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Rodrigo Mora Linguistica ComparadaXIX
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lógica reacción, cierta laxitud entre los lingüistas, puesto que en numerosas
ocasiones dan la impresión de limitarse en su labor a recoger las ya no tan
nuevas corrientes teóricas procedentes de Francia o a duplicar
epigonalmente la Gramática de la Real Academia.
Mientras tanto en Europa la mayoría de los estudiosos, con evidente
afán de innovación, se preparan para dar un viraje definitivo a sus
investigaciones, e intentan por todos los medios salir del vicioso círculo de
elucubraciones sobre la lengua derivadas de algunas exageradas
interpretaciones de la lógica de Port-Royal. También hay quienes, por otro
lado, procuran moderar los excesos monogenéticos cometidos en la
búsqueda de una lengua originaria; lo que ocasiona paradójicamente a su
vez un debilitamiento de la convicción contraria, es decir, se empieza a
difuminar, asimismo, la fe en la capacidad humana para elaborar una lengua
perfecta.
La reflexión lingüística, por lo tanto, comienza a alejarse de la
intuición genial, pero indemostrable en aquel entonces, de que una única
lógica subyace bajo las manifestaciones materiales de los idiomas. Los
nuevos estudios tienden a adoptar un enfoque más realista que suponga el
desarrollo de las ciencias del lenguaje en los aspectos más concretos, como
la fonética, la morfosintaxis o el léxico; porque además a las alturas de
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Como recuerda Brumme (2004: 946), la voluntad centralizadora de la
dinastía borbónica, iniciada en el siglo XVIII con la promulgación de los Decretos
de Nueva Planta que imponían el castellano en todo el Estado, culminaría en el
siglo siguiente con la Ley del Notariado de 28 de mayo de 1862, referida a las
normas para la administración judicial, cuyo art. 25 reza: «Los instrumentos
públicos se redactarán en lengua castellana, y se escribirán con letra clara, sin
abreviaturas y sin blancos».
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finales del ochocientos, cuando los descubrimientos de territorios
geográficos han tocado el cenit, las lenguas antes desconocidas con las que
se ha entrado en contacto son muchas y muy diferentes.
No es de extrañar que en este marco Lorenzo Hervás y Panduro
(1735-1809), miembro de la casta de intelectuales errantes en la que se
habían convertido los jesuitas después de su expulsión de España en 1767,
considerara que había llegado la hora de reflexionar sobre las similitudes y
las diferencias entre los distintos idiomas, pues aunque él vivía en Italia
mantenía estrecho contacto con numerosos misioneros que se hallaban
esparcidos por los cinco continentes intentando culturizar a los nativos,
usando incluso sus propias lenguas.
De esta forma, a través del conocimiento directo de múltiples
realidades lingüísticas, emerge el conflicto con las ideas hasta aquel
momento predominantes, ya que como nunca había sucedido antes, empieza
a ser evidente la neta separación entre el estudio científico de la lengua y la
determinación de su norma, conflicto que, por otra parte, será a partir de
entonces uno de los motores más potentes del desarrollo de la teoría del
lenguaje.
La figura de Hervás y Panduro es importante en este ambiente
porque como han afirmado, entre otros, Lázaro (1949: 102) o Mourelle
(2002: 156), aunque no poseía aún una metodología adecuada, se adelantó
en cierta medida a los padres de la lingüística comparada Rask y Bopp, 2 con F
2
La primera obra importante en este sentido es la del danés Rasmus
Kristian Rask (1787-1832) Investigaciones sobre el origen de la antigua lengua
nórdica o islandesa, terminada en 1814 pero publicada cuatro años más tarde. Sin
embargo, será fundamental sobre todo la obra de Franz Bopp (1791-1867)
Gramática comparada del sánscrito, zenda, armenio, griego, latín, lituano,
antiguo, eslavo, gótico y alemán, que aparece en tres tomos en Berlín entre los
años 1833-1852.
