Está en la página 1de 22
Esta obra se beneficié del P.A.P. GARCIA LORCA, Programa de Publicaciones del Servicio de Coopera- ign y de Accién Cultural de la Embajada de Francia en Espaia y del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, El odio a la democracia Jacques Ranciére Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid Coleccin Némadas La haine de la démocratie, Jacques Roncitee (© La Fabrique-Fuditions, Pars, 200 ‘Traduecida: Irene AgofT (© Tedos los derechos de In edicién en castellano reservados por ‘Amorrortueditores Eepaaa S.L., San André, 28 -28004 Maria ‘Amorrortu edtores S.A, Paraguay 1225, "peo - C1O5TAAS Buenos Aires wow amorrortueditore.com La reproduce totalo parcial deeste libro en forma iéntica 9 mo- ifcada por cualquier medio mecdnico,slectrénieoo information, incluyendo fotocopia, eabacidn,digitalizacion o cualquier sistema de almacenamiento y recuperacién de informacién, no autorizada por los editares, viola dereches reservados Queda hecho of depéeito quo proviene la ley n° 11728 Industria argentina, Made in Argentina ISBN-10: 84-610-9011:X ISBN-13;978-84610-9011.2 ISBN 2.919872-48-1, Paris, edicén original Ranciére, Jacques Bl odio a la democracta.- Ed, - Buenos Aires :Amorrort, 2008. 144 p.; 20412 em. - (Coleen Néinadse) ‘Traducciin de: Irene Agott ISBN 84.610-9011-X 1, Filosofia politica. I Ago. rene, trad. 1. Titulo cpp 190 Impreso en los Talleos Griticos Color Efe, Paso 192, Arellano provincia de Buenos Aires, en cctubre de 2006, ‘irnda de esta edicin: 2,000 ejomplares Indice general Introduccién De la democracia vietoriosa ala demoeracia criminal La politica o el pastgr perdido Democracia, reptiblica, representacién Las razones de un odio De la democracia victoriosa ala democracia criminal «En Oriente Medio surge la democracia»: hace pocos meses, un diario que porta la antorcha del liberalismo econémico celebraba bajo este titulo el éxito de las elecciones en Trak y las manifesta- ciones antisirias en Beirut.! Acompariaban a este clogio de la democracia victoriosa unos pocos co- mentarios referidos a la indole y los limites de esa democracia. Bila triunfaba —nos explicaban pri- mero— a pesar de las protestas de esos idealistas para quienes la democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo y, en consecuencia, no se la puede traer de afuera por la fuerza de las armas, Triunfaba, pues, si se la sabia considerar desde una perspectiva realista, separando sus benefi- cios précticos de la utopia del gobierno del pueblo por el pueblo, Pero la leccién que se daba asi a los ‘idealistas obligaba también a ser realistas hasta el final. La democracia triunfaba, pero habia que tener presente todo lo que significuba este triun- fo: darle la democracia a otro pueblo no es sola- mente aportarle los benelicios del Estado consti- } «Democracy Stirs in the Middle East-, The Economist, 5/11 de marzo de 2006. 15 Jacques Rancikes tucional, las elecciones y la prensa libres. Es tam- bién aportarle el caos. Recordamos la declaracién del secretario de Defensa norteamericano respecto de los saqueos que sucedieron a la cafda de Saddam Hussein. Hemos llevado la libertad a los iraquies, dijo en sustancia. Ahora bien, libertad es también Tiber- tad de obrar mal. Esta declaracién no es una me- ra humorada incidental. Forma parte de una 16. gica que puede ser reconstruida a partir de sus componentes: precisamente porque la democra- cia no es lo idilico del gobierno del pueblo por el pueblo, porque es desorden de pasiones avidas de satisfaccién, puede, y hasta debe, ser instalada desde afuera por las armas de una superpotencia, entendiendo por superpotencia no simplemente un Estado que tiene un poderio militar despro- porcionado, sino, de manera mas general, poder para controlar el desorden democratico, ‘Los comentarios que acompafian a las expedi- ciones destinadas a propagar la democracia por el mundo nos recuerdan argumentos mas antiguos, que también evocaban la irresistible expansion, de la democracia pero en un tono mucho menos triunfal. En efecto, tales comentarios son meras pardfrasis de los andlisis presentados treinta afios antes en la Conferencia Trilateral para de- mostrar lo que se denominaba entonces crisis de Ja democracia? 2 Michel Crozier, Samuel P. Huntington y J@ji Watanaki, ‘The Crisis of Democracy: Report on the Governabilty of De: 16 EL oD10 4 44 DEMOCRACIA La democracia surge en la estela de los ejérei- tos norteamericanos, pese a esos idealistas que protestan en nombre del derecho de los pueblos a disponer de sf mismos. Hace ya treinta afios, el informe acusaba al mismo tipo de idealistas, esos «value-oriented intellectuals» que alimentaban una cultura oposicionista y propugnaban un ex- eexo de actividad democratica, fatal para la auto- ridad de la cosa publica tanto como para la aecién. pragmiética de los «policy-oriented intellectuals». La democracia surge, pero con ella surge el desor- den: los saqueadores de Bagdad, que aprovechan Ja nueva libertad democfatica para incrementar st patrimonio a expensas de la propiedad comin, recuerdan, a su manera un tanto primitiva, uno de los grandes argumentos que hace treinta arios diagnosticaban la «crisis» de la democracia: esta, decian los redactores del informe, significa un au- mento irrefrenable de demandas que presionan a Jos gobiernos, debilitan la autoridad y vuelven a individuos y grupos reacios a la disciplina y a los sacrificios requeridos por el interés comin. Asi pues, los argumentos que justifican las campafias militares destinadas a la expansién mundial de la democracia ponen al descubiertola ‘moeracies tothe Trilateral Commission, Nuova York: New York University Press, 1975. La Comisién Tilateral, especie do club de reflexion que reunta & hombres de stato, especia- listas y hombres de negocios de Estados Unidos, Buropa oc cidental y Japén, se ere6 