Está en la página 1de 3

Diferencias entre la teoría de la alienación de Hegel, Feuerbach y Marx.

José Antonio Peña, enero 2002

HEGEL. - En la concepción de Hegel, toda cosa es comprendida como un momento del


despliegue de la Idea, es decir de Dios. Expone un proceso circular en el que
(simplificado al máximo) se suceden distintos momentos ligados interna y
necesariamente donde cada uno engendra dialécticamente el siguiente en el cual se
encuentra él mismo bajo una forma más elevada. Del pensamiento puro pasa a la Idea
absoluta, ésta se convierte o se aliena en la Naturaleza (por tanto, la Naturaleza no es
más que la simple alienación u objetivación de la Idea: la Idea manifestada bajo una
forma exterior), de ahí vuelve al Espíritu donde la Idea se reencuentra consigo misma,
se desaliena. En este proceso, la figura central es el paso de uno al otro, de su
objetivación, exteriorización o alienación en el otro, momento que se supera por la
vuelta al uno.

La alienación es, pues, para Hegel, el proceso por el que una cosa se objetiva en
otra haciéndose extraña a sí misma sin dejar de ser ella misma, y por la negación de
este proceso, vuelve a sí misma, se desaliena. Es conocido el ejemplo de la planta: la
semilla desaparece en la planta, se aliena en la planta, que es la semilla desarrollada.
Ese momento es superado dialécticamente: la planta produce la nueva semilla y
volvemos al punto de partida. Así, la alienación es un proceso que se suprime él mismo.
(Hegel no contempla el antagonismo en su dialéctica.) Para Marx, el proceso dialéctico
es el gran aporte de Hegel, pero a su vez es todo una gran especulación que va de
abstracción en abstracción en que la realidad material no es más que una alienación del
Espíritu. Además, ese proceso es circular, no produce desarrollo. La planta no es la
misma planta anterior. El ser humano no se desaliena por la vuelta al Espíritu, ni el
esclavo se libera del amo por efecto de la reconciliación universal en la Idea que sería
el Estado perfecto.

FEUERBACH. - Feuerbach llama alienación, no a la objetivación natural de la semilla


en la planta, sino a la mistificación que consiste en sustituir la planta real por el concepto
de planta, o el hombre que piensa por el pensamiento puro, como hace Hegel. La
alienación es la ilusión de la conciencia y su supresión no puede ser la vuelta de una
abstracción a otra más elevada, es decir a Dios, sino bajar a la realidad sensible. La
filosofía de Hegel es teología que aliena al hombre de sí mismo. Para Feuerbach, la
forma fundamental de la alienación es la ilusión religiosa. Todas las propiedades que
las religiones atribuyen a Dios son de hecho propiedades del hombre elevadas al cielo.

El hombre porta en sí al otro hombre, es un ser genérico que tiene por esencia su
relación con el género humano. Así, la esencia del hombre trasciende al individuo, pero
el hombre no es consciente de esto, no comprende la comunidad humana como su
verdadera esencia y la proyecta en Dios. De este modo se produce la alienación
religiosa. La religión es la comunidad humana representada en el cielo.

Para reconciliar al ser humano con su esencia, para desalienarlo, hay que invertir
el amor divino en amor humano, y se produce el sueño de la reconciliación universal
que diría Engels. Para Marx y Engels, el fin de Feuerbach es sustituir la religión ilusoria
por la religión verdadera. Los hombres buscan la verdad de la religión en un reflejo
fantástico, pero esa verdad se encuentra en el amor humano. El amor es la nueva
religión. Decía que el amor es el ateísmo práctico, pero su ateísmo no era más que el
reconocimiento negativo de Dios. Hacía del ateísmo una religión y desembocaba en un
humanismo abstracto que incidía en la alienación más que suprimirla. Como escribía
Marx en su IV tesis, para acabar con la alienación no basta con “disolver el mundo
religioso, reduciéndolo a su base terrenal (...) el hecho de que su base terrenal se separe
de sí misma y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede explicarse
por el propio desgarramiento y contradicción de esta base terrenal consigo misma. Por
tanto, lo primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y luego
revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción”.

MARX. - En todas las formas sociales primitivas, los hombres estaban unidos
objetivamente a sus condiciones de producción; formaban un todo con la tierra, los
instrumentos de trabajo y todos los medios de subsistencia (entre los mismos hombres
también formaban un todo en cada comunidad, no tenían conciencia de ser individuos).
Con el desarrollo de los intercambios, esas condiciones de producción se separan de
los hombres y se disocia la unidad primitiva. Se produce la primera negación que inicia
la división del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción, privando de
esta propiedad a la enorme mayoría.