3
Según San Vicente (1996: 618-619) es el lingüista de este período que
mayor interés ha suscitado. En 1778 publica en Cesena el primer volumen de los
veintiuno que componen su obra, la Idea dell’Universo, che contiene la Storia
della vita dell’uomo, elementi cosmografici, viaggio estatico al mondo planetario,
e storia della Terra e delle lingue. A partir de 1784 y hasta 1787 publicó los
volúmenes finales (XVII-XXI) que son los que conciernen a la lingüística:
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(1993: 498), sin embargo, ha precisado que Hervás es ante todo un autor del
XVIII deseoso de recoger en una enciclopedia el progreso de las ciencias de
su siglo, coincidiendo así con Lázaro (1949: 105) cuando puntualiza que
«no intenta, pues, una obra estrictamente lingüística, sino que estudia los
idiomas al servicio de la historia humana».
No obstante, si bien el enfoque todavía no sea lingüístico en el
sentido contemporáneo, hay que reconocer que es la primera vez que
alguien pretende encontrar un fundamento etnográfico de las lenguas:
Hervás desprecia los testimonios petrificados del pasado, como las
escrituras, los símbolos o los mitos, que eran los únicos datos que hasta
entonces se habían tenido en consideración para intentar hallar una
explicación del origen humano, y cree, por el contrario, que las lenguas, las
razas, las costumbres, o sea los testimonios vivos, son los auténticamente
valiosos. De la labor de este lingüista se ha destacado en numerosas
ocasiones su contribución al establecimiento de las familias lingüísticas, y
su influjo en Humboldt, Adelung y Vater, por lo que respecta al
conocimiento por parte de éstos de las lenguas amerindias (Breva, 1993:
497).
Otro mérito innovador en su planteamiento comparativo es que lo
hace desde el punto de vista de la sintaxis, sin pararse en el superficial
cotejo de palabras aisladas. Tonfoni (1988: 375), en dicho sentido, ha
distinguido dos grados de aplicación metodológica en Hervás, uno forte
basado en la comparación estructural sintáctica, y otro debole de carácter
léxico. En su búsqueda del artificio gramatical de las diferentes lenguas,
realiza descripciones morfosintácticas de tipo sincrónico en las que aparece
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implícitamente el germen de la idea de morfema, llegando a dicha noción a
pesar de que, según los principios gramaticales de su tiempo, tome como
base el paradigma, especialmente verbal, en las recopilaciones descriptivas
que hace de unos trescientos idiomas. Conjetura Breva (1993: 520) a este
respecto que, aunque le hubiera sido posible cambiar el modelo
paradigmático por el morfémico, es probable que los misioneros
informantes de Hervás no hubieran tenido los conocimientos necesarios para
identificar los morfemas.
Por otro lado, cabe destacar, asimismo, la concepción de sustrato de
Hervás, que anticipó, aunque no influyera directamente en ellas, las
contribuciones de los italianos Carlo Cattaneo (Serianni, 1989: 56) y en
especial de Graziadio Isaia Ascoli (Serianni, 1990: 49). Las referencias al
sustrato, junto a la cuestión del comparativismo, la clasificación de las
lenguas en familias y la idea de genio lingüístico, también se hallan, como
ha demostrado Paolo Silvestri (2001), en una obra menor de Hervás, la
Gramática de la lengua italiana, lista para la imprenta en 1797 pero que
luego no fue publicada, y cuyo manuscrito está actualmente en la Biblioteca
Nacional de Madrid. Según Silvestri (2001: 887), existen claras alusiones al
sustrato en los capítulos dedicados al verbo, donde después de constatar las
numerosas irregularidades en italiano y en español, Hervás las achaca tanto
a la común matriz latina como a las lenguas en su opinión preexistentes, el
vascuence en España y el celta en una buena parte de Italia, porque para él
cuando en una nación se empieza a hablar una lengua nueva, se introducen
en ella muchos elementos de la antigua. Esta técnica deductiva Silvestri
(2001: 889) la denomina precomparativista o comparativismo
prescientifico. La persistencia del sustrato se ve también reflejada en el
