada, del control del
delito por vía de la denominada disuasión saludable (temor al castigo…), el
inculcamiento constante de la necesidad (por bien propio y del prójimo) de
fundar las relaciones sociales en los principios de justicia…

434
G. KAISER: “Criminología. Una introducción a sus fundamentos científicos”, Edit.
Espasa-Calpe, Madrid, 1983, p.83.
435
Sobre esta cuestión, en perspectiva social, puede verse Pedro OLIVER OLMO: “El
concepto de control social en la Historia Social: estructuración del orden y respuestas al desorden”; en
Historia Social, 51 (2005) pp. 73 y ss.
356 CésaR Herrero Herrero

Hace ya años, escribíamos en una de nuestras obras, refiriéndonos, en


este caso, al Derecho penal, pero que es perfectamente aplicable al espiritu
de lo que, ahora, acabamos de comentar: “Debe de irse hacia una precepti-
va penal, dirigida al hombre integral en beneficio simultáneo de la sociedad.
Hay que aprovechar, pues, desde la dignidad humana, todos los resortes de
reacción del ser humano: sensibilidad a la amenaza, inclinación a ceptar lo
equitativo, respuesta a la incentivación, capacidad de rectificación y de supe-
ración, con el fin de potenciar la convivencia”436.
Maurice CUSSON, reconocido docente de la Escuela de Criminología
e investigador del Centro Internacional de Criminología Comparada, en la
Universidad de Montreal, al tratar de elaborar una tipología del control so-
cial, específicamente aplicable al delito, ha asegurado: “Uno de los más serios
obstáculos con relación al estudio sistemático del control social estriba en que
no se ha sabido ponerle orden en la diversidad de sus manifestaciones. No se
encuentra una tipología que haya ido más allá de las categorías descriptivas o
administrativas –prisión, policía, tribunales, “probation”, control formal, con-
trol informal, etc. Si se pretende ir más lejos que a la acumulación de los he-
chos singulares, si se tiene la ambición de acceder a un nivel de generalidad
suficientemente elevado, es indispensable reducir la complejidad infinita de
las manifestaciones concretas del fenómeno a algunas categorías esenciales. He
aquí por qué yo he construido una tipología teórica del control social, constitui-
da por cuatro tipos que poseen cada uno su lógica propia: 1. el tratamiento, 2. la
moral, 3. la disuasión y 4. la justicia.”
Añadiendo el mismo autor que, en el Tratamiento, se persigue “diagnosti-
car el trastorno que está en el origen de la conducta delincuente para después
tratarle.” Es decir, intentar “restaurar el equilibrio psicológico del delincuen-
te, así como dar respuesta, de manera individualizada a sus necesidades.”
Dándose al tratado por rehabilitado cuando “el terapeuta ha conseguido
cambiar los aspectos de su personalidad que le empujaban al crimen.”
En cuanto al control del delito a través de la vía moral, descansaría en la
hipótesis de que quien reprueba y desaprueba el crimen desde convicciones
morales (y, por tanto, por ver que el delito es un mal) ha entrado a poseer una
motivación firme para “resistir a las tentaciones” de actuar criminalmente. El
que así actuara se sentiría y se vería deshonrado ante sí y ante los demás.
Por lo que respecta a la disuasión, puede decirse que se presenta como el
más visible y conocido de los modos de control social al estar fundado en la
fuerza. Lo que constituiría un temor saludable. Por la amenaza y por la apli-

C. HERRERO HERRERO: “España Penal y Penitenciaria. Historia y actualidad”; Ed.


436

del Instituto de Estuios de la Policía (Dirección General de la Policía), Madrid, 1986, p.610.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 357

cación efectiva del castigo, se pone a los ciudadanos ante una elección: o se
somete a la ley o incurre en una pena. Quiera o no lo quiera el infractor.
En lo que atañe a la justicia, como manera de control del delito, está re-
ferida a que el ser humano, por lo menos aun el no pervertido, es sensible
a la paz y bienestar que produce el vivir conforme a relaciones sociales, in-
formadas en principios de justicia. En el respeto de cada uno a sus derechos
legítimos. Ünica forma, por lo demás, de vivir en verdadera libertad, cuando
se respeta los derechos del otro437.
Es manifiesto que estas cuatro tipologías de control social del crimen son
plenamente aplicables al delicuente concreto y, por ello, utilizables por la
Criminología Clínica. (De esto hablaremos más adelante).

E. EL CONTROL SOCIAL FRENTE LA DELINCUENCIA DESDE


ALGUNAS CORRIENTES CRIMINOLÓGICAS RADICALES

El control social general y, sobre todo, el control social específico frente al


delito, hacen referencia directa, si no identificativa, con la Política Criminal. Y,
si ello es así, podemos decir que, entonces, el control social frente al delito y la
Poltica Criminal han de correr, y de hecho han recorrido una misma aventu-
ra. La aventura de estar condicionados por los avatares antropológicos, socio-
políticos, socieconómicos e histórico-culturales.
En línea con lo que acabamos de decir, recientemente reflexionábamos en
la “Introducción” de nuestra “Política Criminal Integradora”: “…No cabe duda de
que la Política Criminal, como proyecto y actividad humana que es, ha depen-
dido, depende, y seguirá dependiendo, de las distintas concepciones políticas,
sociales, económicas y, sobre todo, como inspiradoras del resto, de las diversas
concepciones filosófico-antropológicas y culturales. Y ello, aunque no exista,
como ocurre hasta bien entrado el siglo XIX, ninguna concepción explícita teó-
rico-doctrinal de la Política Criminal. Pero sí existe un concepto prelógico, que
subyace, por lo menos, en la elaboración y aplicación de las leyes, recopilacio-
nes u otros textos penales.
Precisamente, el examen de las correspondientes concepciones, a través de
los distintos periodos históricos, nos permiten percibir las correlativas orienta-
ciones de las que venimos denominando Política Criminal y que, en su momen-
to, trataremos de definir detalladamente. Las distintas concepciones políticas,
socioeconómicas, antropológicas y culturales, de los que tienen la capacidad
de decidir en la comunidad, inciden, ordinariamente, en la configuración del

Maurice CUSSON: “Le control social du crime”; Université de Montreal, 1983,


437

pp.21-23.
358 CésaR Herrero Herrero

modelo político-jurídico en el que una determinada sociedad convive, y este


modelo conforma, a su vez, la dirección de la Política Criminal respectiva”438.
Esto mismo ha acontecido con el concepto de control social. Desde que se
empezó a hablar de este concepto (posiblemente a partir de la mitad del siglo
XIX) las distintas variaciones sociopolíticas y culturales (y, desde luego, antro-
pológicas) han hecho posible que dicho concepto venga siendo comprendido
de forma diversa. En la primera etapa, se hacía equivaler control social a auto-
rregulación de la sociedad por sí misma partiendo de los principios y valores
vigentes en la misma. Naturalmente, esto había de repercutir, asimismo, en la
regulación social del delito. Un elemento básico para esta autorregulación era
la socialización.Se suponía que una adecuada socialización (primaria y secunda-
ria), transmisora de los principios, valores y normas de la sociedad, a través de
las correspondientes instituciones, sería suficiente para que la misma transcu-
rriera en su vida y quehacer nomales en equilibrio y concordia.
Pero, poco a poco, con el transcurso del tiempo, la socialización va a per-
der ese protagonismo y la concepción del control social va a tener que admitir
otros criterios, entre ellos, el tener que partir de la necesidad de desvelar, para
corregirlos, los defectos y errores de la institución misma. Se trata, ahora, de
enfrentarse a la “no conformidad” de una persona o individuo, con los me-
dios pretendidamente idóneos, con el fin de resestablecerla. Única forma, se-
gún sus actores, de que la sociedad no pierda su equilibrio y, si lo ha perdido,
reequilibrarla. No siempre toda socialización es integradora (así, por ejemplo,
en el caso de la existencia simultánea de versiones opuestas sobre la reacción
contra la desviación o la delincuencia...).
A partir de las décadas de los sesenta-setenta (del pasado siglo), la entra-
da en tromba de las diversas corrientes de la Criminología Crítica y Radical
(Criminología radicalmente interaccionista) van a ofrecer una versión, am-
pliamente sesgada, del concepto del control social. Va a considerarse éste, sin
más, como artífice de las genuinas desviación y marginación sociales. Como
el instrumento adecuado, en manos de los poderosos, para advocar y decidir
quién ha de ser considerado leal y fiel miembro de la sociedad439.

438
C. HERRERO HERRERO: “Política Criminal Integradora”, Editorial Dykinson,
Madrid, 2007, pp.15-16.
439
En el sentido del texto, ha escrito Françoise LOMBARD: “En la concepción interac-
cionista, el control social deviene en productor de la desvianza verdadera, es decir la que se
instituye para durar en una imposición de rol estable (ver Becker). El control social es, pues,
la causa, la génesis de la desviación. El concepto de control social ha cambiado entonces de
connotación: ha llegado a ser sinónimo de poder, de dominación. (…)La atención va ser focali-
zada sobre los aparatos de control social o, más ampliamente, sobre los lugares y prácticas ge-
neralmente controlados por el Estado y que implican una dominación ideológica y represiva,
teniendo por fin el desarrollo de una sociedad disciplinaria y normalizante.. (…) Los aparatos
del Estado, la prisión, por ejemplo, aparecían como una manifestación del poder del mismo
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 359

¿Qué decir de esta orientación radical sobre el concepto y papel del con-
trol social (afectante, claro está, al control social del delito)?
Lo que ya dijimos sobre su concepción en torno al delito y delincuente.
Que, al partir de un concepto antagónico de sociedad al de las sociedades
democráticas occidentales, se proyecta, necesariamente, la visión en su con-
junto de su sistema sociopolítico a los conceptos básicos de la realidad so-
cial. No sólo ven déficits, disfunciones, errores, en las intituciones de aque-
llas sociedades, sino vicios de raíz e inservibles de acuerdo a su ideología.
Por eso, hacen afirmaciones “confundiendo” la parte con el todo. (La delin-
cuencia (toda) el delincuente (todo) de las sociedades liberaldemocráticas
es pura invención o etiquetamiento de los que ostentan el poder. El control
social, entonces, y de forma consecuente, es el instrumento para llegar a esa
rotulación.
A nosotros nos parece, de forma fundada, que nuestras sociedades de-
mocráticas actuales son, en parte, criminógenas (porque adolecen de no po-
cas contradicciones), que crean, en alguna proporción, delitos y delincuentes
artificiales, que no raras veces utilizan medios de control social disfunciona-
les… Pero que, a pesar de todo, sus formas de control social permiten trans-
mitir principios, valores y normas básicos para poder vivir con suficiente e
imprescindible conformidad. O, simplemente, para poder convivir civiliza-
damente, en libertad, en solidaridad, en paz, en respeto de los otros sin eludir
o prohibir la inevitable, pero enriquecedora, discrepancia…, o diversidad. Lo
que no quiere decir que no sean manifiestamente mejorables.

F. DISFUNCIONES DE ALGUNAS FORMAS DEL CONTROL SOCIAL


O DEL CONTROL DEL DELITO

Como ha podido percibirse, a través de la exposición de los precedentes


apartados, el control social, donde se ha de ubicar también el control especí-

sobre la sociedad civil. Esta evolución es tan fuerte que se ha observado en los años setenta
una tendencia a reservar el término de control social a las solas situaciones donde inteviene al-
guna de las intituciones estatales especializadas. Y, para trazar la demarcación, se ha ensayado
poner en práctica múltiples distinciones: Se ha querido oponer el control social (activado por
el Estado) al control social (el llevado a cabo por la sociedad civil). Luego, se ha contrapuesto
el control institucional al control informal, el control especializado al control general… etc. La
tendencia más reciente consiste en oponer la regulación social –que es definida como la presión
hacia la conformidad en el curso normal de la socialización sin entrada en escena de las re-
des especializadas en considerar desviados y desviaciones– y control social, que se emplea para
describir justamente la entrada en escena de redes especializadas y estatales.” (“Criminologie”,
Université de Lille II, Faculté des Sciences Juridiques, Pilitiques et Sociales, 2000, Chapitre 2:
“Une rupture épistemologique: La Sociologie pénale”. Section 1: Le paradigme du contrôle social”, pp.
98 y ss. del estudio).
360 CésaR Herrero Herrero

fico del delito, es imprescindible para la cohesión de las sociedades humanas,


para su estabilidad, supervivencia civilazada e interrelación de la misma ín-
dole entre sus miembros.
Pero, aún en las sociedades democráticas (las regidas por la ley emana-
da de la soberanía popular, de acuerdo a los supremos principios y valores
de libertad, justicia, igualdad y pluralismo politico), existen, con alguna fre-
cuencia y continuidad, como acabamos de insinuar, ciertas formas de control
que, en sí mismas o en su ejercicio, entrañan apreciables disfunciones, que
se presentan, incluso, como altamente disfuncionales. ¿Cuál es la causa? La
de que el control social, para ser funcional, es decir, ajustado al fin que se le
otorga en las sociedades de referencia, ha de supeditarse a la compatibilidad
entre transmisión, consolidación, defensa de los bienes y valores sociales, y el
repeto a la dignidad, derechos y libertades (sobre todo de los fundamentales)
del ser humano.
Ello exige ejercer el control social sin ladearse, de forma excesiva, hacia
“valores” o “bienes” colectivos (“seguridad”, “uniformidad” en “proyectos”
y “modos” de vida…) en detrimento de la realización personal y libertad de
elección dentro del respeto a los valores éticos y socio-políticos esenciales
del grupo de pertenencia y convivencia. El extremo contrario (la ausencia de
controles sociales suficientemente delimitados) es, también, disfuncional.
De acuerdo con estas afirmaciones, el mismo G. KAISER comenta: “Si el
control social es demasiado rígido y sólo asegura la persistencia del sistema
social, se dará lugar a conductas de protesta, rebeliones y erupciones vio-
lentas en a sociedad. Si, en cambio, falta el control social se verá la sociedad
igualmente en peligro de supervivencia”440.
De acuerdo con tales premisas, ¿qué ejemplos de control social pueden
ponerse con características de disfuncionales? Es evidente, a este respecto,
que, v.gr., la legislación utópica, desfasada, discriminante, ejercerá un con-
trol profundamente desajustado. Lo mismo que sucederá con una adminis-
tración de justicia morosa, deshumanizada, o con “aceptación de personas”.
Acontecerá igual con una policía represora en exceso, torturante, operante en
“ghetto”, al margen del servicio a la comunidad y con los cambios bruscos y
antagónicos en los modelos de Política criminal441. Parecidos efectos se produ-
cirán con “iglesias” integristas o absolutamente “permisivas”, con partidos o
asociaciones políticas, laborales o “sociales” burocratizados; con familias frías,

G. KAISER, Obr. ya citada, p. 83.


440

Adolfo CARETTI y Antonia CASELLA: “Origini e pratiche tardomoderne del controllo


441

penale. Una lettura di David Garland”, en Dignitas, 5 (2004) pp. 6 y ss. También, Mark BROWN:
“Prevention and the security state: Observations on an emerging jurisprudente of risk”, en Champ
Pénal/Penal Field [en ligne], 8 (2011). También, Loic WacQUANT: “La mondialisation de la “tole-
rance zero”, en Agone:Philosophie, Critique, littérature, 22 (1999) pp. 127 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 361

desafectivas, despersonalizas, desvertebradas, rotas…; con gobiernos y ad-


ministaciones incompetentes y corruptos...
No hay duda de que, en la medida que tales intituciones se aproximen a
esas situaciones, aptitudes y actitudes, tan negativas, el control social que tie-
nen encomendado será disfuncional y criminógeno. (Así lo hacen entender
las “leyes de la imitación” desde TARDE y SUTHERLAND).
Esos serán, pues, los vicios que habrán de ir puliendo y desterrando los
Estados Sociales y Democráticos de Derecho. Hay que evitar que los contro-
les sociales invadan los espacios únicos, irrenunciables de la persona442. Pero
la existencia de contradicciones no han de dar pie a considerar a tales Estados
y a las sociedades sobre las que se basan como antinaturales o de forma ab-
soluta insostenibles. Afirmaciones que, como es sabido, han venido siendo
mantenidas, y lo siguen siendo, por teorías marxistas de la sociedad y del
Estado, o por teorías radicales sobre la criminalidad. (Lo hemos visto ya).
Pero una cosa es que existan deficiencias profundas en aquellas socieda-
des y Estados, en los que, efectivamente, siguen existiendo discriminaciones
injustas y bolsas nada desdeñables de marginados, delincuencia y delincuen-
tes artificiales, sobre todo en las áreas económico-patrimoniales, y otra cosa
es pretender persuadirnos de que la delincuencia y los delincuentes, en esas
comunidades, es puro etiquetamiento, pura y arbitraria atribución, cargados
sonbre las espaldas de tan sólo los más débiles443. La delincuencia ejercida,
por ejemplo, en el campo de los derechos humanos fundamentales (vida,
integridad física y moral, intimidad, honor, libertad ambulatoria, sexual, de
conciencia y pensamiento…) no es, y no puede ser considerada, en ningún caso,
delincuencia artificial. Sea quien fuere el sujeto activo de la misma. El criminó-
logo, sea generalista o clínico, que pensase lo contrario, ejercería su profe-
sión en situación de esquizofrenia.

442
Sobre esta materia puede verse el libro de A. SILVA SERNAQUÉ: “Control social, neo-
liberalismo y Derecho penal”; UNMSM, Fondo Editorial, Lima, 2002.
443
Sobre estas cuestiones, M. PAVARINI: “Per una penalitá sostenibile”, en Dignitas, 3
(2003) pp.6 y ss. Del mismoa autor: “L’irrisoltà ambigüita del punire”, en misma revista, 8 (2005)
pp.6 y ss.
Cuarta parte

LA DIMENSIÓN ETIOLÓGICA
EN LA CONFIGURACIÓN DE LA DELINCUENCIA.
PROYECCIÓN CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
Capítulo dieciocho

LOS FACTORES DETERMINANTES


EN LA CONFIGURACIÓN DEL DELINCUENTE.
PROYECCIÓN CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
A. INTRODUCCIÓN

Es una constante, en nuestra reflexión, a la hora de ofrecer un enfoque


riguroso y sólido a la explicación de la génesis delincuencial, la de que no
es posible hablar de ciencia en sentido estricto, para la misma, si el proceso,
a través del cual se pretende ese propósito, no permite llegar, de forma sis-
temática y contrastada, al conocimiento, “por sus causas”, del fenémono o
extremo investigado.
Ello ocurre con cualquier objeto de estudio que nos propongamos inves-
tigar. Sólo, por ejemplo, conoceremos de verdad la realidad y naturaleza del
cáncer, cuando conozcamos sus causas. Que, además, es la única forma de
poder hacerlo frente. Nunca se podría neutralizar o aminorar sus efectos sin
actuar sobre sus factores o causas. Y no podría actuarse contra éstos si previa-
mente no fuesen detectados, examinados, conocidos e identificados.
Si ello es así, es manifiesto, desde nuestro punto de vista, que tampoco
las investigaciones criminológicas podrán ser científicas, cuando el método
gnoseológico utilizado en ellas no nos lleve, con dicho rigor, al conocimiento
del fenómeno criminal. Aquí, al conocimiento etiológico del fenómeno criminal
tal como ha venido desarrollándose, y se desarrolla en el presente, en un in-
dividuo concreto, plataforma de estudio de aquél en la Criminología Clínica.
Conocemos los criterios, sobre este particular, de gran parte de las teo-
rías que han resuelto no reconocer factores propiamente dichos en el origen
de esa actividad que denominamos delincuencia ni, por consiguiente, en los
sujetos activos que la llevan a cabo. Nuestro punto de vista, con toda la con-
sideración posible a los que así juzgan, es que la base de sus afirmaciones
no supera el discurso puramente logicista, activado, prevalentemente, desde
susperestructuras ideológicas. No es infrecuente, desde luego, que las ideolo-
gías suplanten la realidad.
Nosotros, por lo demás,, seguimos, y seguramente que seguiremos
hablando en este campo (tanto en la Criminología General como en la
Criminología Clínica), siendo fieles a nuestra visión intelectual, de etiología
de la delincuencia. Naturalmente, dando al concepto de causa el sentido
y alcance que ha de dársele dentro del ámbito de las ciencias empíricas del
comportamiento humano, de corte fundamentalmente psicológico y social.
368 CésaR Herrero Herrero

Este es, por tanto, el cocepto que vamos a atribuir a los factores que venimos
incluyendo en nuestro sistema etiológico: Factores psicomorales, factores psi-
cosociales. E, incluso, a los factores de carácter psicobiológico, cuando éstos
no comporten vínculos psquiátricamente definidos (de los que, aquí, no va-
mos a hablar, por haber desarrollado ampliamente ya esta cuestión).
Pero, antes de terminar esta introducción, una cuestión última. ¿Por qué
volver, en un estudio de Criminología Clínica, sobre los factores explicativos de la
delincuencia, o actuantes en los delincuentes, si son ya tratados en la Criminología
General? Porque el criminólogo clínico debe conocer de antemano lo “colecti-
vo”, para poder diferenciar luego lo individual, o situar cuáles de los factores
que se consideran generales se encarnan o actúan el la persona singular, ob-
jeto de su actividad profesional o para la que posee reconocida competencia
real y oficial. (Volveremos, en su momento, sobre ello).
En el presente Capítulo, en concordancia con lo que se acaba de exponer
en la presente Introducción, desarrollamos los siguientes apartados:
— Concepto y alcance de las causas o factores de la delincuencia o in-
fluyentes en al configuración del criminal o delincuente.
— Nuestro esquema básico de factores criminógenos de acuerdo a
la dimensión humana de procedencia. Su manera recíproca de
interacción.
— Factores de base, de orientación psicobiológica.
— Factores de base, de orientación psicomoral.
— Factores de base, psicosociales o de carácter exógeno permanernte.
— Los factores situacionales o de carácter exógeno no permanente.
— Los factores criminógenos en el delincuente concreto. Los fac-
totres contracriminógenos o factores de protección en el mismo
delincuente.
— Los factores criminógenos en la mujer. ¿Alguna diferenciación?

B. CONCEPTO Y ALCANCE DE LAS CAUSAS O FACTORES DE LA


DELINCUENCIA O INFLUYENTES EN LA CONFIGURACIÓN DEL
CRIMINAL O DELINCUENTE

¿Qué quiere decirse cuando se habla de causas, de factores, de variantes


o variables de la delincuencia?
Cuando aplicamos el nombre de causa, en la producción de la delincuen-
cia, no utilizamos, al menos la mayoría, este término con el significado de cau-
sa en sentido estricto (salvo excepciones, que habrá que explicitar). O, si que-
remos, damos a este término un sentido multívoco. En todo caso, diferente al
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 369

que ha venido entendiéndose dentro de la Filosofía clásica y que puede ser


perfectamente válido para determinadas áreas de los actuales conocimientos,
pero no para otras. Pues aquélla lo ha venido definiendo como la entidad o
realidad que transmite ser, siempre de forma idéntica y de forma determi-
nista, en algo o en alguien. (“Illud influens esse in aliud”). Es prevalentemente
el concepto de la denominada causalidad efectiva. Y era, en este sentido, en
que la misma Filosofía definía el concepto de ciencia como “cognitio rei per
causas”. Es decir, conocimiento etiológico de la realidad444.
No es ése, rigurosamente hablando, el significado que, en Criminología
damos al concepto de causa. Si se habla, en este sector del saber, de causa, es
porque este concepto posee, como todos los grandes conceptos, un carácter
analógico y no unívoco. No es lo mismo, en efecto, lo que quiere compren-
derse con el término “causa” cuando lo aplicamos a las leyes de la naturaleza
(visión determinista de aquélla), que cuando se aplica a las leyes del actuar de
cada ser humano, donde “causa” ha de ser entendida como impulso, estímu-
lo, condicionamiento, variable o variante y, en todo caso, despojada, como
principio, de acepciones fixistas o fatalistas. El ser humano, estadísticamen-
te normal, puede hacer frente, de alguna manera, sin negar restricciones ni
condicionamientos, a los factores (“causas”), tanto internos como externos
que le influyen, en virtud del libre albedrío del que aquél, a partir de cierta
fase de su vida, puede hacer uso. Y, además, esta clase de “causas” no todas
impulsan siempre hacia los mismos efectos. (La pobreza, por jemplo, no es
siempre criminógena, aún estando rodeada de circunstancias físicas o socia-
les semejantes). Las causas en sentido estricto, como acaba de verse más arri-
ba, se aplican a las leyes de la naturaleza, que producen siempre (salvo sus-
pensión de las mismas por incidencia de otras causas eficientes antagónicas)
los mismos efectos y de forma inexorable.
Sucede, no obstante, que esas causas en sentido lato, que podemos de-
nominar factores (aquí, factores de la delincuencia) cuando actúan en “co-
lectivos” humanos, y no de forma individualizada, suelen influir a manera
de causas cuasi-estrictas. He aquí por qué su capacidad predictiva ante de-
terminados comportamientos humanos de inmediato futuro (“Ley de los
grandes números). Desde el principio de la Sociología y la Criminología
como ciencias, sociólogos y criminólogos ilustres han venido subrayando
que: “El libre albedrío se encuentra encerrado en límites muy estrechos
y juega, en los fenómenos sociales, el papel de una causa accidental.” (A.

444
A este respecto, puede verse J. ORTEGA y GASSET: “¿Qué es Filosofía?”, Madrid,
1958. J. FERRATER MORA: “Diccionario de Filosofía”, 1, letras A-D, Círculo de Lectores,
Valencia-Barcelona, 1991, p.462. G. FRAILE: “Historia de la Filosofía”, B.A.C., Madrid, 1976,
tomo I, pp. 26 y ss.
370 CésaR Herrero Herrero

QUETELET)445. Que: “Los fenómenos sociales (en donde ha de ser enmarca-


da la delincuencia) tienen que ser contemplados por el lado en que se presen-
ten aislados de sus manifestaciones individuales”. (E. DURKHEIM)446. Que: El
nivel de la criminalidad está determinado, cada año,, por las diversas condi-
ciones del medio físico y social, combinados con las tendencias hereditarias y
los impulsos ocasionales de los individuos, siguiendo una ley que, por analo-
gía con las leyes de la Química, he denominado “Ley de saturación criminal.”
(E.FERRI)447. Que: “El libre albedrío del hombre se borra y queda sin efecto sen-
sible cuando las observaciones se extienden sobre un gran número de indivi-
duos”. (J. PINATEL)448. (Si bien ha de recalcarse que, salvo Pinatel, los otros tres
autores se inclinaban por no admitir el libre albedrío del ser humano).
En plano de individualidad, sin embargo, y lo volvemos reiterar, el delin-
cuente (salvo supuestos minoritarios de psicopatologías o ciertos y muy intensos
trastornos de personalidad) no lo es de forma determinista, porque no es un hom-
bre cualitativamente diverso de los demás y, en consecuencia, es un ser que es capaz
de escribir libremente, con todos los condicionamientos o encorsetamientos que
se quiera, su propia historia. Pero existen factores (factores causales, podemos de-
cir), tanto endógenos como exógenos, a cuyos estímulos decide no hacer frente o
ante los que sucumbe, con más o menos relativa presencia de su libertad449.
En Criminología, tanto General como Clínica, suelen aparecer, entre los
autores otros téminos como condición (criminógena), móvil criminógeno, índice
y síndrome criminológicos… No parece haber duda de que tanto la condición
como el móvil tienen alguna influencia etiológica en el paso al acto criminal.
De aquí que les califiquemos de criminógenos. No así el índice y el síndrome,
que son elementos de pura revelación de la presencia, aquí y ahora, del fenó-
meno criminal. Sobre todo, en una persona concreta450.

445
Ver A. QUETELET, ver sus obras “L’homme et le développement de ses facultés, ou Essai de
physique sociale”, 2 vols, publicados en 1835, y “The propensity to Crime”, 1831.
446
E. DURKHEIM: “Les règles de la methode sociologique”, P. U.F., Paris, 1949,p.103.
447
E. FERRI, ver su “Sociologia Criminale”, Bocca, Torino,2ª ed. 1900.
448
J. PINATEL: “Tratado de Derecho Penal y Criminología”, ya citado, p.144.
449
Sobre esta cuestión, C. HERRERO HERRERO: “Criminología. Parte General y
Especial”, ya citada, pp. 206 y ss.
450
Hemos de enetender por condiciones criminógenas ocasiones o estímulos suplemetarios
que hacen aflorar la oportunidad de delinquir. El móvil criminógeno equivale a movimiento de la
voluntad, por razones psico-morales, hacia la consecución de un objetivo (matar por venganza,
maltratar por celos…). Equivale al porqué de la actuación. Índice criminológico es la huella, señal
o signo que nos revela, con relación a una persona, ciertos aspectos relacionados con su estado
delincuencial, propiciándonos su diagnóstico en este campo. (No hay que confundirlo con el lla-
mado “índice criminal” o relación existente entre el número de delitos y la población). “Síndrome”
es la reunión conjunta de señales o signos y síntomas, relacionados con un cuadro criminológico,
manifestado en un individuo. Para mayor extensión en torno a estos conceptos, puede verse a L.
RODRIGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, pp. 278 y ss.)
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 371

C. NUESTRO ESQUEMA BÁSICO DE FACTORES CRIMINÓGENOS


ATENDIENDO A LA DIMENSIÓN HUMANA DE PROCEDENCIA.
SUS FORMAS DE RECÍPROCA INTERACCIÓN

El porqué de seguir refiriéndonos a este tríptico de “factores psicobiológi-


cos”, factores psicomorales y factores psicosociales, ya ha que dado aclarado (o, al
menos, eso hemos pretendido hacer) con ocasión de referirnos, en Capítulos
precedentes, a las “Dimensiones constitutivas del ser humano, a sus posibles
déficits” y a la posible incidencia de unas y de otros en el origen y orientación
de la naturaleza etiológica de la criminalidad. Como hemos hecho, asimis-
mo, mención de la personalidad criminal, en sentido moderno y no positi-
vista, comprendida como centro convergente de dicha factorialidad crimi-
nógena y como centro confluyente de interacción con los llamados “factores
situacionales”.
Por eso, en este Capítulo, para obviar, en lo posible, repeticiones, vamos a
limitarnos a señalar los factores más relevantes de cada una de esas categorías
factoriales451. En este apartado, abordamos los factores psicobiológicos en el sen-
tido afirmado. Aunque, por lo demás, hemos de tener bien claro que la gran
mayoría de la fenomenología criminal es tributaria de interacción de factores
que intervienen conspirando en constelación, en forma integradora. Y, na-
turalmente, de forma general, prevaleciendo unos sobre otros452. Como ad-
vierte el “Centro Internacional para la Prevención de la Criminalidad”: “Los
diferentes fenómenos criminales y sus aprehensión se inscriben siempre en
un contexto donde es imprescindible distinguir sus contornos. Este ejercicio
permite identificar algunos factores principales que favorecen el desarrollo

451
A este respecto es de sentido común, pero ilustrado y profesional, tener en cuenta
reflexiones como las que ofrece H.E. BERDUCIDO MENDOZA: “No todos los factores perso-
nales son igualmente importantes en el análisis de la conducta criminal como no lo son las va-
riantes situacionales. La tarea de la teoría y la práctica es descubrir las variables más relevantes,
medir esas variables con diseños que permitan conocer las relaciones significativas entre las
mismas y explorar las posibles amenazas a la validez. Por ejemplo, junto con los orígenes de
una clase social baja, el dolor personal (ansiedad, depresión) y la anomia y la alineación (sen-
timientos de soledad, de sentirse sin rumbo, impotencia, conciencia de oportunidades muy
limitadas), son factores de riesgo menos importantes de criminalidad que otros indicadores de
propensión a la antisocialidad derivados de la familia y otros agentes de socialización (cohe-
sión y prácticas de crianza, amigos antisociales, indicadores de logros académicos) y especial-
mente del propio individuo y su historia conductual (actitudes, creencias, cogniciones, emo-
ciones, impulsividad)”. (“Factores criminógenos y Psicología del delincuente”, Universidad
Mesoamericana de Guatemala, 2008, p.22 /2008/04/f-factores).
452
Y, desde luego, ha de procurarse, además de su jerarquización, determinar o medir
el peso en el desencadenamiento de la conducta delictiva de cada uno de los factores locali-
zados, su interacción…, partiendo de la correspondiente observación sistemática… etc., etc. Y
sirviéndose de las técnicas existentes adecuadas.
372 CésaR Herrero Herrero

de la criminalidad, de la victimización y del sentimiento de inseguridad, que


son comunes a un mayoría de áreas geográficas, aunque su proporción varíe
grandemente según las regiones”453.
Por lo demás, al hablar, en esta obra, sobre el delincuente ya dijimos que,
para poder denominar como delincuente a alguien, no basta con que posea
rasgos de personalidad criminal (predisposición criminal), sino que ha de pa-
sar, de hecho, al acto delictivo, para lo que necesitará no sólo estar predispuesto
a delinquir sino, además, otros estímulos motivadores o desencadenantes (fac-
tores que, aquí y ahora, le presenten la actividad delictiva como posible, favora-
ble y rentable). Porque, como precisa Elizabeth MURLOCK (“Teoría Murlock”),
desde una perspectiva psicológica, en este campo hay que hacer referencia a la
“teoría de las causas predisponentes y de las causas motivantes”454. “De mane-
ra general, la teoría de Murlock –aclaran B. DOYON y M. BUSSIÈRES– explica
que las causas predisponentes crean un terreno propicio a la delincuencia o a
la criminalidad, y cuando a ellas son asociadas a una o unas causas motivantes,
casi seguro que hará la aparición el fenómeno de que ahora se habla. Por el
contrario, si no existen causas motivantes, las oportunidades de ver aparecer la
delincuencia o la criminalidad son prácticamente nulas”455.
Según los “hallazgos” de la precitada autora, han de considerarse causas
predisponentes al menos las diez siguientes, enmarcables dentro de los tres
sectores que nosotros venimos constantemente enunciando (biológico o psi-
cobiológico, psicológico o psicomoral, social o psicosocial) y que, repetimos,
pueden hacerse presentes, de forma conjunta y convergente, fundamentan-
do la “plataforma predisposicional” a la delincuencia del delincuente con-
creto. Se enumeran: el cociente intelectual, una condición física anormal, los
trastornos cerebrales, la actitud hostil escolar, la ambigüedad o relativismo
de los valores morales, las condiciones medioambientales desfavorables, des-
organización y mal uso del tiempo libre (lo que crea aburrimiento y puede
impulsar a llevar a cabo acciones con el fin de huir del hastío), la pobreza o la
tensión en las relaciones afectivas dentro del ámbito familiar, el deficiente o
inadecuado grado de socialización.
En cuanto a las causas motivantes, dicha investigadora hace referencia a
seis, insertas dentro de áreas diversas, según nazcan por planificación (causas

453
CENTRE INTERNATIONAL POUR LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ:
Rapport International sur “Prevéntion de la criminalité et sécurité quotidienne. Tendances et
perspectives”, Montreal, 2008, p.35.
454
Ver exposición de esta teoría en P. PELLETIER: “Cours de délinquance et criminalité”;
Département de Psychologie, Université Laval, Montreal, 1998.
455
Brigitte DOYON y Martin BUSSIÈRS: “Recherche sur la criminalité et la délinquence:
une distinction selon le sexe”; Département de Sociologie de la Faculté des Sciences Sociales,
Université Laval-Conseil Pernament de la Jeunesse, Montreal, 1999, p.26 del Informe-estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 373

planificadas) o por impulsividad (causas impulsivas). Las primeras son aquéllas


que se relacionan con la consecución de un objetivo bien delimitado, con la
realización de un delito preparado anticipadamente. Las segundas se iden-
tifican por proceder de una frustración, de una contrariedad, próximamen-
te experimentadas por el sujeto activo. Se considerarían, pues, causas moti-
vantes las seis siguientes: La insatisfación material, la vivencia o apetencia de
emociones fuertes, el estado de nostalgia o de tedio, el sentimiento de inferio-
ridad, el deseo de gratificación sexual inmediata (presente en las agresiones
sexuales), la reivindicación de autonomía o independencia456.

D. FACTORES CRIMINÓGENOS DE BASE, DE ORIENTACIÓN


PSICOBIOLÓGICA

Acabamos de señalar a los factores psicobiológicos como el grupo de fac-


tores que pueden actuar dentro del delincuente para predisponerle a la ac-
ción delictiva.
Entonces, ¿cúales son esos factores de origen genético, congénito o de
proceso sobrevenido, causante de disfunciones psicosomáticas o afines?
Partiendo de los trabajos “ad hoc”, elaborados tanto desde fuentes actua-
riales como desde la clínica criminológica, se hace mención, como relevantes,
o muy relevantes, a los siguientes:
Factores genéticos, factores bioquímicos, factores orgánicos, factores psi-
cofisiológicos, factores de déficits físicos o anatómicos, factores bíocerebrales,
variables endocrinológicas y neurofisiológicas…457
A. VÁZQUEZ ROSADO, psicóloga clínica y profesora de la UIPR de
San Juan (Puerto Rico), utilizando trabajos de numerosos investigadores
(R. Wurtman, 1995; Ann Streissguth, 1991; Alan Rosembaum, 1994; Antonio
Damasio,1995; Adrian Raine, 1994; Katherine Rowe y Kenneth Rowe,1994)
comenta al respecto: “No creo que la biología pueda darnos la explicación
total a la conducta criminal, pero igualmente creo que es obligatorio que todo
profesional del campo de las Ciencias Sociales se actualice en estos nuevos
descubrimientos e hipótesis, por cuanto es objetivo y competente reconocer
aquellas condiciones fisiológicas, neurológicas, cromosómicas y anatómicas
que puedan determinar algunos de los muchos casos de conducta criminal.
La gran cantidad de estudios para explicar la criminalidad en la perspec-
tiva biológica no es un evento, moda o patrón nuevo. No obstante, hoy día

456
Ver esta exposición en Brigitte DOYON y Martin BUSSIÈRES, trabajo precitado en
nota anterior, pp.26-27.
457
A este respecto, W.BUIKHUISEN y J. FRANÇOIS: “La Criminologie intégrale”, en
Déviance et Societé, Vol 1, 1 (1977) pp. 100 y ss.
374 CésaR Herrero Herrero

las investigaciones giran explorando nuevas, o más específicas, variables que


incluyen una variedad enorme de factores físicos tales como los niveles altera-
dos de serotonina (perspectiva bioquímica; desbalances químicos)458, alteracio-
nes en el lóbulo frontal, ADD (desorden de déficit de atención), niveles altos
de testosterona combinados con niveles bajos de serotonina, niveles bajos de
colesterol, el efecto en general de los andrógenos, el efecto de diversas dro-
gas auto-inducidas (ingeridas), los efectos de las dietas (enfoque nutricional),
alteraciones por cobre y zinc, el efecto de traumas y accidentes, (…) el efecto
de la contaminación ambiental y las toxinas, la hiperactividad, problemas cog-
nitivos, el efecto del tabaquismo en la madre sobre los hijos, el efecto del ácido
úrico, la predisposición genética, y la relación en estados emocionales alterados
(depresión y ansiedad) y la conducta criminal, entre otros muchos”459.
En efecto, una considerable cantidad de autores, que abordan esta cues-
tión, hacen referencia al esquema siguiente sobre factores criminógenos, más
o menos intensos y directos, de carácter psicobiológico:
— Disfunciones citogenéticas (XYY, XXY…)
— Trastornos bioquímicos (serotonina…)
— Condiciones congénitas (Síndrome fetal alcohólico…)
— Daños cerebrales (en lóbulo frontal, hidrocefalia, perlesía cerebral,
“demencia alcohólica…). Sean de origen innato, congénito o sobre-
venido (por golpes traumáticos en el cerebro)
— Trastornos de nutrición (v. gr., dieta diaria elaborada con alimentos
impregnados de colorantes…)
— Trastornos hormonales (nivel, más alto de lo normal, de testosterona…)

458
Richard WURTMAN, en efecto, en su estudio “Trastorno bioquímico: Serotonina”
(“Crime Times”), E.U.A., 1995, viene a decir que dietas de alto contenido en carbohidratos,
en unión de contenido bajo en proteínas, repercuten negativamente en los niveles normales
de la serotonina. La serotonina, por su naturaleza de neurotransmisor, cuando se altera su
nivel ordinario produciría efectos cerebrales que se relacionan con tendencias especialmente
agresivas (autoagresivas o héteroagresivas; es decir, puesta en práctica de agresión o violencia
consigo mismo (suicidio, ataques a otros, etc.). A este respecto, puede verse, también, John W.
HILL y Doris K. KOLB: “Química para el nuevo milenio”, 8ª edición, Ed. Prentice Hall, México.
1999), sobre todo, en Apartado 5: “Enlaces químicos: Lazos que unen”, pp. 106 y ss. y Apartado
10: “Polímeros: Gigantes entre las moléculas”, pp. 250 y ss. (Original en inglés: “Chemistry for
Changing Times”, eighth Edition, Prentice Hall, New Jersey, 1998).
459
Angie VÁZQUEZ ROSADO: “Psicología forense: sobre las causas de la conducta crimi-
nal”; en Revista Psicología Científica.com, 6 (4), 4 de marzo 2004, pp. 1 y ss. (Disponible en:
http://www.psicologiacientifica.com/bv/psicologia-135-1-psicologia-forense-sobre-las-causas-de-la-con-
ducta-criminal-html; en esta misma orientación, Wael HIKAL: “Criminología psicoanalítica, con-
ductual y del desarrollo”, Flores Editorial, México, 2009, sobre todo, en su capítulo V (“Factores
endógenos”), 3. “Delito y herencia, a) Trastornos bioquímicos. Serotenina”, pp. 61 y ss.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 375

— Hiperactividad en la adolescencia, sobre todo en varones


— Intoxicación por contaminación ambiental (por ejemplo, a través de
partículas de plomo flotantes en el medio-ambiente…)
— Ingesta de algunas sustancias-medicamento con carácter de drogas
(v.gr., el Mysoline, anticonvulsivo).
Gran parte de este grupo de anomalías produce dosis de violencia bastan-
te más allá de lo normal, irreflexión, desadaptación familiar, escolar, social.
Y, naturalmente, determinados trastornos mentales tienen prevalente-
mente, al parecer, un base biológica (esquizofrenia…)460. Pero ya hemos dicho
que, aquí, no entramos en los supuestos psiquiátricamente definidos. (Han
sido ya tratados ampliamente).
Otros autores, que parten de un esquema factorial dual en relación con
la criminogénesis, hablando de factores sociales y de factores individuales,
introducen, entre éstos últimos, además de los que acabamos de ver, algún
otro, al que atribuyen carácter psicobiológico de naturaleza anatómico-físi-
ca. Así, las condiciones físicas anormales o defectuosas. V.gratia, B. DOYON y
M. BUSSIÈRES, apoyándose, también, en trabajos de otros especialistas461,
afirman: “…Una condición física anormal puede estar en el origen de la de-
lincuencia y la criminalidad. Si el individuo presenta algunos trazos físicos
anormales y abiertos a la mirada de todos, ello puede engendrar en aquél
complejos y, en consecuencia, una frustración permanente. Esta frustración
puede, a su vez, incitar a llevar a cabo actos delictuosos con fines de liberación.
El crimen se presenta, entonces, como un mecanismo de compensación”462.

E. FACTORES CRIMINÓGENOS DE BASE, DE ORIENTACIÓN


PSICOMORAL
Cuando hablo de factores criminógenos de orientación psicomoral, preten-
do dar al calificativo “psicomoral” la comprensión que le otorgaba J. L. LÓPEZ
ARANGUREN cuando hacía equivaler al término griego êthos con una de las
formas de enfrentarse el ser humano con la realidad, la forma de enfrentarase
a ésta por costumbre o hábito, comprometiendo, pues, en la acción, inteligencia,

460
Ver, a este respecto, además del ya citado estudio de A. VÁZQUEZ ROSADO y la
obra precitada de Wael HIKAL en lugar apuntado, la obra de este mismo autor: “Criminología
etiológica multifactorial. Los factores criminógenos”, Flores Editorial, México, 2009.
461
Así, por ejemplo, en el libro de Yvan D’AMOURS: “Le point sur la délinquance et le
suicide chez les jeunes”, C. P. J., Québec, 1995, donde se asegura que: “la investigación biomé-
dica ha permitido establecer que algunas deficiencias neurológicas, fisiológicas o endocrinas
pueden modificar profundamente el comportamiento de los individuos.” (Pág. 39 de la obra).
462
Brigitte DOYON y Martin BUSSIÈRES: “Recherche sur la criminalité et la délin-
quance: une distinction selon le sexe”, ya citado, p. 23 del estudio.
376 CésaR Herrero Herrero

voluntad, conciencia (actitud moral o ética). Al revés de lo que acontece en el


enfretamiento según talante o pathos, que cae fuera de la esfera de lo moral, al
hacerse dicho enfrentamiento por naturaleza (actitud premoral)463.
De otra manera. Cuando hablamos de factores psicomorales queremos
significar que estamos refiriéndonos a modos de reaccionar del ser huma-
no, adquiridos por socialización y que, por ello, no están en relación directa
con la vertiente biológica o psicobiológica del hombre. Es decir, que el funda-
mento inmediato de su comportamiento hay que conectarlo con su carácter
y no tanto con el temperamento. Aunque sabemos, desde luego, que tempe-
ramento y carácter, aunque siendo realidades distintas, están tan unidos que
sólo por abstracción y por método pueden ser separados.
Con los factores psicomorales (para lo lícito y para lo antisocial e ilícito)
están directamente relacionados, por ejemplo, la gama de valores del indi-
viduo, sus contravalores, las distintas formas y actitudes de hacer frente a
la vida en sociedad, la educación en el autocontrol y sacrificio, la mayor o
menor autoestima o desestima de sí mismo y de los demás, su vinculación o
desarraigo familiar o del grupo de pertenencia, sus ideas y creencias, el es-
fuerzo o la incuria en la asimilación o no de habilidades para llevar una vida
individual y socialmente integrada y positiva…464
Los factores criminógenos psicomorales han de estar, entonces representa-
dos, entre otros (claro está) por:
— La profesión y práctica de valores (más bien cabe hablar de antiva-
lores o contravalores) antagónicos a los valores sociales necesarios o
muy convenientes para la integración, conformidad, solidaridad…,
en y con la comunidad. Fundamentalmente contrarios a los valores
encarnados en los derechos humanos fundamentales.
— El egocentrismo, tanto intelectual como afectivo, en grado superior a
la media de los seres humanos estadísticamente normales. Generador,
en todo caso, de aislamiento y falta de solidaridad con el prójimo.
— La vivencia constante de disfunciones familiares representadas, por
ejemplo, en relaciones de humillación, rechazo…, sobre todo sobre
miembros familiares que sean niños o adolescentes. Situaciones que
no otorgan la posibilidad de internalizar o asimilar inhibidores fren-
te al delito465.

463
J. L. LÓPEZ ARANGUREN: “Ética”, Madrid, 1972, pp.348-349.
464
Sobre esta materia, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Los factores de la delin-
cuencia. Teorías explicativas.2. Teorías psicomorales”, en su “Criminología. Parte General y Espacial”,
ya citada, pp. 349 y ss.
465
O. KOUDOU, en su estudio “Dysfonctionnements familaux et formation de la per-
sonnalité à risque déviant chez l’adolescent” (en Revue Internationale de Criminologie et Police
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 377

— Déficits profundos en los medios normales de comunicación con los


otros (ideación, leguaje, escasos o deficientes…), conformados así
por la falta continuada de intercomunicación, potenciándose el ensi-
mismamiento e islamiento en confrontación con la solidaridad.
— Sentimientos de odio o de revancha frente a determinados grupos
sociales o étnicos.
— La automarginación y autoexclusión del compromiso social como
estilo de vida elegido.
— La vivencia continuada en contextos de iguales, de bandas… claramen-
te antisociales, antijurídicos o inmorales. Y, por tanto, donde la vida del
delito queda autojustificada. Donde, además, el consumo de drogas
(alcohol, estupefacientes y sustancias psicotrópicas) facilitan el paso al
acto, al debilitar aun más sus frenos inhibitorios. Este facilitamiento lo
provoca, asimismo, la posesión y manejo de las armas de fuego.
— La huida de la escolarización. Alejándose así de la actitud consolida-
da de asumir los valores y habilidades imprescindibles para poder
adaptarse de forma adecuada al contexto de la ciudanía normal.
— La ausencia, en la formación del ser humano, de educación en el
control de sí, en la combinación ponderada del “principio de placer” y
el “principio de realidad”466.
— El cultivo, por sistema, del incumplimiento de las nomas sociojurí-
dicas, de la intromisinón en la vida ajena, de la complacencia en la
propia indulgencia y en la alabanza de la propia irresponsabilidad.

Technique et Scientifique, 3 (2008)pp. 259 y ss. sintetiza sus investigaciones sobre esta materia
de la manera siguiente: “Los estudios en Criminología juvenil occidental y en Criminología ju-
venil africana sobre las familias y sus implicaciones en el desarrollo de la delincuencia juvenil
deberían ser reforzados en el sentido de la toma en consideración de la conducta de los padres.
En efecto, será necesario no hablar ya más de un solo factor familiar particulat (padre o madre,
generación de familias, familia unida o familia desunida), sino de constelaciones o grupos de
factores familiares: abandono y rechazo, separación precoz padres-hijos; desvalorización del
niño; conflictos conyugales; inversión de la autoridad familiar. Estos factores familiares están
en interacción e influenciarían progresivamente la formación de una personalidad en riesgo
de desviación: representación familiar socio-negativa, representación de sí negativa, necesi-
dad de seguridad y de afiliación, aislamiento socioafectivo, representación pesimista del futu-
ro. Una estrategia preventiva giraría en este caso sobre la comunicación social que nos debería
incluir en una estrategia preventiva integrativa.” (p.268).
466
Sobre la influencia de los déficits de control de sí en la desviación social y delin-
cuencial puede verse, además de los trabajos clásicos de Gottfredson y Hirshi, el estudio de F.
OUELLET y P. TREMBLAY: “Les paradoxes du manque de contrôle de soi: délinquants, joueurs compul-
sifs et étudiants”; en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique et Scientifique,
3 (2008) pp. 273 y ss.
378 CésaR Herrero Herrero

En efecto, de acuerdo con la Teoría Integradora de D. FARRINGTON, según


la cual el delincuente llega a serlo en virtud de la motivación, los métodos usa-
dos para conseguir sus objetivos, las creencias asimiladas o internalizadas sobre
la conducta delincuencial y, en fin, por la manera de orientar sus decisiones, en
estas dos últimas fases, se pone de manifiesto cómo el paso al acto delincuencial
va a depender del sesgo dado por las ideas o creencias sobre la delincuencia. Si
las tendencias antisociales presentes en la mente del individuo son favorecidas o
rechazadas, inhibidas por aquéllas. La decisión de pasar a delinquir comparece,
desde luego, si junto a las creencias favorables, la persona deliberante considera
que cometer o no un delito depende, tan sólo, de la situación concreta. Es decir, si
ésta ofrece oportunidades y probabilidades de alcanzar las ventajas (económicas,
satisfacción sexual, consideración familiar, o de los pares…) que la específica in-
fracción ofrece en comparación con la conducta de inhibición de alternativa467.
Con relación a estos y a otros posibles factores, de carácter psicomoral
de por sí o por contexto, el precitado autor ha afirmado que: “Se sabe mucho
acerca de los factores de riesgo claves para la delincuencia. Que incluyen la
impulsividad, una inteligencia escasa y un rendimiento escolar bajo, la es-
casa supervisión parental, el abuso físico de los niños, la disciplina parental
punitiva y errática, una actitud parental fría, los conflictos parentales, las fa-
milias rotas, los padres antisociales, el carácter excesivamente numeroso de la
familia, unos ingresos familiares bajos, un grupo de amigos antisociales, los
colegios con un elevado índice de delincuencia, y los vecindarios en que se
comete un gra número de delitos. Sin embargo, los mecanismos causales que
vinculan estos factores de riesgo con resultados antisociales no están, aún,
bien establecidos.
Para alcanzar el conocimiento de las teorías de la DLC y de las cuestiones
de la DLC, se necesitan estudios longitudinales prospectivos con distintas
medidas de delincuencia autoinformada y de resgistro oficial”468.
Existen autores que, en este plano psicomoral del delincuente, le obser-
van como un individuo pertrechado de numerosos mecanismos de defensa

467
Ver D. M. FARRINGTON: “Longitudinal Research on crime and delinquency”, M. Tomry
y N. Morris, editors, 1979. También: “The explanation and prevention of youthfull offending”, en
Vol Col. “Delinquency and Crime. Current Theories”, J. D. Hawkins editor, Univesity Press,
Cambridge, 1996. “Human Development and criminal careers”, Vol. Col., M. Maguire, R. Morgan
y R. Reiner (editors): “The Oxford Handbook of Criminology”, 2nd ed., Clarendon Press, Oxford,
1997, pp.361-408. “Origins of violent behaviour over the life span”, Vol. Col., D. J. Flannery, A. T.
Vaszonyi e I. Waldman (editors): “The Cambridge Handbook of Violent Behaviour”, Cambridge
Univesity Press, 2006.
468
D.M. FARRINGTON: “ Criminología del desarrollo y del curso de la vida”; en Vol.
Col. “Derecho Penal y Criminología como fundamento de la Política criminal. Estudios en
Homenaje al Profesor Alfonso Serrano Gómez”; José Luis GUZMÁN DÁLBORA y Alfonso
SERRANO MAÍLLO (editores), Editorial Dykinson, Madrid, 2006, p. 259.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 379

psicomorales, urdidos, en parte, cuando se trata de delincuentes habituales


o semihabituales, para justificar ante sí mismos su estilo de vida, basculante
en torno a la constante violación de las reglas sociales relevantes para la con-
vivencia, el enredo interpersonal, la autocomprensión y autoindulgencia y,
como consecuencia alejado de toda clase de compromiso y responsabilidad
comunitarios.
A esos mecanismos de defensa o distorsiones ético-cognitivas se refiere
G. WALTERS en su obra “Estilo de vida del criminal”, publicada en la década de
los noventa469.
Con relación a esta obra y a esta materia, H. E. BERDUCIDO, nos ofrece
la síntesis siguiente: “Walters, basándose en trabajos previos de Yochelson y
Samenow (1976), entre otros, sostiene la tesis de que el delincuente persis-
tente emplea ocho distorsiones cognitivas básicas, que justifican su delin-
quir: La autoexculpación, o justificación de las razones por haber realizado
el delito concreto, que son del todo irrelevantes. También incluye el echar
la culpa de aquél a agentes externos; el corto-circuito, que permite eliminar
la ansiedad, los miedos y los mensajes disuasorios para el crimen mediante
expresiones, gestos o ritualidades; la permisividad o auto-autorización, por
las que el individuo se arroga un status privilegiado, la prerrogativa para
satisfacer todos sus deseos; el control ambiental o control de poder, que in-
ducen al sujeto a que intente controlar todas las circunstancias que le ro-
dean, configurando una visión simplista del mundo, dividido entre fuertes
y débiles; el sentimentalismo, por el que el delincuente pretende aparentar
ser una buena persona, mostrando sus cualidades positivas; el superopti-
mismo, que revela a un sujeto con una visión irreal de la propia valía, de sus
atributos y de las posibilidaes de evitar las consecuencias de sus acciones; la
indolencia cognitiva, que supone la pereza de pensar, la ley del mínimo es-
fuerzo, muy asociado finalmente a la inconsistencia en toda empresa que se
emprenda, es decir, el fracaso para comprometerse en tareas que requieren
de cierto esfuerzo y trabajo.
Por último, cada pareja de estos patrones cognitivos irracionales indica-
dos, comenzando por el principio: auto-exculpación y cortocircuito, permisi-
vidad y control ambiental, sentimentalismo y súper-optimismo, indolencia e
inconsistencia, se vincula con un patrón de comportamiento que determina
el estilo de vida criminal”470.

469
G. WALTERS, en inglés, titula su obra: “The Criminal Lifestyle”; Sage editions, New
bury Parck, 1990.
470
H.E. BERDUCIDO MENDOZA: “Factores criminógenos y psicología del delincuen-
te”, ya citado, p. 25 del estudio.
380 CésaR Herrero Herrero

A la vista de lo que se viene exponiendo en esta apartado, no parece que


pueda ponerse en tela de juicio la trascendencia que, para la orientación indi-
vidual y social del individuo, posee el distinto signo (constructivo o decons-
tructivo, adecuado o errado) de los diversos procesos de la socialización de
aquél. Una adecuada socialización informada por la transmisión de palabra
y obra (al niño, al adolescente, al joven, por parte de los correspondientes
agentes socializadores) de los valores, actitudes y habilidades, que fundan
y garantizan la convivencia, será el necesario y más eficaz antídoto contra
la desviación, la marginación, la anomia gravemente conflictiva y, a fin de
cuentas, contra la delincuencia y la incubación de delincuentes. El delincuen-
te (toda clase delincuente, incluso el inmerso en el círculo de la “White collar
criminality”) lleva a la espalda una socialización desajustada en alguna de sus fases
o procesos. Si bien, son los delincuentes más comunes y desheredados los que
sufren una socialización más desadaptada471.
Para evitar equívocos, antes de concluir este apartado, advirtamos que, aun-
que hayamos incorporado al marco de los factores psicomorales instituciones
como la familia y procesos como el de socialización, no por eso pretedemos ex-
cluir a ninguno de ellos del campo de la factorialidad psicosociológica, donde
juegan, también, un papel insustituible. En cada marco con su característica
aportación, positiva o negativa. Lo vamos a ver a continuación.

471
R. CARIO ha venido hablando de la socialización deficiente, errada o lastrada de los
delincuentes (“socialisation manquée des criminels”).Concretamente, hace observar al respecto:
“Bajo el eco de las investigaciones más utilizadas, teniendo en cuenta las características ob-
servadas de la criminalidad, es posible en efecto recalcar que su personalidad (la de los delin-
cuentes) se ha construido en un medioambiente afectivo y sociocultural perturbado, del que
son testigos las rupturas matrimoniales y las inestabilidades socioculturales principalmente
vividas por sus padres. La indisponibilidad afectiva de éstos, sus débiles prácticas lingüísticas
(provienen de carencias de la misma índole acumuladas durante la infancia), sus propios sufri-
mientos (no asumidos), no les han permitido responder de manera satisfactoria a las necesida-
des del hijo devenido en delincuente en términos de continuidad relacional, de identificación
como diferenciación. Estas familias son calificadas cada vez más frecuentemente de “dimisio-
narias” en un modo anormalmente peyorativo. (…) Esta vulnerabilidad de origen familiar ha
comprometido fuertemente la inserción social de los afectados, desguarnecidos de pràcticas
comunicativas eficaces y valorizantes. Más bien, la deprivación así vivida está en el origen de
su tendencia antisocial. En oposición más o menos abierta con el sistema educativo institucio-
nal, ellos han experimentado entonces las más grandes dificultades para conformarse a los
standars culturales dominantes. En desajuste social más o menos profundo, sólo el recurso a
conductas prohibidas ha autorizado la satisfacción de necesidades identificadas como gratifi-
cantes, o la eliminación de las consideradas como dolorosas. La proximidad de pares, atrave-
sando o habiendo atravesado las mismas crisis, la amplitud de la precariedad, les afectan; la
intensidad de la emoción provocada por la persona o por el objeto codiciados, o detestados,
han determinado los pasos agresivos al acto.” (“Devenir criminel. De la socialisation manquée au
comportement social différentiel”; Vol. Col., T. Albernhe (Directeur), “Criminologie et psychiatrie”,
Ed. Ellipses, 1997, pp. 458-469.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 381

F. FACTORES CRIMINÓGENOS DE ORIENTACIÓN PSICOSOCIAL.


O DE CARÁCTER EXÓGENO CONTINUADO

Ya hemos dicho, con profusión, que el ser humano viene a este mundo,
desde su llegada al universo intrauterino, rodeado de otro universo exterior,
que denominamos medio-ambiente. Universo que, tomando contenidos,
formas y modalidades distintas, durante la andadura histórica del hombre,
le acompaña donde se halle, interpelándose mutuamente. Siéndole muchas
veces favorable y no siempre propicio o positivo. Situando a aquél, con al-
guna frecuencia, en trance de responder dañándose a sí mismo o al prójimo.
Somos, pues, lo repito una vez más, tributarios forzosos del medio-ambiente.
Acontece, por otra parte, como ocurre con una gran parte de los términos
de nuestro lenguaje, que tampoco la expresión “medio-ambiente” significa
siempre lo mismo. Y no lo significa, porque no existe una sola forma de me-
dio-ambiente y, en consecuencia, su concepto no es un cocepto unívoco sino
polisémico. Es manifiesto que no es unívoca la realidad medio-ambiental,
encarnada en “medios-ambientes” dimensionalmente distintos. Así, cuando
nos referimos a medio-ambiente físico o climático, medio-ambiente político
o social, medio-ambiente cultural o económico, ecológico, medio ambiente
rural o urbano. Todos ellos influyen en el ser humano, pero de forma diversa.
Todos ellos pueden obedecer a un concepto abstracto como el de que entrañan
un conjunto de factores que operan, actúan o influyen de manera constante o per-
manente sobre los seres vivos y, especialmente, sobre el hombre. Pero la diferencia
surge cuando iniciamos la especificación de tales factores y comprobamos su
diferente incidencia. V. gratia, los factores ambientales emanados del medio
social (de los grupos de personas, siempre heterogéneos, dentro delos que se
mueve y vive el individuo concreto) y los nacidos del medio físico472.

472
Puede entenderse, por tanto, por medio-ambiente el contexto circundante en el que
una persona vive, se desarrolla o se desenvuelve. Es, pues, el grupo de personas y el conjun-
to de circuntancias físicas (climáticas, estacionales, regionales, sociales, económicas, cultura-
les, políticas religiosas…) que rodean al ser humano en cada momento de su existencia. Este
contexto circundante además de variado en cuanto a los distintos grupos hamanos, tiempos
y regiones, es dinámico dentro de esa variedad, pues evoluciona y cambia continuamente.
Además, como se reitera en texto, cada unidad grupal de circuntancias (económicas, políticas,
físicas…) forman “submedio-ambientes” distintos entre sí, puesto que cada uno de ellos ejer-
cen influjos diversos sobre el individuo. Cabe hablar, asimismo, de medio-ambientes volunta-
rios, elegidos o aceptados (familia, hogar, escuela, profesión…) y de medio-ambientes impues-
tos o padecidos (cárcel, el derivado del sometimiento a la situación de trata de personas…). O,
en fin, cabe la referencia también a “micro- medio-ambientes” (familia, escuela, lugar de trabajo,
vecinaje., clase social…) y “macro-medio-ambientes” (medio-ambiete rural, medio-ambiente
urbano, regional, nacional internacional y supranacional). Todos ellos influyen, o pueden in-
fluir, según su naturaleza, en los individuos y, en su caso, en sus asociaciones, pero de manera
distinta en cada uno de ellos. No hay duda, por ejemplo, que el medio-ambiente internacio-
382 CésaR Herrero Herrero

Las disfunciones de cada uno afectan al hombre, pero influyéndole, in-


cluso desestabilizándole, de distinto modo. Cada grupo de disfunciones pue-
den convertise en factores o variables criminógenos, pero seguro que con
su peculiar orientación e intensidad473. Por eso, por ejemplo, se han podido
formular leyes térmicas de la delincuencia, leyes de saturación o sobresatu-
ración criminal, leyes estacionales y regionales de la criminalidad… Y es que
existen muchas clases de “medio” (medioambiente) y, por ende, muchas cla-
ses de medio-ambientes criminógenos. Muchas clases de medio-ambientes
criminógenos que influyen en la modelación de la personalidad del que de-
nominamos delincuente (teoría moderna de la personalidad criminal) o que,
al menos, como pretenden las teorías interaccionistas moderadas, cooperan a
conformar los hábitos de reacción del mismo.
Por lo demás, los factores criminógenos de cada modelo medio-ambien-
tal no afectan por igual ni a todos los ciudadanos ni a todos los delincuen-
tes. Por eso, el verificar la diferencia entre factores criminógenos, el cómo, el
cuánto y la dirección de la influencia de los mismos en el individuo concreto,
es función de los especialistas clínicos y, entre ellos, de manera especial, del
criminólogo.
Aquí, por lo que acaba de insinuarse, no voy exponer grupos de teorías
de corte interaccionista (radicales o moderadas), para hacer referencia a los
factores psicosociológicos criminógenos en sentido amplio, o exógenos. (Esta
exposición puede verse en pluralidad de fuentes, sobre todo realacionadas
con textos de Criminología General). Pretendo, entonces, referirme a grupos
diferentes de factores de esta índole que, según el sentido común ilustrado,
las investigaciones empíricas y los estudios de meta-análisis o similares, apa-
recen como los más relevantes en este campo.