en 1972, Suele sereditérsele el ha ber elaborado las ideas del futuro snuewo orden mundial 17 Jacques Rancisee paradoja que implica hoy el uso dominante de es- te término, En ellos, la democracia parece tener dos adversarios. Por un lado, se opone a un ene- migo claramente identificado, el gobierno de la arbitrariedad, el gobierno sin limite al que se da en llamar, segiin las épocas, tirania, dictadura 0 totalitarismo. Pero esta oposicién obvia encierra otra, més intima. El buen gobierno democratic es el que es capaz de controlar un mal euyo sim- ple nombre es «vida democriitica», ‘Tal era la demostracién que se hacia a lo largo de The Crisis of Democracy: lo que provoca la eri- sis del gobierno demoeratico no es otra cosa que la intensidad de la vida demoerdtica, Pero esta in- tensidad, y la amenaza consiguiente, se presenta- ban bajo un doble aspecto. Por una parte, la «i- da democratica» se identificaba con el principio anarquico que afirmaba la existencia de un poder del pueblo, principio cuyas consecuencias extre- mas tanto Estados Unidos como otros paises occi- dentales conocieron en lds afios sesenta y setenta, cuando la persistencia de una contestacién mili- tante se hacia sentir en todos los aspectos de la actividad de los Estados y desafiaba todos los prineipios del buen gobierno: la autoridad de los poderes publicos, el saber de los expertos y el sa- voir-faire de los pragmaticos. ‘Si damos crédito a Aristoteles, el remedio pa- ra este exceso de vitalidad democraitica es conoci- Aristoteles, Constitueidn de Atenas, cap. XVI 18 EL ob10.4 44 DEMOCRACIA do desde Pisistrato. Consiste en orientar las fe- briles energias activadas en la escena publica ha- cia otras metas, en desviarlas hacia la biisqueda de la prosperidad material, de las felicidades pri- vadas y de los lazos de sociedad. Pero, jay!, la bue- na solucién revelé muy pronto su otra cara: dis- minuir las energias politicas excesivas, favorecer la biisqueda de la felicidad individual y de las re- laciones sociales, implicaba favorecer la vitalidad de una vida privada y de formas de interacciGn social que multiplicaban las pretensiones y de- mandas. Y estas, por supuesto, tenian un doble efecto: volvian a los ciudadanos indiferentes al bien publico y socavaban la autoridad de gobier- nos conminados a responder a la espiral de de- mandas provenientes de la sociedad. Afrontar la vitalidad democratica adquirfa ast vida democrdtica significaba una amplia partici- pacién popular en la discusién de los asuntos pxi- blicos, lo cual era una cosa mala, o significaba una forma de vida social que orientaba las ener- gias hacia las satisfacciones individuales, lo cual, también era una cosa mala. La democracia buena debia ser, entonces, la forma de gobierno y de vida social capaz.de controlar el doble exceso de activi- dad colectiva o retraimiento individual inherente ala vida democrética. Esta es la forma en que los expertos enuncian corrientemente la paradoja democratica: como forma de vida politica y social, la democracia es el 19 tts | | | Tacqurs Rancrtes reinado del exceso. Fste exceso significa la ruina del gobierno democratico y, por lo tanto, debe ser reprimido por este. Cuadratura del efreulo que ayer hubiese excitado el ingenio de los artistas expertos en constituciones. Pero este tipo de arte no despierta hoy mayor estima, Los gobernantes se las arreglan muy bien sin él, Que las democra- cias sean «ingobernables» confirma de sobra su necesidad de ser gobernadas, lo cual significa pa- ra aquellos una legitimacién suficiente del afin que ponen justamente en gobernarlas. Pero las virtudes del empirismo gubernamental no pue- den convencer mas que a quienes gobiernan. Los intelectuales tienen necesidad de una moneda diferente, sobre todo de este lado del Atlntico y sobre todo en Francia, donde estan muy cerca del poder y a la vez excluidos de su ejercicio. Para ellos, no se puede tratar una paradoja empfrica con las herramientas del bricolaje gubernamen- tal. Ven en esta paradoja la consecuencia de al- gin vicio de origen, de alguna perversién inhe- rente a la civilizacién misma, en cuyo principio se dedican a hurgar. Les importa entonces descom- poner el equivoco del nombre, considerar la pala- bra «democracia» no ya como el nombre comtin de un mal y del bien que lo cura, sino como el tinico nombre del mal que nos corrompe. Mientras los ejércitos norteamericanos se ocupaban de la expansién democrdtica en Irak, aparecfa en Francia un libro que arrojaba una luz completamente distinta sobre la cuestién de la 20 sete ea EL op10 a tA DRaOCRACIA democracia en Oriente Medio. Se lamaba Les penchants criminels de U'Rurope démocratique {Las tendencias criminales de la Europa demo- cratica]. Mediante un andlisis ceftido y sutil, el autor, Jean-Claude Milner, desplegaba una tesis simple y a la ver radical. El crimen actual de la democracia europea es exigir la paz en Oriente Medio, es decir, una solucién pacifica para el con- flicto palestino-israeli. Sin embargo, esta paz no puede significar mas que una cosa: la destruccién de Isracl. Las democracias europeas proponen su paz para resolver el problema israeli. Pero la paz democratica europea no es otra cosa que el resul- tado del exterminio de los judios de Europa. La Europa unida en la paz y la democracia resulté posible después de 1945 por una sola raz6n: por- que, debido al éxito del genocidio nazi, el territo- rio europeo se vio librado del tinieo pueblo que en- torpecia la realizacién de su suefo, esto es, los ju- dios. En efecto, la Europa sin fronteras represen- ta la disolucién de la politica, que siempre tiene que ver con totalidades limitadas, y ello en una sociedad cuyo principio es lo opuesto, la ilimita- cién. La democracia moderna significa la destruc. cin del limite politico por la ley de ilimitacién propia de la sociedad moderna. Este