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Un liderazgo que transforme

Secretos del discipulado cristiano

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Vicepresidente Editorial: Francesc X. Gelabert
Vicepresidente de Producción: Daniel Medina
Vicepresidenta de Mercadeo y Ventas: Ana L. Rodríguez
Vicepresidente de Finanzas: Moise Javier Domínguez

Edición del texto


Jorge L. Rodríguez

Diseño, diagramación y portada


Kathy Hernández de Polanco

Conversión a libro electrónico


Daniel Medina Goff

Copyright © 2019 de la edición en español


Inter-American Division Publishing Association®

ISBN: 978-1-78665-266-9

ISBN: 978-1-78665-390-1 eBook

Impresión y encuadernación: Editorial Nomos S. A.


Impreso en Colombia / Printed in Colombia
1ª edición: enero 2020

Procedencia de las imágenes: ®iStock, ®Shutterstock

Está prohibida y penada, por las leyes internacionales de protección de la propiedad


intelectual, la traducción y la reproducción o transmisión, total o parcial, de esta obra
(texto, imágenes, diseño y diagramación); ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia,
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En esta obra las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera, revisión de
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de acuerdo con la RV95 para una más fácil identificación.
En las citas bíblicas, salvo indicación en contra, todos los destacados (cursivas,
negritas) siempre son del autor o el editor.
Las citas de las obras de Elena G. de White se toman de las ediciones actualizadas
caracterizadas por sus tapas color marrón, o, en su defecto, de las ediciones
tradicionales de la Biblioteca del Hogar Cristiano de tapas color grana.
DEDICATORIA
Dedico este libro a mi Dios y Padre, que hace todas las cosas posibles
por medio de Cristo, para la gloria de su nombre.

A mi amada familia: Beny, Josben, Josenny y Orland,


inagotable tesoro del amor transformador de Dios en mi vida.

A mis padres y hermanos: Vianney, Manuela, Leonel y Littney,


con quienes inicié este peregrinaje de transformación.

AGRADECIMIENTOS
A la División Interamericana, en la figura de su presidente,
el Dr. Elie Henry, y sus demás dirigentes, cuyo liderazgo y compañía
ha sido una bendición transformadora en mi vida.

Al Seminario Teológico Interamericano, en la figura de su presidente,


el Dr. Efraín Velázquez y demás colegas, cuya visión ha hecho
de los principios del liderazgo transformador el fundamento
de la formación de los pastores de Interamérica.

Al Pr. Saúl Ortiz, presidente de IADPA, por haber hecho lo imposible para que este libro
viese la luz.
También al Pr. Jorge L. Rodríguez, editor de este libro,
y a Kathy Hernández de Polanco, diseñadora y diagramadora de esta obra,
por haber dado forma y belleza al texto.

A los miles de pastores, ancianos, dirigentes y miembros de iglesia


que me han motivado a escribir los conceptos
de liderazgo descritos en esta obra.

A usted, mi querido lector, cuyo liderazgo ejercerá


un papel transformador en la iglesia profética de estos tiempos.
¡Dios lo llene y lo use poderosamente!

Josney Rodríguez
CONTENIDO

Introducción
1. ¿Qué esperas de tu liderazgo?
2. Los desafíos del liderazgo espiritual contemporáneo
3. ¿Cómo evalúa Dios nuestro liderazgo?
4. ¿Qué es un discípulo?
5. Fundamentos del discipulado transformador
6. ¿Cómo lo hizo Jesús?
7. Haciendo discípulos —primera parte—
8. Haciendo discípulos —segunda parte—
9. La transformación en discípulos
10. El mayor obstáculo para la transformación
11. Una iglesia según la Gran Comisión
12. ¿Soy un líder que transforma?
Epílogo
Bibliografía
INTRODUCCIÓN

«¿ES USTED NUESTRO NUEVO PASTOR?». Aquella pregunta


retumbó como un trueno en mis oídos. Sus ojos me miraban
inquisitivamente como si me estuviera evaluando de pies a
cabeza y para mi horror ya se había percatado de que era un
joven que llevaba muy poco tiempo ejerciendo el ministerio. Dios
me ayudó a entender lo que su pregunta implicaba: una gran
incredulidad, sazonada con frustración y cocinada en vapores de
decepción. ¡Aquella fue mi «comida» de bienvenida cuando inicié
mi trabajo en aquel distrito!
Las siguientes palabras que salieron de sus labios confirmaron
mis sospechas: «¡Usted es el tercer pastor que nos envían! El
primero, aunque era pastor ordenado, no pudo hacer nada por la
iglesia, el segundo falló en su ministerio y a usted —hizo una
pausa que me pareció eterna y luego lanzó la sentencia— ¡no
sabemos por qué lo han enviado aquí ni cómo va a salir de
esta!». Ante tales palabras quedé mudo, casi en estado de shock.
El distrito que me tocaba dirigir había pasado por un largo y
agotador peregrinaje de esperanzas y frustraciones. Era pequeño
y la congregación principal no había podido llegar a ser iglesia
organizada en dieciocho años. ¡Sí, así como lo acaba de leer!
Casi podía entender la incredulidad de mi amado interlocutor
cuando me presentaron como el nuevo líder espiritual.
Aquel encuentro, a finales de agosto de 1990, marcó para
siempre mi ministerio. La posibilidad de fracasar siempre existiría
como un espectro omnipresente, los desafíos del liderazgo serían
en algunos casos aterrorizantes, mi autoridad como dirigente y a
la vez siervo de Dios podría ser juzgada, cuestionada e incluso
rechazada. ¿Cuáles serían los fundamentos y principios de mi
ministerio? Aquel día intenté dormir pensado en un solo asunto:
¿Cómo podría sobrevivir a aquella iglesia y a aquel distrito?
¿Cómo podía tener éxito en medio del conflicto espiritual que
apenas iniciaba? El distrito anterior me había enseñado que el
trabajo tenía desafíos particulares. Los resultados no habían sido
tan fructíferos como yo esperaba, y ahora me encontraba en uno
de los distritos más desafiantes de la Asociación.
Los reveses en la experiencia del liderazgo representan una
paradoja existencial para quienes somos instrumentos de Dios,
investidos de todo poder y autoridad. Como consecuencia, el
liderazgo eclesiástico está experimentando uno de los periodos
más desafiantes de su existencia. Cada día, es mayor el número
de dirigentes que caen ante escenarios abrumadores e
imposibles de manejar con efectividad. Hemos de reconocer que
esta realidad nos puede llevar al límite de la desesperación.
¿Cómo fallar ante la gran responsabilidad que hemos recibido?
¿Qué hacer para ser instrumentos poderosos de Dios y cumplir
con sus santos propósitos y recibir de sus labios las palabras de
aprobación: «Bien, buen siervo y fiel [...] entra en el gozo de tu
Señor» (Mateo 25: 21)?
Las preguntas que desafían nuestro ministerio surgen como
resultado de una compulsión espiritual que coloca sobre nuestra
conciencia el peso de aquello que Dios nos ha llamado a realizar
para su gloria. No cumplir con el propósito divino representa el
escenario más indeseado para un auténtico siervo de Dios. Su
vida, sus sacrificios, todo lo que ha sido, es o será, está sujeto a
la seguridad del deber cumplido. Pablo revela esta realidad
solemne cuando exclama: «¡Ay de mí si no anunciara el
evangelio!» (1 Corintios 9: 16).
Es importante señalar que a pesar de las circunstancias, Dios
ha dado la seguridad de éxito a cada uno de los que él ha
enviado a cumplir con la Gran Comisión. Las condiciones que
enfrentaron los siervos de Dios, los obstáculos que vencieron y
las batallas que ganaron hoy en día testifican de los innumerables
recursos que Dios nos puede otorgar para cumplir con la sagrada
encomienda. Incluso aquellas aparentes derrotas, desde la
perspectiva humana, se cuentan como las más célebres victorias
en los registros celestiales. Hombres como Jeremías, Juan el
Bautista y el mismo Pablo, ejercieron un liderazgo grandioso en
los tiempos más difíciles y por su medio se preservó un
remanente, se preparó el camino al Mesías y se predicó el
mensaje a los gentiles, respectivamente. ¡Ellos transformaron el
mundo hasta nuestros días y ahora nos toca a nosotros!
Si usted está leyendo este libro es porque desea ejercer un
liderazgo que no se limite a meras programaciones sino que
transforme las vidas de las personas y los convierta en
verdaderos discípulos que a su vez formen más discípulos. Para
lograr este objetivo veremos en los primeros dos capítulos las
expectativas y los desafíos del liderazgo pero en el tercer capítulo
contrastaremos nuestra visión con lo que Dios espera de nosotros
como dirigentes. Los seis capítulos siguientes lidiarán con el
proceso de formación de un discípulo. Veremos qué es y cómo se
comporta un discípulo, cómo Jesús hizo discípulos que
transformaron el mundo y cómo podemos reproducir el método de
Cristo en nuestras congregaciones. El capítulo 10 analiza el
mayor obstáculo para que ocurra la transformación deseada en
nuestras iglesias a la luz de la historia del único discípulo que
fracasó: Judas Iscariote. Los últimos dos capítulos presentan el
desafío de tener una iglesia conforme a la Gran Comisión y una
reflexión final que espera motivarlo a ser un líder que transforme.
El contenido de este libro representa algunas de las ideas que
considero clave para una visión acertada del ministerio que Dios
nos ha encomendado. Cada una de dichas ideas está
profundamente enraizada en la Biblia y el Espíritu de Profecía. De
forma especial tomaremos el ejemplo y las enseñanzas del líder
transformador por excelencia: nuestro Señor Jesucristo. Y como
su discípulo, es mi deseo seguir sus pisadas y ser un instrumento
para transformar las vidas de aquellos que están a mi alrededor,
llevando a cada uno a creer en Cristo para así cumplir la perfecta
voluntad divina. Le invito a ser parte de este solemne llamado a
vencer todos los desafíos para transformar vidas. ¡Bienvenido al
equipo!
UNA FRASE ATRIBUIDA A LAO TSE dice que «un viaje de mil
millas comienza con un solo paso». Muchas veces esos viajes
comienzan con arrojo e impulso, a veces parece un atrevimiento dar
ese primer paso, pero con el tiempo se cosechan los resultados de
la audacia. Esta frase de Lao Tse se puede aplicar a un sinnúmero
de situaciones: empresas, relaciones, proyectos personales y, ¿por
qué no?, también a nuestro ministerio como siervos de Dios. El viaje
que supone el liderazgo cristiano es uno que va más allá de las mil
millas, pues sus alcances se proyectan hacia la eternidad. Pero al
igual que cualquier otro viaje, hemos de empezar con el primero de
varios pasos.
EL PRIMER PASO
Si preguntamos cuál ha de ser el primer paso para desarrollar un
liderazgo que transforme es posible que en la mente de muchos
surja primero la necesidad de evaluar algunas de las realidades
internas y externas más sobresalientes que hallamos en los
desafíos comunes del liderazgo moderno de la iglesia local. Max De
Pree expresa que «la primera responsabilidad de un líder es definir
la realidad».1 Este, y no otro, constituye el inicio para un liderazgo
que transforme las apremiantes circunstancias en rotundas victorias
para el reino de Dios.
Todo verdadero cambio exitoso parte de un diagnóstico preliminar
que nos guía a comprender aún mejor las condiciones que
requieren un cambio. ¿Dónde estamos? Los líderes que trabajaron
con éxito entendieron plenamente los paradigmas, creencias o
comportamientos que requerían atención, ajuste o cambio.
Atenderemos únicamente los aspectos trascendentales en la
construcción de los fundamentos de un liderazgo que cumpla con
aquello que establece la Palabra como guía inmutable para nuestro
tiempo. Partiendo de esto, es imposible continuar avanzando sobre
la filosofía de probar cada año una nueva forma de hacer las cosas,
sin evaluar los métodos, programas o eventos a través de los
principios de la Revelación. Seguir las orientaciones de Dios
conduce inevitablemente a ver y experimentar su poder en nuestro
liderazgo.
Es la revelación divina, no el ensayo y error, aquello que nos
acercará a la patria celestial. Nuestro yo debe someterse a la
Revelación y nuestra voluntad a la voluntad divina. Dios conoce
perfectamente lo que debemos hacer y nuestros intentos humanos
de probar o implementar «planes pilotos» encubren el temor, la
incredulidad y el orgullo de nuestros corazones. Es hora de ir más
allá. Es hora de cruzar las fronteras de lo que hemos visto hasta
este momento. Elena G. de White afirma que «es importante creer
en la Palabra de Dios y actuar de acuerdo a ella en seguida,
mientras los ángeles están esperando para trabajar en nuestro
favor».2
Iniciamos este peregrinaje con un proceso que requiere reflexión
profunda en cuanto a la forma en que ejercemos nuestro liderazgo y
la manera en que Dios espera que lo hagamos. Es un paso para
evaluar la realidad en la cual nos encontramos hoy y profundizar
sobre las creencias y valores que sostienen el andamiaje de nuestro
liderazgo. No se trata simplemente de ser exitosos según los
estándares humanos, sino de ser fieles según los principios del
Cielo. Le invito a orar para que la verdad divina encuentre en su
corazón un terreno receptivo, cuyo fértil resultado sea visto por la
eternidad. A continuación, presento algunas de las realidades
espirituales sobre las cuales deseo que reflexionemos en el ejercicio
de nuestro liderazgo.
LA BÚSQUEDA DE RESULTADOS CONCRETOS
Dios escoge dirigentes de su pueblo para que sean sus
instrumentos en hacer realidad sus planes. ¿Cuál es la razón? En
medio de un mundo que como resultado del pecado está dominado
por la ley de la entropía, en el cual los sistemas tienden al desorden,
se requiere que el líder sirva para contrarrestar las intenciones del
enemigo en el ámbito espiritual. En este sentido, el verdadero
liderazgo no se trata de un accionar que mantiene las condiciones,
sino que busca un cambio positivo hacia el orden, la excelencia y el
crecimiento. Quizás por eso el salmista declara que el justo «será
como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en
su tiempo y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará» (Salmo
1: 3).
La razón por la cual necesitamos entender este importante
concepto espiritual es porque todo líder debe esperar, como
resultado de su trabajo y esfuerzo, ver el cumplimiento de la
promesa de bendición de Dios en su ministerio. Esta es una señal
de la manifestación de la voluntad de Dios en la vida de su siervo.
La Escritura señala en el Salmo 126: 6: «Irá andando y llorando el
que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo,
trayendo sus gavillas». Si no vemos frutos de nuestro trabajo hemos
de evaluar nuestro ministerio. Dicho de otro modo, podemos creer y
esperar que las promesas de Dios se cumplan conforme a su
voluntad. La Biblia muestra que Jehová estuvo con José y fue
prosperado (Génesis 39: 2); David rogó para que Dios estuviera con
su hijo y lo prosperara y así sucedió (1 Crónicas 22: 11; 29: 23); de
hecho, la Biblia señala que la construcción de su casa y del templo
fue símbolo del éxito que Dios le había dado a Salomón (2 Crónicas
7: 11; 1 Reyes 9: 1-9).
Estoy convencido de que todos deseamos tener una experiencia
exitosa en nuestro ministerio. Por tal razón, muchas veces
deambulamos exhaustos en una búsqueda incesante de resultados.
En nuestro afán por tratar de encontrar sentido a nuestros fracasos,
muchos justificamos la situación aduciendo que los resultados no
siempre son visibles. ¡Nada más lejos de la realidad! Si buscamos
con detenimiento, cada vez que se sembró la semilla, no regresó
vacía. Proponer otra teoría significaría destruir la fe y desconocer el
gran principio espiritual de la siembra y la cosecha señalado por el
hombre que sufrió tantas pruebas, sacrificios y tristezas, pero que
afirmó: «Todo lo que el hombre sembraré, eso también segará»
(Gálatas 6: 7) y luego sostuvo categóricamente: «No nos cansemos,
pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos» (Gálatas 6: 9). Pablo lo tenía muy claro respecto a la
espera de una cosecha personal y también de una cosecha en su
trabajo ministerial.
De allí que cada dirigente ha de preguntarse: «¿Cuál ha sido el
resultado de mi ministerio? ¿Tengo claro que mi liderazgo no se
medirá por la popularidad que tenga ni por los eventos o programas
que realice sino por los resultados que obtenga en la multiplicación
de lo que Dios me ha dado? ¿Lo acepto?». En su libro Una iglesia
con propósito, Rick Warren afirma categóricamente:
«Dios desea que su iglesia sea tanto fiel como fructífera. Lo
uno sin lo otro es solo media ecuación. Los resultados
numéricos no son una justificación para no ser fieles al
mensaje, pero tampoco podemos usar la fidelidad como una
excusa para nuestra falta de efectividad».3
Debemos ser fieles y efectivos; es el propósito de la iglesia,
especialmente en este tiempo cuando se requiere que seamos más
relevantes con nuestro mensaje y más transformadores con
nuestros resultados. Podremos luego definir la visión de éxito o
bendición desde el punto de vista bíblico; pero por ahora solo será
necesario resaltar que la única razón por la cual Dios espera un
verdadero liderazgo es porque espera ver un resultado que implique
la transformación de nuestro mundo un ser humano a la vez.

En nuestro andar como dirigentes resulta importante abandonar la


idea simplista de solamente evaluar la vida de los instrumentos de
Dios por los obstáculos que tuvieron que enfrentar o por la forma
como murieron. Más allá de lo que podamos observar y entender
con nuestros ojos mortales debemos evaluarlos por los resultados
que tuvieron en el cumplimiento del llamado concreto que Dios les
asignó. Hemos de preguntarnos: A pesar de las vicisitudes que
enfrentaron, ¿cuál fue el legado de su vida? ¿Fue positivo?
¿Negativo? ¿Cuál fue la cosecha de su liderazgo?
Esta razón y no otra es lo que hace más desafiante el liderazgo.
¿Cómo hacer que nuestro liderazgo produzca resultados? Y
particularmente desde la perspectiva divina, ¿cómo ver los
resultados de la presencia de Dios en nuestro ministerio? La
Escritura está llena de alusiones al propósito del liderazgo:
¡alcanzar el objetivo! Todos avanzaron en función de un propósito
que compelía su corazón. El alcance de estos objetivos y la
descripción de los resultados se ven en diversas ocasiones en el
Antiguo Testamento con la palabra hebrea salah (‫)חֵ לָ צ‬, que significa
«triunfar». Es decir, lograr exitosamente una labor o meta.4 «Ser
poderoso, efectivo. Prosperar, ser efectivo».5
En el siguiente cuadro podremos ver algunos de los textos en los
cuales aparece esta palabra y la traducción que da la Reina-Valera
en cada una de las instancias.
La lectura de estos textos nos señala que Dios está interesado en
prosperar nuestra vida espiritual y nuestro liderazgo. Este es el
propósito, el deseo de Dios y la profecía para su pueblo. ¡La misión
de Dios se cumplirá! ¡El propósito de Dios tendrá éxito!
En el Nuevo Testamento encontramos algunas palabras que
describen el avance del reino de Dios. Estas palabras siempre
enfatizan la forma en que la profecía y el deseo de Dios se cumplían
en la tierra. Algunas de estas palabras griegas son traducidas como
prosperar,6 incrementar,7 crecer,8 aumentar9 y crecimiento.10 Cada
uno de estos vocablos señalan una idea: ¡Victoria espiritual en
medio de las circunstancias más terribles vividas en el primer siglo
de esta era! ¡El mundo está siendo transformado!
Veamos algunos de los textos del Nuevo Testamento que
expresan esta idea y la forma como nuestras Biblias en español han
vertido las palabras que hemos mencionado con anterioridad.
La clave del verdadero liderazgo se encuentra en el resultado final
que Dios brinda. No está basado en la popularidad sino en el efecto
alcanzado. Jeremías, Ezequiel, Esdras, Nehemías, Juan el Bautista
y Pablo fueron líderes que enfrentaron circunstancias
desfavorables, oposición e incluso persecución; sin embargo, los
resultados de los ministerios de estos personajes son innegables:
Dios mantuvo un remanente, lo dirigió, le ayudó en la reconstrucción
del templo, las ceremonias y los muros; preparó a miles para
aceptar a Cristo y toda Europa fue trastornada por el evangelio,
respectivamente.
¿Cómo funciona esto? ¿Es automático? ¡Por supuesto que no!
Las Sagradas Escrituras señalan que la condición fundamental es
hacer la voluntad de Dios según la revelación de su Palabra y su
guía directa. Obedecer a Dios y el plan de Dios para nuestras vidas
asegura que su presencia nos acompaña y como resultado
inmediato podemos ver su bendición en lo que hacemos.
La Sagrada Escritura nos muestra que los resultados dependen de
la voluntad de Dios. El primer paso de todo líder que espera ver el
resultado prometido es asegurarse de que está cumpliendo el
propósito divino, pues lo contrario significaría el fracaso. La
comprensión de esta realidad condujo a Moisés a exhortar a su
pueblo: «¿Por qué quebrantáis el mandamiento de Jehová? Esto
tampoco os saldrá bien» (Números 14: 41). Dios había mostrado
claramente su voluntad y ahora ellos habían decidido otro camino.11
Los líderes que desean tener éxito buscarán conocer y hacer la
voluntad de Dios, la cual será siempre prosperada. La Biblia dice:
«Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía,
sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo
cual la envié» (Isaías 55: 11). ¡Qué seguridad extraordinaria para los
líderes de Dios!

EN BÚSQUEDA DE RESULTADOS DURADEROS


Después de concebir el liderazgo como la fuente de los
resultados, la siguiente pregunta fundamental que hemos de
hacernos es: «¿Qué tipo de resultados esperamos alcanzar?».
Sabemos que los resultados no siempre van acorde a las
expectativas, pero nunca van en contra de ellas. En otras palabras,
a veces no tendremos la cosecha que esperamos, pero nunca
cosecharemos si no sembramos. Esto nos lleva a la pregunta inicial:
¿Qué tipo de resultado hemos estado esforzándonos por alcanzar
como fruto de nuestro ministerio? ¿Es de impacto temporal o de
impacto eterno? ¿Son duraderos o temporales dichos resultados?
Para comprender el alcance de este principio debemos verlo a la
luz del deseo de Dios de que los cambios en el corazón humano
sean permanentes. La Biblia nos muestra a un Dios que espera una
entrega total y una transformación completa. Las medias tintas no
son de su agrado. En este sentido, las acciones que buscan una
transformación cosmética no sirven de nada. El cambio que Dios
espera es permanente como su misma naturaleza, la cual nunca
cambia. Por esto Jesús declaró: «Ninguno que poniendo su mano
en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lucas
9: 62).
A veces no tendremos la cosecha que esperamos, pero nunca
cosecharemos si no sembramos.
Tobías, intentando burlase de la obra que hacía Nehemías,
señaló: «¡Hasta una zorra, si se sube a ese montón de piedras, lo
echa abajo!» (Nehemías 4: 3, NVI). La imagen no podía ser más
clara. Para Tobías, ¡la tarea no tendría resultados permanentes! Por
su parte, Gamaliel aseguró ante el sanedrín que la obra de Dios, no
se puede «destruir» (ver Hechos 5: 39). ¡La auténtica obra de Dios
supera la prueba del tiempo y permanece!
Pablo es otro ejemplo de lo que venimos diciendo. El veterano
apóstol siempre mostró constante preocupación por aquellos a
quienes les había predicado el evangelio y por las iglesias que
había establecido. ¿Por qué? Por una simple pero solemne razón:
él estaba preocupado por la permanencia de su esfuerzo. Pablo
escribió a los hermanos en Tesalónica: «Por lo cual también yo, no
pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea
que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase
en vano» (1 Tesalonicenses 3: 5, RV60). Se puede percibir en este
texto que el apóstol tenía un claro propósito en su ministerio:
¡Buscaba resultados duraderos! ¡Una transformación permanente!
A pesar de lo que a veces percibimos en las campañas de
mercadeo, los resultados permanentes no se obtienen tras una obra
de pocos días y sin costo. Contrario a esto, son el resultado del
sacrificio, el crecimiento y la perseverancia. Las mejores intenciones
de ser felices no garantizan la felicidad automática en el matrimonio.
Tampoco el deseo de bajar de peso con rapidez asegura que este
no se volverá a recuperar en los meses sucesivos. El mundo hoy
espera resultados rápidos, pero en la mayoría de los casos, dichos
resultados, aunque rápidos, no son permanentes.
Como líderes espirituales hemos de comprender que el verdadero
éxito viene como resultado del trabajo, de mucho trabajo, y no de la
suerte ni de una visión de corto plazo. Hemos de aprender a
observar a nuestros feligreses desde una perspectiva a largo plazo
que alcanza la eternidad. No es rápido ni fácil, pero sí inmarcesible
y constante.
En Patriarcas y profetas la señora White señala que Dios, como
líder, tomó todas las precauciones necesarias para asegurarse de
que el peregrinaje que siguió el pueblo de Israel rumbo a Canaán no
anulara la libertad que él les había otorgado por medio de grandes
prodigios y demostraciones de su poder.
«En vez de seguir la ruta directa hacia Canaán, que pasaba
por el país de los filisteos, el Señor los dirigió hacia el sur,
hacia las orillas del mar Rojo. “Para que no se arrepienta el
pueblo cuando vea la guerra y regrese a Egipto”. Si hubieran
tratado de pasar por Filistea, habrían encontrado oposición,
pues los filisteos, considerándolos como esclavos que huían
de sus amos, no habrían vacilado en hacerles la guerra. Los
israelitas no estaban preparados para un encuentro con aquel
pueblo fuerte y belicoso. Tenían un conocimiento muy limitado
de Dios y muy poca fe en él, y se habrían aterrorizado y
desanimado. Carecían de armas y no estaban habituados a la
guerra; tenían el espíritu deprimido por su prolongada
servidumbre y se hallaban impedidos por las mujeres y los
niños, los rebaños y las manadas. Al dirigirlos por la ruta del
mar Rojo, el Señor se reveló como un Dios compasivo y
juicioso».12

El camino hacia los resultados permanentes puede parecer el más


difícil y largo, pero es el que nos brindará los resultados más
duraderos, incluso eternos en el caso de la salvación. Dios siempre
espera y hace todo lo posible para que los resultados de su gran
esfuerzo por salvar a la humanidad no sean en vano. No se trata
simplemente de alcanzar la cima, sino de mantenerse allí y
continuar avanzando, subiendo. Conocer esta realidad del corazón
de Dios debe conducirnos a una evaluación de la forma como
ejercemos cada día nuestro ministerio. Nuestro corazón no puede
enfocarse simplemente en lo que hacemos sino en la permanencia
de ello. No simplemente por nuestras intenciones, sino por nuestro
esfuerzo y estrategia para lograr tan sublime fin.
Tal visión nos lleva a la inevitable conclusión de que los resultados
que la iglesia espera de nosotros como fruto del trabajo del
liderazgo deben tocar y transformar el corazón de las personas que
dirigimos y ministramos, si esperamos que sean permanentes. De lo
contrario, obtendremos un resultado cosmético, unos buenos
programas o eventos aislados pero nada más de ahí. No ocurrirá un
verdadero cambio en la forma como ocurren las cosas y
permaneceremos en el terreno de lo esporádico y efímero. Es hora
de comprometernos como instrumentos de Dios en la realización de
su sueño: ¡Un resultado permanente! ¡Un resultado eterno!