¿Cuáles son entonces los mencionados factores?


a) Dentro del que viene denominándose “micro-medioambiente”, algunos
autores hacen referencia, como a posibles factores psicosociales, a las graves
disfunciones relacionadas, sobre todo, con: El estatuto-económico inferior, la
influencia de la banda o del grupo, la pertenencia a una minoría étnica, la
familia, la escuela, el vecindario.

nal (dentro de sus distintas orientaciones: económicas, políticas, sociales…) puede influir en
la orientación de la delincuencia y en la de los delincuentes. Por ejemplo, en la eclosión de
delincuencia organizada transnacional y, por lo mismo, en la formación de asociaciones de
delicuentes dedicados a ella.
473
Sobre este particular puede verse el estudio de investigación, lleno de sentido co-
mún sin dejar de ser científico, de Edmond ROSTAND NSHEUKO: “L’influence du milieu cri-
minogène sur la personnalité du delinquant: L’exemple de la ville de Dschang”; Université de Dschang-
Maitrise, en Droit et Carrières Judiciaires, 1998.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 383

Estar bajo la influencia de un estatuto económico inferior, según dichos au-


tores, o estar bajo la influencia de desventajas de carácter económico con
respecto al resto (a los poseedores de la “media” en este campo), podría en-
gendrar, y de hecho engendra no pocas veces, un sentimiento de inferioridad
y producir en el individuo afectado deseos de poseer más para liberarse de
aquél. Cuando este deseo desborda al posidente, puede llevarle a conseguir
lo deseado por medios ilícitos o delincuentes474. (Naturalmente, ello se agra-
varía si el sentimiento naciera por agravio comparativo (sentimiento de depriva-
ción) o si el actor se hallase ante la situación engendrada por la presencia del
“estado anómico funcional”, previsto en su día por E. DURKHEIM y precisado y
reorientado, más tarde, por R. K. MERTON475.
La influencia de la banda o del grupo, en sus componentes, sobre todo en
los más pasivos, está contrastada. Y es que suelen compartir una visión social
bastante común, porque suelen formar espiritu de cuerpo y porque suelen
actuar bajo un mismo proyecto antisocial. La cooperación en la actividad o ac-
ciones criminales se presenta como necesaria para seguir dentro del grupo476.
En cuanto a la pertenencia a una minoría étnica, se subraya sus posibles
disfunciones, porque pueden hacer acto de presencia los conflictos cultura-
les, génesis, a veces, de comportamientos delictuosos por enfrentamientos
violentos. Si bien, en la convienecia ordinaria (dejamos ahora a un lado las
conductas terroristas), no tienen tanta relevancia como se pretendiera con la
obra de T. SELLIN477. Son ya bastantes los autores que han matizado la tesis
de éste478.
Por lo que respecta a las disfunciones familiares, ya hemos examinado
la institución familiar como cauce socializador en valores de convivencia [di-
mensión transmisora de moral interpersonal o social] o, en su caso, en papel
disfuncional de lo contrario. Ahora cabe observarla, también, como fuente
disfuncional operativa, como inductora directa a la acción antisocial o ilícita.
(Por ejemplo, comprometiendo y enrolando a todos sus miembros en alguna
clase de empresa delincuencial o alabando su conducta criminógena o expre-
samente criminal.
Es, de manera general, la conducta negativa de los padres la que está en
el origen de muchos comportamientos, sobre todo violentos, de sus hijos. Los

474
Ver B. DOYON y M. BUSSIÈRES, en trabajo ya citado, pp. 21 y ss.
475
Sobre estas cuestiones, C. HERRERO HERRERO: “Criminología. Parte General y
Especial, ya citada, pp. 462 y ss.
476
A este respecto, puede verse S. HALLSWORTH y T. YOUNG: “Getting Real About
Gangs”, en Criminal Justice Matters, 55 (2004) pp. 11 y ss.
477
Esta obra es “Culture, conflict and crime”, New York, 1958.
478
Véase, por ejemplo, L. MUCCHIELLI: “Délinquance et immigration: le sociologue
face au sens commun”, en Hommes et Migration, 1241 (2003) pp. 21 y ss.
384 CésaR Herrero Herrero

padres, en virtud de su ser natural y social de referencia, y de las “leyes de la


imitación”, aparecen como modelo “teórico” y, sobre todo práctico, de compor-
tamiento. Y, por sifuera poco, en estas situaciones disfuncionales básicas, están
ausentes el control o vigilancia, adecuados, sobre la prole. El ya citado Yvan
D’Amours, refiriéndose a estos supuestos comenta que: “Entre los diversos
factores que pueden contribuir a la delincuencia, la ausencia de sobrevigilancia
por parte de los padres así como el infeliz estado familiar sobresalen como los
factores contributivos más relevantes de la delincuencia”479. Ello supone pre-
sencia amplia y profunda de carencia afectiva y de orientación educativa, en
los miembros más vulnerables de la familia, y, de aquí, aquéllas consecuencias.
La familia es, pues, la cuna de la socialización primaria del niño. Es el
agente inicial de transmisión, a aquél, de una determinada cosmovisión: so-
bre las personas, empezando por el propio “yo”, y sobre el mundo circundan-
te. Sobre el ser y el estar del menor en una sociedad determinada. Es el primer
y primordial sujeto activo de culturización. De introyección de ese contenido
que TYLOR480 identificaba con la auténtica cultura y que podríamos sintetizar
refiéndonos a: ideas, saberes, creencias, arte moral, leyes, costumbres, habili-
dades, usos alcanzados, actitudes, reacciones reflexionadas, en cuanto equi-
paje adquirido, y a adquirir, por el hombre en cuanto miembro de un grupo o
de una sociedad. Todo ello, fundamentalmente, ofrecido a través de acciones
o de comportamientos concretos. Es decir, con fuerza inductoramente ope-
rativa y, por lo mismo, representado como forma de actuación social “nor-
mal”481. Por tanto, es el centro de referencia de lo “normal” tanto para lo fun-
cional o constructivo, como para lo disfuncional o desviación negativa482.
¿Y qué decir, sobre este particular, con relación a la escuela? Hace ya bas-
tantes años que T. PARSONS483 atribuía a la Escuela el deber de ser pionera

479
Yvan D’AMOURS: “Le point sur la délinquance et le suicide chez les jeunes”; C. P. J.,
Québec, 1995, p.39.
480
E. B. TYLOR: “Primitive Culture”; Edit. Murray, London, 1971, p.1.
481
Ampliamente sobre esto, C. HERRERO HERRERO: “El papel de la familia, en la prác-
tica de la prevención primaria”, en su obra “Delincuencia de menores. Tratamiento criminológico y
jurídico”, Edit. Dykinson, 2ª edición, Madrid, 2008, pp.228 y ss.
482
Sobre estas cuestiones se leen aún con interés y provecho trabajos de los GLUECK
(Sheldon y Eleanor) como: “Working Mothers and Delinquency”, in Mental Hygiene, Vol. 41, 3
(1957). Puede verse ahora texto también en “Ventures in Criminology Selected Recent Papers”, tra-
bajos y artículos, aparecidos en diversas publicaciones, de los precitados autores; International
Library of Criminology, Editors E. Glover, H. Manheim and E. Miller, London, 1964, pp. 31 y ss.
También, E.T. GLUECK: “Role of the Family in the in the Etiology of the Delinquency”, en Bulletin de
la Societé Internationale de Criminologie, 1er. Semestre, 1960; puede verse texto, asimismo, en la
precitada obra “Ventures…”, pp. 60 y ss.; asimismo, de Sh. and E. GLUECK: “Family Environment
and Delinquency in the perspective of Etiology Research”, in International Annals of Criminology, 1er.
Semestre 1963. Puede verse texto también en dicha obra “Ventures…”, pp. 71 y ss.
483
T. PARSONS: “Essays in sociological theory”, Free Press, New York, 1964.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 385

en abrir cauces de integración social, guiando a la sociedad en la educación


de sus miembros, sin dejar de otorgar a la familia la principal titularidad.
Educación que habrá de estar orientada a formar ciudadanos para la socie-
dad y a enfatizar en contenidos propiciantes de la propia realización perso-
nal. Pero el mismo gran sociólogo advertía que esta orientación venía des-
quebrajándose por la excesiva propensión a la tecnocracia en detrimento de
la educación humanista y humanizadora. Origen, en gran parte, de muchos
fracasos escolares.Y que, desde luego, no puede dejar de estar presente lo
que es obvio y, además, constatado empíricamente: Que la ausencia de esco-
larización, la interrupción prematura de la escolaridad, el fracaso escolar, el
maltrato y humillación escolares, son un hallazgo constante, sobre todo, en
los menores delincuentes484.
Y, en fin, por lo que repecta al vecinaje o vecindario, parece congruen-
te afirmar su importante influencia en el individuo, si consideramos que se
presenta como el contexto donde también se encuentran ubicados la familia
y la escuela. En esta línea, Edmond ROSTAND hace observar que: “Clifford
SHAW y sus discípulos han demostrado, en la ciudad de Chicago, cuánta de-
lincuencia está ligada a los barrios, sociomoralmente deteriorados y STANCIU, a
su vez, pondrá de manifiesto que, en ciertos barrios, existen islotes de crimi-
nalidad”485. De aquí, la importancia que viene dándose, sobre todo en algunas
naciones, a la llamada “prevención comunitaria”, por la que la comunidad
en cuanto tal interviene como actora, apoyándose, a su vez, en las potencia-
lidades de las instituciones públicas. Se especifica por planificar, dirigir, co-
ordinar y ejecutar, políticas criminales consistentes, de modo sustancial, en
dinamizar los recursos sociales de zonas o barrios determinados; promover
los controles sociales informales; establecer vínculos entre los problemas dia-
rios de los ciudadanos y las competencias de resolución, institucionalizadas
en las entidades públicas.
En realidad, se trata, en estos supuestos, de hacer que la comunidad se pro-
yecte, activamente, en la prevención de la delincuencia, desde una triple vertiente:
de grupo humano localizado que, por serlo, conoce, de manera suficiente, el
contexto vecinal; de mediadora en las prestaciones de servicios básicos, sobre
todo para los más marginados y necesitados de dicho lugar y, desde luego, de

484
Sobre esta materia, también ampliamente, en C. HERRERO HERRERO, obra ante-
rior, pp.230 y ss. Puede verse, desde luego, el ya lejano, pero siempre sólido y riguroso, estudio
de Sh. GLUECK: “The Home, the School and delinquency”; en Harvard Educational Review, Vol.
23, 1 (1953), y que, ahora, puede verse también texto en la citada obra “Ventures in Criminoly…”,
pp. 13 y ss.
485
E. ROSTAND NSHEUKO: Trab. ya citado, en el apartado “L’influence de l’habitat et du
voisinage”.
386 CésaR Herrero Herrero

hacer de muñidora de valores comunes de convivencia (tolerancia, sentimien-


tos de lealtad, de pertenencia al grupo, de elemental conformidad…)486.
b) Desde la perspectiva del macro-medioambiente, los factores criminóge-
nos que inciden en la delincuencia, influyen, sobre todo, en la variación, desarro-
llo o evolución de la misma más que en el nacimiento como tal de ella. De todas
formas, la criminalidad se da en este contexto, más o menos amplio y, para expli-
carla y hacerle frente, es preciso conocerlo. Es en ese sentido como hay que enten-
der las siguientes observaciones del “Centro Internacional para la Prevención
de la Criminalidad”: “Los diferentes fenómenos criminales y su aprehensión se
inscriben siempre en un contexto en el que es indispensable discernir sus contor-
nos. Este ejercicio permite identificar algunos factores principales que favorecen
el desenvolvimiento de la criminalidad, de la victimización y del sentimiento de
inseguridad, que son comunes a una mayoría de áreas geográficas, aunque la
proporción varíe grandemente según las regiones”487.
Pues bien. El mismo Organismo anterior señala entre algunos de esos
contextos (que, al fin y al cabo, se convierten en factores circundantes de los
factores más inmediatos): El contexto de urbanización, los conflictos genera-
lizados, la pobreza extendida y las desigualdades.
El contexto urbano propicia, de forma generalizada, mayores cotas de
delincuencia y victimización que el espacio rural. Es una constante en todas
las estadísticas y encuestas. Y, desde luego, la criminalidad en medio urbano
sigue actualmente en alza. Las tasas de victimización para las infracciones
relevantes de la criminalidad demominada clásica son significativamente más
elevadas en las ciudades que en la media nacional. Siendo aún más elevadas
en las ciudades en desarrollo.
Las consecuencias de los conflictos generalizados no suponen tregua
alguna, al menos para las personas más vulnerables, puesto que el deterioro
de las estructuras políticas, sociales o de protección, unido a los amplios tras-
tornos, al desfondamiento económico y a los desplazamientos ocasionados
por estas situaciones, deja a las personas en un desvalimiento absoluto frente
a la pobreza, el hambre, la falta de espacio vital por las aglomeraciones de
desplazados. Siendo las mujeres y los niños los más perjudicados. Las muje-
res sometidas a la violencia y abuso de género…
La pobreza generalizada entraña inseguridad económica (indefinida o
crónica), explotación de trabajadores, ausencia de medios educativos para los

486
A este respecto, C. HERRERO HERRERO: “Política Criminal Integradora”, Edit.
Dykinson, Madrid, 2007, pp. 149 y ss.
487
CENTRE INTERNATIONAL POUR LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ:
“Rapport International sur la Prévention de la Criminalité et Sécurité quotidienne:Tendences et perspec-
tives”, Montreal, 2008, p.35.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 387

niños y jóvenes en edad de formación, abusos sexuales y las correlativas trans-


misiones de enfermedades venéreas, los MST y el VIH/SIDA, la trata de perso-
nas, amenazas para la seguridad de las personas, estigmatización y exclusión
social… Si bien parece que la pobreza generalizada como factor único no es la
causa de grandes niveles de criminalidad. En Asia, por ejemplo, las regiones
con renta más baja no sufren siempre cuotas muy altas de delincuencia488. Lo
decisivo, a estos efectos, parece estar en la combinación de la pobreza con las
desigualdades notables (principio de deprivación o de agravio comparativo).
La delincuencia casi siempre no es producto de un solo factor, sino de com-
binación de factores actuando en constelación, unidos en la misma dirección.
En esta línea, el 11º Congreso de Naciones Unidas para la Prevención del Crimen y la
Justicia Penal (Bangkok, 2005) venía a referir que “la pobreza, las desigualdades y la
ausencia de medios de existencia durables son elementos susceptibles de desembocar en
la criminalidad, y todavía más, en el ámbito de una situación geopolítica inestable”489.
Otros Informes bien documentados, orientados dentro de este mismo
marco macroambiental, afirman que son factores claramente influyentes en la
evolución de la criminalidad: Ciertas Variables demográficas, ciertos Factores
macroeconómicos, la Tecnología, la Mundialización, Iniciativas y Recursos
de Justicia penal, la Organización de la Delincuencia, la elección de deter-
minados estilos de vida, la elección de determinadas profesiones… Todo ello
basado, fundamentalmente, en que son estas variables las que, no obstante
presentar algunas de ellas aspectos muy positivos para la sociedad (V.gr, la
tecnología, ciertos factores macroeconómicos, algunas variables demográfi-
cas, la mundialización…), ofrecen tantas o más oportunidades para delinquir
(tanto de carácter subjetivo como objetivo).
En efecto, Stephen SCHNEIDER, en un estudio llevado a cabo para deli-
mitar y evaluar las investigaciones, y organismos intervinientes en ellas, ver-
santes sobre las previsiones en torno a la criminalidad en las dos primeras
décadas del siglo XXI, resume así su contenido:
Las Variables demográficas son estimadas como las determinantes más
sobresalientes de las tasas de criminalidad. En particular la variable demográ-
fica referente a la tabla de población masculina, del grupo de edad entre los
15 y 25 años. En las sociedades donde, por el contrario, se da envejecimiento
demográfico, la tasa de criminalidad se manifiesta a la baja.
Es opinión muy extendida, por otra parte, que los factores macroeconó-
micos están vinculados estrechamente a las variaciones de las tasa de crimi-

488
Ver dicho CENTRE INTERNATIONAL y su mismo Informe Internacional, de nota
anterior, en pp. 35-41.
489
Ver su documento (Resolución 60/177 de la Asamblea General de N.U.): “Sinergias y res-
puestas. Alianzas estratégicas para la prevención del crimen y la justicia penal”; 16 dciembre, 2005.
388 CésaR Herrero Herrero

nalidad. Sobre todo, por lo que respecta a los delitos de corte patrimonial, ya
que éstos están fuertemente relacionados con el vigor de la economía o con la
recesión de la misma. No estando bien determinado cuándo la tasa criminal
aumenta y cuándo disminuye. Hay versiones diversas.
Por lo que a la Tecnología respecta, se dice que: “...La innovación tecno-
lógica, sobre todo bajo la forma de ordenadores, de comunicaciones y de in-
formación, contribuirá cada vez más a facilitar la actividad criminal. La nueva
tecnología permitirá a los particulares y a los pequeños grupos cometer crí-
menes que otras veces estaban fuera de su alcance, reduciendo además los
riesgos de tales comportamientos. Ella les facilitará el acceso a los sistemas, a
las instalaciones, a los bienes y a la información; suprimirá los obstáculos geo-
gráficos a la criminalidad; hará la criminalidad potencialmente todavía más
lucrativa; y acrecentará el anonimato y la capacidad de los delincuentes para
escapar de la justicia. El problema se agrava por el hecho de que las nuevas
tecnologías son comercializadas sin mirar las consecuencias para la criminali-
dad (Association of British Insurers, 2000; Foresight Directorate, 2000b)”.
Y, en fin, la mundialización y la correlativa y creciente transnacionaliza-
ción de la criminalidad, unidas a las precitadas tecnologías, están ya propi-
ciando (y seguirán) la variación y variedad de la delincuencia en cantidad y
calidad, al reforzar la eficacia de los delincuentes y debilitar la posibilidad y
riesgo del castigo. No olvidemos, a este respecto, que, por si fuera poco, esta
delincuencia se presenta fuertemente organizada490.

G. FACTORES SITUACIONALES O DE CARÁCTER EXÓGENO NO


PERMANENTE

Sobre los factores situaciones se ha tratado ya al hablar del concepto in-


tegrador de delincuente. Ahora, pues, vamos a hacer algunas breves consi-
deraciones complementarias. Empezando por recordar que, como advertían
ya, hace bastantes años, W. BUICKHUISEN y J. FRANÇOIS, una de las con-
secuencias basada en la teoría del comportamiento criminal, sostenida en la
necesidad de la existencia de una criminología diferencial (al igual que existe,
por ejemplo, una psicología diferencial), es la de que todo comportamiento
está en función de las características personales del autor y de la situación en
la cual el mismo se halla. Añadiéndose que estos dos tipos de características
pueden ser muy diferentes las unas de las otras.

490
El Informe aludido en texto es el elaborado,en sentido dicho, por Stephen
SCHNEIDER con el título: “Évolution de la criminalité:état de recherche. Rapport sommaire,
rr2002-7f, School of Justice Studies, Université Ryerson, Canada, puesto al día en agosto de
2010, pp.8 y ss. del estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 389

En el caso de hacer equivaler la situación en la cual se halla o se ha hallado


el individuo, concernido, a la fórmula “Si”, puede distinguirse diversas clases
de factores situacionales:
“S1= la situación a “micro-nivel”; la situación en la cual el comportamiento
delincuente ha tenido lugar. Por ejemplo, la endeblez del escaparate en el
caso de un robo. Es necesrio igualmente estar atento al papel de la víctima.
“S2= la situación a “nivel medio” (meso-nivel). Caen en ella las situaciones
por las cuales hay o ha habido interacción real entre el autor del delito y los
terceros. Se puede, por ejemplo, pensar en lo que ha pasdo en el domicilio
de los parientes, en la escuela, en el trabajo, en los contactos con los amigos y
compañeros de la misma edad, etc… pero también en las interacciones con la
policía, el poder judicial y otros.
“S3= la situación a “macro-nivel”. Ha de entenderse por ella, de acuer-
do a los autores precipitados, el sistema social y el clima social en el cual se
vive. Entre los factores que juegan un rol importante a este nivel, se halla, por
ejemplo, la conyuntura, el empleo, las facilidades de enseñanza existentes,
los equipamientos recreativos, el grado de urbanización, pero igualmente el
clima social en el interior de una sociedad”491. Claro que esta clase de situacio-
nes se confunde con los factores psicosociales o factores exógenos permantes
o continuados. Son situacionales, pero no en el sentido en que aquí, en esta
obra, y en otros estudios míos he venido definiendo como factores desenca-
denantes próximos del paso al acto de quien está predispuesto a delinquir.
(Véase más arriba, en el Capítulo reservado al delincuente).
En este último sentido, creemos que ha de hablarse de factores situacio-
nales para distinguirlos adecuadamente de los factores psicosociales en sen-
tido propio. Y así lo hacen, por ejemplo, R. MERLE y A.VITU, al tratar de las
“situaciones criminógenas”, donde distinguen entre el medio de la evolución o del
desarrollo y el medio del hecho conreto en cuanto tal. Por eso comentan: “Cuando
los criminólogos estudian los factores mesógenos, distinguen el “medio del de-
sarrollo” (milieu du développement), que influye en la formación y evolución
de la personalidad (la familia, los grupos sociales, etc.), y el “medio del hecho
(milieu du fait), es decir, las situaciones en las cuales está colocado el delin-
cuente en el momento de su crimen. Es el medio del hecho el que juega un pa-
pel más o menos importantes en el desencadenamiento inmediato del paso
al acto”492.

491
W. BUIKHUISEN y J. FRANÇOIS: “La Criminologie intégrale”, en Déviance et Societé,
Vol 1, 1 (1977), p.101.
492
R. MERLE y A VITU: “Le pasage à l’acte”, en su obra “Traité de Droit Criminal”, Tomo
I (“Problèmes généraux de la science criminelle”), Edition Cujas, 7ª Edition, Paris, 1997, en
“Introduction Général” de la Obra, nº 44.
390 CésaR Herrero Herrero

Estas situaciones o factores situacionales pueden revestir (ya hicimos men-


ción a esta materia) el carácter de: específicos (conformantes con la inclinación
criminal del que se encuentra con ellos) o amorfos (han de ser buscados o adap-
tados por el que está predispuesto a delinquir en una determinada dirección.
Ejemplo de los primeros sería el caso del violador “en activo” que se encuentra,
sin buscarla, con una mujer, para él atractiva, en un paraje solitario. Ejemplo de
los segundos puede ser el supuesto del miembro de una banda de delincuen-
tes contra el patrimonio que, cuando no se le presenta la ocasión de delinquir
en tal sentido, los otros miembros le obligan a buscar y a escoger la que salga.
La situación o el factor situacional, pues, es fundamental para, en unión
del actor, llegar a la realización del proyecto delictivo.
De acuerdo con lo que acaba de decirse, P. O. H. WIKSTRÖM hace obser-
var: “…No sólo las diferencias individuales en cuanto conocimientos y aptitu-
des, experiencias y moralidad, son importantes para las acciones (inacciones)
de una persona, también lo son las diferencias individuales de los entornos
en que opera. Los conocimientos y aptitudes, experiencias y moralidad de
las personas siempre se aplican a las particularidades del entorno en que par-
ticipan. Es la interacción entre una persona y su entorno la que determina su
curso de acciones (inacciones).
En este contexto, es importante mantener en mente que los conocimien-
tos y aptitudes, experiencias y moralidad actuales de una persona dependen
de su modelo previo de interacciones con determinados entornos. (…) La ac-
ción depende de la oportunidad. “Para que un acto pueda realizarse, debe exis-
tir una oportunidad para su realización” (von Wright, 1971:125). Si no existen
cigarrillos, ni cerillas, ni encendedores, no existe oportunidad de fumar, con
independencia que se desee o no hacerlo. (…) Dicho de otro modo, las per-
sonas tienen deseos y el entorno proporciona oportunidades; las tentaciones
son el resultado de la interacción de la persona con el entorno, y como tal un
concepto situacional (es decir, los deseos no causan motivación, ni tampoco
lo hacen las oportunidades, pero su interacción sí lo hace)”493.

493
Per-Olof H. WIKSTRÖN: “Personas, entornos y actos delictivos:mecanismos situaciona-
les y explicaciones del delito”; en Vol. Col. “Derecho penal y Criminología como fundamento de la
Política criminal. Estudios en Homenaje al Profesor Alfonso Serrano Gómez”; F. BUENO ARÚS y
otros (Dir.) y J. L. GUZMÁN DÁLBORA y A. SERRANO MAÍLLO (edits.), Edit. Dykinson, Madrid,
2006, pp. 533-535. Esta interacción entre delincuente y oportunidad derivada de la situación en que
aquél se encuentre, para explicar el delito, no es ajena, como no podía ser de otra manera, a la teoría
del autocontrol de Hirshi y Gottfredson. Éste último, por ejemplo, escribe al respecto: “De acuerdo
con esta teoría, las diferencias en el autocontrol no son la única causa de la delincuencia y el delito,
pero casi siempre desempeñan un papel importante. Otra característica de la teoría del autocon-
trol es que se centra en el concepto de oportunidad como causa adicional del delito. La teoría del
autocontrol estuvo influida por los desarrollos de las teorías de la oportunidad o de la actividad
rutinaria, que centraron su atención en elementos de situación del delito tal y como suele suceder
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 391

En este sentido, decimos nosotros, la situación, por ser la única que ofre-
ce oportunidades, es también, en la delincuencia, tan imprescindible como la
predisposición o propensión del delincuente a llevar adelante proyectos delic-
tivos. Naturalmente, si no existiesen personas dispuestas a delinquir en ningún
caso, tampoco cabría hablar en serio de oportunidades para ello, ofrecidas por
alguna situación, porque ésta sería subjetivamente inexistente. La existencia
del delito se produce por relación dialógica entre propensión de personas a
delinquir y el encuentro (buscado o encontrado sin buscarlo) de una situación
propicia. Propicia, por ofrecer oportunidades a quien desea encontrarlas. Es
evidente que, si esto es así, cuantas menos personas sean propensas a delinquir
y menos situaciones para delinquir existan, menos delincuencia nacerá o se irá
recortando el volumen, orientación, intensidad y frecuencia de la delincuencia
que, potencialmete, pudiera estar llamada a existir.
Por tanto, el criminólogo, también el criminólogo clínico, deberá actuar
o intevenir sobre el delincuente teniendo en cuenta las dos dimensiones (su
personalidad criminal y su entorno) tratando de neutralizarlas o reorientar-
las en positivo.

H. LOS FACTORES CRIMINÓGENOS EN EL DELINCUENTE


CONCRETO Y LOS FACTORES CONTRACRIMINÓGENOS O
FACTORES DE PROTECCIÓN

Los factores criminógenos de que venimos tratando han sido consta-


tados empíricamente a través de la correspondiente metodología actuarial
(Estadísticas oficiales, Encuestas de victimización e Informes de delincuencia
autorrevalada, instrumentos utilizados por la Criminologáia General). Es decir,
que de forma directa, tales factores, individualizados, no podrán ser referidos,
sin más, a los posibles factores que hayan podido influir en el paso al acto del
delincuente individual, de este delincuente. Pero sí pueden ser utilizados como
perspectiva o referencia inicial para el estudio de los factores y, de su forma

(Hindeland, Gottfredson y Garofalo, 1978; Cohen y Felson, 1978). La teoría del autocontrol supone
que las diferencias entre las personas respecto al autocontrol también están relacionadas con la dis-
tribución de las personas en entornos que varían en cuanto a oportunidades para el delito y la de-
lincuencia. Así, estar entre varones adolescentes en entornos no supervisados, especialmente por
la noche, y en presencia de drogas o alcohol disponibles, aumenta las oportunidades de delinquir,
y también da lugar a un escaso control. De modo similar, la persistencia en el colegio y en el trabajo
se vinculan a personas con niveles más elevados de autocontrol, y también a oportunidades más
reducidas para el delito y la violencia. A lo largo del curso vital, las diferencias entre personas en
cuanto a autocontrol influyen en las relaciones de amistad y familares, en los modelos de empleo,
y en muchas otras experiencias de la vida, que a su vez afectan a las oportunidades de violencia
(Tangey et alii, 2004).” (Michael R. GOTTFREDSON: “Una teoría del control explicativa del delito”, en
Vol. Col. anterior, pp.340-341).
392 CésaR Herrero Herrero

de actuar, en el delincuente singularizado, sujeto de estudio de la Criminología


Clínica. Además, no puede pasarse por alto que este estudio clínico, al multipli-
carse respecto de muchos delincuentes “sometidos” a examen, también pue-
de aportar cuál es la factorialidad y su forma de influir en los delincuentes así
analizados, puidiéndolos comparar con los aportados por las investigaciones
actuariales y demás prospecciones sociocriminológicas. Hay, pues, que insis-
tir en la complementariedad de estas dos perspectivas. Y de aquí que, en un
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA, sea absolutamente oportuno ha-
blar de factores delincuenciales aceptando las aportaciones de la Criminología
General.494
También, una labor, desde mi punto de vista fundamental, en este campo,
a desarrollar por el criminólogo clínico, sería el desvelamiento, gnoseológi-
camente riguroso, de los posibles factores contracriminógenos, o factores de
protección, existentes en la persona concreta examinada, tratando, al mismo
tiempo, de conocer su naturaleza y permanencia, y de “medir”, en lo posible,
su contrainflujo en los factores criminógenos detectados en el mismo sujeto.
Es manifiesta la posible trascendencia de estos contrafactores desde el
momento en que la fuerza, intensidad y arraigo de los mismos, podrían ha-
cernos concluir, en su caso, que el sujeto posidente no adolece del grado de
peligrosidad (criminal) que un análisis no exhaustivo pudiera hacer creer.
Sobre estos contrafactores, como se recordará, hemos tratado ya aquí.
Sólo, por ello, haremos las siguientes acotaciones: Se trata de un fenómeno,
cuyo estudio, ha alcanzado, desde alguna década a esta parte, un volumen
importante de publicaciones. La pregunta en torno al mismo es la de por qué
existen personas que habiendo pasado por claros factores, predictores de no-
table riesgo de delinquir, han llegado a la edad adulta sin haber cometido
delitos y siguiendo comportándose como ciudadanos suficientemente adap-
tados a la sociedad en que viven. ¿Qué es lo que ha hecho, entonces, que
no se hayan convetido en delincuentes? Como apunta H. E. BERDUCIDO

Nos parecen, a este respecto, adecuadas y oportunas las consideraciones de M.E.


494

WOLFGANG y F. FERRACUTI: “La percepción mutua y constante de ambos enfoques, el clíni-


co y el sociológico, benefiaciría sin duda los planes de investigación y los proyectos en marcha.
La objeción más frecuentemente invocada en contra de los estudios clínicos está resumida en
la falta de percepción de las variables sociales y de las características de regularidad inherentes
a las estructuras sociales en general. Y, a la inversa, lo que más se objeta en contra de los estu-
dios sociológicos es su falta de atención al individuo y las variables de su personalidad osten-
sibles en los grupos examinados. No debiera renunciarse a lograr un mutuo entendimiento e
integración en todas las etapas del trabajo que culmine en la aparición de proyectos de inves-
tigación combinados y bien integrados. Otro factor potencial que contribuiría a la integración,
sería que los clínicos supiesen enriquecer a los teóricos con sus propios hallazgos.” (“La subcul-
tura de la violencia”, Edit. Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión de la edición en
español, México, 1982, p.112.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 393

MENDOZA, siguiendo la literatura específica: “Todo parece apuntar a la


existencia de una serie de factores individuales y ambientales que funcionan
como protectores reales ante la presencia de eventos severos y acumulativos
y situaciones estresantes de vida. Son tres las constelaciones de factores pro-
tectores más comúnmente señalados en la literatura actual:
— Atributos disposicionales o fuentes personales: actividad, inteligen-
cia, autonomía, temperamento, habilidades sociales (sociabilidad,
empatía, conocimiento interpersonal y solución de problemas) y lo-
cus de control interno.
— Núcleo familiar: lazos afectivos familiares que proporcionan la aten-
ción, el afecto y el apoyo emocional necesarios en tiempo de estrés;
pautas de crianza y reglas en el hogar claras, sólidas y competentes;
comunicación abierta entre los miembros de la familia, y compromi-
so con valores morales y sociales.
— Sistema de apoyo externo a la familia (padres e hijos): profesores,
vecinos, amigos, compañeros de trabajo y/o instituciones que pro-
porcionan modelos de referencia y experiencias positivas”495.
Es claro que, en los precedentes supuestos, podemos dar por hecho que ta-
les factores protectores fueron suficientes para neutralizar los factores de riesgo.
Pero, ¿qué ha de hacerse cuando estamos ante personas que han pasado al acto
delictivo? ¿Quiere decir que carecen de factores protectores? No. Puede ser que
no sean suficientemente fuertes o que la situación criminógena haya sido excep-
cional. Por eso, ha de indagarse la posible existencia de aquéllos para tratar de
potenciarlos en orden a hacerlos más resistentes, porque, haciéndolo así podría
prevenirse la reincidencia o, al menos, disminuir, en el así tratado, el cupo delin-
cuencial. Es ir en la dirección en que nos apunta la conocida teoría del “contain-
ment”, de W. RECKLESS496.

I. LOS FACTORES CRIMINÓGENOS Y DE PROTECCIÓN EN LA


MUJER. ¿ALGUNA DIFERENCIACIÓN PROPIA?

Desde siempre (es decir, tanto en la etapa precientífica como en la cien-


tífica) la Criminología ha venido notando, a pesar de su poca dedicación a la
materia, un conjunto de aspectos diferenciales entre la delincuencia masculi-
na y femenina. Por lo menos, se ha hecho hincapié en las siguientes diferen-
cias: Los bajos porcentajes de la delincuencia femenina en comparación con

H. E. BERDUCIDO MENDOZA: Trabajo ya citado, p.14.


495

W. RECKLESS: “Criminal behavior”, Mc Graw-Hill, New York, 1940; También: “The crime
496

problem”, Appleton Century Crofts, New York, 1973. Puede verse la exposición de esta teoría, en
C. HERRERO HERRERO: “Criminoogía.Parte general y Especial”, ya citada, pp. 370-371.
394 CésaR Herrero Herrero

los de los varones (10% la mujer; 90 % el varón). Una especial propensión


de la mujer a perpetrar determinados tipos delincuenciales. Y, desde luego,
inclinación clara en su preferencia a cometer delitos contra los bienes (delitos
patrimoniales) en comparación de delitos contra las personas (vida, integri-
dad física, libertad ambulatoria y resto de libertades…). Y, en fin, una tenden-
cia manifiesta (aunque, en la actualidad, esta tendencia viene aminorándose)
a llevar a cabo su actividad criminosa más bien en solitario. O, en su caso,
actuando en complicidad con el delincuente masculino497.
Desde hace algunos años, vienen apereciendo estudios, sobre todo refe-
ridos a la delincuencia juvenil, intentando elucidar, de alguna manera, este
problema a partir de dos extremos conexos. Tratando de saber si: 1º Los mis-
mos factores, y con semejante intensidad, afectan a ambos sexos de la misma
manera. 2º Si los factores de protección son los mismos, o no, para varones y
hembras o, si en todo caso, actúan con igual o semejante fuerza suavizante o
neutralizadora.
Sin ánimo exhaustivo, intentado, tan sólo, situar el problema, apuntamos
lo siguiente:
Hay bastantes autores que, con relación a la existencia o no de factores igua-
les o similares, destacan que algunos varones poseen ciertas características bio-
lógicas (factores psicobiológicos) que les impulsan (sin determinarlos) a acti-
tudes violentas.De aquí, que activen una amplia delincuencia violenta. Entre
esas características, se trataría, desde luego,de la influencia de la testosterona,
propia de todo varón normal; pero que, en aquéllos, se da en dosis aprecia-
blemente superior a la media498. Aquella sustancia no se daría, obviamente,
en la mujer.
Con respecto a los factores psicosociales, diversidad de tratadistas aseguran
que las disfunciones familiares (ejercicio de la violencia dentro de la familia,
separaciones o divorcios…) afectan negativamente, sin duda a chicos y a chi-
cas. Resulta, sin embargo, que ciertas disfunciones afectarían apreciablemente
más en su conjunto a ellas que a ellos. Matizando, sin embargo, que la violencia
marcaría más negativamente a los varones y las disensiones y rupturas, más a
las chicas499.
Se ha intentado explicar la delincuencia de las mujeres desde el contexto
social global, teniendo en cuenta el papel o papeles ejercidos por la mujer en
el mismo. A esta orientación explicativa de la criminalidad femenina se ha

Sobre estas cuestiones puede verse la monografía “Mujer y Delincuencia”, en mi


497

“Criminología. Parte General y Especial”, ya citada, pp. 575-605).


498
Ver, por ejemplo, A. FERLAND y R. CLOUTIER: “L’inadaptation psichosociale des
adolescents, comparation des filles et de garçons”, Université Laval, 1996.
499
A este respecto, L. BIRON y Otros: “La délinquance des filles”; Université de Montréal, 1980.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 395

venido denominando por pluralidad de autores, entre otros por R. CARIO,


“Teoría de los roles sociales diferenciales”500. Las mujeres vendrían delinquiendo
mucho menos en virtud de las menos oportunidades tenidas por ellas para
delinquir y se orientarían hacia de terminados delitos con prevalencia por los
contextos restringidos y específicos en que llevarían a cabo su actividad.
Pero enfocando esa teoría desde perspectivas más actuales aún, Hugues
LAGRANGE501 hace referencia a dos fenómenos conexos como explicativos
del aumento de la criminalidad violenta en Francia, durante algunos dece-
nios: La crisis laboral y profesional de los varones, con la correspondiente
merma de ascenso social y a lo que podría denominarse “crisis de masculini-
dad”, vinculada a la rápida promoción laboral, social y política de la mujer, en “de-
trimento” del protagonismo tradicional cuasi-monopolista, al respecto, de los
varones. Algunos grupos de éstos, al verse desplazados, en el intento de re-
cuperar el terreno perdido, no han renunciado, incluso, a la violencia.
Comentando esta exposición de H. LAGRANGE, B. DOYON y M.
BUSSIÈRES escriben: “En suma, los hombres viven actualmente un proble-
ma de reconocimiento de su papel tradicional de personaje dominante en
distintas esferas de la sociedad. Ellos dominaban históricamente y percibían
a las mujeres como “dominables”. La cuestión es que la sociedad de hoy, con
los nuevos valores que la caracterizan, no acepta más esta posición de los
hombres y la impide por el hecho mismo de reemplazar el rol que estos últi-
mos creen serles debido por derecho. Con ello, se produce un malestar, una
dificultad de ser, que les impulsa a buscar, de otra manera, un lugar donde su
dominación sea aceptada, hasta gratificada. Esta constante muestra que los
hombres no sólo tienen tendencias continuistas en materia de valores, sino
también que, a pesar del cambio operado en la sociedad, ellos intentan dese-
peradamente sobrevivir a éstos proyectando, en cualquier caso, su necesidad
de reconocimiento y de poder. Este último punto explica por qué los hombres
adoptan una actitud protectora hacia las mujeres y desvaloran fuertemen-
te la criminalidad femenina. Una tal actitud ha existido siempre. Testigo de
su demanda de dominación, ella deviene particularmente interesante en la
comprensión del fenómeno de la criminalidad que nosotros venimos expo-
niendo después de haber dado cuenta de la sobrerrepresentación masculina
que nosotros hemos observado”502.

500
R. CARIO: “Contribution à la connaissance et à l’explication de la criminalité des
femmes”; en Revue Internationale de Criminologie et Police Technique, 3 (1987) pp. 312 y ss.
501
H. LAGRANGE expone estas ideas en su estudio “La pacification des moeurs et ses limi-
tes. Violence, chômage et crise de la masculinité”; en Esprit, décembre, 1998, pp. 48 y ss.
502
B. DOYON y M. BUSSIÊRES, trabajo ya citado, pp-34-35.
396 CésaR Herrero Herrero

¿Y podría explicarse ese diferencial delincuencial, entre sexos, sobre todo


respecto de la delincuencia violenta, desde los factores de protección503, supo-
niendo que fuesen distintos o de diversa intensidad a favor de las mujeres?
Parece que las mujeres (al menos adolescentes y muy jóvenes) se ven
más beneficiadas que los varones por un más fácil acceso a determinados fac-
tores de protección (V. gr., un mayor control o supervisión por parte de los
padres, vínculos más sólidos que los chicos en relación con iguales o amigos
socialmente integrados, su mayor interés y continuidad en su actividad aca-
démica). Pero también parece, según tales estudios, que este contacto facto-
rial no explica, de forma monopolística, las diferencias de la premencionada
criminalidad. Pues no habrá que olvidar que el sexo, en sí mismo, constituye
una variable relacionada con el comportamiento violento. Ello debido, quizá,
a componentes biosociales, referibles a la primera hora de la existencia del ser
humano, en virtud de los cuales, como ya hemos hecho constar, puede cono-
cerse que los chicos, algunos chicos, sean más agresivos y violentos que las
chicas.
Por lo que atañe al posible efecto diferencial de dichos factores, con rela-
ción a ambos sexos, afirman R. BARTOLOMÉ, Marta MONTAÑÉS, Cristina
RECHEA y J. MONTAÑÉS: “…La conclusión a la que podemos llegar es que
sí existe un efecto diferente, pero, al contraio de lo que sería lógico pensar,
hay más factores que tienen efecto protector sobre los chicos; incluso las rela-

503
Es interesante recordar que se habla, en la doctrina, de factores protectores ex-
ternos e internos. Entre los externos cabe mencionar, por ejemplo: la familia (relaciones
con los padres, altas expectativas, oportunidad para la participación significativa y super-
visión), la escuela (alta vinculación escolar, participación significativa y percepción de tra-
to justo por los profesores) y los amigos (nivel alto de apoyo, amigos prosociales). Entre
los factores internos, se señalan, entre los principales: apoyo social en la resolución de
problemas, empatía, autosuficiencia, autoconocimiento, objetivos y actitudes hacia el fu-
turo, resolución pacífica de los problemas. (Ve, a este respecto: R. BARTOLOMÉ y Otros:
“Los factores de protección frente a la conducta antisocial: ¿Explican las diferencias en
violencia entre chicas y chicos?”; en Revista Española de Investigación Criminológica, 7
(2009), p.4. En relación con esta materia, es interesante el estudio de Teresa I. JIMÉNENZ,
Sergio MURGUI, Estefanía ESTÉVEZ y Gonzalo MUSITU: “Comunicación familiar y com-
portamientos delictivos en adolescentes españoles: el doble rol mediador de la autoestima”, cuyo
mensaje resume el mismo estudio exponiendo que este trabajo de investigación analiza las
relaciones entre la comunicación familiar (autoestima familiar, escolar, social y física) y los
comportamientos delictivos en adolescentes. Se utilizan dos muestras independientes: la
primera está constituida por 414 chicas y chicos de 12 a 17 años y la segunda por 425 chicas
y chicos de 11 a 20 años. Se observa, según el estudio, en las dos muestras, una influencia
indirecta de la comunicación familiar en el comportamiento delictivo a través de una me-
diación de la autoestima. Además, se observa, tanto un efecto protector de las autestimas
familiar y escolar frente a la implicación en comportamientos delictivos, como un efecto
de riesgo de las autoestimas social y física. (El texto del estudio puede verse en Revista
Latinoamericana de Psicología, Vol. 39, Bogotá, 3 (2007).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 397

ciones con el padre tienen un efecto mayor en los chicos, lo que va en contra
de los resultados de otras investigaciones (Alarid et al., 2000). En general, hay
cierto acuerdo en considerar que el efecto de los factores de riesgo es mayor
en los chicos (Fagan, Van Horn, Hawkins y Arthur, 2007).” Pero si son más,
entre los factores estudiados los que tienen un efecto protector sobre los jóve-
nes varones), “¿por qué, se interrogan los mismos autores, no están finalmen-
te los chicos más protegidos frente a la conducta antisocial?“504
Como hipótesis, que habrá que adverar, cabe dar, a la precedente inte-
rrogante, una respuesta lógica. Los factores criminógenos o de riesgo, con
relación alos varones, son de tal extensión e intensidad que vencen, al menos
con frecuencia, a los factores protectores y, por lo mismo, éstos son incapaces
de neutralizar, o de aminorar a aquéllos, en su virtualidad delictógena.

504
R. BARTOLOMÉ y Otros: “Los Factores de Protección frente a la Conducta Antisocial:
¿Explican las diferencias en violencia entre chicas y chicos?”; en Revista Española de Investigación
Criminológica, 7 (2009) p. 11 del estudio. (Puede verse texto de la Revista en www.criminolo-
gía.net).
Quinta parte

METODOLOGÍA O METODOLOGÍAS
GNOSEOLÓGICO-OPERATIVAS EN EL
ÁMBITO DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
Capítulo diecinueve

LOS MÉTODOS
DE LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
A. INTRODUCCIÓN

Hasta ahora, hemos examinado los conceptos orientativos y fundamen-


tales de la Criminología Clínica. En efecto. Hemos examinado su concepto,
su objeto, sus funciones y su finalidad. Hemos repasado, asimismo, su naci-
miento y evolución (sus distintas fases). Hemos expuesto su crisis y los mo-
vimientos de oposición a la misma, todo ello completado con la exposición
de un conjunto de Teorías (las más influyentes desde perspectivas distintas
y hasta antagónicas), teniendo en cuenta el criterio de afecto o desafecto res-
pecto de este área de la ciencia criminológica.
Una vez estudiadas las precedentes materias, que podríamos denominar
introductorias, hemos pasado a reflexionar sobre los conceptos clave de esta
Disciciplina. Concretamente, nos hemos adentrado, para esclarecerlos, en el
ámbito ocupado por el concepto de “estado peligroso” desde sus diversas y
complejas vertientes. Lo mismo se ha llevado a cabo con la noción de “per-
sonalidad criminal o criminógena”, haciendo hincapié en la necesidad de
subrayar, sobre el particular, la nueva orientación (alejada del positivismo)
de tal concepto y, por ello, de sus elementos constituyentes. Hemos hecho
distinción, por lo demás, al hablar de este concepto de personalidad criminal,
de elementos nucleares o constitutivos (rasgos predisponentes) y de elementos
complementarios, los relativos a la adaptación o adaptabilidad social. Hemos pro-
cedido, también, a remarcar las objeciones que vienen haciéndose a estos dos
últimos conceptos “clave” de la Criminología Clínica.
Han sido analizados, de la misma manera, los conceptos que represen-
tan la dimensión sustantiva e integradora del fenómeno criminal. Tanto para
la Crimonología General como para la Clínica. Convirtiéndolos aquí, eso sí,
en objeto de análisis válido para esta última rama criminológica. Me refiero,
obviamente, a los conceptos de delito, delincuente, víctima y control social.
Por la conexión estrecha que mantienen los tipos de “delincuentes” psiquiátri-
camente definidos y sus respectivas patologías con el acontecer criminológi-
co (aunque no sean objeto específico de la Criminología), he reservado a esta
materia, en esta obra, algunos Capítulos (véase Índice).
Y, en en fin, hemos hecho objeto de estudio los factores determinantes en la
configuración del delincuente. Ello, con proyección clínico-criminológica.
404 CésaR Herrero Herrero

En el presente Capítulo, abordamos la investigación del método (o mé-


todos) de los que se ha de servir la Criminología Clínica, tal como ha quedado
aquí y ahora delimitada, para realizar sus funciones y alcanzar sus fines en
concordancia con su objeto específico. Sobre el Método de la Criminología
Clínica hicimos referencia al hablar, en los comienzos, del concepto, objeto,
funciones y finalidad de esta clase de Criminología. Pero, ahora, es menes-
ter activar su desarrollo, porque pretendemos elegir el camino, para seguirlo,
que nos conduzca, con éxito, al conocimiento del fenómeno crimiminal tal
como se da (objetiva y subjetivamente) en el delincuente concreto, indivi-
dualizado. Si esto es así, un conocimiento de esta índole, para ser adquirido
de forma rigurosa, sólida, ha de escoger un método adecuado al objeto de in-
vestigación. Es decir, ha de poderse contar con un método científico ajustado
clínicamente.
Es obvio que el método de la Criminología Clínica ha de ser método
clínico. Por ello, en este Capítulo, trataremos de dicho método y de sus fa-
ses componentes. En Capítulos siguientes, haremos referencia a los medios de
realización de esas fases. (Lo que, en estos Capítulos, vamos a decir, vale sobre todo
para el delincuente, pero haremos, al respecto, algunas observaciones sobre la víctima.
Sobre la víctima y la clínica victimológica).

B. EL MÉTODO PROPIO DE REALIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA


CLÍNICA. EL MÉTODO CLÍNICO CRIMINOLÓGICO: SU
CONCEPTO

La opinión dominante hoy, en el campo que nos ocupa, es que la


Criminología es una ciencia empírica, en el plano de las denominadas “cien-
cias del hommbre”. Y, si esto es así, es claro que, para responder a esta realidad,
ha de servirse, en la adquisición de sus conclusiones gnoseológicas, del co-
rrespondiente método científico. Lo que no deja de tener su notable dificul-
tad. ¿Por qué? Porque, como ya lo advirtieran, hace ya algunas décadas, H. F.
ELLENBERGER y D. SZABO, la razón de ello está sobre todo: “… En el carácter
complejo de la Criminología. La criminología estudia el origen del fenómeno
criminal, y las causas del crimen son múltiples. Unas son de origen psicobio-
lógico; las otras, de origen sociológico. De una parte, existe una criminología
general, que busca establecer leyes universales como ocurre en la ciencias físi-
cas y naturales, y de otra, una criminología clínica, que es la ciencia del hecho
particular, sea como punto de partida, sea como exigencia de aplicación de los
hechos establecidos por la criminología general. Resulta de ello que la crimino-
logía debe servirse de métodos diferentes, como consecuencia de estudiar las
causas biológicas o las causas sociológicas del crimen, o en virtud de trabajar en
el campo teórico y general o en el campo clínico e individual.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 405

Podemos percatarnos, pues, de que la Criminología no puede progresar


sino por la puesta en práctica de una pluralidad de métodos. Estos métodos
serán: algunos, recibidos de otras ciencias (biología, psicología, psiquiatría,
sociología); otros, propios de ciertos campos de la criminología en sentido
amplio (criminalística, penología). Esta pluralidad de métodos conlleva con-
secuencias teóricas y prácticas importantes. Desde el punto de vista teórico,
si la criminología quiere ser más que un mosaico de datos procedentes de
ciencias auxiliares, debe afrontar el medio de efectuar la síntesis de estos da-
tos. A nuestro modo de ver, la noción esencial, sobre la cual se fundamenta la
autonomía de la criminología, es ésta de la finalidad ética que dirige la activi-
dad de la crimiminología. Desde esta perspectiva, la criminología se compara
con la medicina y la pedagogía: la medicina no se concibe sin su aplicación
al tratamiento y la prevención de las enfermedades; la pedagogía no tiene
sentido sino por su orientación axiológica y ética y su aplicación al desarrollo
armonioso de la individualidad del niño. Del mismo modo, la criminología
no tendría ningún sentido si ella no fuera equipada con una visión de valores
específicos: su finalidad ética se realiza por su aplicación a la profilaxis del
crimen, a la resocialización (y, si hay lugar, al tratamiento) de los criminales.
Entonces, los métodos biológicos, psicológicos, psiquiátricos, sociológicos y
otros, empleados para la investigación criminológica, deben converger hacia
una síntesis, en la que la principal directriz reside en el foco de valores que
acabamos de mencionar”505.
Las precedentes reflexiones valen también, por supuesto, como lo ponen
de manifiesto los mismos autores precitados, para la Criminología clínica.
Porque la Criminología clínica ha de servirse de los mismos instrumentos me-
todológicos que la criminología general, adaptándoles a la plataforma indivi-
dualizada de la primera, porque es el objeto específico a investigar. O sea, que
el método básicamente inductivo de la Criminología General (fundado en
la observación, cuantificación y experimentación) ha de acomodarse al estu-
dio del fenómeno criminal tal como se manifiesta en un individuo concreto.
Estamos hablando, por tanto, de que el método específico básico (sin excluir
otros métodos auxiliares, como veremos) es el método CLÍNICO.
Naturalmente (lo hemos repetido multitud de veces en este estudio), el
fenómeno criminal en el individuo concreto no puede restringirse al estudio
del estado peligroso, o a su personalidad criminal, sino que ha de extenderse,
de forma necesaria y competente, al ambiente, cuanto más exhautivo mejor,
donde el examinado ha ido conformando su personalidad o, en su caso, a
donde vaya a transcurrir su vida en el próximo futuro, cuando se trate de ha-

505
H. F. ELLENBERGER y D. SZABO: “L’approche multidisciplinaire des problèmes de la
criminologie”, aportation à “Étude Internationale sur les tendances principales de la recherche dans les
sciences”, UNESCO, Paris, 15 juillet, 1966, pp.2-3.
406 CésaR Herrero Herrero

cer los pronósticos correspondientes del mismo. El método clínico, por ello,
ha de tener muy en cuenta que el delincuente no solamente es su Yo, sólo
endógenamente construido, sino que se ha alimentado, se alimenta y seguirá
alimentándose, de “su circunstancia”. Sin olvidar, tampoco, que los mismos
factores criminógenos no modelan a todos los delincuentes de la misma ma-
nera (no ha de existir, por ello, sólo pura objetividad en la estimación), sino
que interactúan con la subjetividad, única e intransferible, de cada individuo.
No caen ni influyen en un vacío psicológico. (Volveremos sobre esto).
Por eso, autores, como Gianlugi PONTI, por ejemplo, al referirse a la cri-
minología centrada sobre el individuo, hace observar: “Las teorías socioló-
gicas dan cuenta de las múltiples razones ligadas al ambiente y a las reac-
ciones que favorecen las elecciones criminosas de muchos individuos, pero
ellas no pueden explicar la variabilidad del comportamiento individual fren-
te a análogos factores socioambientales que se observan de hecho en los ca-
sos singulares: variabilidad debida a las diversas características psicológicas
y biológicas de cada individuo. Es, por ello, necesario utilizar un método o
enfoque integrado, destinado a evidenciar cuáles son los factores que con-
vierten a una persona en una entidad única e irrepetible y que hace que las
respuestas a los estímulos criminogenéticos, ínsitos en la sociedad, sean tam-
bién diferentes. Estímulos que ponen al descubierto otros tantos componen-
tes de vulnerabilidad individual en relación con las decisiones delictuosas.”
Entiende el mismo autor por “componentes de vulnerabilidad individual” (da su
versión un poco después de lo citado), “todos aquellos factores, distintos en
cada persona, sean biológicos o psicológicos, que dan razón de la resistencia
o de la mayor fragilidad o de la electiva propensión de cada uno a compor-
tarse, en igualdad de condiciones macrosociales o microsociales, conforme a
las normas, o bien, criminalmente, en su contra, ante los condicionamientos
provenientes del ambiente social”506.
La Criminología General no puede ofrecernos la dinámica más propia y
singular que contribuye a poner en pie el comportamiento criminal del indi-
viduo concreto que es, además, se quiera, o no, en quien se hace visible el de-
lito. Por otra parte, debería ser convencimiento universal que, en este mundo,
lo más importante para el hombre es el hombre y que, desde luego, lo mejor
que puede suceder a la humanidad, para alcanzar el verdadero bienestar, es
conseguir la mejoría (individual y social) de la persona humana. A este fin
tendrían, por tanto, que someterse, con prevalencia, los recursos económicos
y políticos, en vez de tratar, muy frecuentemente, los problemas de esta natu-
raleza, de manera tan abstracta e indeterminada. Es necesario, en consecuen-

Gianluigi PONTI: “Compendio di Criminologia”, en su Capitolo 3: “Psicologia e


506

Criminalità, nº 50.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 407

cia, como parte de este punto de vista, acudir a la Criminología clínica y a su


método más característico: el clínico, que nosotros definimos, de acuerdo a lo
que se acaba de exponer, como:
El método que hace descansar su especificidad en el estudio científico-
multidisciplinar del fenómeno criminal tal como se realiza y se manifiesta
en el individuo concreto, singular, de conformidad con las características
únicas e intransferibles del propio temperamento, carácter y medio-am-
biente por él vivido, en interacción mutua, constante y dinámica. Todo ello,
con el fin de de hacer frente a las posibles o efectivas disfunciones de esa
interacción, influyentes, en forma de factores, en su comportamiento cri-
minoso y así hacer razonablemte posible la no caída en el delito o evitar la
reincidencia en él.
Misión, la precedente, que no resulta fácil, porque salen a su encuentro
obstáculos (tanto objetivos como subjetivos) difíciles de sortear507.
Y, además, ¿es posible llegar a un conocimiento semejante como el descrito en
esa definición? De esto vamos a hablar ahora, en el apartado siguiente.

507
Refiriéndose al método clínico y apuntando ya a los obstáculos a los que se hace
referencia en texto, Chr. DEBUYST, cuando aún no había desembocado en su “semiagnosticis-
mo” con relación a la Criminología Clínica, señalaba algunos, al escribir: “Se ha recordado con
frecuencia que, tomado en su sentido etimológico, el término “clínico” significa: “lo que se de-
sarrolla desde la cama del enfermo”. El diálogo clínico consiste en establecer con el individuo
un contacto personal. En un tal ambiente, aquél podrá expresarse y decir lo que él siente y lo
que él ha vivido, para que, a partir de estos datos así como de la observación, el clínico esté en
situación de formular un diagnóstico y de prescribir un tratamiento. Al método de la interlo-
cución puede añadirse la utilización de pruebas y de tests. El profesor Lagache habla, a estos
efectos, de “clínica armada.” Pero, de todas las maneras, el examen que mira a comprender la
etiología de la enfermedad y a establecer un diagnóstico implica una prolongación terapéutica.
El problema se presenta en términos un poco diferentes en lo que concierne al examen clínico
del delincuente. De una parte, éste no comparece como un enfermo. No viene a quejarse de
un síntoma determinado. Podemos decir sin duda que su comportamiento antisocial revela un
trastorno de socialización, o al menos prueba que ciertos valores sociales importantes no guar-
dan para él –o no guardan lo suficiente– significación. Y es raro, sin embargo, que el mismo
tenga de ello conciencia o, en todo caso, que venga a hablar espontáneamente de las dificulta-
des que él sufre, demandando que se les ponga remedio. La delincuencia, en efecto, no se vive
como un comportamiento aberrante. Ella es el resultado de una orientación querida y elegida,
y ello, sean cuales fueren los determinismos subyacentes que, a los ojos de un observador ex-
terior, puedan explicar este comportamiento. La investigación clínica de la etiología del crimen
tendrá pues un carácter específico. Deberá tener en consideración esta particularidad y no
podrá consistir en una simple indagación de “factores” objetivos de la delincuencia. Por otra
parte, constatamos que el encuentro clínico se desarrolla en un contexto que difícilmente per-
mite conceder la palabra al delincuente.” (Chr. DEBUYST: “Méthodes modernes en criminologie”,
en Revue Internationale des Sciences Sociales, Vol. XVIII, 2 (1966) pp. 164-165).
408 CésaR Herrero Herrero

C. LAS POSIBILIDADES GNOSEOLÓGICAS DEL METÓDO


CLÍNICO-CRIMINOLÓGICO
No vamos a entrar ahora en la cuestión, tan debatida a finales del si-
glo XIX, sobre la posibilidad científica, o no, del conocimiento sobre “lo in-
dividual,”, a diferencia del conocimiento de “lo universal”, entre las Escuelas
neokantistas de Baden (representada por W. Windelband y E. Rickert) y la
de Marburgo (representada por Hermann Cohen). Digamos, tan sólo, que,
en concordancia final con la postura de la primera de las Escuelas citadas,
es posible el conocimiento riguroso, entre un sujeto y un objeto, cuando se
asienta en un juicio lógico508. No parece que haya de excluirse la presencia
de conocimientos de carácter cientifico, por el hecho de que el objeto a co-
nocer entre en la categoría de lo individual. Lo decisivo, para la existencia
de un conocimiento científico, es que exista un objeto apto de conocimien-
to (es decir, con las características, ya por todos conocidas), un conjunto de
conceptos operacionales (descriptivos y explicativos) y el uso de un método
adecuado, obediente a reglas suficientemente definidas para conducir a un
conocimiento objetivo y con los atributos de sistematización y de control. Y
esto no parece que haya de negarse, siempre que estemos ante un objeto de
conocimiento de naturaleza positiva, específico, observable para todos, capaz
de ser sometido a análisis509. Lo que es posible, reiteramos, cuando se trate de
un conocimiento sobre un objeto (algo o alguien) individualizado.
Pero dicho esto, ha de hacerse hincapié en que tratar de acceder al cono-
cimiento de un ser humano no es lo mismo que tratar de conocer, por ejem-
plo, la etología de los elefantes o la estructuración de la materia en “corpús-
culos u ondas” o, en fin, la estructura del átomo. El ser humano es, además
de “biología” o”sociología”, un ente caracterizado, de forma esencial, por su
inteligencia-razón, por su voluntad-libre albedrío, por su conciencia para co-
nocer el bien y el mal, por su estimativa en torno a los valores. Dimensiones
vertebradas por su “YO” y que conforman su universo subjetivo, único y no
intercambiable con algún otro. Y es aquí, donde al clínico de cualquier especialidad
(psicólogo, psiquiatra, pedagogo, moralista, sociólogo, criminólogo…) debe esforzarse
por “entrar” o encontrarse con el indagado.
¿Hace posible esta doble tarea de conocimiento individual, sobre el plano
objetivo y subjetivo de la persona concreta, el método clínico? ¿Con qué ins-
trumentos o medios?

A este respecto, E. RICKERT: “El objeto de conocimiento”, publicada en 1892; “Ciencias


508

de la cultura y ciencias de la naturaleza” (1899). Ver la magnífica exposición, al respecto, de N.