propésito de sobrepasar cualquier limite es servido y emble- matizado ala vez por la técnica, invencién moder- na por excelencia. ¥ culmina hoy en el propésito } de utilizar las técnicas de manipulacién genética ¢ inseminaci6n artificial para librarse de las leyes 21 Jacques Rancrtes mismas de la divisi6n sexual, Ja reproduccién se- xuada y la filiacién, La democracia europea es el modo de sociedad que sirve de vehiculo a este pro- ésito. Segiin Milner, para lograr sus fines tenia que desembarazarse del pueblo cuyo principio mismo de existencia es la filiacién y la transmi- sin, pueblo portador del nombre que significa es- te principio; tenia que desembarazarse, pues, del pueblo portador del nombre judio. Esto es preci- samente, decfa el autor, lo que le aports el genoci- dio, y ello, mediante una invencién homogénea al principio de la sociedad democratica: la invencién técnica de la cdmara de gas. La Europa democré- tica, conclufa, nacié del genocidio, y prosigue su tarea queriendo someter al Estado judio a las condiciones de su paz, que son las condiciones de exterminaciGn de los judios. Hay varias maneras de considerar esta argu- mentacién, Pueden oponerse a su radicalidad ra- zones de sentido comyin y de exactitud histérica, preguntando, por ejemplo, si se puede tener tan facilmente al régimen nazi por agente del triunfo de la democracia en Europa, salvo que se apele a alguna astucia de la raz6n o a alguna teleologia providencial de la historia, Ala inversa, es posible analizar su coherencia interna partiendo del pen- samiento medular de su autor, o sea, el de una teoria del nombre articulada con la triplicidad la- caniana de lo simbélico, lo imaginario y lo real.4 4 Para este punto, véase el libro clave de Jean-Claude Mil ner, Les noms indistinets, Paris: Seuil, 1988. 22 BL 0710-4114 DEMOCRACIA ‘Tomaré aqui un tercer camino; considerar el mi- cleo de tan singular argumentacién, no por su extravagancia respecto del sentido comin o por su pertenencia a Ja trama conceptual del pensa- miento de un autor, sino desde el punto de vista del paisaje comtin que permite reconstruir, al ha- cernos presente el desplazamiento que la palabra democracia sufrié, en dos décadas, en la opinién intelectual dominante. En el libro de Milner, este desplazamiento se resume por la conjuncién de dos tesis. Mientras que la primera sitiia los nombres sjudfor y «demo- cracia» en oposicién radical, la segunda reparte ‘esta oposicién entre dos humanidades: una que es fiel al principio de la filiaci6n y la transmisién, yotra que se olvida de este principio, interesada en un ideal de autoengendramiento que es igual- mente un ideal de autodestruceién. Judio y demo cerdtico se hallan en oposici6n radical. Esta tesis marea el yueleo de lo que, en tiempos de la Gue- rra de los Seis Dias o de la Guerra del Sinaf, es- tructuraba todavia la percepcién dominante de la democracia. Por ese entonces se reconocia a Is- rael el mérito de ser una democracia, a la que se entendia como una sociedad gobernada por un Estado que aseguraba, a la vez, la libertad de los individuos y la participacién del mayor nimero de ellos en la vida publica. Las declaraciones de los derechos del hombre representaban el mapa de esa relacién de equilibrio entre el poder que se reconocia a la colectividad y la libertad que se ga- 23 Jacques Rancites rantizaba a los individuos. Lo contrario de la de- mocracia se llamaba entonces totalitarismo. i] lenguaje dominante Hamaba totalitarios a los Estados que recusaban al mismo tiempo, en nom- bre del poder de la colectividad, los derechos de los individuos y las formas constitucionales de ex- presién colectiva: elecciones libres, libertades de expresién y asociacién, El nombre «totalitarismo» aspiraba a significar el principio de esta doble re- cusacién. Estado total era el que suprimia la dua- lidad Estado y sociedad, extendiendo su esfera de ejercicio a la totalidad de la vida colectiva. Nazis- mo y comunismo eran pereibidos como los dos pa- radigmas de este totalitarismo, fandados en dos conceptos que pretendian ir mas allé de la divi- sion entre Estado y sociedad: los conceptos de ra- zay de clase. El Estado nazi era considerado se- giin el punto de vista que él mismo habia afirma- do, es decir, el del Estado fiandado en la raza. Y el genocidio judio se consideraba, asi, como el cum- plimiento de la voluntad, declarada por este Es- tado, de suprimir a una raza degenerada y porta- dora de degeneracién, El libro de Milner presenta la inversion exacta deesta creencia, dominante hasta hace poco: aho- a, la virtud de Israel esta en significar lo contra- rio del principio democrético; el concepto de tota- litarismo ha perdido todo uso, y el régimen nazi y su politica racial, toda especificidad. Hay para esto una razén muy simple; las propiedades que ayer se atribufan al totalitarismo, coneebido co- 24 Bx opto A tA DeMOCRACIA mo Estado devorador de la sociedad, pasaron a ser, sencillamente, las propiedades de la demo- eracia, concebida como sociedad devoradora del Estado, Si Hitler, cuyo affin dominante no era la expansién de la democracia, puede ser pereibido como el agente providencial de esta expansién, es porque los antideméeratas de hoy designan de- ‘mocracia a la misma cosa que los celadores de la «democracia liberal» de ayer Ilamaban totalita- rismo: la misma cosa al revés. Lo que no hace mu- cho se denunciaba como principio estatal de to- talidad cerrada, ahora es denunciado como prin- cipio social de ilimitacién, liste principio Hamado democracia pasa a ser el principio abareador de la modernidad aprehendida como totalidad histéri- cay mundial, y sélo se le opone el nombre «judo» como principio de la tradicién humana conserva- da. El pensador norteamericano de la «crisis dela democracia» puede oponer todavia, en calidad de «choque de civilizaciones», la democracia occiden- tal y cristiana a un islam sindnimo de Oriente despético.