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Qué puedo hacer para que mi iglesia comprenda que los
resultados eternos son más significativos que los de a corto plazo?
2. ¿De qué manera puedo enfocar mi liderazgo en lo que realmente
importa?
3. ¿En qué orden de prioridad colocaría sus talentos y destrezas de
manera que pueda utilizarlos para desarrollar un liderazgo que dé
resultados eternos?
4. ¿Qué aspecto de su realidad cree que es el más desafiante en el
presente? ¿Cuál es el que le ofrece más oportunidades?

__________
1. Citado por Greg J. Ogden, Discipulado que transforma: El modelo de Jesús (Barcelona:
Editorial CLIE, Edición de Kindle, 2009). Posición en Kindle 418-419.
2. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 38, p. 398.
3. Rick Warren, Una iglesia con propósito (Miami, Florida: Editorial vida, 1998), p. 70.
4. James Swanson, Diccionario de idiomas bíblicos: Hebreo (Bellingham, Washington:
Lexham Press, 2014).
5. Moisés Chávez, Diccionario de hebreo bı́blico (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano,
1992), p. 576.
6. εὐοδόω (fut. εὐ οδώσω; 1 aor. εὐ ώδωσα; fut. pas. εὐ οδωθήσομαι). Guiar por buen
camino, irle bien a uno, prosperar, realizar una ganancia. A.T. ‫ הָ חָ נ‬qal., Gén. 24: 27. ‫הָ חָ נ‬
hi., Gén. 24: 48. 1 ,‫ ץ ַָרּפ‬Crón. 13: 2. ‫ חֵ לָ ַצ‬qal. Isa. 54: 17. ַ‫ חֵ לָ צ‬hi., Gén. 24: 40. ‫ חַ ְלצ‬aph.,
Esd. 5: 8. ‫ הָ ָרק‬hi., Gén. 24: 12. ‫ הַ צָ ר‬Jer. 14: 10. ‫ לַ כָׂש‬hi., Prov. 17: 8. N.T. Irle bien a uno,
prosperar, realizar una ganancia: Rom. 1: 10; 1 Cor. 16: 2; 3 Juan 2. Alfred E. Tuggy,
Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano,
2003), p. 392.
7. αὐξάνομαι (auxanomai), αὐξάνω (auxanō): vb. [ver 891]; ≡ Strong 837; TDNT 8.517—1.
LN 59.62 incrementar, crecer, propagar, extender (Col. 1: 10; Hech. 19: 20); 2. LN 59.63
causar el incremento (2 Cor. 9: 10); 3. LN 23.188 crecer, plantas o humanos (Luc. 2:
40; 12: 27; Col. 2: 19; Mat. 6: 28 v.l.); 4. LN 87.37 gozar de un mayor respeto, elevar la
posición (Juan 3: 30); 5. LN 78.5 (dep.) aumentar, crecer en el grado de una condición
(2 Cor. 10: 15; Col. 1: 6, 10). James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego
(Nuevo Testamento) (Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
8. αὐξάνω y αὔξω (imperf. ηὔξανον; fut. αὐξήσω; 1 aor. ηὔξησα; 1 aor. pas. ηὐξήθην; perf.
ηὔξηκα). Aumentar, agrandar, crecer, desarrollarse. A.T. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-
español del Nuevo Testamento, p. 142.
9. ὑπεραυξάνω (hyperauxanō): vb.; ≡ Strong 5232; TDNT 8.517—LN 78.6 aumentar en
gran manera, formalmente, crecer más y más (2 Tes. 1: 3). James Swanson, Diccionario
de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento).
10. αὔξησις (auxēsis), εως (eōs), ἡ (hē): s.fem.; ≡ Strong 838—LN 23.188 crecimiento,
aumento (Efe. 4: 16; Col. 2: 19). James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos:
Griego (Nuevo testamento).
11. Este es el mismo concepto presentado en 2 Crónicas 24: 20. Zacarías señala que
desobedecer a Dios trae como consecuencia el fracaso.
12. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 25, p. 254.
«¿CÓMO ES QUE USTED PUEDE en solo dos meses organizar su
distrito para tener tanto éxito?». La pregunta surgió de mis labios,
franca, inquisidora y hasta suplicante. A mi lado estaba sentado uno
de los pastores de más experiencia mientras el camino se perdía en
la oscuridad iluminada por los faros de aquel Chevrolet. Aquella
noche de mayo del año 1992 tuve una conversación fascinante que
transformó mi ministerio.
Después de iniciar mi ministerio a principios de la década de 1990
encontré muchos desafíos, especialmente la incredulidad y el
escepticismo que mencioné en la introducción. Al principio pensé
que sería muy fácil alcanzar mis objetivos (la forma más común de
pensar cuando se es joven e inexperto), pero luego me di cuenta de
que dirigir la congregación era un verdadero desafío. En mi caso
tenía seis congregaciones que esperaban que un ministro que
todavía no había sido ordenado pudiera hacer las cosas como
muchos pastores de experiencia. Imagina cómo me sentía.
¿Asustado? ¡Sí! ¿Preocupado? No era para menos. ¿Desesperado
por una guía? ¡Era lo que más deseaba!
«Josney —dijo con aquella voz grave y con tono calmado—, lo
más importante en el ministerio es conocer los desafíos que vas a
enfrentar». Aquella frase llegó hasta lo más profundo de mi corazón.
¿Qué líder de una congregación que sufre por sobrevivir, no busca
con desesperación un guía que pueda brindarle consejos y
soluciones, o en el mejor de los casos, señalarle los problemas que
enfrentará al transitar por ese sendero inhóspito e incierto? Porque
si usted sabe lo que enfrenta, conoce sus debilidades y entiende por
qué muchas veces sus esfuerzos han sido infructuosos, puede más
rápidamente corregir el rumbo para llegar a su destino anhelado.
Eso es precisamente lo que intento, apreciado lector, al continuar
abordando las realidades y desafíos del devenir del liderazgo
eclesiástico. ¡Descubrir a qué nos enfrentamos! De esto depende el
crecimiento de un líder que puede lograr una transformación en su
congregación. ¿Qué otros aspectos constituyen los desafíos del
líder contemporáneo?
¿IMITAREMOS EL MODELO DE CRISTO?
El primer gran desafío estriba en el modelo de liderazgo que
esperamos seguir. La literatura cristiana está repleta de materiales
que señalan la importancia de seguir los principios de Cristo en el
liderazgo. Su vida, sus palabras y métodos son analizados en
búsqueda de principios que nos guíen hacia el éxito. ¿Pero qué nos
dice la Revelación acerca del más importante compromiso que debe
tener el líder para cumplir su propósito de forma extraordinaria?
Jesús lo dijo claramente: «Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Marcos 8: 34). Este
principio en un mundo que sucumbe cada vez más a la
complacencia propia muchas veces se ignora por completo. Sin
embargo, la Biblia y el Espíritu de Profecía demuestran que este
constituye la base del verdadero liderazgo. No se trata de
habilidades naturales, ni de dones espirituales, sino de una actitud
del corazón. Los líderes que comprenden esta verdad y la aplican a
su vida alcanzarán resultados que antes solo soñaban con alcanzar.
Imitar a Cristo y seguir sus pisadas, aún más, ejercer un liderazgo
como el suyo requerirá seguir sus tres principios fundamentales:
¡Negación, abnegación y sacrificio! En el presente, así como en el
pasado, más allá de las persecuciones, prisiones o cárceles, el
liderazgo que busque asemejarse al de Cristo debe estar dispuesto
a pagar el precio. La confusión en cuanto al concepto de liderazgo
prevalecía aún en los discípulos de Cristo. Muchos estaban
pensando primero en las recompensas, en la autoridad y el poder.
Pero Cristo aclaró a quienes esperaban alcanzar un resultado
humano elevado, el principio más básico: «¿Podéis beber del vaso
que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo
soy bautizado?» (Mateo 20: 22).
El liderazgo bíblico está signado por un bautismo en las aguas de
la abnegación, el esfuerzo y el sacrificio. Contrario a la mentalidad
que promueve el liderazgo como la experiencia más gratificante, el
líder espiritual es una persona que está dispuesta a enfrentar
naufragios, azotes, difamación, hambre, soledad, cárcel y muerte.
Muchos admiran a los grandes líderes, como si se asombraran del
tamaño de un iceberg, pero olvidan que mientras más grande es lo
que se ve sobre el agua, aún mayor es lo que está por debajo. Los
mismos reflectores que nos permiten ver lo que nos sorprende del
liderazgo de una persona, muchas veces nos impiden ponderar con
justicia todos los sacrificios que están ocultos de nuestra vista.
¿Cuál es su visión del liderazgo? ¿Se trata de beneficios o
recompensas? Quizás, si profundizamos en nuestro corazón,
diremos como Pedro ante el desafío del sacrificio y la muerte de
Jesús: «Ten compasión de ti; en ninguna manera esto te
acontezca» (Mateo 16: 22, RV60). La respuesta de Cristo a la
sugerencia de su amado discípulo muestra con claridad el principio
del liderazgo de Cristo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me
eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en
las de los hombres» (Mateo 16: 23, RV60). No se trata de buscar
nuestros propios intereses, sino de ponerlos en el altar del sacrificio
para que los intereses de Dios se cumplan.
¿Qué espera Dios de usted en el lugar donde se encuentra?
¿Está dispuesto al sacrificio? ¿Cuántos de sus intereses está
dispuesto a poner a un lado? Elena G. de White lo plantea de esta
forma:
«Todo hombre tiene su lugar en el eterno plan del cielo. El que
lo ocupemos depende de nuestra fidelidad en colaborar con
Dios. Necesitamos desconfiar de la compasión propia. Jamás
os permitáis sentir que no se os aprecia debidamente ni se
tienen en cuenta vuestros esfuerzos, o que vuestro trabajo es
demasiado difícil. Toda murmuración sea acallada por el
recuerdo de lo que Cristo sufrió por nosotros. Recibimos mejor
trato que el que recibió nuestro Señor. “¿Y tú buscas para ti
grandezas? No las busques” (Jeremías 45: 5). El Señor no
tiene lugar en su obra para los que sienten mayor deseo de
ganar la corona que de llevar la cruz. Necesita hombres y
mujeres que piensen más en cumplir su deber que en recibir la
recompensa; hombres más solícitos por los principios que por
su propio progreso».1
Más que una corona sobre su cabeza, el líder espiritual buscará
vehementemente la grandeza de Dios en su ministerio y el
cumplimiento del propósito divino en su vida. Este es un reflejo del
mismo espíritu del cielo. Elena G. de White sostiene que el plan de
salvación se trazó en «base a un sacrificio, amplio, profundo y
elevado que resulta inconmensurable».2 La ausencia de abnegación
es una «negación del nombre Cristiano».3 Pablo exhorta a los
cristianos a no buscar lo «suyo propio», sino lo de Cristo (Filipenses
2: 21). ¿Qué pasaría si verdaderamente el dirigente y la iglesia
imitaran a Cristo? Según la revelación del Espíritu de Profecía la
obra progresaría «diez veces con más fuerza».4
Estoy convencido de que solo cuando el espíritu de sacrificio se
manifieste en cada dirigente en todos los niveles de la iglesia
presenciaremos una transformación en la iglesia. Pablo experimentó
profundamente este principio y su impacto aún hoy perdura. Él
escribió: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Corintios
11: 1, RV60). Cuando esta actitud se ejemplifique en los dirigentes,
bajo la influencia del Espíritu Santo, en la misma proporción
veremos una iglesia cuya fuerza aumentará diez veces más. Este, y
no otro, es el principio más importante del liderazgo bíblico que imita
a Cristo tomando su cruz.5 Le invito a orar a Dios y a ser parte de
los que aceptan su llamado. Le invito a suplicar e invitar a Cristo a
vivir en usted y a cumplir su voluntad. Es hora de desechar la visión
autocomplaciente del hombre posmoderno y vivir la vida de Cristo:
¡en Cristo, por Cristo y para Cristo!
LA NECESIDAD DE UN CAMBIO SISTÉMICO
El segundo desafío surge de la forma como evaluamos las
situaciones. Cuando identificamos correctamente el problema y lo
comprendemos en su totalidad, la verdadera solución aparece más
claramente. Muchos de los problemas del liderazgo moderno
radican en que no se ha identificado la problemática real de la
iglesia. Se observan los efectos por separado y se busca atenderlos
de forma individual, pero se desconocen las verdaderas causas o la
gran causa que origina esta realidad. Se trata más de vivir corriendo
para atender a los síntomas que arrancar de raíz y de forma
definitiva aquello que los ocasiona. Como consecuencia, los
problemas solo desaparecen temporalmente y nos encontramos en
una lucha interminable, casi imposible, por intentar eliminarlos.
Finalmente nos damos cuenta de que el problema es crónico y que
los métodos convencionales no ofrecen una solución permanente.
La frustración y el agotamiento suelen aparecer ante una realidad
que no parece mejorar. La razón de todo esto es que no se ha
identificado claramente la causa del problema. Necesitamos un
nuevo enfoque ante la realidad que nos ha azotado durante muchos
años y que amenaza con ganarnos la guerra.
Permítanme ejemplificarlo de la siguiente forma. Para ello deseo
que recuerde la historia de los cinco ciegos que deseaban saber
qué era un elefante. Uno de ellos lo tocó en la trompa y dijo que el
elefante era como una gran serpiente; otro, después de tocar sus
colmillos, afirmó que era dos lanzas, el tercer ciego palpó el cuerpo
del elefante y sostuvo que se trataba de una pared; el cuarto ciego
señaló que era una columna, tras sentir una de las patas del
elefante; y el quinto ciego aseguró que simplemente se trataba de
una cuerda, luego de sujetar la cola del animal. Pregunto: ¿Qué era
entonces el elefante? El análisis de los problemas de forma
particular nos impide ver el cuadro completo y como tal, definirlo
también de forma apropiada.
Para comprender aún mejor, veamos cómo se aplica la parábola
de una visión holística para atender las causas y resolver de forma
definitiva la mayor parte de los problemas de salud. Según Hyman,
la diabetes y la obesidad son una de las causas fundamentales de
«enfermedades cardíacas, demencia, cáncer y muerte prematura en
el mundo, y es provocada casi totalmente por factores
medioambientales y de estilos de vida».6 Esto significa que es
evitable o curable. La forma común de atender estos problemas es
por medio de pastillas que puedan solucionar los síntomas de
hipertensión, insulina para regular los niveles de azúcar en sangre,
medicinas para eliminar la grasa del hígado... La mayoría de los
pacientes prefiere un método rápido que atiende a los síntomas
pero que no soluciona la verdadera causa del problema: la
necesidad de un cambio en el estilo de vida. Para abordar los
problemas crónicos no los podemos ver de forma separada, sino de
forma integral. No podemos continuar atendiendo a los síntomas,
con soluciones temporales y separadas de los problemas de
asistencia, falta de compromiso, carencia de unidad y un elevado
nivel de deserciones. Estos son solo señales, síntomas de un
problema sistémico. La medicina puede bajar el azúcar de forma
temporal, pero no evitará que vuelva aparecer. Un evento podrá
brindar una sensación de calma, pero con el correr del tiempo sus
efectos desaparecen. Para tratar las enfermedades espirituales
debemos atender el todo. El cuerpo humano es un todo, así como el
cuerpo espiritual también es un todo. El tratamiento debe dirigirse a
las verdaderas causas y como consecuencia se eliminarán múltiples
síntomas y los efectos colaterales.
Los dirigentes religiosos en los tiempos de Cristo se esforzaron
por atender a los síntomas y diseñaron una explicación detallada de
lo que significa el secreto para una vida espiritual exitosa. La
cantidad de pasos que se podían dar en el día sábado, la forma
como debían comer (ver Mateo 15: 1-2), vestir y adorar. No obstante
Jesús los reprendió por perder la perspectiva de lo más importante.
Se dedicaron a velar por lo externo, regir la conducta, señalar lo que
se ve, y olvidaron priorizar la transformación de lo más profundo, la
causa de todo: su corazón. Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el
comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la
misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer
aquello» (Mateo 23: 23, RV60). Jesús nos invita a tener una visión
más integral de lo que significa la vida espiritual, y a establecer las
prioridades correctamente.
Tener la definición correcta de lo fundamental y una visión integral
que establezca las conexiones entre las partes y la causa real
transformará al líder, sus paradigmas y estrategias. Pero sobre todo,
sabrá qué hacer para mover sus iglesias según el plan de Dios.
¡Este es el secreto de la transformación verdadera! En los
siguientes capítulos ampliaremos esta visión.
LA VISIÓN DE DIOS, MI VISIÓN, LA VISIÓN DE LA IGLESIA
El tercer gran desafío tiene que ver con la palabra «visión». Lo
que determina el éxito o el fracaso de una organización es la
claridad de la visión de quienes la conforman. ¿Qué esperamos
como resultado de nuestros esfuerzos? No se trata simplemente de
lo que hacemos, sino de los resultados que esperamos. La unidad,
coherencia y compromiso con la visión implica fuerza y eficacia. Por
lo contrario, el cambio de visión, la diversidad y desconocimiento de
la misma producirá parálisis, desánimo y fracaso. De allí que, si se
espera que la iglesia se mueva victoriosamente, se requerirá una
visión clara, única y constante.
¿Cuál es la visión? En definitiva, no puede ser la visión del líder
local. Muchos personalizan la visión y no la alinean con la visión de
Dios, por lo que el resultado es una visión corta, sesgada y
temporal. Cuando venga otro líder, tratará de transmitir su propia
visión, y como resultado la iglesia avanzará o retrocederá según el
liderazgo que le toque. ¿Es ese el plan de Dios para el liderazgo
bíblico? ¿Acaso no deberíamos avanzar siempre unidos para el
cumplimento de la visión de Dios? Si la iglesia es de Cristo y él es la
cabeza, ¿no deberíamos someternos a su visión? Los métodos y
medios pueden variar pero todos debemos saber cuál es nuestro
destino. El liderazgo bíblico no trata de la construcción de nuestra
propia visión o sueño, sino del sueño y propósito de Dios. No somos
dueños, sino siervos, y la humildad en el sometimiento a la voluntad
divina, a través de las generaciones, permitirá un avance constante,
creciente y con celeridad. Después de todo no se trata de nuestra
iglesia, sino de la iglesia de Dios.
El liderazgo a través de la historia de la iglesia debe parecerse
más a una carrera de relevos que a una competencia individual. Sin
duda que Dios nos señalará cuál será el derrotero que necesitamos
recorrer para entregar el testigo al que continuará el siguiente tramo
de la carrera; pero el propósito de todos los corredores es cumplir
su función, que se haga la visión de ganar la competencia. Esta
unidad de visión es la que Pablo señala cuando dice: «Yo planté,
Apolos regó» (1 Corintios 3: 6). Todos edificamos sobre otro
fundamento. Es la misma visión que intentamos construir en
conjunto. Muchas iglesias sufren al ver en sus líderes diversidad de
visiones. Una iglesia sujeta a cambios constantes de énfasis dejará
de creer, de trabajar y de avanzar. Es importante que la iglesia
tenga una visión bien definida, unida, constante.
En su libro El poder de la visión, George Barna señala, luego de
haber realizado más de 200,000 entrevistas, que «muchos pastores
no entienden la visión de Dios para su ministerio».7 De hecho «ni
uno de cada diez pastores de las iglesias protestantes puede
articular la visión de Dios para su iglesia».8 La pregunta que
debemos hacernos es si esto está pasando también en la Iglesia
Adventista. El resultado de esta realidad lamentable son iglesias y
líderes frustrados, con ministerios que degeneran en egoísmo,
mediocridad y autocomplacencia. La realidad es que existe una
profunda necesidad de una visión clara y compartida por todos.
Porque si la iglesia espera cumplir su tarea con efectividad, el
liderazgo y los miembros deben comprender que la visión no es
nuestra sino de Dios y «el éxito en el Reino no se trata de nuestros
logros personales o grupales, sino de cómo trabajamos juntos para
el bien mayor y los fines del Reino».9
Hoy, tras estudiar una vez más la historia de Noé, no puedo dejar
de imaginarme cómo todos los que habían trabajado en la
construcción del arca tuvieron una visión común. Esa perspectiva
superaba las agendas personales. Sin dudar se habían sometido al
propósito divino y a su plan revelado. No solo la visión provenía de
Dios, sino que la forma, estrategia de construcción, e incluso el uso
que se daría a la embarcación venía directamente de él. Noé, como
los demás, solo sirvió de instrumento para su ejecución. Al final, la
Escritura afirma que Noé «hizo conforme a todo lo que Dios le
mandó» (Génesis 6: 22, RV60).
El buen liderazgo espiritual conlleva que el yo, los deseos
personales y las aspiraciones humanas deben siempre sujetarse a
la visión divina. La humanidad no debe, ni puede, ocupar el lugar de
Dios, anteponiendo sus propios intereses, a riesgo de deambular en
este desierto por muchos años. En la iglesia no se trata de hacer lo
que yo quiero, sino lo que Dios quiere, si esperamos con sinceridad
alcanzar la visión y el destino que tenemos. Los cargos y las
responsabilidades vienen con el solo propósito de hacer realidad los
planes y visiones de Dios para su iglesia. No se trata de un
concurso de popularidad o satisfacciones de ego, sino de una
jornada de sometimiento, humildad y obediencia. El líder que sigue
los principios bíblicos, jamás antepondrá su visión, interés o
propósitos egoístas a los elevados, inmarcesibles y abarcantes
intereses de Dios.
Gary Keller afirma en su libro The One Thing que «una sola cosa»
es la sorprendente y simple verdad para alcanzar resultados
extraordinarios.10 ¿Podemos como iglesia decir que estamos
avanzando enfocados en una sola cosa, unidos en un solo propósito
y construyendo juntos una sola arca, no varias con diferentes
medidas y planos según los gustos?
La confusión de visiones y la pérdida de la misma resultan tan
contraproducentes como no tener ninguna visión o seguir una
errónea. Satanás ha usado estas estrategias para detener el avance
del reino de Dios en la tierra. Jesús entendía esta verdad cuando
escogió a sus discípulos para la tarea. Él esperaba que ellos
pudieran trabajar unidos, sin diferentes visiones, propósitos y sentir.
Elena G. de White señala: «A fin de realizar con éxito la obra a la
cual habían sido llamados, estos hombres, de diferentes
características naturales y hábitos de vida, necesitaban unirse en
sentimiento, pensamiento y acción».11
Hace muchos años, mientras leía el tomo ocho de la extraordinaria
colección Testimonios para la Iglesia, recién traducida e impresa al
español por IADPA, encontré una parábola de Elena G. de White
que muestra la realidad de la problemática de la pérdida de la visión
correcta de nuestra iglesia. Permítanme colocar varios párrafos para
su estudio y reflexión.
«Dios ha hecho a su pueblo mayordomo de su gracia y verdad,
y ¿cómo considera él su descuido de no impartir estas
bendiciones a sus prójimos? Supongamos que una distante
colonia perteneciente a la Gran Bretaña está en grande aprieto
debido al hambre y a una guerra inminente. Multitudes mueren
de inanición, y un poderoso enemigo se congrega en la
frontera, amenazando acelerar la obra de destrucción. El
gobierno del país abre sus despensas; la caridad pública fluye
en abundancia; el socorro abunda por todos lados. Una flota
cargada de los preciosos medios de existencia es enviada a la
escena de sufrimiento, acompañada de las oraciones de
aquellos cuyos corazones fueron conmovidos a proveer ayuda.
Y por un tiempo la flota navega directamente hacia su destino.
Pero, habiendo perdido de vista la tierra, el entusiasmo de los
encargados de llevar provisiones a las víctimas hambrientas
disminuye. Aunque están ocupados en una obra que los hace
colaboradores con los ángeles, pierden las buenas
impresiones que tuvieron al salir. Por intermedio de los malos
consejeros entra la tentación.
»En el trayecto yace un conjunto de islas y, aunque harto lejos
de su destino, deciden hacer escala. La tentación que ya ha
entrado se hace más fuerte. El espíritu egoísta del lucro se
apodera de sus mentes. Se presentan oportunidades de
negocio. Se persuade a los que están a cargo de la flota a
permanecer en las islas. Su propósito original de misericordia
se pierde de vista. Se olvidan del pueblo hambriento al cual
fueron enviados. Las provisiones que se les habían
encomendado son usadas para su propio beneficio. Los
recursos de beneficencia son desviados por cauces de
egoísmo. Intercambian los medios de subsistencia por la
ganancia egoísta y dejan que sus prójimos mueran. El clamor
de los que perecen asciende a los cielos y el Señor apunta en
su registro la historia del robo.
»Pensemos en el horror de ver morir a seres humanos porque
los encargados de los medios de auxilio fueron infieles a su
cometido. Se nos hace difícil reconocer que el hombre pudiera
ser culpable de un pecado tan terrible. Sin embargo, se me
instruye a deciros, mi hermano, mi hermana, que los cristianos
diariamente repiten este pecado».12
La razón del principal pecado de la iglesia viene como resultado
de perder de vista su propósito original. La visión deja de tener
sentido, su cumplimiento deja de ser relevante y su realización una
urgencia dominante. Los corazones se enfrían, diciéndose a sí
mismos que no es necesaria tanta premura, esfuerzo y sacrificio. A
menudo decimos que la obra finalmente se realizará, con nosotros,
sin nosotros o a pesar de nosotros. Pero quizás la frase debiera ser
una pregunta: ¿Por qué la obra no puede ser terminada por
nosotros?
Es hora de terminar de llevar nuestras «provisiones» a quienes las
están esperando. Es ahora el tiempo de terminar la construcción del
arca. Creo firmemente que Dios está levantando una generación
que entenderá lo que significa por experiencia la declaración de
Elena G. de White que está registrada en el tomo 9 de Testimonios
para la iglesia: «Si los cristianos actuaran de concierto, avanzando
como un solo hombre, bajo la dirección de un solo Poder, para la
realización de un solo propósito, conmoverían al mundo».13
¿QUIÉNES SOMOS?
El cuarto gran desafío tiene que ver con la identidad. Para
entender plenamente lo que debemos hacer, necesitamos primero
definir quiénes somos. La identidad es lo que determina el
comportamiento. Si bien existe una comprensión de nuestra
identidad histórica, en algunos casos dicha identidad no se ha
transmitido a la nueva generación y en otros casos, cuando existe,
es contradictoria, inclinada hacia un extremo conservador e histórico
o, por el contrario, hacia el liberalismo contemporáneo.14 La
naturaleza de estos paradigmas pugnan por señalar la tarea,
basados en su comprensión de la identidad desde su perspectiva.
Siendo sincero, ambas tienen sus razones y en algunos casos estas
posiciones no deben ser consideradas excluyentes. Alguien afirmó,
con justicia, que en muchos casos los extremos se tocan. Sin
embargo, la aceptación de su existencia nos permite evaluar
nuestra propia inclinación y, como líderes espirituales, buscar con
humildad cuál es la visión de Dios, cuya perspectiva y visión supera
infinitamente la nuestra;15 reconociendo que nuestra única
oportunidad de entenderla es sostenernos en lo que él nos ha
revelado (ver Deuteronomio 29: 29). Dicho en las mismas palabras
del profeta: «¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto,
es porque no les ha amanecido» (Isaías 8: 20). En este sentido, no
se trata de definir una posición centrista, sino de establecer el
enfoque divino sostenido en la Revelación, que nos permita andar
por los caminos de Dios en este tiempo.
¿De dónde, entonces, surge nuestra identidad? La identidad es
resultado de las creencias y los valores que hemos aceptado. Estas
creencias nos permiten entender el mundo, interpretar lo que nos
rodea y dar sentido a nuestros actos. Es por ello que como
dirigentes y miembros debemos tener claro lo que somos. Por
supuesto, nuestra concepción como líderes, determinará en gran
medida la comprensión que la iglesia tenga de su identidad; y por
consiguiente, la forma como entiende su contexto y se comporta.
El problema más importante del pueblo de Israel fue la pérdida de
identidad. Olvidaron quiénes eran y por consiguiente perdieron su
misión. Tal confusión les llevó a intentar imitar a los otros pueblos
copiando sus costumbres, imitando su liderazgo e incorporando sus
dioses y sistemas de adoración. La apostasía fue simplemente el
resultado de la ausencia de identidad. Dios los había escogido para
ser su especial tesoro, su instrumento por medio del cual su poder y
gloria se iba a mostrar en todo el mundo, y ellos prefirieron sujetarse
a la identidad de sumisos esclavos, plagiadores y dependientes de
las ideas del reino de Satanás. Siendo pueblo de Dios, escogieron,
ser siervos de Satanás. El resultado inevitable fue el rechazo de
Dios. El profeta Isaías nos dice:
«Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña.
Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado
y despedregado y plantado de vides escogidas; había
edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella
un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres.
Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad
ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña,
que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que
diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora
lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será
consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que
quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo
y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen
lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos
es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa
suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí
clamor» (Isaías 5: 1-7).
¡Una verdadera viña no da uvas silvestres! Nuestros frutos
deberían ir en consonancia con lo que somos, pero en la historia del
pueblo de Israel, eso no ocurrió. Como resultado de su apostasía,
su fruto no fue el que Dios esperaba. Su identidad cambió y como
resultado también cambiaron los frutos que dio, evidenciados en su
conducta. Podría haberse asemejado al fruto que Dios esperaba,
pero como no fue así, Dios tomó una decisión. No se trata
simplemente de hacer algo parecido a lo que Dios espera sino
conforme a lo que él espera. Elena G. de White realizó el siguiente
comentario de este pasaje:
«Los hijos de Israel debían ocupar todo el territorio que Dios
les había señalado. Las naciones que habían rehusado adorar
y servir al Dios verdadero, debían ser despojadas. Pero Dios
quería que mediante la revelación de su carácter por Israel, los
hombres fuesen atraídos a él. La invitación del evangelio debía
ser dada a todo el mundo. Por la enseñanza del sistema de
sacrificios, Cristo debía ser ensalzado ante las naciones, y
habrían de vivir todos los que mirasen a él. Se unirían con su
pueblo escogido todos los que, como Rahab la cananea y Rut
la moabita, se apartaran de la idolatría para adorar al Dios
verdadero. A medida que aumentase el número de los
israelitas, debían ensanchar sus términos, hasta que su reino
abarcase el mundo entero».16
«Pero en su historia fue más frecuente que sus hijos se
olvidaran de Dios y perdieran de vista el gran privilegio que
tenían como representantes suyos. Lo privaron del servicio que
él requería de ellos, y privaron a sus semejantes de la
dirección religiosa y del ejemplo santo que debían darles.
Desearon apropiarse de los frutos del viñedo sobre el cual
habían sido puestos como mayordomos. Su codicia los hizo
despreciar aun por los paganos; y el mundo gentil se vio así
inducido a interpretar erróneamente el carácter de Dios y las
leyes de su reino».17