ABBAGNANO: “Historia de la Filosofía”, Edit. Hora, Vol. 3, Barcelona, 1982, pp.467-470).
509
Sobre el concepto de ciencia puede verse J. FERRATER MORA: “Ciencia”, término inclui-
do en su “Diccionario de Filosofía”, A-D, Círculo de Lectores, Valencia-Barcelona, 1991, pp. 489 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 409

A la Criminología clínica, mediante el método clínico, a pesar de estar


ambos (naturalmente, a la vez) seriamente menospreciados por no escasos
tratadistas del comportamiento humano510, la tenemos muchos como vía cri-
minológica muy aprovechable para colaborar, de forma honesta y rigurosa, a
la notable aminoración del delito, mediante la prestación de ayuda al delin-
cuente, sobre todo, y sin descartar el auxilio a la víctima necesitada. El proble-
ma está en que se viene tratando de desacreditar a aquélla sin apenas haberla
puesto en práctica con competencia profesional y medios suficientes.
Pero estimamos, razonablemete, que, mediante el método clínico, ejerci-
do desde la adecuada interdisciplinariedad, propia de la criminología como
ciencia, puede accederse a un conocimiento suficiente del delincuente indivi-
dual, como para poner al servicio de éste una vía de rectificación respecto de
su comportamiento gravemente antisocial, siempre dentro del respeto a los
derechos humanos.
En primer lugar, las ciencias empíricas de la conducta (antropología,
ciencias biomédicas, psicología, sociología, psiquiatría, pedagogía, moral
fundamental o de “mínimos”…), el estudio longitudinal del expediente ju-
rídico-penal y biográfico…, poseen hoy técnicas específicas para llegar a una
interpretación (objetiva y subjetiva) suficiente de la conducta y factores de
la misma en la mayoría de los delincuentes individualmente examinados.
Puestos tales medios pluridisciplinares bajo foco criminológico. (Veremos, den-
tro de breves instantes, cuáles son esos instrumentos, al menos los más habituales).
En segundo término, ha de irse a la práctica de la tarea más arriba men-
cionada, sin descuidar otros métodos provenientes de la psicofenomenolo-
gía filosófica, con capacidad, según significativos expertos, de poder acercarse
a la intimidad del otro. (Aportación de métodos filosóficos a las biografías
ajenas). Aquí, del delincuente, o en su caso, del próximamente a serlo. Me
estoy refiriendo a la que tratadistas alemanes denominan “Theorie aus
das erklären und verstehen” (“Teoría del explicar y del comprender”, informa-
da en las reflexiones filosóficas de W. DILTHEY511, H. BERGSON512 y Max

510
La retahila de defectos atribuibles por muchos al método clínico puede verse en C.
MONTANDON: “B. Prédiction de la dangerosité: une illusion dangereuse. Méthode Chinique”, en
su estudio “La dangerosité, revue de la littérature anglo-saxone”, en Déviance et Societé, vol. 3, 1
(1979) pp. 95-96.
511
Fundamentales para conocer esta orientación gnoseológica de W. DILTHEY son sus
obras: “Introducción a las Ciencias del espíritu” (1883), “Contribución al estudio de la in-
dividualidad” (1896), “Ideas para una psicología descriptiva y analítica” (1894), “Estudios
sobre los fundamentos de las ciencias del espiritu” (1905), “Los tipos de intución del mundo”
(1911). En su obra conjunta hay un “leiv motiv”:En las ciencias naturales, el ideal de conoci-
miento es la conceptualidad en orden a explicar la realidad, objeto de su estudio, acudiendo, sobre
todo,al principio de causalidad. En las ciencias del espiritu, lo sustancial es llegar a comprender el ob-
jeto de su investigación. La comprensión es, aquí, la actividad cognoscitiva fundamental. En
410 CésaR Herrero Herrero

SCHELER513. Teoría que ha expuesto, extraordinariamente bien, mi admirado


y querido maestro en las disciplinas de “Historia de la Filosofía” y “Filosofía de la

unión también de la expresión y de la experiencia vivida. Como comenta N. ABBAGNANO,


refiriéndose a este autor, para él, “el hombre nunca está aislado, su vida nunca está cerrada
en la intimidad de su yo, pues encuentra en ésta una existencia autónoma y un desarrollo
propio. Las relaciones con la naturaleza externa y con los demás hombres son los constituti-
vos y estas relaciones encuentran su órgano fundamental en el comprender. El comprender
es, desde este punto de vista, el revivir y el reproducir la experiencia ajena y, por lo mismo, es
también un sentir junto con los demás y participar simpáticamente en sus emociones”. (Obra ya
citada, pp.490-495).
512
H. BERGSON distingue, en las formas del conocimiento humano, el análisis y la
intuición. El análisis es propio de las ciencias positivas, que acceden al conocimiento de su
objeto a través de comparaciones con otras personas o con otras cosas que ya son conocidas,
signos a través de los cuales se llega a una expresión más o menos simbólica. Pero el símbolo
no es la realidad misma, ésta queda fuera de los puntos de vista y de los símbolos. La intui-
ción, por el contrario, capta la realidad de forma inmediata y directa. Si se trata de personas
sólo la intuición coincide con la persona misma, haciendo posible, así, el conocimiento com-
pleto y no sólo el relativo como la hace el análisis. La intuición es propio de la metafísica,
“ciencia que, según este filósofo, pretende pasar de símbolos.” ¿Qué es, entonces, la intui-
ción? “Nosotros –dice Bergson– denominamos aquí intuición la simpatía por la cual se llega
al interior de un objeto para coincidir con lo que él tiene de único y, por consiguiente, de
inexpresable o indecible. Al contrario, el análisis es la cooperación que remite el objeto a ele-
mentos ya conocidos, es decir, comunes a este objeto y a otros. Analizar consiste pues en ex-
plicar una cosa en función de ésta que no es ella.” (“Introduction à la Métaphysique”, cita en Cl.
FERNÁNDEZ: “Los filósofos modernos. Selección de textos”, tomo II, B.A.C., Madrid,1976,
3ª edición, p.340, nrs. 1586-1587).
513
Max Scheler viene a decirnos que así como el animal no trasciende el Medio
(animal=Medio), el hombre, por estar dotado de espíritu, es capaz de una conducta cuyo cur-
so tiene una forma exactamente opuesta, la de estar abierto al mundo, pues no está atado a
la fisiología del organismo humano ni a los impulsos a los que puede reprimir libremente,
partiendo del centro de la persona y, además, puede modificar la objetividad de las cosas. El
animal tiene consciencia, a diferencia de la planta, pero no tiene, como la tiene el hombre,
conciencia de sí. Y, en fin, el animal, a diferencia del ser humano, no tiene una voluntad que
sobreviva a los impulsos y a su cambio y que pueda, en su virtud, mantener la continuidad en
la mudanza de sus estados psíquicos. La persona, por ello, debe ser concebida en el hombre
como un centro, superior a la antítesis del organismo y el medio. Todo ello hace concluir, en
consecuencia, que por lo que repecta al ser personal del hombre, cabe recogernos en él, pero
no objetivarlo o cosificarlo. Y, naturalmente, tampoco las demás personas pueden ser reduci-
dos a objetos en cuanto personas. “Sólo podemos llegar a tener parte en ellas realizando en
nosotros y por nosotros mismos sus actos libres, “identificándonos”, como suele decirse, con la
voluntad, el amor, etc., de una persona, y, a través de éstos, con ella misma.” (“El puesto del hom-
bre en el cosmos”, traduc. de J. GAOS, Revista de Occidente, Madrid, 1936, recogido en la ya ci-
tada obra de Cl. FERNÁNDEZ: “Los filósofos modernos”, tomo II, pp. 286 y ss., texto de la cita,
en n. 1536, pág. 292). Pero, ¿cómo relacionarnos y conocernos? La comprensión de la persona,
según Scheler, no ha de hacerse, porque sería falsear la realidad, a través de sus actos o de sus
vivencias. Al revés. La comprensión de sus actos y vivencias sólo se hace posible a través de la
comprensión de la persona, origen de aquéllos. Y sólo a través de la inteligencia impregnada
de amor hacia el otro, concebido como persona en su fuente originaria y central, se nos hace
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 411

Historia”, Enrique RIVERA DE VENTOSA, en su día Profesor de ambas asig-


naturas en la Universidad Pontificia de Salamanca y en el Colegio Mayor de
Filosofía de los Franciscanos-Capuchinos, de la misma Ciudad.
Sintetizando (y simplificando), ¿en qué consiste esta teoría? Esta teoría
parte, para superar el floreciente positivismo determinista-causalista decimo-
nónico, de la distinción que W. DILTHEY hacía entre “Ciencias de la naturaleza”
(Naturwissenschaften) y “Ciencias del Espíritu” (Geisteswissenschaften). Para
las primeras regiría, en efecto, el principio de causalidad eficiente. Pero no, para las se-
gundas, porque se venía a afirmar que no es suficiente, para conocer los hechos
humanos en su verdadera dimensión, ese principio. Que hay que trascenderlo,
si se pretende alcanzar tal conocimiento, yendo a desentrañar el “sentido de
los hechos”. ¿Qué quiere esto decir? Que los acontecimientos y hechos huma-
nos (incluida, claro está, la actividad criminosa) surgidos al calor de la distinta
interioridad de cada persona, no adquieren su verdadera interpretación o sig-
nificado con su mera explicación causalista, que es necesario, par ello, llegar, ade-
más, a comprenderlos. “Comprender” supone, además de conocer las causas
tanto endógenas como exógenas, captar la finalidad perseguida, con ellos, por
el agente, y aprehender la motivación, el sentido o el significado que, para él,
tiene darse o dedicarse a una determinada actividad. Aquí, para el delincuen-
te, su actividad delictiva. Como explicita RIVERA DE VENTOSA, “es el sentido,
mejor que las causas agentes, quien nos hace entender de modo más adecuado el hecho
humano.” Sin ignorar, por lo demás, que no es lo mismo percibir el fin o la meta
hacia los que tiende la realidad que la realidad misma.
Pues bien. Si no es poco conocer el sentido de la cosa, no hay duda que
mucho más importante es conocer lo que la cosa es en sí. Para alcanzar este
objetivo, cuando se trata de la biografía de un ser humano (aquí, de una bio-
grafía de un delincuente), la investigación ha de hacer frente a tres planos
diversos: al plano de los condicionamientos (contexto que le ha circundado y
circunda), el plano del sentido de las acciones y el plano del acontecer huma-
no en cuanto tal.

posible “la intuición de su esencia, siempre valiosa, ideal e individual”. La plataforma para este
acceso al otro, en las relaciones interpersonales, la sitúa Scheler en la “simpatía”, concebida,
más allá de su naturaleza psíquica, como realidad fenomenológica y metafísica. La simpatía,
que supone el considerar al otro como distinto, nos permite, y ésta es su principal función, des-
truir la “ilusión solipsista” y ponernos de manifiesto la realidad del otro en cuanto otro, dotada
de un valor igual a la nuestra. Porque la simpatía, vehículo del amor proyectado sobre el otro,
“es una relación de trascendencia, según sintetiza N. ABBAGNANO (obra citada, p. 721), que
comporta la trascendencia recíproca de las personas, y así es, al mismo tiempo, el fundamento
de su automía y de su posibilidad de comprensión y de entendimiento.” Impulsándonos, por
supuesto, a ponernos, sobre todo ante sus dificultades y problemas, en el lugar del otro. (Para
esta segunda parte del discurso, ver M. SCHELER: “Esencia y forma de la simpatía”, publicada
en 1923).
412 CésaR Herrero Herrero

Para conocer suficientemente una cosa (no persona), por ejemplo, una
brújula, es menester saber qué agentes o condicionamientos han llevado a su
confección y que, por ello, tengamos ante nosotros dicho objeto. Pero, tam-
bién, es preciso para comprender su existencia, cuál es la finalidad dada por
sus creadores. La comprensión de esta cosa se agota con el conocimiento de
su finalidad o de su sentido.
Pero esos dos pasos (conocimiento de la causalidad eficiente y causalidad
finalista) no son suficientes para comprender la biografía humana. Es preciso
tener en cuenta que el hombre tiene una tercera dimensión que las cosas o
artefactos no tienen: La dimensión espiritual.
Como advierte el mismo autor, el hombre no es un artefacto “que está
ahí porque le han producido ciertos agentes y puede servir a fines que le son
prefijados. El hombre es más, mucho más que esto, porque tiene una tercera
dimensión a la que llamamos interioridad.
Es precisamente la interioridad la vertiente humana que es necesario te-
ner sobre todo en cuenta si se quiere conocer al hombre de un modo adecua-
do. El hombre, más que producto de una situación, más que expresión de
una meta que se le propone o que él mismo se señala, es vida interior. (…) Por
lo mismo, es esta vida interior lo que nos debe interesar conocer.“
El hombre, efectivamente, está afectado por condicionamientos tanto ex-
teriores como interiores, pero no es un ser determinado por ellos, salvo que
revistan los caracteres de ciertas psico-patologías. No es un ente configurado
sustancialmente a modo automático de estímulo-respuesta, ni es un produc-
to de ninguna clase de estructuralismo cosificador.No es producto (aunque
está condicionado por ellas) de estructuras sociopolíticas, socieconómicas, ét-
nico-culturales…514 El hombre “normal” es capaz de crear, sin poder ladear
totalmente el influjo del medio, su propia historia o su propia biografía. Para
comprenderlo, y comprender éstas, es preciso, por ello, acceder, de alguna
manera, a su interioridad o intimidad. Hay que trascender, por tanto, el mero
explicar los hechos y el mero comprenderlos mediante el desvelamiento de su fi-
nalidad o meta o su sentido o significado. ¿Cómo…?
El profesor RIVERA DE VENTOSA remata su exposición resumiendo:
“…Se puede comprender un hecho al entender su sentido, su significación,
la meta hacia la que apunta. Pero se le puede comprender mucho mejor si se

514
Al menos algunos estructuralistas dan la sensación de tratar de eliminar al hombre
como sujeto de la historia y de la propia vida. Los hombres estarían sometidos a las estructuras
y no a la inversa. Ciertos mecanismos, al margen siempre de la decisión del hombre, actuarían
como fuerzas estructurantes del ser humano, ajeno a toda capacidad de autorrealizarse de
forma autónomamente creadora. El hombre sería como un muñeco de las estructuras, siempre
fuera del alcance de sí mismo. (A este respecto, puede verse, J. A. MERINO: “Antropología filo-
sófica”, Madrid, 1982, sobre todo, en pp. 29 y ss.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 413

penetra dentro de él por el método de la “autognosis histórica” en virtud de la


cual el suceso histórico viene a hacerse algo nuestro en una visión totalizado-
ra del mismo, al percibirlo como si fuera una vivencia de la propia conciencia
en toda su riqueza y complejidad.” (Conocimiento omnicomprensivo).
Y el mismo autor continúa aclarando: “… Estos análisis diltheyanos, tra-
ducidos a nuestro leguaje español, nos fuerzan a desdoblar nuestro verbo
“comprender” en otros dos verbos que expresan matices distintos: “enten-
der” e “intimar”. Entendemos una cosa cuando no solamente nos explicamos
cómo ha venido a ser, sino cuando “sabemos a qué atenernos” respecto de ella.
(…) Pero todavía con este “entender” no se ha penetrado en la mismidad de la
cosa. Todavía el conocimiento se ha quedado en algo periférico a la cosa mis-
ma. No ha llegado a intimar con ella.
Es que el “intimar” se adentra más en la conciencia del otro que el “expli-
car” y el “entender”. Declara bien esto H. Bergson al definirnos en estos tér-
minos la intuición, que es el mejor procedimiento para intimar: “La sympathie
par la quelle on se transporte à l’intérieur d’ un objet pour coincidir avec ce
qu’ il a d’unique et par conséquent d’inexprimable.” Con la intuición bergso-
niana ya no sólo sabemos a qué atenernos, sino que nos es dado penetrar en
lo más hondo de la realidad. En este momento la “autognosis histórica” de
W. Dilthey se da la mano con la intuición de H. Bergson, supremo ápice del
saber según ambos pensadores. En España P. Laín Entralgo ha escrito una
significativa obra, Teoría y realidad del otro. Enseña a penetrar en la otredad. Lo
cual es sólo factible con la práctica de métodos como la intuición bergsoniana
y la autognosis de W. Dilthey. Estor métodos parecen abrirnos la puerta que
da al santuario de la conciencia.
Estas veredas ocultas de acceso a la intimidad del yo ajeno pueden y de-
ben ser enriquecidas por los análisis fenomenológicos de la “impatía” y “sim-
patía”, en los que Max Scheler ha penetrado con extraordinaria lucidez”515.
No puede olvidarse que, en el fondo, la vía que acaba de apuntarse fue
la elegida ya, hace no pocos años, por el mismo E. De GREEFF. Lo hemos
insinuado, más arriba, en este mismo trabajo. Desde luego, basta asomarse a
algunas de sus obras más importantes para poderlo constatar516. Algunos de

515
Para esta larga referencia al profesor E. RIVERA DE VENTOSA ver su obra:
“Acercamiento al alma de San Francisco”, editor A. PENA GONZÁLEZ, Escuela Superior de
Estudios Franciscanos, Madrid, 2008, pp.63-69.
516
Obras fundamentales de E. De GREEFF son, sobre todo: “Criminogenèse”, aporta-
ción del autor al 2º Congreso Internacional de Criminología, París, 1950. Su texto, en “Actes”,
del Congreso; “Instincts de défense et de sympathie”; P.U.F., Paris, 1947; “Bilan d’une expérience.
Trente ans comme médecin anthropologue des Prisons en Belgique”; “Le devenir, élément du pro-
cessus criminogènese. La durée, condition de son étude”, en “L’homme criminel”, Edit. Nauwelaerts,
Louvain, 1956, pp. 169 y ss.
414 CésaR Herrero Herrero

sus sucesores en la Escuela de Criminología, de la Universidad Católica de


Lovaina, los ya citados F. DIGNEFFE y Chr. ADAM, lo sugieren claramente
en el párrafo que sigue: “Es a través de una reflexión sobre sí mismo, en tan-
to que clínico frente al otro, como De greeff va a construir el doble axioma
que fundamenta la posibilidad del encuentro con ese otro. Para él, existe una
identidad fundamental, de naturaleza, entre dos personas que se hallan en
relación clínica, pero también una diferencia irreductible.
El otro es semejante a mí en el sentido de que participa en una comuni-
dad de destino que preexiste a la formación de roles sociales y a los perso-
najes que les construyen. El “drama humano” es la escena sobre la cual se
juntan los diferentes destinos de los hombres y es en la tentativa de imposi-
ble coincidencia de uno consigo mismo cuando cada uno puede encontrarse
en el otro. Mas, al mismo tiempo, el otro posee una manera particular de ser
sensible y de reaccionar que está ligada a su inscripción en el mundo, a su
historia y a sus aptitudes. Este otro posee, pues, un “yo” diferente que impor-
ta comprender a partir de su relación con el mundo singular, personal. Esta
exigencia supone que el clínico intente, en una cierta medida, poner entre
paréntesis su propio cuadro de referencia para acceder al del otro.
(…) Una de las aportaciones esenciales de la obra de De Greeff ha con-
sistido en realizar en la práctica, y a explicitar en un plano más teórico,
el esfuerzo para intentar reducir, todo ello de forma consciente, la zona
de incomunicabilidad que existe entre los hombres y que cada uno tiene,
demasiado frecuentemente, tendencia a negar o evacuar, con el riesgo de
proyectar en sus representaciones sobre el otro sus propios prejuicios y
sus propias representaciones517.
Habrá que cultivar el “instinto de simpatía” y tratar de reconducir los ins-
tintos de defensa. Dos maneras fundamentales, pero opuestas, de conocer al
otro, de “proyectar sobre él una imagen valorizante, sacralizante o reducto-
ra”518. (Más adelante volveremos sobre esto, al hablar de la entrevista clínico
criminológica).

D. FASES O TIEMPOS DEL MÉTODO CLÍNICO-CRIMINOLÓGICO

¿Cúales son las fases o tiempos que integran el proceso mediante el que
se realiza o lleva a cabo el Método Clínico Criminológico?
Para procesar, adecuadamente, estos tiempos o fases del precitado mé-
todo, ha de tenerse fundamentalmente en cuenta el objeto, funciones y fina-

517
F. DIGNEFFE y Chr ADAM: “Le développement de la Criminologie Clinique à
l’École de Louvain. Une Clinique interdisciplinaire de l’humain”, ya citado, pp. 21, nrs. 17-118.
518
Ve, al respecto, mismos autores y trabajo de nota anterior, p. 21, nº 19 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 415

lidades persguidos por la Criminología Clínica, ya que el método no es más


que el camino gnoseológicamente ajustado para alcanzar esas metas.
En congruencia con ello, se vienen señalando tres fases fundamentales: La
fase de diagnóstico, la fase de pronóstico y la fase de tratamiento. Fases que
responden a las clásicas etapas metodológicas, correlativas, y previas por ser
su base: de la observación-descripción, interpretación y experimentación. Veamos,
entonces, en qué consisten esas fases. (En parte de los siguientes Capítulos, como
ya hemos advertido, expondremos las técnicas, instrumentos y medios, para
poder desembocar, con eficiencia, en su realización).
Veamos, a continuación, en los apartados siguientes, en qué consisten y
persiguen cada una des las fases mencionadas. (Reiteramos que los medios, ins-
trumentos, técnicas o submétodos, para hacer efectivos, o llevar a la práctica, este con-
junto de fases, comprensivas del método clínico criminológico, serán objeto de estudio
en próximos Capítulos de esta obra).

E. LA FASE DE DIAGNÓSTICO. SU CONCEPTO Y FUNCIONES

Es la fase del método clínico que tiene por fin u objetivo el detectar, en la
persona concreta examinada, la presencia y persistencia del estado peligroso
criminológico, la delimitación del grado del mismo, así como determinar los
factores que están en su raíz o base519. Ello se lleva a cabo mediante la reco-
gida y ordenamiento orgánico, sistemático, de los datos pertinentes, a través
de los medios y técnicas de observación-descripción o estudios y exámenes
adecuados y especializados (técnicas de observación, entrevistas, exámenes
médico-criminológicos…)
“La diagnosis criminológica –afirma el conocido especialista italiano
Saverio FORTUNATO– consiste: ya sea en la recogida, mediante una
serie de investigaciones destinadas a su configuración, de los trazos de
la personalidad del reo, evidenciando los factores individuales y sociales
que aperecen haber tenido relieve en la conducta criminal; ya sea en la
individuación de la capacidad criminosa del reo”520.

519
Es decir, ha de indagarse, fundamentalmente, una triple variante: la variante feno-
menológica (forma de aparecer y grado del estado peligroso) y la variante etiológica (factores
conformantes de dicho estado), así como la variante “clínica” (relacionada con los factores in-
mediatos de provocación al paso al acto criminoso o gravemente antisocial en el sujeto activo
concreto. Es decir, la constatación del grado de peligrosidad mediante el análisis conjunto de
capacidad criminal y adaptabilidad social).
520
S. FORTUNATO: “Nuovo Manuale di metodologia Peritale. Criminologia Clinica.
Psichiatria Forense. Grafologia Forense. Ermeneutica. Epistemologia”, Ursini Edizioni, 2ª
Edizione, 2007, p.288.
416 CésaR Herrero Herrero

El diagnóstico ha de recaer, en primer lugar, de forma aislada, sobre el


grupo de los elementos nuclearmente constitutivos del estado peligroso (ca-
pacidad criminal) y de los elementos no nucleares del mismo (adaptabilidad
social)). O, de la misma forma (siguiendo nuestra distinción entre estado pe-
ligroso y personalidad criminal) sobre los elementos constituyentes y com-
plementarios de la personalidad criminal (nucleares y periféricos). O sea, en
torno a los rasgos criminógenos predisponentes y los elementos referentes a
la adaptabilidad social. Luego se procerá al diagnóstico conjunto, a partir de
la puesta en relación entre ambos grupos de elementos, del estado preligro-
so, o peligrosidad social, en cuanto tal.
1º En cuanto al dignóstico de la capacidad criminal o personalidad criminal o
criminógena (en sentido de la psicologías humanistas).
Hace referencia al desvelamiento de la capacidad criminal o personalidad
criminógena a través de la detección de indicios desveladores, de carácter etio-
lógico-disfuncional (factorialidad criminógena), y a través de la ponderación
de criterios legales (haber cometido delitos más o menos graves). Podemos de-
nominarlo diagnóstico fenomenológico sobre la capacidad criminal.
Pero puede y debe hacerse, asimismo, un diagnótico sobre la capacidad
criminal o personalidad criminógena, con relación al mayor o menor grado de
persistencia en el tiempo y al grado de influencia de determinados factores
en su poseedor. Es lo que podemos denominar diagnóstico ontológico-etioló-
gico porque, para llegar a él, es preciso investigar la naturaleza de los factores
(y a su combinación), presentes en la base y raíz de dicha capacidad.
¿Cuáles son, aquí, los factores a desvelar y a combinar para valorar di-
chos grados de persistencia e influencia? Lo hemos dicho ya al desarrollar
determinados aspectos del estado peligroso en alguno de los Capítulos pre-
cedentes. Donde también se explicita el resultado de duración y consistencia
de acuerdo con las distintas combinaciones de factores. (Allí nos remitimos.
Ver, concretamente, el Capítulo VI de esta obra).
2º Por lo que respecta al diagnóstico de adaptabilidad social. Hay que
indagar, mediante los medios ofrecidos, en cada momento, por las ciencias
de la conducta (sean naturales o psicosocialógicas) los aspectos dinámicos de
la persona investigada, la situación de la misma, su status social, sus aptitu-
des y actitudes intelectuales, profesionales, sensitivas, emotivas, afectivas, los
rasgos o trazos de la persona que se relacionan con la actividad (actividad o
pasividad), los trazos dinámicos conectados con las necesidades instintivas,
nutritivas, sexuales…
La adaptabilidad social (a ello hemos hecho ya referencia en el lugar pre-
citado) preanuncia cuál será la orientación, en el sujeto examinado, de su “re-
gistro” delictivo y el “modus operandi” en el mismo.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 417

“Cada uno de los elementos de la inadaptabilidad – comenta el ISPEC


(Institut de Sciences Pénales et Criminologie), de Francia, pueden
ser también adjetivados como “fuerte” (alto), medio y débil (bajo). Pero
la fórmula individual de la mejor adaptabilidad se forma cuando todos
los elementos se sitúan en la media. A la inversa, las fórmulas extre-
mas (en más o en menos) son la expresión de la inadaptación social. Se
comprende, por ejemplo, que un sujeto muy activo, poseyendo aptitudes
físicas, intelectuales y profesionales muy desarrolladas y al mismo tiem-
po necesidades instintivas importantes se adaptará más difícilmente que
una persona media. A la inversa, un sujeto pasivo, que va a tener bajas o
débiles aptitudes físicas, intelectuales y profesionales y necesidades ins-
tintivas pobres se dejará zarandear por los acontecimientos y no tendrá
ninguna fuerza sobre ellos.
Entre estas fórmulas extremas, pueden existir muchas otras. Desde el
punto de vista de la inadaptación social, es en ella donde se encuentra
la gran masa de delincuentes: sujetos muy activos o pasivos que tienen
aptitudes bajas o débiles y necesidades e instintos elevados”521.
3º El Diagnóstico conjunto (de capacidad criminal y de adaptabilidad so-
cial). El denominado Diagnóstico clínico del estado peligroso en su integridad.
Este diagnóstico se relaciona directamente con la presencia conjunta y diver-
sa combinación de estos dos elementos, integrantes, de manera distinta, del
estado peligroso. De esta presencia y combinación nacen, en efecto, grados
distintos de peligrosidad criminal. Y aunque tales elementos (capacidad cri-
minal y adaptabilidad social) no siguen caminos paralelos, pudiendo darse,
por ejemplo, una capacidad criminal alta y una adptabilidad social baja, o
al revés, juegan, en todo caso, papeles complementarios en la producción
graduatoria de tal peligrosidad criminal (en este sentido se habla de grado
alto (fuerte), medio o bajo (débil), en el estado peligroso del sujeto concreto).
(Véase estas combinaciones y sus correlativas formas clínicas de peligrosidad,
en el citado Capítulo SEXTO de este libro, donde esta problemática está am-
pliamente desarrollada).
El Diagnóstico criminológico es también, en el campo de la Criminología
Clínica, la piedra angular de su edificio metodológico. Las fases restantes del
método clínico quedan condicionadas, sustancialmente, para bien o para
mal, por el correlativo acierto o desacierto en el Diagnóstico. Por ello, escribe
Fulvio FRATI:
“Aquí, por tanto, en el trabajo del criminólogo clínico, existe un primer
momento fundamental: el de la diagnosis, entendida no tanto como cla-
sificación nosológica (que aunque muy importante, no es exhaustiva por

521
ISPEC: “Le contenu de la Criminologie”, Paris s/f, p.4 del estudio.
418 CésaR Herrero Herrero

sí misma) sino como comprensión profunda y racional de las causas que


determinan las manifestaciones patológicas del comportamiento y even-
tualmente el pensamiento.En criminología clínica, la diagnosis no debe
ser considerada, necesariamente, como un “etiquetamiento”, sino como
comprensión del problema nuclear que constituye la causa de la conducta
penalmente relevante del sujeto: lo importante es llegar a la posesión de
los elementos objetivamente significativos para comprobar las hipótesis
de partida, o bien para desautorizarlas”522.
Claro que, como ya hemos afirmado, no pueden ser ignorados y preteri-
dos los elementos subjetivos justificantes de la conducta social y penalmente
irregular. Nos quedaríamos sin saber por qué este individuo actúa como actúa
o delinque. Lo que no es asumible para los fines de la Criminología Clínica y,
tampoco, como es obvio, para el clínico que la cultiva y la pone en práctica.
El proceso de diagnóstico ha de terminar con una calificación inteligible,
de acuerdo a los resultados del mismo proceso de la investigación crimino-
lógica ofrecida. Así, por ejemplo, Diagnóstico de peligrosidad: MUY ALTA,
ALTA, MEDIA ALTA, MEDIA, BAJA…
Naturalmente, el proceso y conclusiones del Diagnóstico criminológico,
tal como han sido descritos, han de ser recogidos, documentalmente, en el
llamado “Informe criminológico”523.

F. LA FASE DE PRONÓSTICO. CONCEPTO Y FUNCIONES

Conocida la situación criminológica en que se encuentra el examinado,


tras la realización oportuna del diagnóstico, es preciso seguir avanzando de
acuerdo con el proceso requerido para cumplimentar el método clínico que,
ahora, nos ocupa. No basta quedarse en el diagnóstico, poque la criminología
(tanto la General como la Clínica) no tienen por función solamente conocer el
fenómeno criminal, sea, respectivamente, en un plano general o individual.
Es fundamental para ellas buscar las medidas y medios para tratar de hacer
frente a dicho fenómeno. La Criminología trata, de forma irrenunciable, de
buscar remedios y soluciones a los problemas de la delincuencia.
Pero esa función no puede llevarla razonablemente a cabo únicamente
conociendo la situación presente, que es la que describe, en su caso, el diag-
nóstico. Para seleccionar las medidas eficientes, oponibles a dicha situación,

Fulvio FRATI: “Lo psicologo in ambito penitenziario e le sue relazioni con la Criminologia
522

Clinica”; en htpp://www.ordpsicologier.it/files/psicologiapenitenziaria criminologica.doc), p. 8


del estudio.
523
Puede verse un modelo amplio y detallado de Informe Criminológico en
“Criminología Clínica”, ya citada, de L. RODRÍGUEZ MANZANERA, en págs. 223-236.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 419

para neutralizarla o aminorarla, ha de intentar prever, con argumentos “ad


hoc”, cuál pueda llegar a ser el comportamiento futuro del que en dicha si-
tuación se encuentra. ¿Va a reincidir, o no? ¿Qué medidas pueden ser las más
eficaces (dentro de los oportunos límites ético-jurídicos) para conseguir la no
reincidencia…? Pues bien, esta misión es propia de la fase de pronóstico.
Por ello, en esta misma línea, R. GASSIN hace observar que: “La elección
de la medida de prevención de la reincidencia no puede satisfacerse a tra-
vés del diagnóstico de estado peligroso; todavía conviene saber como éste es
susceptible de evolucionar en el futuro. Este es, precisamente, el objeto del
pronótico de la reincidencia, que forma así parte integrante de la apreciación del
caso del sujeto examinado”524.
Pero ha de advertirse, como algo manifiesto, que el pronóstico, cuya na-
turaleza descansa en ser pretensión predictora del futuro, está muy lejos de
ser infalible y, por lo mismo, habrá de ir siendo mantenido, matizado, modi-
ficado o cambiado, en su caso, al compás de la eficacia o ineficacia del trata-
miento con él relacionado.
Entonces, cómo podemos definir el pronóstico, de tal forma que pueda
aplicarse a la materia que aquí, ahora, tratamos?
Etimológicamente, pronóstico procede de las palabras griegas “proguin-
nosko” (=saber o conocer antes, anunciar prever); o de “prognorigso” (=dar
a conocer antes, de donde se derivan directamente los términos prognogsis
(=conocimiento adelantado o anticipado) y prognostikós (= lo relativo al
conocimiento de lo que ha de suceder; así como el sustantivo pronostikón-
ou, del que se deriva, más directamente aún, nuestro término pronóstico, y
que significa, en la misma línea que los precedentes términos:signo precursor
o predictor.
Parece congruente entender, aquí, por pronóstico criminal en sentido
estricto, en línea con la etimología del sustantivo: La proyección predictiva sobre
la reincidencia razonablemente probable, o no, de un determinado comportamiento
gravemente antisocial o delictivo, llevado a cabo con anterioridad por el ya diagnosti-
cado, fundada aquella proyección sobre series de datos previamente obtenidos median-
te reglas metodológico-científicas y con suficiente capacidad evaluativa para afirmar,
con la mencionadala probabilidad, de que dicha conducta va, o no, a sobrevenir.
No estaría de más, sin embargo, tener en cuenta las observaciones que,
sobre el pronóstico criminal, hace RODRÍGUEZ MANZANERA, quien, des-
pués de ofrecer el concepto que de este pronóstico da H. Göppinger, comen-
ta que: “En un sentido más amplio, en el concepto de pronóstico criminal,
podrían incluirse también otros pronósticos procedentes de determinados

524
R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, p.705.
420 CésaR Herrero Herrero

campos parciales de la Criminología, por ejemplo el llamado pronóstico de


víctimas.” Añadiendo, por lo demás, que, aunque el problema aquí se sitúa,
en pricipio, en la clínica criminológica, en tratar de saber con antelación cuá-
les son las probabilidades de que el criminal reincida”, (…) la prognosis, sin
embargo, “no puede agotarse en la reincidencia: ya vimos –dice– las diferen-
tes situaciones en que puede aplicarse un estudio criminológico, y en todas
ellas es conveniente intentar un pronóstico, aunque sea simplemente como
una hipótesis o como una simple impresión.
Así, en estudios predelincuenciales, o preventivos, o en procesados, no
podemos hablar de “reincidencia”, al igual que en exámenes de selección en
que necesitamos saber las probabilidades de conducta antisocial.
En un sentido más moderno, la preocupación es el pronóstico de una
efectiva reinserción social, no solamente que el sujeto no cometa delitos.”525
(Como hemos advertido para la Diagnosis, en el Capítulo siguiente a éste,
expondremos los medios o técnicas de que, actualmente, se dispone para po-
der llevar a término esta fase de pronóstico).
Al igual que para el DIAGNÓSTICO, el juicio final de PRONÓSTICO,
de acuerdo con la actividad indagatoria llevada a cabo, habrá de concretarse,
documentadamente, con la terminología previamente establecida o conve-
nida. Así, v. gr.: PRONÓSTICO FAVORABLE, DESFAVORABLE, DUDOSO,
etc., argumentando el porqué.

G. LA FASE DE TRATAMIENTO. CONCEPTO Y FUNCIONES

La Criminología Clínica no tendría sentido si sólo se preocupase de diag-


nosticar y pronosticar, pero sin propósito de intervenir en el diagnosticado y
pronosticado con el fin de ayudarle a salir de su situación criminal y criminó-
gena. Y, desde otro punto de vista, habría que dictaminar lo mismo cuando el
sujeto fuese la víctima, necesitada de asistencia y de orientación.
Afortundamente, esta Criminología, a través de su método clínico, tiene
conciencia de que su misión, desde esta perspectiva, ha de consumarse con la
fase de tratamiento.
Pero, ¿qué ha de entenderse, ahora, por tratamiento, por tratamiento del
estado peligroso o de la personalidad criminal o criminógena?
Esta materia ha sido estudiada por mí en pluralidad de obras.Por ejemplo,
en “España penal y penitenciaria. Historia y Actualidad” (mi tesis en Crimienología);
“Delincuencia de menores. Tratamiento criminológico y jurídico”; en “Política Criminal
Integradora”; en “Criminología. Parte General y Especial”; a ellas me remito.

525
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología clínica”, ya citada, pp.241-242.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 421

Tan sólo, por ello, voy a intentar decir, de momento, lo más preciso. Entre
otras cosas, lo que sigue.
Cabe hablar de tratamiento en sentido amplio y en sentido estricto.
1º En sentido amplio, podría entenderse por tratamiento el conjunto de
medidas tomadas con respecto al delincuente en virtud de su acción antiso-
cial o delincuencial, sea por razones de prevención general o especial.
En este ámbito, serían actividades de tratamiento hasta las formas muti-
lantes o deteriorantes de la persona humana (el delincuente también lo es).
V.gr., los tratamientos de carácter quirúgico (castración, lobotomía, tálamoto-
mía…); los electrochoks, con sus consecuencias anulatorias de la personali-
dad del receptor… (Naturalmente, inaceptables).
Dentro de otros métodos no mutilantes ni deteriorantes, o similares, se-
rían, asimismo, tratamiento las intervenciones en grupo mediante terapias
conductuales, las orientadas a asimilar habilidades cognitivas… (técnicas que
pueden ser utilizadas como elementos aislados de verdadero tratamiento, el
sistemáticamente diseñado e individualmente impartido, que vamos a ver a
continuación.
2º En sentido estricto. Es la actividad que se dirige en todo caso, de for-
ma coordinada y sitematizada, dentro del respeto a los derechos, sobre todo
fundamentales, del tratando, a neutralizar los factores constitutivos de la per-
sonalidad criminal o criminógena o del estado peligroso de la misma natura-
leza, tal como han sido desvelados y ponderados en las fases de diagnótico
y de pronóstico. Todo ello, a poder ser, practicando tal actividad con rigor de
ciencia.
Para nosotros (ya sé que hay opiniones en contra), en el Tratamiento que
acabamos de describir (y que completaremos dentro de unos instantes), es
clave la idea de “retractación”, “conversión”, “rectificación voluntaria”. No tiene
sentido el imperativo externo o coactivo. Ello sería algo “contra natura”, una
“contradictio in terminis”. Lo que no obsta, a nuestro parecer, para que el tra-
tamiento pueda presentarse ante el delincuente (y así hay que dejárselo ver)
como un deber moral de su parte (algo más que de índole cívica) con respecto
a la sociedad en donde vive y, desde luego, para consigo mismo. Si el trata-
miento ha venido a concebirse, por parte de la sociedad, como un derecho,
dando un paso de claro humanismo, el delincuente debería responder obli-
gado por la gratitud. Aquí, en un sentido suave, podría decirse que los dere-
chos y deberes forman maridaje. No se trata, obviamente, de una obligación
o deber jurídicos con respecto al tratando.
En concordancia con lo que terminamos de expresar, existen, al menos,
estas dos vertientes sobre el concepto científico de tratamiento:
422 CésaR Herrero Herrero

a) Vertiente objetiva. Desde la que dicho tratamiento puede definirse


como: El conjunto coordinado de acciones (basadas fundamental-
mente en conclusiones de las ciencias de la conducta), encaminadas
a reparar las fallas de personalidad del delincuente y a potenciar
los aspectos positivos de la misma, con el fin de recuperarle para
una pacífica convivencia con sus semejantes.
b) Vertiente subjetiva. Desde la que entendemos por tal tratamento: El
derecho del delincuente (como persona humana que es) a recibir,
de la sociedad a que pertenece, los medios idóneos para adaptar su
personalidad a las reglas de convivencia (en este caso fundamen-
talmente jurídicas) de esa misma sociedad, con la que tiene, de al-
guna manera, en”compensación”, un deber, similarmente al moral,
de colaborar en dicha readaptación.
Ha de hacerse hincapié en que, en el contenido de este tratamiento, no cabe
incluir o proponer ninguna clase de ideas o valores adscritos a modelos de socie-
dades concretas o partidistas, sino tan sólo ideas o valores, emanantes de acuer-
do a las constituciones de las sociedades verdaderamente democráticas. En todo
caso, en armonía con el respeto teórico y práctico de los derechos humanos526.
Por lo demás, han de tenerse en cuenta lasn observaciones que Curt T.
GRIFFITHS, Yvon DANDURAND y Danielle MURDOCH han ofrecido re-
cientemente: “En los últimos años, parece privilegiarse el desarrollo de inter-
venciones globales, basadas sobre la continuidad de la actividad iniciada y so-
bre una ayuda coherente a los delincuentes, sea dentro o fuera de la prisión.
Se reconoce que la preparación del retorno a la vida en sociedad debe comen-
zar antes que los internos abandonen el medio carcelario. Inmediatamente,
después de la liberación, es necesario de todo punto asegurar que la tran-
sición entre el medio carcelario y la vida en la comunidad sea facilitada por
medidas de sostenimiento apropiadas.
Ha de tratarse, en consecuencia, de poner en práctica intervenciones que
ayuden al ex-preso a consolidar las aptitudes adquiridas en el ámbito prisio-
nal, hasta que el proceso de integración social sea cumplimentado con éxito
(Fox, 2002). Esta aproximación, consistente en intervenciones de tipo sistémi-
co, es generalmente denominada “asistencia continua” (en inglés: throughcare)
Borzycki y Makkai, 2007). Independientemente del método adoptado, todas
estas intervenciones forman parte de medidas integradas, concebidas para
responder a las necesidades y a los problemas específicos de cada delincuen-

Puede verse, a este respecto, como ya se ha insinuado: C. HERRERO HERRERO:


526

“Espeña Penal y Penitenciaria. Historia y Actualidad”; ya citado, sobre todo, en pp. 23 y ss.;
534 y ss.; “Criminología. Parte General y Especial”, ya citada, pp. 442 y ss.; “Política criminal
integradora”, ya citada, pp. 167 yss. ss.; “Delincuencia de Menores. Tratamiento criminológico
y jurídico”, ya citado, pp. 345 y ss; 557 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 423

te. A destacar, en fin, que tales medidas girantes sobre el reforzamiento de los
recursos (strength-based approaches) reclaman cada vez más la atención de los
medios concernidos por la reinserción social de los delincuentes. Se trata de
intervenciones consistentes en movilizar y reforzar el conjunto de recursos
personales y comunitarios disponibles para ayudar a los salidos en libertad a
hacer frente a los desafíos con los que están confrontados y reencontrar así su
lugar en la sociedad (Maruna y Le Bel, 2002)”527.
Es ésta, en esencia, la visión de tratamiento que acabanos de exponer, la
que ha sido acogida en los Ordenamientos jurídicos de los países democrá-
ticos, concretamente, en los de nuestra área de cultura. Sin ignorar, como ya
hemos insinuado en otro lugar de esta obra, que, desde los últimos años de la
última década del pasado siglo XX, ha venido abriéndose camino una nueva
orientación terapéutica, informada en programas de inspiración “cognitiva”,
en la multiplicación de instrumentos actuariales (prevalentemente estadísti-
cos) y en la necesidad de hacer protagonistas responsables del proceso trata-
mental tanto a los tratados como a los que participan en esta forma “nueva”
de tratamiento.

H. LA METODOLOGÍA CLÍNICA APLICADA A LA VÍCTIMA

No se trata, de acuerdo con lo que persigue la Criminología Clínica, de


examinar a toda clase de víctimas. Hacemos rederencia, aquí, a las víctimas
individualizadas que han sufrido, más o menos directamente, las consecuen-
cias del comportamiento delictivo ajeno. Por tanto, quedan, ahora, fuera de
nuestro análisis, las víctimas colectivas, en grupo, o las víctimas que han de
venido en serlo en virtud de la incidencia directa de catástrofes naturales o
afines (de un terremoto, de un rayo, de una riada inevitable…). Como afirma
R. GASSIN, “en sentido estricto del término, que es su sentido primordial, en
efecto, la victimología es la disciplina que estudia las víctimas de las infracciones
penales bajo sus diferentes aspectos y la clínica victimológica consiste en el
estudio del tratamiento de las mismas”528.
Enlazando lo que acaba de decirse con lo que ya expusimos en el Capítulo
de esta obra, reservado a la víctima, podemos concluir que el método clínico,
en cuanto aplicable a la víctima de un delito, ha de hacerse, aunque con sen-
tido y propósito diferente, de manera técnicamente semejante a como aca-
bamos de ver para el delincuente. Pues la Criminología Clínica, como hemos
visto ya, ha de acoger a dicha víctima individualizada para evitar, en ella, na-

527
Curt T. GRIFFITHS y Otros: “La réintegration sociale des délinquants et la prévention du
crime”; Ministère de Sécurité Publique de Canada, 2007, p. 4 del estudio.
528
R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, p. 713.
424 CésaR Herrero Herrero

cimiento de estigmas, añadidos al daño de la infracción y para tratar de evi-


tar, en el futuro, su posible interactividad (generalmente inconsciente) en el
surgimiento de la conducta punible, llevada a cabo por el verdadero respon-
sable penal, el sujeto activo de la misma, el victimario.
En una palabra, ha de examinarse el papel de la víctima en el proceso de
victimización (tanto desde una dimensión objetiva como subjetiva) con el fin,
en su caso de reparar los trastorrnos causados en ella por la acción criminosa,
y para neutralizar, en lo posible, su presencia, mayormente por ignorancia;
pero de hecho, con alguna frecuencia, sugerente o provocadora.
El método clínico, pues, para ser eficaz en este campo, ha de recorrer las
mismas fases señaladas en el apartado precedente. (Ya veremos con qué me-
dios, instrumentos o técnicas)529.

529
Lina TORRES: “Diagnóstico y pronóstico victimal”; en Criminalia, nros. 1-2 (1986).
Capítulo veinte

LA REALIZACIÓN DE LAS FASES


DEL MÉTODO CLÍNICO CRIMINOLÓGICO.
PRINCIPALES MEDIOS Y TÉCNICAS.
1ª: LA FASE DE DIAGNÓSTICO
A. INTRODUCCIÓN

Acabamos de abordar, en el Capítulo precedente, la textura del método


clínico criminológico y las fases de su integración.
La cuestión a tratar, en el presente, es de conocer cómo, con qué medios
y técnicas es posible, de alguna forma suficientemente eficaz, llevar a cabo los
objetivos señalados para cada una de esas fases.
Pues bien. Siguiendo una línea lógica, decimos, a este respecto, que (cree-
mos) una manera oportuna de responder adecuadamente a tal cuestión es
partir, una vez más, de la que parece una concepción antropológica ajustada
al sentido común, ilustrado, por lo demás, por las sólidas reflexiones del co-
nocimiento filosófico equilibrado (tanto clásico como actual) y por las conclu-
siones más maduras de las ciencias empíricas del comportamiento o conducta
humanos. Es decir, la vertebración del ser humano desde tres vertientes: La
psicobiológica, la psicomoral y la psicosocial. (Contenido que ya hemos desarro-
llado en la presente obra y en algunos otros de mis libros).530
Descansando sobre esa triple base antropológica, en recíproca confluen-
cia, los medios y técnicas de indagación y comprensión del ser humano con-
creto y de su comportamiento habrán de estar orientados a captar cada uno
de esos estratos en los que el hombre se constituye y tal como se encuentran y
se activan en el individuo examinado.
Ya, desde los primeros criminólogos clínicos, se ha estimado que la “pie-
dra angular” de la actividad clínico-criminológica se cimenta en el denomina-
do examen médico-psicológico y social. O, como sintetizaban los GLUECK,
“bío-psico-social”.531 Términos que, como hemos apuntado hace unos instan-
tes, acogen todos los planos del delincuente que deben ser analizados, si se
pretende, con fines de remedio criminológico, diagnosticar, pronosticar, in-
tervenir, o, en su caso, tratar a aquél.
Es manifiesto que, si la indagación criminológica ha de plantearse sobre
el mencionado triple cuadro (biológico, psicológico y social), lo normal y con-
gruente es que los medios y técnicas, para conseguir adecuadamente el obje-

Véase, por ejemplo mi “Criminología. Parte General y Especial”, ya citada, pp. 335 y ss.
530

Sobre este particular, S. GLUECK y E. GLUECK: “Toward a typology of juvenile


531

offenders. Implication for therapy and prevention”, Edt. Grune and Stratton, New York, 1970.
428 CésaR Herrero Herrero

tivo, sean de la misma naturaleza. Tanto en relación con el Diagnóstico como


con respecto al Pronóstico y al Tratamiento. Si bien, como ha quedado dicho,
éstos dos últimos dependen, en gran parte de su orientación, del primero.
Habiendo de tener en cuenta una advertencia: La de que no estamos
ante realidades estáticas, sino continuamente dínamicas. Y más dinámicas
cuanto el sujeto a examinar esté en edad de juventud. Ello quiere decir, claro
está, que tanto la dimensión puramente biológica del ser humano cuanto su
dimensión psíquica y moral, que han de orientar su modo de accionar y re-
accionar, de idear y de sentir, son fenómenos evolutivos y que, por lo mismo,
ni el diagnóstico, ni el pronóstico ni el tratamiento pueden ser considerados
hechos de una vez para siempre. Que se impone, pues, a este respecto, la re-
visión, razonablemente periódica, como necesaria. Y lo mismo debemos decir
de la vertiente sociológica.
Veamos, entonces, cuáles son, de acuerdo a lo expuesto, los medios y técni-
cas utilizables y utilizados, en el proceso de conocimiento y comprensión, para
hacer realidad las premencionadas fases del método clínico criminológico. Al fi-
nal de este Capítulo, en el que sólo abordaremos esta materia con relación directa
a la fase de diagnóstico, expondremos algunas instituciones metodológicas, con
peso específico sobre la investigación clínico-criminológica. Concretamente, ha-
remos referencia a la figura de la Observación, de la Entrevista y de la “Hisoria indi-
vidual criminológica”. (Las fases de Pronóstico y Tratamiento, desde este punto de
vista, serán tratadas, respectivamente, en los dos siguientes Capítulos).

B. MEDIOS Y TÉCNICAS DE CONOCIMIENTO Y COMPRENSIÓN,


EMPLEADOS EN LA FASE DE DIAGNÓSTICO CRIMINOLÓGICO

Acabamos de insinuar cómo la fase de Diagnóstico es absolutamente funda-


mental para el éxito en el uso del método clínico criminológico. Lo que se dedu-
ce, claramente, de la definición o concepto que, en el Capítulo anterior, hemos
ofrecido del Diagnóstico. Obviamente, sin conocimiento previo objetivo y preci-
so, las restantes fases caerían en la inexactitud y la arbitrariedad. Y, precisamen-
te, este conocimiento y comprensión sólo los hace posible la recogida oportuna, a
través de las adecuadas investigaciones o indagaciones, de los datos correspondientes a los
trazos de la personalidad criminal del examinado y de los factores (individuales y sociales)
que los han venido conformando. Naturalmente, en el caso de haber pasado al acto o
actos delincuenciales, delimitando, también, los factores finalmente coactuantes
con la personalidad criminal (factores situacionales o de oportunidad).Todo ello,
para poder determinar la capacidad criminal y adaptabilidad social del infractor.
Ello quiere decir que el Diagnóstico ha de extenderse y profundizar, lo
más exhaustivamente posible, en la recolección, a través de los estudios y re-
flexiones “ad hoc”, sobre los datos que sean base sólida para llevar a cabo, con
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 429

alguna garantía seria, el juicio de pronóstico y, desde aquí, desembocar en la


selección de medidas individualizadas para el posible tratamiento.
Naturalmente, ese objetivo supone indagar al delincuente en su vertiente psi-
cobiológica, psicomoral y psicosociológica. ¿Cómo? Como ya hemos señalado, me-
diante el empleo de medios y técnicas de correlativa habilidad. Concretamente,
utilizando: El examen biomédico, psicológico, psiquiátrico (en su caso), sociológico,
examen y exposición coordinada del criminólogo, sobre las indagaciones propias
y de los precedentes especialistas y, en fin, acudiendo al estudio e interpretación
del expediente penitenciario (utilizable también por los investigadores anteriores),
desde criterios estrictamente jurídicos, por parte del Jurista.
Ha de irse, pues, al estudio de los rasgos vertebradores de la personali-
dad criminal en cuanto tal y de las peculiaridades de la adaptabilidad social
del examinado. O sea, ha de irse al examen científico de la constitución, tem-
peramento, carácter, aptitudes y actitudes del sujeto, de su sistema dinámico-
motivacional, del aspecto evolutivo de su personalidad, así como del contexto
interaccional o psicosocial, en el que el sujeto ha vivido, con el fin, todo ello,
de poder obtener una estimación globalmente adecuada de la personalidad y
del comportamiento desviado (antisocial y antijurídico) del mismo.
Para conseguir esos objetivos señalados (lo reiteramos), han de utilizarse
medios y técnicas (métodos) médico-biológicos, psicológicos, psiquiátricos,
sociológicos, de detección de sentimientos y actitudes morales, el correspon-
diente examen del expediente procesal-penal y penitenciario.
Es decir, el delincuente o examinado tiene que ser indagado por especia-
listas (con suficiente preparación criminológica) en cada una de esas áreas de
conocimiento, habiéndose de adoptar por ellos una orientación única y uni-
ficadora: el esclarecimiento del porqué, en su caso, de sobrevenimiento de
personalidad criminal y del comportamiento o comportamientos delictivos,
en orden a elaborar, en una primera fase, un diagnóstico de personalidad cri-
minal con la delimitación de sus rasgos o trazos propios y los factores que los
han ido conformando. Y, en fin, habrá de intervenir el crimiminólogo “gene-
ralista” con el propósito, entre otros fines, de coordinar y evitar contradiccio-
nes y posibles desviaciones involuntarias en las investigaciones precedentes.
Y dicho lo que precede, en los siguientes apartados, vamos a extendernos
(concretando) algo más, aunque sea de modo sucinto, sobre los exámenes y
medios o técnicas (métodos), que acabamos de apuntar.

C. EL EXAMEN MÉDICO-BIOLÓGICO CRIMINOLÓGICO

Está orientado a estudiar el desarrollo físico del individuo, los anteceden-


tes familiares y personales (herencia y aportación propia) con respecto a su
430 CésaR Herrero Herrero

estado de salud (el inmediato y el actual). El examen ha de extenderse a toda


la “geografía” corporal del individuo. Única manera de no dejar pasar datos
interesantes y relevantes para el diagnóstico que aquí nos ocupa.
Este examen puede dejar claro, por ejemplo, los retardos en la evolución
física y maduración personal, debido, por ejemplo, a trastornos hormonales,
neurológicos…, describir su contextura corporal y tipología morfológica.,
con las correspondientes consecuencias en las formas de ejecutar su activi-
dad…, detectar determinadas sobreabundancias endocrinas, constituyentes
de ciertas modalidades tipológicas (v.gr., suprarrenaloide, hipersesexual…).
Interesan, ante todo, como es lógico, el descubrimiento de enfermedades o
anomalías que estén relacionadas, de manera suficiente, con comportamien-
tos individual o socialmente problemáticos: Enfermedades infecciosas, endo-
crinas, metabólicas, nutricionales, anomalías en el sistema nerviso, malfor-
maciones congénitas, cromosomáticas… Perversiones postencefalíticas en in-
dividuos, anteriormente normales…
(Los medios o técnicas médico-biológicas para llegar a estos fines son
complicadas y nos parece que no merece, a efectos de esta obra, proceder a
su enumeración o detalle). Recuérdese, desde luego a modo de sugerencia y
ejemplo, el uso de las técnicas genéticas, biotipológicas, electro-encefalográfi-
cas, metodología aplicada a gemelos para distinguir factores constitucionales
y adquiridos, influyentes en el comportamiento desviado…).
El examen medico-biológico o bíocriminológico, pues, trata, en realidad,
de esclarecer el possible papel de los factores biológicos y afines en la etiolo-
gía de la criminalidad, o de una parte de ésta. Aquí, el examen médico-bio-
lógico, como ya hemos apuntado, se practica para constatar, por ejemplo, si
un determinado estado de salud, una determinada enfermedad, desarreglos
hormonales o endocrinos, anomalías genéticas…, han influido o están influ-
yendo, en el paso al acto antisocial532.

A este respecto, H. F. ELLENBERGER y D. SZABO: “L’approche multidisciplinaire


532

des problèmes de la Criminologie”, ya citado, p. 4 del estudio. José Carlos VILORIO DE LA


FUENTE hace observar sobre este particular: “Por la influencia que pueden tener las altera-
ciones funcionales en la conducta criminal se hace necesario efectuar en el hombre una ex-
ploración de su organismo para descubrir dolencias o disfunciones. Aunque las afecciones o
disfunciones de los aparatos circulatorio, digestivo y génito-urinario son capaces de afectar
al tono de salud o aportar algunos datos de utilidad en el conocimiento de la personalidad
del delincuente, los sistemas en que más interesa profundizar por su importancia crimino-
lógica son el nervioso-central, el neurovegetativo y el endocrino, en atención de que los reflejos
vegetativos reinantes entre el gran simpático y las glándulas endocrinas, y entre éstas y el
sistema nerviso central, revisten gran importancia para un más fidedigno conocimiento de las
interrelaciones entre funciones humorales y fenómenos psíquicos cuyos desequilibrios alcan-
zan en el comportamiento humano destacado interés, asimismo las disfunciones del sistema
nervioso pueden influir en el desarrollo de tendencias antisociales y criminales al modificar el
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 431

D. EL EXAMEN PSICOLÓGICO-CRIMINOLÓGICO

Debe perseguir el hallazgo de los rasgos diferenciadores de la personali-


dad del examinado, los factores endógenos, de carácter psíquico, que estuvie-
ren influyendo en su conducta, los mecanismos psicológicos que estuviesen
actuando en sus formas de proceder y reaccionar (mecanismos de defensa…),
sus carencias afectivas y emotividad, sus actitudes y aptitudes, los rasgos de
temperamento y carácter (v.gr., rasgos neuroticistas o de extroversión, mani-
festación de inseguridad en sí mismo y huida del compromiso constructivo
por miedo a enfrentarse con la responsabilidad…). O, en fin, también, cuál es
el estado de las funciones psíquicas cuyos déficits o anomalías pudieran ha-
ber influido y estar teniendo repercusión apreciable en la conducta delictiva.
(Ello pudiera darse, en efecto, en la percepción, en la atención, en la memo-
ria, en la ideación, en la afectividad, la voluntad, la consciencia…).
Refiriéndose conjuntamente al coloquio (entrevista) psiquiátrico y al exa-
men psicológico o psíquico escribe Vincenso MASTRONARDI: “Como ya he-
mos subrayado, el coloquio psiquiátrico y el examen psíquico representan dos
expresiones de un mismo momento metodológico-diagnóstico, y la evalua-
ción de las funciones psíquicas viene efectuada en una sola, con el coloquio
mismo, que hábilmente dirigido, permitirá al operador completar la mayor
parte del examen psíquico, aunque no pudiendo considerarse plenamente
sustitutivo de éste último, pues será comúnmente oportuno transformarlo en
demanda de tests más específicos inherentes a las funciones psíquicas mis-
mas. La entrevista, que ya veremos, juega desde luego, en este campo, un
papel preponderante.
El cambio debe ser gradual y directo con tacto, con el fin de minimizar la
impresión negativa que el examinando pudiera tener, al haber percibido que
es objeto de examen y, por tanto, ha de hacerse con el objetivo de reducir el
ansia, las resistencias, y potenciar así el grado de colaboración al coloquio”533.
El examen psicológico, incluso para evitar sugestiones y transferencias
mutuas entre examinador y examinado, se sirve, actualmente, de tests para
complementar el conocimiento aquí buscado y, al mismo tiempo, de poten-
ciar la objetividad del mismo534.

temperamento, bien directamente o, como sucede más a menudo, mediante procesos en los
que las tendencias latentes y potenciales se transforman en dominantes y activas.” (“Métodos
de la Criminología”, “Criminología, Parte II, en el apartado “Método y Técnicas de Investigación
criminológica. Examen particularizado de algunas técnicas de Investigación. La Exploración”, 2011).
533
V. MASTRONARDI.”Manuale per operatori criminologici e psicopatologici forensi”, Dott
A. Giuffrè Editore, Quarta edizione, Milano,2001, p.273.
534
La denuncia de este peligro viene de largo. Los autores ya citados, H.F.
ELLENBERGER Y D. SZABO, después de relacionar la psicología y la criminología, mencio-
432 CésaR Herrero Herrero

Suelen emplearse tests pertenecientes a tres categorías distintas: Los tests


de inteligencia, los tests de personalidad o de carácter y los tests de orientación pro-
fesional o tests de aptitudes.
1º Entre los tests de inteligencia (edad mental y cociente intelectual) más
utilizados, están el de BINET-SIMON, aplicado, con preferencia, a niños
problemáticos, y el de WECHSLER-BELLEVUE, con utilización para niños
y adultos, el representado por la denominada “ESCALA DE ALEXANDER
(para personas de 16 años en adelante)…535
2º Entre los tests de personalidad o de carácter han venido usándo-
se dos tipos de tests, los que toman forma de cuestionario y los denomina-
dos de prueba o de proyección objetiva536. Entre los primeros están el M.M.P.I.
(=”Inventario Multifásico de personalidad de Minnesotta”), elaborado por
S. R. HATHAWAY y J. C. McKINLEY. Existe una versión nueva (M.M.P.I.-2),
de 1989. Se trata de un test que, como comenta el ISPEC francés: “Presenta
cuestiones aparentemente insignificantes destinadas a no despertar la des-
confianza del sujeto; está revestido de una larga escala de ficciones que lleva
a los comportamientos sociales, a los cuales la mayoría de los individuos re-
conoce contravenir. Este test permite poner en evidencia trazos psicopáticos
y abandonistas que se revelan más frecuentes en los reincidentes que en los
delincuentes primerizos”537.
Entre los tests de personalidad de proyección objetiva (que son aquéllos
que hacen posible que el sujeto “proyecte” en ellos su personalidad como
si de una pantalla filmica se tratase) pueden distinguirse una pluralidad de

nando que pueden llevarse a cabo estudios psicocriminológicos (Psicocriminología), utilizan-


do métodos individuales, métodos de series y métodos individuales por grupos (a menera, por
ejemplo, de E. Seelig), agregan que los métodos individuales contienen ventajas, pero corren
algunos peligros, destacando, sobre todo, uno de ellos cuando aseguran.: “ Existe, por otra
parte, un riesgo más sutil, sobre todo cuando se emplea técnicas de hipnosis o de psicología
profunda que implican una colaboración prolongada del investigador con el sujeto estudiado:
un clima de sugestión recíproca y de autosugestión se establece fácilmente y corre el peligro
de deformar enteramente los resultados de las investigaciones. Ésta es la razón por la cual las
innumerables experiencias sobre el “crimen por sugestión”, perseguidas durante todo el siglo
XIX, no han dado resultado probatorio, y no es seguro que los adeptos de diversas psicologías
profundas hayan sabido escapar a este riesgo. Por razones análogas, la utilización de las auto-
biografías de criminales necesita de una gran prudencia.” (“L’approche multidisciplinaire des
problèmes de la criminologie”, ya citado, p. 8 del estudio).
535
Sobre esta cuestión puede verse Corwin BOAKE: “From the Binet-Simon to the
Wechsler-Bellevue: Tracing the History of Intelligence Testing”; en Journal of Clinical and
Experimental Neuropsychology, Vol. 24, 3 (2002)pp. 383 y ss.
536
Sobre los tests proyectivos puede verse, por ejemplo, la obra de Mª VIVES GOMILA:
“Tests proyectivos: Aplicación al diagnóstico y Tratamiento clínicos”; Publicacions i Edicions
de la Universitat de Barcelona, Barcelona 2006.
537
ISPEC: “Le contenu de la Criminologie”, ya citado, p.1 del informe.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 433

ellos, construidos desde bases diversas. Así, elaborados desde técnicas psicoa-
nalíticas, están: El test de RORSCHACH, con virtualidad para poner de ma-
nifiesto determinadas enfermedades mentales a través de diez láminas con
manchas de tinta, y sobre las que el examinado ha de decir lo que él se figura
que esas manchas respresentan. La visualización llevada a cabo de las mis-
mas parece dejar concluir, desde una perspectiva ciminológica, que los delin-
cuentes visionantes dan posibles respuestas que dejan translucir: oposición
agresiva, frialdad o ausencia afectiva y retraso en el conocimiento y control
de sí mismos. Entre otras.
Dentro de esta misma categoría de tests, está tambien el T.A.T. (=Thematic
Apperception Test), de MURRAY. Este test (“Test de Apercepción Temática”),
apareció, por vez primera, bajo la autoría de Morgan y Murray (1935). Fue en
1938, cuando éste último, incorporando al test las conclusiones aportadas por
él sobre la personalidad, incluidas en su libro “Personality Exploration” dio a
aquél la forma con que hoy se aplica (1947).
El test consta de 31 láminas con las que se puede elaborar narraciones, a
través de las cuales, según se va avanzando, puede percibirse lo que hay de
constante en el examinado, aunque dichas narraciones varíen. Naturalmente,
lo que permanece es interpretado como la base sobre la que descansa la orien-
tación de la persona, su prevalente forma de ser, por lo que la quiere pre-
servar. Cuando en las narraciones surge algún conflicto, el delincuente, si le
afecta a él, manifiesta una especial sensibilidad538.
Interesante es, asimismo, el denominado TEST DE KOCH o TEST
PSICOLÓGICO DEL ÁRBOL DE KOCH, test proyectivo orientado al cono-
cimiento de la denominada como “personalidad profunda” y, por lo mismo,
inspirado en las teorías de la psicología del mismo calificativo. Las deduc-
ciones sobre la personalidad de un individuo se llevan a cabo a partir de la
reproducción gráfica de un árbol, al que se puede percibir surgiendo, o no,
desde un suelo obsevable, ya que éste, según se dé o no, y según se le atribu-
ya, o no, presencia (gráfica) de pastos u otros elementos, habrá de interpre-
tarse de forma distinta con relación a la personalidad (segura o insegura) del
obsevador y a su situación (con conflictos o no, etc.).
Dentro de los tests proyectivos, informados sobre concepciones
biológicas,se encuentran, entre otros:
— El TEST PROYECTIVO de SZONDI, conocido también como “Tratado
del Diagnóstico experimental de los Instintos”. Está integrado por 48 fo-
tografías con rostros diferentes, divididos en series (seis series), cada
una con un contenido distinto: Un homosexual, un homicida sádico,

Puede verse una exposición suficiente de este test en “Test de Apercepción Temática”,
538

Universidad de Concepción, Carrera de Psicología, 2002.