® El pensador francés del crimen demo- cratieo postula, por su parte, una versién radica- lizada de la guerra de civilizaciones, oponiendo democracia —oristianismo e islam confundidos— ala cola excepcisn judia. En primera instancia, podemos establecer en- tones el principio del nuevo discurso antidemo- crético. El retrato que traza de la democracia est 5 Samuel P, Huntington, Le choe des civilisations, Parts Odile Jacob, 1997. 25 Tacques Rancites hecho de rasgos que se adjudieaban hace poco al totalitarismo. Pasa, pues, por un proceso de desti- guracién: como si, al haberse vuelto intitil un con- cepto de totalitarismo que habia sido forjado por Jas necesidades de la Guerra Fria, sus rasgos pu- dieran ser desarticulados y después recompues- tos para rehacer el retrato de lo que era supuesta- mente su contrario: la democracia, Es posible re- correr las etapas de este proceso de desfiguracién y recomposicién. Empezé al iniciarse la década de 1980, con una primera operacién consistente en poner en entredicho la oposicién de ambos térmi- nos, y su terreno fue la revision de la herencia re- volucionaria dela democracia. Se enfatiz6 acerta- damente el papel que cumplié una obra de Fran- gois Furet, Penser Ja Révolution Francaise, publi- cada en 1978, pero sin comprender el doble resor- te de la operacién efectuada por el autor. Situar el ‘Terror en el micleo de la revolucién democratica era, en el nivel mas visible, quebrar la oposicién: que habia estructurado a la opinién dominante. Furet ensefiaba que totalitarismo y democracia noson dos verdaderos opuestos. El reinado del te- rror estalinista ya estaba anticipado en el del te- rror revolucionario. Ahora bien, este iltimo no constituia un traspié de la Revolucién, sino que era consustancial con su proyecto, una necesidad inherente a la propia esencia de la revolucién de- moeratica. _ Deducir el terror estalinista del terror revolu- cionario francés no tenfa en s{ nada de novedoso. 26 Ez op10 4 La DeMoceaclA Este enfoque podfa integrarse en la cldsica oposi- cin entre la democracia parlamentaria y liberal, fandada en la limitacién del Estado y la defensa de las libertades individuales, y la democracia ra- Gical e igualitaria, que sacrifica los derechos de Jos individuos a la religion de lo colectivo y a la fu- ria ciega de las multitudes. La denuncia renova- da de la democracia terrorista parecia conducir, pues, a la refundacion de una democracia liberal y pragmética emancipada, por fin, de los fantas- ‘mas revolucionarios del euerpo colectivo. Pero esta simple lectura olvida el doble resorte de la operacién, Porque la critica del Terror tiene doble fondo. La critica Hamada liberal, que recu- sa los rigores totalitarios de la igualdad en nom- bre de la sabia reptblica de las libertades indivi- duales y de la representacién parlamentaria, es- tuvo subordinada desde un principio a una critica muy diferente, segtin la cual el pecado de la revo- Jucién no es su colectivismo sino, al revés, su indi- vidualismo. Segiin esta perspectiva, la Revolu- cién Francesa fue terrorista, no por haber desco- nocido los derechos de los individuos, sino, al con- trario, por haberlos consagrado, Bsta lectura pre- dominante, nacida al otro dia de la Revolucién Francesa en los teéricos de la contrarrevolucién, adoptada por los socialistas ut6picos en la prime- ra mitad del siglo XIX, consagrada al final del mismo siglo por la joven ciencia sociologica, se enuncia en los siguientes términos: la revolucién. es consecuencia del pensamiento de las Luces y 27 Jacques Ranciene de su principio primero, al tiempo que la doctrina «protestante» elevaba el juicio de los individuos aislados al plano de las estructuras y creencias colectivas. Al romper las viejas solidaridades len- tamente anudadas entre la monarqufa, la noble- zay la Iglesia, la revolucién protestante disolvié el lazo social y atomiz6 a los individuos. El Terror es la consecuencia rigurosa de esta disolucién y del propésito de recrear, mediante el artificio de leyes e instituciones, un lazo que sélo pueden urdir las solidaridades naturales ¢ histéricas. Esta es la doctrina que el libro de Furet reins- talaba. Se mostraba alli que el terror revolucio- nario era consustancial con la Revolucién, porque toda la dramaturgia revolucionaria se basaba en Ta ignorancia de las realidades histéricas profun- das que la hacian posible. Ignoraba que la verda- dera revolucién, la de instituciones y costumbres, vase habia hecho en las profundidades de la so- ciedad y en los engranajes de la maquina monar- quica. En consecuencia, la Revolucién no podia ser sino la ilusién de comenzar de nuevo, en el plano de la voluntad consciente, una revolucién ya efectuada, No podia ser mds que el artificio del ‘Terror, empefiado en darle un cuerpo imaginario auna sociedad deshecha. El andlisis de Furet to- maba como referencias las tesis de Claude Lefort sobre la democracia en tanto poder desincorpora- do,° pero se sustentaba mucho mas en una obra * Véase Claude Lefort, Linvention démocrati , Linvention démocratique: les limi: tes de la domination totalitaire, Paris: Fayard, 1981, 28 EL ob10 A tA DEMOCRACIA que le provefa sus materiales de razonamiento: la tesis de Augustin Cochin, donde se denuncia la importancia de las «sociedades de pensamiento» en el origen de la Revolucién Francesa.” Tal como sefialaba Furet, Augustin Cochin no era solamen- te un realista partidario de la Accién Francesa, sino también un espiritu nutrido por la ciencia sociolégica durkheimiana. Era, de hecho, el exac- to legatario de aquella critica de la revolucién +in- dividualista» que la contrarrevolucién habia transmitido al pensamiento «liberal» y a la socio- logia republicana, verdadero fundamento de las denuncias del «totalitarismo» revolucionario, El liberalismo exhibido por la intelligentsia francesa a partir de la década de 1980 es una doctrina de doble fondo. Tras la reverencia a las Luces y ala tradicién angloamericana de demecracia liberal y derechos del individuo, se reconoce la denuncia tipicamente francesa de la revolucién individua- lista que desgarra al cuerpo social. Este doble resorte de la critica de la revolucién permite comprender el surgimiento del antide- mocratismo contempordneo. Permite compren- der la inversién del discurso sobre la democracia consecutiva al derrumbe del imperio soviético. Por un lado, la caida de este imperio fue celebra- da —aunque por un tiempo bastante breve—co- mo el triunfo de la democracia sobre el totalita- rismo, el de las libertades individuales sobre la T Augustin Cochin, Les socistés de ponsée et la démocratie moderne, Paris; Copernic, 1978. 