Debemos partir de la idea de que somos representantes del


carácter de Dios e instrumentos de su propósito en esta tierra.
Quiero subrayar que el entendimiento de esta verdad define lo que
somos como creyentes y como líderes. ¡Somos instrumentos de
Dios! Cualquier visión humanista desaparece ante esta realidad.
Somos de Dios y él es nuestro. Y nuestro vivir y pensamiento son
suyos, para cumplir sus propósitos. Pablo afirma: «Ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2: 20).
Esta perspectiva nos invita a comprender el solemne privilegio al
cual hemos sido llamados. La realidad es que lo que define nuestra
identidad es lo que Dios es para nosotros y nosotros somos para él.
Esta visión de la relación vertical determina nuestro comportamiento
horizontal con nuestros semejantes. Lo que somos en Dios y él es
para nosotros, orienta la identidad de lo que somos para otros y
ellos son para nosotros. En este sentido debemos preguntarnos
cuál es nuestra identidad particular como pueblo adventista.
¿Quiénes somos? Permítanme dejar que sea el mismo Espíritu de
Profecía que lo clarifique para luego evaluarlo a la luz de la Palabra
de Dios:
«Dios tiene en la tierra una iglesia que está ensalzando la ley
pisoteada y presentando al mundo el Cordero de Dios que
quita los pecados del mundo».18
«Existe solamente una iglesia que está actualmente en la
brecha, reparando el muro, reedificando las ruinas».19
«Tengan todos cuidado de no hacer declaraciones contra el
único pueblo que está cumpliendo la descripción que se da del
pueblo remanente que guarda los mandamientos de Dios, [y]
tiene la fe de Jesús [...]. Dios tiene un pueblo distinto, una
iglesia en la tierra, que no es inferior a ningún otro, sino
superior a todos en su capacidad de enseñar la verdad y
vindicar la ley de Dios [...]. Hermano mío, si usted está
enseñando que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es
Babilonia, está equivocado».20
¿Quiénes somos? Un pueblo que ha quedado, ¡un remanente!,
distinto y superior a todos en su capacidad de cerrar la brecha del
muro en ruinas del plan eterno, enseñando la verdad de la ley y la
gracia de Dios. Tomemos un momento para analizar y reflexionar
detenidamente sobre esta declaración. Tomemos tiempo para
meditar en el alcance de esta declaración como definición de lo que
somos, y al mismo tiempo, como elemento de evaluación de lo que
hacemos. Tomemos tiempo para orar y pedir a Dios que podamos
vivir y compartir la esencia de lo que somos.
El libro de Apocalipsis señala con prístina claridad la identidad y el
papel de este pueblo. No es el propósito de esta sección explicar los
detalles y argumentos. Otros libros y documentos lo pueden hacer
mejor, pero en los primeros dos textos encontramos las
características de nuestra identidad, y en el último texto, el papel
profético que nos toca cumplir.
1. «Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a
hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que
guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de
Jesucristo» (Apocalipsis 12: 17).
2. «Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apocalipsis 14: 12).
3. «Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran
poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria» (Apocalipsis 18: 1).
La identidad de la iglesia se sostiene en su completa relación de
obediencia, entrega y sumisión a los mandamientos de Dios y en su
absoluta confianza en el poder de Cristo, que la ha hecho santa y la
ha escogido para que cumpla el papel profético de mostrar la gloria
del carácter divino en todo el mundo. Nuestro nombre expresa
nuestra confianza y fe en Cristo y su venida, y en nuestra fidelidad a
la voluntad de Dios expresada en su Palabra. ¡Somos la Iglesia
Adventista del Séptimo Día! Saberlo, nos permite entender nuestras
raíces y aceptar nuestro destino.
Además, la identidad elimina el pensamiento de poca estima y nos
empodera para la gran tarea que debemos cumplir. Y sobre todo,
sirve de brújula para mantenernos en nuestro camino, evitando
desviarnos de nuestro propósito. Por ello, el liderazgo de la iglesia
en todo lugar y tiempo está llamado a definir constantemente la
identidad, afirmarla y reforzarla, y aún más defenderla. El mismo
Espíritu de Profecía señala la intención manifiesta de Satanás de
confundir la identidad de su pueblo, haciéndole creer que son
Babilonia. ¡Totalmente contrario a lo que Dios ha señalado! Elena G.
de White afirma categóricamente: «El pretender que la Iglesia
Adventista del Séptimo Día es Babilonia, es tener la misma
pretensión que Satanás, que es el acusador de los hermanos, que
los acusa delante de Dios día y noche».21 Este esfuerzo intencional
del enemigo, por medio de sus seguidores, encubre el velado
propósito de confundir y debilitar a la iglesia, para que en lugar de
dar uvas verdaderas, dé simplemente uvas silvestres, perdiendo lo
más importante, su identidad profética y su propósito glorioso. Todo
lo demás, decisiones, planes y discusiones deben sujetarse,
subordinarse o evaluarse a la luz de esta verdad para considerar si
vale la pena su implementación.

LA INDIFERENCIA EN LA BÚSQUEDA DEL PODER CELESTIAL


El quinto desafío que enfrentamos tiene que ver con el poder. El
papel profético que le toca cumplir a la iglesia escapa al
conocimiento, los recursos y las capacidades que posee. No se
puede comprender ni aceptar, basados en la razón o en la lógica
humana, sino simplemente por la fe en la Palabra de Dios. Son
muchos los líderes paralizados ante la magnitud de los desafíos.
Los días pasan y pasan, y los «Goliats» delante de ellos les
avergüenzan señalándolos de cobardes, fracasados y esclavos. A
menudo escuchamos frases como «aquí no se puede», «siempre ha
sucedido así», «necesitamos avanzar conforme a nuestras
capacidades», estas expresiones ponen de manifiesto un espíritu
indiferente. No importa cuántas veces hayamos leído con relación a
cómo Dios abrió el mar, hizo que los muros cayeran o como una
piedra venció un gigante. El corazón humano vive prisionero del
temor y la duda. La debilidad reina. ¡Los muros no caen y no
mueren los gigantes! ¿Por qué?
La pregunta tiene dos respuestas que en última instancia son la
misma. Por un lado están los líderes que han llegado a pensar que
por sus estudios, capacidades y experiencias pueden cumplir la
misión de Dios. Por otro lado, están los que saben que no pueden y
han decidido huir, reconociendo su incapacidad. Los primeros
luchan y pelean como Acab: sin Dios, y fracasan. Los segundos se
esconden en una cueva, como Elías. Los primeros están dominados
por la arrogante soberbia, los otros por el temor de la incredulidad.
Ambos grupos de personas necesitan entender y recordar siempre
que lo único que dará la gran victoria a esta iglesia es el poder del
Espíritu Santo.
Antes de partir, Jesús señaló a sus discípulos cuál debería ser el
secreto de su éxito (ver Hechos 1: 8). No fue una sugerencia,
tampoco una opción. Por el contrario, era un mandato, un requisito,
una condición que necesitaban cumplir si esperaban tener éxito en
la descomunal tarea que tenían por delante. Jesús sabía que tenían
conocimiento. Él mismo había dicho todo lo que era más importante
para realizar la misión. También tenían experiencia. No había sido
un simple entrenamiento académico, sino que él los había
enfrentado al mundo real de hijos endemoniados, tormentas
amenazadoras y carencias de recursos para alimentar a una
multitud. Sin embargo, faltaba lo más importante. Lo único que
podía darles el éxito, los resultados, la prosperidad que se esperaba
de su ministerio. Una sola cosa: ¡Poder!
Podemos leer este y muchos otros libros, tener una larga
trayectoria, colmada de una experiencia vasta, pero sin el poder de
Dios, jamás veremos todo lo que Dios desea mostrarnos de las
abundantes riquezas de su gloria. ¿Podría imaginarse un final de
ministerio más triste?
La Escritura señala que Jesús afirmó: «De cierto, de cierto os
digo: el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también;
y aún mayores hará, porque yo voy al Padre» (Juan 14: 12).
Entonces, si esto es cierto, porque el mismo Cristo lo afirmó y
reafirmó para eliminar toda duda del corazón de sus seguidores,
¿por qué no sucede otra vez? Elena G. de White responde
describiendo una alarmante verdad que merece toda nuestra
cuidadosa atención.
«Cristo declaró que la influencia divina del Espíritu había de
acompañar a sus discípulos hasta el fin. Pero la promesa no es
apreciada como debiera serlo; por lo tanto, su cumplimiento no
se ve como debiera verse. La promesa del Espíritu es algo en
lo cual se piensa poco; y el resultado es tan solo lo que podría
esperarse: sequía, tinieblas, decadencia y muerte espirituales.
Los asuntos de menor importancia ocupan la atención y,
aunque es ofrecido en su infinita plenitud, falta el poder divino
que es necesario para el crecimiento y la prosperidad de la
iglesia y que traería todas las otras bendiciones en su
estela».22

Hace muchos años, cuando leí esta cita por primera vez tuve que
tomar mucho tiempo para reflexionar en su contenido y las
implicaciones de la misma. En aquel entonces, su contenido me
estremeció profundamente y me llevó a cuestionarme todo lo que
consideraba valioso para el éxito de mi ministerio. Era como si me
pusieran ante el escrutinio del mismo Dios, escuchara su voz
pronunciando estas solemnes declaraciones y viera cómo se
compara la realidad de mi ministerio con lo que él espera de mí y
las iglesias a mi cargo.
La respuesta a la pregunta de por qué no sucede otra vez es muy
clara: ¡Se piensa poco en el Espíritu Santo! Elena G. de White
señala algunas realidades que necesitamos considerar por las
cuales el pensamiento del Espíritu Santo no ocupa mucho espacio
en nuestra mente. La primera realidad tiene que ver con la
valoración del Espíritu, como resultado él no se manifiesta como
debería hacerlo. Y los fracasos, ausencia de milagros, falta de
crecimiento y muerte espiritual son la evidencia de su ausencia. En
segundo lugar, dedicamos más tiempo a asuntos importantes, pero
no tan importantes como el Espíritu Santo. ¿Resultado? No se
cumple lo que presentamos en el primer aspecto de este capítulo:
Dios no está con su iglesia y no existe éxito, prosperidad y victoria.
Recordemos que solamente por el Espíritu se hace presente Dios
en su pueblo. ¿Podría ser esta la vara de autoridad que
necesitamos para ver cómo Dios mueve los obstáculos, responde
oraciones y nos da denuedo para predicar su Palabra con éxito?
Después de todo, fue solo por el poder del Espíritu Santo como
Jesús cumplió su ministerio. ¿Podría ser diferente con nosotros?

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuáles son los desafíos principales del liderazgo cristiano
contemporáneo?
2. ¿Cómo puede desarrollarse un espíritu de compromiso
en la iglesia?
3. ¿Qué significa un cambio sistémico?
4. ¿Cuál es la visión que debemos seguir en nuestro ministerio
y en la iglesia?
5. ¿Cuál es el resultado de la falta de identidad
en nuestras congregaciones?
6. ¿Existe una manera para crear identidad?
7. ¿Por qué no tenemos poder espiritual?
8. ¿Qué deberíamos hacer para recuperar la manifestación
del poder de Dios en la iglesia?
9. ¿Qué es lo que más le llama la atención
de lo que ha aprendido de este capítulo?

