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 Encarnación Mendoza.

 La madre de Mundito.
 Mundito.
 Azabache.
 Doña Ofelia.
 Sargento Rey.
 Cabo Pomares.
 Número Nemesio Arroyo.
Un fugitivo (Encarnación Mendoza) intenta llegar a su casa para pasar la
nochebuena junto a su mujer e hijos. Para evitar que lo delaten, se oculta
en un cañaveral. Un niño (Mundito), que llega allí con su perrito
(Azabache), lo descubre; pero al verlo acostado, cubierto el rostro con un
sombrero, piensa que está muerto y acto seguido le revela el hecho al
sargento, comandante del central. La persecución se inicia y, en la huida,
Encarnación Mendoza muere, asesinado por las balas de los soldados
que lo perseguían. Luego se descubriría que el niño delator fue el propio
hijo del prófugo, quien lo había denunciado, ignorando que se trataba de
su padre.
“El negro cachorrillo correteó, jugando con las hojas de caña,
pretendiendo saltar, torpe de movimientos, y cuando vio al fugitivo
echado, empezó a soltar diminutos y graciosos ladridos. Llamándolo a
voces y gateando para avanzar, Mundito iba acercándose, cuando de
pronto quedó paralizado: había visto al hombre. Pero para él no era
simplemente un hombre, sino algo imponente y terrible; era un cadáver”
(p.66)
Encarnación Mendoza no resistía la tentación de pasar la nochebuena
alejado de sus seres queridos. De ahí que decidió arriesgar su vida o
vencer todas las barreras que pudieran impedirle materializar sus
paternales propósitos:
“El propósito de Encarnación Mendoza – habla el narrador – era pasar la
nochebuena con su mujer y sus hijos. Escondiéndose de día y
caminando de noche había recorrido leguas y leguas ... En toda la
comarca se sabía que él había dado muerte al cabo Pomares, y nadie
ignoraba que era hombre condenado donde se encontrara ... No debía
dejarse ver de persona alguna, excepto de Nina y de sus
hijos. Y los vería sólo una hora o dos durante la nochebuena... Era un
impulso bestial el que le empujaba a ir, una fuerza ciega a la cual no
podía resistir... ” (págs.67 - 68)
Y los más tiernos, afectivos y sentimentales deseos afloraban a su
mente. Además de abrazar a su mujer y de contarles un cuento a los
niños, “necesitaba ver la casucha, la luz de la lámpara iluminando la
habitación donde se reunían cuando él volvía del trabajo y los
muchachos lo rodeaban para que él los hiciera reír con sus ocurrencias.
Tenía que ir o se moriría de una pena tremenda... Sucediera lo que
sucediera, y aunque el mismo Diablo hiciera oposición, Encarnación
Mendoza pasaría la nochebuena en su bohío... ” (Ídem)
Mas, extrañamente, en lugar del Diablo, la oposición la haría
inconscientemente su inocente niño, Mundito, al denunciarlo a la policía,
minutos después de haberlo visto tendido con el rostro cubierto por un
sombrero, aparentemente muerto, en medio del cañaveral .Y en vez de
morir de pena, moriría acribillado por los agentes del orden:
“Pero a eso de las tres, en el camino que dividía el cañaveral de los
cerros, un tiro certero le rompió la columna vertebral al tiempo que
cruzaba para internarse en la maleza. Se revolcaba en la tierra, manando
sangre, cuando recibió catorce tiros más, pues los soldados iban
disparándole a medida que se acercaban... ” (p.73)
El cadáver lo colocaron y amarraron atravesado en el lomo de un burro, y
como era de noche y llovía, lo desamarraron y tiraron en la primera casa
que encontraron: ¡oh sorpresa!, en la propia casa de Encarnación
Mendoza.
“ - Hay m’shijo; se han quedao huérfano... han matao a Encarnación...” –
se escuchó el desesperado grito de una mujer.
Entonces se oyó una voz infantil, en la que se confundían llanto y horror:
“-¡Mamá, mi mamá!.. ¡Ese fue el muerto que yo vide hoy en el cañaveral!”
Lo lírico y lo épico; lo trágico y lo humano; lo fatal, lo sensorial y lo
afectivo. Todos estos elementos se funden en un solo tejido narrativo
para producir uno de los textos más conmovedores e íntimamente
articulado a la realidad sociocultural del pueblo dominicano.

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