29 Tacques Rancitne opresion estatal, triunfo que aparecia simboliza- do por esos derechos del hombre reivindicados por los disidentes soviéticos o los obreros polacos Estos derechos «formales> habian sido el primer blanco de la critica marxista, y el derrumbe de los regimenes edificados sobre la pretensién de pro- mover una «democracia real» parecia indicar su revancha. Empero, tras el saludo obligado a los victoriosos derechos del hombre y a la democracia recuperada, lo que se producia era lo contrario. Desde el momento en que dejaba de ser empleado el concepto de totalitarismo, la oposicién de una buena democracia de derechos del hombre y li- bertades individuales a la mala democracia igua- litaria y colectivista caia, también, en desuso. Por su parte, la critica de los derechos del hombre re- cuperaba de inmediato todas sus prerrogativas. Podia declinarse a la manera de Hannah Arendt: los derechos del hombre son una ilusién, puesto que son los de ese hombre desnudo que earece de derechos, Son los derechos ilusorios de los hom- bres a los que regimenes tirdnicos expulsaron de sus casas, de sus paises y de toda ciudadanta, Sa- bemos cudnta adhesién ha vuelto a suscitar esta perspectiva en los tiempos recientes, Por un lado, vino oportunamente a sostener las campafias hu- maanitarias y liberadoras de Estados que asumen, a cuenta de la democracia militante y militar, la defensa de los derechos de los que no tienen dere- chos. Por el otro, inspiré el andlisis de Giorgio Agamben, para quien el contenido real de nues- 30 EL 0010.4 14 pewocescis tra democracia es el «estado de excepcién».8 Pero la critica podia declinarse también a la manera de aquel marxismo que la caida del imperio sovié- tico y el debilitamiento de los movimientos eman- cipatorios de Occidente volvia otra vez. apto para todo uso: los derechos del hombre son los dere- chos de los individuos egoistas de la sociedad bur- guesa. El punto es saber quiénes son esos individuos egoistas. Marx designaba con este término a los poseedores de los medios de produccién, es decir, la clase dominante, a la que el Estado de los dere- chos del hombre servia de instrumento, La sabi duria contempordnea entiende las cosas de otra manera. Y, de hecho, basta una serie de infimos deslizamientos para dar a los individuos egofstas un rostro completamente distinto, Reemplace- mos primero —se nos lo concedera de buen gra- do— «individuos egoistas» por «consumidores vidos». Identifiquemos a estos consumidores vidos con una especie social histérica, el «hom- bre democrattico». Recordemos, por iltimo, que la democracia es el régimen de la igualdad, y podre- ‘mos concluir: los individuos egofstas son los hom- bres demoeraiticos, ¥ la generalizacin de las rela- ciones mercantiles, que tiene a los derechos del 8 Veanse Giorgio Agamben, Homo sacer I. Le pouvoir souverain et fa vie nue, Paris: Seuil, 1997, y J. Ranciére, «Who is the Subject of the Rights of Mans, South Atlantic Quarterly, 108, 28, primavera/verano de 2004, 31 Tacques Rancitne: hombre por emblema, no es otra cosa que la reali- zacién de la febril exigencia de igualdad que agita a los individuos democraticos y arruina la bus- queda del bien comin encarnada en el Estado. Escuchemos, por ejemplo, la miisica de estas frases donde se nos describe la triste situacién en que nos coloca el reinado de lo que su autora Ha- ma democracia providencial: «Las relaciones en- tre el enfermo y el médico, el abogado y su cliente, el sacerdote y el creyente, el profesor y el estu- diante, el asistente social y el asistido, se ajustan cada vez, més al modelo de las relaciones contrae- tuales entre individuos iguales, basado en el de Jas relaciones, fundamentalmente igualitarias, anudadas entre un prestador de servicios y su cliente. E] hombre democratico se impacienta an- te cualquier saber especializado, ineluidos los del médico 0 el abogado, que ponga en cuestién su propia soberanfa, Las relaciones que mantiene con los demas pierden su horizonte politico o me- tafisico. Todas las précticas profesionales tienden a banalizarse [. . ] El médico se transforma poco a poco en empleado de la seguridad social; el sa- cerdote, en asistente social y repartidor de sacra- mentos |. ..| Pues sucede que la dimensién de lo sagrado—el de la creencia religiosa, el de la vida y Ta muerte, el de los valores humanistas o politi- cos— se aminora. Las profesiones que instituian una forma para los valores colectivos, aun cuando se tratara de una forma modesta o indireeta, se 32 EL opi0 A 14 pemoceacia ven afectadas por el colapso de la trascendencia colectiva, sea religiosa o politicar.