__________
1. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 342.
2. Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 54.
3. Ibíd., p. 55.
4. Ibíd., p. 55.
5. Elena G. de White afirma: «Los que procuran dar lo menos posible de sus facultades
físicas, mentales y morales, no son los obreros a quienes Dios puede bendecir
abundantemente. Su ejemplo es contagioso. Los mueve el interés personal. Los que
necesitan que se les vigile, y solo trabajan cuando se les señala una tarea bien definida,
no serán declarados buenos y fieles obreros. Se necesitan hombres de energía,
integridad y diligencia; que estén dispuestos a hacer cuanto deba hacerse» (El colportor
evangélico, p. 216).
6. Mark Hyman, La solución del azúcar en la sangre (México: De bolsillo, 2016).
7. George Barna, The Power of Vision [Discover and Apply God’s Vision for Your Life &
Ministry] (Posición en Kindle 61).
8. Ibíd. (Posición en Kindle 62).
9. Ibíd. (Posición en Kindle 79-80).
10. Gary Keller, The one thing, the suprisingly simply truth behind extraordinary results
(Austin, Texas: Bard Pres, 2016).
11. Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 17.
12. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 31-32.
13. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 177.
14. No es el propósito de este libro analizar las tendencias que afloran en la iglesia, cuya
lucha para encontrar la armonía agosta recursos, tiempo, que distraen y evitan avanzar
en los objetivos superiores de nuestra razón de existir.
15. La Escritura señala claramente que nuestra comprensión es limitada (ver Isaías 55: 9).
Esta idea debería llenarnos de un profundo sentimiento de humildad y de la disposición
para cambiar nuestros propios pensamientos, ampliar, ajustar o eliminarlos, y aceptar los
pensamientos de Dios.
16. Elena G. de White, Profetas y reyes, p. 11, la cursiva es nuestra.
17. Ibíd., p. 12, la cursiva es nuestra.
18. Elena G. de White, Eventos de los últimos días, p. 41, la cursiva es nuestra.
19. Ibíd., la cursiva es nuestra.
20. Elena G. de White, Testimonios para los ministros, pp. 66, 68, la cursiva es nuestra.
21. Ibíd., p. 54.
22. Elena G. d White, Consejos para la iglesia, p. 178, la cursiva es nuestra.
HE TRABAJADO CON MUCHOS LÍDERES que me han enseñado
muchas cosas en mi ministerio. Y he descubierto que aquellos que
tienen más éxito son los que saben exactamente qué es lo que
están buscando. Recuerdo una vez que entré en un comercio y le
dije a un colega y renombrado evangelista internacional que
escogiera un obsequio de aquella tienda. Él preguntó dónde estaba
la ropa de su talla, caminó hasta el lugar y en cuestión de dos
minutos regresó con lo que había escogido. ¡Dos minutos! Yo
estaba sorprendido de la rapidez con que había escogido y le
pregunté: «¿Está seguro?». Por un momento pensé que solo había
escogido para cumplir con el compromiso. «¿Cómo pudo hacerlo
tan rápido?», insistí. Nunca olvidaré lo que me respondió: «Cuando
uno sabe exactamente qué es lo que quiere, no necesita mucho
tiempo para decidir. Josney, yo siempre he sabido qué es lo que
quiero en mi ministerio. Ese es el secreto de mi ministerio».
Después de haber trabajando con muchos pastores y dirigentes
de congregaciones me he dado cuenta de que aquellos que saben
lo que deben hacer, lo que se espera de ellos y lo que ellos esperan
como resultado, son los que avanzan más rápido, tienen mejores
resultados y son más felices con su ministerio.
Por ello es importante que como dirigentes tengamos claro cuáles
son las expectativas de Dios para nuestro ministerio: ¿Qué espera
Dios de mi liderazgo? ¿Cómo evalúa Dios nuestro liderazgo?
¿Existe una forma en que la Biblia y el Espíritu de Profecía me
muestren si he tenido éxito en mi ministerio? ¿Cómo ser
verdaderamente exitosos según nuestro Dios? La primera razón por
la que se nos dificulta responder estas preguntas estriba en el
hecho de la pluralidad de funciones del líder eclesiástico. Cada una
de las tareas parece tirar hacia un propósito distinto, lo cual significa
para algunos que existen también múltiples definiciones de éxito.
Por otro lado, la segunda razón es porque cada uno de los que
hablan o hacen referencia al éxito proponen definirlo de una forma
distinta, cambiante según el tiempo y por lo tanto pueden incluso
caer en contradicciones.
Son pocos los autores que se atreven a unir en un libro las
palabras: éxito, Dios y liderazgo bíblico. Y algunos de aquellos que
lo hacen caen en conceptualizaciones abstractas y espiritualistas o
en el rechazo del concepto mismo de liderazgo bíblico.1 Resulta
claro que la definición de éxito desde el punto de vista bíblico es
compleja y escurridiza, pero no ausente. Sin embargo, los líderes
eclesiásticos parecen estar parados sobre tierra movediza,
vislumbrando diferentes horizontes, prisioneros de un laberinto
conceptual que los paraliza, frustra y desanima sin conocer cuál es
el camino para el verdadero triunfo en el ministerio.
Para dar un paso hacia delante en el entendimiento de la visión de
Dios acerca del éxito valdría la pena recordar lo que escribió Elena
G. de White con relación al propósito que Jesús tenía con sus
discípulos al escogerlos para la tarea: «A fin de realizar con éxito la
obra a la cual habían sido llamados, estos hombres, de diferentes
características naturales y hábitos de vida, necesitaban unirse en
sentimiento, pensamiento y acción».2 Resulta muy claro que el
propósito de Dios es que su obra se lleve a cabo con éxito, poder y
victoria. Ha sido su propósito en el pasado y lo continúa siendo en el
presente. La misma escritora invita: «Reciba usted el Espíritu Santo,
y sus esfuerzos tendrán éxito. La presencia de Cristo es lo que da
poder».3 Luego afirma en el mismo libro: «Así vemos que Cristo ha
orado por los suyos y ha hecho promesas abundantes para
asegurarles el éxito a sus colaboradores. Él dijo: “Las obras que yo
hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al
Padre”. (Juan 14: 12)».4
Tales afirmaciones de la Biblia y del Espíritu de Profecía
establecen muy claro en nuestra mente que Dios ha escogido a sus
líderes para que lleven a cabo una obra muy especial y que tengan
éxito en esta misión. ¡Debemos creer! Cada líder de la iglesia debe
aceptar las promesas de Dios y confiar en que bajo la influencia de
su poder, la divina Palabra se cumplirá en su vida. Los planes del
cielo serán prosperados y experimentaremos lo que nunca
habíamos experimentado en nuestro ministerio. ¿Acaso el mismo
Dios de Abraham, Moisés y Pablo no está también con nosotros?
La pregunta entonces no debería ser si el líder espiritual puede
tener éxito, sino cuál es el tipo de éxito que Dios está buscando.
Como vimos anteriormente, el éxito no se contrapone a la fidelidad.
Ambas cosas son muy importantes. Sin embargo, basado en la
Escritura debo decir que una (la fidelidad) es el medio y el otro (el
éxito) es el resultado. Dicho de otra forma, el éxito viene como
resultado de la fidelidad. El pastor Mark Finley escribió: «Todo éxito
en la obra de Dios llega cuando reconocemos que nuestro rol es ser
fieles a Dios».5 Los que actúan con fidelidad en el servicio a Dios,
los que siguen sus orientaciones, pueden ver cumplida la promesa
que Dios le hizo a Josué, el gran conquistador, en su vida y
ministerio: harás «prosperar tu camino, y todo te saldrá bien» (ver
Josué 1: 8). La fidelidad a Dios trae prosperidad a nuestro camino.
Es el secreto del éxito y no el éxito en sí misma.
Ahora bien, todavía hemos de responder la interrogante: ¿Cuál es
el éxito que Dios espera de su iglesia y de sus dirigentes? La
respuesta a esta pregunta pasa por responder primero cuál es la
misión que tenemos. Esta tarea no tiene que ver con lo que
nosotros pensamos, sino con lo que Dios piensa; no se afirma en
nuestros deseos, sino en los deseos de Dios; en resumen, no tiene
que ver con nosotros sino con Dios. En consecuencia, la misión,
cuyo éxito evaluará nuestro liderazgo, debe ser vista desde la
perspectiva eterna y celestial por encima de lo temporal y terreno.
¡Esto establece un estándar elevado de lo que significa el éxito para
un siervo de Dios!
En los diferentes países, y con diferentes audiencias, pastores,
ancianos y miembros, he preguntado cuál consideran ellos que es la
misión de la iglesia. ¿Sabes cuál ha sido la respuesta? Algunos
afirman: «Evangelizar a todo el mundo, (¡esta es la que más se
repite!), «predicar al mundo», «buscar al perdido» y muchas otras
parecidas.
Como vimos en el capítulo anterior, una visión confusa paraliza.
Pero si además nuestra misión no está clara, el resultado inevitable
es pérdida (luego hablaremos de esto). Lo sorprendente es que la
mayoría la conoce, la ha escuchado y la repite pero,
desafortunadamente no la han internalizado. ¡No es lo primero que
sale de sus labios al hacer la pregunta! Son personas de muchos
años en la iglesia, líderes de experiencia; entonces, ¿cómo es
posible que la misión de la iglesia, su razón de existir y el motivo por
el cual será evaluado el éxito de nuestro trabajo no esté claro?
Puedo escuchar a alguno decir: «Entonces, ¿evangelizar no es
nuestra misión?». No, al menos no del todo. Es parte de la misión,
pero no expresa de forma completa nuestro objetivo como pueblo.
El resultado, naturalmente, es un ejercicio incompleto de lo que Dios
nos llamó a realizar. Para poder ser fieles, verdaderamente fieles a
Dios en el cumplimiento de la tarea, y ver el cumplimiento de la
promesa, necesitamos tener una comprensión completa de nuestra
misión.
ENTONCES, ¿CUÁL ES NUESTRA MISIÓN?
La respuesta a esta interrogante la encontramos de diferentes
formas en los cuatro Evangelios y en el libro de Hechos (Mateo 28:
19–20; Marcos 16: 15; Lucas 24: 46-49; Juan 20: 21-22; Hechos 1:
8).6 Cada uno de estos mensajes no solo fue dado a los discípulos
que rodeaban a Cristo sino a los que le seguirían posteriormente.7
Aubrey Malphurs en su libro Strategic Disciplemaking [Haciendo
discípulos de manera estratégica] da una visión global de lo que
estos textos nos señalan con relación a la Gran Comisión. 8 Para
una mejor comprensión del análisis del contenido hemos hecho
algunos ajustes y añadiduras a lo presentado por el autor.
Los textos nos muestran un caleidoscopio de lo que significa la
visión y la misión de Jesús para los discípulos modernos. Cada
autor inspirado presenta la misión con diferentes matices. Para
Marcos, la razón de ir es para cumplir el imperativo de predicar y
tener como resultado que el que creyere y fuere bautizado sea
salvo. Esta sería la visión del producto del evangelista Marcos.
Pero, por su parte, Mateo declara con mayor claridad cuál es la
misión que Cristo nos dejó y además señala cuál es el producto que
se espera: ¡un discípulo!
Discernir la importancia del discipulado en la trama de la misión de
Cristo viene como resultado del entendimiento del cuadro completo.
Un análisis del contexto de los cuatro Evangelios nos muestra que
Cristo esperaba que sus discípulos hicieran lo que él mismo había
hecho. Ellos debían imitar sus obras y buscar los mismos
resultados. Esa es la razón por la que los Evangelios se esmeran en
presentar el discipulado como una señal de lo que significa ser
seguidor de Cristo.9 En este sentido, Mateo expresa la reproducción
de lo que había pasado con Cristo y los discípulos como una
extensión de lo que debía pasar en el futuro. Es la presentación del
modelo de Jesús de forma integral. No obstante, será importante
mirar este texto en unión con los otros, ya que esto nos ayudará a
entender qué espera Jesús de los líderes de todos los tiempos;
como lo expresa Juan Carlos Cevallos:
«La llamada “Gran Comisión” no es patrimonio del Evangelio
de Mateo. En realidad, cada Evangelio cuenta con textos en
perspectiva propia, que tienen que ver específicamente con la
Gran Comisión, y todos son en gran parte diferentes pero
complementarios. Es necesario considerar todas aquellas
referencias para hacerle justicia en palabra y obra al gran
cometido, de otro modo seguirá siendo, como algunos la
llaman, la “gran omisión”».10
Por lo general invito a las personas que Dios ha puesto a dirigir su
iglesia a preguntarse: «¿Qué espera Dios de mí?». Estoy
convencido de que Dios llama a las personas y les da una visión
clara de la tarea que deben realizar. Así que, aunque podría tener
muchas alternativas que surjan de mi pensamiento, debo preguntar:
¿Cuál es el resultado final que se espera? Me interesa saber si mi
trabajo es poner ladrillos para que se construya un muro, o un gran
templo. La pregunta es: ¿Qué ayudaré a construir? Lograr construir
o no será la forma como evaluaré el éxito de mi esfuerzo.
Cuando los líderes de la iglesia están inmersos en la obra de Dios
(poniendo ladrillos); más allá de los ladrillos que usan, cómo y
cuándo los colocan, deben preguntarse cuál será el resultado final
que evaluará su trabajo. Los que solo ponen ladrillos hacen
programas, celebran actividades, promueven eventos, pero no ven
cómo eso está relacionado con el propósito final que se espera,
simplemente no solo sentirán que están en una rutina, sino que
perderán la pasión. Detengámonos un momento e imaginemos el
impacto de un pueblo unido bajo una misma misión y visión. ¡Eso es
lo que más teme Satanás! ¡Esto es lo que espera Dios!
¿CUÁL ES EL PRODUCTO FINAL QUE ESPERA CRISTO?
Como ya lo hemos mencionado, los cuatro Evangelios hablan de
la misión que Cristo encomendó a sus discípulos desde sus
distintas perspectivas. El contenido de su mensaje nos permite
comprender con mayor profundidad las implicaciones de la tarea
encomendada. No obstante, cuando Mateo se refiere a hacer
discípulos es el único que define el resultado esperado en palabras
que establecen no solo el efecto, sino el modelo a seguir para
conseguirlo. Los otros Evangelios lo pasan por alto, no porque
desprecien su importancia sino porque lo dan por sentado.
Permítanme señalar este aspecto mirando los siguientes textos con
detenimiento. Uno se encuentra en Mateo y el otro en Marcos.
1. «Y al oír Juan, en la cárcel, las obras de Cristo, envió a dos de
sus discípulos» Mateo 11: 2.
2. «Y los discípulos de Juan y los de los fariseos estaban ayunando;
y vinieron y le dijeron: “¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y
los de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan?”» Marcos 2: 18.
Estos dos textos nos muestran que la visión del ministerio de
Juan, de los fariseos y de Cristo, estaba centrada en el discipulado.
De la misma forma como los que seguían a Cristo eran conocidos
como discípulos (ver, por ejemplo, Mateo 5: 1, 8: 21, 23), los
seguidores del predicador del Jordán (ver Mateo 9: 14; 11: 2; 14: 12)
y de los fariseos eran identificados también como discípulos. Esto
resulta muy importante porque pone el tenor del modelo imperante
en los tiempos de Cristo. No era algo nuevo, ni único. Era parte de
la costumbre y de la cultura religiosa de la época. El tener discípulos
y hacer discípulos era la función de los líderes de aquellos
tiempos.11 Es por ello que el Evangelio de Marcos nos señala que
los fariseos comparan a los discípulos de Cristo con los discípulos
de Juan y con sus propios discípulos. Para los mismos fariseos el
hacer o tener discípulos no era novedad, ni llamativo, sino las
características del comportamiento de cada grupo de discípulos y el
número de discípulos que poseían (ver Juan 4: 1).
Esta realidad bíblica de la preeminencia del discipulado queda
completamente evidenciada cuando los líderes religiosos
interrogaron al que estaba ciego y había sido sanado por Cristo. El
joven sano, naturalmente les preguntó a sus interlocutores:
«¿Acaso queréis también vosotros haceros sus discípulos?» (Juan
9: 27). La respuesta de los líderes es más que esclarecedora. La
Escritura señala que ellos alegaron: «Tú eres discípulo de ese; pero
nosotros somos discípulos de Moisés» (Juan 9: 28). Es muy claro
que aún los líderes religiosos estaban bajo el entendimiento
completo de una cultura donde el discipulado no era parte de sino
que constituía la base de la experiencia espiritual. En este sentido,
la experiencia religiosa era definida, marcada o señalada por el
maestro a quien seguían. Es por ello que la ausencia del énfasis en
el discipulado en los otros Evangelios no puede ser considerado
como una disminución de su importancia, sino por el contrario,
como una afirmación velada de su aceptación. Por otro lado, quizás
el mismo trasfondo del énfasis a sus lectores judíos, hace
imprescindible que Mateo afirme que la misión de los seguidores de
Cristo debía concentrarse en hacer discípulos. ¡Esta era su
cosmovisión!12
Es muy importante comprender que fue esta la cosmovisión de
Cristo cuando definió su modelo de liderazgo. Sin embargo, Jesús
purificó este modelo de las enseñanzas y prácticas que se le habían
adherido y casi habían destruido la verdadera experiencia del
discipulado por los líderes de aquel tiempo, mostrando un nuevo
modelo. Él no solo afirmó la tarea y los resultados del discipulado,
sino que la aclaró para que sirviera de brújula a quienes a través de
los siglos seguirán también sus pisadas, como su modelo.
Teniendo clara la cosmovisión de los tiempos bíblicos, podemos
entender la importancia de lo expresado por Cristo y registrado por
Mateo. ¿Por qué? Es evidente que nosotros no vivimos en la misma
cultura de aquellos discípulos. No somos judíos y estamos a miles
de kilómetros de distancia. De alguna forma nuestra lectura de la
Palabra de Dios está condicionada por nuestra propia cosmovisión.
Sin embargo, si deseamos comprender plenamente lo que Dios
espera que hagamos necesitamos valorar el contenido bíblico
desde la perspectiva de quienes lo escucharon por primera vez.
¿Cómo entendieron ellos su misión? ¿Cuál era el resultado que se
esperaba? Esto nos acercará a la verdad expresada en la Biblia.
La mejor forma de entender este aspecto es dando una mirada a
la misión a la luz del Evangelio de Mateo. La palabra «discípulo»
merece nuestro estudio y consideración para que podamos
comprender la tarea y el resultado al que Dios nos ha llamado. De
manera que dedicaremos el próximo capítulo a dicho estudio.
EL DISCIPULADO NO ES UNA OPCIÓN
Para terminar de explicar la importancia del discipulado en el
devenir del liderazgo bíblico contemporáneo es necesario analizar la
forma en que Mateo registró la encomienda de hacer discípulos.
Una exégesis del pasaje nos dice que el verbo principal del texto es
haced discípulos (μαθητεύσατε) y que se encuentra en modo verbal
imperativo, expresando un mandato. Todos los demás verbos están
en conexión con este verbo principal. De esta forma el escritor
bíblico pone de manifiesto el papel preponderante que tiene el
discipulado en la misión de la iglesia.13
El discipulado no es una opción más, es la única alternativa que el
Maestro dejó para que la iglesia pudiera cumplir la Gran Comisión.
Como consecuencia, hacer discípulos debe ser la tarea central; y su
comprensión, la meta más importante del líder transformador de
estos tiempos. Hacer discípulos no es una obra opcional de la
iglesia, sino la razón de ser de la misma. Mientras comprendía esta
realidad, un sentimiento de inquietud surgía en mi corazón y vino a
mi mente una pregunta: «¿Por qué no me había percatado de esto
antes al analizar mi ministerio?». No se trataba de que no lo había
pensado o estudiado en el seminario; sino de que no había
comprendido que mi liderazgo debía girar en torno a este único
propósito si esperaba ajustarme al modelo de Cristo. ¿Por qué nos
perdimos? ¿Por qué la palabra «discípulo» resulta vetusta y sin
sentido, raramente mencionada e incluso relegada a una etapa,
momento o programa de instrucción cuando se trata del mapa sobre
el cual debe organizarse todo lo que realiza la iglesia?
El discipulado es una orden que Cristo dio a sus seguidores y que
no debe ser tomada a la ligera. Todas las demás acciones se
subordinan a este propósito supremo. Por esta razón Elena G. de
White señaló que «las últimas palabras que Cristo dijo a sus
discípulos fueron: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo”. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones”». Luego agrega: «A nosotros también se nos da la misma
comisión».14 Además la señora White escribió que:
«Sobre todos los que se dedican a la obra del Señor descansa
la responsabilidad de cumplir su comisión: “Por tanto, id, y
haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 19-20)».15
La forma en que la escritora aborda el contenido de la Gran
Comisión nos muestra la importancia que esta debiera tener para
nosotros. Hemos de estudiar su significado más profundo, pues esta
es la clave para comprender lo que significa un liderazgo de éxito
desde la perspectiva bíblica. De esta declaración se desprende
cómo debemos evaluar lo que hacemos. ¡Es un pensamiento
solemne! ¡Un pensamiento transformador!
Los líderes transformadores ven su liderazgo como una extensión
y reproducción del modelo de liderazgo de Cristo. Como
consecuencia, tienen el mismo propósito: ¡Hacer discípulos! En este
sentido, su forma de evaluar lo que hacen cada día en la iglesia
tiene que ver con todo lo que implica reproducir el modelo de
discipulado en la iglesia y con tener los mismos resultados
transformadores de Cristo: hacer verdaderos discípulos. Muchas
veces he dicho que no debemos desarrollar nuestra propia visión y
misión y pedir a Dios que la bendiga, sino hacer fielmente lo que
Dios nos ha mostrado y prometido que él va a bendecir. La Escritura
nos anima a no añadir ni quitar, sino a cumplir. ¿Puede imaginar lo
que sucederá en su iglesia si comienza desde hoy a realizar los
cambios necesarios para que su liderazgo sea más como el de
Cristo?
Sin embargo, mi querido lector, puede que usted se cuestione:
«¿Acaso no es eso lo que hemos estado haciendo todo este
tiempo? ¿Qué tiene de nuevo?». Para responder a estas y otras
preguntas le invito a continuar este estudio del modelo de liderazgo
transformador de Cristo.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1 . ¿Qué conceptos tiene acerca del éxito?
2 . ¿Espera Dios que tengamos éxito? ¿Qué piensa de lo que dicen
la Biblia y el Espíritu de Profecía respecto al éxito?
3 . ¿Cuál es la diferencia entre éxito y fidelidad?
4 . ¿Cuál espera Dios que sea nuestra misión y el producto
de nuestra tarea?
5 . Abra un debate acerca del modelo de ministerio de Juan,
el de los fariseos y el de Cristo.
6 . ¿Cómo podemos entender la ausencia de énfasis
en el discipulado en los otros Evangelios?
7 . ¿Bajo qué realidad debiéramos evaluar nuestro liderazgo?
8 . ¿Existen algunas ideas que deben ser ajustadas en nuestra
mente después de estudiar este capítulo?
9 . Mencione tres conceptos de este capítulo que le gustaría
compartir con otros dirigentes.

__________
1. Kent y Barbara Hughes, Liberating Ministry from Success Syndrome (Wheaton: Tyndale,
1987) Citado por MJohn F. MacArthur, El ministerio pastoral, p. 463.
2. Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 17, la cursiva es nuestra.
3. Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 98, la cursiva es nuestra.
4. Ibíd., p. 308.
5. Mark Finley, Para recibir el Espíritu Santo, 10 días en el Aposento Alto (Buenos Aires,
argentina: ACES), p. 52.
6. Un estudio detallado lo encontramos en Aubrey Malphurs, Strategic Disciplemaking, A
Practical Tool for Successful Ministry, (Grand Rapids, Míchigan: Baker Publishing Group,
2009), pp. 13-19
7. «El libro de Hechos declara que los discípulos asumieron el liderazgo de la iglesia
primitive bajo el título de “apóstoles” (solo se les llama así en Hechos para resaltar su
nueva función). De manera que su misión se convirtió en la misión de la iglesia. Aunque
eran apóstoles, todavía eran discípulos y representaban a todos los discípulos de Cristo»
(ibíd., p. 16).
8. Ibíd., p. 17.
9. El libro de Hechos continúa con el mismo pensamiento de los Evangelios. Los
seguidores de Cristo son conocidos como discípulos. Hechos 6: 1-2 nos muestra de
manera muy clara esta realidad: «En aquellos días, como creciera el número de los
discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de
aquellos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la
multitud de los discípulos, y dijeron». Véase también Hechos 6: 7; 9: 1, 10, 19, 25, 26,
36, 38; 11: 26, 29; 13: 52; 14: 20, 21, 22, 28; 15: 10; 16: 1; 18: 23, 27; 19: 1, 9; 30; 20: 1,
7, 30; 21: 4, 16.
10. Juan Carlos Cevallos y Rubén O. Zorzoli, Comentario bíblico mundo hispano, Tomo 16:
Lucas (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2007), p. 368.
11. Juan 4: 1 nos muestra claramente la realidad del énfasis del discipulado en la vida de
Juan y de Cristo cuando señala: «Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos
habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan».
12. Ver Dan Nässelqvist, Disciple, ed. John D. Barry et al., The Lexham Bible Dictionary
(Bellingham, Washington: Lexham Press, 2016).
13. Ver Asdrúbal Rıo ́ s, Comentario bı́blico del continente nuevo: San Mateo (Miami,
Florida: Editorial Unilit, 1994), p. 335; Daniel Carro et al., Comentario bı́blico mundo
hispano: Mateo (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 1993). «En este pasaje hay
tres gerundios del tiempo presente, subordinados al verbo principal haced discípulos,
que toman su fuerza de este imperativo. Para poder llevar a cabo el mandato de Jesús,
es necesario que los discípulos obedezcan “yendo”, “bautizando” y “enseñando”», p.
377.
14. Elena G. de White, El evangelismo, p. 13.
15. Elena G. de White. Consejos sobre salud, p. 236.
«PASTOR, ¡TÓMEME COMO SU DISCÍPULO!». Eso me dijo aquel
joven después de haber estado traduciendo por unas dos horas el
mensaje que estaba impartiendo a más de cincuenta pastores en el
lugar. Inmediatamente añadió: «Yo quiero aprender todo lo que
usted sabe y quiera enseñarme».
La declaración de aquel día de mayo del 2018 me tomó por
sorpresa y me dio temor. ¿Por qué? La razón es que hablamos de
discipulado, enseñamos de discipulado, pero no vivimos en un
ambiente donde usemos esta palabra con regularidad. Muy
diferente a la realidad en los días de Cristo, Juan, Pablo, Pedro o
Apolos. Los seguidores del Señor experimentaban una relación de
discipulado. Pero, ¿qué es un discípulo?
Esta pregunta es trascendental porque define el producto que Dios
espera. ¡Es lo que significa éxito para Dios! Es la forma como se
evaluará el trabajo del pastor o de cualquier dirigente, porque es el
resultado de la misión que debemos cumplir. Se trata del fruto que
Dios busca con vehemencia como resultado de todos nuestros
esfuerzos. Por supuesto, no se trata de comparar quién tuvo más
discípulos, si Jesús o Juan, sino de examinar si fuimos fieles en
hacer discípulos de Cristo a todos los que podíamos, como
resultado de nuestro trabajo. Las circunstancias pueden variar, pero
la cosecha o fruto del trabajo debe ser el mismo: ¡un discípulo! En
esto constituye el éxito de la misión.
Pero profundicemos en el entendimiento de lo que es un discípulo.
La claridad de la naturaleza del discípulo nos guiará en la creación y
ajuste de la forma en que se hacen discípulos en la iglesia. No se
trata de cómo luce ni qué hace un discípulo, eso lo estudiaremos
más detenidamente en el próximo capítulo, sino de qué es lo que lo
distingue como tal. ¿Qué hace que un discípulo sea discípulo?
Existen diferentes formas de abordar este tema. Uno de los más
usados es el estudio lingüístico. De esta forma se busca el
entendimiento semántico del significado de la palabra «discípulo».
Partamos de este nivel para comprender el sentido del término y
luego veremos la perspectiva de algunos autores para cerrar
profundizando en un análisis bíblico que nos brinde una visión más
relevante y comprensible desde nuestra cosmovisión
occidentalizada. Dicho de otra forma, desde la definición del término
y sus diferentes posturas, avanzaremos en la interpretación
teológica, considerando su contexto bíblico, para la creación,
aplicación y evaluación de un significado contemporáneo que nos
oriente en la misión primaria de nuestro liderazgo espiritual.
La palabra griega para «discípulo» es matetes (μαθητής) y
significa seguidor,1 partidario de las enseñanzas de un maestro,2
estudiante o aprendiz.3 Como podemos ver, esta diversidad de
significados va desde lo abstracto, pasando por lo intelectual, hasta
lo funcional. Tomando en consideración estas indicaciones podemos
definir de forma preliminar que un discípulo es un estudiante y
seguidor de las enseñanzas de un maestro.
Por una parte, esta definición de discípulo plantea la necesidad de
un maestro para que pueda existir un discípulo. Los discípulos
surgen de la existencia de los maestros y no a la inversa. Nadie
aprende si no hay quien enseñe. Por otro lado, este concepto
establece una actitud de aprendizaje por parte del discípulo. Por lo
menos desde la perspectiva semántica, podemos concluir que los
discípulos están comprometidos a aceptar y a poner en práctica las
enseñanzas del maestro.
Sin embargo, los diferentes autores no captan estos conceptos de
la misma manera. Russel Burrill afirma que se han dado muchas
definiciones con relación al significado de «discípulo»; sin embargo,
para este autor, las definiciones parecen ser más misiológicas que
bíblicas.4 Algunos como McGavran señalan que el discipulado inicia
simplemente cuando el ser humano viene a Cristo, sin conocer
todavía todas su enseñanzas, para continuar avanzando en el
perfeccionamiento de su vida espiritual posteriormente.5 Para Burrill
el inicio del discipulado significa más que eso, implica el
conocimiento de las enseñanzas fundamentales de Cristo, la
aceptación de su señorío y el inicio de un servicio a Dios en ocasión
del bautismo. En la opinión del autor, cuando la persona se bautiza,
recibe también un «símbolo de la ordenación para el ministerio de
todos los creyentes».6
Por su parte, Wilkins señala en el capítulo 2 de su libro cinco
modelos de definición de discipulado.7 Los discípulos como
aprendices,8 creyentes,9 ministros,10 conversos que serán
perfeccionados posteriormente11 y verdaderos creyentes que entran
a la vida del discipulado en el mismo momento de su conversión.12
Por supuesto, cada una de estas definiciones tiene sus
implicaciones. Por un lado están los que son pasivos ante la misión,
por otro lado los que son activos y finalmente la tendencia que
incluye ambos: reciben y comparten, aprenden y enseñan, crecen y
forman a otros. Además, surgen las siguientes preguntas que son la
razón del entendimiento del discipulado: ¿Pueden aplicarse todas
las demandas del discipulado a nuestro tiempo? ¿Cómo se
reconcilia el ministerio de Cristo con la multitud y los discípulos?
¿Cuál es la función de los discípulos y cómo se reconcilian los
pasajes aplicados a ellos con los de los actuales seguidores de
Cristo?

Todo lo anterior nos muestra un terreno de estudio amplio que


necesita recibir atención para poder comprender plenamente la
visión de discipulado sin caer en aproximaciones superficiales.
EL DISCIPULADO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El término hebreo talmîdh el cual es equivalente del griego
matetes o «discípulo» se usa una sola vez en el Antiguo Testamento
para hacer referencia a un músico aprendiz (1 Crónicas 25: 8).13
Para algunos, el texto podría significar la existencia de una escuela
de música en Jerusalén; debía existir una instrucción para preservar
músicos con habilidades, como la trasmitida por tradición de padres
a hijos.14
El otro término que se usa en el Antiguo Testamento es el adjetivo
limmûdh,15 derivado del verbo la–madh, «enseñar», el cual aparece
seis veces y solo en los escritos de los profetas (Isaías 8: 16; 50: 4;
54: 13; Jeremías 2: 24; 13: 23). El adjetivo limmûdhes, traducido
como sustantivo es «uno enseñado». Algunos han traducido esto
como «discípulo» en Isaías 8: 16; 50: 4 (RV60). Sin embargo, es el
término hebreo talmîdh el cual podría ser el mejor equivalente para
la palabra «discípulo».
Pero más allá del estudio del discipulado, mirando las palabras,
está la búsqueda conceptual del proselitismo o seguidor en el
Antiguo Testamento. Esta noción podría ser vista en la relación de
pacto entre Israel con Dios (Levítico 26: 12; 1 Samuel 8: 7;
Deuteronomio 6: 4, 14; 10: 12), entre los individuos con Dios
(Número 32: 12; 1 Reyes 14: 8; Salmos 25: 4, 5, 8-12) o la relación
humana.16 Si nos preguntamos dónde se encuentra la visión del
concepto de hacer discípulos, la respuesta es muy clara: ¡En todos
los lugares! Algunas veces es evidente y en otras es velada. Pero
está allí.
Podemos verlo en la forma como Abraham, Isaac y Jacob se
relacionaron con Dios, la forma como lo hizo Josué con Moisés,
Eliseo con Elías o en el ámbito general, el pueblo de Israel o Judá
con Dios. La Escritura dice: «Todos tus hijos serán enseñados por
Jehová, y se multiplicará la paz de tus hijos» (Isaías 54: 13).
«¿Quién es el hombre que teme al Señor? Él le instruirá en el
camino que debe escoger» (Salmos 25: 12, LBLA). «Por el Señor
son ordenados los pasos del hombre, y el Señor se deleita en su
camino» (Salmos 37: 23, LBLA). Otras expresiones son: «Conocer
las sendas», «andar en los caminos de Dios» y «escuchar a Dios».
Estas expresiones muestran claramente el corazón del concepto de
discipulado que subyace en el mensaje y discurso narrativo en el
Antiguo Testamento. Cada una señala por anticipado el modelo
establecido por Cristo posteriormente.
EL DISCIPULADO EN EL MUNDO GRIEGO Y ROMANO
La palabra matetes (μαθητής) nace en el mundo griego. Por
primera vez aparece el término en el siglo V. Heródoto lo usa. El
triple significado del vocablo está siempre determinado por el
contexto. ¿Cuáles son los tres significados que puede tener? En
primer lugar, podría significar un aprendiz que adquiere
conocimiento; en segundo lugar, un pupilo que además de aumentar
su saber, se encuentra comprometido con las enseñanzas del
maestro. El acuerdo o pacto con sus enseñanzas lo identificaban de
forma permanente con el maestro y sus ideas. Los seguidores de
Sócrates, Platón, Zenón y Aristóteles encuadran dentro de esta
categoría. Sus alumnos eran llamados, matetes. La tercera
posibilidad es la distinción como díscipulo o adherente. En este
caso el seguidor tiene conocimiento, está vinculado con el maestro
y además, asume un compromiso con una nueva forma de vivir. Un
discípulo no es un simple seguidor desde el punto de vista de la
convicción intelectual, sino un practicante de una cultura y de un
estilo de vida que reflejan esa convicción.
EL DISCIPULADO EN EL MUNDO HELENÍSTICO
En el periodo helenista el concepto de discípulo como practicante
de un nuevo estilo de vida conforme a las enseñanzas de su
maestro llegó a ser más frecuente. Con el primer significado de
simplemente adquirir conocimiento había perdido fuerza. El
significado del término «discípulo» aludía en el mundo griego a esa
relación con los maestros que afectaba a toda la vida del seguidor.
El adherente aceptaba las ideas del líder y además imitaban su
conducta.
Wilkins afirma que la «imitación de la conducta del maestro
humano llegó a ser atributo distintivo de un discípulo de un gran
maestro».17 Esta característica se revelaba en el ámbito secular y el
religioso con igual fuerza. En algunos casos el discípulo replicaba
exactamente los gestos físicos y la manera de hablar de su
maestro. La relación del seguidor con el líder lo guiaba hacia una
«formación» que incluía imitar el comportamiento y el estilo de vida
del maestro.
EL DISCIPULADO EN EL JUDAÍSMO
Con sus distintas variedades, permeados por las visiones
helenistas y con sus raíces del Antiguo Testamento, los judíos
compartían y vivían la experiencia de la relación maestro-seguidor
en toda su intensidad. El mundo del judaísmo en los tiempos de
Cristo estaba colmado de la visión y práctica del discipulado. Un
universo de corrientes y prácticas de discipulado ocurrían en el
devenir judío de forma rutinaria. Dentro y fuera de las Escrituras
existen referencias a diferentes clases de maestros y discípulos.
Las enseñanzas y prácticas identificaban al seguidor del maestro a
quien seguía. Con sus características distintivas, cada uno buscaba
celosamente servir al Dios del Antiguo Testamento.
Uno de los ejemplos de enseñanza y disciplina de estilo de vida lo
encontramos reflejado en la vida de la comunidad de Qumran. La
visión del discipulado en esta agrupación ascética ubicada en el
noroccidente del mar Muerto evidencia prácticas y enseñanzas que
buscaban la purificación de sí mismo y el seguimiento estricto de
ciertas disciplinas espirituales. La palabra «discípulo» no está en
sus escritos, pero están demostradas las prácticas de la
congregación. Proceso de admisión como: pacto, evaluación por la
comunidad, juzgar la comprensión de la Torah y de la entrega de
posesiones, consideración de las calificaciones físicas y espirituales
como criterio del avance de la jerárquica según el propósito
establecido son algunos de los elementos que demuestran una
asimilación de las enseñanzas y su ejercicio.18 La conducta, las
creencias y el estilo de vida eran afectados profundamente por las
enseñanzas. Cada miembro era reconocido por la manera como
vivía, y no simplemente por lo que creía.

