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cccaue, 2043.
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‘José Carhos
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) Bato significa que sus trabajos
habrén de cefirse a las normas propias de la divulgacion, en
cllas, la de transmitir conocimientos validos y actualizados. Am~
bos conceptos, el de validez y el de actualizacién de ese saber,
se rigen por los procedimientos evaluadores de universidades
y organismos cientificos, o de las publicaciones que tienen por
objeto transmitir los resultados que sus eveluadores consideran
ajustados a aquellas normas
Estas consideraciones valen también
t6rica, Sinemba
aca la divulgacién his-
‘or lo com‘, ellos han sido motivatios por discrepancias
‘con lis iniciales interpretaciones de los origenes nacionales, cla-
boraddas en casi todos los paises iberoamezicanos en la segunda
mitad del siglo XIX; interpretaciones que. por razones también
politicas, condicionaron las primexas etapas de las historiografias
ge estos paises; entre ellos, la Argentina, Dv hecho, se trataba del
fendmrenc de puesta dela historia al servicio del Estado, algo que
233vi6 en Europa, como
es del siglo XIX.
En la segunda mitad de ese siglo, en los comienzos de la
historiografia argentina, los sucesos y los protagonistas del
proceso abierto en 1810 estaban ain demasiado cerca de sus
historiadores, La valoracién negativa, frecuentemente unida a
fuerte condena, de figuras como Artigas, Rosas y otros Iideres
provinciales, heria el sentimiento de quienes habsan sido sus
partidarios. En cuanto se juzgaba que la imagen de ese pasado
elaborada en las primeras etapas de la\historiograffa nacional |~
no cotrespondia, por deformacién o por omision, a la realidad
de los conflictos internos del. pais, o de sus relaciones interna-
cionales, la reaccién no tardarfa en hacerse sentit. Pero ella pudo
tomar dos rumbos. Uno, el de someter la revision de los errores
womisiones de la historiogratia a las normas de la investigacin
histérica, tal como ocurre en los centros de investigacién de di-
versas universidades y que en la Argentina, como se muestra
en uno de los capitulos anteriores de este libro, fue un trabajo
encarado ya desde los comienzos del siglo XX. Otro, el de cons-
truir una imagen alterativa del pasado que, guiada por un pro-
pésito politico, el de atacar a la elite en el poder impugnando la
visién del pasado de la que ella era portadora, eludia ajustarse
a aquellas normas, lo que dio por resultada interpretaciones
tanto o mas cuestionables que las impugnadas. En lenguaje de
esta reaccién, si en la imagen del pasado que difundia la “oligar-
quia” argentina, Rosas y sus partidarios eran los representantes
del mal y Rivadavia y Sarmiento, entre otros, eran exponentes
de los mejores valores nacionales, la labor a encarar fue la de
invertir la valoracién, aunque diera resultados tan sorprenden-
tes como el de que el mayor promotor de la relacién con Gran |
Bretafia durante la primera mitad del siglo XIX fuese convertido | ¥
en héroe antibriténico,
1. Wéase Pablo Buchbinder, Los Quesada. Letras, clenciasy politica en la Argentina,
1850-1934, Buenos Aires, Edhasa, 2012, péigs. 182 y ss.
2
Rumor 10.30 Ayo
Pastis
oRuck?,
|resultan tambiér obras de polémica histoviogréfica para los que
valen las mismnas objeciones recién apuntedas.
La Historia en la divulgacién cientifica
Flestatus ce la divulgaci6n cientifica es ambiguo y suele ser me-
nospreciado, pese a que es una de las actividades de mayor ime
portancia para la vida cultural de un pais. Como he recordado
A menudo, un indicador de esto es la decision de Ia Unesco, en
1952, de instituir un premio a la divulgaci6n cientifica, el Premio
Kalinga, y darle significativamente la primera edicion a Bertrand
Russell, el faunoso filésofo y matematico briténico, como una for-
ma de expresar el valor de esa actividad intelectual.