434 CésaR Herrero Herrero

un epiléptico, un histérico, un catatónico, un paranoico, un depre-


sivo y un maniático. Se utilizan, asimismo, peresonajes simbólicos
pertenecientes al mundo del mito y de la leyenda, empleados en la
“Psicología Profunda” para expresión de complejos o situaciones psi-
copatológicas… El test, en principio, trata de desvelar enfermedades
psíquicas, relacionadas con el entorno familar, y de las que pudiera
ser vehículo transmisor el examinado. Ello puede interpretarse así
en virtud de la afloración de plurales estructuras del Yo (instintivas,
latentes…) en el sometido a prueba. Todo ello se manifiesta con la
elección, por parte de éste, de las fotografías correspondientes. La
elección manifestaría las necesidades intintivas satisfechas o insatis-
fechas, así como las reacciones correlativas frente a las tendencias no
satisfechas.
— El TEST DE MIRA o PMK. “El test de Mira” o P.M.K., es original de
E. MIRA y LÓPEZ, autor de origen español, de quien ya hemos ha-
blado, para otras cuestiones, en esta obra. Este test de personalidad
fue hecho público por él en 1939 en la Real Academia de Medicina
de Londres (Área de Psiquiatría). Su título, entonces, en lengua in-
glesa fue: “The M.P.D. A new device for detecting the conative trends of
personality”. Se trata de un test gráfico (se cumplimenta con un folio
y lapicero, trazando una serie de movimientos lineales…), con fines
de prueba de la reacción mental, como medio de expresión de la
“fórmula actitudinal” del individuo examinado. Se trata de llegar, se
ha dicho, a su “esqueleto psíquico”, en cuanto constructo de sus ten-
dencias básicas reactivas y de las características propias de tempe-
ramento y carácter. Y todo esto habrá de intentarse hacer con tanto
disimulo (posibilitado por el test) que no lo perciba el indagado. “Su
fundamentación teórica, ha escrito el mismo autor, se encuentra en
la denominada teoría motriz de la conciencia, de acuerdo con la cual
toda intención o propósito de reacción se acompaña de una modifi-
cación del tono postural que propende a favorecer los movimientos
destinados a la obtención del objetivo y a inhibir los movimientos
contrarios”. Parece que estos movimientos se podrían percibir en el
gráfico correspondiente elaborado por el examinado.539

539
El mismo MIRA y LÓPEZ comenta sobre este test: “Precisaba asociar o combinar las
ventajas de las pruebas proyectivas y las pruebas de expresión activa e involuntaria para hallar
una base más sólida desde la que pudiéramos lanzarnos con cierta seguridad a la investiga-
ción de los rasgos típicos de cualquier personalidad humana. Creemos haber encontrado esa
deseada combinación colocando a los sujetos en una situación experimental en la que no sola-
mente no puedan percibir la finalidad que con la investigación se persigue, sino que tampoco
sean capaces de controlar el rendimiento o la respuesta, pues ésta es obtenida en condiciones
técnicas que excluyen el control voluntario y permiten que sea expresiva de las tendencias
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 435

3º Por lo que respecta a los TESTS de ORIENTACIÓN PROFESIONAL,


puede decirse que están destinados a captar las aptitudes más relevantes en
el examinado, en orden a una posible elección profesional. De aquí que estos
tests se denominen también “tests de aptitudes”, pues está en relación direc-
ta con el análisis factorial de las mismas. Son aplicables, por ello, al delincuente
que, “sometido”, en su caso, a Tratamiento, la elección de una profesión y su
aprendizaje pueda servirle como medio fundamental para su recuperación
personal y social.
No puede confundirse el test de aptitudes con el test de inteligencia.
Aptitud e inteligencia no son dimensiones coincidentes.540 Hay muchas clases
de inteligencia y muchas clases de aptitudes.
Digamos, para terminar este punto, que, en el examen psicológico, habrá
que mirar la posibilidad, cuando se estimare preciso o muy conveniente, de
desvelar, dentro del respeto a los derechos, sobre todo fundamentales, del in-
dagado, y mediante el empleo de tests pertinentes, su actitud y sentimientos
morales. Si carece, o no, de conciencia moral o de estructura ética adecua-
damente jerarquizada y formada. (En casos, por ejemplo, de supuestamente
psicopáticos o similares).

E. EL EXAMEN PSIQUIÁTRICO-CRIMINOLÓGICO

Es conveniente que se haga siempre el examen psiquiátrico-criminoló-


gico. Aunque no parece que sea siempre necesario. Sólo habrá menester de
llevarlo a cabo cuando el médico especialista (en el examen biomédico) o el
psicólogo especialista (en el examen psicológico, observen indicios sólidos, o
fundadamente sospechosos, de que el investigado pudiera adolecer de algu-
na clase relevante de psicopatología. Las indagaciones del psiquiatra, crimi-
nológicamente especializado, actuará, fundamentalmente, orientando su in-
dagación hacia la posible detección de enfermedades mentales, afectivas, de
quiebra del psiquismo…, que pudieran haber influido en el comportamiento

naturales ancladas en una de las zonas más profundas del psiquismo: la miopsique. Se trata,
pues, de establecer el diagnóstico psíquico a través de las peculiaridades de ciertos movimien-
tos realizados por el sujeto; de ahí el título que hemos dado a nuestra técnica: Psicodiagnóstico
Miokinético (P.M.K.) o sea: diagnóstico psicológico por medio de los movimientos muscula-
res.” (Para este asunto, puede verse E. MIRA y LÓPEZ: “Psicodiagnóstico Miokinético (PMK)”;
Editorial Paidós, B. Aires, 2ª edición, sexta reimpresión, 1979. Sobre este test puede verse la
obra de Alice GALLAND DE MIRA publicada en portugués, en Vetor Editora, Sao Paulo, 1987
y en español, en 2002. Y un estupendo resumen de la obra de Mira y López, en http://www.
miraylopez.com/español.htm).
540
Sobre los tests de inteligencia y los tests de aptitudes puede verse: Alain SARTON:
“Los tests”, en Vol. Col. “La Psicología moderna”, ya citado, pp.490 y ss.
436 CésaR Herrero Herrero

antisocial del examinado. En este sentido estarán orientadas sus indagaciones


sobre los antecedentes familiares como sobre la dimensión orgánico-somática
y psíquica del así sometido a examen. Como ya es conocido, es muy probable
que enfermedades graves de este tipo arrojen al sujeto fuera del ámbito cri-
minológico, pues estaríamos ante tipologías psquiátricamente definidas.
Según el ISPEC francés, en este examen clínico del individuo, hay dos as-
pectos fundamentales, en los que uno constituye la parte capital: es el llamado
“coloquio psiquiátrico”, la dimensión subjetiva del examen. (El coloquio o en-
trevista son importantísimos, lo hemos dicho ya, en cualquiera de los exámenes
a practicar en el ámbito del método clínico-criminológico. Por eso, volvemos a
repetirlo, la estudiaremos con detenimiento en el momento oportuno).
También es importante el segundo aspecto, consistente en la realización
de un estudio neurológico, que va a permitir la evaluación de ciertos compo-
nentes del temperamento y más particularmente, del umbral de la sensibili-
dad, de la regularidad del bíotono, de la situación de excitabilidad general, de
la estabilidad muscular y de la estabilidad emocional541.
Los instrumentos para acceder al estado del examinado, desde este punto
de vista, son muy variados: Desde las técnicas informadas en la Fenomenología
(de esta posibilidad hemos hablado ya y volveremos sobre ello al abordar la en-
trevista), a las ofrecidas por la Psiquiatría dinámica, la Psicología diferencial, el
Neopsicoanálisis, tests proyectivos, los estudios electroencefalográficos…).
Tratando de concretar un poco más, se ofrece, a continuación, el esquema
de las técnicas que, según L. BINI y T. BAZZI, suelen servirse hoy la Psicología
y la Psicopatología para sus exploraciones. Aplicables, adaptándolas, a las ex-
ploraciones psiquiátricas. Dicho esquema es el siguiente:
1) Observación introspectiva:
a) Introspección directa
b) Introspección provocada
c) Introspección intuitiva
2) Observación objetiva:
a) Técnicas psicoanalíticas
b) Comportamiento provocado (psicofísico, test de eficiencia)
c)  Observaciones anatomofisiológicas
3) Técnicas de “provocación” experimental:
a)  En el animal: Fármaco-dinámicas, quirúrgicas
b)  En el hombre: Fármaco-dinámicas, quirúrgicas, psicógenas

541
ISPEC, trabajo ya citado, p. 2 del estudio.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 437

4) Exploración del inconciente:


a)  Técnicas psicoanalíticas:
   — Asociaciones libres
   — Análisis del sueño
   — A nálisis del transfert
b)  Técnicas proyectivas (tests proyectivos)
c)  Técnicas narcoanalíticas
d)  Técnicas hipnóticas542

F. EL EXAMEN SOCIAL-CRIMINOLÓGICO (LA ENCUESTA SOCIAL)

Hoy, no es seriamente discutible que el acto delincuencial esté influido


por el medio-ambiente, sea físico, ecológico y, sobre todo, social. Si ello es así,
es evidente que, para cumplir las exigencias del método clínico criminológi-
co, es necesario acudir, también, a la dimensión social en que se haya desen-
vuelto el delincuente. Es preciso formular el diagnóstico social del mismo.
¿Cómo? Mediante el llamado examen social o encuesta social. Para su formu-
lación, será menester interrogar o entrevistarse, por parte del personal com-
petentente y facultado para ello (asistentes sociales, trabajadores sociales543,
sociólogos en su caso), en primer lugar, con el investigado. Pero, también,
con personas que hayan tratado con asiduidad con el aquí indagado: familia,
colegas, escuela, lugar de trabajo, con el fin de acopiar datos relevantes para
reconstruir, con la mayor exhaustividad posible, el “universo” físico, ecológi-
co y social en el que el mismo haya vivido y convivido y, desde luego, para
tratar de recoger, cuando sea ello posible moral y jurídicamente, testimonios
sobre la situación y comportamiento interrelacional del individuo. Deberá in-
vestigarse, pues, su entorno, su familia, la escuela, para conocer el modelo de
formación y educación recibidas, qué ocupaciones o trabajos ha desempeña-
do y cómo los ha desmpeñado, qué objetivos orientaban su vida, qué princi-
pios éticos o morales manifestaba con palabras y hechos544.
En todo caso, la visita domiciliaria o a los familiares próximos es, si ello
se pudiera hacer, de gran importancia, a estos efectos. Como bien razona
L. RODRÍGUEZ MANZANERA:

542
L. BINI y T. BAZZI: “Trattato di Pschiatria”; Ed. Vallardi, Milano, 1979. Cita recogida de
V. MASTRONARDI: “Manuale per operatori…”, ya citado, p.57.
543
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, pp.206-207.
544
SALAH-EDDINE ABBASSI y M. THIERRY TOUTIN: “La Criminologie: Objet,
Objectifs et Moyens. Pourqoi la Criminologie?” (Conference), Rennes, Mars 2010, p.15 del
trabajo.
438 CésaR Herrero Herrero

“En cuanto a la visita domiciliaria, ésta es una de las funciones más caracterís-
ticas del trabajo social. Al acudir a la casa del sujeto en estudio y/o de su familia,
se debe observar una serie de aspectos sociales como:
a) El lugar, zona (rural o urbana), ciudad, pueblo, colonia, barrio, etc.
b) Características culturales, económicas y sociales en general, de la
familia y de su entorno.
c) La casa-habitación, número de habitantes, cantidad de habitacio-
nes, muebles, facilidades, etc.
d) Estructura familiar, dinámica y conflictos, integración o
desintegración.
e) Problemas y necesidades familiares (enfermedades, desempleo,
promiscuidad).
f) Problemas victimilógicos, sobre todo si se trata de un delito
intrafamiliar.
La visita debe ser programada, avisar a la familia, ser puntual y procurar
la mayor discreción del caso. El Trabajador Social debe asegurarse de la
identidad de las personas que entrevista y de la privacidad de la sesión,
cuidarse de la presencia de individuos no pertenecientes al núcleo fami-
liar y, en su caso, entrevistarlos separadamente”545.
Es manifiesto, por lo demás, que sería grandemente deseable que los
Trabajadores Sociales o Técnicos Sociales conociesen a los agentes y corre-
lativos contextos de la socialización primaria y secundaria, del aquí y ahora
afectado, en orden a la recolección de datos específicos para el caso.
No obstante, debemos llamar a la necesidad de adaptarse al sentido de la
realidad. ¿Por qué? Porque todo lo que acabamos de describir no deja de ser
una gran y noble aspiración. En nuestras sociedades urbanas, postindustria-
lizadas y burocratizadas, donde las formas de urbanización, la masificación
del “habitat”, de la Escuela y del Trabajo, de su lejanía respecto a la sede do-
miciliar, el frecuente desmembramiento familiar, la fluida relación entre cole-
gas y “amigos”, fomentan el anonimato, fomentan o refuerzan las relaciones
secundarias y, al fin y a cabo, el desconocimiento y el desinterés por el otro y
su comportamiento. Lo que, efectivamente, ponen en muchas dificultades el
cumplimiento de lo arriba enumerado. Pero no sólo ello. Llevar a cabo (si fue-
ra posible) todas esas gestiones apuntadas supondría un número nada escaso
de medios personales y reales. ¿Pueden y están dispuestos a facilitarlos los
responsables políticos de la Política Criminal?
Los partidarios de la Criminología Clínica, con las funciones y objetivos
previstos para la misma, tal vez hayamos de contentarnos, sobre este parti-

545
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, pp. 206-207.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 439

cular, con la entrevista, bien programada y ejecutada, con respecto al delin-


cuente y el estudio selectivo del expediente procesal penal y penitenciario.
O el de otras instituciones públicas o privadas, siempre dentro, lo repetimos
una vez más, del respeto a los derechos del indagado. Y será de agradecer
todo lo que de más sobrevenga por añadidura546.

G. EL EXAMEN E INTERVENCIÓN DEL CRIMINÓLOGO CLÍNICO

Corresponde, en principio, al criminólogo “generalista”, en coordinación


con los miembros especialistas, ofrecer, con los datos aportados por éstos y
los propios (adquiridos, en su caso, mediante la entrevista criminológica u otros
medios adecuados), una visión armonizada y holística del individuo estudia-
do, describiendo, explicando e interpretando los elementos que integraren la
personalidad criminal de aquél (rasgos nucleares y periféricos de ésta o relati-
vos a su adaptabilidad social) así como los factores que huieran conformado o
estuvieran conformando dicha personalidad.
Es misión específica del criminólogo, también aquí, salvaguardar que
las ciencias del comportamiento (empíricas o no), puestas en práctica al
servicio de la Criminología (sea General o Clínica) conspiren todas ellas, si-
multáneamnte y al unísono, para alcanzar el que es objeto específico de la
Criminología como ciencia: esclarecer y hacer frente, bajo información inter-
disciplinaria, al fenómeno criminal, sea en su forma generalizada o en cuanto
se encarna, como es el caso, en el individuo concreto.

H. EL EXAMEN E INTERVENCIÓN DEL JURISTA

La Criminología, como cualquier otra ciencia, sea o no empírica, tiene


por finalidad el conocimiento de una parte de la realidad para que el hombre
pueda beneficiarse de ese conocimiento. Para que ello sea así, la criminología

546
A esta idea parece responder el siguiente comentario de Chr. DEBUYST: “Finalmente,
nosotros podemos igualmente constatar una toma de conciencia progresiva de la importancia
de las infraestructuras psicosociológicas y de la significación que puede tener en esta campo
una actitud clínica. Sin duda, en un dossier de personalidad, una parte importante es la con-
fiada a la encuesta social. Sin embargo, esta encuesta social no consiste, muy frecuentemente,
sino en la recolección de un cierto número de datos indispensables para que el clínico pueda
tener una visión completa de la personalidad que él estudia. A partir de un cierto momento,
viene a parecerle que esta información social no se le puede revelar con la facilidad que él
había imaginado. Para penetrar en la cultura de un grupo, el contacto directo y prolongado se
manifiesta cada vez más necesario y se llega a preconizar una actitud de participación aproxi-
madora, en distintos aspectos, de la actitud etnológica. “ (“Méthodes modernes en Criminologie”,
ya citado, p.172).
440 CésaR Herrero Herrero

ha de operar dentro de los límites de toda ciencia. Es decir, al menos dentro


de la búsqueda de la verdad y del respeto a la dignidad del ser humano. La
ciencia no puede pretender, sin destruirse o pervertirse, salirse, intencional-
mente, de los márgenens de la verdad o realizarse en contra del hombre.
En este último sentido hay que afirmar, por ello, que la Criminología no
puede hacerse, desde luego, sacrificando los derechos humanos y, tampo-
co, aunque sea menos grave, infrigiendo el resto del Ordenamiento jurídico
justo.
Desde esta perspectiva, parece manifiesta la alta conveniencia, cuando
no la necesidad, de la presencia de un jurista competente, especializado en
este campo, preferentemente con formación criminológica “ad hoc”, en or-
den a que se garantice, en la compleja práctica de medios y técnicas, utiliza-
dos en las distintas fases del método clínico criminológico, el respeto a dichos
derechos y al resto de la normativa jurídica.
Naturalmente, estoy presuponiendo, aquí, para dar presencia al refe-
rido jurista, que los actores intervinientes en el ámbito que estamos abor-
dando, forman equipo, y así actúan, dentro de Instituciones Penitenciarias,
o en relación directa, en todo caso con su ámbito de misión funcional y
funcionarial547.

I. ALGUNAS INSTITUCIONES METODOLÓGICAS MUY FRECUENTES


Y RELEVANTES EN LA INVESTIGACIÓN CLÍNICA. 1ª: LA FIGURA
DE LA OBSERVACIÓN

Nos referimos, ahora, a las figuras de la Observación, de la Entrevista y


de la “Historia clínica criminológica”. Si bien, empezamos, en este apartado,
por La Observación CRIMINOLÓGICA. En los siguientes apartados de este
mismo Cápitulo, abordaremos el desarrollo de las otras dos instituciones.
Entonces, ¿qué decir de la Observación criminológica como medio de conoci-
miento para el criminólogo clínico? Lo que sigue.

547
Sobre este conjunto de Informes que acabamos de exponer, puede verse, para
constatar cómo se orientaban y se trataba de llevar los a la práctica, la recientísima obra de A.
SERRANO GÓMEZ y Mª Isabel SERRANO MAÍLLO: “El mandato constitucional hacia la ree-
ducación y reinserción social”; Editorial Dykinson, Madrid, 2012. Sobre todo, su Parte Segunda,
donde examina los estudios (a través de tales exámenes, derivantes de otros tantos correlativos
Informes) que, en su día, llevara a cabo la Central Penitenciaria de Observación, dependiente
de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, entonces incardinadas en el Ministerio
de Justicia. (Ver pp.109-221. Aquí se hace referencia: Al Informe jurídico criminológico, al infor-
me psicológico, al Informe psiquiátrico, al Informe pedagógico, al Informe del asistente social,
al Informe sociológico. Todos ellos, base de la denominada, como ya hemos hecho nosotros
mención, “Síntesis criminológica”).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 441

Al margen de que, en la práctica, el número de sujetos “observados” por


el criminólogo no engloba, ni de lejos, la masa existente de delincuentes548, es
lo cierto que la figura de la “observación” posee gran relevancia en las ciencias
empíricas. Recuérdese que una de los métodos o submétodos de éstas estriba,
precisamente, en la Observación. Junto con la Experimentación y, hoy en día,
por el florecimiento de la Estadística, con la Cuantificación.
No hablamos ahora, por lo demás, de los exámenes de los especialistas,
decritos en los partados anteriores. Nos referimos, fundamentalmente, a la
forma de conocimiento que puede ser conseguida, con suficiente ojetividad,
poniéndose el legitimado en conseguirla en conexión (sobre todo directa) con
el observado, con la pretensión (y esto sería el ideal) de que él no se percate
de que está siendo observado.
No se trata de una autoobservación (introspección), sino de una observa-
ción exterior sobre otro. (Aquí, de un individuo concreto). Tampoco, de obser-
var superficialmente y sin referencia ni própósito previo. Se persigue ahon-
dar en el fenómeno observado para llegar (comprender e interpretar) cuál
pueda ser su correlato con sus actitudes previas y su actitud interior actual..
Todo ello para esclarecer, en su caso, el comportamiento antisocial pasado y
poder servirnos, en lo posible y razonable, de ese conocimiento, en orden a
pronosticar el porvenir en cuanto a la conducta del observado.
Hablamos, por tanto, de la observación como de un medio de conoci-
miento no puramente fenomenológico sino como instrumento gnoseológico
por el que se allega al obejto cognoscible mediante la sensación, la percep-
ción y dando entrada al contenido de la senso-pecepción en el ámbito noé-
tico, plataforma cognitiva superior del que mira (o está atento), desde la que
es posible comprender, juiciosamente, racionalmente, el mensaje trasmitido
desde el exterior por los correspondientes estímulos, signos o símbolos (pala-
bras, gestos, acciones, actitudes, silencios…)
Como dice J. C. VILORIO DE LA FUENTE: “La observación es un méto-
do pasivo que tiene por objeto examinar cuiodadosa y atentamente los fenó-
menos que se producen, sin alterarlos por la experimentación, para lograr un
conocimiento más claro de los mismos con fines teóricos y prácticos, descu-
briendo así cierto número de hechos a partir de los cuales podrá formularse
una hipótesis de trabajo que después se someterá a verificación experimental.

548
Como advierten G. STEFANI, G. LEVASSEUR y R. JAMBU-MERLIN: “El criminólo-
go no puede entrar a conocer prácticamente más que a los delincuentes en el sentido legal del
término, es decir, los individuos en instancia de condena o condenados, que han cometido un
acto o una serie de actos recogidos por las leyes penales del país. Se le priva, por tanto, de toda
posibilidad de observación sobre dos categorías esenciales de individuos, de una parte, sobre
los delincuentes que han escapado a la policía y a la justicia y, de otra, sobre los predelincuen-
tes…” (“Criminologie et Sciencie Penitentiaire”, ya citada, pp. 153-154).
442 CésaR Herrero Herrero

(…) En el canpo de la Crimiminología, el método de la Observación de la con-


ducta del delincuente y predelicuente se utiliza a efectos de diagnóstico, pro-
nóstico y programa de tratamiento, aspirándose mediante su empleo a cono-
cer o descubrir las deficiencias, aptitudes y actitudes del sometido al mismo,
con la finalidad de intentar encontrar los medios más eficaces encaminados
al logro del desarrolllo de su personalidad, caso de estimarse necesario.
Al criminólogo –continúa el mismo autor– le interesa la conducta del in-
dividuo objeto de estudio tal y como se presenta de forma espontánea o en
situaciones artificiales. Pretende, generalmente, la predicción, el control y la
modificación de tal conducta que culturalmente es estimada como antisocial;
persigue, pues, el conocimiento de los problemas biopsicosociales que pue-
den haber acuciado o acucian al delincuente o predelincuente concreto para
intentar buscarles solución y, en esta forma, contribuir a su readaptación a las
exigencias de la vida social. Para lograr esto, el Criminólogo utiliza el método
positivo de la observación del delincuente o predelincuente”549.
La Observación de que venimos hablando puede ser Directa o Indirecta.
Es directa cuando se lleva a cabo de forma inmediata (sea por la cercanía
física del observador u observadores facultados, responsables por su especia-
lidad de conocer al observado, o mediante la visualización o escucha por los
mismos, en tiempo real, de éste, a través de los medios idóneos, ofrecidos por
las “nuevas tecnologías” (cámaras, Tv. en circuito cerrado, micrófonos pues-
tos al efecto...). Es indirecta, cuando se lleva a cabo, generalmente, fuera del
centro institucional, por estar el afectado en régimen de libertad, a través, por
ejemplo, de personal encargado de vigilar a los reos en libertad “on parole” o
similares…550

549
J. C. VILORIO DE LA FUENTE: “Método y técnicas de investigación criminológica”; en
su estudio “Metodos de la Criminología. Crriminología II, 2011; texto en htpp://www.roberttexto.com
(archivo7/criminal 2.htm).
550
El ISPEC francés hace referencia a la Observación directa, en primer lugar, cuando se
utilizan métodos de observación encaminados a determinar la actitud del sujeto, comentan-
do, a este respecto, que la actitud positiva del individuo manifestada “vis-à-vis” por sus actos
“es una cuestión fundamental porque el tratamiento reside en la adhesión del mismo a éste”.
De tal forma que, sin ella, “el sujeto no será convencido de que su infracción es un mal y que
debe por su bien adoptar una actitud diferente. Es necesario que sea persuadido porque en su
defecto no podrá alcanzar su transformación. Es preciso que tenga esa elección por su parte.”
Y añade la Institución: “Son los trabajadores sociales quienes deben en tanto que observado-
res, preparar un plan, una suerte de asistencia-memoria, con la ayuda de la cual ellos pueden
dirigir la conversación con el delincuente que han de ver todos los días. Se debe provocar
sus confidencias sin contradecirles, en un clima de confianza. Los trabajadores sociales deben
saber escuchar. Aquí existe un principio: el detenido debe saber, desde que ha traspasado la
puerta de la prisión, que su pasado ya no es problema sino su porvenir o futuro.” También con-
sidera dicho Organismo Observación directa, cuando se emplean métodos que ponen de ma-
nifiesto el comportamiento social del sometido a obsevación. Son métodos que, según aquél:
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 443

Por lo demás, este instrumento de conocimiento que es la Observación,


ofrece dificultades de aplicación y de procedimiento que constituyen cues-
tiones previas. ¿Cuáles? Entre las más comunes, están las referidas al suje-
to pasivo de la observación. ¿Quién puede ser observado desde el punto de
vista juríco? Desde luego, los ya condenados. Depende de legislaciones la
posibilidad jurídica de la observación directa (del comportamiento) de los in-
ternos preventivos. Ésta última es bastante generalizada su admisión, en or-
den a la separación o clasificación en grupos. Así, por ejemplo, la legislación
española551.
En cuanto al lugar, además de la distinción entre condenados y no con-
denados, ha de distinguirse, por razones de oportunidad, sobre todo, entre
delincuentes en libertad (se supone ahora que legal) y delincuentes interna-
dos en establecimientos penitenciarios. Es obvio que cabe esta Observación,
para los condenados, en los establecimientos penitenciarios o asimilados,
donde estén destinados. Pero con gran dificultad operativa y, en todo caso,
sin superar apenas las formas de observación indirecta, cuando estuviesen
cumpliendo condena en libertad. Respecto a los no condenados, no pare-
ce que puedan ser sometidos a la clase de observación de que aquí se tra-
ta mientras no hubiesen sido internados. (Cabrían medidas precautorias, si
estuviesen recogidas en la legislación adecuada e impuestas ordinariamente
por la Autoridad Judicial competente. Pero, generalmente, la Observación de
dicha naturaleza trascendería la índole de tales medidas. Y, por lo mismo,
estaríamos, al menos, ante invasión indebida de su intimidad (prohibida por
las Constituciones democráticas y por las Declaraciones Supranacionales de
Derechos Huamanos)552.
Y, en tercer término, no se puede emplear cualquier método de observa-
ción, por las mismas razones que acaban de ser esgrimidas o porque, sin inva-
dir la intimidad, ofendieren, de cualquier modo, la dignidad del ser humano,

“Suponen la participación de todo el personal del establecimiento (administración técnica y


sobrevigilancia). El comportamiento del individuo debe ser observado en todos sus aspectos:
— Dedicación en el trabajo.
— Empleo del tiempo libre (lectura, correspondencia…).
— Relaciones con la familia, el personal institucional y los cointernos).
Es necesario aquí que la actitud positiva se refleje en todos los aspectos del compor-
tamiento y que se pueda percibir el esfuerzo. Así, el estudio del comportamiento va a com-
pletar el de la actitud, elementos que son ambos indispensables. En este estadio el observa-
dor no debe interpretar, él debe simplemente anotar lo que ve o escucha.” (“Le contenu de la
Criminologie”, ya citado, p. 2 del estudio).
551
Así, por ejemplo, el art. 64 en relación con el art. 16 de la Ley O. G. P. 1/1979, de 26 de
septiembre.
552
Ver, por ejemplo, el art 18 de la CE y el art. 12 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 10 de siembre de 1948.
444 CésaR Herrero Herrero

empleando, por ejemplo, sustancias alienantes o despersonalizadoras para


facilitar la situación de ser observado o explorado.
¿Y qué decir de la observación de la víctima? La víctima, cuando no haya
duda razonable de que no lo es (no hay indicios, por ejemplo, de denuncia
falsa…) no puede ser sometida por nadie a ninguna clase de observaciones,
como no lo puede ser ninguna persona que no sea delincuente ni víctima.
Naturalmete, salvo que lo pidiera ella, v. gr., como posible terapia a su estig-
matización. (En todo caso, sin ir nunca contra su dignidad de persona).Otra
cosa sería si, en presencia de indicios vehementes de falsedad procesal, etc,
el juez competente decidiera decretar alguna medida en esta dirección, siem-
pre bajo cobertura del principio específico de legalidad.
R. GASSIN, al mencionar esta cuestión, opina, teniendo en cuenta, sin
duda, el papel que la víctima puede jugar en el surgimiento del delito, que,
para la víctima no habrá de recurrirse a todos los métodos de observación
aplicables, en su caso, al delincuente. Y concluye: “La encuesta social y el exa-
men psicológico parecen ser los que pueden utilizarse para conocer la perso-
nalidad de la víctima. No es más que excepcional la posibilidad de aplicarle
un examen psiquiátrico, cuando así se revelara necesario”553.

J. ALGUNAS INSTITUCIONES METODOLÓGICAS, MUY FRECUENTES


Y RELEVANTES EN LA INVETIGACIÓN CLÍNICA. 2ª: LA FIGURA DE
LA ENTREVISTA CRIMONOLÓGICA

La figura de la entrevista está hoy tan extendida en todos los sectores


de la actividad humana (en el campo laboral, en el de selección de personal,
entrevista clínica en el campo sanitario, en el ámbito de la delincuencia…)
que es necesario, al entrar a delimitar su concepto y sus funciones, el dar una
visión general, muy general, de la misma (pero siempre en el campo estricta-
mente profesional) y tratar luego de profundizar en el campo específico. Es lo
que pretendo hacer aquí y ahora.Pues a nosotros nos interesa, sobre todo, la
entrevista clínica criminológica con el delincuente.
a) Visión general. El concepto de entrevista y sus modalidades más ex-
tendidas. La entrevista puede ser descrita como el medio organizado, desde cri-
terios profesionales razonablemente fundados, en virtud del cual dos personas, con
consentimiento mutuo, acuerdan encontrarse (ordinariamente con presencia física)
para, mediante una conversación cruzada entre ellas, tratar de esclarecer, a través de
las correspondientes preguntas y respuestas, un acontecimiento relevante conocido o
protagonizado por uno de ellos (sujeto paciente del encuentro) y del que el otro (sujeto
activo y profesional afectado) necesita o le es muy conveniente recibir la suficiente in-

553
R. GASSIN: “Criminologie”, ya citada, p.704.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 445

formación o percibir, en su caso, la motivación, los sentimientos o la significación del


mismo para el propio actor.
Sus modalidades más conocidas. Depende de los criterios de que se parta
para poder hablar de unas u otras modalidades. Teniendo en cuenta la es-
tructura de la entrevista y su formato puede hacerse mención, por ejemplo a:
Entrevista formal (o estructurada), que se lleva a cabo a través de un cuestiona-
rio o formulario previamente planificado y preparado.Naturalmente, aquí, se
supone un cierto conocimiento sobre el entrevistado y su situación concreta
a dilucidar. Entrevista no estructurada o informal (con ausencia de guión o for-
mulario, las preguntas son abiertas y las respuestas no sometidas, en princi-
pio, a tiempo o espacio). Entrevista dirigida (En ella el entrevistador introduce
las preguntas en contenido y forma, los tiempos de respuesta, etc. Entrevista
no dirigida (Aquí, el entrevistador encuadra la cuestión a tratar y anima al en-
trevistado a exponer sus puntos de vista y manifestar sus sentimientos, esta-
do de ánimo…, sin vituperar, contradecir…, creando un clima propicio para
la confianza, y la expresión espontánea…)554.
b) La entrevista clínica criminológica. Desde nuestro punto de vista,
puede tomar una u otra estructura, uno u otro formato. Como advierte H.
MARCHIORI: “…Muchas veces, las mejores y más fructíferas entrevistas se
realizan simplemente caminando y dialogando con un interno…”555
Lo trascendente en estas entrevistas es que el entrevistador sepa, sobre
todo, lo que ha de perseguirse con ellas. Indagar, asimismo, cúal es la peligro-
sidad social del examinado o, si se prefiere, ponderar su capacidad criminal,
cuáles pueden ser los factores que están en su origen y evolución, cuáles son
los factores próximos (situacionales) que le han impulsado, finalmente, a se-
guir, en la práctica, los impulsos de su personalidad delincuencial, sin que se
interpusieran eficazmente, disuadiéndole de lo contrario, factores de protec-
ción. Todo ello, con la finalidad última de perseguir su reinserción social, una
vez efectuado el correspondiente pronóstico y puesto en acción el pertiene-
nete Tratamiento, si procediere.
Como asegura el mismo Chr. DEBUYST, los datos que se nos dice que es
capaz de proporcionar el “coloquio clínico”, para esclarecer la etiología de
la delincuencia, es posible analizarlos a diferentes niveles: En el primer nivel,
podemos tomar en su sentido corriente las palabras que nos diga el delin-
cuente a propósito de su acto, como explicación. Obviamente, la explicación
ésta será, en principio, más o menos una versión parcial o interesada.. En el

554
Sobre esta materia, puede verse H. ROLDÁN BARBERO: “Sobre Encuestas y
Entrevistas”, Cap. IV, pp.67 y ss. de su obra “Introducción a la Investigación Criminológica”, 2ª edi-
ción, Granada, 2009.
555
H. MARCHIORI: “El estudio del delincuente”, Edit. Porrúa, México, 1982, p. 57.
446 CésaR Herrero Herrero

segundo nivel, el acto criminal ha de ser enjuiciado con relación al conjunto de


la personalidad del individuo. Hay que ver si el acto responde a la lógica de
lo que es la personalidad del agente entrevistado y de si se inserta en las pre-
ocupaciones de la vida cotidiana, en el universo personal que él mismo se ha
construido en el curso de toda su historia. Si el acto delincuente se presenta
como la expresión de una personalidad que se estructura de acuerdo a una
estructura de antisocialidad. El tercer nivel haría referencia ya a la explicación
causal, a los factores explicativos concretos (por ejemplo, a déficits de afectivi-
dad), que han decidido el paso al acto efectivo556.
Pero, naturalmente, al criminólogo clínico, como entrevistador, con los fi-
nes que mencionamos hace unos instantes, no le debe preocupar demasiado
el modelo de entrevista, sino el espíritu, la actitud, con que se la impregne,
para alcanzar precisamente tales fines, esquivando, lo más posible, el riesgo
de la subjetividad falseada o el riesgo del engaño o del rechazo a la comu-
nicación, del entrevistado. Por eso, E. De GREEFF subrayaba que la actitud
clínica “comporta ante todo el estudio del estado de conciencia, de los acon-
tecimientos que se presentan expresándose en el yo”557.
Glosando el precedente texto del gran criminólogo belga, dos de sus ilus-
tres comentaristas, aquí ya citados, F. DIGNEFFE y Chr. ADAM exponen: “La
criminogénesis, para De Greefff, debe estudiarse después de la conciencia, a
través de un esfuerzo de comprensión y de interpretación que exige del clíni-
co acceder a la perspectiva particular del otro, a partir de la cual su comporta-
miento toma sentido. Existe, pues, una cierta cualidad de relación con el otro,
que se realiza en el tiempo, que permitirá acceder a este universo de sentido,
permitiendo entender cómo, incluso en los más graves pasos al acto, se trata,
para él, de su “mejor elección”, que ha llevado a cabo.
(…) Centrada esencialmente sobre el individuo, esta tarea clínica no es,
sin embargo, insensible a las relaciones con el entorno social y relacional.
Porque, en su conjunto, la manera en que los instintos de defensa y de
simpatía se organizan está ligada al nacimiento y a la infancia del sujeto.
Es desde estas primeras experiencias desde donde surgen su visión del
mundo, la naturaleza de sus relaciones con los demás y la elaboración de
sus referencias éticas. (…) El arte del clínico reside, entonces, en su capa-
cidad para mantener al individuo en una gestión que le vaya a permitir
reconocer en él las orientaciones tomadas y su inscripción en el tiempo.

556
Chr. DEBUYST: “Méthodes modernes en Ciminologie”; en Revue Internationale des
Sciences Sociales, vol. XVIII, 2 (1966) pp.167-169.
557
E. De GREEFF: “Criminogèse”; II Congrèse Intenational de Criminologie, Paris,
1950, p.273 de Las Actas del mismo Congreso.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 447

La actitud clínica criminológica así definida toma evidentemente sus dis-


tancias por comparación con una criminología del “acto”. Es, en efecto, toda
la trayectoria o, aún, la carrera del sujeto la que se ha de comprender, no sien-
do percibido el acto como el síntoma de una “falla” de la personalidad, sino
como la resultante normal de toda una serie de interacciones vividas, que
producen progresivamente una modificación del cuadro de referencia del
sujeto y le llevan a tomar distancia con relación al grupo y/o a estar distancia-
do de los demás”558.
Algo parecido venían a decir, por ejemplo, otros clásicos de la Clínica,
aún partiendo de presupuestos de base distintos, como los psicoanalistas A.
HESNARD y D. LAGACHE, cuando el primero admitía que el conocimiento
del delincuente y, por lo mismo, su comprensión habría de partir “del estudio
minucioso de su personalidad en situación”, única forma de esclarecer, por
lo demás, el sentido de su comportamiento de presente o acto antisocial de
aquí y ahora559. Y, cuando el segundo560, refiriéndose al porqué de la elección
de sus acciones, definía la conducta del delincuente como: “El conjunto de
acciones materiales y simbólicas por las cuales un organismo tiende a realizar
sus posibilidades y a reducir las tensiones que amenazan su unidad o la po-
nen en desequilibrio.”
El mismo O. KINBERG defendía la comprensión de la conducta del de-
lincuente desde una dimensión estructural neuropsicológica longitudinal o
continuadamente panorámica561.
Nosotros ya hemos advertido más arriba, al abordar el alcance de la me-
todología clínica dentro de la Criminología de la misma modalidad, cómo no
ha de descuidarse las posibles aportaciones, en este campo, por parte de los
métodos inspirados en la psicofenomenología filosófica, tal como ha sido cul-
tivada, por ejemplo, por W. DILTEY o H. BERGSON. (Allí nos remitimos).
El mismo Carl R. ROGERS, al exponer, en sus escritos, cuál era su acti-
tud en los encuentros (entrevistas) con sus clientes, dentro de su actividad
terapéutica, refleja claramente la misma o aún más pronunciada orientación.
Y, así, después de esclarecer que no encuentra, por sistema, fixismos o deter-
minismos en la conducta de sus clientes, confiesa: “Confío en que ahora será
posible comprender con mayor claridad la razón por la cual no he abrazado

558
F. DIGNEFFE y Chr. ADAM: “Le devéloppement de la criminologie à l’École de
Louvain…”, ya citada, p. 8 del estudio.
559
A. HESNARD: “La Psychologie du crime”, Edit. Payot, 1963. (Traducción española:
“Psicología del crimen”, 2ª edición, Barcelona, 1974.
560
D. LAGACHE: “Psycho-criminogenèse”, II Congrès International de Criminologie,
Actes en P.U.F., Paris, 1952, Tomo VI.
561
O. KINBERG: “La connaissance de l’infastructure biologique de l’acte delictueux comme
base d’une Criminologie objective”; en L’Homme Criminel, 1956, pp. 35 y ss.
448 CésaR Herrero Herrero

una filosofía ni un sistema de principios que pretenda imponer a los demás.


Sólo puedo intentar vivir de acuerdo con mi interpretación del sentido de
mi experiencia, y tratatar de conceder a otros el permiso y la libertad de
desarrollar su libertad interna, y, en consecuencia, su propia interpretación
de su experiencia personal. Si la verdad existe, la convergencia hacia ella
estará determinada, a mi juicio, por este proceso de búsqueda libre e indivi-
dual; en un sentido limitado, esto también forma parte de mi experiencia.”
Y, a continuación, añade:
“… Llegamos ahora a una enseñanza capital, que ha tenido gran signi-
ficación para mí. Puedo expresarla en los siguientes términos: He des-
cubierto el enorme valor de permitirme comprender a otra per-
sona. La manera en que he formulado esta afirmación puede resultarles
extraña. ¿Es necesario permitirse conocer a otro? Pienso que efectiva-
mente es así. Nuestra primera reacción ante las afirmaciones que oímos
de otras personas suele ser una evaluación inmediata o un juicio más
que un intento de comprensión. Cuando alguien expresa un sentimiento,
una actitud o una creencia, tendemos a pensar: “Está en lo correcto”, o
“Es una tontería”; “Eso es anormal”; “No es razonable”; “Es incorrecto”;
“Es desagradable”. Muy pocas veces nos permitimos comprender exac-
tamente lo que su afirmación significa para él. Pienso que esto se debe a
que comprender es riesgoso. Si me permito comprender realmente a otra
persona, tal comprensión podría modificarme, y todos experimentamos
temor ante el cambio. Por consiguiente, como ya dije antes, no es fácil
permitirme comprender a un individuo, penetrar en profundidad y de
manera plena e intensa en su marco de referencia. En efecto, esto es algo
que ocurre con no escasa frecuencia”562.
No se está defendiendo, aquí, ninguna clase de relativimo. Ni jurídico
ni ético. No es lo mismo comprender que justificar. Lo que sucede es que el
criminólogo, como cultivador de una ciencia empírica, no debe comportarse
como profesional de una ciencia normativa. Aunque esto no ha de impedirle
tener una actitud crítica ante conceptos claramente artificiales sobre el delito
y el delincuente. (Véase nuestra postura al respecto en los capítulos de esta
obra reservados a esas dos instituciones).
Pero partiendo, al menos implícitamente, de lo que ha de entenderse
como delito y, correlativamente, como delincuente, desde una perspectiva
crimimonológica (ya hemos dicho que la tarea del criminólogo, tratando a
delincuentes artificialmente concebidos, sería poco menos que esperpénti-

562
C.R. ROGERS: “Este soy yo. Autobiografía de Carl R. Rogers”; (Texto, en http://vinculan-
do.org/psicologia_psicoterapia_soy_yo). Ver también sus obras: “El proceso de convertirse en persona”;
Edit. Paidós, México, 1964; reimpresión, 2009. También: “Client-Centered Therapy: Its Current
Practice. Implications and therapy”, 2003.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 449

ca, al igual que lo hiciera conscienteemente, por ejemplo, un médico con un


enfermo imaginario), el crimiminólogo clínico, desde luego, ha de dialogar,
examinar, entrevistar profesionalmente, al delincuente (al delincuente verda-
dero), con la actitud del hombre de ciencia (empírica), intentado saber “lo que
hay” y no lo que debería haber. Aunque, desde luego sin olvidar, tampoco, que
trata de conocer a un hombre (con toda su carga biopsicológica y espiritual) y
no a un objeto inerte o puramente orgánico.De aquí que, para conocer, ha de
saber comprender563.

K. ALGUNAS INSTITUCIONES METODOLÓGICAS, MUY FRECUENTES


Y RELEVANTES EN LA INVESTIGACIÓN CLÍNICA. 3ª LA FIGURA DE
LA HISTORIA CLÍNICA CRIMINOLÓGICA

A primera vista, pudiera parecer que la “Historia Clínica Criminológica”


es un instrumento de investigación subsumible, sin más, en otros modelos
preexistentes desde los inicios de la Criminología como ciencia y de los que,
algunos que de ellos aún persisten, modificados. Pero no puede ignorarse

563
Teniendo en cuenta las reflexiones que se acaba de hacer en texto, podemos dar
por admisibles las afirmaciones, sobre el particular, de Saverio FORTUNATO: “El criminólogo
clínico en el examen de personalidad debe obrar como el investigador científico (o sea, como el
que investiga para conocer), no interesado en problemas del Bien y del Mal, de lo Justo o de lo
Injusto, de lo Mejor o de lo Peor (son competencias atribuidas al Juez o a otros profesionales),
más bien debe basar sus atribuciones en los criterios de escientificidad: limitarse a valorar las
afirmaciones de orden categorial y no normativo, es decir, ocuparse de aquellas afirmaciones
concernientes a lo que es y no a lo que debiera ser. La criminología clínica nada puede decidir
sobre cómo la sociedad (o también la vida, y por ello, el futuro mismo del “paciente” observa-
do) debería andar, y no hace recomendaciones sobre cuestiones pertinentes a la criminología
social o a la política criminal. Éste es el canon que distingue la criminología clínica fundada en
un sentido epistemológico, en criterios científicos, de la criminología social, de la sociología, de
la psicología, psquiatría, religión, ética social y de la filosofía política y social. El criminólogo
clínico que actúa como el investigador científico usa criterios de objetividad y de neutralidad
ética. Objetividad significa que las conclusiones a las que se accede como resultado de la in-
dagación y de la búsqueda son independientes de la raza, credo, profesión, nacionalidad, reli-
gión, preferencias morales y propensiones políticas del investigador, si bien este tipo de obje-
tividad es difícil de conseguir a la perfección, porque el investigador debe siempre contar con
los prejuicios sociales así como de aquéllos propios de su personalidad. Neutralidad ética sig-
nifica que el científico en su papel profesional no se ocupa de ninguna manera en cuestiones
de significado moral o ético. El científico, en cuanto tal, no tiene preferencias éticas, religiosas,
políticas, literarias, filosóficas, morales.” (”Il colloquio clinico nell’esame scentifico di personalità”;
texto, en http://www.ristretti.it/areestudio/giuridici/studi/colloquio.htm, p.1 del estudio). Lo que no
quiere decir, afirmamos nosotros, que no haya de tenerse en cuenta los valores socio-consti-
tucionales de convivencia para inculcarlos al tratando en orden a que pueda emprender una
vida en sociedad sin cometer delitos y respetando los derechos, sobre todo fundamentales, de
los demás ciudadanos.
450 CésaR Herrero Herrero

que han aparecido otros con semejante finalidad. Me refiero, sobre todo, a
las “historias de vida” o “biografías de delincuentes” de José INGENIEROS, a los
llamados “estudios longitudinales” (”criminal careers), “Follow-up Studies… Hoy
se habla, también, de “talking to offenders”, de “Observación permanente”, de “epi-
demiología clínica” como método de observación criminológica… Gran parte de es-
tos medios de investigación criminológica tienen, o pueden tener, similitudes
con la premencionada “Historia Clínica”; mas, a nuestro modo de ver, ningu-
no ha de ser identificado con ella. (Ahora, no obstante, no vamos a entrar, por
razones obvias, en exposición sobre los mismos564. Nos interesa, precisamen-
te, dicha “Historia Clínica Criminológica”, que es la que pasamos a desarrollar).
1º Su origen y concepto. Parece que debe su primer modelo, en las
primeras décadas del siglo XX, al doctor y profesor argentino Osvaldo
LOUDET.565 Se trata de una investigación en sucesión cronológica (vertida luego

564
Sobre estos métodos puede verse, por ejemplo, Cr. Beatriz FERNÁNDEZ: “Las his-
torias de vida en José Ingenieros”, en Anclajes, Vol. 13, 1 (2009); E. G. M. WEITEKAMP y H. J.
KERNER: “Cross National Longitudinal Research on human development and criminal beha-
vior”, Behavioural and Social Sciences, vol. 76, Kluwer Academie Publishers, 1994; D. SZABO
y Marc LE BLANC: “ Traité de Criminologie Empirique”, Presses de l’Université de Montréal,
2ª Edition, 1994; Anne Marie FAVARD: “Politique criminelle et recherche criminologique lon-
gitudinale. Aspects critiques”, en Archives de Politique Criminelle, 23 (2001) pp. 107 y ss.; C.
HERRERO HERRERO: “Criminología. Parte General y Especial”, ya citada, pp. 277 y ss.
565
Se conserva un diseño, sobre el que habría que elaborar la “Historia Clínica
Criminológica”, del mismo Osvaldo LOUDET. He aquí su formato:

AÑO INSTITUCIÓN DIRECTOR Y AUTOR TIPO PROTOCOLO


1932 INSTITUCIÓN DE DR. OSVALDO HISTORIA CLÍNICA
CRIMINOLOGÍA LOUDET, Director CRIMINOLÓGICA
PENITENCIARIA entre 1932-46
NACIONAL DE B. AIRES

ESTRUCTURA: . Antecedentes familiares e individuales.


•  Examen antropológico.
•  Examen psicológico: Idioma, lectura, escritura, análisis grafológico, trabajo manual,
atención, percepción, memoria, asociación, juicio, razonamiento. Afectividad: emo-
tividad, efectividad, pasiones, sentimientos sexuales, religiosos, morales. Voluntad.
Síntesis psicológica: temperamento, carácter. Diátesis psicopática: constitución para-
noica, mitomaníaca, ciclotímica, esquizoide, hiperemotiva, perversa. Antecedentes
Familiares, Antecedentes Individuales, Examen Antropológico, Examen Psicológico,
Alienación Mental, Anamnesis Criminológica, El Delito, Índice de Peligrosidad,
Tratamiento Penitenciario, Informes.
CONSIDERACIONES: El empleo de la palabra penado o no detenido define a un sujeto
que ha cometido, y se ha comprobado, el delito, motivo por el cual es necesario atender a los
factores etiológicos, causantes del mismo y revertirlo.
Anteriormente se estudiaban los instintos, ahora se estudian las variables como la fisio-
nomía, el carácter, el trato, el lenguaje, el temperamento, afectividad, voluntad, atención, per-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 451

en documento institucionalizado u oficialmente reconocido) a través de la que se pre-


tende hacer constar, mediante la recogida de los datos del delincuente, investigados
previamente por los distintos especialistas (médico, psicólogo, psiquiatra, sociólogo,
pedagogo, crimininólogo, jurista) el proceso en su conjunto (elementos y factores
pasados y presentes, tanto endógenos como exógenos) que ha hecho desembocar en el
delito (todo ello base del diagnóstico), la expresión del juicio de pronóstico, realizado
para predecir la probable conducta futura de aquél, y de sus posibilidades favorables
de Tratamiento.
La entrevista es, sobre todo aquí, fuente primaria para acceder al acervo
de conocimientos buscados con relación al delincuente. De aquí, que existan
autores que, al tratar de esa “historia clínica”, avancen observaciones múlti-
ples en torno a cómo poner en práctica la entrevista de referencia566.
De acuerdo a las cordenadas básicas, referidas a la predicción y evaluación
del riesgo de violencia en el observado, ofrecidas por la “MAC ARTHUR RISK
ASSESSMENT STUDIES”, se incluyen en la “Historia Clínica Criminiológica”
elementos o factores históricos y familiares, elementos y factores predisponentes, ele-

cepción y memoria. Aparece un nuevo apartado: alienación mental, por lo cual se estudia al
penado bajo la mirada psiquiátrica. También se detectan diferencias en relación a conceptos ta-
les como el pronóstico y el tratamiento. En relación al pronóstico, se introduce en esta historia
clínica el índice de peligrosidad, producto de tendencias congénitas o hábitos adquiridos o de
factores emocionales, pasionales u ocasionales, que sólo en un momento particular convierten
a un sujeto en un delincuente. Hay indicadores de mayor peligrosidad (vida deshonesta, odio,
venganza, tener condiciones psíquicas y orgánicas anormales) o menor peligrosidad (hones-
tidad, laboriosidad, intentar resarcir el daño luego del delito, arrepentimiento, confesión del
mismo). Se eleva la graduación del pronóstico de peligrosidad con aquellas características que
evidencien fijeza en el actuar, dificultando su modificación por la vía correctiva. En cambio,
el carácter de excepcionalidad como así también variables subjetivas como la figura del arre-
pentimiento o la emergencia de condiciones personales determinadas, disminuyen el riesgo,
favoreciendo el pronóstico. El pronóstico se completará a partir de la evolución de la adaptabi-
lidad: 1) adaptabilidad a la vida social; 2) Adaptabilidad bajo tutela; 3) Inadaptabilidad. En este
último caso se van a sugerir medidas de seguridad, mientras que en el segundo ya se interpela
a la figura del Patronato, como referente institucional.
El tratamiento, que tendría por fin reducir la peligrosidad del penado, va a estar com-
puesto por tres ejes: la educación, el trabajo y el comportamiento dentro de la institución,
e introduce la importancia de profundizar el estudio centífico del penado y la individua-
lización de su tratamiento.” (Texto de este diseño y formato, en www.psi.uba.ar/acade-
mica/...historia.../1932-institutocrimino.htm). Como puede observarse, las referencias a
factores psicosociológicos es escasa o nula. La omisión era muy corriente en no pocos au-
tores de la época, en los que preponderaba la visión biopsicológica en la explicación de la
delincuencia.
566
Por ejemplo, ver la obra de Patricia R. TRUJILLO MARIEL: “La Historia clínica crimi-
nal”, Eitorial Alfil, México, 2005. Sobre todo en pp.39 y ss. Las diez observaciones o reglas que ofre-
ce esta autora, las recoge al pie de la letra L. RODRÍGUEZ MANZANERA en su “Criminología
Clínica”, ya citada, pp. 220-223.
452 CésaR Herrero Herrero

mentos y factores contextuales o medioambientales y elementos y factores clínicos (ele-


mentos o factotores, psiquico-patológicos o profundamente anómalos), apreciados a
través de las distintas etapas del desarrollo del individuo567.
La “historia clínica criminológica” abarca todo el arco temporal bajo el que
ha tenido curso la vida asimilante y comportamental del individuo, dentro de
los correlativos contextos, con el fin de observar cómo la vida precedente ha
condicionado la consecuente. Como resume RODRÍGUEZ MANZANERA,
recuerda el pasado (Anamnesis), estudia el presente (diagnóstico) y otea, tra-
tando de predecir el futuro (pronóstico)568.

567
Sobre este particular, véase E. B. ELBOGEN: “The process of violence risk assessment: a
review of descriptive research”; en Agression and Violent Behavior, 7 (2002)pp. 591 y ss.;también,
C.HERRERHERRERO: “Criminología. Parte General y Especial”, ya citada, pp.84-85. Un es-
quema básico actual, sobre esta “historia clínica criminológica”, podría ser el siguiente:
I. Datos de identificación del delincuente bajo investigación clínica (nombre, apellidos,
fecha y lugar de naciniento, edad, nacionalidad, lugar de residencia, lugar de detención…)
II. Indagación sobre algunos aspectos de la familia próxima (salud, algunas enfermeda-
des, modelo familiar (completa, incompleta, integrada, desintegrada, ambiente intrafamiliar,
los distintos roles entre los diferentes integrantes de la misma…)
III. Estudio panorámico del INDIVIDUO desde la triple dimensión bio-psico-sociológica,
a través de la infancia, la adolescencia, la primera juventud, la etapa adulta, en su caso.
IV. Estudio detenido del temperamento.
V. Estudio detenido del carácter.
VI. Estudio específico de la personalidad siguiendo y profundizando los dos precedentes
componentes de la misma en su interacción dinámica. Subrayando, de manera especial, sus
características disfuncionales, pero sin olvidar sus posibles factores protectores, encarnados en
tendencias biológicas y psicológicas constructivas. Y, desde luego, haciendo hincapié, asimis-
mo, en su dimensión psicosocial o interaccionista.
VII. Estudio de su perfil escolar o académico.
VIII. Dimensión laboral del examinado.
IX. Actitud sexual del mismo.
X. Diagnóstico, pronóstico y Tratamiento.
568
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, p.153.
Capítulo veintiuno

LA REALIZACIÓN DE LAS FASES


DEL MÉTODO CLÍNICO-CRIMINOLÓGICO.
PRINCIPALES MEDIOS Y TÉCNICAS.
2ª: LA FASE DE PRONÓSTICO
A. INTRODUCCIÓN

En el Capítulo Diecinueve del presente estudio (“Los métodos de la


Criminología clínica”), al referirnos a las fases o tiempos del Método Clínico-
criminológico, dijimos ya cuáles eran y en qué consistían. Las definimos. En
el Capítulo anterior al actual (el Veinte), hemos iniciado la exposición sobre
la “realización, a través de los correspondientes medios y técnicas, de dichas
fases, desarrollando allí, tan sólo, por razones formalmente pedagógicas, la
fase de Diagnóstico.
En el presente Capítulo (el Veintiuno), seguimos con la materia sobre dicha
realización, aplicada a la fase de Pronóstico.
Por los conceptos ofrecidos, en el lugar de referencia, de las tres fases in-
tegrantes del método clínico criminiológico, podemos deducir (y ya lo he-
mos insinuado) que las mismas no forman departamentos estancos, sino que
sólo tienen verdadero sentido y razón de ser si se alimentan, recíprocamen-
te, las unas a las otras. La diagnosis, desde luego, forma la plataforma de
información e interpretación sistemática de la realidad ahora analizada. Sin
ella, pues, sería imposible elegir y dilucidar, razonablemente, ningún objetivo
razonable.
Sin la prognosis, la diagnosis quedaría en pura especulación de datos,
al no destinarla a la prevención de la delincuencia y a predecir, en lo posible,
cuáles pueden ser los comportamientos que probablemente puedan repetir-
se para intentar, mediante la anticipación oportuna, poner los medios y re-
medios para tratar de neutralizarlos o evitarlos.
Sin la posibilidad de la fase de tratamiento o similar, la prognosis se que-
daría en puro juego o malabarismo. Sea que se haga referencia al tratamiento
de la delincuencia en general o al aspecto que aquí y ahora estamos abordan-
do, que es el fenómeno criminal proyectado sobre el delincuente concreto.
Que, por ello, para que el mismo pueda dejar de delinquir, ha de necesitar, o
le va a ser extraordinariamente propicio, aceptar ser oportunamente tratado,
si pretende volver a la sociedad con propósito firme de convivir sin cometer
delitos, respetando los derechos de los demás.
Pero no basta que las tres fases formen, entre sí, un conjunto orgánicamen-
te inteligible, es necesario (precisamente por ser partes que conspiran, menes-
456 CésaR Herrero Herrero

terosamente, a ser un solo cuerpo) que las mismas sintonicen, también, en el


tiempo. ¿Por qué? Porque el ser humano (y el delincuente, a pesar de todo,
siempre lo seguirá siendo) no es un ser estático, sino continuamente dinámico.
Tanto por razones endógenas como exógenas. Y, por lo mismo, el diagnóstico,
por ejemplo, que de él se haga, en cuanto a sus reacciones y comportamientos,
no podrá reflejar, en más o en menos, sino aspectos (a veces nada desdeñables)
sometidos a proceso de cambio, a medida que el tiempo transcurre. Es obvio,
en consecuencia, que las distintas fases, si pretenden ser coherentes, han de
llevarse a cabo, recíprocamente, con la mayor proximidad cronológica.
En cuanto a las técnicas para la realización operativa de la fase ahora tra-
tada, son de aplicación, asimismo, algunas de las estudiadas para la fase de
diagnóstico. Pero es evidente que no es lo mismo tratar de investigar direc-
tamente sobre datos (sean de carácter más objetivo o más sujetivo) que es lo
que ocurre en la fase de diagnóstico, que tener que efectuar juicios de pre-
dicción. Para esto último, habrá que disponer, además, de medios y técnicas
propios o específicos, distintos, para ello, de los necesitados por la fase de
prognosis. Saber cuáles son y cómo funcionan es la base, precisamente, de lo
que se pretende, aquí y ahora, a través de los apartados que vamos a desarro-
llar a continuación.