® Este extenso parrafo, con stt desaz6n, quiere describirnos el estado de nuestro mundo tal como Jo moldeé el hombre democratico en sus diversas figuras: consumidor indiferente de medicamen- tos o de sacramentos; sindicalista ocupado en ob- tener més y mas del Estado benefactor; represen- tante de minoria étnica pugnando por que se reconozea su identidad; feminista que milita por Jos cupos; alumno que considera la Escuela como un supermercado donde al cliente es rey. Pero, 00- mo salta a la vista, la misica de estas frases que dicen describir nuestro mundo cotidiano en Ta ko- ra de los hipermercados y de la telerrealidad, vie- ne de més lejos. Esta «descripcién» de nuestra co- tidianeidad en el 2002 fue eserita ya, tal cual, ha- ce ciento cincuenta aflos, en las paginas del Ma- nifiesto comunista: la burguesta «ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusias- mo caballeresco y el sentimentalismo del peque- Ao burgués en las aguas heladas del céleulo egois- ta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la nica y desalmada libertad de comercio». Ella cha despojado de su aureola a todas las profesio- nes que hasta entonces se tenfan por venerabies ° Dominique Schnapper, La démocratie providentielie, Paria: Gallimard, 2007, pgs. 168-70. 33 Tacques Rancitne y dignas de piadoso respeto. Al médico, al juris- consulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asala- riados». La descripcién de los fenémenos es la misma. El aporte original de la socidloga contemporénea no es la presentacién de hechos nuevos, sino una interpretacién nueva. Para ella, todos esos he- chos tienen una sola causa, la impaciencia del hombre democrético, que trata todas las relacio- nes segiin un solo y mismo modelo: «las relacio- nes fundamentalmente igualitarias anudadas entre un prestador de servicios y su cliente».1° De acuerdo con el texto original, la burguesia cha sustituido las numerosas libertades adquiridas a tan alto precio por la tinica y desalmada libertad de comercio»: la tiniea igualdad que conoce es la igualdad mercantil, que descansa sobre la explo- tacién brutal y desvergonzada, sobre la desigual- dad fundamental de la relacién entre el «presta- dor del servicio-trabajé y el «cliente» que compra su fuerza de trabajo. El texto modificado susti- tuyé «la burguesia» por otro sujeto, «el hombre democrético». Desde este momento es posible transformar el reino de la explotacién en reino de la igualdad, e identificar, sin pensarlo més, la igualdad democratica con el «igual inteream- bio» de la prestacién mereantil, El texto revisado y corregido de Marx nos dice, en resumen: la 19 id. Las bastardillas son mies, 34 EL oni0.41A pawocRscts igualdad de los derechos del hombre traduce la «igualdad» de la relaci6n de explotacién que es el ideal acabado de los suerios del hombre democré- tico. La ecuacién democracia = ilimitacién = socie~ dad en la que se basa la denuncia de los «erime- nes» de la democracia presupone, pues, una ope- racin triple: primero, referir la democracia a una forma de sociedad; segundo, identifica esta for- ma de sociedad con el reinado del individuo igua- litario, subsumiendo en este concepto toda clase de propiedades diversas, desde el gran consumo hasta las reivindicaciones de los derechos de las minorfas, pasando por las luchas sindicales; y, por tiltimo, acreditar a la «sociedad individualista de masas», identificada asi con la democracia, la buisqueda del crecimiento indefinido inherente a Ja logica de la economia capitalista. Esta reduccién de lo politico, lo socioldgico y lo econémico a un tinico plano suele justificarse en cl anéllisis que Tocqueville hace de la democracia, entendida como igualdad de condiciones. Pero tal referencia supone por sf misma una reinterpreta- cin muy simplista de La democracia en América. ‘Tocqueville entendia por «igualdad de condicio- nes» el fin de las antiguas sociedades divididas en “ordenes, y no el reino de un individuo avido de ‘consumir cada vez més. Para él, ademas, la cues- tidn de la democracia concernfa, ante todo, a las formas institucionales propias para regular la nueva configuracién, Si se quiere convertir a Toe- 35 eacques Rancibne queville en el profeta del despotismo democratico yen el pensador de la sociedad de consumo, es preciso reducir sus dos gruesos libros a dos o tres, parrafos de un mismo capitulo en el segundo, donde se menciona el riesgo de un nuevo despo- tismo. Requiere también olvidar que Tocqueville le temfa al poder absoluto de un amo, con un Bs- tado centralizado a su servicio, sobre una masa despolitizada, y no esa tiranfa de la opinion de- mocrética con que nos machacan hoy los oidos. La reduccién de su andlisis de la demoeracia ala eri- tica de la sociedad de consumo pas6 por algunos relevos interpretativos privilegiados,!! pero so- bre todo es fruto de un considerable proceso de aniquilacién de la figura politica de la democra- cia, apoyado en un regulado trueque entre des- cripeién sociolégica y juicio filosofico. Las etapas de este proceso pueden ser discer nidas con bastante claridad. Por un lado, en lad cada de 1980 tuvo auge en Francia cierta litera- tura sociolégica —hecha a menudo por fildsofos— que celebraba la alianza entre la sociedad demo- crética y su Bstado a través de nuevas formas de consumo y de comportamiento individuales. Los libros y articulos de Gilles Lipovetsky sintetizan ‘bre las vias diversas ya veces retorcidas que conduje- ron al neotoequevillismo contemporéineo, ¥ en particular so- bre la reconversién de la interpretacin eatdlica tradiciona- lista de Tocqueville en sociologia posmoderna de la «soci Ga de cansumon, vas Serge tier, Thegueileretrowe nse ef enjeux du renowveau tocquevillion frangais, Paris: Vrin, 2004, 36 EL, ODIO 4 1A DEMOCRACA muy bien esta perspectiva, Era la época en que comenzaban a difundirse en Francia andlisis pe- simistas provenientes del otro lado del Atlantico: de los autores del informe a la Trilateral o de so- cidlogos como Christopher Lasch 0 Daniel Bell. Este tltimo habia cuestionado el divorcio entre las esferas de la economta, la politica y la cultura. Con el crecimiento del consumo de masas, la cul- tura quedaba dominada por un valor supremo, la «wealizacién