Esa negación, ampliada por los demás modos de producción hasta llegar al
capitalismo, es condición previa para la existencia de éste, que presupone que los
productores hayan sido privados de los medios de producción para, a su vez, extender
al máximo esta expropiación del pueblo trabajador.

El trabajador es libre, pero está desposeído de los medios de producción y no tiene


más que su fuerza de trabajo personal que tiene que vender al capitalista para poder
comer. Esta separación no afecta sólo a las condiciones materiales sino también a las
intelectuales. El capital pone a su servicio todo el desarrollo histórico, la política, el arte,
la ciencia, etc., convirtiéndolos en “modos particulares de producción capitalista”. De
esta forma, los trabajadores son despojados en todos los planos.

Como consecuencia, toda la riqueza y las relaciones sociales toman la forma


fantástica de relaciones entre las cosas. Aparece el carácter fetiche, inseparable del
capitalismo, donde las cosas ocultan en ellas mismas las relaciones y procesos sociales
de las que son producto; así, todo se vuelve al revés; el trabajador no controla la
producción y sus relaciones sino que es controlado por ellas; los medios de producción
se transforman en medios de explotar al obrero que se convierte en un apéndice de la
máquina y en una mercancía él mismo cuya cualidad es la de producir plusvalía, y
cuanta más plusvalía produce, más se desavaloriza su fuerza de trabajo y su propia
persona, más alienado está. Todas las potencias sociales se enfrentan al trabajador
como potencias extrañas y hostiles, de tal modo que esta dominación deja en pañales
la sufrida por las comunidades primitivas respecto de las fuerzas naturales.

Esta vuelta del revés del mundo que obra el capitalismo no es simplemente
pensada o una ilusión, sino que es real y efectiva. El proceso de objetivación de la
actividad humana en sus productos, en sus condiciones y en sus relaciones, aparece
de hecho como un proceso de alienación –o trabajo enajenado- para el trabajador, y
como proceso de apropiación del trabajo de otro para el capitalista. Tras esto se
encuentra la contradicción fundamental del sistema capitalista que se expresa en el
conflicto entre el carácter cada vez más social de la producción y su apropiación privada
cada vez más concentrada en menos manos. La base para superar toda alienación
consiste en acabar de forma revolucionaria con esa contradicción.
De este modo, la alienación no tiene nada que ver con la abstracción filosófica
hegeliana o Feuerbachiana y también difiere de la forma en que la trata Marx en los
Manuscritos del 44, donde planteaba que el hombre perdía su esencia en el trabajo. (1)
Aquí, como hemos visto, nos remite dirtectamente a la realidad de la historia donde se
enmarca la alienación como un proceso objetivo por el que las fuerzas productivas y las
relaciones sociales, sobre la base de la división del trabajo, la propiedad privada y la
sociedad de clases, especialmente en el capitalismo, se convierten en poderes que
dominan y oprimen a los hombres.

Pero el extremo mismo de ese proceso antagónico crea las condiciones para una
nueva negación de toda una época histórica necesaria en cuyo curso se han
desarrollado a la vez la gran producción social –disolución de todas las barreras
materiales- y el proletariado –disolución de todas las clases. La separación entre el
trabajador y sus medios de trabajo evoluciona aceleradamente hacia una nueva
revolución –negacion de la negación- que restaurará la unidad primitiva a un nivel
inmensamente más elevado. La alienación forma parte, pues, de una etapa transitoria
necesaria para crear las condiciones materiales del desarrollo universal de las fuerzas
productivas, el hombre incluido. Esa revolución, esa negación de la negación, implicará
la apropiación colectiva de las condiciones de producción y de vida por los trabajadores
asociados. Es el comunismo en el que desaparecerá toda alienación.

No existe ni puede existir ninguna alienación ontológica, ni ningún “estado


profunda e inconmoviblemente incorporado a la naturaleza del yo del hombre”, como
dice Nisbet en su interpretación de la alienación en Hegel (en mi opinión forzada). Toda
alienación es de carácter sociológico, a no ser claro está, que Dios haya creado al
hombre en el estado que apunta Nisbet, ya de serie y de una vez para siempre. Pero
eso es una cuestión de fe, y ese terreno es inescrutable.

(1) Cuando Marx escribe los M-44 no se había desprendido todavía de la influencia de Feuerbach. El hombre de
los Manuscritos es todavía abstracto y es a su esencia igualmente abstracta a la que se refiere. En las Tesis
rompe definitivamente con los restos de esa concepción, en su VI Tesis, dice: “... la esencia humana no es
algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Con ello
está criticando a Feuerbach y a su vez autocriticando algunos pasajes de los Manuscritos.

También podría gustarte