Esa difícil tarea que asumen algunos, de querer ser un hombre de su
tiempo y a su vez pretender ser atemporal, sólo es una expresión de aquella condición de una humanidad compartida, ya que si bien, todos somos tan distintos, no por eso podemos olvidar que en resumidas cuentas, todos somos, sólo el hombre; el hombre del que se ha hablado y del que se hablará, y del que dirán como han dicho siempre, que tenía hambre, que tenía frío y que tenía miedo, y que aunque los contenidos de ese miedo hayan variado de tiempo en tiempo, aquellos que saben entender, con absoluta certeza comprobarán, que los problemas humanos seguirán siendo los mismos.
Para resolver estos problemas, los griegos de antaño inventaron las
polis; los latinos las civitas; los medievales se organizaron en reinos y repúblicas y los modernos y contemporáneos en Estados. No importa por ahora cuantos tipos de organización han existido, ni cuantos dejamos de nombrar aquí, lo que interesa es mostrar, primero, que los elementos de toda organización social siempre son tres, y segundo, la manera cómo están dispuestos en nuestra actualidad. Decir tres no quiere decir que de ellos no surjan elementos subsecuentes; lo que en realidad quiere decir, es que siempre estamos volviendo sobre las consideraciones relativas al poder, a la propiedad y a la justicia; y por su parte, decir que nuestro interés recae no solo en los tres elementos anteriores, sino además, en su disposición actual, nos quita de encima un enorme problema teórico y disciplinar, pues éste no es un curso de la historia de esos elementos, es un curso sobre cómo ellos están pensados en esa forma de organización denominada Estado.
Los estadounidenses, en su propaganda política, intentan mostrar que
su modo de vida lo deben a la Declaración de Independencia, y Jefferson, el hacedor de esa Declaración, pensaba que John Locke era el hombre más inteligente que ha vivido. Las coincidencias entre la Declaración y el Segundo Tratado sobre el gobierno civil de Locke pueden explicarse desde estas simpatías, que son a su vez, las mismas que asisten a los franceses, quienes tienen una Declaración Universal de los Derechos del hombre y del ciudadano empatada con el pensamiento de Rousseau. Rousseau, no solo era ilustrado y enciclopedista, como Jefferson, era un asiduo lector de Locke. Coincidencias como el igual punto de partida del mencionado libro de Locke y El Contrato Social de Rousseau; la igualdad humana como tema general y otros más, como el estado de naturaleza y el de civilidad, son solamente, refuerzos a la idea anterior, que intenta mostrar que nuestra forma de organización social denominada Estado, es una forma moderna, ideada por un moderno y dialogada, durante siglo y medio, por hombres marcados por esa forma de pensamiento ilustrado, liberal, deísta y enciclopédico, denominado La Modernidad. Bien es cierto que esos diálogos han vuelto a tener lugar en nuestros días, y también es cierto, que no vuelven desde espíritus ilustrados, sino más bien, desde este escenario tecnológico denominado La Contemporaneidad. Por eso, nuestro curso debe asumir esas dos conversaciones, en ocasiones por separado y en ocasiones, como si de una sola se tratara. Técnicamente hablando, dadas las condiciones anteriormente descritas, nos vemos obligados a mencionar tanto al Estado Liberal de Derecho como al Estado Social de Derecho. El primero, surgido en la segunda mitad del siglo XVIII, después de Las Declaraciones y sus consecuencias; y el segundo, en la primera mitad del siglo XX, como consecuencia de la Depresión económica de los años treinta.