Otro ejemplo del mundo maestro-discípulo del judaísmo lo


extraemos del registro bíblico. Podemos hallar discípulos de Moisés,
de los fariseos, saduceos, de Juan o de Jesús. Cada uno de los
seguidores tenía su visión, práctica y sus diferencias de paradigma
que se manifiestan como motivo de discusión en los Evangelios.
ENTONCES, EN CONCLUSIÓN, UN DISCÍPULO ES...
El propósito de lo que hemos presentado hasta aquí es ponernos
en el contexto amplio de los aspectos que necesitamos tomar en
consideración para comprender mejor lo que significa ser un
discípulo. Incluso, luego de observar las diferentes aproximaciones
y visiones, resulta mucho más claro el porqué hoy enfrentamos
tanta diversidad de opiniones con relación a lo que significa ser un
discípulo. Podríamos decir que el tema y sus matices siempre se
han visto dependiendo del contexto, la personalidad y experiencia
de quienes lo estudian. Pero si deseamos ser lo más bíblicos
posible debemos tratar de reunir todo lo que hemos visto. Ser
discípulos es todo lo anterior y algo más.
Ya entendemos que desde el punto de vista etimológico el
discípulo es un aprendiz, un alumno, un pupilo. Además, este
aprendizaje o discipulado tenía diferentes niveles o compromisos
que iban desde la simple aceptación intelectual de una enseñanza
hasta la imitación de la vida del maestro. En nuestros tiempos
modernos, los jóvenes van a las escuelas para prepararse en una
profesión. Todo lo que aprenden y hacen tiene un objetivo claro
como ser médicos, abogados y demás. En el proceso de formación,
se les llama estudiantes de ingeniería, medicina, educación,
derecho...
Lo anterior nos lleva a preguntarnos: ¿Cuál era la intención o
propósito que Cristo tenía con sus estudiantes? ¿Qué serían
cuando terminaran su formación? La respuesta a esta pregunta nos
ayuda a ver con mayor claridad lo que significa el discipulado. No se
trata de ver simplemente las características, creencias o valores.
Todo esto es importante pero, además necesitamos saber qué
puede hacer un discípulo. Como pudimos ver, la visión del
discipulado en el judaísmo iba más allá de una aceptación de las
verdades intelectuales. El propósito es la reproducción de una vida.
¿QUÉ VISIÓN TENÍA CRISTO PARA SUS DISCÍPULOS?
Llama la atención que el mismo Evangelio de Mateo, relatando el
llamado de los discípulos junto al mar de Galilea, registró cuál era el
propósito; y la intención de Cristo al invitar a sus seguidores queda
claramente definida: «Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a
dos hermanos, Simón llamado Pedro, y Andrés su hermano, que
echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid
en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces,
dejando al instante las redes, le siguieron» (Mateo 4: 18-20, RV60).
La Escritura señala lo que Cristo quería hacer con sus alumnos.
No necesitamos inferir, suponer o imaginar. ¡Está escrito! Ya no
trabajarían como pescadores, buscando peces. Ahora aprenderían
el arte de pescar hombres. Permíteme clarificar que esto va más
allá de una metáfora que fuera significativa para ellos. El resultado
era real y no místico, intelectual o contemplativo. El producto era
tangible, práctico y profundamente vocacional. Cristo evaluaría el
resultado de su tarea de formación por una sola categoría: ¡Ser un
pescador de hombres! En esto consistiría el éxito de su ministerio.
El discípulo cristiano es un alumno, aprendiz o pupilo del gran
Maestro, que colabora con él en el cumplimiento de la Gran
Comisión. Las implicaciones de este pensamiento son profundas. El
éxito de la tarea de Cristo iba más allá de las multitudes que lo
seguían. Su éxito consistía en poder lograr que sus discípulos
hicieran sus obras. En este sentido Elena G. de White afirmó:
«Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como
misionero».19 Su vida, creencias, valores lo convierten en un
poderoso instrumento de Dios.
El discípulo de Cristo está llamado a hacer la obra de Cristo. Esto
nos lleva al corazón mismo del ser del discipulado. La misión de
Cristo sería la de sus discípulos. El método de Cristo sería el que
usarían sus discípulos. Y la victoria de Cristo, también sería
alcanzada por sus seguidores. Jesús dijo a sus discípulos: «Porque
ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros
también hagáis» (Juan 13: 15, RV60). El discipulado en el concepto
bíblico significa aprender a imitar a Jesús en sus obras y misión.
«Muchos suponen que el espíritu misionero y las cualidades
para el trabajo misionero constituyen un don especial que se
otorga a los ministros y a unos pocos miembros de la iglesia, y
que todos los demás han de ser meros espectadores. Nunca
ha habido mayor error. Todo verdadero cristiano ha de poseer
un espíritu misionero, porque el ser cristiano es ser como
Cristo. Nadie vive para sí, “y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de él” (Romanos 8: 9, RV60)».20
Un discípulo es alguien que tiene el espíritu misionero. Su vida
recibe, aprende y experimenta la misión de Cristo. Su gozo es hacer
las obras de Cristo. Por esta razón, Lucas registra el momento de
gran satisfacción cuando los setenta regresaron de su viaje
misionero «diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre» (Lucas 10: 17, RV60). Jesús mismo señaló: «Y estas
señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera
demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos
serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán» (Marcos 16: 17-18,
RV60).
Este sentido, el discipulado supera cualquier entendimiento, límite
o visión que circunscriba al seguidor de Cristo a la aceptación de
una teoría sin vida; mientras que unos pocos, muy escogidos
realizan la obra o misión de Cristo. Por el contrario, ¡es una verdad
que transforma! ¡Empodera! Nos habilita para hacer lo que de
manera natural o por la lógica sería imposible.
No cabe duda de que Cristo esperaba que sus discípulos
continuaran su ministerio con el mismo poder y autoridad que él
había ejercido el suyo. Ellos continuarían su obra. Es en este
momento cuando alguien podría preguntarme: «Pastor, usted está
hablando de discípulos que eran apóstoles. ¿La obra la continuarían
los doce? ¿Acaso no existe una diferencia entre la obra de los
pastores y los miembros de la iglesia?». Es muy importante aclarar
este tema porque una de las razones de la confusión del término
«discípulo» es que algunos suponen que los únicos discípulos eran
los apóstoles. Pero examinemos por un momento quiénes eran
discípulos. Según algunos textos bíblicos podemos ver que todos
los seguidores de Cristo eran discípulos. Veamos tres ejemplos.
1. José de Arimatea era discípulo aunque él no era de los doce. Los
Evangelios de Mateo y Juan lo señalan. Mateo 27: 57 señala que
«cuando cayó la noche, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado
José, que también se había hecho discípulo de Jesús». Juan 19:
38 también indica que «después de todo esto, José de Arimatea,
que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo a los
judíos, rogó a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús;
y Pilato se lo concedió. Entonces fue y se llevó el cuerpo de
Jesús».
2. La multitud de discípulos que seguía a Cristo (ver Lucas 6: 13).
También Lucas 6: 17 señala que «descendió con ellos y se detuvo
en un lugar llano; había un gran grupo de discípulos suyos, y una
gran multitud de la gente de todas partes de Judea, de Jerusalén,
y de la región costera de Tiro y de Sidón, que habían venido a
escucharle, y a ser sanados de sus enfermedades» (RV77).
3. Lucas 19: 37 indica que «cuando llegaban ya cerca de la bajada
del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos
comenzó a alabar con alegría a Dios a grandes voces por todas
las maravillas que habían visto» (RV77).
Un examen del libro de Hechos también nos mostrará que los
creyentes eran llamados discípulos. En al menos 27 oportunidades
la palabra «discípulo» se usa para referirse a los cristianos en
sentido general. De igual forma, Hechos 11: 26 señala la primera
vez que se usó el término «cristianos» y es interesante la forma
como lo presenta Lucas: «A los discípulos se les llamó cristianos
por primera vez en Antioquía» (la cursiva es nuestra).
Aunque los doce apóstoles cumplían una función especial, todos
los que seguían a Cristo eran considerados discípulos. Esto
significa que todos tenían el espíritu misionero y acompañaban a
Cristo en la tarea de atender a las multitudes. Es importante resaltar
esta visión, ya que la Biblia no apoya el supuesto que el espíritu
misionero está limitado a los pastores o a algunos dirigentes de
iglesias que tienen ese don especial.
Rex D. Edwards explica en las páginas 31 y 32 de su libro Cada
miembro un ministro cómo la idea de la iglesia apostólica era
claramente el ministerio o sacerdocio de todos los creyentes. Ireneo
afirmó que «todos los discípulos de Dios son sacerdotes y levitas» y
Tertuliano sostuvo que «el bautismo es la ordenación» para el
cumplimiento de la misión. Fue en fechas posteriores que se hizo
una separación entre el ministerio de los pastores y el de los laicos.
Pero hemos de considerar que todos somos ministros y que el
pastor solo es un ministro para los ministros.
¿Pero por qué el ministerio es responsabilidad de todos los
creyentes? La respuesta es clara. Porque el discipulado y el
ministerio son uno y una misma cosa. Como hemos observado el
discipulado es un llamado a cumplir una tarea, un ministerio, una
misión. En las palabras de Cristo sería un servicio. Es interesante
que la palabra traducida como ministerio es «diaconía» del griego
Diakoneuo,21 la cual también puede ser traducida como servicio. Es
esta misma palabra la que usa Cristo cuando afirma: «Porque el
Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar
su vida en rescate por todos» (Marcos 10: 45).

El discípulo es un servidor de Cristo. La Palabra de Dios muestra


cómo los discípulos atendían con diligencia las indicaciones y
solicitudes del Maestro. La posición de discípulo no era un cargo
para mandar, sino para servir. Ellos repartían el alimento, buscaban
el pollino, arreglaban el lugar para la Pascua... Eran los servidores
de Cristo. Por eso cuando dos de ellos solicitaron sentarse a su
derecha y a su izquierda, Jesús les respondió que si estaban
dispuestos al sacrificio y sufrimiento que él pasaría. Jesús dejó bien
claro que la abnegación, la disciplina y el sacrificio acompañan a
este servicio. De hecho afirmó: «Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame» (Marcos 8: 34).
En muchos lugares se afirma que existe escasez de
responsabilidad en los miembros de iglesia. Hoy se habla de una
iglesia sin compromiso, ¿por qué? La razón es sencilla. Es una
iglesia con conocimiento, pero sin abnegación. La Escritura dice que
los discípulos lo dejaron todo. Tomaron su cruz, y estuvieron
dispuestos a seguir a Cristo para servirle según su voluntad. La
única forma de servir a Cristo es renunciando a nuestros propios
deseos, propósitos y planes. Es importante entender que no se
puede ser discípulo sin seguir a Cristo. Pero no se puede nunca
seguir a Cristo, sin renunciar. La iglesia necesita un verdadero
concepto de discipulado. El concepto bíblico, si espera experimentar
un auténtico servicio a Dios de parte de sus miembros.
El verdadero discípulo precisa entender el valor del servicio a
Dios. Todo lo que conoce y aprende es con el propósito de servir
como Cristo lo hizo. ¡No existe otro camino! Luego de lavar los pies
de los discípulos, Jesús señala de forma categórica: «Ejemplo os he
dado para que como yo he hecho, vosotros también hagáis» (Juan
13: 15). Muchos hoy han definido el liderazgo de Cristo como el
liderazgo del servicio. Sin embargo, el espíritu de la misión de
servicio no ha permeado el corazón de los discípulos modernos.
La visión bíblica de un ministerio de servicio tiene sus orígenes en
el Antiguo Testamento. Los ayudantes de los profetas eran llamados
siervos. La palabra hebrea ʿeḇeḏ 22 nos habla del servicio dado
voluntariamente o de forma obligatoria. La Escritura señala «Y se
levantó Moisés con Josué su servidor, y Moisés subió al monte de
Dios» (Éxodo 24: 13). Podemos notar que Josué servía a Moisés.
En el caso de Eliseo con Elías, el relato bíblico señala: «Después se
levantó y fue tras Elías, y le servía» (1 Reyes 19: 21, RV60). Seguir
a Elías y servirle era parte de la tarea de formación y aprendizaje
que Eliseo tendría antes de suceder a su maestro. Según Michael
Wilkins: «La relación de mentoría, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, fueron orientadas al servicio».23
Teniendo este contexto más amplio de toda la Biblia podemos
entender las palabras de Cristo: «El discípulo no es más que su
maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser
como su maestro, y al siervo como su señor» (Mateo 10: 24–25,
RV60). También señaló: «Acordaos de la palabra que yo os he
dicho: “El siervo no es mayor que su señor”. Si a mí me han
perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi
palabra, también guardarán la vuestra» (Juan 15: 20). Es muy claro
el entendimiento que nos da Jesús acerca de lo que significa ser un
discípulo. Él era el Señor y sus discípulos sus siervos, que tenían
una misión que cumplir. El paralelismo resulta llamativo porque
establece la unión entre los hombres que Dios usó en el pasado y
que fueron llamados sus siervos y los seguidores que serían usados
en el presente, conocidos como discípulos. ¡Ambos aceptaban el
servicio a Dios como su razón de vida! Los del Antiguo Testamento
bajo el señorío de Dios, los del Nuevo Testamento bajo la autoridad
de Cristo.

Es interesante que los últimos capítulos del libro de Mateo señalan


que Cristo juzgaría a sus seguidores por cómo habían servido o
dejado de servir, y no por el espiritualismo vacío, la liturgia formal o
la teología sin práctica. ¿Qué hicieron o no con los que estaban
experimentando carencias sería la norma de evaluación? ¿Sirvieron
o no? Carlos Van Engen afirma que:
«Mateo sigue una línea progresiva de pensamiento: los
capítulos 24–25 unen los materiales didácticos y las parábolas
relevantes para presentar una nueva visión del discipulado que
Jesús comparte con sus seguidores. En verdad la porción más
grande de su enseñanza tiene que ver con diakonia (Mat. 25:
31–36)».24
El libro de Hechos y las Epístolas señalan cómo los discípulos y la
iglesia ejercieron su servicio y ministraron con sus dones (ver
Hechos 9: 36-42). Los que otrora fueran pescadores serían usados
por Dios para llevar un mensaje de fe, pero sobre todo por atender a
los que necesitaban, clamaban y esperaban ver a Dios encarnado
en seres humanos. El discipulado es el proceso de transformación
de personas centradas en sí mismas, a siervos de Cristo, llenos de
su espíritu de amor por la misión de salvar al prójimo. Renunciar y
seguir es el primer paso para ser un verdadero siervo-discípulo de
Dios. Alcanzar esto es el verdadero éxito en el ministerio.
Apreciado líder y amigo lector, Dios lo ha escogido para colaborar
en una tarea de transformación de alcances eternos. ¿Puede
imaginar la transformación que ocurrirá en su congregación si se
entiende lo que verdaderamente es un discípulo?
¡Sí! ¡Ya no tendríamos más iglesias sin hermanos comprometidos!
¡Sí! ¡El número de indiferentes espectadores se reduciría así como
el número de agotados trabajadores, porque todos participarían!
¡Sí! ¡También verías una iglesia con el mayor impacto en su
comunidad!
¡Sí! ¡El poder de Dios se manifestaría!
¡Sí! ¡Sería una transformación total!
¿Cuál es el secreto? ¡Entender lo que verdaderamente significa
ser un discípulo de Cristo!
Un día del año 2013, luego de más de veinte años de ministerio
comprendí el secreto del liderazgo transformador. ¡Establecer este
modelo de liderazgo debe ser nuestra meta! ¡Lo experimenté y el
resultado fue la transformación de una iglesia y miles de personas
fueron alcanzadas para Cristo! En el siguiente capítulo
estudiaremos los componentes fundamentales del modelo de Cristo.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Por qué es importante definir qué es un discípulo?
2. ¿Qué significa desde el punto de vista semántico
la palabra «discípulo»?
3. ¿Cómo se manifiesta el discipulado en el Antiguo Testamento?
4. ¿Qué era un discípulo en el mundo griego?
5. ¿Qué significaba el discipulado para los judíos?
6. ¿En qué consistía la visión de Cristo para un discípulo?
7. ¿Es la visión de discipulado para algunos de los miembros
o para todos?
8. ¿Qué implicaciones tiene la palabra diakoneo en relación
al discípulo?
9. Escriba y comparta cinco ideas para establecer el verdadero
discipulado bíblico en su congregación.
__________
1. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), pp. 585-586.
2. Samuel Vila Ventura, Nuevo diccionario bíblico ilustrado (Terrasa, Barcelona: Editorial
CLIE, 1985), p. 269.
3. Dan Nässelqvist, «Disciple», ed. John D. Barry et al., The Lexham Bible Dictionary
(Bellingham, Washington: Lexham Press, 2016).
4. Russel Burrill, Radical Disciples for Revolutionary Churches (Fallbrook, California: Hart
Reserch Center, 1996).
5. Citado por Russel Burrill, Radical Disciples for Revolutionary Churches, p. 25-27.
6. Ibíd., p. 41.
7. Michael J. Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of Discipleship (Zondervan,
posición en Kindle 266-267).
8. Para Wilkins, «este modelo presenta dos dificultades. En primer lugar la palabra
“discípulo” en las Escrituras significa mucho más que un simple aprendiz. En segundo
lugar, en Hechos este término se usa indistintamente para definir a los cristianos en
sentido general». Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of Discipleship,
posición en Kindle 287-292.
9. «Este modelo también presenta desafíos, especialmente la interpretación que Jesús
hace de la naturaleza espiritual de sus oyentes. Fijémonos, por ejemplo, cuando él llama
a la multitud a calcular el precio de ser discípulos (Luc. 14: 25-33). ¿Son ellos ya
discípulos o no? ¿Es esto un llamado a un mayor compromiso o un llamado a la
salvación?». Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of Discipleship, posición
en Kindle 311-316.
10. «Este modelo se basa en la observación de la relación de los discípulos con Jesús
durante su ministerio y concluye que el llamado al discipulado ha de ser un modelo de
cómo el creyente moderno recibe el llamado al ministerio». Wilkins, Following the Master:
A Biblical Theology of Discipleship, posición en Kindle 326-329.
11. «El problema de este modelo es que parece separar el imperativo de la Gran Comisión
del resto de los verbos». Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of
Discipleship, posición en Kindle 350-353.
12. Dietrich Bonhoeffer, Dallas Willard y James Montgomery respaldan esta posición y
afirman que la Gran Comisión «significa que uno se convierte en discípulo en el
momento de la conversion y el crecimiento en el discipulado es el resultado natural de la
nueva vida». Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of Discipleship, posición
en Kindle 371-374. Por supuesto, también esa posición tiene sus desafíos: No clarifica
las demandas del discipulado, al no considerar las diferentes audiencias donde fueron
presentadas y el propósito. Por ejemplo, ¿deben hoy los cristianos abandonar a sus
familias, y vender todo? En este mismo orden no define si el costo es antes o después
de aceptar a Cristo. Si es antes, ¿cómo armoniza esto con la gracia? ¿Qué significa esto
para las personas que hoy no viven conforme a estos estándares? El discipulado es tan
radical que hoy no tiene aplicación. Estas y otras preguntas necesitan respuestas.
13. Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of Discipleship, posición en Kindle
833.
14. Ibíd., posición en Kindle 837.
15. Ibíd., posición en Kindle 840,841.
16. Ibíd., posición en Kindle 860-862.
17. Ibíd., posición en Kindle 1320.
18. Vea el capítulo 5 del libro de Michael J. Wilkins, Following the Master: A Biblical
Theology of Discipleship.
19. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 171.
20. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 363.
21. Para Carlos Van Engen, citando a Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich, eds., Theological
Dictionary of the New Testament, G. W. Bromiley, trad., 10 vols. (Grand Rapids,
Míchigan: Eerdmans, 1964–76): s.v. la palabra Diakoneuo es un «servicio muy personal
a otro».. Carlos Van Engen, «El propósito de la iglesia local», en Misión global, ed. Levi
DeCarvalho (Pasadena, California: Centro latinoamericano para la misión mundial,
2006), p. 44.
22. Arnold C. Shultz, «Esclavo, Esclavitud», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley,
y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, Míchigan: Libros Desafío,
2006), p. 222.
23. Wilkins, Following the Master: A Biblical Theology of Discipleship, posición en
Kindle1078-1082. Según Charles A. Hodgman, la palabra hebrea es ʿeḇeḏ, que la LXX
traduce pais, zerapōn, y doulos. Tal como se aplica a los hombres que sirven a Dios en
una capacidad particular, la palabra denota (1) sumisión y (2) el honor de haber sido
elegido para el servicio. Charles A. Hodgman «Siervo», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey
W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología, p. 573.
24. Carlos Van Engen, «El propósito de la iglesia local», en Misión global, ed. Levi
DeCarvalho (Pasadena, California: Centro latinoamericano para la misión mundial,
2006), p. 44.
«¿DÓNDE ESTÁ?», PREGUNTÉ AL ANCIANO DE LA IGLESIA.
« ¡Seguro anda por ahí!», me respondió mientras tomaba nota de los
detalles necesarios para el culto de adoración.
Yo no podía concentrarme en prepararme para el sermón. Me
preguntaba: «¿Por qué no está hoy en la iglesia? ¿Qué habrá
sucedido?». Tenía un mal presentimiento del que no lograba
librarme. Hacía unas pocas semanas se había bautizado con toda
su familia y ahora su ausencia presionaba mi espíritu con tantos
interrogantes. ¡Tenía que hacer algo!
El bautismo es el primer paso para seguir a Dios, por eso
debemos esforzarnos y hacer todo lo necesario para que decenas
de miles puedan unirse al pueblo de Dios; pero que permanezcan
en la iglesia y se conviertan en discípulos es nuestro mayor
compromiso con el Señor. Como ya vimos; en esto radica el secreto
del verdadero éxito de nuestro liderazgo.
La pregunta que seguro viene a su mente es: ¿Cuál es el método
que debemos usar para ser exitosos en el discipulado? La pregunta
es pertinente si deseamos lograr un verdadero impacto de
transformación. La respuesta: ¡El mejor método! ¡El modelo de
Cristo!1
Su método o modelo es, ha sido y será un método único para
ejercer con éxito cualquier liderazgo. No importa en qué nivel de la
organización se encuentre usted. Tampoco depende de la
responsabilidad que tenga. Menos aún está limitado a una cultura o
a un tiempo determinados. Su práctica es la mejor para todos los
tiempos. Jesús tenía esto en mente cuando afirmó a los discípulos:
«Porque ejemplo os he dado, para que como yo he hecho, vosotros
también hagáis» (Juan 13: 15). El propósito divino estaba en
mostrar cuál sería el camino, la metodología o la práctica que todos
sus seguidores debían emular por las siguientes generaciones. No
se trataba simplemente de lavar los pies. Era todo. Su ministerio,
sus estrategias y su liderazgo son el modelo a seguir para los
discípulos de todas las épocas.
Si hablamos en particular del discipulado, no podemos tomar otro
camino. ¡Necesitamos escoger el modelo de Cristo! Especialmente
si consideramos que su modelo se distinguió aún de los modelos de
aquellos que estaban formando discípulos en su tiempo. En forma y
contenido, sus prácticas establecieron un camino diferente, único e
ideal. Si esperamos hacer discípulos con el mismo espíritu que
tuvieron los que formó Cristo debemos seguir sus pisadas paso a
paso. La transformación de hombres y mujeres en discípulos solo
es posible con el método de Cristo.
El propósito del liderazgo de éxito es transformar las vidas de los
seres humanos.2 Las personas pueden tener conocimiento, pueden
asistir a las ceremonias o practicar la religiosidad, pero el propósito
que busca el discipulado es la transformación de sus vidas. Las
iglesias que experimentan esta transformación pueden ver que lo
que antes era difícil, confuso y pesado llega a ser una experiencia
espiritual del más elevado nivel. El evangelismo, la unidad, la
consolidación, pero sobre todo el compromiso de los miembros con
Dios, con la iglesia, entre ellos y con la comunidad es parte del
ambiente normal que se vive en la congregación.
Mateo nos presenta cómo Cristo anhelaba con vehemencia ver
reflejada esta experiencia de nueva vida en sus seguidores. En el
caso del niño endemoniado que no pudo ser liberado por sus
discípulos, el otrora cobrador de impuestos y ahora discípulo,
muestra el deseo que Cristo tenía de ver las cualidades y obras en
sus seguidores cuando afirmó: «¡Oh generación incrédula y
perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo
tendré que soportarlos?» (Mateo 17: 17, RV60). Jesús tenía un
propósito. Y todavía no se había alcanzado.
LA TRANSFORMACIÓN DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS ERA LA CLAVE
El plan de Cristo era ambicioso. Como líder tenía un plan que
superaba los resultados inmediatos, esporádicos y no reproducibles.
No se trataba simplemente del ejercicio de un ministerio por un poco
más de tres años. ¿Qué pasaría luego que él se fuera? ¿Podrían
otros continuar la obra que él había iniciado? Su propósito iba más
lejos de predicar aquí o allá o de ayudar a las personas en sus
problemas temporales. Su verdadero plan era a largo plazo y de
gran escala. No podía limitarse a un lugar o un grupo de personas.
Él tenía muchas ovejas que alcanzar. Pero aún más importante, no
podía limitarse a un tiempo; su obra debía seguir hasta el «fin del
mundo» (Mateo 28: 20).
La única forma en que la obra de Cristo tendría éxito era mediante
la verdadera transformación de sus seguidores. Por eso, su obra no
se limitaba a bautizarlos sino a empoderarlos. Cada uno de sus
seguidores servía a su plan. Cada actividad o programa estaba bajo
el gran propósito de la transformación. Él no promovía un evento,
sino que promovía a una persona transformada como el desarrollo
más grande de su reino. Dondequiera que haya una persona
transformada por el poder de Cristo, sin importar el tiempo ni el
espacio, su propósito se cumpliría.
Dios siembra en lo más profundo del alma del dirigente que
espera ser un instrumento en sus manos, y que está orando y
leyendo este libro, mientras que su corazón espera ejercer un
liderazgo de impacto para un tiempo o un lugar. El día cuando se
recoja la cosecha sus ojos podrán ver que lo que sembró dio
tremendos frutos. A continuación, vamos a presentar los
componentes necesarios para que ocurra la transformación. Estos
componentes son los principios que permiten el establecimiento, el
desarrollo y la consolidación del modelo de Cristo. La comprensión
de cada uno de ellos y su relación con los demás elementos
constitutivos nos permitirán ver el cuadro completo. Debemos
recordar que nuestro enfoque de este material es sistémico, no
fragmentario o reduccionista, por lo que debemos considerar cada
una de las partes como parte de un todo.
LA TRANSFORMACIÓN REQUIERE UN ENFOQUE TOTAL Y CONTINUO
Lo primero que se necesita es mantenerse enfocado en el modelo
de Cristo. Si espera ser exitoso en el plan de Dios, siga el plan que
él ha señalado. Aleje las distracciones, suprima lo que lo desvíe,
pues los discípulos no nacen, se hacen. No es una acción
instantánea o que surge como resultado natural de un evento.
Requiere una acción planificada y los métodos correctos. Es común
ser simplemente un miembro; lo poco común, inusual y
extraordinario es encontrarse con un verdadero discípulo.
Podemos ver que la responsabilidad del producto descansa en el
enviado. Los discípulos no son obra de la casualidad sino el
producto del esfuerzo y la dedicación de otro discípulo que se ha
dedicado a cumplir la Gran Comisión. El imperativo «haced
discípulos» afirma la responsabilidad que tenían los discípulos en
alcanzar el propósito de la transformación de sus seguidores. Ellos
debían «actuar», «intervenir» activamente para alcanzar el producto
divino. Es una obra de naturaleza divina, pero Dios necesita un
instrumento enfocado para realizar su obra.

