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Límites

En mi carro bajando por la carrera 56 voy un poco a la carrera. Los límites de velocidad son
claros, menos de 60 kilómetros por hora, los acato. Hay algo que me disuade de romperlos: una
cierta penumbra, una indisposición a ir más allá de sí. La frescura del aire acondicionado al
máximo y la música al más alto volumen, las farolas de los pocos vehículos a mi alrededor y el
par de focos de la calle recta que dan una luz insípida, sombras de árboles y huecos invisibles en
la vía que podrían, perfectamente, pinchar las llantas desgastadas de mi carro. Llegar a la
rotonda, dar la vuelta, buscar la salida correcta: ¿devolverse o seguir? Una cavilación más para
mis ojos ardientes. Solo veo negrura: un accidente es plausible. Es que es difícil conducir con un
corazón nublado.

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