B. LOS MEDIOS O TÉCNICAS DE PREDICCIÓN O PRONÓSTICO.


VISIÓN GENERAL ACTUAL

Antes de nada, debe quedar clara una cosa. Que, cuando se habla en se-
rio sobre medios o técnicas de predicción o pronóstico, tanto en el campo de
las ciencias psicosociales como criminológicas, no cabe, siempre, la referencia
razonable a predicciones con certeza. Y menos, con certeza absoluta. Estamos
moviéndonos, simplemente, en razón de la complejidad de factores que pue-
den incidir en un acontecimiento, referido al grupo o individuo humanos, en
el campo de la probabilidad. Y ello, la cuando la metodología usada al efecto se
utilice con competencia y rigor. Naturalmente, en la medida en que los méto-
dos específicos de predicción se vayan perfeccionando, será congruente ase-
gurar que el grado de probabilidad de acierto ha de elevarse en proporción al
perfeccionamiento.
Entonces, ¿en qué situación estamos con respecto a esta materia en el ámbito
criminológico?
“De las tareas de predicción –escribe H. BERDUCIDO MENDOZA–
pueden derivarse dos tipos de índices diferentes: índices estadísticos,
objetivos, del riesgo de futura conducta criminal, o índices basados
en la evaluación subjetiva del riesgo, propia de la predicción clínica.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 457

Obviamente, el objeto de toda predicción es identificar correctamente a


los futuros delincuentes y a los no-delincuentes, y disminuir progresi-
vamente el número de sujetos mal predictos, esto es, los falsos positivos
y los falsos negativos. Estos grupos constituyen dos de los errores más
preocupantes en el campo de la predicción: el de los falsos positivos puede
deberse a sujetos que hayan desistido del delito o bien al uso de predicto-
res inadecuados; el de los falsos negativos, a una débil relación entre el
predictor utilizado y la delincuencia.
Las investigaciones están intentando corregir este tipo de equivocaciones
usando mejores predictores, combinando factores de riesgo e introducien-
do los resultados de pronósticos con sujetos que permanecen como no
delincuentes o que desisten del delito con el tiempo. Es decir, dejando
a un lado como criterio de una futura no-delincuencia la ausencia de
predictores o un bajo grado de presencia de los mismos, y utilizando,
en cambio, predictores propios de no-desviación como los que ofrecen los
estudios sobre factores protectores”569.
Puede decirse, pues, que, en el espacio del pronóstico sobre la situación
y evolución del estado peligroso de un individuo en el futuro, han venido
superándose, hasta hoy, las técnicas (tan beneméritas en su momento) con-
sistentes en los “Esquemas de Pronóstico” (de la Criminología alemana) y en las
“Tablas de Predicción” (de la Criminología norteamericana, ofrecidas por los
esposos GLUECK (Universidad de Harvard).
Con los “esquemas”, se perseguía, exclusivamente, predecir la reinciden-
cia, basándose en la elección de un conjunto de factores disfuncionales pre-
sentes en los individuos examinados. Por ejemplo: Factores hereditarios, fa-
milares, sociales, que se comparaban con el número de veces que los mismos
habían aparecido en un grupo de delincuentes reincidentes, para predecir,
en consecuencia, la delincuencia en los individuos aquí y ahora examinados.
Concretamente, se anotan, en relación con cada uno de los delincuentes,
cuántos de estos factores desfavorables se encuentran en él y las veces que se
encuentran, calculándose así cuál es el porcentaje de cada uno de estos facto-
res (1,2,3…) en la producción de la reincidencia. Es evidente que falta el rigor
en la medida y en las referencias de los sujetos de comparación570.
Las “Tablas” de los GLUECK no sólo perseguían predecir la reincidencia,
sino distiguir cuáles pudieran ser los factores o rasgos que están mucho más
presentes en delincuentes que en no delincuentes. Con ello, creían poder
predecir delincuentes en potencia. Formaron, para ello, experimentando, du-

569
H.E. BERDUCIDO MENDOZA: Trabajo ya citado, p.10.
570
ISPEC (INSTITUT DE SCIENCES PÉNALES ET CRIMINOLOGIE”), “Le contenu de
la Criminologie”, ya citado, p.5.
458 CésaR Herrero Herrero

rante una década, un grupo de 500 delincuentes entre 11 y 17 años, con 3 ó 4


condenas de promedio, y otro grupo, cuantitativamente igual, de muchachos
(no delincuentes) de idéntica edad, conformando a los integrantes de los dos
grupos uno por uno. Siendo los criterios de conformación, el pertenecer a la
misma clase socioeconómica, la misma etnia y el mismo coeficiente intelec-
tual…, para comparlos entre sí. Tras sus estudios diferenciales, sirviéndose de
diversas técnicas, constataron que existían un conjunto de trazos de perso-
nalidad o de situaciones de contexto (familias rotas, incompletas…)571 que se
daban con mucha más frecuencia entre los delincuentes que en los no delin-
cuentes. A partir de tales rasgos o situaciones, establecieron, con ellos, unas
tablas estadísticas, concebidas como baremos para determinar los riesgos, o no,
de delincuencia, en los sujetos examinados. (Se las ha motejado de adolecer
de contradicciones, defectos metodológicos y de experimentar, en exceso, con
seres humanos)572.
Los ataques al concepto de estado peligroso y, más aún, a algunos me-
dios de su detección y mensuración, procedentes, como ya hemos descrito
en lugar oportuno, desde distintos frentes, han cambiado, para bastantes,
la forma de analizar los comportamientos de los delincuentes, en orden a la
prevención de su conducta delictiva. En vez de mirar a los hechos pasados, se
ha pensado mirar hacia el devenir, tratando de pronosticar, mediante instru-
mentos estadísticos, sobre todo, el futuro delincuencial de sus actores. Era la
entrada, en en este campo de la predicción, de las llamadas “técnicas actua-
riales”, informadas por los datos de la estadística, las encuestas especializa-

571
La ASSOCIAZIONE DE STUDI E RICERCHE CRIMINOLOGICHE (de ITALIA) co-
menta al respecto: “Por lo que atañe a la dimensión pronóstica, que tiene por objeto funda-
mental evaluar la mayor o menor peligrosidad social de un sujeto, así como estimar la mayor o
menor probabilidad de recuperación social del mismo, un modelo “previsional” que ha tenido
éxito notable en el pasado, es el desarrollado por el matrimonio Glueck. Este modelo hipotiza
que tres grupos de variables permiten prever la mayor o menor probabilidad de incurrir al-
guien en una “carrera criminal”:
* Variables ligadas a la familia de origen (clima familiar, actitud de los progenitores, valo-
res o contravalores transmitidos, etc.)
* Variables ligadas a la estructura de la personalidad del individuo (estabilidad o ines-
tabilidad emotiva, más o menos resistencia a la frustración, mayor o menor impulsividad, etc.)
* variables ligadas a los comportamientos concretos realizados por el sujeto (mayor o
menor precocidad de manifestación de los episodios desviados, más o menos tendencia a la
reincidencia, mayor o menor tendencia a hacer uso de sustancias voluptuosas o estupefacien-
tes, etc.” (“Storia e Applicazioni Della criminologia”, apartado “La Criminologia Clinica”; texto, en
http://www.aserc.it.gg/Storia-e-applicazioni-dell-criminologia.htm).
572
SHELDON and ELEANOR GLUECK: “Unraveling Juvenile delinquency”,
Commonwealth Fund, 1950. También, “Ventures in Criminology Selected Recent Papers”, International
Lybrary of Criminology, Editors E. Glover, H. Manheim and E. Miller, London, 1964 (sobre
todo, ver el trabajo: “Predictive Devices and the individualization: A Panorama”, pp. 194 y ss.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 459

das, por la exuberante evolución de la Informática con sus enormes posibili-


dades de combinación de datos y de complejidad de modelos indagatorios.
En una palabra, ya no tienen por qué seguir solos los esfuerzos del méto-
do clínico en orden a ubicar y medir la peligrosidad del delincuente, sino que
los crimiminólogos clínicos podrán servirse, en su caso, de los logros adecua-
dos de las nuevas tecnologías y del resto de los instrumentos actuariales.573
Eso, sí, sin olvidar que, aunque los delincuentes incluibles en la misma tipolo-
gía y subtipología posean no pocos rasgos comunes y reacciones similares, no
por eso ha de renunciarse a captar lo que en cada ser humano (el delincuen-
te) tiene de singular y propio. Pues, de lo contrario, el pronóstico habría de
resentirse siempre.
“El contexto de adopción –comenta Th. SLINGENEYER– de las técnicas
actuariales está caracterizado por la puesta en duda de las capacidades
diagnósticas de los psicólogos clínicos y, de una manera más fundamen-
tal, por el desencanto en materia de tratamiento de los delincuentes. Se
pasa del tratamiento de los individuos (treatment) al tratamiento esta-
dístico (processing)… (…)La decisión de una liberación condicional su-
pone una interrogación sobre la capacidad del delincuente para vivir en el
respeto de las leyes en caso de liberación. Simon (1993, 171-174) precisa
que las técnicas actuariales utilizan, entre otras, las variables del número
de encarcelaciones anteriores, del tipo de delito, de la “raza” del deteni-
do, del número de evasiones, de la presencia de trastornos psicológicos,
para decidir sobre la concesión o el rechazo de las liberaciones condicio-
nales. Simon (1993, 130 y 225-226) ofrece un ejemplo en el cual estas
evaluaciones de los riesgos y de las necesidades de los liberados están en
el origen de la distinción entre “dossiers control” para los liberados con
una tasa de riesgo elevado, “dossiers servicio” para los liberados con una
tasa elevada de necesidades, y dossiers “sobrevigilancia mínima” para los
liberados con tasas de riesgo de necesidades débiles. El trabajo encomen-

573
Los medios o instrumentos actuariales permiten desplegar posibilidades, consisten-
tes en recolectar informaciones sobre delincuentes en torno a aspectos preseleccionados, en
los que descansan, precisamente, los llamados predictores, que permiten dar, ponderadamen-
te, respuestas (los pronósticos concretos) sobre la conducta futura de determinados crimina-
les). Todo ello, mediante “un modelo de regresión múltiple”, versante sobre las distintas variables
aparecidas en los subtipos anteriores de delincuentes) y, en virtud de esto, atribuyendo a los
delincuentes de subtipos homólogos, ahora observados, una puntuación o calificación correla-
tiva. Como advierten M. FEELEY y J. SIMON, esos predictores empleados en el citado modelo
de regresión se derivan, generalmente, de los estudios u observaciones de las conductas anti-
sociales de delincuentes precedentes. (Véase a estos autores en “Actuarial Justice:The Emerging
New Criminal Law”, en Vol. Col. “The Futures of Criminology” (D. Nelken, Director), Sage Editions,
London, 1994, pp. 173 y ss).
460 CésaR Herrero Herrero

dado al agente de liberación condicional está determinado a priori por


cada uno de estos tres tipos de dossiers”574.
En cuanto a conatos importantes, para evaluar el riesgo de comporta-
mientos violentos sobre todo (en subgrupos determinados de delincuentes)
y así poderlos predecir575, no parece dudoso que hayan sido llevados a cabo,

574
Thibaut SLINGENEYER: “La Nouvelle Pénologie, une grille d’analyse des transformations
des discours, des techniques et des objectifs dans la pénalité”; en Champ Pénal/Penal Field, Nouvelle
Revue Internationale de Criminologie, Vol. IV, 2007, pp. 10-11.
575
Esta tarea predictiva (mediante el establecimiento de predictores del riesgo de vio-
lencia y de principios procedimentales importantes para la evaluación del mismo) trata de
desarrollarse con conciencia clara de lo que se persigue. Conciencia clara que exige saber, como
exponen Mary Ann CAMPBELL y Otros, que: ”Una característica necesaria de una evaluación
del riesgo eficaz es la definición de las variables que contribuyen al comportamiento criminal
de un individuo [Bronta (2002)]. Muchos estudios han sido consagrados a esta tarea y han
hecho rememorar un cierto número de factores históricos y psicosociales importantes que son
pertinentes para la predicción de la peligrosidad y la criminalidad persistente [voir Andrews
et Bonta (2003); Borum (1996)].Para resumir brevemente dos meta-análisis exhaustivos sobre
los predictores de la reincidencia, Bonta et coll. (1998); y Gendreau, Little y Gogin (1996) han
definido las actitudes antisociales, los pares antisociales, la toxicomanía, las disfunciones fa-
miliares, los conflictos interpersonales y los modos de vida negativos o inestables, así como
ciertas variables demográficas (sexo masculino, celibatario y jóvenes) como predictores útiles
de la reincidencia general y violenta. En lo que concierne a la reincidencia con violencia, exis-
ten otros predictores, especialmente el diagnóstico de trastorno de personalidad antisocial o
de psicopatía, los antecedentes de comportamiento violento y problemas de empleo [Bonta et
coll. (1998)]. Aún más, estos predictores importantes del riesgo son corrientes en las poblacio-
nes carcelarias generales y en los delincuentes que sufren de trastonos mentales [Bonta et coll.
(1989; Phillips et coll. ( (2005)]. Igualmente vale la pena mencionar que buen número de facto-
res clínicos tradicionales utilizados para la evaluación del riesgo (p.ex. inteligencia, trastornos
de humor, psicosis, estima de sí) han producido las valoraciones predictivas más débiles para
la reincidencia con violencia y general (Bonta et coll. (1998; Gendreau et coll. (1996)]. La eva-
luación exacta del riesgo constituye una etapa esencial de la reducción de la eficacia de éste.
Los principios directivos de base o de la adaptación de la evaluación eficiente del riesgo son
los principios del riesgo, de la necesidad y de la receptividad, descritos por Andrews y Bonta
(2003). Según su modelo, el principio del riesgo está fundado sobre la hipótesis de que es posible
predecir el comportamiento criminal y que la intensidad de la intervención orientada a reducir
este riesgo debe corresponder al nivel de riesgo del delincuente. En segundo lugar, el principio
de la necesidad reconoce que ciertos factores de riesgo pueden ser cambiados en orden a reducir
el riesgo. Estos “factores criminógenos” se han fraguado con el modo de vida, con las cogniciones
y con el comportamiento del delincuente (p.ex. actitudes antisociales, toxicomanía) y están
ligados empíricamente al riesgo de violencia y/o a la criminalidad general. Las intervenciones
destinadas a disminuir el riesgo deben permitir hacer frente a los factores criminógenos antes
que a los factores que tienen vínculos débiles con la reincidencia (p.ex. estima de sí, depresión).
En fin, el principio de la receptividad concierne al modo y al método de intervención, utilizados
para señalar los factores criminógenos.” (“Évaluation de l’utilité des outils d’évaluation du risque et
des mensures de la personnalité pour la prédiction de la récidive avec violence chez les délinquants adul-
tes”; Ministerio de la Seguridad Pública y de Protección Civil (Canada), abril, 2007, modificado
en abril 2008, p.1. (Puede verse texto en PDF 243Ko).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 461

también, por una parte bastante nutrida de investigadores. Desde este punto
de vista pueden destacarse, por ejemplo, el INS-R (Método de Evaluación del
Riesgo fundado sobre entrevistas combinadas con exámenes de dossiers, al
igual que la Escala HCR-20); el ISGR (Información estadística general sobre la
reincidencia una vez puestos los condenados en libertad); el NS-IGC (Método
estructurado de forma dinámica para evaluar el riesgo; el RAE (Cuestionario
de evaluación de los factores criminógenos); La VRAG, Guía de Evaluación
del riesgo de violencia. Pero, no obstante, existe un problema en relación con
los instrumentos precedentes: Su, tal vez, no suficiente contrastación o ad-
veración empíricas y que algunos de ellos funcionan estáticamente. Y, desde
luego, parece que otro aspecto frecuentemente marginado es la posible in-
cidencia de los factores de protección a la hora de valorar el riesgo de vio-
lencia576. Insistimos en que estos métodos o técnicas actuariales577 pueden potenciar
(o completar) al método clínico, pero nunca suplantarlo. Quedaría al descubierto el
porqué más singular e íntimo del surgimiento del fenómeno delincuencial en el delin-
cuente concreto, en este delincuente578. Porque las técnicas o métodos actuariales no

576
Anne Mary CAMPBELL y Otros, trabajo citado en nota anterior, pp. 30-31.
577
Según ANDRÉS PUEYO y REDONDO ILLESCAS, la valoración actuarial: “Se ca-
racteriza esencialmente por un registro cuidadoso y detallado de todos los datos relevantes de
la historia personal del sujeto, especialmente aquellas informaciones que se relacionan empíri-
camente con el comportamiento o criterio a predecir. De ahí su calificativo de actuarial ya que
el término actuario, etimológicamente, significa registrar detalladamente informaciones an-
teriores para hacer valoraciones de riesgo. Pero además del registro detallado de informacio-
nes relevantes, los procedimientos actuariales implican también una ponderación adecuada
(también obtenida empíricamente) de la importancia de cada información por medio de reglas
de combinación matemáticas. Estas reglas permiten obtener una puntuación de probabilidad
determinada que refleja, con gran exactitud, el riesgo de que suceda aquello que queremos
predecir (Hart, 1997; Quinsey y Harris, 1998). Los actuarios predicen el futuro en base a una
única presuposición según la cual la probabilidad futura de que suceda un hecho depende de
la combinación ponderada de los factores que determinaron su aparición en el pasado (Meehl,
1954; Grove et al. 2000).No hay un modelo teórico, causal o determinístico que explique el por-
qué de las conductas ya que, para la predicción actuarial, no se necesita. El futuro es una repe-
tición del pasado. (…) Si la historia nos dice que la presencia de psicopatía y los problemas de
conducta en la infancia son antecedentes de la conducta antisocial del adulto (Simonoff, 2004),
podremos predecir el incremento de riesgo de violencia en un sujeto que presenta ambos da-
tos en su historia biográfica.” (“Predicción de la violencia: entre la peligrosidad y la valoración
del riesgo de violencia”; en Papeles del Psicólogo, Vol. 28, 3 (2007) p.7). Como puede percibirse,
a mi modo de ver, ¿no es esto puro determinismo behaviorista? Si esto es así, no se necesita pre-
decir futuro alguno, basta con “leer” el pasado. Pero esto no es asumible y ya lo hemos razonado
en otro lugar.También, lo hemos tratado en esta obra. Allí me remito.
578
Por ello, algunos autores, percatándose de la falta de “perfección” de cualquiera de
estos métodos o técnicas, hacen referencia a que existen dos grandes tendencias en torno a los
mismos. Que una aborda la cuestión de la predicción bajo una perspectiva actuarial, es decir,
puramente estadística. Que la otra añade a las variables estáticas índices dinámicos ligados a
aspectos clínicos y al contexto futuro en el cual la persona está llamada a vivir. Pues bien, afir-
462 CésaR Herrero Herrero

entran en esa intimidad, sino en el haz de hechos del individuo, aplicando luego, en
realidad, criterios evaluatorios de grupo o subgrupo a la persona concreta. Todos los
individuos con la “misma historia factual” fabricarían, comportamentalmente, según
los precitados métodos y técnicas, un futuro muy semejante.

C. FACTORES PREDICTORES MÁS RELEVANTES Y EFICACES DEL


COMPORTAMIENTO CRIMIMNAL FUTURO DEL DELINCUENTE
CONCRETO

Ya hemos advertido que no existen predictores infalibles en campo que


ahora nos ocupa. Pero es manifiesto que es mejor moverse en el campo de la
probabilidad (a veces muy alta) que moverse dentro de total aleatoriedad e
incertidumbre.
Por eso, vamos a ver, a continuación, cuáles son los factores, situaciones o
contextos, que, una vez suficiente y sistemáticamente constatados, producen
un pronóstico, una predicción del comportamiento gravemente antisocial
tanto en grupos o subgrupos de delincuentes (dentro de una tipología con-
creta) como con respecto a delincuentes individualizados. (Sin olvidar, lo rei-
teramos, una vez más, que es opinión ya muy generalizada que, para ofrecer
más exactitud, hay que considerar, correlativamente, los factores de riesgo
“ah hoc” en su interrelación con los factores de protección o “contrafactores”).
Refiriéndonos, ahora, al delincuente en general, podemos preguntarnos,
entonces: ¿Cuáles son los predictores más “creíbles” para, partiendo de la “si-
tuación actual” del delincuente, poder avanzar con más o menos probabilidad
su conducta criminosa futura?
Sobre este particular, autores como H. E. BERDUCIDO MENDOZA, apo-
yándose en un conjunto de investigadores, asegura que: “Las opiniones doc-
trinarias al respecto, en su mayoría parten de la cuestión de la gravedad, varie-
dad y precocidad de los delitos como predictores de una cronicidad posterior;
si bien otras se basan en un primer arresto antes de los 15 años como un buen
predictor de la comisión de delitos en la edad adulta. En este sentido, basán-
dose en una revisión de estudios longitudinales que evaluaban la conducta
antisocial y delictiva, se señaló que las siguientes hipótesis se relacionaban
con una delincuencia persistente a lo largo del tiempo (cuatro o más delitos
registrados oficialmente):

man, como lo hace Gilles CÔTÉ, que “ambas tendecias, adolecen de incógnitas en los planos
metodológico, epistemológico y ético.” (Gilles CÔTÉ: “Les instruments d’ évaluation du risque
de comportaments violents:mise en perspective critique”; en Criminologie, vol. 34, 1 (2001) pp.
32 y ss.).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 463

— Hipótesis de la densidad o frecuencia de conducta antisocial: Cuanto


más frecuente sea ésta, más estable tiende a permanecer.
— Hipóptesis de los escenarios múltiples: Es más estable cuanto tienda
a observarse en una mayor diversidad de situaciones.
— Hipótesis de la variedad: A mayor variedad de problemas de con-
ducta, mayor persistencia.
— Hipótesis del comienzo temprano: Cuanto antes aparezca, más ten-
drá a mantenerse a lo largo del tiempo.
(…) El predictor más eficaz, independientemente de la edad del sujeto,
es la medida de delitos en el año inmediatamente anterior, lo que muestra la
continuidad de la conducta criminal en el tiempo: Sin embargo, predictores
como pobre supervisión paterna, disciplina errática o rígida y conflictos pa-
ternos son excelentes predictores de la delincuencia en general pero no tanto
de la delincuencia persistente (seis delitos o más a los 25 años”)579.
M. BENÉZECH, P. LE BIHAN y M. L. BOURGEOIS, refiriéndose a varo-
nes entre 15 y 30 años, tratan de clasificar los indicadores pronósticos adap-
tándolos, sobre todo, a la evaluación de un individuo capaz de cometer de-
litos con violencia o de reincidir. En este sentido, enumeran siete grupos de
predictores, que aparecerían, al respecto, como los más influyentes en la con-
ducta precitada de dichos individuos y, en principio por tanto, con más pro-
babilidad predictiva. Así tenemos que:
El grupo 1º de factores de riesgo criminal hace referencia a predictores
vinculados a la infancia del sujeto (V.gr., ambiente familar roto y abusivo; edu-
cación fría, hostil, permisiva; falta de control paterno; tendencias incendia-
rias, enuresis y crueldad hacia los animales…). El grupo 2º lo constituye el
de predictores ligados a los antecedentes criminales (Por ejemplo: Precocidad de
la delincuencia violenta; multiplicidad y gravedad de las infracciones, con-
denas por violencias físicas o sexuales…) El tercer grupo está integrado por
predictores relacionados con la edad mental (entre ellos, inmadurez psicológica,
intelectual y moral; mentalización y verbalización deficientes, introspección
difícil, conductas adictivas, trastornos psicóticos, fanatismo político, religioso,
impulsividad patológica o pérdida de control…). Es el grupo 4º el conectado
con predictores ligados al modo de vida y a determinadas actitudes sociales (como
ejemplo: inadaptación sociofamiliar, frecuente compañía de delincuentes;
marginalidad, toxicomanía, prostitución; ausencia de empleo; actitud victi-
mal, actitud aceradamente crítica contra la sociedad, sentimiento profundo
de injusticia…). El 5º grupo se relaciona con predictores vinculados con la situa-
ción precriminal (así, estado de estrés; situación de crisis; ideas de suicidio o

579
H.E. BERDUCIDO MENDOZA:Trabajo ya citado, pp. 11-12.
464 CésaR Herrero Herrero

de homicidio; episodio fecundo delirante; plan concreto de agresión…). El


grupo 6º es el de Predictores conectados con la víctima virtual (v. gr., proximidad
afectiva y geográfica de la víctima; víctima hostil, provocadora, imprudente,
joven, sexo femenino, disminuida; amenazas dirigidas a la víctima…). El gru-
po 7º y último, conecta con las cargas, deberes u obligaciones a cumplimentar (así,
escala repetida de tentativas de reinserción, ausencia de proyectos de futuro
realistas; falta de referentes médicos y sociales, malas relaciones con el entor-
no; ausencia, rechazo, ineficacia, del tratamiento psiquiátrico…).
Los mismos tratadistas comentan sobre estos predictores: “El análisis de
estos predictores y su asociación pueden dar una buena indicación de la im-
portancia del riesgo estadístico teórico de paso al acto violento o reincidente.
El resto de predictores es cuestión de elementos circunstanciales, situaciona-
les o de la índole y actitud de la futura víctima”580. Estos elementos circunstan-
ciales son, naturalmente, de una muy extensa variedad. Tanto desde el punto
de vista situacional como desde la perspectiva de la víctima. Dependiendo,
por ejemplo, de cuáles sean los “registros” delincuenciales por los que ha op-
tado el delincuente y los territorios de la delincuencia que frecuente, existirán
diversidad de situaciones y, de alguna manera, también, distintas “catego-
rías” de víctimas. Lo que hay que tenerlo en cuenta si se trata de pronosticar
para reinsertar socialmente al transgresor o si se trata de asistir a la paciente
del delito, porque, entonces, habrá que hacer frente, para tratar de neutrali-
zarlos, a los factores predictores581.

M. BÉNEZECH y Otros: “ Criminologie et psychiatrie”, ya citada, pp. 4-5 del estudio.


580

Desde el punto de vista del contenido expresado en el texto, Maurice CUSSON hace
581

observar que: “Para comprender las relaciones que los delincuentes mantienen con el espacio
urbano, deberían ser distiguidos tres tipos de territorios: 1- el santuario, que es el sector en
el cual viven los delincuentes y en el cual ellos tendrán necesidad de asegurar su seguridad
contra las interferencias policiales u otras; 2- el terreno de caza, es decir las porciones de espa-
cio urbano en las cuales los ladrones tienen las mejores oportunidades de encontrar objetivos
interesantes; y 3- los mercados de placeres o diversiones, que son los lugares hacia los que los
delincuentes convergen para comprar y vender sus bienes, servicios o sustancias ilícitas y que
ellos frecuentan para pasar sus ocios en agradable compañía. (…) Santuario, terreno de caza,
mercado de placeres: estas tres referencias diferentes del delincuente en el espacio urbano no
se dejan fácilmente detectar por la cartografía. La criminalidad colateral viene a enmascarar
las cartas. Ciertas zonas acumulan las tres funciones. De un lado, nos encontramos factores de
concentración y, del otro, factores de dispersión. La concentración espacial de la criminalidad
resulta del hecho de que los barrios en vía de “santuarización” y de placeres son los polos de
atracción de una criminalidad diversificada por las razones siguientes: 1- Los delincuentes son
impulsados a actuar en la proximidad de los lugares donde ellos viven y en donde ellos dis-
frutan sus evasiones placenteras. 2- Ellos toman, prevalentemente, “blancos” mal protegidos
y prefieren operar en las zonas donde las oportunidades de impunidad son las mejores. 3- La
huida de familias enteras y acomodadas hacia barrios seguros acentúa la vulnerabilidad de
los barrios que son abandonados. 4- Allí donde se concentra la pobreza, las gentes difícilmen-
te llegan a controlar con eficacia la juventud turbulenta. 5- Para afianzar la seguridad de sus
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 465

Tampoco es recomendable dejar de tener en cuenta a factores que, sin


ser destacadamente influyentes en la aparición de la delincuencia, sí son in-
fluyentes. Hoy, por ejemplo, existen trabajos interesantes que vuelven a dar
importancia a factores olvidados durante mucho tiempo, pero que ya auto-
res como Quételet, Guerry o Durkheim no pasaron por alto. Me refiero al
impacto del clima y a los condicionamientos metereológicos sobre la delin-
cuencia. Con otros factores relevantes pueden sumar para el acierto de la
predicción582.
Otros autores hacen hincapié, al referirse al surgimiento o reincidencia
con relación a la delincuencia de niños, adolescentes o jóvenes (y, por lo mis-
mo, han de ser considerados como factores de riesgo para su comportamien-
to antisocial futuro) a las disfunciones en el ámbito de la familia, de la escue-

transacciones, los comerciantes tienden a hacer sus ventas a las personas que forman parte de
su entramado social. 6- La mayor parte de los crímenes violentos tienen como protagonistas
a gentes conocidas y que tienen tendencia a vivir en proximidad los unos de los otros. Por el
contrario, otra serie de factores contribuirá a desparramar la criminalidad un poco por todo el
territorio de la ciudad: 1- Los delincuentes tienen redes personales que desbordan las fronte-
ras de los barrios donde ellos viven. 2- Los medios modernos de telecomunicación y de trans-
porte les permiten aprovecharse de los objetivos alejados de los lugares que ellos frecuentan
y de seguir estando en donde ellos se encuentran. 3- Los “blancos” interesantes y vulnerables
pueden ser hallados casi por todas las partes.4- La acción policial contra la “santuarización” y
los mercados de placeres dispersa delitos y delincuentes.” (“Les territoires de la délinquance”; en
Revue Internationale de Criminologie et Police Technique et Scientifique, 4 (2003) pp. 387 y
394-395). Sobre estas cuestiones puede verse, asimismo, Marion VACHERET y Marie Marthe
COUSINEAU: “L’évaluation du risque de récidive au sein du Systeme Corretionel Canadien: Regards
sur les limites d’un Systeme”; en Médecine & Hygiène/ Déviance et Societé, Vol. 29, 4 (2005)pp.
379 y ss.
582
Desde esta perspectiva, Étienne BLAIS y Marc OUIMET, por ejemplo, en un estudio
titulado “Météo, criminalité et conduites asociées” señalan: “En este artículo, se ha demostrado
que un conjunto de condiciones, especialmente las condiciones metereológicas, influencian
las variaciones cotidianas de los crímenes contra la persona, los accidentes en ruta y, en una
menor medida, los suicidios. El modelo de las actividades rutinarias puede, pues, muy bien ser
utilizado para tratar de explicar cómo un conjunto de condiciones estructuran no solamente
las actividades de todos los días, sino también las variaciones en el volumen cotidiano de acci-
dentes y de crímenes. Parece que la teoría de las actividades rutinarias se integra en una estra-
tegia analítica que considera el día como unidad de análisis, en cuyo sentido puede ser tomada
para estudiar los datos mensuales (Field, 1992) o anuales (Cohen y Felson,1979). Sin embargo,
el vínculo directo entre la condición y su influencia sobre la modificación de la estructura de
las actividades cotidianas queda por demostrar más implícitamente. El cuadro de Cohen y
Felson (1979) da una razón de ser teórica a este estudio. Se puede también afirmar que este
estudio ofrece más problemas que respuestas. Es razonable pensar que los sondeos sobre há-
bitos de vida de los individuos podrían establecer resultados interesantes, entre otros, sobre la
planificación diaria de actividades en función de diferentes condiciones, tanto sociales como
metereológicas. El recurso a los modelos estructurales podría asimismo ofrecer una medida
más justa de la interacción entre las condiciones, la estructura de las actividades rutinarias y el
paso al acto o a la victimización.” (Págs. 413-414 del citado trabajo).
466 CésaR Herrero Herrero

la, el grupo de amigos, el consumo de drogas y los déficits socioeconómicos


acompañados del sentimiento de “deprivación” (con agravio comparativo),
así como los contextos ecológicos y ambientales inhóspitos. Sin olvidar los as-
pectos tocantes a la explotación laboral o extensivos a los abusos integrantes
de la “trata de personas”583.
VÁZQUEZ GONZÁLEZ, siguiendo la orientación de una amplísima li-
teratura específica anglosajona explicita un conjunto de factores individua-
les como predictivos de conductas gravemente antisociales venideras, de ca-
rácter endógeno-psicológico y desarrollados en la infancia. Concretamente:
“Desórdenes internos como nerviosismo, preocupación o ansiedad; proble-
mas psicológicos como hiperactividad (Farrington,1992; Wasserman, Miller y
Cothern, 2000; Wasserman et alii, 2003), problemas o dificultades de concen-
tración; conductas agresivas o violentas, o baja inteligencia (Farrington, 1992,
1997; Browning y Loeber, 1999; Kazdin y Buela-Casal, 2001). Estos problemas,
trastornos o carencias de la personalidad, continúa el mismo autor, pueden
influir en el adecuado desarrollo de la personalidad de los jóvenes, crean-
do niños y jóvenes inmaduros, ególatras, egocéntricos, impulsivos o agresi-
vos, comportamientos todos ellos fuertemente asociados a la delincuencia
juvenil…”584.
Dentro de la ya citada Escala para Evaluación del Riesgo de devenir en
comportamientos gravemente antisociales (la Escala HCR-20), basada, como
ya dijimos, en Entrevistas combinadas con exámenes de dossiers, se incluyen
factores con las citadas características, bajo los rótulos: Factores históricos (o del
pasado), factores clínicos (o del presente) y factores de “gestión del riesgo” (o de
futuro).
Entre los factores históricos, se recogen los diez siguientes: Violencia
anterior al acto, primer acto de violencia cometido durante la juventud,
inestabilidad de las relaciones íntimas, poblemas de empleo, problemas de
toxicomanía, patologías mentales graves, psicopatías, inadaptación durante
el periodo de juventud, trastornos de la personalidad, quiebra previa de la
sobrevigilancia o control.

583
A este respecto, puede varse: C. HERRERO HERRERO, con relación a la delin-
cuencia juvenil: “La factorialidad criminógena en determinados contextos sociales e institucionales”,
en su obra “Criminología. Parte General y Especial”, ya citada, pp. 505 y ss.; del mismo autor:
“Algunos de los modelos actuales de criminalidad no-convencional:La Trata de seres humanos”, en su
obra “Fenomenología Criminal y Criminología Comparada”, Editorial Dykinson, Madrid, 2011, so-
bre todo, en pp. 359 y ss. Puede verse, también, Cecilia PISA y Mariagrazia MARCHESI: “La
valutazione del rischio di recidiva nei servizi della Giustizia minorile”; en Ressegna Italiana di
Criminologia, nuova serie, Anno II, 3 (2008) pp. 481 y ss.
584
C. VÁZQUEZ GONZÁLEZ: “Predicción y prevención de la delincuencia juvenil según
las teorías del desarrollo social (Social Development Theories)”; en Revista de Derecho, Vol.XIV, julio
(2003) p.143.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 467

Entre los factores clínicos, se hace referencia a: la dificultad para la in-


trospección, actitudes negativas, síntomas activos de patología mental grave,
impulsividad, resistencia al tratamiento.
Entre los factores de gestión del riego, se nombran: Planes irrealizables,
exposición a factores desetabilizantes, falta de asistencia personal, inobser-
vancia de medidas terapéuticas y estrés585.
Y, en fin, para cerrar, aquí, el presente discurso, podemos preguntarnos
si determinados trazos o rasgos de la personalidad pueden ser considerados
como representativos de factores predictores de delincuencia. ¿Qué decir?
Después de lo expuesto, en esta obra, en torno al “estado peligroso” y a la
“personalidad criminal”, es claro que los rasgos o trazos típicos, conformantes
de esas dos realidades, han de ser considerados como predictores altamente
predisponentes de criminalidad. Ello es manifiesto, desde luego, en la línea
de discurso de J. PINATEL y de sus no pocos seguidores. Pero también a la
luz de lo afirmado por no escasos tratadistas especializados en esta materia, y
con principios doctrinales diversos. (Lo advertimos ya al hablar de las dos predi-
chas realidades).
Refiriéndose a algunos de éstos últimos, Jan Ter LAAK, Martin de
GOEDE, Liesbeth ALEVA, Gerard BRUGMAN, Miranda van LEUVEN y
Judith HUSSMANN, en un trabajo sobre muchachas adolescentes, contestan
a su propio rótulo: “Personality Traits as Predictor of Delinquency”, que así
lo ponen de manifiesto los trabajos de H. J. Eysenck (1964, 1976 y 1985) al
concluir que, comparando delincuentes con no delincuentes, los delincuen-
tes se presentan más extrovertidos y afectados de neuroticismo y de algunos
otros rasgos, que se conocen como los cinco grandes factores de la persona-
lidad (“Big FIVE personality factors”)… del delincuente. (Costa y McCrae,
1992; Hendriks,1997). Que A. Furnham y Thompson, en 1991, observaron la
relación entre personalidad psicoticista y delincuencia. Que P. L. C. Heaven
(1996), investigando, entre estudiantes de la High School, la relación entre los
cinco grandes factores de personalidad y el nivel de criminalidad, halló que sí
los tenían. Desde luego, aparecían “significativamente asociados” los rasgos
o factores de neuroticismo y “baja conciencia para condicionar”…
Y lo mismo han venido señalando M. R. GOTTFREDSON y T. HIRSHI
(1990) al remarcar, en su teoría general del crimen, los trazos característicos de la
personalidad (fundamentalmente, el de bajo autocontrol), a los que, según ellos,
han de considerase, efectivamente, predictores de delincuencia. Precisamente,
los autores a los que venimos refiriéndonos, en este punto, advierten, sobre la

585
Sobre esta relación, C.D. WEBSTER, K. S. DOUGLAS Y Otros: “Assessing risk for
violence-version 2”, Mental Healh (Vancouver), Simon Frazer University, Law and Policy
Institute, 1997.
468 CésaR Herrero Herrero

tesis de Gottfredson y Hirshi, que: “… Los resultados de un meta-análisis por


parte de Pratt y Cullen (2000) sugería que el bajo autocontrol era un buen pre-
dictor del crimen.” Y que: “El bajo autocontrol incluía los siguientes factores:
ausencia de resistencia a la inmediata gratificación, impulsividad, insensibili-
dad, afición al riesgo, falta de previsión, incapacidad para expresar sus proble-
mas. Que estos factores del bajo autocontrol eran descritos como características
individuales y estables. Y que, en parte, estaba también presente otro factor, el
trazo-oportunidad o trazo situación en relación con los otros”586.
Jean TOUPIN, Catherine BASQUE, Gilles CÔTÉ y Caroline DESHALES,
también han venido a reconocer, no hace mucho, que varios estudios estable-
cen que la evaluación de los trazos de personalidad psicopática permiten me-
jorar la predicción de la reincidencia criminal en la edad adulta y en el periodo
de adolescencia. Asegurando que, en conjunto, las propiedades psicométricas
de la escala en ambos estudios (el de adultos y de adolescentes) son similares.
La evaluación se ha llevado a cabo con ayuda de la PCL-SV (versión francesa
de la Psychopathy Checklist Screening), PCL-R modificada o con PCL-YV587.
Naturalmente, y lo incluimos para redondear el juicio de pronóstico, ha
de tenerse muy en cuenta que, para dictaminar sobre éste, debe someterse a
consideración, asimismo, las posibilidades que el pronosticado tiene de ac-
tuar ejecutivamente de acuerdo a la tabla de factores y rasgos nucleares de
personalidad criminal que le caractericen. Es decir, ha de evaluarse también
su ADAPTABILIDAD SOCIAL. Con ello tampoco se garantiza, como es mani-
fiesto, la infalibilidad. Tampoco la garantizan ninguno de los métodos predic-
tores ofrecidos, ahora, como sustitutivos.
De todas formas, no ignoramos que existen autores que ponen en duda,
o niegan abiertamente, que los rasgos de la personalidad criminal, presun-
tamente (según ellos) constituyentes de la peligrosidad o estado peligroso, sean
predictores rigurosos de la futura delincuencia. Sobre todo, de la delincuen-
cia violenta588.

586
Jan ter LAAK y Otros: “Incarcerated adolescent Girls: Personality, social competence, and
delinquency”; en Adolescence, vol. 38, Summer, 150 (2003) p. 252.
587
J. TOUPIN y Otros: “Adaptation de la PCL-VS à l’évaluation des adolescents sui-
vis en Centre Jeunesse: une étude préliminaire”, en Canadian Journal of Criminology and
Criminal Justice, Vol. 50, January, 1 (2008).
588
Valga por todos, sobre este particular, el siguiente comentario de A. ANDRÉS
PUEYO y Santiago REDONDO ILLESCAS: “La creencia de que la “peligrosidad” es la causa de
la conducta violenta ha mantenido entre los profesionales una cierta quimera según la cual si
se “acertaba” en la identificación de este atributo, se garantizaba la seguridad y la prevención
de la reincidencia violenta. En ciertos casos así ha sido, pero en otros muchos casos se han co-
metido errores y estos son de dos tipos. El más grave se llama falso negativo y es el que se pro-
duce cuando se rechaza la presencia de peligrosidad en el sujeto y este vuelve a cometer un
acto violento.El otro tipo de error que se comete es el llamado falso positivo y consiste en iden-
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 469

Nosotros, además de sostener la metodología empírica y los recursos ac-


tuariales como cooperadores necesarios del método clínico criminológico,
exhortamos a no considerar oportuno, tampoco en este campo, menospre-
ciar el principio metafísico clásico que ha venido siempre a decirnos, y no le
ha faltado razón, que: “OPERARI SEQUITUR ESSE”. O sea, que “el obrar
sigue al ser”, aunque las circunstancias modifiquen o condicionen, hasta
cierto punto, el ser y quehacer del hombre. (El “yo soy yo y mi circuntan-
cia”, de nuestro Ortega). Y estas dimensiones son accesibles, de alguna ma-
nera, al método clínico criminológico. (Aunque haya empiristas que todo esto
aborrezcan).
Insistimos: todos estos métodos han de ser complemetarios, para aprove-
charlos en lo que tengan, al respecto, de positivos. Deficiencias, y no escasas,
tienen todos. Si bien, unos más que otros. Y, en este sentido, la verdad es
que un cupo numeroso de autores se inclinan, de manera manifiesta, por dar
mayor efectividad predictiva a las técnicas actuariales. Planteándose, incluso,
por parte de ellos, dudas éticas sobre la licitud de quedarse en la predicción
clínica, sin utilizar la predicción actuarial. “Los resultados –dicen– de nume-
rosos estudios demuestran que la predicción clínica es menos segura, más
costosa y demanda notablemente más tiempo que la predicción actuarial”589.

tificar la presencia de peligrosidad en un sujeto que, sin embargo, no vuelve a comportarse


violentamente en el futuro. Este error tiene consecuencias penosas en el individuo y a su vez
gastos económicos importantes… (…) ¿De qué dependen los aciertos o los errores en la pre-
dicción de la violencia basada en el “diagnóstico” de peligrosidad? Principalmente dependen
de la experiencia de los profesionales, de la disponibilidad de técnicas de identificación y de
la claridad con la que se puede descubrir el atributo de peligrosidad. Todos estos factores son
importantes y justifican el nivel de aciertos obtenidos que, como es propio de la evaluación de
atributos psicológicos humanos, nunca puede alcanzar el 100% de exactitud. Sin embargo esta
conclusión, propia del pensamiento clínico tradicional, es incompleta. La epidemiología y las
técnicas actuariales se han encargado de demostrar que el nivel de aciertos y de errores en las
decisiones dicotómicas depende también de la prevalencia del fenómeno a predecir (Quinney
y Harris, 1998; Douglas y Cox, 1999). Una de las limitaciones más importantes de la peligrosi-
dad, como predictor de violencia, es su especificidad. El diagnóstico de peligrosidad no es útil
para distinguir qué tipo de violencia puede ejercer el sujeto peligroso (excepto en casos muy
evidentes, en que la peligrosidad está asociada a una patología concreta, como la pedofilia
donde obviamente se deduce que la peligrosidad es de tipo sexual sobre víctimas infantiles).
Como ya se ha señalado, cada tipo de violencia tiene factores de riesgo y de protección especí-
ficos, consideración que no es tenida en cuenta al utilizar la peligrosidad para la predicción de
cualquier tipo de violencia.” (“Predicción de la violencia: entre la peligrosidad y la valoración del riego
de violencia”; en Papeles del Psicólogo, Vol. 28, · (2007), p.5). Pero el problema, decimos nosotros,
no está, teóricamente, en que no tenga esa consideración, sino, en si no lo hace por incapaci-
dad intrínseca. Pero, ¿por qué no va a tener esa capacidad para especificar tales factores de
riesgo y de protección?
589
Sobre esta cuestión, puede verse: Jean-Pierre GUAY: “Prédiction actuarielle et pré-
diction Clinique: le dernier soufflé d’une pratique traditionnelle”, en Revue Internationale de
470 CésaR Herrero Herrero

Algunos, incluso, ven poco deseable la “cooperación” entre predicción ac-


tuarial y clínica por que –aseguran– que ésta no aporta nada a la actuarial590. Lo
que parece poco razonable si pensamos que la coincidencia podría reforzar el
juicio de pronóstico y la discrepancia, someterlo a análisis más rigurosos. Parece
por ello, a este respecto, más ponderada la aserción de M. A. BISHOP, que ha
venido a decir: No es la lección a sacar, en la comparación entre predicción clí-
nica y predicción actuarial, la de desplazar totalmente a la primera, a la clínica,
por las “técnicas mecánicas”. Después de todo, estas técnicas mecánicas fun-
cionan mejor porque, sobre todo, los investigadores actuariales y los clínicos
han juntado sus esfuerzos y sus experiencias para dar vida a esas técnicas. El
propósito a conseguir es la utilización de medios mucho menos costosos y con
más fidelidad. Pues bien. Los diferentes límites de los instrumentos actuariales
permiten, no obstante, salvaguardar el uso del discurso clínico tradicional591.
Como resumen de todo lo que hemos tratado de exponer, hasta aquí, sobre
los métodos eficaces para evaluar la “peligrosidad” o “estado peligroso” de un
delincuente y así poder pronosticar sobre su comportamiento criminoso futu-
ro, nos parecen meridianas las siguientes observaciones de Xavier BÉBIN:
Existen así dos grandes categoría de métodos:Clínicos de una parte; actua-
riales, de otra. Las evaluaciones clínicas del riesgo de reincidencia reposan
sobre la explotación de informaciones extraídas de conversaciones (entre-
vistas, diálogos) con el individuo afectado. Si las conversaciones espontáneas
no tienen eficacia predictiva, las evaluaciones clínicas semiestructuradas, es
decir, las dirigidas por instrumentos internacionalmente válidos, tienen un
cierto éxito o resultado predictivo. El instrumento más utilizado en Europa
en el cuadro de este método es la escala HCR-20, que resume informaciones
pertinentes sobre el pasado del paciente, sobre su presente (apreciación clínica)
y de su previsible devenir o futuro. (…) Esta escala sirve de trama a la conducta
de la entrevista o diálogo y al análisis de las informaciones. El experto ofrece
un juicio a la luz de las enumeraciones obtenidas (riesgo bajo, moderado o ele-
vado), pero es libre de elegir la ponderación adaptada, es decir, la importancia
relativa de cada factor, en su evolución final.
La eficacia predictiva de las evaluaciones semi-estructuradas quedan
siempre por debajo de las evaluaciones actuariales.
Los métodos actuariales reposan sobre la explotación puramente esta-
dística de ciertas características de la persona concernida: Ellos calculan una

Criminologie et Police Technique et Scientifique, 2 (2006) pp. 160-161.


590
Ve Jean-Pierre GUAY, en trabajo de nota precedente, en el apartado “La prediction
actuarielle et l’ajustement clinique” (págs. 159-160).
591
M. A. BISHOP: “In praise of epistémic irresposibility: How lazy and ignorant can
you be?”; en Syntheèse, 122 (2000) pp. 179 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 471

probabilidad de reincidencia (de 0 a 100%) fundándose en informaciones clí-


nicas, sociales e institucionales, donde se ha mostrado que ellas están fuer-
temente correlacionadas estadísticamente con un riesgo de reincidencia. El
VRAG (Violence Risk Appraisal Guide) es, por ejemplo, el útil actuarial más
empleado en materia de predicción de actos de violencia. “(…) Comprende
variables diagnósticas (trastorno de personalidad, esquizofrenia, puntuación
sobre psicopatía [por ejemplo, según la escala de psicopatía de Hare]), al lado
de variables de tipo demográfico (estatuto conyugal, edad entonces del primer
delito) o criminológico (antecedentes de delitos no violentos, víctimas de sexo
femenino).
(…) La superioridad predictiva de los instrumentos actuariales clínicos es
hoy incontestable, como lo refiere James BONTA, Fiscal General de Canadá,
en un Informe oficial: “En muchos supuestos, los exámenes de la investiga-
ción muestran que los instrumentos actuariales ofrecen mejores resultados
que el juicio clínico o profesional cuando se trata de predecir el comporta-
miento. La superioridad de la predicción actuarial es demostrada por la eva-
luación de grupos de delincuentes tan diferentes como los delincuentes que
sufren trastornos mentales y los delincuentes sexuales”592.
“A pesar de su mayor eficacia predictiva, los métodos actuariales ganan
al ser completados por evaluaciones clínicas estructuradas. Éstas últimas
tienen, en efecto, el interés de poder tomar en cuenta factores de riesgo raros
pero significativamente ligados a las tasas de reincidencia en el caso de la
persona evaluada. Sobre todo, ellas pueden apreciar con una cierta eficacia
la evolución del riesgo de reincidencia (después de una pena de prisión, por
jemplo), porque las mismas toman en consideración elementos del contexto
como el estado emocional del paciente, su implicación en el tratamiento, así
como su situación futura (retorno a la comunidad, posibilidad de tratamien-
to, etc.). En fin, el interés de las evaluaciones clínicas está en que permiten
también gestionar (y no sólo predecir) el riesgo mediante la configuración de
un tratamiento adecuado.
Para ser completa, una evaluación de la peligrosidad debe, en consecuen-
cia, apoyarse sobre un cálculo actuarial y ser completada por una evaluación
clínica semi-estructurada”593.

592
El autor citado se refiere al informe de J. BONTA y D. A. ANDREW, titulado: “Modèle
d’évaluation et de réadaptation des délinquents fondé sur les principes du risque, des besoins
et de la réceptivité. Rapport pour spécialistes”, Sécurité Publique du Canada, Ottawa, 2007.
593
Xavier BÉBIN: “Peut-on prédire le risque de récidive criminelle?”, Institut pour la Justice,
Paris, avril, 2009, pp. 3-4 del estudio.
Capítulo veintidós

LA REALIZACIÓN DE LAS FASES


DEL MÉTODO CLÍNICO-CRIMINOLÓGICO.
PRINCIPALES MEDIOS Y TÉCNICAS.
3ª: LA FASE DE TRATAMIENTO
A. INTRODUCCIÓN

Ya hemos advertido que, para la Criminología Clínica, el tratamiento in-


dividualizado es una institución fundamental. Tanto es así que el tratamien-
to, tal como ha sido entendido en esta Obra, forma la tercera y última fase (la
que corona) del Método Clínico criminológico. La criminología clínica tendría
un sentido enormemente reducido, si no aspirara, como fin último, a la reso-
cialización de la persona concreta, singular, en la que acontece el fenómeno
delincuencial. Y, por ello, pretende que las sanciones (penas o medidas) que
el legislador penal impone no excluyan, de inicio, el fin reeducador durante
su cumplimiento. Por ello B. QUIRION, entre otros muchos autores, expone,
al respecto, este mensaje: “La principal característica de la lógica terapéuti-
ca moderna –al menos la referente que tiene curso en el seno de las institu-
ciones penales y correccionales– reposa sobre la idea de que la intervención
debe ejercerse prioritariamente, o exclusivamente, sobre la persona a cargo
del sistema. Puesto que el objeto que se reencuentra en el corazón mismo
del dispositivo es un individuo (el delincuente a tratar), difícilmente puede
concebirse la preservación de esta lógica terapéutica en la eventualidad don-
de el individuo cesara de ser el blanco de esta forma de intervención. Una
intervención que se proyectara, por ejemplo, sobre la familia o la comunidad
no sería, pues, considerada como inscribiéndose en esta lógica propia de la
intervención terapéutica moderna”594.
¿Cómo llevar a la práctica este tan loable propósito? ¿En qué contexto,
con qué delincuentes, con qué mensajes o contenidos, con qué penas, con
qué programas, con qué reeducadores y especialistas en materia de las cien-
cias del comportamiento, en cuántos periodos?
Sin olvidar, tampoco, que, en la últimas décadas, han surgido con gran
fuerza orientaciones contrarias y hasta hostiles a esa forma de concebir la san-
ción penal. Sobre todo, desde instancias anglosajonas de América del Norte.
Sin embargo, el Derecho de gran parte de las Naciones Europeas (sin dejar de

594
Bastien QUIRION: “Les transformations de l’intervention thérapeutique en milieu co-
rrectionnel: pérennité de la logique dominante ou innovations pénales?; en Champ Pénal/penal Field,
Nouvelle Revue Internationale de Criminologie [En ligne], Séminaire Innovations Pénales, mis en
ligne le 29 septembre 2007, nº 20 del estudio.
476 CésaR Herrero Herrero

acusar la contaminación) mantiene, al menos teóricamente (ya lo veremos),


esa finalidad terapéutica individualizada595.
A tales cuestiones vamos a tratar de contestar a continuación. Aunque
de forma somera, ya que mi postura ante la instución del Tratamiento, la he
manifestado en pluralidad de mis publicaciones.

B. LA FASE DEL TRATAMIENTO. SU REALIZACIÓN PRÁCTICA.


ALGUNAS REFLEXIONES PREVIAS

Ya hemos apuntado, al hablar del concepto y funciones de esta tercera


fase del Método Clínico criminológico, que es la que da sentido a las fases
precedentes, que no tendrían razón de ser, si no fuera por estar destinadas a
intervenir, de alguna manera, sobre el delincuente o, sobre todo, a ser tratado
en sentido estricto (tratamiento científico). Porque, desde luego, cabe diag-
nosticar y pronosticar a aquél no sólo para llevar a cabo, sobre él, esta última
actividad, sino para otros fines, relacionados con el mismo. V.gr., concederle,
o no, el tercer grado penitenciario, la libertad condiconal, imponerle una u
otra pena de naturaleza distinta, para la elección de la forma sustitutiva de
la ejecución de las penas privativas de libertad (supensión de la ejecución de
dichas penas, “sursis”, “Liberty on parole”…).
Pero, como acabamos de decir, el sentido pleno de las dos fases, preceden-
tes a ésta, descansa en estar destinadas a hacer posible, de forma razonable,
la realización del Tratamiento en sentido estricto (arriba dimos su definición)
del delincuente (generalmente, del ya condenado).
Entonces, ¿cómo ha de ponerse en práctica esta categoría de Tratamiento? Ya he-
mos advertido, reiteradamente, que la Criminología General y la Criminología
Clínica son inseparables para explicar y poder hacer frente, con eficacia, al fe-
nómeno criminal. Por eso, James McGUIRE habla de cinco niveles explicativos
en Criminología con respecto a la delincuencia y al delincuente, aunque haya
teorías unidireccionales): El referente (primer nivel) a explicarlos enfocando el
fenómeno desde la sociedad. Es decir, teniendo como objetivo la explicación de
la criminalidad como fenómeno social a gran escala. El referente (segundo nivel)
al enfoque del mismo desde barrios, comunidades locales, en orden a explicar
las variaciones geográficas en la delincuencia. El constituido (tercer nivel) por el
enfoque de la delincuencia desde grupos sociales inmediatos, con el fin de com-

“Actes du Coloque International sur “Le sens de la peine”, tenu à Agen du 8 au 10 no-
595

vembre 2000, inaugural de l’ÉNAP (École Nationale d’Administration Pénitentiaire Française;


Synthèse réalisée par Christophe CARDET, nº1 mai 2001. Puede verse,a este repecto, por ejem-
plo, la intervención de Frédéric GROS sobre: “La réaffirmation de la misión de réinsertion de la
peine: Une misión difficile”, pp. 3-4 de la “Synthèse”.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 477

prender el rol de la socialización y la influencia del grupo para dicha explicación.


El integrado (cuarto nivel) por el enfoque de la criminalidad desde los mismos
actos criminales individuales, con el fin de analizar y explicar los casos y los tipos
de actos criminales. El enfoque (quinto nivel) de la criminalidad desde los mis-
mos delincuentes individuales, ello con el objeto de examinar factores intraindi-
vidualizados (v.gr., pensamientos, sentimientos, comportamientos…)596
El Tratamiento científico del delincuente individualizado no debe dejar,
pues, a un lado, si quiere ser adecuado y completo, las dimensiones o con-
textos sociales en los que la persona concreta ha delinquido. Aunque sea su
misión más específica y relevante hacer frente a los factores criminógenos
individualmente interiorizados.
Para su realización razonablemte práctica, ha de partir del diagnóstico y
pronóstico (en el sentido ya visto) del tratando. Ellos posibilitarán el acceso a
las primeras etapas de dicha fase: Continuación de la Observación, fijación
de la Clasificación y Destino al establecimiento adecuado (sea institucional,
cerrado o abierto).
Naturalmente, porque estamos ante una realidad dinámica, el diagnóti-
co y pronóstico iniciales no pueden ser nunca definitivos, sino en continuada
provisionalidad. Y, por lo mismo, han de ser sometidos a periódica revisión
para modular o, en su caso, cambiar la orientación y programas constitutivos
del proceso tratamental. Proceso de tratamiento que ha de cumplimentarse
(dando por descontado el respeto al marco jurídico) dentro de unos límites
suficientemente prolongados en el tiempo; divisibles, por razones de eficacia
pedagógica, en determinados periodos que, cuando se trata de tratamiento
penitenciario, están previamente establecidos en el Ordenamiento jurídico.
No cabe, en principio, esta clase de tratamiento para delincuentes que sean
condenados a penas cortas de privación de libertad.
La racionalidad y la complejidad de esta tarea exigen, desde luego, que
el tratamiento (generalmente, en contexto penitenciario) se active dentro de
un sistema obediente, como es lógico, a una serie de principios. Principios
a los que suelen referirse los Ordenamientos jurídicos democráticos, cuan-
do desarrollan esta materia, teniendo en cuenta las conclusiones maduras
de las Ciencias del Comportamiento. Es el caso, por ejemplo, de nuestra Ley
Orgánica General Penitenciaria que en su art. 62 viene a decir que el Tratamiento
se inspirará en principios como los siguientes:
1º Principio de estudio científico. Sobre la constitución del individuo,
de su temperamento, carácter, etc.

596
J. MCGUIRE: “El renacimiento de la rehabilitación en programas de medio abierto”;
en Vol col. “La delincuencia violenta” (J. CID y E. LARRAURI [Coordinadores], I. Andaluz de
Criminología y Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, p.100.
478 CésaR Herrero Herrero

2º Principio de relación con un diagnóstico de personalidad criminal


y con un juicio pronóstico inicial, basado en los datos aportados por
el estudio del punto anterior.
3º Principio de individualización del Tratamiento. A su servicio de-
ben estar los medios y tácnicas utilizados para el diagnóstico y
pronóstico y los métodos terapéuticos adecuados: Tanto los de
corte estrictamente individual como, cuando proceda, de índole
terapéutico-comunitario.
4º Principio de complejidad. En la actividad del tratamiento no cabe la
simplicidad porque la realidad a tratar es de suyo compleja. Se han de
utilizar, en consecuencia, los métodos aplicados por especialistas en las
diversas dimensiones humanas y los conocimientos adquiridos, con
solidez, por la Ciencias de la Conducta y Humanas en general. Todo
ello manejado y empleado en dirección coordinada y convergente.
5º Principio de programación. ¿Por qué? Porque el tratamiento ha de
constituir un todo orgánico y, por ello, algo planificado, tanto en la
concreción de los contenidos de los programas, de las técnicas utili-
zadas, los periodos dedicados, como en la incidencia o intervención
de cada uno de los especialistas.
6º Principio de carácter continuo y dinámico. El tratamiento ha de so-
meterse a las peripecias o incidencias surgentes en el desarrollo o
evolución de la personalidad del tratando en el periodo que dure la
actividad rehabilitadora597.
En cuanto al CONTENIDO del Tratamiento. El art. 59,2 de la precitada
Ley Orgánica General Penitenciaria nos permite acceder a la orientación de
dicho contenido, cuando afirma: “Et tratamiento pretende hacer del interno
una persona con la intención y la capacidad de vivir respetando la ley penal,
así como de subvenir a sus necesidades. A tal fin se procurará, en la medida
de lo posible, desarrollar en ellos una actitud de respeto a sí mismos, y de
responsabilidad individual y social, con respecto a su familia, al prójimo y a la
sociedad en general”.
De este texto cabe deducir que no se trata sólo de no imponer gamas de
“valores”, referentes de ideologías o credos determinados, pero ni siquiera
de propornerlos. Se ha de evitar el adoctrinamiento partidista. Se trata, en
realidad, de proponer e inculcar valores de simple convivencia. Es decir, de
valores orientados o consistentes:

Sobre este particular puede verse C. HERRERO HERRERO: “España penal y peni-
597

tenciaria. Historia y Actualidad”, ya citado, pp. 572 y ss.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 479

— En la observancia de respeto a la ley penal, como norma que aco-


ta y exige actuar de acuerdo a un “minimum” ético necesario” para la
convivencia.
— En el respeto a sí mismo, como persona y como ciudadano. Porque,
quien no se respeta, se incapacita de hecho para respetar a los
demás.
— En el respeto al prójimo, a la propia familia, a las personas (a todas)
que componen el tejido social. Todo ello, como reflejo (lo acabamos
de decir) del respeto a la proipa dignidad y que haga posible estruc-
turar una conciencia exigente de los derechos y deberes relaciona-
dos con el convivir comunitario. Se trata, pues, de exponer y exhor-
tar a cumplir la denominada “moral de mínimos”, que hoy casi se
confunde con las tablas de derechos y obligaciones fundamentales
proclamados por las Declaraciones Universales de Derechos, como
la promulgada por Naciones Unidas en 1948.
El objetivo que permita la asimilación de estos valores, por pate del in-
terno en Tratamiento, ha de ser la plataforma ética y jurídica desde la que
marcar los planos y, a la vez, los límites de la incidencia en la personalidad del
tratando598.

598
Hace algunas décadas, en su interesante obra “La resocialisation du jeune délin-
quant”, Maurice CUSSON, al referirse a los “Objetivos” de tal resocialización “a largo y me-
dio plazo”, reflexionaba: “Para resocializar, es necesario, pues, fijar los objetivos, los fines que
se tratará de realizar. La primera cualidad de un fin es que su realización sea observable. En
efecto, para que un objetivo signifique alguna cosa para el que lo persigue (en este caso, el
educador), el mismo debe ser suficientemente preciso y concreto (así como mensurable) de
suerte que el actor sepa hasta qué punto el objetivo deseado es efectuado por su acción. El que
fija objetivos demasiado vagos o excesivamente lejanos no sabrá jamás si su acción le permite
realizar sus objetivos, éstos no tendrán objetividad alguna, restarán impulsos, caucionando
aquélla sin orientarla nunca ni modificarla. (...) Para el educador, la no-reincidencia no es, por
ello, un fin cuya realización sea observable; este criterio, por tanto, no le será útil para evaluar
la eficacia de sus intervenciones ni para aportale la regresión de la que tenga necesidad para
modificar su acción. (…) No quiere decirse con ello que la reincidencia no sea un importante
criterio en la evaluación… pero está en excesiva lontananza para el educador”. Los que son
visibles, decimos nostros, son los contenidos y medios para hacer desaparecer o hacer retro-
ceder, de forma notable, la reincidencia. El mismo autor, en esta onda, se pregunta, de forma
congruente con su discurso anterior, cuáles deberían ser, entonces, en estos casos, los objetivos
de realización, respondiendo: “Los educadores deberían ir a transformar el comportamiento
y las actitudes del joven durante su estancia en institución y poner en suerte que esta trans-
formación permita al joven adaptarse normalmente en la sociedad. El educador debe pues
esforzarse por hacer adquirir al joven cualidades, capacidades, hábitos, comportamientos, etc.
que sean incompatibles con un estilo de vida delincuente, haciéndole perder todo aquello que
favorezca la delincuencia. Tales fines podrán sustituir a la no-reincidencia. Es evidente, no obs-
tante, que tales objetivos deben estar ligados, en último término, a la no reincidencia.” (Págs.
16-17 de dicha obra, publicada en Les Press de l’Université de Montréal, 1974).
480 CésaR Herrero Herrero

Carece, pues, de toda base antropológica, ética y jurídica, el pretender,


por sistema y “a priori”, que el tratamiento, en virtud o de sus fines o de sus
medios, es una propuesta y una actividad contrarias a los derechos funda-
mentales del ser humano. Ello es, a nuestro modo de ver, un puro sofisma.