Cristo es el mejor ejemplo de un liderazgo enfocado. El mayor


tiempo de su ministerio estuvo dedicado a la formación de sus
discípulos. Era su Maestro en todo momento y lugar. Su
capacitación no estaba limitada a un horario ni a un salón de clases.
Todo lo que dijo e hizo tenía el propósito de formar a sus
seguidores. Estuvo con ellos en las fiestas de bodas, el templo, el
mar, debajo de los olivos, en sus casas, barcas y en el aposento.
¡Compartió sus vidas!
Quienes desean ser discípulos al estilo bíblico deben recordar que
nosotros creemos en la creación y descartamos la evolución.
Ambas ideas son contrarias y excluyentes. Por una parte, los
evolucionistas piensan que todo lo que hoy vemos fue
desarrollándose progresivamente y por un espacio de tiempo sin
que interviniera nada externo. Por el contrario, los creacionistas
creemos firmemente que Dios intervino con su palabra para que
surgiera lo que hoy vemos. El mismo principio funciona en el
programa de hacer discípulos. No podemos esperar que las iglesias
tengan discípulos si la prioridad de sus líderes es preparar
programas para que asistan los miembros. Los discípulos no
evolucionan. Los siervos de Cristo son el resultado de la
intervención enfocada de un instrumento de Dios en su formación.
La comprensión de esta realidad nos permitirá entender el secreto
de Cristo. Aquello en lo que invierte su tiempo muestra cuál es la
prioridad de su vida. La pregunta que hoy hacemos es: ¿En qué
invierte el tiempo su iglesia? ¿Qué hace durante la semana?
Cosecharemos lo que sembramos. Si esperamos tener discípulos,
necesitamos enfocarnos en lograrlo. No podemos seguir invirtiendo
nuestro tiempo de la misma forma y esperar resultados diferentes.
LA TRANSFORMACIÓN OCURRE CUANDO EXISTE UN PROPÓSITO CLARO
Jesús tenía un propósito muy claro con relación a lo que esperaba
de sus discípulos. Desde su mismo llamado, dejó manifiesto el
resultado esperado. Los discípulos sabían cuál era la intención de
las enseñanzas y la formación que recibían de Cristo: ¡Que ellos
llegaran a ser pescadores de hombres! Los discípulos sabían por
qué Jesús decía lo que decía y hacía lo que hacía. El conocimiento
del propósito de Cristo para sus vidas hacía significativa cada
enseñanza y experiencia. En muchos casos, cuando no
entendieron, buscaron en privado entender lo que él enseñaba.
¡Estaban motivados! ¡Querían ser lo que Jesús quería!
Quizás usted se esté preguntando: ¿Están claros los que hoy se
bautizan de lo que Dios espera que ellos lleguen a ser como
resultado de ser sus discípulos? ¿Es el bautismo, la asistencia a la
iglesia, guardar los mandamientos o devolver los diezmos, la visión
que los miembros tienen para su vida? ¿Cuántos de los miembros
saben que Dios los ha llamado con el propósito de ser sus siervos u
obreros de su reino?
La transformación no ocurre simplemente por la realización de
ciertas actividades, sino como resultado de un cambio de identidad.
Cristo creó una nueva identidad para sus seguidores. Cristo
estableció una nueva visión de lo que sería sus vidas. Eran la sal de
la tierra, la luz del mundo, los siervos fieles a los cuales él les
encargaría su reino. Antes habían sido recaudadores de impuestos
o pescadores; ahora eran enviados o apóstoles de Cristo.
El modelo de Cristo muestra que él tenía un claro propósito de lo
que buscaba en sus discípulos. Ellos sabían perfectamente por qué
habían sido llamados por el Maestro. ¡Estaban claros del resultado
que se esperaba de ellos!
LA TRANSFORMACIÓN DEL DISCIPULADO ES UN PROCESO DE
ENSEÑANZA CENTRADO EN EL APRENDIZAJE Y LA APLICACIÓN DE LA
PALABRA
La Escritura señala que Cristo incluyó un elemento vital en la Gran
Comisión: «Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado» (Mateo 28: 20). El propósito del modelo de enseñanza
de Cristo está muy claramente expresado en la Biblia. Su meta no
era simplemente dar el conocimiento a sus seguidores, sino evaluar
el aprendizaje del mismo. La enseñanza según el método de Cristo
se trata de lo que ellos entienden y no de lo que nosotros decimos.
De lo que ellos «hacen» y no de lo que simplemente nosotros
compartimos. El centro es el discípulo y no el maestro; el
aprendizaje y no la enseñanza.
Muchas iglesias están saturadas de conocimiento. Se dan
seminarios, certificaciones, cursos, talleres..., pero no ocurre
ninguna transformación, ¿por qué? Porque se piensa que lo más
importante es lo que hizo el maestro y no lo que ocurrió en la vida
del que recibió el mensaje. La transformación es el resultado de lo
que pasa en el alumno, más que en la acción del maestro.
«Guardar» es el propósito. ¡Y guardarlo todo! Esta visión va más
allá que simplemente compartir o saber. El resultado que se busca
es un cambio en la vida total; un ejercicio completo de las
enseñanzas.
En este sentido, la tarea del maestro según el modelo de Cristo no
concluye cuando termina el seminario o la clase; de hecho, solo ha
comenzado. El aprendizaje es parte de un proceso que requiere
tiempo. Las ideas deben ser entendidas y aceptadas, para ser
incorporadas en la vida. El proceso de transformación de Cristo
tomó tres años y medio.
Christopher Shaw señala cómo los discípulos son transformados:
«Muchas veces reducimos toda la verdad a tres o cuatro
principios que el nuevo discípulo debe entender, como si la
vida espiritual consistiera solamente en esto. Cristo, sin
embargo, se había propuesto una transformación absoluta de
aquellos que eran sus discípulos. Para esto, era necesario que
cada aspecto de la vida espiritual fuera examinado a la luz de
todo el consejo de Dios. No se trata tanto de una lista de
temas, sino más bien de un llamado a un estilo de vida donde
todos los aspectos de nuestro andar sean tocados por la
Palabra de Dios: nuestra vestimenta, nuestros hábitos
alimenticios, nuestras relaciones familiares, nuestro concepto
del trabajo, nuestra manera de conducirnos en público, nuestra
manera de divertirnos, nuestros pensamientos más íntimos y
una infinidad de otros asuntos más. La verdadera
transformación del discípulo se produce precisamente cuando
la Palabra lo confronta en cada una de las áreas de su vida, de
modo que se vea obligado a entronar a Cristo como su Señor
en todo momento y lugar».3
Por ello, la enseñanza no puede ser un evento aislado, pues el
discipulado toma tiempo. Formar discípulos no es una campaña, un
curso de diez días o de cinco semanas. Formar discípulos es un
proceso constante. Jim Putman afirma que el «discipulado no es un
currículo o un programa; es un estilo de vida».4
Jesús estableció claramente una visión de lo que significaba el
proceso de transformación por medio del discipulado. Su modelo es
inmejorable. No debe ser ajustado, adaptado ni sustituido con el fin
de establecer nuestras ideas.
LA TRANSFORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS OCURRE EN UN MODELO
PRÁCTICO
Los Evangelios muestran que Jesús siempre estaba con la
multitud y los discípulos (ver Mateo 5: 1). En algunos momentos
Jesús incluyó a los discípulos en la solución de las dificultades que
tenían en la misión con las multitudes (ver Juan 6: 5-6). Estos son
los grupos principales entre los cuales el Señor dirigió su ministerio.
A las multitudes les anunciaba que el reino de los cielos se había
acercado y les enseñaba en parábolas. Los discípulos ayudaban en
el servicio a la multitud, recibían las explicaciones de las parábolas
y eran enviados a cumplir la tarea de compartir el mensaje.
Este era el escenario de formación de los discípulos. Con las
multitudes Cristo tenía el propósito de hacerles sus discípulos. A los
discípulos, su tarea era mostrarles cómo hacer discípulos. Los
libros, el salón de clases o los ensayos estaban ausentes de este
modelo. El mundo, sus necesidades y desafíos, los pobres, ciegos y
pecadores; las noches sin pescar, las tormentas, enfrentar los
demonios y alimentar a los cinco mil era el espacio de aprendizaje.
¡Todo era práctico!
Elena G. de White comenta al respecto:
«El Salvador les dio lecciones prácticas a los discípulos, al
enseñarles cómo trabajar de tal manera que las almas se
regocijaran en la verdad. Manifestó simpatía por los
desanimados, los que soportaban cargas pesadas y los
oprimidos. Alimentó al hambriento y sanó al enfermo. Anduvo
constantemente haciendo el bien por todas partes. Interpretó el
evangelio para los seres humanos mediante el bien que
realizó, por sus palabras llenas de amor y mediante sus actos
de bondad».5
«En la educación de sus discípulos, el Salvador siguió el
sistema de educación establecido al principio. Los primeros
doce escogidos, junto con unos pocos que, por el alivio de sus
necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos,
formaban la familia de Jesús. Estaban con él en la casa, a la
mesa, en el retiro, en el campo. Lo acompañaban en sus
viajes, compartían sus pruebas y tareas, y hasta donde podían
colaboraban en la obra del Maestro. A veces les enseñaba
cuando estaban sentados en la ladera de la montaña; a veces,
junto al mar o desde la barca de un pescador; otras, cuando
iban por el camino. Cada vez que hablaba a la multitud, los
discípulos formaban el círculo más cercano a él. Se situaban
junto a él para no perder nada de su instrucción. Eran oidores
atentos, anhelosos de comprender las verdades que iban a
tener que transmitir a todo el mundo desde entonces y en
adelante».6
ORACIÓN Y EL AYUNO: DOS COMPONENTES CLAVE
El modelo de discipulado de Cristo tiene sus componentes
principales en la oración y el ayuno. Por una parte tenemos a Cristo
tomando tiempo para orar luego de los momentos de trabajo o en
unión con sus discípulos. La Escritura da un testimonio abundante
de lo que significaba el tiempo de oración para Cristo. Para escoger
a los discípulos que serían apóstoles la Escritura señala: «En
aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.
Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de
ellos, a los cuales también llamó apóstoles» (Lucas 6: 12-13, RV60).
Por su parte, el Evangelio de Marcos señala que: «En la
madrugada, Jesús se levantó y fue a un lugar solitario para orar»
(Marcos 1: 35, TLA) y además señala que, posterior a un día de
labores en medio de la multitud, los despidió y «se fue a un cerro a
orar» (Marcos 6: 46, TLA). Al final de su ministerio, muy cerca de su
arresto, Jesús tomó tiempo para orar e invitó a sus discípulos a orar
con él. El Evangelio de Mateo lo registra de esta forma:
«Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama
Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto
que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de
Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste,
hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un
poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo:
Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea
como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y
los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido
velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne
es débil» (Mateo 26: 36-41).
La revisión de estos textos y un análisis detallado nos lleva a
entender que la oración desempeñó un papel preponderante en el
modelo de discipulado de Cristo. En este sentido, no podemos
descartar su presencia en una investigación que busca establecer
los aspectos fundamentales que permitieron la concreción de
discípulos que pudieran al final ser lo que Jesús esperaba que
fueran.

Un análisis más detallado de esta práctica en conexión con el


discipulado nos permite ver que la oración y el ayuno eran hábitos
que formaban parte del desarrollo y la formación de discípulos. La
pregunta, según Mateo, vino de los discípulos de Juan. Según
Marcos, de los fariseos y los discípulos de Juan. Lucas lo registra
de esta forma: «Entonces ellos le preguntaron: “¿Por qué los
discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y
asimismo los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben?”»
(Lucas 5: 33, ver también Mateo 9: 14-17; Marcos 2: 18-22). Como
puede observar el lector, la pregunta pone de manifiesto que el
ayuno y la oración eran parte del aprendizaje y de la vida de los
seguidores de Jesús. Por su parte, Jesús responde a la pregunta,
no rechazando la práctica de la oración o del ayuno, sino mostrando
que para sus discípulos no era tan relevante en esos momentos
porque estaban con él (Marcos 2: 19-20).
Sin embargo, encontramos posteriormente el pedido que hacen
los discípulos a Cristo con relación a la necesidad de aprender a
orar. La Escritura señala: «Un día, Jesús fue a cierto lugar para orar.
Cuando terminó, uno de sus discípulos se acercó y le pidió: “Señor,
enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”» (Lucas
11: 1, RV60). Jesús responde enseñándoles a orar.
Un hecho que muestra la importancia de la oración en la
formación de discípulos es el momento cuando los discípulos no
pudieron echar fuera el demonio que poseía al joven que había sido
traído por su padre ante ellos. Tras el fracaso, se acercaron a su
Maestro en busca de una explicación. La Biblia señala que Jesús
«les dijo: “Este género con nada puede salir, sino con oración y
ayuno”» (Marcos 9: 29). Los discípulos podían tener conocimiento,
estar con Jesús y predicar sus enseñanzas, pero si querían tener
poder para realizar con efectividad lo que él esperaba de ellos, era
necesario que oraran y ayunaran. Orar y ayunar son la llave que
abre la puerta para una nueva vida y un mejor discipulado.
Al escribir estas líneas y luego de ver todo el panorama de lo que
hemos estudiado en este capítulo me pregunto: ¿Por qué no
descubrí esto veinte años atrás? Agradezco a Dios por esta gran
verdad a la vez que oro a Dios para que, al estudiar cada una de
estas palabras con oración, el mismo sentimiento de humildad al
intentar descubrir el método de Cristo para aplicarlo en su ministerio
se apodere también de su alma. ¡Qué maravilloso será aplicar este
método para que cada miembro de la iglesia se convierta en un
auténtico discípulo!

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuál es el método que debemos usar para el discipulado
y por qué?
2. ¿Qué implica para ti un enfoque total en el discipulado?
3. ¿Por qué es importante tener un propósito claro?
4. ¿Cuál es la diferencia entre un discipulado centrado
en la enseñanza y uno centrado en el aprendizaje?
5. ¿Qué significa que el discipulado de Cristo ocurría bajo un
modelo práctico?
6. ¿Son necesarios la oración y el ayuno en el discipulado? ¿Por
qué?
7. ¿Cómo aplicaría usted los cinco componentes de este capítulo a
su liderazgo?

__________
1. Según Pablo A. Deiros, «Modelo» es un «patrón de relaciones conceptuales que se
propone de alguna manera imitar, duplicar o ilustrar analógicamente un patrón de
relaciones en las observaciones que se realizan del mundo, tales como los patrones de
conducta social o religiosa». Pablo A. Deiros, «Prefacio a la Edición Electrónica»,
Diccionario Hispano-Americano de la misión (Bellingham, Washington: Logos Research
Systems, 2006).
2. La palabra usada para «transformación» es μεταμορφόω o metamorfoo, del cual viene la
palabra «metamorfosis», según Pedro Ortiz V., Concordancia manual y diccionario
Griego-Espanol del Nuevo Testamento (Miami: Sociedades Bıb ́ licas Unidas, 2000).
3. Christopher Shaw, Alza tus ojos (San José, Costa Rica: Desarrollo Cristiano
Internacional, 2005).
4. Jim Putman, Real-Life Discipleship Training Manual (NavPress, Edición de Kindle)
Posición en Kindle1860-1861.
5. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, p. 560.
6. Elena G. de White, La educación, p. 78.
«PASTOR, ¿cómo podemos cambiar la condición de la iglesia?».
Esta fue la pregunta que me lanzó aquel experimentado anciano;
arduo luchador espiritual que incasablemente había intentando
durante muchos años mantener a los miembros activos en la misión
y hacer crecer su congregación. Había dedicado su vida a reclamar
el cumplimiento de las promesas de Dios en su persona y en su
iglesia. Pero tras avanzar y retroceder, triunfar y salir derrotado,
ganar almas y quedarse solo, sin recibir el apoyo de los miembros
de su congregación, se sentía agotado y frustrado. ¡Su liderazgo
parecía una montaña rusa!
¿Cree que la experiencia de este líder es única o que representa
el sentimiento de muchos de los que hoy han puesto la mano en el
arado? ¿Puede imaginar lo que sintió aquel dirigente? Su deseo y
anhelo era hacer lo mejor. Sin embargo, su deseo no fue suficiente.
En mi ministerio como pastor he encontrado a decenas de
dirigentes que experimentan las mismas emociones y
pensamientos.
En el capítulo anterior iniciamos la descripción de los
componentes que intervienen en la creación de un sistema de
discipulado según el modelo de Cristo. Cada componente es
importante si queremos alcanzar el éxito en la obra de
transformación. El propósito de este capítulo es completar la visión
del modelo del Maestro, ahondando más profundamente en los
aspectos prácticos que ya hemos mencionado. Empecemos
repasando el esquema del capítulo anterior.
En la siguiente gráfica podemos ver el modelo práctico de
enseñanza de Cristo para cumplir la tarea del discipulado y
compartir su mensaje a todas las personas. En la misma notaremos
los tres actores sociales que participan para llevar adelante con
éxito el discipulado. Basado en lo que conocemos de la Biblia y el
Espíritu de Profecía1 trataremos de comprender cómo funcionaba
realmente el método de Jesús. Analizaremos: ¿Cuál fue el secreto
de la enseñanza de Jesús? ¿Cómo aprendieron los discípulos?
¿Cómo conquistó las multitudes? Al dar respuesta a estas tres
interrogantes veremos cómo Jesús hizo discípulos.
EL SECRETO DE LA ENSEÑANZA DE CRISTO
Jesús tenía dos grandes propósitos en su ministerio. El primero
fue la formación de los discípulos; el segundo, su trabajo de
predicación, enseñanza y sanidad a la multitud que le seguía.
Resulta importante destacar esta gran verdad al considerar el doble
papel del ministerio. En el contexto de la estrategia del discipulado
Jesús cumplía una misión especial: Servía de modelo para los
discípulos, es decir, ponía en práctica sus enseñanzas, mostraba
los métodos antes de enseñarlos, ilustraba con su vida las técnicas
del ejercicio del ministerio antes de enseñarlos a sus seguidores.
Fue por esta razón que en algunas circunstancias los discípulos no
entendían cuando veían a Jesús hacer algo. Primero Jesús
mostraba, luego enseñaba. Jesús les dijo en una oportunidad a uno
de ellos: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo
entenderás después» (Juan 13: 7). ¿Por qué dijo eso Cristo? Él
había lavado los pies de sus discípulos, bajo la mirada sorprendida
de cada uno de ellos. No podían comprender cómo su Maestro
podía hacer el trabajo de un esclavo. Pedro intentó detenerlo
porque no comprendía lo que Jesús estaba haciendo.
Posteriormente, Jesús dio la explicación de sus actos:
«Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su
manto, volvió a la mesa, y les dijo: “¿Sabéis lo que os he
hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien,
porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como
yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto
os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es
mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hiciereis”» (Juan 13: 12-17,
RV60).
Esta escena al final de su ministerio ejemplifica con claridad el
modelo de la enseñanza de Cristo. Contrario a lo que alguno podría
llamar el secreto de los grandes dirigentes espirituales —decir y
luego hacer—, Jesús iba un paso adelante. Él hacía, luego decía. El
autor Daniel Lancaster afirma en su libro Making Radical Disciples
[Haciendo discípulos radicales]: «Las personas hacen lo que ven
que su modelo hace».2 Sobre este principio Jesús desarrolló su
estrategia de discipulado. ¿Podría ser esta la razón de la escasez
de compromiso y participación en las iglesias de hoy en día?
Las iglesias y los líderes modernos deberíamos preguntarnos si
estamos dispuestos a implementar este modelo en nuestro
ministerio. Es interesante notar que este modelo de Cristo rompió
con el paradigma de enseñanza contemporáneo. ¿Recuerda las
palabras que Jesús dirigió a los fariseos?
«En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.
Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y
hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen,
pero no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las
ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un
dedo quieren moverlas» (Mateo 23: 2-4).
Existen dos modelos de enseñanza: 1) establecido por Cristo, en
el que su vida estaba acompañada por sus palabras; y 2) el de los
fariseos, cuyas vidas negaban sus palabras. Este contraste marca
las tendencias que aún existen en nuestro tiempo y que se
manifiestan de diferentes formas.
La Escritura nos enseña que debemos evaluar todo por sus frutos
(ver Mateo 7: 15-20). Por lo tanto, debemos considerar seriamente
la transformación de nuestro modelo de enseñanza y formación de
discípulos según el modelo de Cristo en la iglesia si esperamos
reproducir sus mismos resultados.
El modelo práctico de Cristo tiene un poder especial. Se basa en
la autoridad moral del ejemplo incluso en medio del sacrificio. Pedro
escribió: «Para esto fuisteis llamados; porque también Cristo
padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus
pisadas» (1 Pedro 2: 21). Y aquí está la clave. Solo el que predica lo
que vive puede decir con autoridad: ¡sigan mi ejemplo! Este tipo de
liderazgo y enseñanza marca un paradigma que distingue el
liderazgo de Cristo de todos los demás. Es el único que puede
esperar la imitación. La naturaleza de este liderazgo se ve reflejada
plenamente en la expresión común usada por Cristo para llamar
discípulos: «sígueme». No es simplemente una expresión
metafórica. ¡Es una experiencia de vida!3
EL SECRETO DEL APRENDIZAJE DE LOS DISCÍPULOS
En contraste con el método de memorización, el aprendizaje de
los discípulos fue vivencial y significativo. Se relacionaban
imágenes, sonidos, colores y emociones de forma permanente.
Ellos usaron los sentidos en la asimilación de los conceptos que
Cristo les enseñó. Este modelo de aprendizaje queda reflejado en lo
que escribiera el discípulo Juan: «Lo que hemos visto y oído, eso os
anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con
nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y
con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1: 3). Lancaster afirma con
propiedad que «escuchar, ver y hacer son los tres maestros que
tenemos».4 La observación con todos sus sentidos era la forma
como ellos conocerían la verdad. Natanael experimentó este tipo de
aprendizaje cuando Jesús le dijo: «¡Ven y ve!» (Juan 1: 39).
También este tipo de aprendizaje difería con las costumbres de los
días de Cristo. David E. Bjork en su libro, Cada creyente un
discípulo describe la manera como ocurría el proceso normal del
discipulado en los tiempos de Cristo.
«El discípulo del primer siglo aprendió todas las cosas de su
maestro. Él aprendió sus historias, sus hábitos, su manera de
guardar el sábado, y sus interpretaciones de la Torah. Y
cuando el discípulo había aprendido todo lo que su maestro
sabía, él comenzaba a enseñar a sus discípulos».5
Sin embargo, en el caso de Cristo, existe una manifiesta diferencia
a lo que ocurría de forma común y corriente. Además de usar todos
los sentidos en el aprendizaje, sus seguidores estaban al mismo
tiempo activos en la formación de otros discípulos. ¡Aprender
haciendo! Los discípulos fueron encargados de alimentar a los más
de cinco mil, servir a los necesitados, sacar demonios, predicar el
evangelio, buscar un pollino y preparar un lugar para la Pascua,
entre otras tareas. Apoyaron a Cristo y cumplieron la misión por sí
mismos. Aprender a ser discípulos se parece más a aprender a
manejar que a ir a una escuela, sentarse y escuchar informaciones.
El resultado de este tipo de aprendizaje es doble. Por lo vivido, las
enseñanzas podrían ser recordadas durante el resto de sus vidas.
Los años pasaron y sus cuerpos envejecieron, pero los tres años y
medio que vivieron junto al Salvador siempre estuvieron en sus
corazones. En segundo lugar, es la única manera en que se forma
un verdadero testigo del poder del evangelio. Todo discípulo debe
estar empoderado por la experiencia de su vida, dar testimonio de lo
que Dios ha hecho en la vida de otros por medio de su ministerio.
Podemos resumir en el siguiente cuadro las diferencias entre estos
dos sistemas de aprendizaje.

Es urgente hacer una evaluación de la forma como formamos


discípulos. ¿Existe un plan de aprendizaje basado en el hacer?
¿Tienen un conocimiento práctico? ¿Promovemos el testimonio
como parte de su crecimiento espiritual? La respuesta sincera a
estas preguntas nos conducirá hacia una comprensión de los
ajustes necesarios para el establecimiento de un modelo de
discipulado apropiado.
EL SECRETO PARA CONQUISTAR A LAS MULTITUDES
Después de que Cristo inició su ministerio público, casi nunca
estuvo solo. Multitudes lo buscaban; por otro lado, encontramos a
Cristo con una intención de ir a todas partes para cumplir su
ministerio. Todo esto encuadra en el modelo cuyo ministerio era
anunciar el evangelio al mundo para que «llegaran a ser
discípulos».6 La Escritura dice: «Y saliendo, pasaban por todas las
aldeas, anunciando el evangelio» (Lucas 9: 6).
La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿Cuál era el secreto
de Cristo para conquistar a las multitudes y que fue enseñado por
ejemplo a los discípulos? La respuesta de esta interrogante entraña
una importancia especial. Primero, nos enseña cuál era el método
que Dios esperaba que sus discípulos replicaran. Segundo, nos
muestra lo que debemos hacer para que el plan de Cristo sea un
éxito en todo sentido. En otras palabras, tiene un carácter
pedagógico para nuestro tiempo.
Contrario a lo que muchos puedan pensar, el verdadero modelo de
Cristo traerá un incremento exponencial en el impacto que la iglesia
y los miembros están teniendo en las comunidades y por supuesto,
en el número de nuevas personas que se hacen discípulos. ¿Por
qué? Es importante señalar dos razones.
1. En vista de que el plan de discipulado saca a los miembros a la
calle, en lugar de mantenerlos atrapados en una programación
dentro de la iglesia, son mucho más los que participan. El
resultado será inevitable: habrá más motivación y además un
mayor impacto y como resultado podremos alcanzar a un mayor
número de personas.
2. Los grandes impactos generan una reacción en cadena que tiene
como resultado un aumento exponencial de los resultados. La
razón es simple. Las mismas multitudes se convierten en voceros
para comunicar el mensaje. Esta es la causa por la que las
multitudes que seguían a Cristo eran cada vez más grandes.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿Cómo atraía Cristo a las
multitudes? Algunos podrían afirmar que era por sus enseñanzas, y
en parte tienen razón. Pero es importante decir que existía otro
ingrediente que tenía un efecto explosivo en el impacto del
ministerio de Cristo: ¡Sus obras! La Escritura dice: «Pero su fama se
extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírlo, y para que
los sanara de sus enfermedades» (Lucas 5: 15). ¿Por qué? La
Escritura lo muestra de esta forma: «Recorría Jesús todas las
ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y
predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y
toda dolencia en el pueblo» (Mateo 9: 35-38).
Junto con los discípulos, el ministerio de Cristo consistió en sanar
a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar leprosos, dar vista a
los ciegos, hacer caminar a los paralíticos, alimentar a multitudes y
expulsar demonios. No simplemente anunciaba las promesas del
reino de Dios, sino que las multitudes las podían experimentar en
sus vidas, en ellos mismos, en sus amigos y en sus familiares. Y si
a esto añadimos que se sentaba con los publicanos y predicaba a
las prostitutas podemos tener un cuadro de las obras de Cristo que
sacudieron las aldeas y ciudades por donde él pasaba. Elena G. de
White afirma que «había aldeas enteras donde no se oía un gemido
de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado
a todos sus enfermos».7
En esto consistía el gran secreto de Cristo: Sus palabras eran una
manifestación del poder de Dios, sanaba enfermedades, daba
libertad a los oprimidos y transformaba vidas. Los apóstoles
siguieron ese modelo según el libro de Hechos. Fijémonos en la
siguiente oración: «Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede
a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras
extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y
prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús» (Hechos 4:
29-30, RV60). Posteriormente vemos lo que ocurrió en la iglesia
primitiva:
«Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número
así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los
enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para
que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre
alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían
a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus
inmundos; y todos eran sanados» (Hechos 5: 14-16, RV60).
El gran secreto del ministerio de Cristo estuvo fundamentado
principalmente en sus obras. Podemos usar muchos medios para
probarlo, pero permíteme presentar la respuesta de Cristo a los
discípulos enviados por Juan porque dudaban con relación a su
ministerio. La Palabra de Dios afirma que «Jesús, les dijo: Id, haced
saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son
resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio» (Lucas 7:
22). Jesús no respondió con palabras sino con acciones. ¿Qué
mejor argumento podemos tener a favor del cristianismo? Bien lo
dijo Elena G. de White:
«Solo el método de Cristo dará éxito para llegar a la gente. El
Salvador trataba con los hombres como quien deseaba
hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus
necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía:
“Sígueme”».8
Entender esta verdad ayuda a comprender los dos estilos de
ministerio con las multitudes.