Catálogo (I, 20), cuando al expresar sus ideas sobre fonética dice:
A mi parecer, se puede establecer, por regla general, que todas las naciones
siempre conservan substancialmente la pronunciación antigua de sus
respectivos idiomas primitivos, y que la conservan no solamente aquellas
que siempre la han hablado o hablan dialectos de ellos, más también las
que, habiéndolos abandonado, hablan lenguas forasteras. 4F
4
A fin de resaltar la importancia concedida por Hervás a la fonética,
Lázaro (1949: 111) reproduce la cita extraída de la edición española Catálogo de
las lenguas de las naciones conocidas, y numeración, división y clases de éstas,
según la diversidad de sus idiomas y dialectos, Madrid, 1800-1804, en seis
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Y precisamente en la enunciación del principio de la cualidad
indeleble de la fonética reside para Lázaro (1949: 111) la más original
aportación que el estudioso español hace a la lingüística posterior. 5F
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introduce la novedad absoluta del estudio de la lengua hablada. En esta
faceta su representante más notorio es Ascoli, quien a partir de los años
setenta, aun coincidiendo con los neogramáticos en la centralidad de las
leyes fonéticas para explicar la evolución de las lenguas, adopta el concepto
de sustrato con el fin de neutralizar el excesivo peso del factor individual en
el cambio histórico de los idiomas. Para el lingüista italiano solamente
teniendo en cuenta el conjunto de los fenómenos fonéticos, morfosintácticos
y léxicos característicos de una lengua, absorbidos luego por otra lengua,
que sería la hegemónica, es decir, introduciendo en el análisis el concepto
de sustrato, el mecanismo de la evolución vuelve a ser colectivo,
determinista, previsible y explicable científicamente (Mourelle, 2002: 15
y 164) (Serianni, 1990: 49-50).
En España durante casi todo el siglo XIX se ignoran estas nuevas
líneas de investigación de la lingüística, y prueba de ello son las palabras de
Sánchez Moguel, quien todavía en los años ochenta se lamentaba de esa
automarginación:
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marzo ante la Real Academia Española, y titulado Breves consideraciones
acerca del idioma válaco o romance oriental comparado con el castellano y
demás romances occidentales, se hace referencia elogiosa a la obra de
Bopp, nombrando todas las ediciones que se habían hecho de su Gramática
(Mourelle, 2002: 164).
La llamada en favor de la gramática comparada de Monlau será
escuchada por Francisco de Paula Canalejas, quien el 28 de noviembre de
1869 lee otro discurso ante la Real Academia para cubrir una vacante, Las
leyes que presiden a la lenta y constante sucesión de los idiomas en la
historia indo-europea, en el que da una visión panorámica de la lingüística
comparada, demostrando, además, conocer bien la ley de la rotación
consonántica de Grimm. Respecto a esta última intervención académica
Mourelle (2002: 173-174) juzga que:
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3. Frente al no excesivo interés por las innovadoras corrientes
lingüísticas europeas, habrá que observar las manifestaciones normativas
hispánicas, las cuales, gracias a la fuerte tradición gramatical, son algo más
alentadoras. Si las escuelas de reciente creación estaban buscado a través de
las semejanzas fonéticas y morfosintácticas los enlaces científicamente
comprobables entre las lenguas, indagando incluso en sus orígenes más
ancestrales, las nuevas gramáticas revisarán en profundidad sus objetivos e
iniciarán a verificar las diferencias en el uso.
Ya la Gramática de la lengua castellana de la Real Academia de
1771, como ha sostenido contradiciendo el juicio negativo de la mayoría de
los historiadores Niederehe (1997), había establecido en alguna medida un
lábil puente entre las distintas corrientes en vigor en el siglo XVIII, pues a
pesar de estar excesivamente sujeta a la tradición latina, en el Prólogo
académico se habla también de «los principios que son comunes á todas las
lenguas», haciéndose eco así de las formulaciones de los maestros de Port-
Royal.