C. LOS PROGRAMAS DE REALIZACIÓN PRÁCTICA DEL


TRATAMIENTO. SUS OBJETIVOS Y CARACTERÍSTICAS

Los programas son, precisamente, los instrumentos o medios de los que


los profesionales competentes del Tratamiento han de servirse, para conse-
guir los objetivos esprecíficos de esta institución. Es manifiesto, entonces, que,
si pretendemos conseguir en serio tales fines, estos instrumentos han de ser
adecuados. Sólo así, las intervenciones informadas en ellos podrán ayudar a
los internos a preparar su salida de prisión con el propósito y las habilidades
suficientes para tratar de vivir en sociedad sin cometer delitos. Y, si se trata de
programas de “transición”, es decir, de los destinados a asistir a los ex-presos
(en libertad definitiva o en libertad condiconal) han de ofrecer intervenciones
ajustadas a sortear con éxito las dificultades que dichas salidas conllevan.
Con tal objetivo, en los países donde se está intentando llevar a cabo,
con algún rigor, esta actividad de tratamiento, vienen poniendo en práctica,
como sobresalientes, tres tipos de programas: los programas en medio ins-
titucional, comprendiendo, también aquí, los ofrecidos por organismos co-
munitarios; los programas de transición basados en la sobrevigilancia y los
programas de transición basados sobre la asistencia.
Estos programas, según hacen observar Curt GRIFFITHS y Otros, son
desarrollados, en principio, “a partir de los conocimientos adquiridos sobre
los factores de riesgo asociados a la reincidencia, sobre las necesidades de los
delincuentes y sobre los problemas a los que están confrontados los internos
cuando salen de prisión. Los programas varían según los factores de riesgo
considerados y los problemas de reinserción objetivados (toxicomanía, abu-
sos de sustancias, falta de empleo…). Algunos programas de reintegración se
refieren a categorías específicas de delincuentes, sobre todo a delincuentes
inveterados, delincuentes toxicómanos, jóvenes delincuentes, los que tienen
problemas de salud o en fin los delincuentes sexuales considerados como
peligrosos”599.
En cuanto a las características de estos programas (por tener que ser es-
tructurados), han de estar planificados y sistematizados o lo que es lo mismo,
con coherencia interna, determinando, además, expresamnte sus objetivos,
única forma de que los prácticos, partícipes en ellos, sepan con claridad a

599
Court GRIFFITHS y OTROS: Trabajo precitado, p. 6.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 481

qué atenerse. Deben explicitar las correspondientes actividades de ejecución,


de tal forma que pueda percibirse que es un programa hecho para alcanzar
los fines perseguidos. Y, desde luego,han de estar teórica y empíricamente
acreditados.
James MacGuire subraya los aspectos imprescindibles que un programa
de esta clase ha de incluir: 1) El modelo propuesto para el cambio (en orden a ac-
tuar sobre los factores asociados a la conducta delincuente del tratando). 2) La
exposición de los factores dinámicos de riesgo, de acuerdo con la conducta ya
analizada y los cambios con probabilidad de sobrevenir. 3) Los objetivos de tra-
tamiento a conseguir. 4) La eficacia de los métodos a seguir, viendo qué apoyo
empírico poseen. 5) Aspectos del programa referidos a “programas estructura-
dos” para la transmisión y adquisición de habilidades (aptas para hacer frente
a los hábitos desviados). 6) Intensidad, intervalos y duración de los programas.
7) Selección de los delincuentes (con el fin de excluir a delincuentes no aptos
para el tratamiento previsto). 8) Aspectos referidos al compromiso y participación
del tratando (cómo favorecerlos y acrecentarlos. 9) Selección y señalamiento de los
agentes encargados para llevar a cabo la actividad tratamental (según especialidad,
contexto, lugar y modalidad del tratamiento: contexto de “Probation”, estable-
cimiento abierto o semiabierto). 10) Aspectos sobre seguimiento de las actividades del
tratamiento, criterios y sistema de evaluación…”600

D. ENUMERACIÓN DE ALGUNOS PROGRAMAS CONCRETOS DE


TRATAMIENTO, YA CONTRASTADOS

Existen en pluralidad de Naciones democráticas programas ya puestos


en práctica, y de alguna manera suficientemente contrastados, con relación
a los tres sectores más arriba mencionados: los referentes a los programas
en medio institucional, los de transición sobre la base de la sobrevigilancia y
los de transición sobre la plataforma de la asistencia. Y, dentro de alguno de
estos sectores, se confeccionan programas dirigidos a jóvenes, a mujeres y
a delicuentes adultos en general. Haciéndose hincapié en los denominados
programas “estructurados”.
En lo que respecta a los programas en medio institucional, es decir,
los elaborados con el fin de que los internos se preparen adecuadamente
para, cuando salgan, vivir en sociedad sin cometer delitos, pueden señalar-

J. MacGguire: “Définir les programmes correctionels”, Unversity of Liverpool, 2002, pp.


600

17-18 del estudio. Por su parte, Maurice CUSSON, al hablar de los medios para conseguir los
objetivos de la fase de tratamiento, menciona tres áreas distintas, pero coordinadas, integran-
tes de tales medios: La Intervención individualizada, la acogida de las intervenciones de los educado-
res por parte de los tratandos y el trabajo de organización. Puntos que el autor desarrolla en los
Capítulos V, VI y VII de su obra precitada: “La resocialisation du Jeune délinquant”.
482 CésaR Herrero Herrero

se, por ejemplo, como programas puestos en práctica, sobre todo, en USA,
Gran Bretaña, Canada, Australia…, 1º Los destinados a jóvenes (V.gr., el “HIT”
=Tratamiento de Alta Intensidad). Es combinatorio de disciplina militar y
tratamientos específicos para jóvenes infractores (formación escolar, desarro-
llo de habilidades necesarias para el desenvolvimiento en la vida cotidiana,
formación profesional, modificación de las estructuras de pensamiento so-
bre el comportamiento criminal… 2º Los destinados a mujeres (V.gr., el “PIDT”
=Programa de Intervención para Mujeres Delincuentes Toxicómanas), don-
de se ofrece a las mismas un sostén continuo, ayudándolas a elegir un esti-
lo de vida responsable. 3º Los destinados a varones adultos (V.gr., el “TEM” =
Tratamiento de sustitución de heroína por metadona) para intentar erradicar,
entre los internos, el consumo por inyección de heroína y para así desterrar
el reparto de jeringuillas. O el “Inner Chance Freedom Iniciative” (Programa
previo a la puesta en libertad, con orientación cristiana, orientado a dispen-
sar a los internos formación escolar, laboral, habilidades para enfocar los pro-
blemas diarios en libertad, restructuración de la gama de valores y un con-
trol estricto. Dividido en varias fases, este programa puede durar hasta tres
años…601
En lo que atañe a los Programas de Transición basados en la sobrevigilancia de
los ex-presos, dentro de la comunidad, hay una amplia variedad de los mis-
mos. Entre ellos se citan, como relevantes, cuatro modalidades. En el magní-
fico estudio de Court T. GRIFFITHS y Otros (a quienes seguimos, de forma
prevalente, en este apartado) se hace mención a: La supervisiones o sobre-
vigilancias basadas en el riesgo, en las necesidades de los sobrevigilados, a la
basada en las dos precedentes (middle-ground) y la basada en el reforzamiento
de los recursos de la comunidad (strenght-based model) a favor de los someti-
dos a esta supervisión, porque, según esta orientación, “los delincuentes consti-
tuyen un capital a explotar y no un fardo a llevar” (Maruna y Le Bel, 2002). Entre
los programas concretos, referentes a este ámbito, pueden señalarse a modo
de ejemplo: el “Hot Spot Community Initiative”, que se centra en la supervi-
sión en los llamados “puntos calientes” de las respectivas comunidades.Éstas,
cuando participan en el programa, movilizan algunos de los recursos que dis-
ponen: servicios de policía comunitaria, servicios de “probation”, programas
de sostén y mantenimiento de lazos comunitarios, actividades de preven-
ción para los jóvenes… El “ISPP” (= “Intensive Supervision and Surveillance
Program”). Es un programa complejo destinado a jóvenes infractores, para
intentar remediar, en lo posible, sus necesidades de todo tipo (formación es-

601
Sobre estos programas, puede verse: D.P. FARRINGTON y Otros: “Evaluation of
Two Intensive regimes for Young Offenders”, Home Office Research study 239, London, 2002; B.R.
JOHNSON y D. B. LARSON: “The Inner Change Freedom Inicitive: A Preliminary Evaluation of a
Faith based Prison Program”, Centre for Research on Religion and Urban Civil Society, 2003.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 483

colar, la falta de supervisión o control familiar…). Se trata, con ello, de gestio-


nar mejor los riesgos y reducir la probabilidad de reincidencia602.
Por lo que hace referencia a los programas de Transición, basados en programas
(integrados) de asistencia (continua), decir que más bien escasean, aunque se
presentan como necesarios para los recién salidos de prisión que, general-
mente, carecen de recursos suficientes para poder emprender la nueva vida
inculcada en el centro institucional a través del correspondiente tratamiento.
Sin embargo, es patente, a simple vista, la falta de colaboración entre las in-
tistuciones de la administración de justicia y las agencias de servicios socia-
les en orden a subsanar tan peligrosas lagunas. No es, muchas veces, que el
tratamiento haya sido ineficaz, sino que el tratado, llevado por la necesidad,
difícilmente puede optar por otro comportamiento que no sea el delito (ge-
neralmente contra el patrimonio) si quiere subsistir.
Afortunadamente, no siempre estamos ante ese vacío asistencial. También
existen (aunque, como hemos advertido, no muchos, desde luego) programas
orientados a paliar dicha necesidad. Podemos mencionar, a manera de ejem-
plo: El “SVORI” (=”Serious and Violent Offender Reentry Initiative”). Vigente,
a escala nacional, en USA, está orientado a mejorar la reinserción social de
los jóvenes y adultos salidos en libertad de un establecimiento correccional.
Atiende las necesidades de éstos en materia de empleo, de formación escolar,
de salud y vivienda. Ello, unido con la sobrevigilancia y el control sobre la
observancia de las condiciones de la puesta en libertad, tiende a reducir las
tasas de criminalidad, los nuevos arrestos, las nuevas condenas, los nuevos
encarcelamientos. El “REP” (= “Maryland Reentry Partnership”). De carácter
local, se viene experimentando en Baltimore con ex-internos que eligen al-
gún barrio de esta ciudad norteamericana. Consiste en la prestación de ser-
vicios relacionados con la asistencia a la vivienda, tratamientos en torno al
abuso de sustancias, consejos en materia de salud mental, formación escolar
y profesional…603
Con una referencia específica a programas de tratamiento (“programas es-
tructurados”) aplicables tanto a delincuentes ordinarios, autores de pluralidad

602
Sobre esto, puede verse N.L. PIQUERO: “A recidivism Analysis of Maryland´s Community
Probation Program”, en Journal of Criminal Justice, vol. 31, 4 (2003) pp. 295 y ss. También, E. GRAY
y Otros: “ISSP: The Final Report”, London, 2005.
603
Sobre estos programas puede verse, por ejemplo: P. K. LATTIMORE y Otros:
“National Portrait of SVORI-Serious and Violent Offender Re-entry intiative”; Justice Policy
Center, Urban Institute, Washington, 2004. También: J. ROMAN y Otros: “Impact and Cost-
Benefit Analysis of the Maryland Reentry Partnership Initiative”; Justice Policy Center, Urban
Institute, Washington, 2007. Para un más amplio estudio de conjunto de toda este apartado,
ver, como ya hemos señalado, el trabajo de Curt T. GRIFFITHS y Otros: “La réintegration socia-
le des délinquents…”, pp. 6-27.
484 CésaR Herrero Herrero

de delitos no violentos, como a delicuentes autores de delitos violentos, James


MacGUIRE, apuntando a los programas destinados a los autores de delitos
violentos específicos, afirma que han sido ya evaluados algunos de ellos. Por
ejemplo, dice: “…Hay programas específicos de trabajo, proyectados sobre la
violencia en general, sobre violencia doméstica o sobre violencia sexual. Para
delincuentes jóvenes o para delincuentes adultos respectivamente.” Con re-
lación a estos programas, el mismo autor los describe y ofrece la evaluación de
algunos de ellos. Podemos enumerar, concretamente, los destinados a:
— Controlar la ira (la instrumental y la expresiva).
— El programa para enseñar a “Razonar y Rehabilitar” (“Reasoning and
Rehabilitation”), iniciado su desarrollo en el “Correctional Service”,
de Canadá. Es concido muy ampliamente como Programa de
“Habilidades Cognitivas”. Está orientado a que los tratandos ad-
quieran nuevas capacidades para la resolución de sus problemas,
prevalentemente los de carácter interrelacional.
— El programa destinado a “Pensar antes de Actuar” (Thingfirst”).
— El programa cognitivo de tranformación personal. Destinado a recon-
ducir, reorientar o a eliminar, sustituyéndolas por otras, las distorsio-
nes mentales (creencias, suposiciones, sospechas…) incidentes en el
surgimiento del as conductas antisociales de los delincuentes604.

604
Los programas cognitivo-conductuales tienen base conductista. Con ellos se persigue,
entre otros, varios objetivos descollantes. De acuerdo con F. T. Cullen y P. Gendreau, el primero de
aquéllos consiste en buscar cómo “re-estructurar de un modo cognoscitivo la percepción distor-
sionada o errónea del individuo”. En segundo lugar, se intenta “ayudar a la persona a aprender
habilidades cognitivas nuevas y adaptadoras.”. Estos autores, tratando de explicitar los preceden-
tes fines, aseguran: “En el caso de los delincuentes, las distorsiones cognitivas existentes son los
pensamientos y los valores que justifican las actividades antisociales (por ejemplo, la agresión, el
hurto, el abuso de sustancias…). (…) La mayoría de los delincuentes también posee únicamen-
te un mínimo de habilidades cognitivas que no les permite comportarse de manera prosocial. En
vista de estas deficiencias, los programas cognitivos-conductuales eficaces intentan ayudar a los
delincuentes a:1) Definir los problemas que los llevaron a entrar en conflicto con las autoridades,
2) seleccionar metas, 3) generar nuevas soluciones prosociales alternativas y, a continuación, 4)im-
plantar esas soluciones. Los terapeutas cognitivos deben crear una relación con el cliente que sea
abierta y humanitaria, pero que al mismo tiempo permanezca dentro de los límites éticos que en-
cierran la relación paciente-terapeuta.” (“Evaluación de la rehabilitación correccional: Política, práctica y
perspectivas”; en Vol. Col. “Justicia Penal Siglo XXI. Una selección de Criminal Justice 2000”, edición
de R. BARBERET y J. BARQUÍN, Granada, 2006, pp. 318-319). Se trata, en lo descrito, de teorías pu-
ramente conductistas. Inasumibles cuando estiman que bastaría, para evitar la actividad antisocial
del transgresor, el “ordenar” sus “archivos” de conocimientos. Como si sólo delinquiera el que no
sabe o el que estuviera equivocado. Pero resulta que el hombre es, con los inevitables condicio-
namientos, libre, y puede decidir cometer delitos a pesar de sus saberes. Si sólo fuese cuestión de
saberes y habilidades, sería difícil explicar, por ejemplo, la delincuencia de “cuello blanco” o la de
“moralistas” reconocidos... No ha de confundierse aptitudes con actitudes.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 485

— El Programa encaminado a ayudar a capacitar al tratado para susti-


tuir la agresión (“Aggression Replacement Training” [ART]), inte-
grado por 30 sesiones de una hora cada una. Es un programa com-
plejo. Con tres componentes en combinación: adiestramiento en
habilidades sociales (skillstreaming), entrenamiento en autocontrol y
preparación para razonar moralmete.
— Controlling Aggression Group Program, orientado para desarrollar
en grupo (compuesto por dlincuentes violentos), en un conjunto de
sesiones. Habiendo de contrastar el grupo sometido al programa
con otro grupo no observante del mismo. Es un programa articulado
para controlar la ira605.

E. SOBRE LA ELABORACIÓN, EJECUCIÓN Y EFECTIVIDAD


ACTUALES DE LOS PROGRAMAS DE TRATAMIENTO

Es muy frecuente, cuando se habla con no pocos iniciados en ciencias pe-


nales y criminológicas, oir la cantinela de que la Criminología Clínica no tiene
demasiada razón, entre otras cosas, porque su objetivo primordial: tratar con
éxito a los delincuentes, ha fracasado. Pero, cuando se les pregunta cuándo y
en dónde se ha llevado a cabo un tratamiento verdaderamente científico, te-
niendo en cuenta o abarcando adecuadamente las distintas dimensiones que
vertebran al ser humano, según una antropología integral, confrecuencia no
saben o no contestan.
La verdad es que el tratamiento científico del delincuente, en orden a su
recuperación individual y social, si apenas ha tenido lugar. Y, desde luego,
debe tenerse en cuenta lo que hacen constar, de forma casi unánime, los que
han investigado con rigor esta realidad.
En primer lugar, como ponen de manifiesto F. T. CULLEN y P. GENDREAU,
decir que, sobre las críticas tan negativas a partir de la década de los setenta,
fortalecidas, después, por la consigna de R. Martinson de que “nada funciona”
(en el campo de la eficacia de los programas de tratamiento), algunas décadas
después, un movimiento amplio convencidamente revisionista las desmentía.
Apoyándose en la técnica del “meta-análisis”, con oportuna y minuciosa revi-
sión de la literatura específica, se venía a demostrar que muchos programas de
tratamiento correccional sí son eficaces para reducir la reincidencia606.

605
Ver desarrollo más amplio de estos programas y su evaluación en J. MacGuire: “El
renacimiento de la rehabilitación en programas de medio abierto”, ya citado, pp.119 y ss.
606
Sobre este asunto, F.T. CULLEN y P. GENDREAU: “Evaluación de la rehabilitación
correccional: política, práctica y perspectivas; en Vol. Col. “Justicia penal Siglo XXI. Una se-
lección de Criminal Justice 2000”, edición de R. BARBERET y J. BARQUÍN, Granada, 2006.
486 CésaR Herrero Herrero

Y puede apreciarse tal eficacia (sin que quepa estar satifechos), a pe-
sar de que que existen muchas razones para poder remitir, a hechos aje-
nos a la institución misma del Tratamiento, el no haber alcanzado, hasta el
momento, el rendimiento deseado y deseable. Curt T. GRIFFITHS et Coll.,
tras su amplio estudio sobre estos programas, utilizados en USA, Canadá,
Gran Bretaña y Australia, y varias veces aquí ya recordados, advierten que,
efectivamente, las razones para no haber alcanzado el éxito esperado son
múltiples. “Primeramente, porque la concepción y las modalidades de la
puesta en obra de los programas dejan mucho que desear. En segundo lu-
gar, porque subsisten obstáculos a la colaboración entre los organismos con-
cernidos, no obstante representar ésta una condición necesaria para el buen
resultado de los programas. Según un estudio realizado en el Reino Unido
sobre los resultados de las intervenciones, proyectadas sobre los jóvenes
delincuentes reincidentes, existen lagunas notables en la cooperación entre
organismos, en el reparto de la información, en la evaluación y planifica-
ción de las intervenciones basadas sobre los riesgos y las necesidades, así
como en la documentación de los detalles relativos a las evaluaciones y a las
intervenciones (Arnull et col., 2005). Todo lo expuesto pone a la luz el hecho
de que los problemas en la ejecución de los programas pueden comprome-
ter el resultado de los programas mejor concebidos y reducir a la nada los
esfuerzos realizados por el personal encargado de la intervención y por los
mismos delincuentes”607.
James McGUIRE, por su parte, hace, al respecto, observaciones como
éstas:
1ª Que hay menester de mayores y precisas investigaciones sobre los va-
riados factores que inciden en la violencia, porque esta deficiencias
repercuten, negativamente, tanto en al evaluación de los delincuen-
tes individuales como en su emplazamiento adecuado en los corres-
pondientes programas de tratamiento.
2ª Que, para acomodar la gran pluralidad de los participantes en los
programas, hay que estudiar más cuidadosamnte las variaciones y
modificaciones que, para tal fin, requieren los correspondientes pro-
gramas. Así, es grande la ignorancia sobre “la importancia del género,
la etnicidad, la cultura, la edad o la sexualidad como factores que in-
fluyen en las respuestas a los programas.” Y no puede olvidarse, por
ejemplo, la gran incidencia, en la criminalidad, que tienen muchas
minorías étnicas en no pocos países.

Sobre esta cuestión, también: C. HERRERO HERRERO: “Delincuencia de menores y Tratamiento


Criminológico y Jurídico”, Edit. Dykinson, 2ª edición Madrid, 2008. pp.280 y ss.
607
Curt GRIFFITHS y Otros: Trabajo ya citado, pp.36-37.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 487

3ª Es muy conveniente llegar a saber, para cumplimentar los programas,


si han de llevarse individualmente o en grupo y qué efectos pueden
producir unos u otros modos de ejecución. Sin olvidar que los grupos
podrían producir “efecto contaminante”.
4ª Es preciso saber cuál puede ser la influencia del contexto en donde
los programas se materializan, qué clase de organización es la más
conveniente…608
Es evidente, entonces, que tratar de relegar el tratamiento científico de
los delincuentes, para intentar reeducarlos y reinsertarlos socialmente, pre-
textando, a priori, o dejándose llevar por prejuicios de “ideología”, que es una
empresa advocada al fracaso, es afirmar sin fundamentos.

F. POSIBLES CONTEXTOS ESPACIALES INSTITUCIONALES,


EXTRATRADICIONALES, PARA EL TRATAMIENTO

Entre las múltiples explicaciones de los contrarios o enemigos declarados


del Tratamiento, una de ellas ha sido la de que, en el contexto carcelario, en
que el mismo ha venido teniendo lugar, es imposible llegar a alcanzar ningu-
na clase de rehabilitación. Ello se unía, por lo demás, a la proclamación, en
concordancia con los abolicionistas del Derecho penal, de la necesidad de que
éste desaparezca, llevándose con él todas las instituciones que le circundan.
¿Es imposible el Tratamiento en contexto carcelario? En establecimientos
masificados, sin personal específicamente cualificado, sin programas contras-
tados, sin recursos materiales, naturalmente que es imposible. Y, en realidad,
como ya hemos afirmado, el Tratamiento científico de los internos si apenas
se ha ensayado. Ello, quizá, sería posible si se habilitasen algunos centros de
acuerdo con las exigencias de lo que podríamos denominar “nueva clínica o
clínica alternativa”, equipada con los elementos (espaciales, personales y reales)
que acabamos de señalar. Y partiendo, por supuesto, de que el delincuente,
generalmente, no debe ser concebido como enfermo y que el tratamiento,
científico, ha de estar orientado a ayudar al delincuente a recuperase para sí
y para la sociedad. Apoyándole en el mejoramiento de sus aptitudes y actitu-
des, en la medida imprescindible para que pueda convivir como un ciudada-
no respetado y respetable.
Hace algunas décadas (lo hemos recordado ya), el profesor de la Escuela
de Criminología de la Universidad de Lovaina, Jean FRANÇOIS escribía:
“Pensamos, en cuanto a nosotros, que es posible sostener en medio peniten-
ciario una práctica clínica y de asistencia a los internos a pesar de las dificulta-

608
J. MacGguire: Trabajo anterior, pp. 134-135.
488 CésaR Herrero Herrero

des y los riesgos que comporta una tal empresa. Los análisis de la criminología
y la sociología radicales, los trabajos como los de Foucault, las investigaciones
evaluativas sobre la eficacia del tratamiento penitenciario invitan a los clíni-
cos y a los trabajadores sociales a adoptar una perspectiva crítica a la vista de
su práctica. Todo ello, empero, no conduce necesariamente a los que com-
parten tales críticas a renunciar a toda forma alternativa de práctica social y
clínica en medio penitenciario”609.
Lo que no quiere decir que, a ser posible, teniendo en cuenta los delitos
cometidos, la personalidad del condenado, la existecia de recursos (perso-
nales y reales) adecuados no pueda ensayarse, y aún deba ensayarse, fuera
de los muros prisionales. Esto ha de hacerse cuando sea posible teniendo en
cuenta las circunstancias personales del interno y la disposición suficientes
de recursos (personales y reales). Hay que propugnar, desde luego, que los
internos, en lo posible, puedan llevar a cabo en prisión una vida en continua
relación con el contexto de la sociedad y sus miembros libres610.
Y, desde luego, no puede olvidarse, en conexión con estas cuestiones, la
realidad y el lugar de la denominada hoy “Justicia reparadora”, en beneficio
personal de la víctima y en beneficio recuperador del delincuente, sin ladear,
en el mismo sentido, a la sociedad en cuanto tal. De esta materia están co-

609
Jean FRANÇOIS: “Pour une Clinique alternative en milieu carcéral”; en Déviance et
Societé, Vol. 3, 2 (1979) p.178.
610
Alejandro AYUSO VIVANCOS, llevado por un laudable deseo, escribe al respec-
to: “Los Centros Penitenciarios se deberían constituir en Centros Cívicos y Culturales donde
el interno ocupa realmente su tiempo, recupera habiliades perdidas, descubre dimensiones
desconocidas de su personalidad y aprende nuevas tareas y oficios. En estos Centros se nece-
sita por tanto Cultura, trabajo, Formación, Técnicas de Conducta y Clima Social. Es necesario
algunos cambios importantes, para que la seguridad no sea lo primero, y el Régimen esté su-
peditado al Tratamiento (proceso educativo): 1. Mínima intervención de la Institución en todo
lo organizado con la máxima participación de los internos, llegando incluso a la autogestión
(ensayo de vida en libertad). 2. Cercanía a los hábitats humanos como integración de la prisión
en la ciudadanía. La privación de libertad no significa aislamiento absoluto respecto del medio
social. 3. Tratamiento colectivo (dimensión grupal, comunitaria y colectiva) frente al inexis-
tente Tratamiento Individual. 4. Retención y custodia del preso entendidos como condiciones
mínimas para su volunatario proceso de reeducación. Si no se dan estos cambios estructurales,
la Animación Sociocultural Penitenciaria no puede empezar, lo cual caracteriza al Tratamiento
Penitenciario actual, “querer y no poder”. (“La intervención socioeducativa en el tratamiento
penitenciario”; en Pedagogía Social. Revista Interuniversitaria, 2ª época, 6-7 (2001) pp. 88-89).
Sobre esto, una matización, en el sentido de que, claro, esta versión sería plenamente aceptable
también para nosotros, siempre y cuando no se inclinara al otro extremo. Cultivar el “tratamien-
to” comunitario, sí; pero como complento del tratamiento científico individualizado, porque el
delincuente, como toda persona tiene una vertiente individual, intrasferible, y una vertiente so-
cial. Y, por ello, hay que ver en cuál de las dos dimensiones (o si en las dos) están anclados los
déficits, anomalías, factores…, que le han impulsado e impulsan a cometer delitos. No hay dos
delincuentes iguales como no hay dos no delincuentes idénticos.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 489

rriendo ríos de tinta. Pero, por seleccionar algún mensaje positivo en torno a
la misma, podemos transcribir el que nos ofrece André VALLOTTON: “Los
nuevos procedimientos centrados sobre la reparación de daños, la restaura-
ción del equilibrio social, y no sobre la retribución, toman un lugar cada día
más importante. Reglamento eficaz de conflictos de proximidad, esta nue-
va forma de mediación, de reparación y de restauración, reemplazan poco
a poco la justicia cada vez que el autor y víctima aceptan, bajo arbitraje, la
discusión abierta de sus diferencias. Los estudios comprometidos muestran
que estas nuevas formas no carecen de interés. Su eficacia sobre la restaura-
ción de un equilibrio para la sociedad, el autor y la víctima, parece rebasar,
en ciertas circunstancias, éstas de la Justicia clásica. Para el especialista de la
ejecución de las penas, ofrecen todas las ventajas de invitar al delincuente a
un análisis lúcido de los daños por él causados, que es el nudo central de todo
proceso de cambio”611.

611
André VALLOTTON: “La place de la justice réparatrice et des nouveaux modes de résolu-
tion des conflicts dans la justice contemporaine”; en Revue Internationale de Criminologie et Police
Technique et Scientifique, 1 (2001) p. 26 y 33.
Capítulo veintitrés

SEGUIMIENTO Y EVALUACIÓN EN LA
ACTIVIDAD CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA
A. INTRODUCCIÓN

El área de conocimiento y operatividad, en la que entramos ahora, es un


área que no integra, internamente, el círculo de las fases constitutivas del mé-
todo clínico criminológico, porque no es una actividad inherente al mismo. Se
trata, más bien, de un sector de actuación gnoseológica, externa a él. Pero ha de
ser concebido como indicador de eficacia imprescindible para poder corregir,
reorientar, potenciar o anular, en su caso, los objetivos previstos para cada una
de las fases de aquél, o los medios y técnicas puestos al servicio de éstos. En to-
dos los campos relevantes del quehacer y planificación humanos (sea de carác-
ter financiero, educativo, comercial, industrial, sanitario…) ha surgido, en las
últimas décadas, con más fuerza que nunca (porque la necesidad del control
de los resultados tiene sus precedentes) la que podríamos denominar cultura
de la evaluación o seguimiento de dichas tareas humanas, basados sobre su some-
timiento a un examen metodológicamente bien fundado de tales resultados
o efectos. Indagando, en su caso, sus posibles deficiencias o irregularidades.
Determinando, con la mayor precisión posible, qué de lo planificado, progra-
mado y puesto en acción, marcha o no marcha. Por qué marcha o no marcha.
Esta “cultura de la evaluación” (y es lo que, aquí, nos interesa) ha llegado,
de forma decidida, al ámbito de la Prevención de la Delincuencia. (No olvi-
demos que la Criminología Clínica es, sobre todo, prevención, o forma parte
relevante de la misma).
El “Centro Internacional para la Prevención de la Criminalidad”, ubi-
cado en Montreal, viene constatando, de forma continua, esa realidad.
Interpretando que “el recurso a la evaluación de las prácticas de prevención
del crimen responde a la necesidad de establecer una base racional y cientí-
fica que permita juzgar la eficacia de estas prácticas con respecto a los obje-
tivos señalados, los medios (financieros, humanos y otros) empleados y de
sus consecuencias inatendidas. Que, en este sentido, la utilización de los mé-
todos de evaluación, en la prevención de la delincuencia, se inscribe en la
misma lógica que su utilización en otros campos…”612

612
CENTRE INTERNATIONAL POUR LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ:
“Rapport International. Prévention de la Criminalité et Sécurité quotidienne: Tendances et Perspectives,
2008”, Montréal, juin, 2008, p.177.
494 CésaR Herrero Herrero

Este mismo Centro confirma, asimismo, cómo los Organismos Internacionales


y Supranacionales, embarcados, de alguna manera, en los afanes cotidianos que
exige la criminalidad, y no pocos Estados, vienen formulando principios o directri-
ces orientados al cumplimento de esa tarea controladora-evaluativa.
Efectivamente, la O.N.U. exhorta, en este círculo, a velar por la transparen-
cia de la financiación, de la ejecución y evaluación de los proyectos de preven-
ción, y de someter a control la realización de los resultados conseguidos. A eva-
luar, de forma sistemática, los resultados alcanzados y los efectos imprevistos,
sean éstos positivos o negativos, relacionados con la actividad comprometida.
A realizar evaluaciones tanto a corto, como medio o largo plazo, para constatar
lo que funciona o no funciona y cuál pudiera ser su etiología. A llevar a cabo
exámenes para equiparar, proporcionalmente, costes y resultados…613
La Unión Europea ha seguido, sobre esta cuestión, parecidos derroteros,
elaborando y publicando normas y protocolos, de destino común, para prac-
ticar tareas evaluativas de estrategias y programas, con relación a la comenta-
da actividad preventiva614.
Y, desde luego, existen también, como se ha insinuado más arriba, bastan-
tes países que tienen afianzada ya, de alguna manera, políticas de evaluación,
sin dejar fuera las evaluaciones en materia de actividad preventiva de la de-
lincuencia. Lo que, evidentemente, ha de extenderse, bordeando prejuicios, al
ámbito, sustancialmente preventivo, de las tareas clínicas criminológicas. Sobre
todo, las referentes al Tratamiento científico, dentro del respeto a los derechos
(sobre todo fundamentales) del delincuente. No cabe ya la aplicación automá-
tica, sin supervisiones, de programas relacionados con la prevención (tampoco
con la represión) de la criminalidad. Y, así, a manera de ejemplos, puede afir-
marse que, en Francia, es preceptivo preponer “dispositivos propios de evaluación”
para proyectos orientados a prevenir la delincuencia615. En Canadá se creó, en
1998, el Centro Nacional para la Prevención del Crimen, que profesa, podemos
decir, el “credo” de las “prácticas eficaces” y, por tanto, exige partir de programas
con elementos suficientemente mensurables. De aquí, que el precitado CNPC
haya reservado un lugar importante para la evaluación independiente y rigu-
rosa de los resultados de los proyectos que financia616. Se trata, al fin y al cabo,

O.N.U. (CONSEJO ECONÓMICO Y SOCIAL DE LAS NACIONES UNIDAS):


613

“Resolución 2002/13 de 24 de julio de 2002, párrafos 10 y 23.


614
U.E., “The “Beccaria Projet: Quality Management in Crime Prevention” with five
European partner organisations (2003-2005)” y “The “Beccaria Project Knowledge Transfer in
Crime Prevention”, with nine European partner organisations (2008-2011)”.
615
Ver, por ejemplo, Philippe ROBERT: “The Evaluation of Prevention Policies”; en
European Journal Of Crime, Criminal Law Justice, Vol. 111, 1 (2003) pp. 114 y ss.
616
CENTRE INTERNATIONAL POUR LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ:
Trabajo precitado, pp. 178-179.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 495

de una exigencia (la tarea evaluativa independiente y solvente) impuesta por


la recta razón, reforzada, al respecto, por las constataciones empíricas. Y esto
vale asimismo, volvemos a reiterarlo, para las intervenciones basadas en el
método clínico criminológico617.
Entonces, vamos a ver, ahora, en qué consiste la evaluación, qué abarca
su objeto, posibles medios o instrumentos evaluativos, sus reglas… Todo ello,
orientado a la Criminología Clínica y, sobre todo, a las funciones de la referi-
da metodología característica. Adelantamos que las tareas evaluatorias en ge-
neral revisten una especial complejidad. Pero, por las connotaciones propias
de nuestra materia, ese propósito presenta, precisamente, mayores perfiles
de dificultad.

B. CONCEPTO, OBJETO Y FUNCIONES DE LA EVALUACIÓN

a) Concepto. El concepto de “evaluación”, “in genere”, puede entenderse,


a manera de P. MULLER, como: La indagación sobre si los medios jurídicos, admi-
nistrativos o financieros, puestos a disposición de la política pública de que se trate,
han permitido producir “los efectos esperados de la misma y alcanzar los objetivos que
le fueron o le son asignados, para así intervenir, corrigiendo las irregulariades o po-
tenciando el buen funcionamiento”618.
En nuestro campo específico (evaluación específica), ha de hablarse de
ponderar, mediante metodología adecuada, los resultados de la actividad
desplegada (sea puramente legislativa o de medidas concretas de prevención
y tratamiento de la delincuencia o del delincuente) con fines de corrección o
perfeccionamiento de la misma, en orden a acrecentar su eficacia, para alcan-
zar los objetivos perseguidos.

617
En uno de sus últimos “Informes” (Rapports) el CENTRO citado en nota precedente
recalca lo que se acaba de decir en texto. Concretamente, comenta: “La evaluación de las prác-
ticas de prevención de la criminalidad ha devenido, en la actualidad, una apuesta tanto para
las organizaciones internacionales prestadoras de fondos como para los gobiernos locales y na-
cionales. La práctica de la evaluación tiende a generalizarse; cada vez más los gobiernos ponen
el acento sobre la necesidad de apreciar la calidad de los programas llevados a la práctica. Esta
evolución se inscribe en un movimiento más amplio que incita a los gobiernos a rendir cuentas
de su gestión y de la realización de las políticas públicas. Estas tendencias testimonian la gran
importancia que ocupa la evaluación en el campo de la prevención de la criminalidad y de la
seguridad cotidiana. Como para toda política pública, y particularmente toda política pública
“social”, la evaluación de la prevención hace surgir numerosas dificultades tanto técnicas (v.gr.,
asegurar, ¿qué tal resultado se deriva de tal acción?) como estratégicas (por ejemplo, ¿cómo in-
terpretar y utilizar los resultados de la evaluación?). (“Raport International. Prévention de la
Criminalité et Sécurité quotidienne: Tendances et Perspectives. 2010”; Montréal, 2010, p.173).
618
P. MULLER: “Les politiques publiques”, P.U.F., Paris, 1998, pp.122 y ss.
496 CésaR Herrero Herrero

Sobre el término “evaluación”, comentan los autores del “Informe


Internacional sobre Prevención de la Criminalidad y Seguridad Cotidiana
(2010)”: “Merece ser precisado y distinguido de nociones próximas. (…)
Nosotros inspirándonos en diferentes trabajos pertenecientes al programa
Beccaría, definimos la evaluación como: “La aplicación sistemática y rigurosa de
métodos consagrados para juzgar objetivamente un programa de intervención o una
política, en curso o concluida, desde su concepción a sus resultados, pasando por su
puesta en acción. La evaluación versa sobre la ejecución y cumplimiento de los objeti-
vos de la práctica o de la política y tiene como finalidad pronunciarse sobre su eficien-
cia, su impacto y su perennidad.” Se distingue del diagnóstico de seguridad en
que éste, si bien se considera también esencial para el establecimiento de una
estrategia local de prevención de la criminalidad, precede a la intervención,
mientras que la evaluación sirve para señalar el grado de éxito, tanto en ma-
teria de resultados cuanto en la puesta en práctica de aquélla, y la perennidad
de la estrategia o del programa619.
b) El objeto material de la evaluación y sus funciones. Aquí, estamos ha-
blando, implícita o explícitamente, sobre qué elementos debe fijar su atención
preferente la actividad evaluativa, la institución de la evaluación, referida al
campo criminologico-clínico. Naturalmente, decimos que habrá de proyectar-
se sobre el conjunto de funciones constituyentes de cada una de las fases del
metódo clínico-criminológico, teniendo en cuenta sus objetivos y los medios,
instrumentos o técnicas puestas al servicio (o inconvenientemente omitidas)
de aquéllos. Pero la intervención evaluadora sólo cobrará sentido de forma retro-
activa o regresiva. Es decir, cuando se hayan puesto ya en práctica o en acción los
programas de la última fase, el TRATAMIENTO o actividad “similar”.
Sólo cuando se pueda contrastar resultados en relación con los objeti-
vos, será posible someter, de forma razonable, a crisis o juicio a los mismos y
tratar de poder indagar el porqué del fracaso” o del “éxito”, del redimiento
esperado o de la frustración por parte del mismo. Entonces, efectivamente,
teóricamente tendremos que tratar de situar en qué fases o en qué partes o
elementos de las fases falla el proceso o, en su caso, si el proceso está bien
diagnosticado, pronosticado y si es, o no, adecuado el programa o programas
de Tratamiento. O, si habiendo sido adecuado el complejo entero, se apre-
cian partes actualmente que están fallando por haber caído en desfase. No
podemos olvidar, como ya hemos advertido, que todo este complejo, tejido
alrededor de esta actividad clínica, es altamente dinámico. Por eso, sobre
este particular, como hace constar el mismo “Centro Internacional para la
Prevención del Crimen”, la evaluación –se refiere a la práctica de Organismos

CENTRE INTRANTIONAL POUR LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ:


619

“Rapport International” (2010), ya citado, p.173.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 497

Internacionales y de los Estados en torno a esta materia– “tiende a desarro-


llarse, de igual modo, en “sostenimiento de la acción”. Así, desde el pricipio de
la puesta en práctica de ciertos programas, un equipo de evaluadores exter-
nos, lo más frecuente de investigadores universitarios, puede ser encargado
de seguir y de analizar el proyecto. Su papel es el de ser críticos, y sus observa-
ciones resultan más rápidamente disponibles permitiendo a los intervinien-
tes reorientar el caso, enderezándose la práctica. Las experiencias de este tipo
han propiciado óptimos resultados en Australia, o en Estados Unidos…”620
Un buen resumen de lo que abarca la figura que ahora tratamos, es reco-
gido por el “GRUPO DE NACIONES UNIDAS PARA LA EVALUACIÓN”, al
afirmar que la misma tiene por objeto: “… Apreciar, de manera tan sistemá-
tica e imparcial como sea posible, una actividad, un proyecto, un programa,
una estrategia, una política, un sujeto, un tema, un sector, un campo opera-
cional, una función institucional, etc. Vertebrándose sobre los resultados es-
perados y sobre los resultados obtenidos, ella examina la cadena de resulta-
dos, los procesos, los factores contextuales y el nexo de causalidad, con el fin
de percibir las realizaciones o la ausencia de éstas. Ella se orienta a determi-
nar la pertinencia, el impacto, la eficacia, la eficiencia y la durabilidad de las
intervenciones y contribuciones de las Naciones Unidas (o de los organismos,
entes, grupos, países… actuantes)621. Ella debe operar a partir de elementos de-
mostrables, de informaciones creíbles, fiables y útiles y permitir integrar, en
tiempo de provecho, las conclusiones, recomendaciones y enseñanzas en el
proceso decisional…”
En cuanto a sus funciones esenciales, “la evaluación –a decir del mismo
GRUPO– se inscribe en los procesos de gestión y de toma de decisiones y
aporta una contribución esencial a la gestión construida desde los resultados.
Ella informa el ciclo de la planificación, de la programación, de la formaliza-
ción del presupuesto, de la realización y de la preparación de los informes.
Ella prevé mejorar la conveniencia institucional y la obtención de resultados,
optimizar la utilización de los recursos, satisfacer a los clientes y maximizar
el impacto de la contribución que llevan a cabo las entidades de Naciones
Unidas”622, o las entidades activas participantes, distintas de éstas623.

620
CENTRE INTERNATIONAL POUR LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ…”,
“Rapport International … 2010”, ya citado, p.185.
621
Lo señalado con cursiva es del autor, tratando de extender el contenido del GRUPO
de Naciones Unidas, sobre este particular, a sujetos activos que no sean entes de dichas
“Naciones”.
622
GROUPE DES NATIONS UNIES POUR LA EVALUATION: “Normes d’évaluation
applicables dans le système des Nation Unies”, 29 abril, 2005, pp. 4-5 del texto francés.
623
Este contenido transcrito con cursiva es mío y se incluye con la misma finalidad que
la más arriba expresada.
498 CésaR Herrero Herrero

Una advertencia sobre este particular. En la evaluación de los resultados


de un programa es menester distinguir si los mismos son debidos a la concep-
ción misma del programa en cuanto tal o a las modalidades de su puesta en
marcha. Ello, ¿por qué? Porque equivocarse en este diagnóstico puede hacer
desembocar en decisiones desviadas e improcedentes. Hay que identificar el
origen de los errores, para tratar de corregir, ajustadamente, las irregulari-
dades del programa. Evaluar la calidad e idoneidad del proceso, en vez de
entrar a evaluar la idoneidad o calidad del programa en cuento tal, puede
permitir evitar, como exponen los autores del “Informe Intenacional 2010
sobre Prevención de la Criminalidad y Seguridad Cotidiana”, el escollo de
una apreciación negativa excesivamente prematura”624.
Para que pueda afirmarse la bondad funcional de la evaluación, el mismo
“GRUPO de naciones Unidas para la Evaluación” (GNUE) ofrece en sus do-
cumentos “ad hoc” un conjunto de características, notas o criterios, que dicho
instituto habrá de encarnar en su planificación, elaboración y operatividad.
Concretamente, se hace referencia a la necesidad de: Transparencia y mu-
tuo intercambio de pareceres entre los sujetos activos de la evaluación, en los proce-
sos de evaluación; dar entrada a la peritación o actividad profesional de especialistas
expertos; independencia e imparcialidad de los evaluadores; existencia del propósito
de utilizar las conclusiones de la evaluación para afianzar una planificación
precisa en sintonía con las tomas de decisión futuras, lo que supone, asimis-
mo, una adecuada interpretación de los datos, que, en principio, sin menos-
cabo de la objetividad, habrá de ser consensuada; evaluabilidad, sea durante la
fase de la planificación de iniciativas, sea durante el proceso operativo, con el
fin de perfeccionar la capacidad de someter a juicio esas iniciativas o integrar
en el programa mismo un plan evaluativo; calidad de la evaluación, es decir:
que toda evaluación ha de ofrecer procesos de concepción, de planificación
y de aplicación, intrínsecamente orientados hacia la excelencia o calidad, ha-
ciendo mención de los métodos apropiados de recogida, de análisis y de in-
terpretación de los datos; adecuada secuencia de recomendaciones derivadas
de la evaluación misma.
Y, en fin, debe hacerse referencia también al carácter ético de la evaluación,
para lo cual los evaluadores deben ser individuos personal y profesionalmen-
te íntegros. Y, desde luego, deben tener en consideración las creencias, usos y
costumbres de los contextos sociales y culturales en los que llevan a cabo sus
evaluaciones625.

Rapport International Prévention…” de 2010, del Centre Intenational pour la


624

Prévention…, ya citado, pp. 180-181.


625
GROUPE DES NATION UNIES POUR L’ÉVALUATION (GNUE): “Normes
d’évaluation applicables dans le système des Nations Unies”, ya citadas, pp.8 y ss. del texto
francés.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 499

C. MEDIOS, ISNTRUMENTOS, TÉCNICAS O MÉTODOS


APLICABLES EN LA PRÁCTICA DE LA EVALUACIÓN

Es preciso tener en cuenta, en orden a poder determinar cuáles pueden


ser los medios, instrumentos, técnicas o métodos, puestos al servicio de la
evaluación, de qué tipo de evaluación se trata. Porque no existe un solo mo-
delo de evaluación ni una única cuestión evaluable. En este sentido, suele
hacerse referencia, entre los expertos de esta materia, en primer lugar, a una
cuádruple tipología evaluatoria. Concretamente, se habla:
— De planificación de la evaluación: Se trata de un conjunto de acciones,
necesariamente a poner en práctica, para configurar el modelo mis-
mo de la evaluación que se proyecta llevar a cabo en el futuro más
o menos próximo, cuando el programa de que se trate se ponga en
marcha, empiece a tomar cuerpo, mientras esté vigente o se dé por
aplicado. Estamos, pues, ante una forma de evaluación comprensiva
de “la clarificación de las intenciones del programa (modelo lógico), de
la identificación de los indicadores de resultados y de la elaboración
de un cuadro de evaluación”. Este cuadro responde a una especie de
plan global de evaluación y, por ello, se refleja en él el conjunto de
problemas a evaluar, indicadores adecuados de evaluación, métodos
de recogida de datos, fuentes de información…
— De evaluación de la implantación de un programa. Que se lleva a cabo a
partir de un cierto tiempo, desde la puesta en acción de éste.
— De evaluación final de un programa.
— De la evaluación puntual de un aspecto del programa (évaluation ciblée).
Sin pasar por alto que las evaluaciones pueden recoger una clase de pro-
yecto prospectivo sobre diversos aspectos de la realización del programa
correspondiente.
Tampoco podemos olvidar, aquí, la llamada “matriz de las cuestiones de
evaluación”. “La elección de las cuestiones de evaluación – dice la fuente que
estamos siguiendo, hasta ahora, en este apartado, es una etapa fundamen-
tal en la elaboración de una modalidad de evaluación. Estas cuestiones per-
miten circunscribir los aspectos del programa a evaluar y ellas están ligadas
a los criterios convenidos. Se trata de la pertinencia, de la eficacia, de la
eficiencia y de los efectos e impactos. Con el fin de asegurar de tener una
compresión común, cada uno de los cuatro criterios de evaluación ha de ser
definido.”
La misma fuente delimita la PERTINENCIA, viniendo a dar a entender
que es capaz de permitirnos verificar la adecuación entre la razón de ser del
programa y las necesidades a satisfacer, para las que el programa nace. (V.
500 CésaR Herrero Herrero

gr., necesidades de seguridad, de achicar la delincuencia, de reinsertar a un


delincuente concreto…)
En cuanto a la EFICACIA, sería el criterio evaluativo que faculta para me-
dir el grado de realización de los objetivos del programa sometido a evalua-
ción. Una comparación entre los resultados previstos y los resultados obteni-
dos por la aplicación del programa ha de calificarse de fundamental.
La EFICIENCIA posibilita analizar los resultados obtenidos en razón de
los recursos que han sido invertidos para lograr aquéllos. Es una guía para
orientarnos sobre la posibilidad de alcanzar los mismos resultados con recur-
sos menos caros o a más bajo coste.
Los EFECTOS E IMPACTOS son los medios para poder ponderar el al-
cance efectivo logrado con la puesta en práctica del programa de que se trate.
Es menester que se distinga entre efectos esperados y los no previstos626.
Parece ocioso observar que cada tipo de evaluación, teniendo en cuenta
su tipología, su objeto o elementos propios de evaluación, habrá de intro-
ducir las correspondientes variables metodológicas, si pretende alcanzar un
mínimo de lo que la evaluación persigue. Pero cualquier clase de medio, ins-
trumento, técnica o método, orientado a una finalidad evolutiva, tendrá que
encarnar los precitados criterios.
De todas formas ha de tenerse en cuenta, sobre todo, la especificidad de
la “materia” a evaluar. No es posible evaluar ciertos aspectos del fenómeno
delincuencial, se encarnen en grupos más o menos amplios o se ecarnen en
individuos concretos, que como se puede evaluar, por ejemplo, el rendimien-
to en la productividad de coches en una empresa determinada.
Si ello es así, ¿qué metodología concreta emplear en la evaluación clínica
de la delincuencia o del delincuente? ¿Qué modelos evaluativos? ¿Sólo méto-
dos cuantitativos, estadísticos, con el fin de comparar la realidad delictiva o la
reincidencia individual antes y después de la aplicación del progra o programas
de tratamiento? Esto sería tan simple como creer que se está ante una realidad
fija, sin constantes cambios. ¿Cómo descubrir y ponderar, entonces, las posibles
nuevas variantes, incidentes en el acontecer y comportamiento delincuencia-
les, sobrevenidos a partir de la puesta en práctica del programa tratamental?
¿Comó poder percibir todo esto sin metodología cualitativa apropiada?
Hace ya unas cuantas décadas, D. SZABO había reflexionado: “Al exigir
que en una investigación evaluativa haya congruencia entre los objetivos
del proyecto y los resultados obtenidos, se subestima metodológicamente la

626
La fuente mencionbada en texto es: Manuel du responsable en évaluation de program-
me”, del que son autores: Yves BANNON, Diane CHAREST, Alice DIGNARD, Guy GIGUÊRE,
Serge HAMEL y André VIEL; Graep, Goubernement du Québec, février, 2009, pp. 60-62.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 501

importancia de las variables que intervienen. Para ciertas investigaciones, su


importancia puede ser estratégicamente decisiva. La experiencia histórica co-
lectiva de la institución o del grupo evaluado, los papeles de las personalida-
des, la percepción diferencial de los individuos o de los grupos implicados,
relativos a los sujetos, a los objetivos o los medios propios para realizarlos,
constituyen otras tantas variables que la medida cuantitativa tiende a subesti-
mar, cuando no a eliminar”627.
Se impone, por tanto, la evaluación periódica razonable para evitar des-
fases. La evaluación puede recaer (lo hemos insinuado ya), sobre el “propósi-
to” del programa, sobre la puesta en práctica, sobre el procedimiento, sobre el
proceso en cuanto tal, sobre la eficacia, la eficiencia, la efectividad, los resul-
tados o el impacto. Ha de recalcarse que tanto la corrección de déficits, lagu-
nas o errores, como de potenciación de los aspectos positivos, ha de hacerse
desde la información específica y sólida. Repasando todos los pasos más re-
levantes del correspondiente programa mediante la utilización (con posibles
perfeccionamientos), de los intrumentos, medios, técnicas o métodos recono-
cidos, que fueran utilizados en las fases previamente recorridas (diagnóstico,
pronóstico, planteamiento del tratamiento), para ver si ha habido fallos en
alguna de estas fases o en todas ellas, o si, por el contrario, es cuestión de
aparición de nuevas variantes influyentes en la actitud y conducta del tratan-
do. Y, por supuesto, sabiendo que se han de aplicar programas específicos de
evaluación para el proceso de readaptación social del rehabilitable628.

627
D. SZABO: “Investigación evaluativa y política social”, en su libro “Criminología y Política
en materia criminal”, Siglo XXI Editores, México, 1980, pp. 116-117.
628
Hay países que sí poseen estos programas. Por ejemplo, Marc LE BLANC afirma
que las investigaciones clínicas y teóricas, durante numerosos años, han conducido a la elabo-
ración de un programa de reeducación en internado (concretamente en BOSCOVILLE), pro-
grama que ha sido ampliamente rodado antes de ser evaluado de manera sistemática gracias a
un modelo longitudinal, completo, ecléctico y comparativo en la investigación. El mismo autor
hace referencia a una orientación semejante en el mundo occidental. (“La réadaptation des jeunes
délinquants”, Chicoutini (Québec), 2006, p. 38). En semejante sentido, el mismo M. LE BLANC
y M. CUSSON, en la nueva edición (la 4ª) de su “Traité de Criminologie Empirique”, al abordar la
materia sobre Criminología Clínica, concretamente, en el Capítulo sobre “Evaluation clinique,
les mesures et la réadaptation des jeunes délinquants” (pp.413-441), hacen referencia a varios me-
dios o técnicas (protocolos de entrevista sistemática, o cuestionarios) de evaluación clínica, con
proyección en torno a la reinserción social de dichos delincuentes. Concretamente, destinados
a medir el grado de adaptación de los delincuentes jóvenes o adolescentes. Se mencionan ex-
presamente, sobre este particular, el MASPAQ (=”Medidas de la Adaptación Social y psicoló-
gica para loa Adolescentes de Quebec) y el IHSAQ (=Inventario de Habilidades Sociales para
los adolescentes de Quebec). La edición 4ª de la obra ahora citada (“Traité de Criminologie
Empirique”) es de 2010. (Puede verse una recensión, casi exhaustiva, de la misma, realizada
por R. GASSIN, con el titulo “Compte rendu de la 4ème Édition 2010 du Traité de Criminologie
Emprique”, texto en www.ccja-acjp.ca/fr/rccr.html).
502 CésaR Herrero Herrero

“A la hora de elaborar y adaptar los programas dirigidos a intervenir en


los factores causales –se comenta en el “Instrumento de evaluación de las ne-
cesiades en materia de prevención de la delincuencia”– es importante que
existan datos de referencia e investigaciones fiables, así como información so-
bre prácticas óptimas en materia de prevención de la criminalidad. Estos da-
tos son igualmente importantes para el seguimiento y la evaluación de las
actividades realizadas. La administración pública a todos los niveles, los ser-
vicios policiales y las organizaciones no gubernamentales a menudo trabajan
con las universidades y los centros de investigación y formación para que les
ayuden a preparar los datos, medir los resultados y evaluar los efectos de los
programas”629. Naturalmente, los programas individuales de Tratamiento han
de extenderse más allá del ciclo institucional de intervención. Es fundamen-
tal, desde luego, en el tratamiento penitenciario, la prolongación adecuada
después de la salida del correspondiente establecimiento.

D. ALGUNAS OTRAS OBSERVACIONES, PREVALENTEMENTE


PRAGMÁTICAS, CON RESPECTO A LA EVALUACIÓN DE
PROGRAMAS O INTERVENCIONES CLÍNICO-CRIMINOLÓGICAS
A la hora de llevar a cabo las correspondientes evaluaciones, con respecto
a determinados aspectos de los programas o intervenciones clínico-crimino-
lógicas, hay que recalar, además de en las vertientes necesarias para neutra-
lizar los factores criminógenos activamente internalizados, en la actualidad,
por el delincuente, en algunas otras dimensiones, suficientemente relevantes.
Dimensiones éstas sobre las que, según los verdaderos expertos, se ha compro-
bado que tienen una enorme influencia en el resultado de la actividad trata-
mental. Concretamente, ¿cuáles son tales dimensiones? Las relacionadas con
las necesidades vitales y los grandes obstáculos con los que han de enfrentarse
los internos, cuando recobren la libertad, yendo a “extramuros” prisionales.
Curt T. GRIFFITHS y otros, en su estudio ya citado, advierten al respecto:
“La evaluación de los resultados obtenidos hasta ahora sugiere que es nece-
sario renunciar, en adelante, a intervenciones “ad hoc”, reiterativas, sin refe-
rencia alguna a las necesidades de los delincuentes ni a los desafíos a los que
han de hacer frente. De lo que tenemos menester es de estrategias eficaces,
basadas sobre el equilibrio entre la sobrevigilancia y la asistencia, teniendo
en cuenta la variedad de necesidades y de riesgos en que se hallan los delin-
cuentes a su salida de la cárcel. Nos son necesarias igualmente aproximacio-
nes integradas y globales que permitan, de una parte, dar una respuesta con-

629
“Instrumento de la Evaluación de las necesidades en materia de prevención de la
delincuencia”; Oficina de las N.U. contra la Droga y el Delito (UNODOC), Naciones Unidas,
Nueva York, 2009, p.38 del texto en español.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 503

sistente y estructurada a los actos criminales y, de otra, considerar las causas


de la criminalidad y los factores que facilitan la reintegración en la sociedad.
En fin, es preciso, también, que los delincuentes respondan de sus actos y se
muestren responsables participando en los programas concebidos para me-
jorar sus competencias y habilidades, llevándolos a término”630.
Y, con ello, no ha de creerse, y así lo reconocen los autores que acabamos
de nombrar, que los programas basados sobre el modelo de asistencia con-
tinua, produzcan resultados muy notables. Cosa que es generalmente reco-
nocida. El mismo Marc LE BLANC, partidario documentado del paradigma
resocializador, al referirse a jóvenes delincuentes, de dicha manera tratados
(con los que él trabaja asiduamente) confirma que, aunque hay que huir del
“Nothing Works” de Martinson, es del todo conveniente no exagerar, tampoco,
los resultados positivos en este campo, pues la reducción de la delincuencia,
que así se puede conseguir, rondaría el 40%631.
En lo que también se está de acuerdo, por parte de no pocos tratadis-
tas, es en que hay más probabilidades de efectos positivos, en el tratamiento,
cuando en las intervenciones se hace hincapié en la neutralización de los
factores de riesgo dinámicos, conectados con la criminalidad, que cuando
sólo realizan intervenciones informadas, sin más, en el denominado “tra-
miento correccional eficaz”, que, como es sabido, ha venido inspirándose, o po-
tenciándose, en algunas consideraciones o fórmulas de A. BONTA y Otros632.
Este “tratamiento correccional eficaz” se inspira, en efecto, en instrumen-
tos programáticos próximos a la pura psicología cognitiva y al denominado
realismo criminológico (del que hablamos aquí, en su momento). Como si el
hombre fuera sólo conocimiento y habilidades y el resto de elementos consti-
tutivos de su personalidad (voluntad-libertad, emotividad, afectividad, con-
ciencia ética, interrelacionalidad social, dimensión religiosa… etc.) no conta-
ran para nada en el nacimiento y trayectoria de la conducta.

630
Curt T. GRIFFITHS y Otros: “La réintegration sociale des délinquants et la prévention du
crime”, ya citado, p.35.
631
Marc LE BLANC y M. CUSSON: “Traité de Criminologie Empirique”, ya citada, pp.
420 y ss. Ver, en esta línea, asimismo y por ejemplo, Vicent LAMANDA (Premier Président de
la Cour de Cassation, La France): Rapport à M. le Président de la République: “Amoindrir les
risques de récidive criminelle des condamnés dangereux”, Paris, mai, 2008.
632
A este respecto, puede verse A. BONTA y Otros: “The prediction on Criminal and
Violent recivism Among Mentally Disordered Offenders: A Meta-analysis”; en Psychological Bulletin,
123 (1998) pp. 123 y ss. Son reveladoras, por el contrario, las orientaciones-recomendaciones
ofrecidas, desde datos contrastados, por Curt T. GRIFFITHS, Yvon DANDURAND y Danielle
MURDOCH, cuando tratan de hacernos observar “CÓMO DESARROLLAR LOS PROGRAMAS
EFICACES DE REINTEGRACIÓN”, en donde, claro está, se hace referencia a “utilizar métodos
apropiados para evaluar las necesidades y los factores criminógenos o de riesgo de los delin-
cuentes”. (“La réintegration sociale des délinquants et la prévention du crime”, ya citado, pp.35-36).
504 CésaR Herrero Herrero

Es decir, que el hombre sería “malo” (aquí delincuente) en cuanto no


sabe, o es ignorante, o carece, sin más, de habilidades o competencias… Todo
ello, a este respecto, muy sócratico-platónico. Pero no parece que esto se aco-
mode a la auténtica realidad. Y, si no, que los partidarios de ese simplificado
esquema antropológico se fijen, con atención, por ejemplo, en la mayoría de
los sujetos activos de la delincuencia organizada, que vaya si tienen apti-
tudes, capacidades, habilidades, competencias y que saben de la vida y de
su entorno todo y más de lo que hay que saber…633 Lo que, no obstante,
quiero decir con esto es que no debe desterrarse, “a priori”, la institución del
Tratamiento científico individualizado, porque puede ser la única forma de
poder recuperar personal y socialmente a un cupo nada desdeñable de delin-
cuentes, que así la elijan libremente. Aunque, por lo demás, puedan y deban
ser admitidos tratamientos en sentido impropio o parciales, como los que se
acaba de describir, por ser positivos para los delincuentes correspondientes

633
Esta es la orientación que, v. gr., parece haber adoptado el vigente Reglamento
Penitenciario español (Real Decreto 190/1996, de 9 de febrero) en su artículo básico (art.110)
sobre el Tratamiento penitenciario, que dice: “Para la consecución de la finalidad resocioalizado-
ra de la pena privativa de libertad, la Administración Penitenciaria: a) Diseñará programas formati-
vos orientados a desarrollar las aptitudes de los internos, enriquecer sus conocimientos, mejorar sus
capacidades técnicas o profesionales y compensar sus carencias. b) Utilizará los programas y las técni-
cas de carácter psicosocial que vayan orientadas a mejorar las capacidades de los internos y a abordar
aquellas problemáticas específicas que pueden haber influido en su comportamiento delictivo anterior. c)
Potenciará y facilitará los contactos del interno con el exterior contando, siempre que sea posible, con los
recursos de la comunidad como instrumentos fundamentales en las tareas de reinserción.” Nada se dide
de actitudes, educación de la voluntad, de valores de convivencia cívica, de factores crimi-
nógenos actuantes en el “intervenido”… Sólo de “conocimientos”, de programas formativos
de aptitudes, de capacidades técnicas o profesionales… Naturalmente, alejándose, con ello,
del mensaje articulado (en los arts. 59 y ss. de la Ley O. 1/1979, de 26 de septiembre, General
Penitenciaria, plenamente en vigor y que por lo mismo, tendrá que ser respetada por las regu-
laciones del Reglamento en virtud del principio constitucional de “Jerarquía de las normas” (art.
Noveno, 3. de nuestra Carta Magna). En lo que sí conviene, desde luego, hacer hincapié es en
el hecho de a quiénes debe extenderse el Tratamiento en sentido estricto, abordado por dicha
Ley Orgánica. Porque, evidentemente, hay delincuentes, en sentido jurídico, que, como ad-
vertimos en texto, no necesitan tratamiento en sentido propio, porque sus comportamientos
ilícitos o antisociales no nacen de ningún enraizamiento criminal (que son quizá una gran ma-
yoría) y a éstos sí les bastaría intervenciones parciales (desarrollo de aptitudes, habilidades…).
Y existen delincuentes que, aún poseyendo claramente personalidad criminal, acceder a dicho
Tratamiento les sería totalmente inútil por su radical indisposición a asimilarle. El Tratamiento
en sentido estricto, tal como le recoge nuestra Ley Orgánica General Penitenciaria, parece que
ha de destinarse, más bien, a una cualificada minoría de internos condenados.Pero, en cual-
quier caso, al margen de opiniones y de corrientes doctrinales, ha de respetarse mientras la
Ley siga en vigor. Que no tiene por qué no seguir, puesto que, además de lo que acaba de
afirmarse, como veremos en el último Capítulo de esta obra (el veinticinco), el tratamiento en
sentido estricto viene recogido y defendido en la gran mayoría de los Ordenamientos jurídicos
de las Naciones de nuestra área de cultura y en los textos correspondientes de los Organismos
Supra e Internacionales, competentes en esta materia (O.N.U., U.E. …)
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 505

y que, en realidad, no tengan menester del tratamiento en sentido pleno.


Delincuentes éstos que, seguramente, son una gran mayoría.

E. LOS EVALUADORES. CUALIFICACIONES REQUERIDAS PARA


LLEVAR A CABO SU FUNCIÓN

Ahora, vamos a hacer referencia, muy sucintamente, a esta cuestión,


puesto que, en el Capítulo próximo, hablaremos de los Sujetos activos orien-
tados a posibilitar la actividad relacionada con los objetivos primordiales de
la Criminología Clínica, desde el método clínico criminológico.
Digamos, entonces, que es de sentido común indicar, a este respecto,
algunas exigencias que las “Normas de Evaluación, aplicables en el sistema de
Naciones Unidas”, confirman que han de cumplirse respecto de cualquier eva-
luador, teniendo en cuenta la realidad específica a evaluar. Por ejemplo:
a) Se ha de seleccionar a los evaluadores indicando las cualificaciones
profesionales de base, requeridas tanto para la evaluación en cuanto
tal como para la gestión de la misma. Teniendo que saber trabajar en
equipo, sirviendo a los mismos objetivos desde vertientes distintas,
pero complementarias.
b) El jefe de la evaluación debe poseer competencias, contrastadas, en
materia de gestión de evaluaciones específicas y en la dirección de
los estudios de evaluación. Con capacidad equilibrada para interpre-
tar las conclusiones obtenidas con la evaluación. La realización de las
evaluaciones, en efecto, no clausura, de forma definitiva, la discusión
en torno a la eficacia del programa o intervención aplicados para ha-
cer frente, aquí, al fenómeno de la delincuencia, sea colectivo o indivi-
dualizado. Una actividad compleja, en el fondo y en la forma, obliga
a interpretar las conclusiones parciales, para armonizarlas o para sub-
sanar las contradicciones.
c) Los evaluadores deben poseer cualificaciones de base, imprescindi-
bles no sólo para realizar ellos mismos estudios de evaluación, sino,
también para dirigir y orientar a posibles evaluadores externos incor-
porados contractualmente.
d) Los evaluadores deben ser íntegros personal y profesionalmente.
En fin, el evaluador clínico-criminológico, como cualquier evaluador,
dentro de su materia específica, debe poseer las competencias ligadas al co-
rrelativo saber. Debe conocer la metodología, los modelos teóricos y la diná-
mica de la evaluación programática. Ha de saber las normas relacionadas con
el acceso a documentos de organismos públicos y sobre la protección de da-
tos e informaciones personales. Debe tener la flexibilidad mental y actitud
506 CésaR Herrero Herrero

relacional para saber admitir las necesidades de cambio de criterio o de con-


clusiones. El evaluador ha de examinar, de forma apropiada, el contexto, los
valores, hipótesis, teorías, métodos, resultados y análisis capaces de afectar
la interpretación de las constataciones de la evaluación. Ello vale para todos
los aspectos de la evaluación, desde su concepción inicial hasta la utilización
final de las conclusiones. Debe tener la capacidad y la intención de actuar con
ética634.

F. LA ELABORACIÓN Y PRESENTACIÓN FORMAL DEL INFORME


DE EVALUACIÓN

Baste, ahora, con trascribir, aquí, las observaciones que, sobre este parti-
cular, hace el precitado “Groupe des Nations Unies pour l’évaluation”, en su
documento, también ya citado: “Règles d’évaluation aplicables au sein du Système
des Nations Unies”. Viene a decir lo que sigue. Que el Informe final de la eva-
luación debe presentar una articulación lógica y exponer, sobre la base de los
hechos, las constataciones, las conclusiones, las enseñanzas y las recomenda-
ciones. Ha de estar exento de toda información que no cuadre con el análisis
de conjunto. Tiene que velar por no presentar nada más que datos accesibles
y comprensibles.
Que al lector del informe de evaluación se le ponga en situación de com-
prender: el objeto de la evaluación; lo que ha sido evaluado; cómo la eva-
luación ha sido concebida y realizada; los elementos de prueba que allí han
aparecido; las conclusiones que se han derivado; las recomendaciones que se
hacen; las enseñanzas que han sido extraídas635.

634
Sobre este particular, puede verse: GROUPE DES NATIONS UNIES POUR
L’ÉVALUATION: “Normes d’évaluation aplicables dans le Système des Natios Unies”, ya ci-
tado, p.10 del texto francés; del mismo: “Règles d’évaluation aplicables au sein du Systéme
des Nation Unies; 29 de avril, 2005, p.17 del texto francés. CENTRE INTERNATIONAL POUR
LA PRÉVENTION DE LA CRIMINALITÉ: “Rapport International. Prévention de la criminalité
et sécurité quotidienne: Tendances et Perspectives”, ya citado, pp. 183-184; Yves BANNON y
Otros: “Manuel du responsable en évaluation de programme”, ya citado, pp. 78 y ss.
635
Ver pág. 17 del Documento citado en texto, en versión francesa.
Sexta parte

LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA,
UNA ACTIVIDAD ESPECIALIZADA.
LOS PRINCIPALES ACTORES DE LA MISMA
Capítulo veinticuatro

LOS SUJETOS ACTIVOS DE LA


CRIMINOLOGÍA CLÍNICA.
EQUIPOS Y MIEMBROS COMPONENTES
A. INTRODUCCIÓN

Hasta aquí, lo recordamos de nuevo, hemos tratado de esclarecer qué ha


de entenderse por Criminología Clínica y cuáles son las funciones a que as-
pira. Hemos tratado sobre los conceptos básicos de la misma (el concepto de
“estado peligroso”, de pesonalidad criminal y de elementos periféricos, re-
ferentes, de forma básica, al concepto de adaptabilidad social del delincuen-
te). Hemos abordado y desarrollado cúal es su objeto material (el fenómeno
criminal en cuanto se desarrolla en y por la persona concreta).Examinando,
ampliamente, cada uno de sus elementos componentes: Delito, Delincuente,
Víctima y Control Social. Hemos analizado, asimismo, cúales son los facto-
res que impulsan, de forma más relevante, el quehacer delincuencial. Hemos
hablado de la metodología clínica y, sobre todo, del método clínico crimino-
lógico, extediéndonos ampliamente en el examen de sus distintas fases (diag-
nóstico, pronóstico, tratamiento) y exponiendo una plural gama de posibles
técnicas para llevar a cabo la oportuna práctica de cada una de las fases men-
cionadas. Acabamos de analizar la institución imprescindible (y, a menudo,
olvidada) de la evaluación…
Pero todo lo expuesto serviría para muy poco si, además de recursos rea-
les, no se dispusiera de los adecuados recursos personales. Es dedir, si no hu-
biera posibilidad de contar con personas suficientemente idóneas para ini-
ciar, desarrollar, consumar y evaluar ese proceso. Si no hubiera sujetos activos
específicamente preparados para activar las correspondientes funciones y
finalidades fundamentales atribuidas a esta clase de Criminología.
Aquí, nos referimos a un conjunto de personas, especializadas en distin-
tas ciencias de la conducta, en todo caso criminológicamente orientadas, que,
dentro de un marco jurídico e institucional prestablecido, sean capaces, por
conocimientos, dedicación profesional y posesión de competencia legal, de
diagnosticar, pronosticar y tratar, en equipo, a delincuentes, generalmente ya
condenados. Siempre, claro está, que, por su biografía criminal, sea oportuno
ofrecerles, por parte de la correspondiente institución, tratamiento para que,
libremente, lo acepten o lo rechacen.
Por tanto, nos referimos, ahora, a personas científica y específicamente
preparadas, porque estamos apuntando al tratamiento científico. Que han
de trabajar técnicamente en equipo. Sin ignorar que su actividad (al realizar-
se, todavía en la actualidad, casi siempre dentro de un establecimiento peni-
512 CésaR Herrero Herrero

tenciario) requiere de colaboración, siempre muy estimable e imprescindible,


de otro personal funcionario o asimilado636. Naturalmente, aquí, por razo-
nes obvias, vamos a hacer referencia, de forma prevalente, a los miembros
de dicho equipo técnico, con el fin de señalar sus especialidades científicas.
Fundamentalmente, desde el punto de vista de determinadas ciencias de la
conducta, con capacidad de orientarlas criminológicamente y en coordina-
ción entre sí. Con la necesidad, asimismo, de estar en posesión de otras acti-
tudes y aptitudes, imprescindibles para llevar a buen puerto todo el proceso
del método clínico criminológico en la medida en que lo haga posible la perti-
nente especialidad científica.