El Estado o los Estados, como bien podríamos denominarlos para
referirnos a estas dos formas organizativas, tienen muchas cosas en común. Ellos, cuya máxima es que el poder emana del pueblo, intentan proteger la propiedad privada y están basados en una jerarquía normativa denominada orden interno, consistente en la supremacía de la norma constitucional. Sin embargo, también hay diferencias que los separan entre sí, mientras el Estado Liberal de Derecho se gesta en un ambiente ilustrado y liberal, el Estado Social de Derecho se gesta en un ambiente socialista y comunitario. No es poca cosa este distanciamiento histórico ni puede tomarse a la ligera. Por una parte, porque el ideal ilustrado, que puede resumirse en la máxima de Horacio, sapere aude o, atrévete a pensar, es ante todo, un anhelo de libertad y toda libertad será siempre, un anhelo de individualidad. Pero por otra, porque El Estado Social se gestó en medio de los levantamientos comuneros y anarquistas de los obreros de varios lugares del mundo y en medio de los socialismos del siglo XX. Su creación definitiva fue el resultado de la recesión económica y por eso, su finalidad no es la libertad ni la individualidad, sino, la comunidad. Es natural entonces, que el Estado liberal de Derecho, esencialmente descrito en Las Declaraciones, se haya estructurado desde la base de la individualidad y que su objetivo sea la defensa de ésta; además, que ese conjunto de garantías a las que denominaron derechos, tenga como aspiración, la imposición de la individualidad por sobre la generalidad; y, que toda la organización del Estado, como sostiene el 16 de la ya citada Declaración francesa, tenga como fin, la defensa de esos derechos. Así las cosas, la tridivisión del poder busca el desarrollo pleno de las libertades humanas y en consecuencia, toda la segunda parte de las constituciones modernas o parte orgánica, está diseñada para garantizar y desarrollar la parte primera o parte dogmática. El Estado Social en cambio, al ser el resultado de levantamientos y socialismos, está pensado para la protección de esos obreros que desarraigados de todas sus posesiones, migraban buscando un lugar en el mundo. Para tal efecto, en la reunión de Estados de 1948, tomaron el catálogo bolchevique de 1917 y lo convirtieron en el nuevo catálogo de Derechos Económicos, sociales y culturales. Luego, por aquello de los fines de esta nueva forma de organización y de los elementos jurídicos para protegerlos, incluyeron el concepto de estado de bienestar o welfare state, que para cumplir su acometido, requiere de una intervención del Estado en la economía privada. Esta forma de intervención que en sus inicios se denominó New Deal, en nuestros días ha recibido el nombre de Economía Social de Mercado. Es un socialismo dentro del capitalismo, razón por la cual, a estas alturas de la historia, nos es permitido decir que si Lenin en lugar de haber sostenido que el socialismo es contrario al capitalismo, hubiera dicho, que es su fase superior, sería sin lugar a dudas, uno de los autores más leídos del presente siglo.
En resumidas cuentas, del Estado Liberal de Derecho podemos decir
que es una forma moderna de organización social, con un orden jurídico y constitucional, sostenido en un poder político emanando de la soberanía popular y cuyo fin es la garantía de los derechos humanos, mientras del Estado social, siguiendo a Angarita Barón, que tiene dos componentes, el componente cuantitativo y el cualitativo. El primero se refiere a lo ya dicho: la implementación de esa nueva economía social de mercado o New Deal y a la consecución del Estado de bienestar o welfare state; y el segundo, a un elemento históricamente más próximo que los anteriores y que se ha denominado activismo judicial. Su finalidad es cumplir con aquel planteamiento de la Carta de África de 1981, que dicta que la igualdad no solo debe estar consagrada en la ley, y por ende, no debe ser solamente formal, sino que debe desarrollarse materialmente en los estrados judiciales. La eficacia del Estado Social se juzgaría desde estos dos vectores, y desde allí, al enumerar a cuántos se incluye en el estado de bienestar (incluyendo minorías) y con qué calidad llega esa igualdad, se presumiría su superioridad frente al viejo Estado Liberal de Derecho. CAPÍTULO I CIUDADANÍA Y SOCIEDAD
El gran problema humano es su falta de equilibrio. Quiero decir,
cuando de un grupo humano se trata, siempre entra en juego el asunto del equilibrio.
1. NATURALEZA Y SOCIEDAD
Paradójicamente, los humanos, de entre todos los animales, somos los
que más personalidad tenemos, entendiendo por personalidad, el conjunto y la forma de las relaciones que establecemos con las cosas y con los otros y que definen nuestra identidad. En otras palabras, los humanos tenemos mucha identidad, por lo que, tenemos individualidad. Sin embargo, y en esto consiste la paradoja, somos los que menos equilibrio establecemos con el medio en donde vivimos. Desde las hormigas hasta las aves, llegan a un lugar, calculan los recursos y establecen una proporción entre recursos y reproducción. ¿Serán acaso como el músico que lleva la matemática irracionalmente?, o en definitiva, son un solo organismo: el organismo de las hormigas; el de las palomas; el de los tigres de Bengala; y en fin, el de cualquiera, que como el nuestro, no necesita ser comprendido para funcionar. La consideración de estas diferencias, que dictan que el humano no puede, como los demás animales, equilibrarse, conduce a pensar que es necesario un mecanismo que asegure la supervivencia en el tiempo.
El nombre que ese mecanismo ha recibido desde antaño, es el de
sociedad, y por eso, la sociedad es lo contrario a la naturaleza, pues mientras ésta se encuentra en equilibrio, los humanos requerimos un mecanismo para intentar lograrlo.