El modelo de Cristo cumplía su plan de predicar el mensaje en


todos los lugares y a muchas personas y además de formar a los
hombres y mujeres en el discipulado. Este es el modelo que cambia
miembros, iglesias y ministerios.
LA TRANSFORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS OCURRE EN UN MODELO
RELACIONAL
Otro componente importante que necesitamos tomar en cuenta
para la correcta formación de discípulos es recordar que todo ocurre
en un ambiente de estrechas relaciones entre los participantes. Este
elemento está muy relacionado con elemento práctico y junto con él
son elementos indispensables para la implementación del método
del Maestro. Sin embargo, lo que analizaremos continuará siendo
reiterado y ampliado más adelante para comprender lo que
significan las relaciones y su papel en la transformación de los
miembros en discípulos.
Cuando Cristo llamó a los discípulos lo hizo para que estuviesen
con él en todo momento (Marcos 3: 14). La cercanía física genera la
oportunidad para la aparición y el desarrollo de una cercanía
emocional. De esta forma, los que otrora eran desconocidos
llegaron a establecer lazos familiares de hermandad. «Los primeros
doce escogidos, junto con otros que, para atenderlos en sus
necesidades, estaban de vez en cuando en relación con ellos,
formaban la familia de Jesús».9
JESÚS Y SUS SEGUIDORES
La cercanía permanente y una relación profunda eran el
fundamento para la transformación de la vida de sus seguidores.
Esta relación de amor mutuo, confianza y transparencia permite que
se puedan abrir con honestidad y rendir cuentas. Greg Ogden
afirma que: «Es cierto que en una relación de discipulado habrá
elementos programados, como la temática a tratar, pero la prioridad
es la dinámica de la relación».10 Por supuesto, la relación establece
una diferencia radical con el modelo que busca desarrollar
discípulos por medio de programas. Según Ogden11 este contraste
se basa en:
1. El programa se centra en la información, pero las relaciones en la
compenetración. En el programa se da una lección, no se abre el
corazón.
2. En el programa unos pocos participan, en el discipulado todos
deben cumplir con su responsabilidad.
3. Los programas tienen un ritmo de tiempo preestablecido, pero el
discipulado personal y relacional se adapta a cada persona.
4. En los programas se evalúa el contenido y conocimiento, en el
discipulado se rinde cuenta acerca de los cambios en nuestra vida
y cómo nos parecemos a Jesús.
Dicho de otra forma, el programa es impersonal, externo a la
persona y temporal. La relación es muy personal, llena de intimidad
y atemporal. El discipulado según el modelo de Cristo busca el
establecimiento de amistades estrechas y sinceras; de un entorno
de confianza en el cual la persona se sienta cómoda de preguntar,
se sepa aceptada y alentada a progresar. Este fue el ambiente que
desarrolló Cristo con sus discípulos. Ellos podían ver en Jesús su
transparencia e integridad. El Maestro los corregía y los motivaba
en su crecimiento. Jesús y sus discípulos eran más que conocidos,
eran amigos y hermanos.
Una relación personal, significativa e íntima es lo que Cristo
promovía con sus discípulos. No solo ellos conocerían si los otros
no lograban entender de sus disertaciones (ver Lucas 8: 10); sino a
él mismo. Conocerle a él, era el propósito más grande de su
programa de discipulado. Juan, el discípulo amado, lo registró de
esta manera: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan
17: 3). El conocimiento de Cristo, más que el conocimiento acerca
de Cristo es el centro del modelo del discipulado transformador. Por
eso, Coleman afirma que «Jesús hizo una práctica de estar con
ellos. Esta fue la esen ia de su programa de entrenamiento».12 El
conocimiento viene como resultado de la relación. «Aquí se
encuentra la característica básica de su modelo de discipulado: la
relación interpersonal entre el maestro y su discípulo».13 Elena G.
de White escribió: «Por medio de su relación personal dejó impresa
su marca en estos colaboradores escogidos. “La vida fue
manifestada —dice Juan—, y la hemos visto, y testificamos de ella”
(1 Juan 1: 2)».14
Eims LeRoy, en su libro El arte perdido de hacer discípulos
sostiene con mucha razón: «El efecto que tiene el ministerio de
hacer discípulos por asociación sobre los hombres en
entrenamiento es poderoso, dramático, y cambia vidas».15
UNA RELACIÓN PROFUNDA CON OTROS
La relación de Cristo con sus discípulos estuvo matizada por
niveles de profundidad y confianza. Algunos lo acompañaron en
momentos más significativos que otros (ver Mateo 17: 1-4). Tanto
para revelaciones especiales como para un apoyo en momentos
cruciales de su vida (ver Mateo 26: 35-40 y Marcos 14: 37). De esta
forma vemos a un maestro estableciendo vínculos más cercanos al
grupo de los doce, que lo acompañarían y alentarían en la intimidad.
Las relaciones cercanas traen fortaleza, por tanto Jesús también
promovió las relaciones entre sus discípulos al enviar a los doce de
dos en dos y luego a los setenta (ver Marcos 6: 7 y Lucas 10: 1).
¿Cuál fue la razón de esta decisión? En primer lugar Jesús
comprendía el valor de la asociación de temperamentos como
medio de transformación. En segundo lugar, esta relación proveía
una compensación de las virtudes y defectos, fortaleciendo el
impacto en la obra que ambos realizaban. Fijémonos en un clásico
ejemplo: Pedro y Juan:
«Nuestro Salvador comprendía que unos debían asociarse a
otros. Él no relacionó con el amado y suave Juan a otra
persona del mismo temperamento; sino que relacionó con él al
ardiente e impulsivo Pedro. Estos dos hombres no eran iguales
ni en disposición ni en método de trabajo. Pedro era rápido y
celoso en la acción. Era arrojado y no entraba en
transigencias, y a menudo hería; Juan era siempre tranquilo,
considerado con los sentimientos de los demás, y venía detrás
para consolidar y animar. Así, los defectos de uno eran
parcialmente cubiertos por las virtudes del otro.
»Dios nunca se propuso que, como regla, sus siervos fueran a
trabajar solos. He aquí una ilustración: Aquí hay dos
hermanos. No son del mismo temperamento; sus mentes no
corren por los mismos cauces. Uno está en peligro de hacer
demasiado; el otro deja de llevar las cargas que debe llevar. Si
están asociados el uno con el otro, esto podría tener una
influencia modeladora sobre cada uno de ellos, de manera que
los extremos de sus caracteres no se destacarían en forma tan
prominente en sus labores».16
La relación entre los discípulos tiene un efecto transformador. El
Maestro, además de esperar que los discípulos se fortalecieran
unos a otros, deseaba que el contacto entre ellos puliera sus
caracteres y les permitiera que sus virtudes se compensaran para
causar un mayor impacto. En resumen, la relación trae como
resultado el crecimiento interno de los discípulos.
¿QUÉ HACER?
¿Puede imaginar qué pasaría en su ministerio y en su
congregación si pusiera en práctica el modelo de discipulado de
Cristo? ¿Le gustaría ser parte de la generación de líderes que
buscarán seguir en todo el modelo del Maestro? Estas preguntas, si
nos las hacemos con oración, sinceridad y bajo la guía del Espíritu
Santo, impresionarán nuestro corazón y nuestra mente para
convertirnos en verdaderos dirigentes transformadores. Cada uno
de los seis componentes estudiados hasta ahora deben ser
elementos fundamentales de un ministerio que espera experimentar
la grandeza de los resultados prometidos por Dios a todos los que él
ha llamado. ¿Qué decidirá?

En el próximo capítulo analizaremos las estrategias usadas por


Cristo para llevar adelante la formación de discípulos. Le invito a
orar y a pedirle a Dios que le llene de fortaleza y lo convierta en el
líder que él espera que sea, para que tengamos los discípulos que
Dios desea tener. Tome tiempo para reflexionar y meditar en la
visión de Dios para su vida. Porque la única forma de cambiar la
condición de la iglesia es cambiando la forma como hacemos
iglesia. Después de todo, sería una locura intentar tener diferentes y
mejores resultados haciendo siempre lo mismo.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuáles son los tres actores sociales del modelo del discipulado
de Cristo?
2. ¿Cuál fue la estrategia que Jesús usó para enseñar?
3. Mencione tres diferencias entre el modelo de enseñanza de
Cristo y el de los fariseos.
4. Describa por qué es diferente el modelo de aprendizaje de Cristo
al modelo tradicional.
5. ¿Cuál fue el secreto de Cristo para conquistar multitudes?
6. Discuta en grupos la diferencia entre la obra tradicional y el
ministerio de Cristo.
7. Considerando los principios tratados en este capítulo y en el
anterior, enumere diez ideas que pueda implementar en su
congregación para establecer el modelo de discipulado de Jesús
allí.
8. ¿Qué desafíos considera que enfrentará al establecer
un liderazgo enfocado en la formación de discípulos
en su congregación?

__________
1. Elena G. de White afirmó: «El Salvador les dio lecciones prácticas a los discípulos, al
enseñarles cómo trabajar de tal manera que las almas se regocijaran en la verdad.
Manifestó simpatía por los desanimados, los que soportaban cargas pesadas y los
oprimidos. Alimentó al hambriento y sanó al enfermo. Anduvo constantemente haciendo
el bien por todas partes. Interpretó el evangelio para los seres humanos mediante el bien
que realizó, por sus palabras llenas de amor y mediante sus actos de bondad», Consejos
para la iglesia, p. 560. La cursiva es nuestra.
2. Daniel B. Lancaster, Making Radical Disciples: Easily Make Disciples that Follow Jesus
and Multiply in 60 Days or Less (T4T Press, edición de Kindle), Posición en Kindle 2186.
3. Christopher Shaw, Alza tus ojos (San José, Costa Rica: Desarrollo Cristiano
Internacional, 2005). Esto se refiere a que la tarea de enseñar a otros estaba
fundamentada en una práctica personal. No estaban librados de cumplir los
mandamientos que estaban comunicando a otros. Al contrario, sus ministerios estarían
construidos sobre la sólida base de la vivencia personal. Esto aseguraba que la
enseñanza que impartirían a otros nunca procedería del plano de lo teórico, que es una
de las razones por las cuales mucha de la enseñanza en nuestros tiempos no impacta:
está apoyada en una comprensión intelectual de la vida espiritual y no en una
experiencia cotidiana. Es precisamente esta vivencia diaria la que le otorga a un maestro
verdadera autoridad espiritual.
4. Daniel B. Lancaster, Making Radical Disciples: Easily Make Disciples that Follow Jesus
and Multiply in 60 Days or Less, Posición en Kindle 442-443.
5. David E. Bjork, Every Believer a Disciple!: Joining in God’s Mission (Langham Creative
Projects), p. 64.
6. Aubrey Malphurs, Strategic Disciple Making: A Practical Tool for Successful Ministry
(Baker Publishing Group), p. 48.
7. Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 17.
8. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 86.
9. Elena G. de White, La educación, p. 78.
10. Greg J. Ogden, Discipulado que transforma: El modelo de Jesús (Barcelona: Editorial
CLIE, Edición Kindle), posición en Kindle 2237-2238.
11. Ibíd.
12. Robert E. Coleman, The Master Plan of Evangelism (House of Majied Publications,
Edición de Kindle), Posición en Kindle 257.
13. Carlos Scott, Recursos misioneros para la iglesia local (Buenos Aires, Argentina:
Carlos Scott, 2012), p. 124.
14. Elena G. de White, La educación, p. 77.
15. Eims, LeRoy, The Lost Art of Disciple Making (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan,
2009), p. 33.
16. Elena G. de White, El evangelismo, pp. 57-58, la cursiva es nuestra.
«DENME CIEN HOMBRES que no teman más que al pecado y no
deseen más que a Dios y cambiaré el mundo». Esta afirmación de
John Wesley, el gran predicador inglés del siglo XVIII, revela la
visión de este poderoso instrumento de Dios para el gran
reavivamiento espiritual de Gales, en el Reino Unido. Él poseía una
clara convicción. Su visión y liderazgo estaban enfocados en la
transformación de las vidas de las personas. Muchos hoy están
buscando los mejores métodos para hacer grandes cosas, pero
Cristo se dedicó a transformar a hombres para impactar al mundo.
Este material que tiene en sus manos trata acerca de la
transformación de personas, iglesias y organizaciones. Trata acerca
de cómo ¡ser líderes que transformen!
Wesley agregó: «Estoy más convencido que nunca de que
predicar como un apóstol sin juntar a los que han sido despertados,
y sin entrenarlos en los caminos de Dios, es nada más que
engendrar hijos para el diablo».1 Esta visión o cosmovisión acerca
de la importancia de la formación o discipulado de los miembros
luego de su bautismo fue el más grande de los secretos de su
liderazgo.
«¡Necesito esa visión en mi vida, Señor!», fue mi oración tras
comprender por qué el ministerio de Wesley había sido tan
extraordinario. Durante casi dos décadas, yo había sido un
evangelista dedicado a campañas en grandes y pequeños lugares,
nacionales e internacionales, por radio y por televisión; pero esta
visión transformó mi concepto e inició un nuevo camino para mi
ministerio. El pensamiento de formación de discípulos como el gran
secreto del cambio de la iglesia llegó a ser magnético, impactante y
prioritario. ¡El Señor me cambió!
Para alcanzar la meta que tenía en su mente, Wesley desarrolló
un sistema para que el miembro de iglesia pudiera madurar. Las
palabras y obras de este fervoroso avivador espiritual del siglo XVIII
aprobaron su convencimiento en relación al papel que ejercen los
líderes en el desarrollo de los miembros de iglesia. Como
consecuencia, su trabajo, visión y liderazgo permean todavía el
horizonte religioso contemporáneo. Abundantes libros y
disertaciones continúan promoviendo un desarrollo espiritual como
fundamento de su práctica o disciplina espiritual. ¡Todo miembro
debe saber «seguir» a Jesús!
Existen muchas iglesias y líderes que hoy buscan fervorosamente
que ocurra un verdadero reavivamiento en su seno. Tienen un gran
sueño. Necesitan ver y experimentar a Dios obrando con poder.
Anhelan ser usados por Dios para impactar su vecindario y el
mundo. ¿Qué deben hacer? La respuesta es la misma desde los
días de Cristo: ¡Hagan discípulos que guarden todas las cosas que
el Señor les ha mandado! ¡Formen la clase de miembros que
trastornarán al mundo! (ver Hechos 17: 6).
En los capítulos anteriores estudiamos los componentes más
importantes que la Biblia nos enseña acerca de la estrategia de
discipulado. Le recomiendo volver a leer cada uno de estos
principios y compartirlo con los miembros de su iglesia. El estudio y
la enseñanza a otros tendrán el mismo efecto que ya hemos
estudiado; aprenderá realmente las verdades señaladas. Por lo
tanto, es difícil, sino imposible, querer aprender de discipulado sin
poner inmediatamente en práctica el discipulado. ¡Manos a la obra!
¡Prepárate para hacer discípulos como Jesús!
¿CÓMO HIZO DISCÍPULOS JESÚS?
Ahora profundicemos en la comprensión del modelo de
discipulado de Cristo. Cada vez que conozca un poco más de la
forma como Jesús formó a sus seguidores se llenará de confianza
en que es posible ver la transformación de su ministerio, liderazgo e
iglesia. La razón es que verá lo poderoso y efectivo del método de
Cristo, a la vez que su sencillez. ¡Esta fue la intención de Jesús
cuando lo estableció! Hace poco hablé con un pastor que estaba
observando cómo su distrito cambiaba gracias a la aplicación de los
primeros principios de liderazgo expuestos en mi otro libro: Un
liderazgo que impacte. ¿Y sabe por qué? Porque se trata de seguir
las pisadas de Cristo y experimentar su poder. El pastor me decía
emocionado que, al inicio del año, apenas comenzando el segundo
mes, la iglesia que a duras penas bautizaba cuatro personas con un
predicador traído de afuera en todo el año, ahora, con sus mismos
ancianos y siguiendo el plan de Cristo habían bautizado diez almas
en el primer mes del año. Sí, ¡diez almas! Seguir los principios es el
secreto para el éxito.
Por eso la pregunta cobra importancia. Esta interrogante, que hoy
resulta tan pertinente, no lo fue así para los discípulos de Cristo.
Cuando él los envió a cumplir la Gran Comisión, ninguno le
preguntó cómo lo harían. La razón fue que ellos sabían que lo único
que debían hacer era reproducir paso por paso lo que su Maestro
había hecho con ellos. Según David Bjork: «Cuando ellos (los
discípulos) escucharon a Jesús decir “hacer discípulos”, el primer
pensamiento de Pedro, Santiago y Juan fue sin duda que ellos
podrían encontrar a otros individuos que serían formados
exactamente como ellos habían sido formados por Jesús».2
Sin embargo, la distancia en el tiempo y el espacio, el ajuste
hecho a antiguos procesos o la creación de otros nuevos influyó
para que muchos de los que hoy seguimos a Cristo no
experimentemos el mismo modelo de Jesús con sus discípulos.
Esta es la razón por la cual, en la mayoría de los casos, los
resultados alcanzados son dolorosos, frustrantes y apenas
temporales, no permanentes. Y la razón es muy clara: ¡No se puede
mejorar el método de Cristo!3 «Cristo mismo nos ha dado el ejemplo
de la forma como debemos trabajar».4 Y él esperaba que fuera así.
Permíteme, apreciado lector, establecer el marco general del
discipulado bíblico desde su inicio para llegar luego a su desarrollo y
madurez. Para ello volvamos a tomar como base el contenido de la
comisión de Mateo 28: 18-20:
«Jesús se acercó a ellos y les habló diciendo: “Toda autoridad
me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y
hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles que guarden todas les cosas que os he
mandado. Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días,
hasta el fin del mundo”» (RVA15).
Estoy de acuerdo con Robert Coleman y otros autores cuando
afirman que el estudio de la misión en Mateo puede verse con
«mayor claridad cuando se estudia el texto griego y se analiza que
los verbos “ir”, “bautizar”, y “enseñar” están todos en participio y que
además, estos participios derivan su fuerza del verbo principal
“hacer discípulos”».5 ¿Qué significa? Que por el Espíritu Santo
Mateo quería dejar muy en claro el proceso básico del discipulado.
Para hacer discípulos ellos deberían cumplir tres funciones
simultáneas: Ir, bautizar y enseñar. Estas tres acciones conforman
el escenario del discipulado. En este capítulo y el siguiente
analizaremos cada una, pero sería bueno resaltar que, dado que las
tres acciones son simultáneas, hemos de desechar el modelo que
las coloca como un ciclo. A continuación, podrá observar los dos
modelos y comprender lo que estamos señalando. El modelo cíclico
es el modelo comúnmente usado para cumplir la misión. Pero el
modelo sincrónico, es el que Cristo estableció en la Gran Comisión.

¿POR QUÉ DEBE SER SINCRÓNICO?


Durante algún tiempo en mi ministerio pensé que el discipulado
ocurría de forma cíclica y usé con gran efectividad este formato.
Separé tiempos y señalé actividades para cada etapa. Incluso,
categoricé las fases como «siembra», «cosecha» y «consolidación».
Estos periodos significaban los rieles sobre los que corría la
programación. Parecía que cumplía con la comisión de Cristo, pero
no era así; bueno, no completamente. Y las consecuencias eran
evidentes. La más clara y evidente era que mientras
consolidábamos, dejábamos de buscar; y cuando buscábamos,
dejamos de consolidar. Además, durante el periodo de bautismo, los
que no se bautizaban se desanimaban al poco tiempo y eran
olvidados por la iglesia porque nos dedicábamos a la consolidación.
Al año siguiente, cuando volvía la etapa de siembra y cosecha y los
buscábamos, ya no ardía la llama de la fe en su corazón como
antes, o se habían unido a otra denominación. El resultado era estar
siempre comenzando y haciendo algo que no terminaba.
NO OLVIDEMOS EL SECRETO DE LAS COSAS BIEN HECHAS
¿Por qué? En primer lugar existe una causa subyacente que muy
a menudo pasamos por alto. Es difícil hacer varias cosas a la vez y
ser efectivos en todo. Es muy conocido el dicho que el que «cocina
dos conejos, sino se le quema uno, se le queman los dos» o el que
dice que «el que mucho abarca, poco aprieta». Gary Keller escribió
un superventas titulado The One Thing, que muestra lo importante
que es hacer una sola cosa para tener verdadero éxito. Las
multitareas y la búsqueda de productividad generan múltiples
propósitos. Los líderes preguntan: ¿Cómo puedo hacer todo con el
poco tiempo que tengo? El secreto está en encontrar aquello que
sea lo más importante: Lo que impacta. Esta es una de las razones
por la que el modelo de Cristo es simple pero poderoso, individual
pero abarcante, diferente pero efectivo. Jesús esperaba que
hicieran las tres acciones de forma paralela. Pero, todas estas
actividades bajo un solo y único propósito: ¡hacer discípulos!
TOME EN CUENTA LA VARIABLE MÁS IMPORTANTE: EL INDIVIDUO
La segunda razón por la cual el sistema cíclico no es el mejor es
porque se establece fecha al proceso natural de una persona, cuyo
desarrollo puede ser diferente de un individuo a otro. Hoy me
pregunto: ¿Cómo pude olvidar el hecho de que cada persona tiene
su tiempo de siembra, cosecha y consolidación? En la mayoría de
los casos, la consolidación o la superación de los primeros desafíos
de la vida espiritual transcurren durante los primeros dos años.
Entonces, ¿cómo pude asignar tres meses para lo que toma más de
veinticuatro? El resultado de este pensamiento ya sabes cuál es, o
lo imaginas muy bien. Se comienzan las cosas, pero no se
terminan. Existen muchos procesos abiertos, pero ninguno cerrado.
¿A dónde conduce todo? Estoy seguro de que lo sabe bien. Quizás
ha sido parte de su experiencia y quizás es la razón por la que está
leyendo este libro. No existe un avance real, sólido y constante. Son
avances y retrocesos. Siempre se está iniciando. La frustración es
alarmante.
¿Qué sucedería si cada año coloca las bases, edifica las
columnas, construye las paredes y pone el techo y luego al año
siguiente nuevamente debe iniciar otra vez? ¿Qué pasaría si esto
ocurre todos los años porque el techo, las paredes y las columnas
desaparecieron? Ahora imagine que en lugar de columnas, paredes
y techos son personas. ¿Qué siente cuando luego de conquistar
nuevos conversos para Cristo al siguiente año no se encuentran y
debe comenzar otra vez? Estoy seguro de que este fue el
pensamiento de Cristo cuando, durante tres años edificó un
ministerio que continuó creciendo luego por medio de sus
discípulos. Su meta no era perder lo ganado. Tampoco retroceder
más de lo que se había avanzado. Él sintió profundamente la
pérdida de Judas. ¡Él también deseaba mantener a Judas! Al hacer
un balance de su ministerio Jesús afirmó: «Cuando estaba con ellos
en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo
los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición,
para que la Escritura se cumpliese» (Juan 17: 12, RV60). El anhelo
del Maestro era que ninguno se perdiera.
PREVIENE EL DESEQUILIBRIO
Las personalidades influyen notablemente en la forma como
ejercemos el ministerio. Esto por sí mismo crea una presión interna.
Por lo general somos propensos a enfatizar las cosas que nos
agradan, lo que hacemos bien, lo que es más fácil de hacer para
nosotros. Obviamente esto trae como resultado un desequilibrio.
Recuerdo al inicio de mi ministerio la forma como siempre rehuía
presentar ciertos temas. Prefería hablar de la fe que del cuidado del
cuerpo o de la gracia en lugar de la mayordomía. Además, prefería
hacer evangelismo, en lugar de formar a los miembros para la tarea.
La razón era muy sencilla: capacitar a los miembros tomaba más
tiempo y no eran seguros los resultados. Mis propias inclinaciones
distorsionaban la integralidad del ministerio.