B. LOS CONOCIMIENTOS CIENTÍFICOS NECESARIOS PARA


LA REALIZACIÓN ADECUADA DE LA ACTIVIDAD CLÍNICA
CRIMINOLÓGICA MÁS CARACTERÍSTICA

Recuérdese que nosotros venimos defendiendo, razonadamente, que la


conducta (lícita o ilícita) de toda persona está condicionada por las tres ver-
tientes que constituyen su realidad como ente humano: La dimensión psico-
biológica, La dimensión psicomoral y la dimensión psicosociológica. La ac-
ción sigue al ser y, por lo mismo, el grado de normalidad, de equilibrio entre
ellas y su orientación existencial, afectan, para bien o para mal, el comporta-
miento del individuo. Tanto con relación a sí mismo como para los demás.

Hace algunos años, María YELA, psicóloga de Instituciones Penitenciarias, en


636

España, al preguntarse: “¿Quiénes aplican el tratamiento penitenciario?”, respondía: “No es


correcto ni completo señalar que lo aplican solamente los funcionarios del equipo de trata-
miento: psicólogos, educadores… Debemos superar un maniqueísmo muy extendido en el
medio penitenciario al considerar al funcionario de tratamiento señalado, como profesional
que destaca por su buena voluntad e interés hacia el interno, frente al funcionario de vigilan-
cia, que por la naturaleza de su labor, es catalogado como represor y responsable de las normas
de convivencia, cuando, en realidad, él es uno más sujeto a esas normas. Para ello hay que ten-
der a integrar a los diferentes profesionales de prisiones en un proyecto común y compartido,
cada uno con su tarea y responsabilidad específica, además de reciclar a los que trabajamos en
este campo. El maniqueísmo señalado no es operativo y dificulta el trabajo. Sin el apoyo y la
colaboración del funcionario de vigilancia el tratamiento es casi inviable porque va mucho más
allá de una sesión terapéutica o una orientación penal. Comienza por una relación de respeto
entre funcionarios e internos, y es con el personal de vigilancia con el que más tiempo pasa el
interno durante su etapa de reclusión.Las plantillas están compuestas por otra serie de profe-
sionales, mandos, servicio de burocracia, mantenimeiento, etc, encontrándose generalmente
problemas de esacasez de personal. Es de señalar la tensión laboral en que se desarrólla el tra-
bajo: el funcionario de prisiones se encuentra entre personas que han sido privadas de libertad
y a las que se impone una convivencia con otros internos, algunos con graves deterioros con-
ductuales.” (“Psicología penitenciaria:Más allá de vigilar y castigar”; en Papeles del Psicólogo,
70 (1998).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 513

Si ello es así (y negar alguna de esas dimensiones, en el hombre, sería


ofrecer una antropologia truncada o reduccionista) es claro que, para tratar
de conocer dónde se encuentran, en él, los defectos o factores que le impul-
san a conductas gravemente anisociales o delictivas, estamos ante la la nece-
sidad de analizar, a ser posible científicamente, esas tres dimensiones.
Como se ve (y ya lo hemos advertido) el criminólogo actual y actualizado
(tanto si es generalista como clínico) sabe perfectamente que el ser humano
es biología (anatomía, fisiología, genética…); es psicología (afectividad, in-
teligencia, razón, conciencia moral, extroversión y juego…) y es sociología
(contexto social, económico, político, ideológico…)
El criminólogo bien formado de nuestros días está, pues, muy lejos de
admitir que los factores impulsores de la delincuencia sean sólo de origen
individual (endógenos). Al contrario, admite, sin dificultad alguna, que están
inteviniendo, de forma continua, factores contextuales, o exógenos, de todo
tipo.
Tampoco, y volvemos a reiterarlo, el criminólogo bien documentado pien-
sa que el delincuente sea, por sistema, un enfermo. Pero que, con frecuencia,
adolezca de algunas anomalías no patológicas, o déficits, en cuaquiera de las
tres áreas mencionadas, es una realidad empíricamente constatada. Y que,
sin duda, una minoría de los que cometen delitos, entendidos éstos, ahora,
al menos como acciones u omisiones típicamente antijurídicas (ausentes, por
tanto, con alguna frecuencia, las notas de imputabilidad y, por lo mismo, de
culpabilidad), sí sufren de alguna clase de psico-patología. Precisamente, es-
tas diferencias (además diferencias singularmente interiorizadas) son las que
han de someterse, en su caso, a diagnótico, pronóstico y tratamiento. Pero,
para esto, repetimos, se necesita disponer de conocimientos y técnicas que
sólo un abanico de disciplinas científicas permitirá alcanzar ese objetivo, si
son aplicadas por auténticos conocedores de las mismas.
Por lo demás, esa actividad, proyectada sobre el delincuente condenado,
cuando él libremente la aceptare, ha de estar orientada a la reeducación y rein-
serción social del mismo, por lo que se necesita, para ello, conocimientos peda-
gógicos sólidos, a fin de que las medidas neutralizadoras de los impulsos o fac-
tores criminógenos surtan el más adecuado efecto. Sin olvidar las tareas, nada
fáciles, de las denominadas “Acciones socioculturales penitenciarias”637.

637
Alejandro AYUSO VIVANCOS, después de apuntar que los programas de Acción
Sociocultural, debidamente documentados y coordinados, tienen como finalidad preferente:
Evitar la prisionización, normalizar la vida en los centros penitenciarios, ofertar otras opciones
de existencia en prisión, señala como condiciones intrapenitenciarias de la animación socio-
cultural en el marco del Tratamiento Penitenciario: El considerar esta animación como proceso
cultural en sentido propio, sin identificarlo con un medio de diversión o entretenimiento, ni
de un instrumento sustitutivo de problemas o conflictos propios de estos centros (problemas
514 CésaR Herrero Herrero

Y, desde luego, todo ello ha de llavarse a cabo dentro de un contexto de


respeto a los derechos fundamentales del condenado “tratado” (Derecho
Constitucional) y al resto del ordenamiento jurídico. Sobre todo, el Derecho
penal-penitenciario y administrativo-penitenciario.
Para aportar todos estos conocimientos, métodos y técnicas se hace nece-
saria la presencia de verdaderos especialistas.

C. EL PERSONAL PENITENCIARIO ESPECIALISTA, EN RELACIÓN


CON LOS CONOCIMIENTOS CIENTÍFICOS PRECEDENTES

Los conocimientos no son entes autónomos, que se sostengan y se apli-


quen por sí mismos. Los conocimientos los adquieren y tienen las personas
que son las que los aplican sobre proyectos, actividades o empresas con el fin
de convertir a éstos en posibles y razonables.
¿Qué personas, pues, pueden poseerlos para poder llevar a cabo esta ta-
rea tan compleja y diversa como es el diagnosticar, pronosticar y, en su caso,
tratar a los delincuentes sentenciados?
“Las Reglas Mínimas para el tratamiento de los Reclusos”
(Ginebra,1955) al abordar las características del personal penitenciario,
señala que: “La administración penitenciaria escogerá cuidadosamente
el personal de todos los grados, puesto que de la integridad, humanidad,
aptitud personal y capacidad profesional de este personal dependerá la
buena dirección de los establecimientos penitenciarios.” Y para eso: “1)
El personal deberá poseer un nivel intelectual suficiente.
2) Deberá seguir, antes de entrar en el servicio, un curso de formación ge-
neral y especial y pasar satisfactoriamente pruebas teóricas y prácticas.

de vigilancia o de seguridad…). Ha de considerarse a esta “Acción Sociocultural” como parte


esencial del Tratamiento, entendiendo este instituto como programa orientado a influir en el
interno y en su contexto o situación, para que modifique, de forma progresiva, su compor-
tamiento antisocial, y sustituyéndole por un comportamiento nuevo como expresión de que
se va haciendo dueño de su propio destino y capaz de vivir en libertad conforme a la ley, sin
cometer delitos. Para ello, es preciso que todos los profesionales penitenciarios entiendan y se
convenzan, y así lo integren en su trabajo, que deben cumplir su cometido dentro de un marco
educativo, puesto que todos son “educadores” de acuerdo con el grado de su responsabilidad
profesional. Si bien para llevar a cabo dicha animación será muy conveniente, si no necesario,
la existencia en el Centro de un gestor sociocultural, pero sin absorber las iniciativas de los
internos, que no pueden ser considerados, aquí, meros consumidores. Y, desde luego, donde
debe haber cabida para instituciones y grupos no penitenciarios (públicos y privados), “y no
sólo para aumentar los recursos materiales y personales necesarios, sino porque es necesario
hacer de la prisión una cuestión social.” (“La intervención socioeducativa en el tratamiento peniten-
ciario”, ya citado, pp. 89-90).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 515

3) Después de su entrada en el servicio y en el curso de su carrera, el


personal deberá mantener y mejorar sus conocimientos y su capacidad
profesional siguiendo cursos de perfeccionamiento que se organizarán
periódicamente”638.
Se trata, aquí, de hacer observar que el funcionario de prisiones, sea
del grado administrativo que sea, ha de estar lo suficientemente instruido
para desempeñar con dignidad y eficacia las funciones a él encomenda-
das. Naturalmente no hay referencias, en estos párrafos, a la presencia de
especialistas.
La mención a estos especialistas la realizan las “Reglas” en su nº 49, al ad-
vertir que: “ En la medida de lo posible se deberá añadir al personal un número
suficiente de especialistas, tales como psiquiatras, psicólogos, trabajadores so-
ciales, maestros e instructores técnicos.
En la misma línea, las recién modificadas “Reglas Penitenciarias Europeas”
del Consejo de Europa (febrero,19887) también consignaban que: “El recluta-
miento de personas competentes así como su formación y perfeccionamiento
para que ellos adquieran las cualificaciones que se espera del personal peniten-
ciario, deben constituir un objetivo eminentemente prioritario para las adminis-
traciones. Este objetivo será más fácilmente logrado si se considera que las tareas
de todos los agentes son útiles, penosas, pero también enriquecedoras respecto
al plano personal y profesional. Ligado a la naturaleza intrínseca del trabajo mis-
mo, la imagen de marca de los servicios penitenciarios es de una administración
social que presenta interés y valor para la sociedad.
La búsqueda de estos objetivos generales debe ir de la mano con las rela-
ciones profesionales constructivas y eficaces”639.
Se recalcaba, asimismo, por ellas (n. 52) que la formación no sólo es un
medio para mejorar los conocimientos y las competencias profesionales, sino
también un instrumento de crecimiento de la devoción y espíritu de cuerpo,
elementos indispensables de un servicio social encargado de servir a la co-
lectividad y de ocuparse de individuos en circunstancias desagradables con
todas las frutraciones y decepciones inseparables de este deber.
Haciendo hincapié en la compatibilidad y armonía que debe reinar entre los
diversos servicios, subrayan, también, que una de las características de la ges-
tión y de los propios sistemas penitenciarios es la de apelar, además, a especialis-

638
REGLAS MÍNIMAS PARA EL TRATAMIENTO DE LOS RECLUSOS”. Primer
Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente,
Ginebra, 1955, nrs. 46-47.
639
“RÈGLES PÈNITENTIAIRES EUROPÉENNES”, Recommandation nº R (87) 3, adop-
tée par le Comité des Ministres du Conseil de l’Europe le 12 février 1987 et Exposé des motifs,
Strabourg, 1987, “Exposé de Motifs”, Troisième Partie (Personnel), nº 50, p.55.
516 CésaR Herrero Herrero

tas, comprometidos a pleno tiempo, a tiempo parcial o, incluso, actuando como


agentes externos. Lo que se ha manifestado como beneficioso. Habiéndose de
velar, no obstante, por que el desenvolvimiento de tales servicios especializados
no desvitúe el rol del personal de base. Al contrario, animando a éste a colaborar
con aquéllos en la medida en que esto sea posible y eficaz640. Las “nuevas” “Reglas
Penitenciarias Europeas” (de 2006), que suceden a las precedentes, hablan también,
explícitamente, de este personal especializado, diciendo que: “En la medida de
lo posible, el personal debe estar integrado por un número de especialistas sufi-
ciente, tales como psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, pedagogos, ins-
tructores técnicos, profesores o monitores de educación física y deportiva”641.
No se hace, ahí, referencia explícita a quiénes pueden o han de ser tales
especialistas. Pero de la lectura del amplio n. 64 debe deducirse que serán
aquellos cuyos conocimientos sean medios necesarios, o muy convenientes,
para poder culminar, con buen resultado, las actividades y objetivos del tra-
tamiento y los sistemas de formación.
Teniendo en cuenta la exposición desarrollada por nosotros, relaciona-
da con las distintas vertientes del delincuente, a las que, como ser humano
que es, ha de extenderse el diagnóstico, pronóstico y tratamiento, y a llevar a
cabo, en lo posible, “scientifico modo”, dentro del correspondiente marco jurídico,
podemos señalar, como especialistas que han de estar presentes para tal tarea,
a los cultivadores de las disciplinas o ciencias del comportamiento que, en su
lugar (al hacer mención y estudiar los distintos exámenes practicables para el
diagnóstico del método clínico) señalábamos. Es decir: Médico especializa-
do, Psicólogo, Psiquiatra, Sociólogo (o Trabajador social), Técnico moralis-
ta, Pedagogo (maestros, educadores), Animador socio-cultural, criminólogo
(para delincuentes y víctimas) y Jurista642.
En los dos apartados siguientes, vamos a ver, en el primero de ellos las
funciones, “in genere”, de estos especialistas, haciendo hincapié en cómo han
de aplicar, en este campo, su especialidad. En el segundo, haremos referen-
cia, sucinta, a las funciones propias de cada uno de ellos.

640
“RÈGLES…” de nota anterior, n.57, p.57.
641
Regla 89.1 de estas nuevas Reglas.
642
Insistimos en que la tarea clínica que venimos describiendo y exponiendo necesita
del compromiso, en el grado de su “status” funcionarial, de cada miembro del establecimiento
penitenciario o del lugar donde dicha tarea se desarrolle. Y, desde luego, que ciertos funcio-
narios, aunque no sean los especialistas mencionados en texto, son, aquí, absolutamente im-
prescindibles. Además de los vigilantes, es el caso de maestros de talleres, jefe de talleres, ges-
tores de empresas intrapenitenciarias… Con todo, el EQUIPO ESPECIALISTA O TÉCNICO
(denominado en algunos países “Equipo Técnico de Tratamiento o “Consejo Criminológico”,
etc.) debe estar integrado por miembros suficientes para estudiar las distintas dimensiones
(ya mencionadas) del hombre-delincuente. Sin llegar, en todo caso, a la composición de tantos
miembros que resulte algo inmanejable.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 517

D. FUNCIONES, “IN GENERE”, DE LOS ESPECIALISTAS DEL


EQUIPO CLÍNICO TRATAMENTAL

Las funciones a desarrollar por estos especialistas están conectadas con


la indagación, desde su propia especialidad científica, de los déficits, facto-
res disfuncionales, rasgos anormales de personalidad…, tanto de oriegen en-
dógeno como exógeno, que pudieran estar en la base del comportamiento
irregular. Sin pasar por alto, en orden al posible tratamiento, la presencia de
factores de protección o de contrafactores.
Pero es necesario reiterar ahora la siguiente observación (ya formulada, de
alguna manera, en esta misma obra, en su Capítulo Primero): la de que, aquí,
no basta con exponer que estamos en presencia de personas concretas, sujetos
activos de comportamientos delictivos o gravemente antisociales y que es sufi-
ciente estudiarlos, aunque sea de forma descoordinada, desde la especificidad
de cada una de las Disciplinas asignadas a los especialistas. Porque no es así. Y
no lo es porque, además, dichos delincuentes han de ser examinados con pers-
pectiva criminológica, y en mutuo complemento de esas Disciplinas científi-
cas o técnicas. Ello requiere saber y estar convencidos de que la perspectiva cri-
minológica requiere interdisciplinariedad o multidisplinariedad coordinada. Y que
el lazo o vínculo de coordinación entre las diversas y variadas disciplinas cien-
tíficas, cada una de las cuales ha de ser aplicada por el correlativo especialista,
es su estricto enfoque criminológico, y cooperando, simultáneamente, como
parte de un examen criminológico integral.
Lo que se acaba de exponer implica al menos estas dos realidades: Que, en
primer lugar, para hacer Criminología Clínica, no basta la simple multidiscipli-
nariedad (o acumulación de disciplinas), que sus especialistas han de aplicarlas
conspirando todas ellas (de forma complementaria entre sí) a un único e idén-
tico fin: ahora, diagnosticar, pronosticar y, en su caso tratar, el fenónemo delin-
cuencial en un individuo concreto. En segundo término, que no puede hacerse
Criminología Clínica utilizando, o aplicando, por ejemplo, una sola disciplina,
por muy científica que sea, en orden a indagar y tratar de remediar el precitado
fenómeno porque, entonces, no se cumpliría el requisito de la interdisciplina-
riedad de la Criminología, sea ésta General o Clínica643.

“El ejemplo más claro de lo que significa interdisciplinar –dice L. RODRÍGUEZ


643

MANZANERA– lo encontramos en la Criminología y, dentro de ella, la Criminología clínica.


La Criminología es la ciencia sintética, causal y explicativa, natural y cultural de las conductas
antisociales (al decir del maestro Quiroz Cuarón). La Criminología (y por lo tanto todo trabajo
criminológico) debe ser la síntesis de las llamadas ciencias criminológicas (o criminologías espe-
cializadas), a saber: Antropología criminológica, Biología criminológica, Psicología criminológica,
Sociología criminológica, Penología, Criminalística y Victimología…). La función principal del
Consejo Criminológico es trabajar interdisciplinariamente para obtener una síntesis. (…)El ha-
cer un examen psicológico de un criminal (inteligencia, memoria, senso-percepción, personali-
518 CésaR Herrero Herrero

Precisamente, por ello, los especialistas, en la ejecución de las actividades


clínico-criminlógicas en general y, en especial, de las fases del método clínico,
han de formar un compacto equipo, sin estarles permitido el jugar por libre.

E. LAS FUNCIONES PROPIAS DE CADA UNO DE LOS MIEMBROS


ESPECIALISTAS DEL EQUIPO TÉCNICO DE LA ACTIVIDAD
CLÍNICO-CRIMINOLÓGICA

Como venimos diciendo, la función primordial conjunta de los “Equipos


Técnicos”, “Consejos Criminológicos”, “Juntas Técnicas de Tratamiento”, o
como se quiera que se llamen, es la de llegar a una “síntesis criminológica”, re-
lacionada con el correspondiente delincuente condenado, en orden a poder
recuperarle personal y socialmernte mediante la oportuna aplicación del pro-
grama de Tratamiento científico individualizado.
Pues bien, cada especialista coopera, coordinadamente, a esa “síntesis”
mediante el estudio del delincuente y su “circunstancia” desde la especiali-
dad epistemológica propia, orientada criminológicamente. Precisamente, el
vínculo específico, común a todos los especialistas del “Equipo”, consiste en
que han de poseer conocimientos suficientes y sólidos referentes al campo
interdisciplinar de la Criminología. Sin exigirles a todos, obviamente, sobre
este particular, la calidad y cantidad requerida al Criminólogo.
Expuesto lo precedente, podemos entrar, entonces, en las funciones pro-
pias asignadas, “ex propria re” y, a veces, por la legislación misma, a cada uno de
ellos para integrar la síntesis de referencia. Sea de forma muy prevalente, en
relación con el tratamiento cientifico individualizado (tratamiento en sentido es-
tricto), sea con respecto al denominado “tratamiento correccional eficaz,” o en co-
nexión con otras actividades clínicas, referentes a acontecimientos de no tanta
trascendencia como los precedentes (v.. gr., ingreso o no en prisión provisional,

dad, etc.), no es hacer un examen criminológico, es solamente Psicología criminológica. Al efec-


tuar un examen médico a la víctima de un delito, no hacemos Criminología, hacemos Medicina
Forense. Cuando la trabajadora social hace el estudio de la familia de un infractor, no está ha-
ciendo Criminología, sino una parte de ella. La simple suma de los diferentes estudios hechos a
un criminal, no es un estudio criminológico, pues se ha quedado solamente en multidisciplina.
Se considerará un estudio criminológico aquél que examine, en una forma integrada, al criminal
desde el punto de vista biopsicosocial, al crimen que cometió desde un ángulo criminalístico y
jurídico, a la víctima biopsicosocialmente también, y que concluya con un diagnóstico, una prog-
nosis criminológica y una prescripción de tratamiento. Un expediente así integrado puede acep-
tarse como dictamen criminológico. La función principal del Consejo Criminológico (Técnico-
Interdisciplinario) es emitir dictámenes criminológicos, y no estudios aislados (aunque vayan en
el mismo expediente), pues para esto no es necesario que se reúnan, que discutan o que exista un
Criminólogo.” (“Criminología Clínica”, ya citada, p.133-134).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 519

sustitución de penas privativas de libertad, formas sustitutivas de ejecución de


las penas, concesión o no de tercer grado, de libertad condicional, etc.)644.
Recordemos, además, que no ha de olvidarse, tampoco, en su labor, por
parte de cada uno de estos especialistas, que no sólo han de intentar situar e
identificar, en el examinado, déficits, anomalías, irregularidades, disfuncio-
nes, factores impulsores, que pudieran ser la base explicativa del comporta-
miento antisocial. Han de procurar, asimismo, poner de manifiesto los posi-
bles factores de protección, o antifactores frente a tales conductas, en orden a
compensar el diagnóstico criminológico y, con él, el pronóstico y las posibili-
dades de tratamiento. Lo hemos dicha ya repetidas veces645.
Y empezamos, sin más, a ofrecer las mencionadas funciones, no sin antes
advertir que vamos a reservar un apartado a cada pareja de tales especialis-
tas, relacionando cada uno de sus dos miembros entre sí en virtud de una
cierta evocación asociativa de sus cometidos característicos. Además de por
razones pedagógicas.

F. FUNCIONES PROPIAS DEL MÉDICO ESPECIALISTA Y DEL


PSIQUIATRA

1º Con relación al Médico Especialista. Hablamos de Médico especialis-


ta porque, generalmente, además de exigírsele Lincenciatura en Medicina
o equivalente, ha de poseer conocimientos especializados, por ejemlo,
en Endocrinología o conocimientos suficientes, teóricos y prácticos, de
Biotipología… De tal manera que sea capaz de examinar al interno (con fines
criminológicos) respecto a:

644
En Canadá, por ejemplo, según Jean PROULX: “Las actividades clínicas se ejercen
en los medios siguientes: prisiones (adultos), centros de acogida (menores), “Probation” y tra-
bajos comunitarios, casas de transición y libertad condicional, centros para los toxicómanos
judicializados, centros de ayuda para las víctimas de actos criminales…” (“Profession criminolo-
gue”, Les Presses de l’Université de Montréal, Montréal, 2006, pp. 26 y ss).
645
Esta tarea de indagar, situar y hacer aflorar tales contrafactores es ya casi un “leiv-
motif ” en criminólogos “centristas” documentados. Sea cual fuere su procedencia académica de
base. Valgan, como ejemplo a este respecto, las reflexiones de Bruno GRAVIER: “Si una atención
particular debe ser puesta con relación a los factores de riesgo, el experto, en compensación, no
debe subestimar los factores de protección, éstos que podrán ponderar el riesgo evaluado. Entre
estos factores, se destaca la importancia del apoyo social, de la existencia de vínculos relacionales
fuertes, la presencia cercana de figuras de autoridad o de rasgos de personalidad neutraliza-
dora. Del mismo modo, todos los prácticos saben bien que una verdadera alianza terapéutica,
una observancia medicamentosa rigurosa o un entorno familiar o acogedor adaptado contribu-
yen fuertemente a disminuir el riesgo.” (“Comment évaluer la dangerosité dans le cadre de l’éxpertise
psychiatrique et quelles sont les dificultés et les pièges de cette évaluaation?”; Service de Medecine et de
Psychiatrie Pénitentiaires, Département de Psychiatrie du CHUV, Cery, 2007, p. 16 del estudio.
520 CésaR Herrero Herrero

Órganos en general y sistemas anatómicos, sistema endocrino, sistema


nervioso, así como las funciones y fisiología correlacionadas con los sistemas
precedentes. También se extenderá su cometido al análisis o estudio de las
funciones y caracteres psíquicos (inteligencia, emotividad, afectividad…,) co-
rrelacionados con el factor genético y la manera de funcionar del sistema en-
docrino, del sistema nervioso y de la coordinación de las funciones de estos
sistemas entre sí. Por ello, ha de extenderse al examen del ámbito cromoso-
mático (herencia genética).
Interesan, aquí, prevalentemente, las desviaciones o anomalías, por si pu-
dieran tener relación con el comportamiento criminal o antisocial del indivi-
duo examinado…646 Pero, además, estos Médicos tienen encomendada una
más amplia tarea en el quehacer de cada día dentro del medio penitenciario647.
No olvidemos, por lo demás, que, como decía J. PINATEL, aunque “la crimino-
logía clinica no es la medicina, sí se organiza metodológicamente como la medicina”648.
En este campo, pues, al médico el contexto le ha de resultar familiar.
2º Con relación al psiquiatra. Es verdad que, en ámbito tanto judicial como
penitenciario, el experto o especialista en Psiquiatría ha sido, y es, centro de
controversia649. A veces, por mala comprensión de su función, considerándole,
por ello, como liberticida o como demasiado liberal. Y es que, con frecuencia,
se confunden crimen y locura. Locura y crimen. Por eso, Jean-Louis SENON se
pregunta: “¿Nuestras sociedades identificando en sus representaciones crimen
y locura, cuidados y sanción, no están ellas enfermas de sus miedos?”650
Es verdad, también, que la Criminología Clínica, como ya hemos repeti-
do hasta la saciedad en este estudio, no da cabida directa, como objeto de su
examen, a los tipos psiquiátricamente definidos, en expresión del mismo Pinatel.
Porque, cuando la psicopatología es la causa fundamental del delito, no esta-

646
A este respecto puede verse J. ALARCÓN BRAVO y Otros: “Un sistema de trabajo en
el estudio de la personalidad criminal”; Central penitenciaria de Observación de Carabanchel,
Madrid, 1970, pp.29 y ss.
647
Sobre este particular, puede verse D. GONIN: “Questions sur la Médecine pénitentiaire”;
en Déviance et Societé, vol.3, 2 (1979) pp. 161 y ss. Asimismo, puede verse pars “II. Specificité du
rôle du médecin et des autres personnels de santé dans le contexte de milieu pénitentiare”, en
Recommandation nº R (98) 7, du Conseil de L’Europe, Comité de Ministres, “Relative aux aspects
éthiques et organisationnels de santé en milieu pénitentiare”, pp. 41 y ss. del texto francés.
648
J. PINATEL: “Criminologia”; en Enciclopedia delle Scienze Sociali”, en la palabra
Criminologia, pág. 10 del estudio (“5. Criminologia clinica”).
649
Samuel LÉZÉ: “Les politiques de l’expertise psyquiatrique. Enjeux,
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démarches et ter-
rains”; Séminaire GERN: “Longues peines et peines indéfinies. Punir la dangerosité”, Vendredi,
21 mars 2008; puede verse texto del artículo en Champ Pénal/Penal Field, novembre, 2008.
650
Jean-Louis SENON: “Évolution des attentes et des représentations en clinique dans les
rapports entre psychiatrie et justice. Psychiatrie and justice, toward a new clinic?”; en L’évolution
Psychiatrique, 70 (2005)p. 117.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 521

mos propiamente ante delincuentes, sino ante enfermos. Pero, precisamente,


porque hay que llevar a cabo este deslindamiento, por eso la Criminología
Clínica necesita de la intervención del psiquiatra experto, para que dictami-
ne, con “conocimiento de causa”, ante qué ser humano (autor de comporta-
mientos, al menos típicamente antijurídicos) estamos: si en el campo pleno
de la psicopatología, de la psicopatología atenuada, o del simple simulador.
El ya citado Bruno GRAVIER, siguiendo la posible evaluación del riesgo de
comportamientos violentos, de acuerdo a a la literatura científica y retomando
los cuatro “ejes” delimitados por la “Mac Arthur Risk Assessment Studies” o los
cuatro tipos de variantes recogidas por Hall, hace girar la evaluación de refe-
rencia sobre cuatro categorías factoriales: Los factores históricos, los factores
predisponentes, los factores contextuales y los factores clínicos.
Son los factores clínicos los que han de ser dilucidados, esclarecidos, por
el experto psiquiatra. Ésta es su gran función y aportación (a veces, por vía de
exclusión) a la síntesis criminológica, encomendada al Equipo de Especialistas.
¿A qué hacen referencia, entonces, los factores clínicos? Los describe
con suficiencia el mismo Bruno GRAVIER, que dice: “Los factores clínicos
van a tomar en consideración varios órdenes de manifestaciones y han sido
remarcadamente documentados (para los pacientes que presentan trastor-
nos mentales severos) en los dos estudios de Millaud y Dubreucq, versantes
sobre los resultados del estudio “Mc Arthur”651.
Las manifestaciones violentas ligadas a los delirios paranoides y para-
noicos son bien conocidos. (…) Es la manera en que estos delirios de per-
secución o de grandeza se van a combinar con otros factores para conducir
al paso del acto violento. La cuestión de las alucinaciones imperativas es un
buen ejemplo de la sobredimensión que se puede aportar a ciertos síntomas,
o, más bien, a la subestima de otros factores. Así, es clasico reconocer una
potencialidad violenta e inquietante a un paciente a quien una alucinación
auditiva da la orden de cometer una agresión. Varios estudios subrayan, sin
embargo, que el vínculo no es tan evidente como se pudiera pensar y que se
debe también ligar a factores asociados como la capacidad del paciente para
resistir a la transgresión cualquiera que fuese su estado patológico o el crédito
que pueda atribuir a estas alucinaciones. Dubreucq propone establecer per-
files que pueden mejor rendir cuenta de las diferentes expresiones violentas
en los pacientes psicóticos, distiguiendo tres grupos de asociaciones:

651
B. GRAVIER se refiere a los estudios de F. MILLAUD y J. L. DUBREUCQ, aparecidos
en Annales Médico-psyclogiques, 163 (2005) pp. 846 y ss. y 852 yss, respectivamente, con los
títulos: Évaluation de la dangerosité du malade mental psychotique. Introduction” y “Risque de violence
et troubles mentaux graves “. Sobre el estudio de la “Mc Artur”, puede verse: J. MONAHAN y
otros: “Rethinking risk assessment. The Mc Arthur Study of mental Disorder and Violence”;
Oxford University Press, Oxford, 2001.
522 CésaR Herrero Herrero

— Esquizofrenia, abuso de sustancias y personalidad antisocial.


— Esquizofrenia crónica, signos neurológicos y neuropsicológicos que
son traducción de anomalías cerebrales estructurales.
— Esquizofrenia paranoide con delirio de persecución, de influencia o
de grandeza.
El abuso de sustancias es unánimemente e indiscutiblemente reconocido
como prevalente en el número de conductas violentas. Todo clínico adverti-
do sabe hasta qué punto el consumo agudo o crónico de psicoestimulantes
puede conducir a explosiones violentas del mismo modo que la asociación
entre alcohol y paso al acto violento no es necesario probarlo. (…) En fin,
como grande cuestión clínica se encuentra ésta de los trastornos de perso-
nalidad. (…) La cuestión de la psicopatía es un punto nodal de la interroga-
ción que concierne a la peligrosidad, sea que se desarrolle como abertura a
la comprensión de un “pedestal psicopático”, alrededor del cual se constituyen
diversas estaciones narcisistas o histriónicas, o que aparezca como definición
operacional compartida con una entidad clínica específica que no se combina
con la existencia de trastornos mentales graves.
Cuándo estamos, pues, ante delincuentes o enfermos es la misión especí-
fica del psiquiatra especialista.

G. FUNCIONES PROPIAS ATRIBUIDAS AL PSICÓLOGO Y AL


SOCIÓLOGO O TRABAJADOR SOCIAL

1º Con relación al psicólogo. Naturalmente, teniendo en cuenta las encon-


tradas corrientes criminológicas, sobre todo a partir de la década de los setenta
del pasado siglo (ya analiazadas, aquí, por nosotros), era difícil que no fuese
puesta, en el foco crítico, las tareas del psicológo en el campo clínico-criminoló-
gico. Y, efectivamente, las críticas “han llovido” desde un plural punto de vista:
Desde el ángulo socio-ideológico, (el psicólogo no haría otra cosa que apuntalar
el “sistema”); desde una perspectiva psicocriminológica (porque invadiría la inti-
midad y otros ámbitos de la personalidad del tratado, además de forma inútil,”
porque el tratamiento no reinserta”) y desde una óptica técnico-práctica (por las
dudas de utilidad del psicólogo ante la administración de justicia por los fallos
de pronóstico ante la reincidencia, o no, de los delincuentes enjuiciados)652.
Estas críticas, que pueden ser interesantes para ayudar a velar a que no
se caiga en lo que denuncian ya como algo heho, tratan de desautorizar una

652
A este respecto, puede verse Orazio LICCIARDELLO: “Ruolo e posibilità operative de-
llo psicologo all’interno del carcere. (Alcune riflessioni sulla “personalità del delincuente” con riferimen-
to ad un possibile modello di “trattameto”); en Ressegna Penitenziaria e Criminologica, 2-3 (1983)
pp. 673 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 523

“ideología” (la del sistema vigente) desde la ideología (la suya, que es la “ver-
dadera”). Se empeñan en que la actividad clínica (sobre todo el tratamiento
penitenciario) es infractora “ex se” de los derechos humanos (ya hemos visto
que esto es una “fijación”). Y, en fin, “se desautoriza” a cualquier aportación
de los psicólogos (por el hecho de aplicar los principios de la Psicología) por-
que se equivocan. (Como si, con el uso de otras técnicas, se accediera a la
infalibilidad).
Nosotros creemos que, desde el punto de partida de una antropología
verdaderamente humanista (no reduccionista del hombre), la intervención
del psicólogo, auténticamente especialista, es necesaria para la integridad de la
ya descrita “síntesis criminológica”, hecha desde el diagnóstico, el pronóstico y
para el Tratamiento. Y, por supuesto, para el seguimiento de éste y la evalua-
ción de todo el proceso.
En un modelo de Tratamiento científico individualizado, programado
desde niveles debidamente coordinados (como ya le propusiera, por ejem-
plo, M.B. WOLFGANG a finales de la década de los sesenta)653, es menester
la cooperación del psicólogo para conocer la estructura de la personalidad
(funciones y disfunciones o fallas) del tratando, las motivaciones de su com-
portamiento… Qué es lo que en la sociedad, en la familia, en el desarrollo o
evolución personal, impulsa al individuo a perpetrar, a veces, los crímenes
más graves…654
Lo que no debe admitirse es la pretensión de algunos psicólogos de des-
embocar en una “Psicología totalitaria”, o pretensión de psicologizarlo todo.
Nosotros ya hemos argumentado que el hombre es también “biología”, “so-
ciología”, conciencia ética, proyección religiosa… y, desde estas perspectivas,
también hay que examinarlo, para entenderle en su ser, estar, obrar y reaccio-
nar. Todo ello siempre, y volvemos a reiterarlo, dentro del máximo respeto a
los derechos, sobre todo fundamentales de la persona.
2º Con relación al sociólogo o trabajador social. Desde luego, no es ad-
misible, tampoco, la pretensión de absorber la Criminología en la Sociología

653
M. B. WOLFGANG, efectivamente, se refiere a tres niveles, bien trabados, como es-
quema a desarrollar durante el proceso del tratamiento. El primer nivel (general) habría de
centrarse sobre la vida de relación del interno en la prisión. El segundo nivel consistiría en in-
tervenir sobre el interno utilizando técnicas de grupo. El tercero descansaría sobre el estudio y
consulta de los problemas que invierten la estructura de la personalidad, manifestando carac-
terísticas anómalas o patológicas. Es aquí donde ha de intervenir de forma profesional, como
especialista, el psicólogo. (“Ricerca sul trattamento reeducativo”; en Quaderni di Criminologia
Clinica, III, 1966, pp. 259 y ss.).
654
Sobre esta cuestión, puede verse también: Michel BORN: “Psychologie de la Délinquance”,
De Boeck Université, 2ª Edition, 2005. Asimismo: Dianne CASONI y Louis BRUNET: “La psicho-
criminologie: apports psychanalytiques et applications cliniques”, PUM Éditor, 2003.
524 CésaR Herrero Herrero

(Sociología Criminal). Las razones que hemos aducido para no permitírse-


lo a la Psicología han de ser también válidas para aquí. Pero de lo que no
hay duda es de que el conocimiento sociológico, rigurosa o científicamente
utilizado por el especialista versado de manera suficiente en Criminología,
es también imprescindible para el diagnóstico, pronóstico y tratamiento del
delincuente655.
Por ello, estoy de acuerdo con las reflexiones, sobre el particular, de L.
RODRÍGUEZ MANZANERA: “El trabajador social se ha ido imponiendo
como una pieza clave (si no la más importante) en la función penitenciaria.
Gracias a él conocemos el hábitat del recluso y sus posibilidades de vida en el
exterior.
Sin este técnico, no es posible fomentar el establecimiento, la conserva-
ción y el fortalecimiento de las relaciones del interno con las personas conve-
nientes del exterior, a que se refieren las leyes. De él depende en mucho que
la familia se desintegre o se conserve, que el reo quede aislado o que efectiva-
mente se socialice”656.

H. FUNCIONES A DESEMPEÑAR POR EL TÉCNICO MORALISTA Y


POR EL PEDAGOGO

1º Con relación al Técnico Moralista. Naturalmente, no se hace referen-


cia, aquí, a Moral confesional de ningún género. Se trata de la actitud moral
que todo hombre, estadísticamente normal, por el hecho de serlo, emerge, ya
desde edad relativamente temprana, en el interior de su conciencia. Y, en vir-

655
Sobre esta cuetión y similares, escribe R. GASSIN: “El hecho de que la Criminología
y la Sociología penal deban ser cuidadosamente distinguidas, no excluyen, de ninguna mane-
ra, la existencia de relaciones a veces fuertemente estrechas en las dos disciplinas. Los trabajos
de sociología del derecho penal y de la justicia criminal son en efecto muy útiles a los criminó-
logos para mejor comprender ciertos aspectos de la acción criminal. Es así como los conceptos
de “desviación secundaria” y de “carrera criminal” imaginadas por la perspectiva interaccio-
nista aportan una contribución no desdeñable a la comprensión del problema de la reinciden-
cia. Del mismo modo las insuficiencias y defectos del sistema de justicia penal puestos en evi-
dencia por la sociología penal no son extrañas a la constitución de situaciones precriminales así
como a la formación de la personalidad de ciertos delincuentes. Pero las influencias no son en
sentido único. La sociología penal contemporánea no acoge, demasiado frecuentemente, todo
lo que ella puede extraer en el estudio de la acción criminal. ¿Los delitos y los delincuentes no
inducen, en alguna medida, la manera en que la justicia penal funciona? ¿Si el juez contribuye
a amoldar al criminal, el criminal no determina también en parte la manera de reacionar del
juez en su interacción singular? Éstas son, sin duda, algunas, entre las numerosas cuestiones
sugeridas por la Criminología, que los sociólogos del derecho penal y de la justicia penal ha-
rían bien en considerar.” (“Criminologie”, ya citada, pp.25-26).
656
L. RODRÍGUEZ MANZANERA: “Criminología Clínica”, ya citada, p.138.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 525

tud de la cual, es capaz de sentir y comprender lo que, al menos “in genere”,


ha de considerarse como algo bueno o como malo, algo que está bien hacerlo
o que no debiera hacerse. Este sentimiento y percepción racional son los que
hacen que el hombre concreto, cuando actúa en contra del “dictamen”de los
mismos, tenga que soportar el propio autorreproche y autodescalificación.
Es ésa la base de la llamada “Ética Civil”. Es decir, la percepción y acepta-
ción connatural de un conjunto de actitudes, normas comunes y valores que,
al margen de la imposición exterior (Estado, Autoridad, etc.), se perciben,
desde la razón y la conciencia, como necesarias para poder autorrealizarse
como ser humano y para poder convivir en respeto al otro, dejándole reali-
zarse libremente.
La posesión y conservación, o no, de este êthos, de esta disposición per-
manente para actuar de forma recta o de acuerdo a lo que ha de estimarse
como conforme con el bien, no hay duda que establece, en el ser humano,
un freno fuertemete inhibitorio frente al delito. Su carencia, distorsión o di-
fuminamiento, facilitan y propician el comportamiento injusto o gravemente
antisocial
Pues bien. La función del Técnico moralista es desvelar y graduar, en el
delincuente individual, ese fenómeno, para tratar, en adelante, de potenciar-
lo si es positivo, o de hacerlo renacer o enderezarlo en los supuestos de situa-
ción negativa.
Adviértase que esto no es invadir o usurpar el santuario de la conciencia
ajena, ni de manipularla con adoctrinamientos partidistas, cuando el examen
y el proceso de reinserción del tratando es libre. Se trata, simplemente, de
ofrecerle la posibilidad de reencontrarse con lo que, por circunstancias las
más diversas, ha dejado enterrado, u orillado, a lo largo de su personal cami-
no. De reencontrase con la moral más elemental. Con la “ética de mínimos”.
Con esa ética sobre la que, como dijimos aquí en su momento, Theodor W.
ADORNO, en su opúsculo “Minima Moralia”657, aseguraba que: “…Un nivel
de moralidad por debajo del cual lo que reina es la inmoralidad, por más que
lo acepte todo el mundo”. A la postre, se trata de inculcar una conciencia exi-
gente con el respeto de los derechos humanos más fundamentales.
2º Con relación al pedagogo. El titular de la especialidad ha de ser po-
seedor, por supuesto, de título universitario real en Pedagogía, aunque ha de
estar orientado, prevalentemente, en “Pedagogía Correccional” y en “Métodos
Pedagógicos de Tratamiento”, con el fin de aplicar más adecuadamente sus co-
nocimientos pedagógicos a su campo específico. Sin poder olvidar tampo-

657
Theodor W. ADORNO: “Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada”; Grupo
Santillana de Editores, traducción castellana de J. CHAMORRO MIELKE, Tercera edición,
2001.
526 CésaR Herrero Herrero

co, claro está, que la Pedagogía correccional y la Metodología pedagógica de


Tratamiento ha de estar impregnadas del sello criminológico.
Es decir, que ha ha de afrontar el fenómeno delincuencial, intentando
educar o reeducar al delincuente de acuerdo con sus características persona-
les, socio-relacionales y penitenciarias, en unión de sus colaboradores. Sobre
todo, de maestros, educadores, animadores socioculturales… Sabiendo que
su pedagogía correccional y su metodología pedagógica de tratamiento, apli-
cables a su tarea educadora o reeducadora (educación integral, no sólo prima-
ria) han venido girando, hace décadas, hacia la incorporación a un conjunto
de medios o instrumentos de carácter psicológico, psiquiátrico, sociológico,
de técnicas de ocio u ocupación del tiempo libre. A cumplimentar éstas, con
frecuencia, en un contexto externo, “extramuros” del internado y, desde lue-
go, sin marginar el objetivo, aquí fundamental, del Tratamiento.
La indagación de los aspectos pedagógicos, con relación a la personali-
dad del individuo, habrá de llevarse a cabo situando e identificando extre-
mos como los siguientes, pertenecientes al comportamiento pasado del indi-
viduo en el ámbito pedagógico-cultural: Su historial académico o escolar, su
regularidad en el mismo, sus actitudes e interrelaciones escolares, su grado
de cultura, información e instrucción; la orientación ética adquirida; la adqui-
sición de habilidades, su capacidad de lectura y la atracción por ella, así como
la comprensión de la misma. Intentando, también, ponderar “sus actividades
expresivas, aficiones culturales, artísticas, recreativas y deportivas”. Sin dejar
de constatar, en su caso, asimismo, su estancia en reformatorios y la conducta
y aprovechamiento tenidos en ellos…658
Este área de instrucción-formación-educación, que acabamos de descri-
bir, podemos afirmar que pertenece a lo que ha venido denominándose en-
señanza reglada, cuya importancia, para el porvenir del interno previamente
carente de ella, no hace falta subrayar. Pero debemos fijarnos, además, en otra
dimensión de no escaso relieve. Me refiero a la necesidad que una gran parte
de los internos poseen de ser encauzados, antes de salir, definitivamente, de
prisión, hacia la internalización de valores, pautas de conducta, habilidades
socio-laborales…, de acuerdo con los que la sociedad, su próximo destino, se
desenvuelve, de forma general, construyendo, así, su clima de convivencia.
Quiérese decir, con ello, que el tratamiento de los internos ha de estar im-
buido, también, de estos elementos socioculturales que vayan preparándoles
para vivir, en ella, sin agredirla gravemente.

658
Sobre estas cuestiones creemos de interés, aún, la obra ya citada de J. ALARCÓN
BRAVO y Otros: “Un sistema de trabajo en el estudio de la personalidad criminal”; ver págs. 46 y ss.,
sobre todo.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 527

A estos efectos, hace ya algunas décadas que ha aparecido, en algunos


países del Occidente político y sociocultural, con el fin de potenciar los re-
feridos valores (los culturales como tales y las relaciones de los reclusos con
la sociedad exterior circundante), el fenómeno y concepto de la llamada
ANIMACIÓN SOCIAL PENITENCIARIA, que ha de entenderse como pro-
ceso adecuadamente programado y dirigido por expertos (animadores so-
cioculturales penitencirios). Siendo menester comprometer, en este plan, a la
comunidad de la localidad donde esté situado el correspondiente internado
prisional659.
Esta orientación educativa-integral en las prisiones no es precisamen-
te minoritaria. Y no lo es, desde luego, en Europa. Interesantísmo es, sobre
este particular, el opúsculo (denso opúsculo), publicado bajo el patrocinio del
Consejo de Europa, con el título “Educación en Prisión”, donde aborda esta
problemática de forma extensa y haciendo hincapié en la interacción con el
mundo exterior (“educación social”; “relaciones entre la educación en el ex-
terior y en el interior del establecimiento penitenciario”, “condiciones de la
educación en prisión)… y con la necesidad de desarrollar, también, “activida-
des creadoras y culturales…660

659
Hace ya algún tiempo, Enrique ARNANZ hacía observar al respecto: “…Hacer
Animación Sociocultural Penitenciaria, es educar, o sea, contribuir a la transformación lo más
profunda posible de la realidad del interno, para que descubra caras y posibilidades de su
personalidad hasta ahora desconocidas, para que aprenda cosas y desarrolle habilidades que
le sean útiles en el futuro, y para evitar que recaiga en prisión. Ya dijimos… que la campaña de
estimulación a la lectura, los talleres ocupacionales, el cine y el teatro, las exposiciones artesa-
nales, los ciclos de vídeo, los cursos de socorrismo, el taller de informática básica o el inverna-
dero…, son iniciativas en las que toma forma ese proceso educativo materializado en un pro-
grama, y en las que se va haciendo vida cotidiana esa transformación del interno. Así, pues, el
Animador Sociocultural Penitenciario (sea o no sea funcionario de prisiones) es un educador.
Con más razón aún, el profesional penitenciario debe asumir que su trabajo, por el mandato
constitucional en el que se enmarca –sea cual sea el rol que desarrolle–, y su incorporación
sociocultural al Centro –por la definción misma de la ASP– se dirige a educar. No se puede
tener ya una concepción asistencial de la profesionalidad y de la intervención en el medio pe-
nitenciario; hay que actuar desde una concepción socio-educativa, y a todos los niveles.” Por
ello, el mismo autor subraya la gran importancia de esta clase de Animador, para quien refiere
un perfil basado en rasgos como los siguientes: Tener: “Una gran capacidad de conocimiento
del interno, de sus problemas, de su realidad.” Tener: “Capacidad de planificar su intervención
y de trabajar con programa y método”. Poseer: “Capacidad de trabajar en equipo”. Estar do-
tado de: “Capacidad funcional de llevar a témino la tarea encomendada.” (“Cultura y Prisión.
Una experiencia y un proyecto de acción sociocultural penitenciaria”; Editorial Popular, S.A., Madrid,
1988, pp. 46-47 y 51-52.
660
Utilizo texto francés del opúsculo: CONSEIL DE L’EUROPE: “Éducation en prison”;
Recommandation nº R (89) 12 adoptée par le Comité des Ministres du Conseil de l’Europe, le 13 oc-
tobre 1989 et exposé des motifs. (Ver sus distintos Capítulos). Desde luego, al hablar de los objetivos
de la educación en prisión, en este documento, el Consejo de Europa advierte que: “Los servicios
de educación en prisión deben tener ante todo por objetivo facilitar el derecho de aprender, del que
528 CésaR Herrero Herrero

I. FUNCIONES A DESARROLLAR POR PARTE DEL CRIMINÓLOGO


Y EL JURISTA

1º Con relación al criminólogo. Naturalmente que el criminólogo, como


especialista primordial en Criminología (aquí, en Criminologia clínica) puede
llevar a cabo sus propias investigaciones siguiendo precisamente las pautas del
método clínico criminológico. Pero su papel o función preponderante, den-
tro del Equipo Técnico Penitenciario, es la de ser coordinador del resto de los
miembros del mismo. ¿Cómo? Partiendo del estudio sinóptico de los exáme-
nes de éstos, ha de llevar a cabo su trabajo a manera de ponente, elaborando,
como producto fundamental, la correspondiente síntesis criminológica, o va-
loración criminológica de conjunto, desde las indagaciones de los demás especia-
listas intervinientes en el proceso clínico-criminológico. Plataforma clínica que,
basándose en la diagnosis y prognosis, posibilita la decisión razonable sobre el
tratamiento, o no, del examinado, y, en su caso, sobre qué clase de tratamiento.
Todo ello, de acuerdo al diagnóstico-pronóstico, más altos o más bajos, de es-
tado peligroso, de grado más o menos intenso de personalidad criminal, y de
orientación, intensidad y frecuencia delictiva del delincuente indagado.
Saverio FORTUNATO, al referirse a este papel del criminólogo clínico
viene a decir, como lo hemos ya recordado, que, cuando trabaja como verda-
dero científico, lo hace usando criterios de objetividad y de neutralidad ética.
Y le advierde que:
“En la observación científica de la personalidad se debe distinguir: el de-
lincuente del criminal; El delincuente (o el criminal) ocasional del patológico
(S.Fortunato,2003)… El coloquio o la entrevista criminológicos clínicos debe
responder a problemas diagnósticos (de criminogénesis y criminodinámica),
pronósticos (previsiones de comportamiento futuro) y de indicaciones de tra-
tamiento criminológico (I. Merzagora, 1987); por lo demás, aunque sea difícil
de alcanzar debe prefigurarse un plan de resocialización: o sea, hacer renacer

gozan todos los hombres y todas la mujeres, y que constituye la llave de su realización en tanto que
personas. (…) El derecho de aprender es definido en la declaración adoptada por la 4ª Conferencia
Internacional de la UNESCO sobre la educación de adultos. Se diversifica así: -Derecho de leer y
de escribir; -derecho de cuestionar y de reeflexionar;-derecho de imaginar y de crear; -derecho de
leer sobre el entorno propio y de escribir la historia; -derecho de accder a los recursos educativos;
-derecho de desarrollar las competencias individuales y colectivas”. Pero, junto a este derecho de
la propia realización como persona, a través de la educación, el mismo Consejo reconoce, también,
que la educación en prisión se considera, a veces, como un medio de favorecer la socialización o
la resocialización, lo que puede ser un objetivo válido a condición de que no se imponga un com-
portamiento a los individuos. Una verdadera educación supone el respeto de la integridad y de la
libertad de elección de los alumnos; pero ella puede también despertar en ellos un potencial posi-
tivo y hacerles tomar conciencia de nuevas posibilidades. En esta medida, ella puede ayudarles a
decidir por ellos mismos a renunciar a la delincuencia.” (Opúsculo citado, pp.17-18 y 20).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 529

en el preso el deseo de formar parte de la comunidad humana y llegar len-


tamente a admitir o tolerar, por su parte, el punto de vista de otra persona
(Balloni, Sabatttini, 1971)”661.
No obstante llevar a cabo el criminólogo, en no pocos países, como se
ha dicho aquí con anterioridad, actividades muy diversas con relación al cri-
men, al delincuente e, incluso, a la víctima662, en bastantes de esos Estados no
está reconocida, con suficiencia legal, el estatuto profesional de criminólo-
go. Incluso, aunque esté reconocida como carrera universitaria superior. Es
el caso de España. En otros países, el curriculum académico aparece, a veces,
como apéndice especializado de otra carrera superior: psicología, sociología,
psiquiatría, Derecho…) Pero parece congruente pensar que, si el criminólogo
interviene cuantitativa y cualitativamente, y de forma profusa, en el ámbito
de la intimidad, de la responsabilidad, libertad… con relación a determina-
das personas (delincuentes, víctimas…), lo sensato es no sólo la regulación
universitaria de sus estudios, sino también el que hayan de actuar desde el
correspondiente Código deontológico profesional o colegial663.
2º Con relación al Jurista. También hemos hecho referencia a este actor,
en cuanto partícipe en la tarea del “Equipo Técnico”, al hablar, en el Capítulo
Veinte de esta obra sobre los diversos exámenes a realizar en relación al inter-
no, en orden a elaborar el consiguiente diagnóstico. Por ello, sólo decir que,

661
Saverio FORTUNATO: “Il colloquio clinico nell’esame scientifico di personalità”; en http://
www.ristretti.it/ areestudio/giuridici/Studio/cooloquio.htm; fecha 2004., p.1 del estudio.
662
Acuérdese qué dijimos sobre el tratamiento de algunas víctimas, al hablar de la vícti-
ma en esta Obra.
663
En torno a este particular, Denis LAFORTUNE y Richard LUSIGNAN, en la exposi-
ción sobre las “conclusiones” relacionadas con la profesionalización de los criminólogos, ofre-
cidas por un Comité de Prácticos Universitarios, en Quebec, hacen observar: “Varias caracte-
rísticas nos llevan a concluir que la práctica de los criminólogos respecto de individuos, grupos
y colectividades puede ser reconocida como una profesión: Ella se funda sobre una formación
universitaria que comporta saberes fundamentales, aplicados y especializados; ella delimita
un campo bien específico, como es el de la delincuencia; y ella implica actos que necesitan un
encuadramiento ético/deontológico. En varias instancias, nos proponemos que la formación
de los criminólogos les habilite y les prepare para intervenir ante diversas poblaciones, algu-
nas de las cuales son vulnerables. Añadiremos que los criminólogos ejercen actividades que
comportan un alto grado de riesgo para el delincuente, la víctima, los próximos de éstos, o la
colectividad. Nosotros demandaremos a la Oficina de Profesiones reconocer: a) Que el encua-
dramiento de los criminólogos en un orden profesional debería permitirles ejercer más fácil-
mente y plenamente sus competencias;b) que con el fin de proteger al público, importa que
los criminólogos sean imputables por sus actos, que se sometan a una obligación de formación
continua y a un código de deontología; c) que toda persona debidamente formada en el ejer-
cicio de la Criminología y que posea las cualificaciones referidas debería tener la obligación de
pertenecer a la orden profesional de los criminólogos, para poder ejercerle.” (“La Criminologie
québécoise à l’heure du rapport Bernier: vers une professionnalisation?”; en Criminologie, Vol. 37, 2
(2004) p.195.
530 CésaR Herrero Herrero

además de garante del contexto jurídico en que ha de desarrollarse el proce-


so de diagnosis-prognosis-tratamiento, con especial vigilacia sobre el respeto
de los derechos fundamentales del indagado, sería muy conveniente, asimis-
mo, que pudiera llevar a cabo, con competencia y eficiencia esta otra función:
Cooperar a formular juicio especializado sobre cuál ha de ser la orientación
de las penas y las formas de cumplimiento de las mismas más provechosas,
en orden a la reeducación y reinserción del sentenciado.
Ya hace algunas décadas, G. TARTAGLIONE hacía algunas observa-
ciones relacionadas con este asunto, al sostener la compaginación entre la
Criminología y otras ramas científicas del comportamiento: “Adhiriéndonos
fuertemente a la impostación de Sutherland, retengamos que la Criminología
debe invertir conjuntamente en los siguientes sectores, que pueden ser aña-
didos distintamente con metodologías diversas, pero no pueden, a nuestra
manera de ver, dar solos la respuesta definitiva a los intereses del estudio
criminológico: a) La indagación sociológica sobre la criminalidad; b) la in-
vestigación etiológica del comportamieto criminal; c)el conocimiento peno-
lógico sobre la eficacia de la medida a imponer. La primera vertiente co-
rresponde, con gran prevalencia, a la sociología criminal; la segunda, a la
criminología clínica; la tercera, a la Penología”664. Ésta, repetimos, debe ser
la otra especialidad del jurista para poder captar, también, todo el sentido
criminológico de los documentos (expediente judicial, penitenciario…) que
es el primero en leer e intrepetar. Naturalmente, sin que tenga el monopo-
lio. Desde luego, la labor del jurista puede ser de gran trascendencia para
evitar errores jurídicos contra el interno que le hagan sentirse injustamente
tratado por las correspondientes instituciones. Situación ésta que, de darse,
rompería, para él, con todo el contexto de posible planteamiento de reedu-
cación y reinserción665.