facil de poser. Si ahadiinos & seasa paga
ional —dado que retri-
puye menos puntos en el cémputo de antecedentes en concursos
yy otras evaluaciones profesionales—, tendremos una explicacion
de las razones del escaso desarrollo de esta actividad cultural. Y
también podremos explicatmos la frecuencia de su sustituci6n, en
tan campo como el de la historia, por trabajos apoyados en datos
parciales o incieztos, cuyo principal objetivo no es llevar el cono~
e miento cientifico al alcance de la gente sino la critica ideol6gica
y la promocién de alguna postura politica
235on este arribamos al
Esta thiscrepancia, ie esta clave del problema, es parti-
cularmente dificil de analizar: La dificultad deriva de lo que podria-
mos considerar Je presencia de otra disciplina en esas relaciones
entre historia y politica, que frecuentemente complica més las cosas
por efecto cle su cardcter técito. Me refiero a la élica, ¥ esto requiere
una explicacién y sus correspondientes ejemplos.
Como hemos explicado en el Prélogo,
reaccién se réaliza en
defensa de los intereses agredidos por esa historia, es decir, los
intereses dle un sujeto historico que, como sefialamos, puede ser
‘Tanacion”, “el pueblo” 0 "Ja clase obrera”. Esta demanda dejus-
ticia lleva a convertir en algo desdeftable la pretensién de juzgar
ana obra por $u estricto valor historiografico. El fuerte tono ético
dela condenija un tipo de historia, y la profesi6n de fe a favor de
lanacién, dei pueblo o de la clase obrera, tiende a descartar toda
critica historidgréfica que nolasuma estos valores como punto de
partida. Una historia asf construida puede justificarse al amparo
de un ptiblies lector que comparta la'profesin de fe del autor.
Este tipo de relacién entre historia y politica —una relacién equi
voca pues esté presidida por'una cuestionable postura ética— es
fatal no s6lo para la histotia'sino también para la politica, pues
ampara cualquier postura cttando el autor se mueve dentro de
una corriente de opinién compartida con su ptiblico,
Esto puede comprenderse mejor si reparamos en que un fre-
cuente error del analisis histérico que ampara prejuicios de esana-
236twaleza —ya comentado en uno de los capftulos anteriores —~e5 el
de incurrir en anacronismos, un riesgo que acecha a todo autor le
trabajos de historia, incluido el historiador profesional. Es decir
clanacronismo en sentido inverso al habitual —no la percuracion
Una vez admitida la realidad de la situacién del historiador,
la norma historiografica a seguit, como hemos indicado, es la de
hacer conscientes nuestras reacciones y someterlas a la critica
propia de la disciptina. Y aqui vale la cbservacién del gran his-
toriador del mundo antiguo, Arnaldo Momigliano, en su critica
a Hayden White. al alegar que la tesis sobre el cardcter ficcional
de la historia era “irrelevante respecto al hecho fundamental y
caracteristico de la historia, es decir, que como condicién sine quia
non ha de estar basada en pruebas, mientras que eso no ocurre
con otras expresiones literarias”. Y luego comentaba que ello tenia
tres consecuencias:
ochmiento ei primer paso para su
En primer lugar, los historiadotes han de estar preparados para
admitis, en caso de que ello sea necesario, su incapacidad para
Hegar a conclusiones seguras ¢uando no existan pruebas suficien-
tes; al igual que los jueces de los tribunales, los historiadores han
de estar dispuestos a concluir que hay “insuficiencia de prue-
bas”. En segundo lugar, los nigtodos utilizados para comprobar
el valor de la prueba deben ser continua y minuciosamente ana-
lizados y perfeccionados, pues son esenciales en la investigacién,
histérica. En tercer lugar, los historiadores han de ser juzgados
sobre la base de su capacidad para establecer hechos.*
3, Sobre uno de los aspectos de la subjetividad del historiadoy, vale apreciar
Jo que apunta un historiador hindi comentando la siguiente observacién de
Spinoza: "[..] ante los actos humanos; he intentado no refe ni Morar, ni detes-
tarlos, sino comprensletios”, Pero, disiehte su eitico, “espero haber transmitido
(...] un mensaje un tanto diferente y bastante menos ‘eistiano’: ante los actos
humanos del pasado, refr cuando son ridicules, llozar cuando son tragicos, de-
testatlos como a menudo los detestaban sus vietimas, ya que geémo podriamos,
sino, acercatmas més a comprenderios?” Sanjay Subrahmanyam, Vasce de Gain,
Barcelona, Critica, 1998, p30.