de si», hedonismo que rompfa con la tradici6n puritana que habia defendido conjunta- mente el avance de la industria capitalista y la igualdad politica. Los apetites irrestrictos naci- dos de esta cultura entraban en conflicto directo con las exigencias del esfuerzo productivo, ast co- mo con los sacrificios requeridos por el interés co- muin de la nacién democrética.!” Las elaboracio- nes de Lipovetsky y algunos otros pretendian contradecir este pesimismo. No habia razones para temer, decfan, un divorcio entre las formas del consumo de masas, basadas en la bésqueda del placer individual, y las instituciones de la ée- mocracia, basadas en la regla comin. Muy por el contrario, la propia expansi6n del narcisismo consumidor ponfa en perfecta armonfa la satis- faccidn individual y la regla colectiva. Producia 22 Daniel Bell, The Cultural Contradictions of Capitalism, Nueva York, 1976. Debe apuntarse que Ia demanda de re- torno a los valores puritanos se articulaba todavia, en Da- niel Bell, con un afin de justicia social que desapareci6 en quienes tetomaron en Francia su problemstica. 87 Jacques Rancrtes una adhesién mas intima, una adhesién existen- cial de los individuos a una democracia que ya no se vivia sélo como una cuestién de formas insti- tucionales restrictivas, sino como «una segunda naturaleza, un entorno, un ambiente», «A medida que el narcisismo crece —escribia Lipovetsky—, Ja legitimidad democratica gana, asi sea en mo- dalidad cool. Con su pluralismo de partidos, sus elecciones, su derecho a la informacién, los regi- menes demoeraticos entran en un parentesco ca- da vez més estrecho con la sociedad personaliza- da del libre servicio, el teat y la libertad combina- toria [, ..] Los mismos que se interesan nada mas que en la dimensién privada de sus vidas quedan unidos al funcionamiento democratieo de las so- ciedades por lazos que resultan directamente del proceso de personalizacién».}3 Pero esta rehabilitacién del «individualismo democratico» contra las criticas Negadas de Amé- rica implicaba, en realidad, una doble operacién. Por un lado, significaba enterrar una erftica ante- rior de la sociedad de consumo planteada en las décadas de 1960 y 1970, cuando Jean Baudrillard radicalizaba de un modo marxista los enfoques pesimistas 0 criticos de la wera de la opulencia» postulados por Frank Galbraith o David Ries- man. Baudrillard denunciaba las ilusiones de una «personalizacién» enteramente sometida a 38 Gilles Lipovetshy, Lidre du vide: essais sur Tindividua: Hisme contemporain, Paris: Gallimard, 1983, pégs. 145-6, 38 Bi opi0 a 1a pewocracta las exigencias mercantiles, y veia en las prome- sas del consumo una falsa igualdad, bajo la cual se ocultaban «Ja democracia ausente y la igualdad inhallable».14 Por su parte, la nueva sociologia del consumidor nareisista suprimfa tal oposicién entre la igualdad representada y la igualdad au- sente. Afirmaba la positividad de ese «proceso de personalizacién» que Baudrillard habia conside- rado como un engaflo.Al transformar al consumi- dor alienado de ayer en un Narciso que juega li- bremente con los objetos y signos del universo mercantil, identificaba positivamente democra- cia y consumo. Con ello, ofrecia tranguilamente esta democracia «rehabilitada» a una critica més radical. Refutar la discordancia entre individua- lismo de masas y gobierno demoertico era poner al descubierto un mal mucho més profundo. Sig- nificaba establecer positivamente que la demo- cracia no era otra cosa que el reinado de un con- sumidor nareisista capaz de cambiar tanto sus preferencias electorales como sus placeres inti- mos. A los alegres socidlogos posmodernos res- pondian entonces los graves filésofos a la anti- gua, Estos dltimos recordaban que, segin se la habia definido en las épocas clisicas, la politica era el arte de vivir juntos y la biisqueda del bien comtin; que el principio mismo de esta busqueda y de ese arte era la clara distincién entre el ambi- 4 Jean Baudrillard, La société de consommation, Ses _ythes, ses structures, Paris: S.G.PP., 1970, pig. 88 39 _— cer enetaneinenanaians Tacaues Ranciene to de los asuntos comunes y el reino egoista y mezquino de la vida privada y los intereses do- mésticos. El retrato «sociolégico» de la alegre de- mocracia posmoderna marcaba as{ la ruina de la politica, sometida ahora a una forma de sociedad regida por la sola ley de la individualidad consu- mista, Contra esto, era preciso restaurar, junto con Aristételes, Hannah Arendt y Leo Strauss, el sentido puro de una politica dispensada de los, ataques del consumidor democrético. En la préc- tica, este individuo consumidor encontré espon- téneamente su identificacién en la figura del asalariado que defendfa con egoismo sus privile- gios arcaicos. Se recordard, sin duda, la oleada de libros surgidos durante las huelgas y manifesta- ciones del otofio de 1995, donde se recordaba a es- tos privilegiados la conciencia del vivir juntos yla gloria dela vida publica que ellos venfan a manci- lar con sus intereses egoistas. Pero, mas que es- tos usos circunstanciales, importa la identifica- cién sélidamente fijada entre el hombre democré- tico y el individuo consumidor. FI conflicto entre los sociélogos posmodernos y los fildsofos a la an- tigua establece esto muy facilmente, puesto que Jos antagonistas no hacfan mas que presentar, en un dtio bien reglado por una revista irénicamente titulada Le Débat, las dos caras de la misma mo- neda, Ia misma ecuacién lefda en dos sentidos opuestos. Fue asf como se opers en un primer momento la reduccién de la democracia a un estado de so- 40 Ex obl0 A ta DEMOoRACH. ciedad. Resta comprender el segundo momento del proceso, el que hace dela democracia asi defi- nida no ya solamente un estado social que avanza indebidamente sobre la esfera politica, sino una catastrofe antropolégica, una