664
G. TARTAGLIONE: “La Criminologia e i suoi rapporti con le discipline giuridiche e socia-
li”; en Scuola Positiva, 1970, p. 453.
665
No están lejos de nuestra sintonía, al respecto, las reflexiones de Luis RODRÍGUEZ
MANZANERA, al hacer mención del papel del Jurista en el campo que estamos ahora abor-
dando: “En nuestra sociedad, para cualquier actividad relacionada con la justicia, se hace im-
prescindible la opinión de un técnico en derecho. Como las opiniones y decisiones del Consejo
Criminológico tienen trascendencia jurídica, es necesario que sean hechas con estricto derecho
y supervisadas por el jurista. El jurista sabe cuándo proceden las libertades preliberacionales,
la remisión, la preparatoria, la anticipada, etc. Es este técnico el primero en estudiar el expe-
diente y conocer la situación jurídica del recluso, y en ocasiones puede ser el factor determi-
nante para corregir los errores y anomalías de la administración de justicia, y auxiliar al reo del
abandono en que, generalmente, lo ha dejado su defensor, sin que esto implique, desde luego,
que su función sea la de un abogado defensor de oficio.” (Criminología Clínica”, ya citada,
p.137).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 531

J. REFLEXIONES FINALES

Con el estudio, en el Capítulo presente, de los sujetos activos, o gestores,


de las potencialidades de la Criminología Clínica, representada, sonbre todo,
en esta institución, posible, del tratamiento científico individualizado del
delincuente, examinado en su doble dimensión endógena y exógena, con-
cluimos la exposición doctrinal en torno a dicha clase de Criminología. (En el
Capítulo siguiente y último, abordaremos, tan sólo, el grado de aceptación,
en la actualidad, de la Criminología Clínica en algunos Organismos Inter y
Supranacionales, así como en algunas legislaciones de Estados próximos a
nuestra área de cultura).
Pues bien. A través de esta larga exposición, hemos intentado ofrecer la
noción, finalidades y funciones de dicha Criminología, sus conceptos axiales,
los elementos que han de insertarse en su guión (delito, delincuente, víctima
y control social) para poder exponer o escenificar el drama que inspira el fe-
nómeno delincuencial o criminal. Los factores predominantes (etiología) que
suelen aparecer en la base del paso al acto delincuencial del infractor concre-
to. Hemos desarrollado también, con holgura, la metodología de la que ha de
servirse esta modalidad de ciencia criminológica para tratar de conseguir sus
objetivos, describiendo, minuciosamente, la estructura, componentes y fases
de su método característico, el método clínico. Sin desdeñar, desde luego, la
asistencia o cooperación añadidas de los llamados instrumentos o métodos
actuariales.
Hemos traído, asimismo, a colación la figura de la evaluación o segui-
miento, durante la puesta en práctica y fin de la actividad clínica proyectada,
programada, iniciada, desarrollada y concluida. Y, como es manifiesto, y aca-
bamos de afirmar, hemos hecho objeto de análisis de las personas responsa-
bles de llevar a buen puerto la tarea descrita.
Brevemente, hemos examinado el proyecto en que consiste la
Criminología Clínica y los medios (tanto reales y metodológicos como per-
sonales) que la misma necesita para poder realizarse como tal y así hacer
factible una eficacia mínima. Todo ello, lo hemos reiterado, continuamente,
dentro del respeto a los derechos humanos y al ordenamiento jurídico justo
correspondiente.
Nosotros creemos que, con ese proyecto y esos medios reales, meto-
dológicos y personales, la Criminología clínica (con su institución clave, el
tratamiento científico individualizado, como queda dicho) le es posible, y
hasta muy probable, llegar a ser suficientemente eficaz en las funciones a
ella encomendadas. Por ello, nos parece que existe sólido fundamento para
asumirla como medio eficiente y rentable de política criminal, además de
humanitaria.
532 CésaR Herrero Herrero

Sé que, desde hace décadas, vienen levantándose contra ella voces agu-
damente discrepantes y aceradamente críticas. Personalmente (según los
análisis, aquí ya ofrecidos), no todas esas voces se mueven dentro de un
contexto de equilibrio, de objetividad y de realismo científico. Algunas no se
mueven dentro del ámbito de la realidad porque presentan una criminología
clínica que no es la concebida por sus más conspicuos teóricos y prácticos. Es
la postura, por ejemplo, de aquellos que se empeñan en asegurar que esta
Criminología deja fuera la dimensión sociológica del delincuente examinado,
lo que ya hemos visto que es falso y que no se puede confundir deficiencias
de ejecución con deficiencias “ex se”, de naturaleza o de constitución. Otras
no se mueven dentro de un clima intelectual de objetividad, porque argu-
mentan desde esquemas de superestructura ideológica, apriorística (v.gr., no
pocas voces de las llamadas criminologías de la reacción social, radical, crítica
o, en el otro extremo, de las denominadas criminologías de la cotidianidad,
economicistas o las de “tolerancia “cero”). Y, en fin, otras voces la ponen en
“solfa” porque tratan de exigir a la criminología clínica la seguridad o certeza
que no se exige a ninguna de las ciencias de semejante carácter y entorno. (Y
así hablan, por ello y por ejemplo, con total descalificación, de sus errores en la
evaluación de la peligrosidad y de los riesgos de reincidencia”).
Y, como no podía ser menos, se acusa, con perecidos argumentos y pers-
pectivas, a la criminología clínica, de girar en torno a conceptos (el de estado
peligroso, de personalidad criminal…) que carecen, ex se, de entidad cientí-
fica. El hecho de atribuir cualidad científica, o no, a estos conceptos, ha de-
pendido de las distintas etapas por las que han pasado los estudios científicos
respecto de la peligrosidad. Es decir, ha dependido, más bien, de las orienta-
ciones “científicas” de moda. Sobre este particular, el mismo Chr. DEBUYST
las ha ordenado en tres etapas, que expone en pluralidad de sus publicacio-
nes666. En la primera etapa, se hacía descansar el atributo científico del estado
peligroso en la fenomenología de factores esencialmente endógenos (época
de B. Di Tullio). En la segunda, ya con dudas, prevalentemente en factores
situacionales (De Greeff y De Waele). En la tercera, el concepto de estado pe-
ligroso sería fruto de la invención de las relaciones interaccionistas. Donde se
impone, dictamina y rotula el que maneja el poder.
¿Qué decir, aquí y ahora, de todo esto en torno a este concepto básico de
la Criminología Clínica?
No parecen descabelladas, sobre el particular, las observaciones ofrecidas
por V. MASTRONARDI, basadas en la exposición e interpretación de otros

666
Ver sus obras, ya citadas: “La notion de dangerosité et sa mise en cause”; VIII
Journées Internationnales di Criminologia, Genova, maggio, 1981; “Le concept de dangerosité
et un de ses élements constitutif: la personnaliteé criminelle”, e Deviance et Société, 1-4 (1977)
pp. 363 y ss.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 533

autores, al asegurar que más que al concepto científico de estado peligroso o


de peligrosidad, lo que procede subrayar, según las referencias de que parten
algunos autores, como Ph. ROBERT y E.H. SUTHERLAND (sentimiento y
percepción de miedo y amenaza en la sociedad, sobre todo ante determina-
dos delitos y delincuentes) es el concepto de peligrosidad o estado peligroso
elaborado por cierto sentido común, que es el que, desde luego, permane-
ce a pesar de las disputas de los estudiosos. “Si es verdad todavía –dice el
autor– que las bases científicas del concepto de peligrosidad son ambiguas
y están en crisis, y si es verdad que el mismo viene utilizado, también, por
motivos de represión y de criminalización, aquí se pregunta si es un concepto
del que puede, al menos, hacerse uso.
A este propósito ha de retenerse que la única prospectiva para salir del
“impasse”, quizá sea la ya más de una vez revelada por De Facio y es la de
asociar la prognosis, que es inherente al concepto de peligrosidad, a la real y
concreta posibilidad de tratamiento; así como, en efecto, en el modelo médi-
co el pronóstico está en función de la real posibilidad de intervención, así es
hipotizable que el concepto de peligrosidad en Criminología Clínica venga
utilizado solamente en el ámbito de una real praxis de tratamiento”667.
Desde luego, lo que no se puede exigir es una delimitación matemática
(certeza absoluta) de la peligrodidad con respecto a un delincuente. No más
allá, por supuesto, de la que puede proporcionar una prospección clínica ri-
gurosa, reforzada, en su caso, con medios actuariales apropiados. Y es que,
por ejemplo, ¿se exige algo más al Juez o al Tribunal que trata de fijar la exis-
tencia del denominado, en técnica juridica, elemento subjetivo del injusto,
imprescindible para poder calificar de delito (robo, injurias…) la acción con-
creta de una persona, sometida a su conocimiento? Obviamete, para poder
tipificar certeramente determinadas conductas inclusas en uno u otro pre-
cepto del correspondiente Código Penal y para dictaminar, razonablemente,
sobre qué pena, entre las posibles, habrá de aplicarse al delincuente concreto,
tendrá que investiagrse su orientación e intensidad delictiva y cuáles pueden
ser las consecuencias de una u otra decisión, para exigir un grado mayor o
menor de certeza en el pronóstico. Pero, videntemente, como en casi nada o
en muy pocas cosas, la certeza a exigir no puede ser absoluta.
Por lo demás, desde un punto de vista pragmático, uno de los puntos
más débiles de la actividad crítica, o descalificadora, sobre la clínica crimino-
lógica (sobre todo, por lo que se refiere a la institución del Tratamiento) está
en que se la descalifica sin apenas haberse llevado de verdad a la práctica. Sea
por razones ideológicas, sea por carencia de medios adecuados (reales o per-

667
V. MASTRONARDI: “Manuale per operatori criminologici e psicopatologici foren-
si”; Dott.A.Giuffrè Editore, Quarta Edizione, Milano, 2001, pp.403-404.
534 CésaR Herrero Herrero

sonales), sea por la inercia a simplificar y a no comprometerse por parte de las


instituciones y quienes las encarnan. Naturalmente, lo que no se puede hacer
es descalificar algo que no se ha contrastado empíricamente, ni mucho me-
nos, como se debiera. (Pero de esto ya hemos hablado y aducido argumentos,
y allí nos remitimos).
Séptima parte

LA CRIMINOLOGÍA CLÍNICA
EN EL PLANO NORMATIVO NACIONAL
Y SUPRANACIONAL ACTUAL
Capítulo veinticinco

LA ACTIVIDAD CLÍNICA CRIMINOLÓGICA


SEGÚN ALGUNOS ORGANISMOS
INTERNACIONALES, O SUPRANACIONALES,
Y EN LA LEGISLACIÓN
DE ALGUNAS NACIONES
DE NUESTRO ENTORNO CULTURAL
A. INTRODUCCCIÓN

Entramos en el Capítulo final de esta amplia exposición en torno a la


Criminología Clínica. Hasta aquí, hemos abordado su dimensión doctrinal.
Si bien, haciendo también referencias al estado de su práctica real. Ahora,
en el presente y último Capítulo de esta Obra, abordamos el “deber ser” ju-
rídico con relación a la actividad clínica criminológica, representada, de for-
ma prominente, por la figura del Tratamiento científico penitenciario. Tal y
como se encuentra regulada esta institución en los Documentos específicos
de algunos Organismos Inter y Supranacionales y en los Ordenamientos
legales de algunas de las Naciones más representativas de nuestro círculo
cultural y socio-político. Como vamos a ver, obedecen, con más o menos
matices diferenciales, respecto a esta materia, al espíritu que, ya desde hace
más de medio siglo, ha venido inspirando a los que, hasta hoy, vienen de-
nominándose “Estados Sociales y Democráticos de Derecho”.
Cuál sea la sustancia de ese espíritu con relación a los ciudadanos pe-
nados, lo expresó magistralmente, en su día, el gran maestro Marc ANCEL
cuando escribía:
“…Cabe preguntarse si el reconocimiento, después la preocupación, fi-
nalmente la búsqueda del tratamiento de los delincuentes, no constitu-
yen, al menos en los países de Occidente, uno de los aspectos de lo que
se llama hoy el “Welfare State”, que ha sustituido poco a poco al “Estado
Policía” o al “Estado Vigilante nocturno” como dicen los alemanes, y que
constituía una de las manifestaciones del liberalismo del siglo XIX. En
efecto, este “Welfare State” se esfuerza en asegurar la garantía y el bien-
estar material de los individuos, en ayudarles física y económicamente,
pero también socialmente, y desde este momento, y bajo esta perspectiva,
el delincuente ya no es el ciudadano convertido en el enemigo de las leyes
al que es necesario corregir para que no vuelva a empezar, sino que es
también el individuo en situación social difícil, y que, en múltiples casos,
y precisamente como ciudadano, tiene un cierto derecho a su reincorpo-
ración social. Este derecho a la “resocialización”, reflejo de una vocación
esencial del ser humano a la sociabilidad, exigiría sin duda un buen nú-
mero de explicaciones. Basta con reconocer al fin que es normalmente
540 CésaR Herrero Herrero

uno de los supuestos fundamentales de la noción de tratamiento conside-


rada en su significación profunda”668.
Concretamente, nuestra exposición, sobre este particular, va a extenderse
a Naciones Unidas, Unión Europea y a las Naciones de Alemania, Francia,
Bélgica, Italia, Gran Bretaña, España, Estados Unidos y Canadá.
Dicha exposición será lo más sucinta posible, puesto que no se trata de
desarrollar, doctrinalmente, este contenido legislativo, sino, simplemente,
de ofrecer una visión de la acogida, o no, de dicha actividad clínico-crimino-
lógica en los instrumentos o textos jurídicos de los precitados organismos y
países.
Y, con este propósito, seguimos.

B. EL TRATAMIENTO CIENTÍFICO RECUPERADOR DE LOS


DELINCUENTES SEGÚN LOS INSTRUMENTOS JURÍDICO-
DOCTRINALES ACTUALES DE NACIONES UNIDAS

No parece objetable que las orientaciones, prescripciones o mensajes en


general, de Naciones Unidas, sobre la manera de enfocar el cumplimiento de
las penas, con relación a los reclusos, recogen la posibilidad (y el ofrecimiento)
de recibir el correspondiente Tratamiento recuperador institucionalizado. Y
ello, tanto para infractores condenados adultos (varones o hembras) como a
infractores menores de edad. Esta postura es un auténtico “leiv-motiv” prácti-
camente en todos los Documentos, específicos de esta materia, promulgados
por la Organización desde 1955 (Reglas Mínimas…”) hasta la actualidad.
En cuanto ella hace referencia a reclusos adultos, su Documento fun-
damental (las premencionadas “Reglas Mínimas para el Tratamiento de los
Reclusos”), en pleno vigor y de citación continua hasta nuestros días, afirma a
este respecto:
“El fin y la justificación de las penas y medidas privativas de libertad
son, en definitiva, proteger a la sociedad contra el crimen. Sólo se al-
canzará este fin si se aprovecha el período de privación de libertad para
lograr, en lo posible, que el delincuente una vez liberado no solamente
quiera respetar la ley y proveer a sus necesidades, sino también que sea
capaz de hacerlo. (…) Para lograr este propósito, el régimen penitencia-
rio debe emplear, tratando de aplicarlos conforme a las necesidades del
tratamiento individual de los delincuentes, todos los medios curati-

Marc ANCEL: “La noción de tratamiento en las legislaciones penales vigentes”; en Revista
668

de Estudios Penitenciarios, 182 (1968) pp. 448-449.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 541

vos, educativos, morales, espirituales, y de otra naturaleza, y todas las


formas de asistencia de que puede disponer”669.
En cuanto al contexto, en que ha de llevarse a cabo el tratamiento, se ad-
mite en aquél, incluso como contenido del tratamiento mismo, la necesidad
de mantener al recluso en continuo contacto con la comunidad. Haciéndose
hincapié en que se ha de advertir e informar al interno de que sigue forman-
do parte de la sociedad y que debe prepararse para incorporarse con pleni-
tud a la misma. Que, por ello, debe solicitarse la cooperación de organismos
comunitarios “ad hoc” en la tarea de rehabilitación de los internos670. Se han
de poner en práctica la letra y el espiritu de los denominados, respectivamen-
te, principio de normalidad (convertir, en lo posible, la vida de prisión en lo
más cercana a la vida normal de la sociedad) y principio de regreso gradual
(disminución lo más posible, dentro de la prudencia, de la vigilancia directa
sobre el recluso, traslado de un centro de alta seguridad a uno de seguridad
más baja y flexible…)671.
Se expresa, asimismo, la obligación más estricta de respetar la dignidad,
derechos humanos y valores culturales propios, de los que, libremente, acce-
dan a ser tratados672.
Las “Directrices para el Tratamiento de las mujeres condenadas a penas privati-
vas de libertad, no privativas de libertad y medidas para mujeres delincuentes”, com-
plementarias, para éstas, de las “Reglas Mínimas”, insisten en la necesidad de
establecer, para las mismas, programas de pre y post-libertad comprensivos,
que tengan en cuenta las necesidades específicas de género, y orientados a
su reintegración social. Proceso que exigirá la continuidad de apoyo y segui-
miento, ayuda psicológica, médica y práctica, para asegurar el éxito de tal
reintegración. Reintegración que,por lo demás, ha de seguir el principio de
“progreso gradual”, facilitando a las mujeres así tratadas prisiones abiertas, “casas
de medio camino” “o programas de bases comunitarias en la mayor extensión
posible en el caso de las internas, para facilitar su transición de la cárcel a la
libertad y para reestabledcer los contactos con sus familiares en la etapa más
temprana posible”673.

669
“Reglas Mínimas…”, ya citadas, nrs. 58-59.
670
Num. 61 de las mismas “Reglas”.
671
Para comentarios ponderados sobre estos contenidos de las “Reglas”, puede verse
“Manual de Buena Práctica Penitenciaria. Implementación de las Reglas Mínimas de Naciones Unidas
para el Tratamiento de los Reclusos”; producido con la ayuda del Ministerio de Justicia de los Países
Bajos, Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1998, pp. 29 y ss. de la versión castellana.
672
A este respecto, puede verse Res. 43/173 de la Asamblea General, sobre “Conjunto de
Principios para la protección de todas las personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión”.También,
Res. 45/111 de la misma Asamblea General sobre “Principios básicos para el tratamiento de los reclusos”.
673
“Directrices para el tratamiento de mujeres…”, citadas en texto, Naciones Unidas, 1993,
revisadas en 2005; directrices 42-47.
542 CésaR Herrero Herrero

“El 12º Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y
Justicia penal “, en continua remisión a las “Regalas Mínimas”, venía a decir
también, sobre este particular, que: “Aún cuando el sistema penitenciario en
todo el mundo enfrenta numerosos problemas, como el hacinamiento, la fal-
ta de infraestructura necesaria y la insuficiencia de personal, pueden encon-
trarse medios de mejorar las condiciones de los reclusos con miras a lograr su
reforma y rehabilitación social, que el Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos define como objetivo esencial del tratamiento de los reclusos”674.
Y, en fin, cualquiera de los Documentos de Naciones Unidas en torno al
menor, con relación a esta materia, deja meridianamente bien sentado que es
necesario ofrecer al menor infractor, ya declarado culpable, el sometimiento,
en todo caso a aceptar libremente, al proceso de un auténtico “tratamiento
rehabilitador”, con ocasión del cumplimiento de sanción o medida de seguri-
dad jurisdiccionalmente impuestas.
Cualquier clase de tratamiento, en relación con el menor infractor de le-
yes penales, ha de tener como referencia, según el art. 40.1 de la “Convención
sobre los Derechos del Niño”, el derecho a que se fomente, en él, el sentido y
valor de su dignidad, potenciando el respeto por los derechos humanos y las
libertades fundamentales de terceros y que, sin dejar de tener en cuenta su
edad, se considere la importancia de promover su integración y de que se asuma una
función constructiva de la sociedad.
Siendo aplicable aquí, desde luego, la Regla 19 de las “Reglas de Beijing”,
que afirma: “El confinamiento de menores en establecimientos penitencia-
rios se utilizará en todo momento como último recurso y por el más breve
plazo posible.” Habiéndose de intentar, también en esta situación, el corres-
pondiente tratamiento recuperador, en orden a “garantizar su cuidado y
protección, así como su educación y formación profesional para permitirles
que desempeñen un papel constructivo y productivo en la sociedad.” (Regla
26,1y 2 de dichas Reglas).
El camino del “tratamiento rehabilitador” de tales menores ha de revestir
las características de un proceso claramente dinámico. Por ello se faculta a
la Autoridad Judicial competente (Juez o Tribunal de Menores) para que, de
forma periódica, pueda modificar las órdenes o decisiones por ella preesta-

674
Este Congreso de N.U. se celebró en Salvador (Brasil) del 12 al 19 de abril, de 2010.
El Documento concreto en que se incluye la cita es el A/Conf. 213/13, referente al Seminario 2
sobre: “Estudio de las mejores prácticas de las Naciones Unidas y de otras instituciones en cuanto al tra-
tamiento de los reclusos en el Sistema de Justicia penal”, pág. 1 del Documento. Por lo que respecta
a su mención del “Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos”, es efectivamente el art. 10,
3., el que manifiesta que: “El régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya finalidad
esencial será la reforma y la readaptación social de los penados.” Esta será, pues, la finalidad
del tratamiento, no sólo la adquisición de habilidades.., etc.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 543

blecidas, con el objeto de adaptarlas a la evolución recuperadora del menor.


(Regla 23.2)675.
Naturalmente, que la presencia, tal como viene siendo entendida hasta
quí, de la figura del Tratamiento científico recuperador, no se opone, necesa-
riamente, a la posible realización de la denominada “Justicia Restaurativa”, que
requiere aptitud y actitud positivas de las partes del conflicto (es decir, de delincuentes
y víctimas). Aunque se reconoce que: “Esos dos atributos difícilmente se dan en
los delincuentes con gran capacidad criminal y orientación e intensidad delinctivas
graves o muy graves. Tampoco, en las víctimas de tales delitos.
La misma Organización de Naciones Unidas viene fomentando esta for-
ma extra-tradicional y extra-jurisdiccional directa de hacer justicia desde hace
ya algunos años676.

C. EL TRATAMIENTO CIENTÍFICO RECUPERADOR SEGÚN LOS


INSTRUMENTOS JURÍDICO-DOCTRINALES DE LA UNIÓN
EUROPEA

Las “Reglas penitenciarias europeas”, de febrero de 1983 (Recommandation nº


R (87) 3, hoy sustituidas por otras, que vamos a ver dentro de unos instan-
tes), reflejaban suficientemente el concepto de tratamiento en sentido am-
plio, haciéndose posible, por tanto, el tratamiento en sentido propio o estric-
to677: “Los fines del tratamiento de los reclusos –decía el 3. de sus “Principios

675
Para toda esta materia, ver C. HERRERO HERRERO: “El tratamiento resocializador
institucionalizado, en la delincuencia de menores, según los textos jurídicos específicos supranacionales
(O.N.U.)”, en su obra: “Delincuencia de menores. Tratamiento criminológico y jurídico”; Editorial
Dykinson, 2ª edición, Madrid, 2008, pp.243 y ss.
676
Así, entre otros Documentos de la Organización señalada en texto, el referido al
Seminario, 2.: “Potenciación de la Reforma de la Justicia penal, incluída la Justicia Restaurativa”
(A/CONF. 203/10, de 2005), “11º Congreso N.U. sobre Prevención del delito y Justicia Penal”
(18 a 25 abril 2005, celebrado en Bangkog). En la letra C. “Justicia restaurativa”, se dice: “6. Los
procesos restaurativos, definidos en los Principios básicos sobre la utilización de programas
de justicia restaurativa en materia penal (Resolución 2002/12 del Consejo Económico y Social,
anexo), son aquellos en que los infractores, las víctimas y otras personas afectadas por un delito
participan,a menudo con ayuda de un facilitador, en la solución de las cuestiones dimanantes
de ese delito. En esos casos se hace hincapié en las necesidades individuales y colectivas y en la
reintegración de la víctima y del delincuente. Los procesos de justicia restaurativa han pasado
a ser importantes alternativas a los procesos de enjuiciamiento en la justicia penal y alterna-
tivas a la utilización del encarcelamiento como medio de imputar la responsabilidad al delin-
cuente. La justicia restaurativa puede considerarse también como complementaria de los pro-
cesos más formales.” Sobre esta materia, puede verse C. HERRERO HERRERO: “Fenomenología
criminal y criminología Comparada”; Edit. Dykinson, Madrid, 2011, pp. 463-464.
677
Esta interpretación la confirma la “Exposición de Motivos”, aneja a las “Reglas”. En el n. 3. de
tal exposición, efectivamente, se comentaba: “La referencia al tratamiento que figura en esta regla (la
544 CésaR Herrero Herrero

Fundamentales”– deben ser los de preservar su salud y salvaguardar su digni-


dad y, y en la medida en que la duración de la pena lo permita, desarrollar su
sentido de la responsabilidad y de dotarles de competencias que les ayuda-
rán a reintegrarse en la sociedad, de vivir en la legalidad y de subvenir a las
propias necesidades desde su salida de prisión”678.
Y la Reglas 65-66 del mismo Documento confirmaban, complementándose:
“ Todos los esfuerzos deben ser tomados en orden a segurar que los regímenes
de los establecimientos sean establecidos y gestionados con orientación a: a.
asegurar las condiciones de vida compatibles con la dignidad humana y con las
normas aceptables para la colectividad; b. reducir al mínimo los efectos perju-
diciales de la prisión y las diferencias entre la vida carcelaria y la vida en liber-
tad a fin de que los presos no pierdan el respeto de sí mismos o el sentido de su
responsabilidad personal;c. mantener y reforzar los lazos con su familia y con
el mundo exterior en interés de unos y de otros; d. ofrecer a los internos la po-
sibilidad de mejorar sus conocimientos y sus competencias y de acrecer en sus
oportunidades de reinserción en la sociedad después de su liberación. (…) En
esta perspectiva, todos los medios curativos, educativos, morales, espirituales y
todos los otros medios apropiados deberían estar disponibles y utilizados para
responder a las necesidades del tratamiento personalizado de los internos…”
En la Regla 67.1, por su parte, continuaba: “Para atender a estos objetivos,
conviene personalizar los tratamientos; es necesario, por ello, poner en obra
un sistema flexible de distribución de los presos, que deberían estar situados
en establecimientos o unidades diferentes donde cada uno de ellos pudiera
recibir la formación y el tratamiento apropiados.”
La nueva versión de estas “Reglas Penitenciarias Europeas”, en virtud de
la “Recomendación REC (2006) 2 del Comité de Ministros, del 11 de enero de
2006, aparece, francamente, más desleída y ambigua, con relación al trata-
miento penitenciario. Y, así, el principio 6. de sus “Principios Fundamentales”,
se limita a asegurar que: “Cada encarcelamiento debe hacerse de manera que
facilite la reintegración en la sociedad libre de las personas privadas de li-
bertad.” La Regla 102.1. explicita que: “Más allá de las Reglas aplicables al
conjunto de los reclusos, el régimen de los condenados debe concebirse para
permitir orientarlos a una vida responsable y alejada del delito”.

3 de los “Principio Fundamentales”) es una noción general. Ella designa, en el sentido más amplio, to-
das las medidas (trabajo, formación social, instrucción, formación profesional, educación física y pre-
paración a la liberación, etc.) tomadas para conservar a los internos su salud física y mental o hacerlas
recobrar, facilitar su reinserción social y mejorar las condiciones generales de su encarcelamiento. Es
evidente que el tratamiento variará en función de las posibilidades ofrecidas por los establecimientos,
de la duración de las penas y del ambiente carcelario.” (Pág. 35 del texto francés).
678
“Règles pénitentiaires européennes”, ya citadas, Première Partie, Principes fondamen-
taux, 3., pág 7 del texto en francés.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 545

Y al referirse al régimen (palabra que aquí parece sustituir al término tra-


tamiento del texto anterior) de los internos condenados, se viene a sugerir
que: Debe animarse a los internos condenados a participar en la elaboración
del proyecto de su propia ejecución penal. Proyecto que ha de integrar: Un
trabajo, una formación, otras actividades así como una preparación para su
puesta en libertad o salida de prisión. Si bien, puede incluir, además, trabajo
social con respecto a él, la asistencia de un médico o de un psicólogo. También
ha de incorporar un plan de permisos penitenciarios (salidas al exterior). Los
condenados que lo deseen pueden beneficiarse de un programa referente a
justicia restaurativa con el fin de reparar los daños (personales y reales) cau-
sados con sus comportamientos delictivos. (Regla 103. númrs. 3-7). Parece
apuntarse, aquí, más bien a un concepto de tratamiento (palabra que no se
menciona) inherente a versiones conductistas, de las que ya hemos hablado al
hacer referencia, al respecto, al Reglamento penitenciario español vigente679.
En relación con los delincuentes juveniles, en lo que atañe a la materia
que ahora nos ocupa, la “Carta Europea de los Derechos del Niño” (de 1992)
sostiene: “En el caso de que el niño sea declarado culpable de un delito, se
evitará que sea privado, en lo posible, de su libertad, o recluído en una ins-
titución penitenciaria para adultos. En este supuesto, se facilitará al niño un
tratamiento adecuado –llevado a cabo por personal especializado– al objeto
de su reeducación y posterior reinserción social”680.

679
A este sentido interpretativo apunta B. MAPELLI CAFFARENA, cuando al co-
mentar el apartado de los “Principios Fundamentales” de estas “nuevas” Reglas, al referirse
al “Pricipio de reinserción social”, escribe: “Esta nueva formulación de los fines preventivos
especiales en el ámbito de la ejecución de la pena arranca de las críticas y el fracaso de las
pretensiones resocializadoras, más ambiciosas y que a la postre ha servido sobre todo como
un poderoso instrumento legitimante de la prisión gracias al cual lejos de convertirla en una
pena excepcional de ultima ratio, se nos aparece no sólo como la pena hegemónica en relación
con las demás, sino que en sí misma considerada se emplea con más intensidad y frente a
más infracciones que en cualquier otro momento de su historia. La reinserción social nos sitúa
frente a un condenado más real, más concreto; ante un sujeto con muchas carencias, algunas
de las cuales tienen su origen en su propia condición de recluso. El sistema penitenciario no
puede pretender, ni es tampoco su misión, hacer buenos a los hombres, pero sí puede en cam-
bio, tratar de conocer cuáles son aquellas carencias y ofrecerle al condenado unos recursos y
unos servicios de los que se pueda valer para superarlos. En cierta forma se propone que las
terapias resocializadoras y la sicología sean desplazadas por la oferta de los servicios sociales y
la sociología.”. (“Una nueva versión de las normas penitenciarias europeas”, traducc. y comentarios
del autor de este artículo; en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología” 08-r1 (2006)
p. 4). Nosotros volvemos a repetir que el ser humano (sea o no delincuente) no es sólo so-
ciología y, menos aún, sociología construida desde superestructuras ideológicas, claramente
reduccionistas respecto al hombre.
680
PARLAMENTO EUROPEO: “Carta Europea de los Derechos del Niño”; DOCE nº
C241, de 21 de septiembre de 1992, letra D, n.17, de dicho texto.
546 CésaR Herrero Herrero

D. EL TRATAMIENTO CIENTÍFICO RECUPERADOR, INSTITU-


CIONALIZADO, EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO
DE ALGUNAS DE LAS NACIONES EUROPEAS MÁS
REPRESENTATIVAS, INCLUIDA ESPAÑA

Refiriéndonos, en primer lugar, al ámbito de los delincuentes condena-


dos adultos, podemos afirmar, sobre este particuclar, que, por ejemplo, en
ITALIA, el art. 27 de su Constitución introduce, de forma clara, este insti-
tuto del Tratamiento recuparador, tal como nosotros venimos entendiéndo-
lo, al proponer que el tratamiento penal ha de consistir en la reeducación del
penado681.
La Ley de Reforma Penitenciaria n. 354/75, de 26 de julio, como no podía ser
de otra manera, recoge la propuesta constitucional. De ella viene a decir T.
BARBERIO que, desarrollada por el Reglamento Penitenciario D.P.R n. 230/00,
configura un cuadro orientado hacia la custodia de los reclusos, acompañada
por elementos destinados a la recuperación social, y atento, comúnmente, a
las particulares condiciones y a las específicas necesidades de los internos.
En tal cuadro, la observación científica de la personalidad del preso asume
una importancia fundamental, constituyendo el trámite imprescindible entre
la individualización de las necesidades, de las carencias, de las causas de la
desadaptación social, y el tratamiento carcelario o extracarcelario, vuelto a la
reinserción social682.
Se asume, pues, en esta Ley, la filosofía de la política social del Welfare
State. Como declara Antonio SALVATI, con esta Ley: “El legislador abandonó
la lógica de la despersonalización que vigía en la concepción del reglamento
penitenciario de 1931, reflejo de una filosofía de la pena aflictiva y mortifican-
te, en la cual el acento caía esencialmente sobre la dimensión organizativa de
la Administración penitenciaria y sobre las correlativas exigencias de disci-
plina. Se acercó, por el contrario, a valorar aquellos elementos de la persona-
lidad del detenido que pudieran jugar a los fines de su readaptación social.
En el nuevo Ordenamiento, la figura del interno es puesta en primer plano.
En función de ella, es impostada, y así deberá realizarse la fase ejecutiva, asu-
miendo un papel central en la ejecución de la pena, sobre todo en la prospec-

681
Este artículo 27 (“Costituzione della Repubblica Italiana”, de 1947, aggiornata alla
L. cost. di 30 maggio 2003, nº1) dice al pie de la letra: “Las penas no pueden descansar en
tratamientos contrarios al sentimiento de humanidad y deben tender a la reeducación del
condenado.”
682
T. BARBERIO: “Osservazione scientifica della personalità del detenuto”; Università
de Firenze, 2001, al principio de sus “Conclusioni”. Puede verse también: DAGA, Luigi:
“Trattamento e sicurezza nell’Ordinamento Penitenziario italiano”; en Scritti e Discorsi 1980-
1993, del mismo autor; Ministerio della Giustizia, Roma, 2008.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 547

tiva de la reeducación. La entera disciplina del tratamiento, como institución,


fue construida sobre estas bases.
Los elementos del tratamiento reeducativo deberán ser individualiza-
dos en la instrucción, en el trabajo, en la religión, en la actividad cultural,
recreativa o deportiva, en las relaciones con la familia y en los contactos con
el mundo exterior. (Y se introducía una gran novedad: el reconocimiento y
el involucramiento de la sociedad exterior en la tarea reeducadora. (…) En
la prospectiva del tratamiento intramural, el ordenamiento penitenciario ha
previsto en teoría que para todo interno en ejecución de pena se redacte un
programa de tratamiento, a disponer desde el inicio de la encarcelación y
proseguido en el curso de la misma, mediante la observación científica de
la personalidad, al fin de revelar las carencias fisiopsíquicas y el resto de las
causas de la desadaptación social”683.
En BÉLGICA, la “Ley de Principios Fundamentales” (de 12 de enero del
2005) establece, a este respecto, que el cumplimento de las penas ha de aco-
modarse, en lo posible, al principio de “normalización”. Y, en su virtud, hay
que ir a evitar los llamados “efectos prejudiciales”, causados por la detención.
A la limitación del daño carcelario le es inherente “perseguir objetivos indivi-
dualizados, constructivos y orientados hacia el futuro; prevalentemente, una
ejecución de la pena privativa de libertad basculante sobre la reparación y la
reinserción. Dando por descontada la necesidad de que dicha ejecución se
lleve a cabo en condiciones psicosociales, físicas y materiales, donde sea posible
el observar el respeto a la dignidad humana, el permitir la preservación o el acreci-
miento del respeto a sí mismo, así como incentivar el sentido de las responsabilidad
personal y el cumplimiento del deber de las responsabilidades para con la sociedad684.
Jean DETIENNE y Vicent SERON, al referirse a la “planificación” de la
estancia en prisión, recogida en la legislación belga, comentan: “Los objeti-
vos de reinserción y de reparación… suponen la elaboración de un plan de
prisión individualizado, a desarrollar progresivamente y a readaptarlo en
el curso del encarcelamiento. Este plan está así establecido en la perspecti-
va de una ejecución de la pena privativa de libertad que limita los efectos
prejudiciales, gira entorno a la reparación y la reinserción y se desarrolla en
seguridad. Este plan contiene, notablemente, un esbozo del periodo de pri-
sión y de las proposiciones de participación del condenado en las diversas

683
Antonio SALVATI: “L’Evoluzione della Legislazione penitenziaria in Italia”; en
Amministrazione in Cammino. Rivista di Diritto Pubblico, di Diritto dell’Ecnomia e di Sciencia
dell’Administrazione, 1 (2011) nº 4. del texto.Sobre esta materia puede verse, asimismo, la tesis
doctoral de Valeria BAGNOLI: “Subcultura Penitenziaria e Trattamento Rieducativo”; Università
degli Studi di Milano, Facoltà di Giurisprudenza, Anno Accademico 2007-2008, sobre todo, en
el apartado: “Gli strumenti del Trattamento Rieducativo”, pp. 17 y ss. del texto original.
684
Ver arts. 5 y ss. de la “Ley de Principios…”
548 CésaR Herrero Herrero

actividades y programas propuestos (por ejemplo, las actividades que aquél


va a ejercer, el marco psicosocial en que va a beneficiarse. (…) Tratándose del
régimen de vida, el legislador ha privilegiado, salvo excepción, una ejecu-
ción de la pena o de la medida privativas de libertad que se desarrolla en el
cuadro de un régimen de vida en comunidad685 o de un régimen de vida en
semi-comunidad”686.
Lo mismo acontece en FRANCIA Y ALEMANIA. En FRANCIA, en la que,
hasta final de la presente década, no ha existido una Ley Penitenciaria es-
pecífica, el Ordenamiento jurídico, reservado a este campo, ha venido reco-
giendo meridianamente, por lo que se refiere al cumplimiento de las penas
privativas de libertad, la institucionalización de la misión resocializadora
y reinsertiva de las mismas. Así, por ejemplo, el art. 1 de la Ley nº 87-42,
de 22 de junio de 1987, en su versión consolidada de 27 de septiembre del
2003, venía a prescribir que: “El servicio público penitenciario participa de la
ejecución de las decisiones y sentencias penales y en el mantenimiento de la
seguridad pública. Favorece la reinserción social de las personas que le son
confiadas por la autoridad judicial. Y se organiza de manera que asegure la
individualización de las penas”687. El art. 2, modificado por Ley nº 2002-1138,
de 9 de septiembre de 2002, dispone que los establecimientos públicos peni-
tenciarios serán administrados, entre otras personas, asociaciones y grupos:
“…Por personalidades elegidas en razón de su competencia en el dominio de
la ejecución de las penas y de la reinserción social”688.
La aparición de la deseada Ley específica (Loi nº 2009-1436 del 24 de no-
vembre 2009 pénitentiaire)689 no se aparta de la línea resocializadora. Así, en
su art. 2 (también recoge la misma idea en el art. 1), confirma: “El servicio pú-
blico penitenciario participa en la ejecución de las decisiones penales, contribuye a la
inserción o a la reinserción de las personas que le son confiadas por la autoridad judi-
cial, a la prevención de la reincidencia y a la seguridad pública dentro del respeto a los

685
Como hacen constar los mismos autores J. Detienne y V. Seron, citando los artículos
49 y 51, respectivamente, de la mencionada “Ley de Principios…”, por “régimen de vida en comu-
nidad” se entiende la presencia de los reclusos en los lugares de trabajo y de estancia comunes,
así como la participación en común en actividades que se lleven a cabo dentro del recinto pe-
nitenciario. Por “regimen en semicomunidad” se hace referencia a que los internos dentro de su
espacio de estancia pueden poner en práctica actividades en común.
686
Jean DETIENNE y Vicent SERON: “Politique pénitentiaire et droits des détenus en
Belgique”; en “Actes du Colloque de la FIPP”, Stavern (Norvège), juin, 2008, pp. 254-255.
687
Ley publicada en JORF, de 27 septembre de 2003.
688
Ley publicada en JORF de 10 septembre de 2002. Una visión global del Sistema peni-
tenciario francés, puede verse en Jean-Paul CERÉ: “Le Système pénitentiaire français”, Université
de Pau et de Bordeaux IV, 2006.
689
Su publicación se ha llevado a cabo en el JORF nº 0273 du 25 novembre 2009, page
20192, texte nº 1).
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 549

intereses de la sociedad, a los derechos de las víctimas y a los derechos de las personas
encarceladas. Está organiza de manera que asegure la individualización y la gestión
de las penas de las personas condenadas.” En el art. 89 se introduce el siguiente
mensaje: “Desde su acogida en el establecimiento penitenciario y en el lapso
de un periodo de observación pluridisciplinar, las personas presas han de ser
objeto de un balance de personalidad. Un plan de ejecución de la pena debe
ser elaborado por el jefe del establecimiento y del servicio penitenciario de
inserción y de probation para los condenados, en concertación con estos últi-
mos, a partir de que su condena sea definitiva”.
Jean Charles FROMENT, haciéndose eco, sobre todo, de esta Ley, y no
obstante afirmar que ella “constituye simbólicamente un momento esencial
en la evolución del servicio público penitenciario”, titula su estudio: “La refor-
ma penitenciaria en Francia. Debates intemporales, evoluciones conyunturales”690.
Por lo que respecta a ALEMANIA, la “Ley de Ejecución de Penas”
(Strafvollzugsgesetz) que, a pesar de todo, ha venido estando en vigor desde el
1 de enero de 1977, determinaba ya y determina, en su primer parágrafo (de
los 202 que la integran) que es su ámbito de competencia: la ejecución de la
pena privativa de libertad en establecimiento penitenciario y de las medidas
de reeducación y de seguridad a cumplimentar en lugar cerrado. En los tres
parágrafos siguientes, dicha ley hace constar, entre otros mandatos, que la
pena de prisión tiene como fines la resocialización del penado y la protección
de la sociedad. Que ha de ser tenido como principio, entre otros, el de la par-
ticipación del interno en el tratamiento penitenciario de él mismo691.
Sobre esta Ley y sobre su situación actual, acaba de escribir Grégory
SALLE, investigador en el CNRS francés y autor de un interesante libro en
esta materia692, relacionado con Francia y Alemania, aparecido recientemen-
te: “Esta ley inspira el respeto de juristas modernizadores porque consagra
jurídicamente un principio de resocialización. Éste figura como el fin último
de la pena de prisión, al cual está subordinado el de asegurar la protección de
la colectividad. El texto precisaba tres principios encargados de dar cuerpo al
cambio de modelo penitenciario. Un principio de armonización: las condi-
ciones del centro deben ser calcadas, en la medida de lo posible, sobre las de
afuera. Un principio de oposición: los efectos nefastos propios del encerra-

690
Jean-Charles FORMENT: “La réforme pénitentiaire en France. ��������������������������
Débats intemporels, évolu-
tions conjoncturelles”; en Droit et Societé, 78 (2011) pp. 371 y ss.
691
Para estos dos últimos Ordenamientos, puede verse: Isabelle MANSUY.: “Principe de
legalité et execution des peines en France et Allemagne”; en Champ Pénal, Vol. II (2005).
692
Se trata de la obra: “La Part d’ombre de l’Etat de Droit. La question carcérale en France et
en République Féderal d’Allemagne despuis 1968”; École des Hautes Études en Sciences Sociales
(EHESS), Paris, 2009.
550 CésaR Herrero Herrero

miento deben ser contrarrestados. Un principio de integración: la pena de


prisión debe tender hacia una nueva finalidad, la reinserción.
(…) Después de la reforma del federalismo, en 2006, la ley de 1976, en
efecto, ya no es la única referencia suprema de la condición penitenciaria.
Esta reforma ha redistribuido a las regiones (Länder), que eran ya las encar-
gadas de la plicación de las normas, el poder de legislar en la materia.
Después de esto, la situación jurídica es atípica y confusa. En una gran
mayoria de regiones, la Ley Federal permanece en vigor, pero tres Länder, en
espera de otros, han desarrollado ya su propia legislación. Esta decisión polí-
tica ha vencido una oposición masiva de los actores del mundo penitenciario.
En la confederación sindical y en las asociaciones de defensa de los derechos
de los presos, pasando por organizaciones profesionales y de numerosos pe-
nalistas, un gran frente se ha declarado hostil a esta reforma retrógrada, y ha
defendido el mantenimiento de la prerrogativa federal. Contra las promesas
gubernamentales, alardeantes de la sana emulación y el cambio hacia “bue-
nas prácticas” entre regiones, aquéllas han preanunciado un deterioramien-
to de las condiciones de encarcelamiento bajo el efecto de una concurrencia
nociva, favorable a un repliegue punitivo, de un acrecentamiento de las des-
igualdades espaciales, de la erosión aguda al ideal de la resocialización, de un
racionamiento presupuestario perjudicial a las medidas de acompañamiento
social”693.
Y es que, cuando se abandona un ideal humanitariamente laudable, se
deviene más pronto que tarde, al extremo en que el sentimiento infrahuma-
nitario se agiganta. Y lo fácil es seguir su estela.
En lo que a ESPAÑA se refiere, como ya hemos aludido más arriba, está
plenamente vigente, la figura del “Tratamiento penitenciario “, recogido en el
artículo 25. de nuestra Constitución, que coloca la reeducación y reinserción
social en el centro de los fines de las penas privativas de libertad. Y, partiendo
de nuestra “Carta Magna”, la Ley O. General Penitenciaria 1/1979, de 26 de
septiembre, dedica todo su Título III (arts. 59 y ss.) a disponer cómo esos fines
constitucionales (reeducación y reinserción social) han de ser hechos reali-
dad a través del que ella misma se refiere como “tratamiento penitenciario”
y al que adjunta los calficativos de: científico, individualizado, continuado,
dinámico, metodológicamente complejo, y conectado directamente “con un
diagnóstico de personalidad criminal y con un juicio pronóstico inicial”.
Emitidos a partir del “estudio científico de la constitución, el temperamento,
el carácter, las aptitudes y las actitudes del sujeto a tratar, así como de su sis-
tema dinámico-motivacional y del aspecto evolutivo de su personalidad con-

Grégory SALLE: “Petite histoire de la loi pénitentiaire allemande”; en Le Monde


693

Diplomatique, mars, 2010, pp. 1-2 del estudio.


TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 551

ducente a un enjuiciamiento global de la misma…” Todo dentro del contexto


propio del denominado sistema de individualización científica separado en
grados, coronados por el de libertad condicional. Sistema en que las penas
privativas de libetad han de ejecutarase. (Arts. 59, 62, 72.1)694.
Ya hemos visto cómo el Reglamento penitenciario de 1996 (Real Decreto
190/1996, de 9 de febrero), en sus arts. 110 y ss. pasa a presentar un modelo
de tratamiento bastante reduccionista respecto del conformado por la Ley
Orgánica. Naturalmente, el modelo reglamentista, habrá de interpretarse, en
su caso, a la luz de la Norma superior. Nosotros no negamos la posible utili-
dad o, incluso, según los casos, conveniencia, de esa especie de “tratamientos
parciales”; pero parece que, teniendo en cuenta que el ser humano es inter-
comunicable, necesariamente, en todas sus vertientes constitutivas (la psico-
biológica, la psicomoral y la psicosocial) y que éstas encuentran, en él, una
unidad inescindible, es preciso llevar a cabo tales intervenciones sin perder
de vista la totalidad de su personalidad en el tiempo de intervención.
De acuerdo, pues, con los distintos Ordenamientos legales expuestos,
podemos decir, entonces, que se potencian las exigencias de reeducación y de
resocialización (o reinserción social) como finalidad de las penas en general y,
desde luego, en su cumplimiento. Por ello, se impone, más o menos explícita-
mente, más o menos perfectamente, la clase de tratamiento que acabamos de
describir. Lo que es al menos posibilitad, también, en los Ordenamientos de
otros países como, por ejemplo, Canadá, Gran Bretaña y los mismos Estados
Unidos695.
Naturalmente, todo esto en el campo del “deber ser”. La realidad, ya
lo hemos dicho, es muy otra. Pero no porque se considere que la institución
del tratamiento resocializador sea inoperante para toda clase de delicuentes,
sino, más bien, por razones de presupuesto, insuficiencia de personal espe-
cializado, psicosis de inseguridad ciudadana y por “desgana” política.

694
Sobre esta materia, puede verse C. GARCÍA VALDÉS: “Comentarios a la legisla-
ción penitenciaria”; Edit. Civitas, 2ª edición, Madrid, 1982. C. HERRERO HERRERO: “Visión
panorámica de la Ley. Trato y Tratamiento del delincuente”, en su obra “España Penal y
Penitenciaria. Historia y Actualidad”, ya citada, pp. 540 y ss.
695
Para confirmar estas aseveraciones, puede verse C. HERRERO HERRERO: “El tra-
tamiento resocializador institucionalizado en la delincuencia de menores, según documentos
específicos de la U.E. y los Ordenamientos jurídicos de algunos Estados más representativos”;
Capítulo Décimotercero de su obra “Delincuencia de menores. Tratamiento criminológico y
jurídico”, ya citado, pp. 355 y ss.
552 CésaR Herrero Herrero

E. CONCLUSIONES SOBRE LA ACTIVIDAD CLÍNICA, CENTRADA


EN EL TRATAMIENTO RESOCILIZADOR (GENERALMENTE
PENITENCIARIO) DESDE EL DERECHO COMPARADO
DEESARROLLADO EN LOS APARTADOS PRECEDENTES

Parece que puede afirmarse que, en la medida en que los Estados encar-
nan una legislación a tono con los principios fundamentales del estado Social
y Democrático de Derecho, se ha introducido, y sigue conservándose, con re-
lación a la materia aquí abordada, la institución del Tratamiento recuperador
o resocializador (generalmente penitenciario). Si bien, ello no quiere decir
que a cada condenado (al margen de su orientación e intensidad delictiva)
haya de ofrecérsele el modelo de tratamiento en sentido estricto, propio o
completo. Ello habrá que hacerlo con los delincuentes condenados por de-
litos graves o muy graves en los que pueda observarse, sin duda razonable,
por verdaderos especialistas, la posesión arraigada de personalidad criminal,
entendida ésta en sentido actual y no positivista, y exteriorizada por los indi-
cios inequívocos de una carrera criminal. (Visión que ha sido ya expuesta, en
esta obra, con amplitud).
Parece que este cocepto de personalidad criminal no cuaja en una mayo-
ría de delincuentes (ocasionales, “por crisis”, por clara preponderancia de fac-
tores socio-estructurales y situacionales con gran intensidad criminógena…)
Para éstos bastaría, seguramente, el poder ser asistidos a través de tratamiento
en sentido impropio o constiuido, tan sólo, por determinadas intervenciones
(habilidades cognitivas, laborales, cambios de ambiente…)… Pero sin excluir,
“a priori “, ninguno de los dos paradigmas de tratamiento, a aplicar, siempre
con el consentimiento libre del sentenciado, según sus propias necesidades.
Por ello, la regla nº 59, de las “Reglas Mínimas”, como hemos ya visto, exhorta
a que, para lograr que el delincuente salga de la prisión con el propósito, y
capacidad de hacerlo, “de respetar la ley y proveer a sus necesidades, “…el
régimen penitenciario debe emplear, tratando de aplicarlos conforme a las
necesidades del tratamiento individual de los delincuentes, todos los medios
curativos, educativos, morales, espirituales, y de otra naturaleza, y todas las
formas de asistencia de que pueda disponer.” (Ver supra). Y, por supuesto,
todo ello habrá de llevarse a cabo dentro del contexto más apropiado a cada
delincuente necesitado de ayuda.
Respecto a un tratamiento así entendido (y que es el de la letra y espíritu
de al menos los documentos jurídico-doctrinales de las Organizaciones aquí
mencionadas y de las legislaciones nacionales que acabamos de recordar) no
son pocas las voces (a pesar del canto de defunción del Tratamiento por parte
de los adversarios) que áun siguen defendiéndolo y pretendiéndolo. Sin ig-
norar, por lo demás, que una cosa es el mensaje y otra, su cumplimiento.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 553

Y es que, desde luego, no puede atribuirse fracaso a una institución que


apenas si ha sido puesta en práctica, al fallar los medios reales, personales
o contextuales y, por supuesto, la voluntad política en demasía. O todos, a
la vez. La ya citada Isabel MANSUY, por ejemplo, notable conocedora del
penitenciarismo francés y alemán, ha venido a decir con rotundidad que: Si
es verdad que: “… Los textos jurídicos alemanes y franceses afirman que el
objetivo principal de la institución carcelaria es la reinserción de las personas
que le son confiadas”, la realidad práctica es muy otra “porque asume, casi
siempre, los motivos de orden público y de seguridad, pasando sobre las ne-
cesidades del “Tratamiento.” Que: “A partir de estas dos nociones –el orden
y la seguridad– la administración penitenciaria crea, en realidad, su propio
“derecho”, informal, construido desde usos locales y desde las relaciones en-
tre los diferentes actores de la vida carcelaria. Un “derecho” con frecuencia
en oposición con los textos o, en todo caso, que no los tiene en cuenta”696.
Pues, bien. Si eso se asevera de Francia y Alemania, ¿qué puede decir-
se de España? Es sabido por los que están al tanto de estos asuntos que, en
nuestra patria, a pesar de su legislación fundante, claramente partidaria del
modelo reeducador y reinsertor, no existe Tratamiento penitenciario (y me-
nos extrapenitenciario) en sentido estricto. Y que, en la actualidad, es prácti-
camente imposible que lo haya, al mantenerse los centros penitenciarios en
sobresaturación poblacional. Y porque, oficial y estructuralmente, no existen
los medios reales y son escasos los medios personales para llevarlo a cabo.
Aunque no ponemos en tela de juicio que se estén llevando a cabo interven-
ciones, con propósito recuperador, en áreas concretas (toxicomanías…) Pero
es digno de observar, sobre la materia que ahora tratamos, que, en nuestros
centros penitenciarios, figuras de especialistas como la del criminólogo, por
ejemplo, brillen por su ausencia697, o estén al borde de la extinción.

696
Isabelle MANSUY, en su estudio “Principe de légalité…”, ya citado, pp.4-5.
697
Sobre la situación de este nada desdeñable extremo la reflejan perfectamente (explí-
cita e implícitamente a la vez) las observaciones siguientes de J. NISTAL BURÓN, al abordar la
especialidad de Criminología en dichos Centros: “De los conocimientos especiales que inte-
gran el Cuerpo Técnico, la Ley creadora del mismo (ley 39/70, de 22 de Diciembre) exigía entre
otros el de Criminología junto, como hemos visto, con el de Psicología, Sociología, Pedagogía
Psiquiatría, Endocriminología y Moral. Las convocatorias de los procesos selectivos para el
ingreso en dicha especialidad exigían: la Titulación superior de Licenciado en Derecho y la
Titulación media de Diplomado en Criminología, titulación, ésta última, mediante la cual se
entendía que era la forma de acreditar los conocimientos de la especialidad requerida. La exi-
gencia de esta doble titulación en el proceso selectivo determinó que la denominación de pues-
to de trabajo relativo a la especialidad de Criminología recibiera la denominación de Jurista-
Criminólogo, denominación que fue motivo de una “amputación” en su contenido, pasando
a llamarse dicho puesto de trabajo simplemente de jurista, a raíz de la modificación operada
por la Comisión Interministerial de Retribuciones en las Relaciones de Puestos de Trabajo, que
suprimió la exigencia de la Titulación de Criminología para acceder a la especialidad del men-
554 CésaR Herrero Herrero

El Tratamiento resocializador institucionalizado no puede ser, pues, juz-


gado como institución inoperante desde una seria política penal-criminoló-
gica. Ha sido, en casi todos los sitios, escasamente ensayado y puesto en el
escaparate de la relegación inexplicada, aunque puede intuirse su porqué.
No es de efectos inmediatos y resulta, a corto plazo, más bien caro. Ni siquie-
ra se ha considerado, con algún rigor, que a medio y, desde luego, a largo
plazo, pudiera resultar altamente rentable, sobre todo si nos paramos a pen-
sar en el coste insoportable del delito, incluido el económico. No digamos si
entrásemos a estimar otros valores o bienes sociojurídicos quebrantados por
el comportamiento criminal.
Y, en fin, digamos para concluir, que varios trabajos de campo, llevados a
cabo en algunos países donde se ha intentado en serio experimentar, aunque
en cuantía reducida, las posibilidades de esta institución tratamental, han ve-
nido a comprobar que es mucho más barata, aún económicamente hablan-
do, una política criminal, basada en principios de reeducación y resocializa-
ción, que la política criminal inspirada en la de la simple y llana represión. El
seguimiento de la política “Tolerancia Cero”, durante un año, en California,
por ejemplo, alcanzó, según manifiesta T. W. HARACHI, que cita trabajos de
GREENWOOD y Otros (1996), la diferencia de gasto de 1 a 5, en su contra
(cinco billones de dólares frente a 1 de las políticas más extendidas de pre-
vención, y de prevención son las de tratamiento), resultando, por otra parte,
menos efectiva. Además, con las consecuencias negativas que, muy probable-
mente, ello supondrá para el futuro del interés social698.
Lo que acaba de exponerse, pues, nos exhorta, también, a mantener el
concepto de Tratamiento en sentido estricto, tal como, aquí, venimos enten-
diéndolo. Debiéndose aplicar, eso sí, teniendo en cuenta la idoneidad y nece-
sidad de los destinatarios del mismo (cosa ésta que ya hemos argumentado).
Por lo que respecta a los denominados “tratamientos parcializados”, aun-
que estén actualmente en su momento álgido, han de ser juzgados con la
debida ponderación. No hay que ser acríticos con esa “revolución cognitiva”,
apoyada, a nuestra manera de ver, en una antropología irreal, en virtud de la

cionado Cuerpo Técnico, entendiendo que los “conocimientos especiales en criminología”, que de-
terminaba la Ley creadora, no exigían necesariamente estar en posesión de una Titulación me-
dia en Criminología, sino que simplemente sería suficiente demostar esos conocimientos en
las correspondientes pruebas selectivas. Es en una de estas pruebas, la correspondiente al alo
1992, en la que por primera vez no se exige para el acceso al Cuerpo Técnico, en su especilidad
de Criminología, la Titulación en esta especialidad, acreditándose los conocimientos exigibles
a través del correspondiente temario de la convocatoria.” (“Perspectivas laborales del criminólogo
en prisión”; en Eguzkilore, 11 (1997) p. 133). Y así se sigue.
698
T.W. HARACHI: “A Prevention Science Framework Ahmed at delinquency”; en
Resource Material Series, 59 (2002) p.183.
TRATADO DE CRIMINOLOGÍA CLÍNICA 555

cual, como advierte B. Quirion (Universidad de Montreal): El nuevo discurso


terapéutico, y los diferentes programas de tratamiento en que se despliega,
contribuyen a transmitir una imagen del delincuente en exceso fragmentada.
En consecuencia, donde el terapeuta criminólogo ha venido realizando una
evaluación bio-psico-social, hoy se examina al individuo para tratar de divi-
sar, en él, una serie de factores de riesgo, atribuyendo a cada uno de éstos una
“esencia propia”. Y así, justificando su tratamiento como si cada factor o serie
de factores poseyera autonomía, segregada de la unidad de la persona.
El objeto de la intervención terapéutica parece, aquí, alejarse del delin-
cuente en cuanto tal, para centrarse o fijarse en el riesgo social de su com-
portamiento, vinculado “a la idea del aprendizaje y a los modos de pensa-
miento como origen de todo comportamiento”. Por ello, la psicobiología de
inspiración cognitiva se interesa, con prioridad, “por la manera en que los
individuos organizan la información y en cómo representan mentalmente el
mundo que les rodea”. Casi, como si de ordenadores se tratase. ¿Dónde que-
da, entonces, la capacidad de iniciativa creadora (para bien o para mal) sobre
todo del ser humano estadísticamente normal, el no condicionado, de forma
grave, psiquiátricamente?699

699
A este respecto, ver el magnífico estudio de B. QUIRIÓN: “Traiter les délinquants
ou côntroler les conduites: les dispositif thérapeutique à l’ère de la nouvelle pénologie”; en
Criminologie, vol. 39 2(2006) pp. 150 y ss.
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SOBRE EL AUTOR
César HERRERO HERRERO es Facultativo Jurista del Ministerio del
Interior (ahora jubilado). Es, asimismo, Doctor en Derecho (rama penal) por
la Universidad de Alcalá de Henares, Graduado Superior en Criminología
por el Instituto de Criminología de la Universidad Complutense de Madrid,
Licenciado en Ciencias Policiales y de Seguridad. Ha cursado el ciclo com-
pleto, siete años de Carrera (Filosofía-Teología), en los Colegios Superiores
de Salamanca y León, dirigidos por la Orden de Franciscanos-Capuchinos.
En cuanto a su tarea académica: Ha sido, o es, Profesor de Derecho Penal
y de Criminología en pluralidad de Universidades españolas: Centro Superior
Universitario “Luis Vives” (CEU-Universidad de Alcalá), Universidad
Pontificia de Comillas (ICADE), Universidad Europea de Madrid.
Ha sido, también, Profesor de Derecho Penal y de Ciencias Penales y
Criminológicas en la Escuela Superior de Policía, y Profesor Cooperador de
las precedentes Disciplinas, en el Centro de Estudios Judiciales (Madrid). Ha
presentado y pronunciado conferencias, sobre materias de su especialidad,
en foros nacionales e internacionales.
Por lo que se refiere a su amplísima actividad investigadora y publi-
citaria, cabe enumerar, entre varias decenas, sus libros: “España Penal
y Penitenciaria. Historia y Actualidad”, I. E. P. Madrid, 1986; “Seis Lecciones de
Criminología”, I. E. P., Madrid, 1988; “La Justicia Penal Española en la crisis del
Poder Absoluto”, Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia, Madrid, 1988;
“Seguridad Pública en el Reinado de Carlos III. Cinco estudios sobre la Ilustración”
(en colaboración con otros Autores), Ministerio del Interior, Madrid, 1989; “Los
Delitos Económicos. Perspectiva Jurídica y Criminológica”, Secretaría General
Técnica del Ministerio del Interior, Madrid, 1992; “Estudios de Derecho Penal,
Procesal- Penal y Criminología”, Servico de Publicaciones de la Facultad de Derecho
de la Universidad Complutense de Madrid y Centro de Estudios Judiciales, Madrid,
1993; “La libertad ambulatoria y la legalidad de su privación”, Centro de Estudios
Judiciales, Madrid, 1994; “Introducción al Nuevo Código Penal. Parte General y
Especial, Editorial Dykinson, Madrid, 1996; “Dogmática Penal, Política Criminal
y Criminología en evolución” (con otros Autores),Edición de Carlos Mª ROMEO
CASABONA, Universidad de La Laguna, 1997; “Criminología. Parte General y
Especial”, Editorial Dykinson, Madrid, 1997; “Infracciones Penales Patrimoniales”,
Editorial Dykinson, Madrid, 2000; “Criminología. Parte General y Especial”, 2ª edi-
ción aumentada y actualizada, Editorial Dykinson, Madrid, 2001; “Delincuencia de
menores. Tratamiento Criminológico y Jurídico”, Editorial Dykinson, Madrid, 2005;
“Política Criminal Integradora”, Editorial Dykinson, Madrid, 2007; “Criminología.
Parte General y Especial”, 3ª edición aumentada y actualizada, Editorial Dykinson,
Madrid, 2007; “Delincuencia de menores. Tratamiento Criminológico y Jurídico”, 2ª
edición, Editorial Dykinson, Madrid, 2008; “Fenomenología Criminal y Criminología
Comparada”, Editorial Dykinson, Madrid, 2011.
De entre sus numerosos artículos, a modo de ejemplo mencionamos:
“Terrorismo.Ubicación criminológica”, en Ciencia Policial, 1 (1987); “Perspectivas cri-
minológicas del menor marginado”, en Ciencia Policial, 5 (1989); “Policía. Modernas
bases sociológicas”, en Ciencia Policial, 7 (1989); “Detención procesal y detención
funcional-operativa”, en Boletín de Información del Ministerio de Justicia, 1519
(1989); “Delincuencia económica al amparo del fenómeno de la droga”, en Boletín de
Información del Ministerio de Justicia, 1522 (1989); “Policía Judicial y Detención.
A vueltas con el artículo 492 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal”, en Boletín de
Información del Ministerio de Justicia, 1564 (1990);“Registros y otras indagacio-
nes de instrumentos de prueba en el ámbito corporal de las personas”, en Boletín de
Información del Ministerio de Justicia, 1576 (1990); “Prevención policial. Un ins-
trumento necesario en la lucha contra la delincuencia”, en Boletín de Documentación
del Ministerio del Interior, 127 (1992); “Seguridad Ciudadana y Derecho de
Información”, en Revista de Documentación del Ministerio del Interior, 2 (1993);
“Defensa Nacional. Exigencia de coordinación entre FAS y CC. Y FF. de Seguridad
del Estado”, en Revista Española de Derecho Militar, 61 (1993); “Tratamiento pe-
nitenciario. Institución incluible en el ámbito de la Prevención”, en Revista de
Documentación del Ministerio del Interior, 6 (1994); “Modelos peculiares de estafa.
Estafas con tarjetas de crédito, con y sin banda magnética. Estafas por medio de orda-
nador”, en Boletín de Información del ministerio de Justicia, 1701 (1994); “Un mode-
lo razonable de Policía Judicial”, en Boletín de Información del Ministerio de Justicia,
1744 (1995); “Reflexiones criminológicas sobre la Ley Orgánica 5/2000, reguladora
de la responsabilidad penal de los menores”, en “ICADE”, 53 (2001); “Tipologías de
delitos y delincuentes en la delincuencia juvenil actual. Perspectiva criminológica”,
en Actualidad Penal, 41 (2002); “Migración de extranjeros. Su relación con la de-
lincuencia. Perspectiva criminológica”, en Actualidad Penal, 9 (2003);”El concepto
plural de estafa en el Código Penal vigente”, en La Ley Penal. Revista de Derecho
Penal, Procesal y Penitenciario, 33 (2006); “Competencias excepcionales de los agen-
tes de policía en materia de entrada, detención y registro en lugar cerrado. Potenciales
conexiones con la denominada prueba ilícita” (I), en La Ley Penal. Revista de Derecho
Penal, Procesal y Penitenciario, 88 (2011); “Competencias excepcionales de los agen-
tes de policía en materia de entrada, detención y registro en lugar cerrado. Potenciales
conexiones con la denominada prueba ilícita” (y II)”, en La Ley Penal. Revista de
Derecho Penal, Procesal y Penitenciario, 89 (2012).
COLECCIÓN ESTUDIOS DE CRIMINOLOGÍA
Y POLÍTICA CRIMINAL
DIRIGIDA POR ALFONSO SERRANO MAÍLLO
INTRODUCCIÓN A LA CRIMINOLOGÍA
SERRANO MAÍLLO, A.
6.ª ed. 2009.
DERECHO PENAL Y SOLIDARIDAD. Teoría y práctica del mandato penal de socorro
VARONA GÓMEZ, D.
2005.
DERECHO PENAL JUVENIL EUROPEO
VÁZQUEZ GONZÁLEZ, C.
2005.
DELINCUENCIA DE MENORES. TRATAMIENTO CRIMINOLÓGICO Y JURÍDICO
HERRERO HERRERO, C.
2.ª ed. 2008.
DERECHO PENAL JUVENIL
VÁZQUEZ GONZÁLEZ, C. Y SERRANO TÁRRAGA, M.ª D. (Editores)
2.ª ed. 2007.
EL ENEMIGO EN EL DERECHO PENAL
ZAFFARONI, E. R.
2007.
POLÍTICA CRIMINAL INTEGRADORA
HERRERO HERRERO, C.
2007.
HISTORIA DE LA CRIMINOLOGÍA EN ESPAÑA
SERRANO GÓMEZ, A.
2007.
ESTUDIOS DE HISTORIA DE LAS CIENCIAS CRIMINALES EN ESPAÑA
ALVARADO PLANAS, J. Y SERRANO MAÍLLO, A. (Editores)
2007.
LA MEDICIÓN DEL DELITO EN LA SEGURIDAD PÚBLICA
FERNÁNDEZ VILLAZALA, T.
2008.
TEMAS DE CRIMINOLOGÍA
AEBI, M. F.
2008.
INTERSECCIONES TEÓRICAS EN CRIMINOLOGÍA. ACCIÓN, ELECCIÓN RACIONAL Y TEORÍA ETIOLÓGICA
SERRANO MAÍLLO, A. (Editor)
2008.
NOCIONES DE PREVENCIÓN DEL DELITO Y TRATAMIENTO DE LA DELINCUENCIA
BUENO ARÚS, F.
2008.
TUTELA PENAL AMBIENTAL
SERRANO TÁRRAGA, M.ª D.; SERRANO MAÍLLO, A.; VÁZQUEZ GONZÁLEZ, C.
2009.
AUTOEFICACIA Y DELINCUENCIA
GARRIDO MARTÍN, E.; MASIP PALLEJÁ, J.; HERRERO ALONSO, C.
2009.
OPORTUNIDAD Y DELITO
SERRANO MAÍLLO, A.
2009.
PUNITIVIDAD Y VICTIMACIÓN EN LA EXPERIENCIA CONTEMPORÁNEA. ESTUDIOS
KURY, H. Y SERRANO MAÍLLO, A. (Editores)
2009.
LA DIGNIDAD DE LAS MACROVÍCTIMAS TRANSFORMA LA JUSTICIA Y LA CONVIVENCIA (IN TENEBRIS, LUX)
BERISTAIN IPIÑA, ANTONIO
2010.
INDUSTRIA Y CONTAMINACIÓN MEDIOAMBIENTAL. UN ESTUDIO COMPARATIVO DE LA PERCEPCIÓN DEL RIESGO EN COLOMBIA Y EN ESPAÑA
MARÍA FERNANDA REALPE QUINTERO
2010.
INMIGRACIÓN, DIVERSIDAD Y CONFLICTO CULTURAL
CARLOS VÁZQUEZ GONZÁLEZ
2010.
GENERACIÓN YIHAD. LA RADICALIZACIÓN ISLAMISTA DE LOS JÓVENES MUSULMANES EN EUROPA
MIGUEL ÁNGEL CANO PAÑOS
2010.
EL PROBLEMA DE LAS CONTINGENCIAS EN LA TEORÍA DEL AUTOCONTROL. UN TEST DE LA TEORÍA GENERAL DEL DELITO
ALFONSO SERRANO MAÍLLO
2011.
FENOMENOLOGÍA CRIMINAL Y CRIMINOLOGÍA COMPARADA
CÉSAR HERRERO HERRERO
2011.
CRIMINOLOGÍA COMPARADA: ESTUDIOS DE CASO SOBRE DELINCUENCIA, CONTROL SOCIAL Y MORALIDAD
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