4, Amaldo Morigliano, Paginas hebraieas, Madrid, Mondadori, 1990, pag. 43.
238La historia en las evaluaciones académicas
y la reciente historiografia argentina
En una difundida novela policial inglesa el criminal le explica
al detective cmo cometié el crimen, sin que éste pueda hacer
yada para encarcelarlo por falta de pruebas. El comentario F-
hal es realista: pese al cjercicio de la justicia, algunos culpables
Guiedan libres, algunos inocentes van a prisiOn, pero esia “clere
Jase de justicia” es la mejor posible * Con los procediimientos de
gvaluacién de las universidades 0 del Conicet ocurre algo similar,
ya conclusion también es similar, pues no hay nada mejor como
‘altemativa a las selecciones arbitrarias.
‘Las criticas a esos procesos de evaluacién —como las que
gurgieron en el aludido debate de fines de 2011 para justificar la
crescién de un 4mbito ajeno a las universidades para estudios
basados en el Revisionismo—nos ofrecen ejemplos de dos vicios
retdricos muy frecuentes. Uno de ellos a
Respecto de este ultimo, observemos que la de historiador
es una profesién de nivel superior o universitario, cuyos inte
grantes han debido realizar estudios especializados en émbitos
Jegitimados por el Estado, como las universidades y et Conicet.
‘Agreguemos entonces que la confusién que reina actualmente >
este plano es una de las peores amenazas hacia el buen desarrollo
ge le cultura nacional. Se trata de una confusién que sucle explo-
farse para crear la imagen de un enemigo facil de atacar —el off
de los vicios ret6ricos recién aludidos— y que consiste en criticar
trabajos de investigacién histérica —que debido a su complejidad
requieren formacién especializada en sus lectores— por no sex
comprensibles para el pueblo.
5. P.D. James, Clerta clase dejustca, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.lidad ofrecer algunos pacos ejemplos que ponen de relieve la
magnitud dle ese desconocimiento, provenientes de uno de los.
centros de investigacién que conozco mejor por participar en él,
el Instituto Ravignani.
Limiténclome a los personajes y temas hist6ricos que “ha-
brian sido olvidados por la historiogratia académica”, es de notar
que investigadores del Instituto Ravignani han publicacio nume-
10808 trabajos, de los que podria destacat, entxe otros, ibros como
Rosas bajo fuego. Los franceses, Laualle y la rebelién de los estarcieros,
de Jorge Gelman, ;Fusilaron a Dorrego!, de Ratil Fradkin, ; Viva el
bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la politica entre la Revo-
lucién de Mayo y el rasismo, de Gabriel Di Meglio, a los que habria
que afiadir la Historia de la Historiografia Argentina, de Fernando
Devoto y Nora Pagano que, ademés, contiene un capitulo espe-
cial sobre la historiografia revisionista. Deberfa agregar la recien-
temente aparecida Historia de las clases populares en la Argentina,
de Gabriel Di Meglio, o los trabajos de quien esto escribe, como,
entre otros, el ya citado Ciudades, provincias, Estados: Origenes de
la nacién argenttina y el articulo “Entorno de los orfgenes del re-
visionismo histérico argentino”, incluido en este libro —se trata
de un trabajo aparecido antes en una publicacién de dos histo-
riadoras uruguayas, justamente sobre Artigas, una de las figuras
del pasado que los historiadores profesionales habrian olvidado
o denigrado (Ana Frega y Ariadna Islas, Nuevas miradas en torna
al Artiguismo, Montevideo, 2001).
Estas referencias tienen por objeto exponer varios casos —en-
tre los de otros centros universitarios que realizan también ex-
celentes investigaciones— que estén lejos de validar aquel falso
240balance de los estudios histéricos en el pais. Habria que ineluir
en los datos recién ofrecidos la mencién de los textos de Emilio
Ravignani y de otros miembros del Instituto que hoy Ileva su
nombre, que ya desde los afios de la década de 1920 se empenaron
en reintegrar en la historia argentina a Artigas, a Rosas y a otros
lideres rioplatenses, tal como se nuestra en el segundo capitulo
de la segunda parte de este libro.
24t