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No es ningún secreto que estos años nos vamos a enfrentar a una de las mayores

depresiones económicas de las últimas décadas, superior a la de 2008. Todavía no


sabemos cómo afectará a la economía en los años venideros, ya que esta crisis, al
contrario de las demás, no es de carácter financiero.

El Sars-CoV-2 ha provocado que nuestra capacidad de producción se haya resentido


debido a las restricciones y confinamientos. Además, debido a la incertidumbre y el temor,
también se ha reducido la demanda de la población, lo que ha conllevado a una pérdida de
ingresos por parte de las empresas (especialmente las que ofrecen bienes sociales, como
la hostelería), que han tenido que despedir a parte del personal.

Al mismo tiempo, los Estados han visto reducido su recaudación y aumentado su gasto por
el aumento de personas en ERTE y despidos, pero también los gastos derivados de la
sanidad. Esto ha conllevado a un endeudamiento de la mayoría de las naciones para,
aparte de pagar estos gastos, inyectar dinero a la economía, lo que probablemente no
servirá demasiado para recuperarnos.

Lo que mejor ha servido para levantar la economía ha sido reducir el número de casos
intensificando los rastreos y algunos confinamientos selectivos.

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