Bien es cierto que el primero que plantea abiertamente una verdadera
ruptura con el enfoque tradicional de la gramática es Juan Manuel Calleja,
de quien Calero (1986: 18) dice que sus Elementos de gramática castellana
(Bilbao, 1818) pretenden en principio seguir a los racionalistas franceses,
aunque en la práctica no conseguirá alejarse demasiado de las pautas
gramaticales académicas. 8 De hecho, el enlace definitivo y tardío con las
F
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2002: 379). Para Salvá la gramática de la lengua castellana no tiene que ser
otra cosa que el conjunto ordenado de las reglas del lenguaje que observan
en los escritos o en la conversación las personas doctas que hablan español
(Lliteras, 1992: 9); y para la autorización de dichas reglas aduce ejemplos de
escritores a partir de la segunda mitad del XVIII. Se opone, por lo tanto, a la
concepción académica, según la cual la gramática es «el arte de hablar y
escribir correctamente».
Andrés Bello, que conocía y admiraba la obra de Salvá, coincide con
él cuando afirma que la gramática de una lengua es el arte de hablar
correctamente, conforme al buen uso de las personas instruidas; pero Bello
no deja de atestiguar justamente que la de Salvá es un copioso repertorio de
modos de decir castellanos, y, en efecto, en ello radica el principal defecto
del valenciano: al no deducir reglas su pretensión de hacer una gramática
descriptiva y normativa se quedó a mitad de camino (Mourelle, 2002: 362).
La Academia, por su parte, después de la somera alusión al
racionalismo francés en su Prólogo de la edición de la Gramática de 1771,
se empieza a abrir algo a las nuevas corrientes con las ediciones de 1854 y,
sobre todo, con la 1870. En la primera, a pesar de prestar atención a las
gramáticas de Salvá y Bello, se sigue utilizando el paradigma de la
declinación latina cuando se habla del artículo, aunque por clara influencia
del lingüista americano en la de 1870 se deja de hacer. De todos modos, la
RAE es muy crítica ante una clasificación distinta de las partes de la oración
gramatical y ante la aplicación a los tiempos verbales de nombres diferentes,
puesto que si ello puede dar originalidad a las nuevas gramáticas, no creen
los académicos que sirva para enseñar mejor el idioma. Por lo que se refiere,
en concreto, a las denominaciones de los tiempos verbales, la Academia
mantiene la más antigua, aunque en 1854 introduce algunas novedades al
respecto, influida también en esta ocasión por Bello, quien a su vez había
seguido en algunos puntos a Port-Royal. En la edición de 1870 se admite,
asimismo, la separación entre el nombre sustantivo y el adjetivo, y además
se trata en cuatro partes la gramática: Analogía, Sintaxis, Prosodia y
Ortografía (Calero, 1986: 40).
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curiosamente se introduce a través de una institución, la RAE, y se mantiene
latente, más que desarrollarse, en ámbito oficial hasta transformarse a
principios del siglo XX en la tendencia predominante, aunque reconvertida
con la potenciación del enfoque historicista de Menéndez Pidal.
Precisamente el hecho de que sea la RAE la que abre sus puertas a
las nuevas corrientes teóricas del siglo XIX es una prueba más de la
separación en esta época entre el estudio científico del lenguaje y la
determinación de su norma, visto que la tendencia comparada y la
gramatical tradicional, aunque separadas y con una diferencia abismal en el
grado de adhesión y aplicación, pueden coexistir sin mezclarse dentro de la
prestigiosa institución. El conflicto no se establece, pues, entre teóricos y
gramáticos, sino más bien, por un lado, entre historicistas-comparados y
naturalistas, y por otro, entre gramáticos academicistas con secuelas
racionalistas y gramáticos rupturistas cuyo innovador objetivo es el estudio
del uso efectivo de la lengua.
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