Pero este mecanismo, cuya etimología es absolutamente reveladora,
es: un hollistón, o sea, un conjunto de individualidades. Dicho así esto no implica nada problemático, pero visto con detenimiento, conlleva una irreductible contradicción, la contradicción de ser grupo e individuo a la vez. -Vaya cosa-, lo que decimos es terrible si consideramos que estamos hablando de equilibrio y que el mecanismo dispuesto para alcanzarlo, se encuentra por esencia, en una tensión suicida. -Así es-, pues quiere ser tanto grupo como individuo y en la medida en que aumente uno, disminuye el otro.
¿Qué más queda?, ¿qué más que aumentar grupo o aumentar
individuo?... El individuo desea con todas sus fuerzas seguir siendo individuo y hacer uso de su identidad en la forma en que su personalidad le dicta, ya que nada desea más que ser empujado hacia sí mismo. Mientras que el grupo, para subsistir, requiere la aniquilación del individuo, la cual se logra mediante la anulación de su libertad. -Que dilema-, por una parte la libertad y por la otra, la negación de ésta. Las implicaciones de estas definiciones surgen al aceptar que la libertad es el ejercicio de una voluntad autónoma, dado que su contrario esencial es la imposición de una voluntad ajena o heterónoma. Si voluntad es querer, la libertad es hacer lo que quiero, y su negación es hacer lo que no quiero, que podría implicar, hacer lo que otro quiere. Ese es el gran asunto de la sociedad, esa tensión de la que hablamos antes y que le pareció a Sócrates era una estrangulación de sí misma, en la que el individuo tiende a hacer lo que quiere, debilitando así al grupo, mientras el grupo sólo puede subsistir si los individuos hacen lo que deben, que en última instancia es, hacer lo que otro ordene. Esta vieja dualidad entre orden y libertad es el gran problema del equilibrio del que hablamos, y a su vez, es el asunto primordial de todo gobierno, el cual para ejercitarse, quedaría reducido a una pregunta: ¿cuánto de cada una?, -quiero decir-: ¿cuánto para equilibrarse?
2. LEYES Y DERECHOS
La sociedad es un poco de libertad y un poco de orden, y en
consecuencia, una constante tendencia hacia el equilibrio y hacia el desequilibrio también. Los griegos antiguos, para intentar demostrar esta dualidad, decían que el hombre es cosmopolita, o sea, que sólo puede ver el cosmos a través de la polis. Pensaban que el hombre esta desorientado, que no tiene forma y de allí su etimología: an-tropos, que quiere decir, sin forma o sin rumbo. Lo anterior, que conlleva la aceptación de una incapacidad para ver el mundo y de la humildad suficiente para negarse al querer en aras del deber, no soluciona el problema, sino que lo agudiza, pues esta fórmula queda expuesta a su resultado, que es el equilibrio. Pero como el equilibrio está siempre temblando, siempre en riesgo, el hombre se siente permanentemente en estado de desequilibrio.
Thomas Hobbes había sugerido el asunto, y a las libertades,
jurídicamente, les otorgó el carácter de derechos, mientras a las órdenes, el carácter de leyes. En un celebre texto dice que un derecho es la facultad que le asiste a alguien para defender su propia vida, mientras una ley, es una limitación a un derecho. De allí que la sociedad, jurídicamente hablando, este hecha de leyes y derechos, y que las primeras se encuentran en los códigos, mientras las segundas, en las constituciones.
Decir que los derechos están en las constituciones, es decir también,
que las constituciones son libros de derechos, cuestión que implica, que si alguna disposición no es un derecho, no debe estar en la constitución. De allí que muchos han hablado de normas no constitucionales que se encuentran en la constitución, mientras otros, han preferido hablar de normas neutras. La naturaleza de las constituciones puede comprobarse al ver que tienen una parte orgánica y una dogmática, y que la razón de ser de la orgánica es desarrollar la dogmática, pues ambas partes pueden considerarse derechos. La parte dogmática como derechos en sí mismos o directos, ya que se reclaman directamente y para sí mismos, y la dogmática, como derechos para otros o indirectos, los cuales existen y se reclaman para garantizar los primeros.
Como se dijo, es un asunto de equilibrio, que al parecer requiere de
leyes y derechos para subsistir. Algunos defenderán el orden y prefieren una sociedad ordenada o superordenada. Otros, la libertad, cuyo extremo es la anarquía. Lo que parece extraño, es que algunos defiendan la libertad basada en el cumplimiento de un deber, que puede ser, el límite de la libertad propia en aras de la ajena o un límite abstracto que bien podríamos denominar, deber categórico. Pero esto parece una contradicción en sí misma, pues equivale a una transacción interna del querer por el deber, o sea, una transacción en la que ya no hay individuo deseando ser individuo, sino, individuo deseando ser grupo. Por esta razón, tal me parece, que en la organización de nuestra biblioteca universal donde el eje es el conjunto del hombre siendo hombre, los libros categóricos deberían ir en aquel estante denominado: De las utopías.