autodestruccién de Ja humanidad. Este paso extra implicé otro juego roglado entre filosofia y sociologia, de desarrollo ‘menos pacifico pero que condujo al mismo resul tado, Tuvo como teatro la querella sobre la Es- cuela. El contexto inicial de esta querella era ¢l problema del fracaso escolar, es decir, del fracaso dela institucién escolar alg hora de tener que dar iguales posibilidades a los’nifios provenientes de las clases mas modestas. Se trataba de saber of- ‘mo debfa entenderse la igualdad en la Escucla 0 por la Escuela. La tesis llamada sociolégica se ba- saba en los trabajos de Bourdieu y Passeron, es decir, en el desvelamiento de las desigualdades sociales ocultas en las formas aparentemente peutras de la transmisién escolar del saber. Esta tesis proponia hacer la Escuela més igualitaria, sacéndola de la fortaleza en la que se habia atri cherado para refugiarse de la sociedad: cambian- do las formas de Ia sociedad escolar y adaptando los contenidos de la ensefianza a los alumnos mas desprovistos de herencia cultural. La tesis llama- da republicana se puso exactamente del lado opuesto: acerear mas la Escuela a la sociedad era volverla mas homogénea con la desigualdad so- cial. La Escuela trabajaria por la igualdad en la estricta medida en que, protegida por los muros a Jacques Ranciens que la separaban de la sociedad, pudiera consa- grarse a su tarea propia: distribuir igualmente a todos, sin consideracién de origen o de destina- ci6n social, lo universal de los saberes, utilizando con este propésito igualitario la forma de relacién necesariamente desigual entre quien sabe y quien aprende, Le era preciso, pues, refirmar aquella vo- cacién que se habia encarnado histéricamente en a Escuela republicana de Jules Ferry. El debate parecfa centrarse, pues, en las for- mas de la desigualdad y en los medios de la igual- dad. Sin embargo, los términos eran sumamente equivocos. Que el libro abanderado de esta ten- dencia haya sido De l’Ecole (De la E Jean-Claude Milner, es una prueba de esta ambi- giiedad. Porque ese libro decia algo muy distinto de lo que quiso leerse en él por entonces. Le preo- cupaba muy poco poner lo universal al servicio de Ja igualdad. Le preocupaba mucho més la rela- cién entre saberes, libertades y élites. Y, mucho mas que en Jules Ferry, se inspiraba en Renan y su visin de las élites eruditas que garantizarian Jas libertades en un pais amenazado por el despo- tismo inherente al catolicismo.!> La oposicién de telletucleet morale, Bubres competes, Paris: Caters Le, Wt 1, gn. 825-646, No es contradictrie que evte tor venga acompafiada en Renan de una evidente nostal = El pueblo atSco medieval, que gona ae reboot bervno doa gaa cra den eatltaan dae dean Que we protean o dec ndidualtasy cae 42 Ex obio 4 14 pewoceacta Jadoctrina republicana a la doctrina «socioldgica» era, en realidad, oposicién de una sociologia & otra, Pero el eoncepto de «elitismo republicano» permitié disimular el equivoco. El niicleo duro de la tesis fue encubierto por la simple diferencia entre lo universal republicano y las particulari- dades y desigualdades sociales. El debate parecia centrarse en lo que el poder pubblico podia y debia hacer para remodiar las desigualdades sociales, ‘con sus propios medios. Sin embargo, répidamen- tela perspectiva se rectified y el paisaje se modifi- 0$,Al hilo de las denuncias sobre el inexorable as. censo de la incultura, ligado a la explosién de la cultura de supermercado, la raiz del mal iba sien- doidentificada: se trataba, por supuesto, del indi- vidualismo democrético. El enemigo que tenia que afrontar la Escuela republicana ya no era la sociedad desigual de la que se debfa rescatar al alumno, sino el alumno mismo, convertido enton- cesen el representante por excelencia del hombre democrético, ser inmaduro, joven consumidor ebrio de igualdad, cuya carta eran los derechos del hombre. Pronto se dijo que la Escuela sufria deun soloy tinico mal, la Igualdad, encarnada en aquello mismo que debia ensefiar. Y lo que se al- canzaba mediante la autoridad del profesor ya no era lo universal del saber, sino la desigualdad en si, tomada como manifestacién de una «trascen- nds ereyente que erudito: de Guizot a Taine o Renan, este es ‘el ntcleo del pensamiento de las élites en el siglo XIX. 43 Tacques Ranciens dencia»: «Ya no hay lugar para la menor tras- cendencia, sélo el individuo es erigido como valor absoluto, y si algo sagrado persiste es todavia la santificacién del individuo a través de los dere- chos del hombre y de la demoeracia |. . .] Esto es, entonces, lo que ha destruido la autoridad del profesor: debido a semejante valorizacién de la igualdad, pasé a ser un trabajader comiin y co- rriente que tiene frente a sf usuarios y se-ve lleva- do a discutir de igual a igual con el alumno, qui acaba planténdose como juez de su maestro».16 El maestro republicano, transmisor a las al- mas virgenes de un saber universal que vuelve iguales a los hombres, deviene entonces simple representante de una humanidad adulta en vias de desaparicién en provecho del reino generaliza- do de la inmadurez, iltimo testigo de la civili- zaciGn que opone intitilmente las «sutilezas» y ccomplejidades» de su pensamiento ala «alta mu- allay de un mundo condenado al reinado mons- truoso de la adolescencia. Se transforma asf en el desengafiado espectador de la gran catastrofe ci- vilizacional cuyos sinénimos son consumo, igual- dad, democracia o inmadurez. Frente a él, el «c legial que reclama contra Platén o Kant el de- recho a su propia opinién» representa a la inexo- rable espiral de la democracia ebria de consumo, dando testimonio del fin de la cultura, cuando no 18 Jean-Louis Thiriet, «L'Beole malade de Végalités, Le Débat, n° 92, noviembreldiciembre de 1996 44 EL, 010 A La DBMOCRAGIA del devenir cultura de cualquier cosa, del

También podría gustarte