Sin embargo, si a la personalidad sumas las presiones externas


tenemos un cuadro surrealista. Las exigencias lo dirigen de un lado
a otro; por lo general no existe un enfoque holístico y los planes
cambian cada año. ¿Qué hacer? Los que siguen parecen estar en
una montaña rusa de destinos inesperados; el esfuerzo es agotador.
¿Cómo dar en el blanco cuando este está en movimiento
constante? El desequilibrio de la vida no solo destruye el valor
pasado sino que además pierde sentido el futuro. ¿Vale la pena?
La visión de Cristo es completa. Incluye todo lo que esperaba que
hicieran sus seguidores y excluye todo lo innecesario. Se resume en
una sola y simple frase que se mantendrá invariable en el tiempo,
superando las inclinaciones personales y por encima de los
propósitos variables organizacionales: «¡hacer discípulos!» es una
cápsula que incluye todas las vitaminas de la comisión evangélica:
yendo, bautizando y enseñando.
TRES ACCIONES EVANGÉLICAS
Tomando en consideración el modelo de Cristo que conocimos en
los estudios anteriores es tiempo que lo veamos y lo analicemos
aún más profundamente desde la perspectiva del maestro.
Retomemos lo que ya hemos visto como la imagen que refleja el
método de Cristo para el discipulado y estudiemos las tres
estrategias que hacen realidad un discípulo.

«IR»
Recuerdo muy bien cómo a mediados de 1995 la iglesia me envió
a predicar a Bogotá, Colombia. ¡Era mi primera misión fuera de mis
tierras! No se trataba de una obra a distancia, implicaba
movimiento. No podía pensar en invitar a las personas para que
fueran a donde yo estaba. Este fue el primero y más importante
viaje a otros lugares. Desde allí he tenido que recorrer decenas de
miles de kilómetros para cumplir la tarea de predicar o de formar
líderes de congregaciones en muchos países.
EL TEMPLO NO ES EL ESCENARIO PRINCIPAL
«Ir» es una de las acciones de la comisión evangélica. Es uno de
los aspectos que necesita todo nuestro análisis y consideración. La
palabra «ir» en nuestras Biblias es la traducción de la palabra griega
poreuomai (πορεύομαι), que significa «moverse de un lugar a
otro».6 Por su parte, Tuggy agrega que la palabra implica: «irse, ir,
marcharse, viajar, apartarse».7 Es claro el sentido de movimiento
que tiene el discipulado del modelo de Cristo. No se trata de un
modelo estático, de asentamiento, sino de un movimiento de lugar
hacia los sitios objetivos.
Se puede percibir claramente que el modelo de Cristo no está
centrado principalmente en lo que ocurre en el templo. Él estuvo en
el Templo para las fiestas y visitó las sinagogas los sábados pero su
ministerio estuvo enfocado en ir a donde se encontraban las
personas. Una de las características que resaltan de la obra de
Cristo, es un ministerio orientado a la expansión territorial. Él se
esforzaba en visitar todos los lugares geográficos que se
relacionaban con las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Los Evangelios muestran con claridad esta intención y es
interesante las referencias recurrentes a los lugares a donde iba
Cristo que aparecen en el registro bíblico. En algunos casos se
hace mención de la región, en otros de la ciudad. Se habla de las
regiones de Judea, Samaria, Galilea, Tiro, Sidón, Decápolis y al otro
lado del Jordán (ver Mateo 4: 25, Hechos 1: 8). Estuvo en
Jerusalén, Gadara, Capernaúm, Betzaida, Corazín, Betania, estuvo
en las fiestas o cenas en las casas (Simón y Lázaro) o al aire libre
en las montañas; no permanecía mucho tiempo en un lugar;
siempre estaba en movimiento para cumplir la misión de «enviado
de Dios». En resumen, podríamos decir que la «calle» y no el
«templo» fue el escenario donde el Señor realizó su labor. No se
trataba de invitar a las personas a asistir a un lugar fijo donde él
estaba, sino de ir tan cerca donde ellos pudieran escucharle.
¡Incluso a las casas de los publicanos como Zaqueo!
SE REPRODUCE EL MODELO DIVINO
Este modelo de acercamiento de Jesús a las personas con un
propósito responde a un modelo establecido por el mismo Dios. La
Escritura nos muestra cómo Jesús enfatizaba que él mismo había
sido enviado. El Evangelio de Marcos registra: «El que reciba en mi
nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me
recibe, no me recibe a mí sino al que me envió» (Marcos 9: 37, la
cursiva es nuestra). Y Juan afirma que el Maestro señaló: «Como
me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que
me come, él también vivirá por mí» (Juan 6: 57, la cursiva es
nuestra). Ser un «enviado del Padre» explicaba la razón de la
presencia de Cristo en el mundo.
En la Gran Comisión, por tanto, se resalta la reproducción del
mismo modelo que Dios propició. En este caso, Cristo envía a sus
discípulos de la misma forma como él había sido enviado.
«Entonces Jesús les dijo otra vez: “Paz a vosotros. Como me envió
el Padre, así también yo os envío”» (Juan 20: 21). La Escritura nos
muestra que Jesús «envió» a los discípulos como él mismo había
sido enviado por el Padre. De esta manera Jesús resalta las dos
características fundacionales de la Gran Comisión: 1) tiene su
modelo en Dios y 2) debe ser reproducida por nosotros, como Cristo
lo reprodujo del Padre.
LA REPRODUCCIÓN DEL MODELO DE CRISTO
Otro aspecto que es necesario analizar con la acción de «ir» es
que además de reproducir lo que Dios había hecho, Jesús buscaba
una multiplicación de los enviados. Ahora él enviaba a todos sus
discípulos para cumplir la tarea. No se trataba de incluir a uno o
dos. Ahora los obreros se multiplicaban para la cosecha. En
consecuencia, se multiplicarían los lugares y las personas que
podrían ser alcanzados con el mensaje. Esta metodología no solo
estaba en absoluta concordancia con su mensaje: «El reino de los
cielos se ha acercado» sino que respondía a la necesidad del reino:
¡Más obreros para la cosecha! (ver Lucas 10: 2). De esta manera
Cristo ejemplifica un modelo de liderazgo que no solo se reproduce,
sino que también se multiplica en otros. El enviado por Dios, envía a
muchos a reproducir su ministerio.
¿Muchos? ¿Cómo multiplicar el número de personas que
participan? La respuesta no es simple, pero aquí está uno de los
más poderosos secretos del liderazgo transformador de Cristo. Si
usted desea multiplicar su liderazgo necesita aprender a «enviar».
No se trata solo de llamar, sino de enviar. Tampoco de simplemente
modelar, sino de enviar. Menos aún de puramente enseñar, sino de
enviar. El modelo de liderazgo de Cristo descansa sobre el poder de
la asignación y la delegación de la tarea.
Dios está buscando líderes que busquen y sepan incluir a otros en
la misión. Resulta llamativo la forma como Cristo acostumbraba a
delegar responsabilidades y tareas a sus discípulos, en relación a la
misión. Unas eran ocupaciones sencillas como buscar un pollino y
otras más complicadas, como sacar demonios. Finalmente, el
Maestro delegó por completo la Gran Comisión. En su infinita
sabiduría vio que los discípulos estaban preparados para asumir
todo el encargo. Pero aquí está la primera clave de la formación de
discípulos de Cristo. Mientras que Jesús cumplía la misión, formaba
discípulos; dicho de otra forma, Jesús realizaba la misión con los
discípulos.
Pablo comprendió el secreto del liderazgo evangélico cuando
afirmó en la Carta a los Romanos: «¿Cómo, pues, invocarán a
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien
no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados?» (Romanos 10: 14-15). ¿Puede
ver dónde está el inicio de todo? ¡Los enviados! Este es el primer
paso. Por ello ante la pregunta divina «¿A quién enviaré, y quién irá
por nosotros?» la respuesta humana debe ser: «Heme aquí,
envíame a mí» (Isaías 6: 8).
Por todo lo anterior, apreciado lector, no debemos dejar de ver la
acción de ir como la base del liderazgo transformador en el
discipulado. Ser enviado para el cumplimento de la tarea es el
primer paso. Porque se hace discípulos mientras se «va» en la
búsqueda de los perdidos. Permíteme establecer un contraste entre
el modelo establecido por Cristo y el modelo ejercitado en la las
iglesias contemporáneas.
¿PARA QUÉ SON ENVIADOS?
Un examen en detalle de la primera acción de la comisión de
Cristo nos revelará el papel que juega esta etapa en hacer
discípulos. Como ya hemos visto, no son solo espectadores. La
Escritura nos muestra que los seguidores de Jesús ejercían una
función activa de trabajo para, con y por Cristo. Ellos estaban a su
lado para seguir sus instrucciones y apoyarle en todo lo que fuera
necesario. Los aprendices fueron su «mano derecha» en el
cumplimiento de la misión.
Esto nos muestra una realidad poderosa que ya hemos señalado
antes. Mucho antes de que Jesús les diera la Gran Comisión a sus
discípulos ya les había encomendado el trabajo misionero. Sin
embargo, el texto bíblico muestra una realidad importante del
modelo de discipulado: acompañar a Cristo en la misión y llevarla a
cabo eran parte importante del proceso de enseñanza. Permítame
explicar la visión de discipulado de Cristo de esta forma. En el
capítulo anterior vimos que realizar la misión con sus seguidores
tenía un objetivo didáctico y motivacional. Pero luego viene el
momento en que ellos deben poner en práctica de dos en dos lo
que aprendieron. En el siguiente cuadro se muestra lo que los
discípulos hacían con el Maestro y sin él, de esta forma podemos
ver de manera clara el proceso de formación de discipulado que se
implementó.
Como podemos notar, Cristo estaba formando a sus seguidores ya
sea que anduvieran juntos o no. Jesús esperaba que fueran como él
e hicieran lo que él hacía. Un pensamiento solemne que debe
acompañarnos en todo nuestro proceso de aprendizaje de lo que
significa el liderazgo transformador es que todo lo que hemos
analizado ha surgido de la Biblia misma. ¿Acaso podría existir
alguna autoridad más grande que la de la Palabra de Dios? Quizás
los conceptos se choquen con nuestras costumbres, ideas o
sentimientos, pero estoy seguro, que usted al igual que yo, está
convencido de que si hacemos lo que Dios pide podremos
experimentar lo que Dios ha prometido. Estoy seguro de que este
proceso toma tiempo, pero es necesario que se inicie lo más pronto
para bendición de su ministerio y de la iglesia. Por eso le invito a
orar y pedir a Dios que lo ayude a avanzar en ese proceso de ser un
odre nuevo para vino nuevo. Oro para que cada persona que lea
este libro pueda avanzar en el entendimiento de las siguientes
acciones estratégicas de discipulado.

PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cuál fue la visión de Wesley acerca de su ministerio?
2. ¿Qué clase de miembros debemos formar?
3. ¿Por qué los discípulos no estaban confundidos en lo que
significaba hacer discípulos?
4. ¿Cuáles son los tres verbos o acciones que expresan
el significado de «hacer discípulos»?
5. ¿Cuál es la diferencia entre la visión del modelo cíclico
y el modelo sincrónico en la comisión?
6. ¿Por qué el discipulado se cumple en un modelo sincrónico?
7. ¿Qué entiende por «yendo»?
8. ¿Cuáles son las dos características de la Gran Comisión?
9. ¿Cómo multiplicar un grupo de personas involucradas según lo
estudiado?
10. Analice la diferencia entre el modelo de «ir» y el modelo
de «invitar».

__________
1. Obras de Wesley: 25 de agosto de 1763.
2. David E. Bjork, Every Believer a Disciple!: Joining in God’s Mission (Langham Creative
Projects) p. 63.
3. La señora White escribió: «La comisión divina no necesita ningún cambio. No se puede
mejorar el método de Cristo para presentar la verdad. El Salvador les dio lecciones
prácticas a los discípulos, al enseñarles cómo trabajar de tal manera que las almas se
regocijaran en la verdad. Manifestó simpatía por los desanimados, los que soportaban
cargas pesadas y los oprimidos. Alimentó al hambriento y sanó al enfermo. Anduvo
constantemente haciendo el bien por todas partes. Interpretó el evangelio para los seres
humanos mediante el bien que realizó, por sus palabras llenas de amor y mediante sus
actos de bondad», Consejos para la iglesia, p. 560.
4. Elena G. de White, Consejos sobre salud, p. 236.
5. Robert Coleman, Plan supremo de evangelización (El Paso, Texas: Casa Bautista de
Publicaciones, 2004), p. 90.
6. James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento)
(Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
7. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), p. 800.
¿CÓMO FUE POSIBLE que Jesús hiciera que unos pescadores sin
educación formal pudieran cumplir cabalmente la misión
encomendada? En la vida real resulta un verdadero desafío. ¿Cuál
fue el secreto del Maestro? En este capítulo terminaremos de
comprender un elemento fundamental en la acción de «ir», además
continuaremos comprendiendo las tres acciones estratégicas de
formación de discípulos según el modelo de la comisión.
Recuerdo mis primeros años de ministerio. Allí fue donde se inició
todo este peregrinaje. Corría el año 1991 y los resultados de mi
trabajo no eran satisfactorios. Capacitaba según la perspectiva que
entendía en ese momento y me esforzaba por motivar e involucrar a
los miembros, pero no funcionaba. La Asociación no estaba
satisfecha, por lo que fui trasladado. No puedo olvidar aquella tarde
de agosto. Emprendí un esfuerzo ferviente por entender cómo podía
lograr la transformación de un miembro en un verdadero discípulo.
Comprendí que todos mis esfuerzos resultarían inútiles mientras los
enviados carecieran de los elementos más significativos para el
éxito. Para poder enviar al discípulo a cumplir una tarea se necesita
un componente adicional que completa lo presentado
anteriormente.
¿Qué hizo Jesús para completar con efectividad el proceso de
«enviar» a sus discípulos? Lucas lo señala con claridad: «Habiendo
reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos
los demonios, y para sanar enfermedades» (Lucas 9: 1, RV60). El
diseño del discipulado de Cristo incluye el empoderamiento. Los
seguidores de Cristo fueron facultados para realizar la misión. Jesús
les otorgó aquello que necesitaban para hacer su obra. Este tema
merece todo un estudio por sí solo, pero tomemos un tiempo para
dejar muy claro el significado de esta acción de Cristo y sus
implicaciones.
DISCÍPULOS COMPETENTES
Un liderazgo transformador necesita ver el empoderamiento como
el paso más importante en el seguimiento del modelo de discipulado
de Cristo. La razón es muy clara, el discipulado en el concepto de
Cristo no simplemente significa conocer o aceptar una doctrina, sino
llevar a cabo una tarea. ¿Cómo podría el Maestro enviar a sus
seguidores sin que ellos pudieran tener la seguridad de que podrían
realizarla? O, por el contrario, ¿cómo podían los discípulos correr
hacia el cumplimiento de la misión si no se sentían capacitados para
hacerlo? Si no se siente listo para hacer algo, no solo dudará en
hacerlo sino que se excluirá a sí mismo de hacerlo.1 En
consecuencia, el Señor hizo todo lo necesario para que cada uno
alcanzara el éxito de la misión encomendada. Él tomó a los
discípulos y los capacitó. ¿Cómo? El texto bíblico nos muestra con
claridad la forma como Cristo enfatiza el fortalecimiento de sus
seguidores para cumplir con efectividad, eficiencia y eficacia.
Tal como hemos visto, Lucas afirma: «Habiendo reunido a sus
doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios,
y para sanar enfermedades» (Lucas 9: 1, la cursiva es nuestra). Por
su parte Marcos declara: «Jesús llamó a los doce y comenzó a
enviarlos de dos en dos. Les dio autoridad sobre los espíritus
impuros» (Marcos 6: 7, RVC, la cursiva es nuestra). Mateo añade:
«Jesús envió a estos doce, con las siguientes instrucciones» (Mateo
10: 5, RVC, la cursiva es nuestra). Los tres sinópticos dejan muy en
claro que la forma en que Cristo envía no es desordenada o
improvisada. Él les dio lo que necesitaban para ser enviados:
conocimiento, experiencia y capacidades que los habilitarían para
llevar adelante la misión.
Cristo dejó bien claro para las generaciones subsiguientes el
camino que debemos seguir para transformar miembros en
discípulos. Cada aspecto tiene un propósito definido que debemos
atender para recibir las bendiciones que Dios prometió. ¿Se imagina
lo que ocurriría en cada iglesia si este primer paso fuera realizado
en la misma forma como Jesús lo realizó? En este sentido,
recuperar el sentido original y propósito de Cristo traerá como
resultado el mismo efecto que causaron los discípulos en los
fariseos y rabinos. ¡Ellos no miraban más a simples pescadores,
publicanos u hombres y mujeres comunes! ¡Ellos miraban a
hombres que asombraban por su valentía y autoridad! (ver Hechos
4: 13).
Los textos de Lucas 9: 1-6; Mateo 10: 5-15 y Marcos 6: 7-13
muestran diferentes visiones de un mismo momento, sin embargo,
un estudio de los pasajes nos ayuda a comprender que este
instante representó un momento crucial en el ministerio de Cristo y
en la formación de los discípulos. Tres de los cuatro Evangelios
describen el momento en que salieron a ejercer un ministerio que
demostraría el conocimiento aprendido y la implementación de las
habilidades desarrolladas. ¡Era su evaluación!
Ahora, permítame explicarlo. La verdadera evaluación del
liderazgo se encuentra, no en lo que las personas hacen cuando
estamos presentes, sino en la manera como actúan cuando están
solos. Sin embargo, el proceso de delegar la tarea final a los
discípulos pasó por varias etapas o niveles. Antes de dejar
definitivamente a los discípulos, el Señor, comenzó a crear el
ambiente para su graduación como pescadores de hombres. Este
era el momento cuando se inició un paso significativo en el
propósito de Cristo con sus discípulos. Se inicia la multiplicación de
su ministerio. Esta importante verdad queda revelada cuando usted
considera el contexto de Mateo, el cual advierte la necesidad de
obreros ante la abundancia de la mies (ver Mateo 9: 35-38). El
terreno estaba preparado para «enviar» a los discípulos para
cumplir la misión sin Cristo.
Otro aspecto importante para entender estos pasajes es ver con
más detalle su contexto. Los hechos que fueron descritos antes del
encuentro de Cristo para delegar la tarea a los discípulos definen la
expectativa del Maestro con sus seguidores al empoderarlos. Mateo
registra la mujer sana del flujo de sangre, la resurrección de la hija
de Jairo, los dos ciegos que reciben la vista y el mudo que habló
(Mateo 9: 18-34). Marcos presenta como contexto la liberación del
endemoniado Gadareno, la sanidad de la mujer con flujo de sangre
y la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5: 1-43). Lucas también
registra estos tres acontecimientos (ver Lucas 8: 26-56). Estos
registros nos permiten entender aún mejor lo que hay en juego
cuando Marcos señala que Jesús envió a sus discípulos con
autoridad sobre los espíritus inmundos y Lucas añade que Jesús les
dio poder y autoridad sobre los demonios y para sanar
enfermedades.
¿Puede verlo? ¡Estoy seguro que sí! El empoderamiento
significaba que todo lo que los discípulos habían visto hacer a
Cristo, sería lo que ellos harían en el cumplimento de la misión. La
pregunta que surge tras comprender esta importante verdad es:
¿Acaso es diferente hoy el propósito que debemos tener en el
discipulado? ¿La imitación y el propósito de los discípulos de Cristo
ha cambiado? ¡Definitivamente no!
Los Evangelios muestran que Jesús dio a sus discípulos
instrucciones, poder y autoridad para cumplir la misión. En este
sentido, ser enviados significa que además de ir donde están las
personas y reproducir el modelo de Cristo hemos de estar
preparados para hacerlo. Por supuesto, ya ellos habían disfrutado
de una profunda experiencia con Cristo en la misión. Esta reunión
representa el momento cumbre cuando el Maestro percibió que sus
seguidores ya estaban listos para trabajar solos. ¡Los discípulos
pasarían a otro nivel de su discipulado! ¡Serían enviados!
Detengámonos un momento para analizar el significado de este
momento cuando Cristo envió a sus discípulos para la tarea.
Podemos ver con claridad que dicho instante responde a tres
preguntas importantes: ¿Qué haremos? ¿Cómo lo haremos? ¿Con
qué autoridad?
1. ¿QUÉ HAREMOS?
Volvamos a los textos que nos hablan de este instante de
empoderamiento, Lucas 9: 1-6; Mateo 10: 5-15 y Marcos 6: 7-13.
Notemos que hacen referencia a una instrucción muy concreta en
relación a lo que debían hacer.
Resulta muy interesante ver lo detalladas que fueron las
instrucciones de Cristo a los discípulos en relación con la tarea que
debían realizar. No se trató de un abordaje general de la misión. Por
el contrario, ellos sabían qué debían hablar, a dónde debían ir, quién
los acompañaría, cómo se sostendrían y qué equipaje debían llevar,
qué debían hacer al entrar en un lugar, cómo reaccionar si no eran
aceptados y las dos acciones principales que tendría su misión.
LA VOLUNTAD DE CRISTO
Es importante resaltar que los discípulos supieron con claridad
cuáles eran las expectativas que Cristo tenía acerca de su viaje
misionero. ¿Existían dudas? ¿Interrogantes sin responder con
relación a hospedaje, alimentación, contenido del sermón o
propósito? ¡No! Cristo se había encargado de dar toda la
información necesaria. El conocimiento es el primer paso para un
proceso satisfactorio de empoderar a los discípulos para el éxito.
¡Todos sabían qué debían hacer!
Jesús entendía que para que ocurra la transformación de
cristianos pasivos a miembros involucrados era necesario proveer
todo el conocimiento necesario para eliminar las dudas, inquietudes
y temores. Conocer es el primer paso para hacer. Por eso Elena G.
de White sostiene que «muchos trabajarían con gusto si se les
enseñara cómo empezar. Necesitan ser instruidos y alentados».2
Impartir conocimiento era parte del plan de Cristo para alcanzar el
cambio esperado. Los líderes que hoy esperan ver los mismos
resultados, necesitan valorar la información y la transmisión de las
expectativas claras de lo que Dios espera al cumplir nuestra misión.

2. ¿CÓMO LO HAREMOS?
Después de dar instrucciones detalladas de la tarea que debían
realizar, el Señor Jesús les continúa empoderando con la capacidad
para hacer lo que les pedía. El texto más descriptivo se encuentra
en Lucas donde se describe cómo podían hacerlo. La tarea exigía
una habilitación muy especial. Como ya hemos visto, requería echar
fuera demonios y sanar enfermos. La pregunta obligatoria es:
¿Cómo unos hombres comunes, pescadores, podrían cumplir esta
tarea con éxito? Cualquier capacitación humana es insuficiente,
limitada y estéril para cumplir lo que Dios espera. La batalla
sobrenatural contra las fuerzas del mal propone un escenario
superior al terreno común que el hombre enfrenta en el cual la
educación humana es insuficiente.
La Escritura muestra que Cristo les dio a los discípulos lo que ellos
necesitaban para el cumplimiento de la misión: ¡Poder! La palabra
traducida como poder es el término griego δύναμις (dunamis). De
esta palabra griega se deriva el término castellano «dinamita». Para
Swanson significa la «habilidad para desarrollar una actividad».
Ortiz agrega que es un «poder milagroso», o milagro. Tuggy añade
a los anteriores sentidos que es una «capacidad». En resumen, el
Maestro se preocupó porque sus alumnos pudieran tener las
capacidades o habilidades para cumplir la tarea encomendada. No
se trataba de un mero conocimiento. ¡Habían sido habilitados con
poder por Cristo!
Ahora es importante notar que no hubo ningún hecho sobrenatural
que demostrara o confirmara la habilitación de Cristo. A diferencia
de lo ocurrido en el aposento alto, donde hubo un viento recio y
lenguas como de fuego (ver Hechos 2: 2-3), en esta ocasión lo
único que los discípulos tenían para confirmar la capacidad que
tenían para cumplir la tarea, era la palabra de Cristo. El Maestro no
intentó corroborarles lo que había dicho. Como aprenderemos más
adelante, la palabra de Cristo debía ser suficiente para ellos. Lo
único que hicieron fue avanzar en el cumplimiento de la misión
creyendo en su palabra. Creyeron que estaban habilitados por su
poder y así sucedió. Al final, fueron los mismos resultados de su
ministerio los que testificaron que habían recibido el poder de Cristo.
La Escritura es muy clara al señalar que el poder del Espíritu Santo
es dado a quienes obedecen (ver Hechos 5: 32). La promesa de
Cristo estaba allí. ¡El cumplimiento de la misión, activaría su
presencia!
Es un hecho indiscutible que Dios se manifiesta en aquellos que
tienen fe. Recuerdo muy bien al joven que esperaba ser un
evangelista, pero le costaba muchísimo pronunciar palabras con
fluidez. ¿Cómo podía ser un predicador con este gran obstáculo que
le había acompañado durante las casi dos décadas de su vida?
¡Lógicamente parecía imposible! Pero, más allá de lo que otros
pensaran él creyó en la habilitación por el poder del Espíritu Santo
para cumplir la tarea y se subió a la plataforma para predicar. ¡El
milagro es que la tartamudez desaparece cuando predica! ¡Es uno
de los más poderosos predicadores que he escuchado! La clave
está en que el poder de Cristo se manifiesta, activa o revela en el
cumplimiento de la misión. Al empoderar a los discípulos modernos
para el cumplimiento de la misión debemos asegurarles que la
promesa de Cristo se cumplirá en sus vidas como ocurrió con los
doce discípulos. ¡Solo deben creer!
3. ¿CON QUÉ AUTORIDAD?
El tercer elemento de la empoderación tiene que ver con la actitud
de los discípulos. Esta actitud está relacionada con la autoridad que
ellos tienen para cumplir la misión. Era muy bien conocido que en el
proceso de formación de discípulos en los tiempos de Cristo llegaba
un momento cuando el maestro consideraba que ya estaban listos
para enseñar solos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde el inicio
de su formación? Los hechos registrados en Mateo 10 ocurrieron
aproximadamente durante el tercer viaje a Galilea a finales del año
29 d. C. y a principios del año 30 d. C. Lo llamativo es que, aunque
antes del verano de 29 d.C. ellos habían ayudado a Cristo
ocasionalmente en su ministerio, pero fue alrededor de los meses
de verano cuando fueron oficialmente designados como «los doce»
y todos acompañaron a Cristo en su segundo viaje a Galilea y
aprendieron de sus métodos.3 Resulta interesante que unos pocos
meses más tarde son enviados para hacer la tarea sin su compañía,
¡solos! Los lugares por donde debían estar eran los mismos sitios
por los que Cristo había pasado. En el momento cuando les
preguntaran con qué autoridad ellos hacían esto, la respuesta debía
ser: ¡Con la autoridad de Cristo!
LA AUTORIDAD DE CRISTO
La palabra «autoridad» viene del término griego ἐξουσία (exousia)
que significa: «facultad, potestad, derecho, libertad de escoger,
capacidad, habilidad, poder, poder gubernamental, gobierno,
jurisdicción, privilegio».4 Donald Guthrie lo define de esta forma:
«De las palabras griegas usadas en el singular para expresar la
idea de poder, dunamis describe la habilidad general de realizar
algo, exousia la autoridad de libertad de cualquier sujeción interna
en el ejercicio de esa habilidad».5
Al dar Cristo la autoridad para cumplir la misión estaba haciendo lo
mismo que el Padre había hecho con él. Según M. H. Manser la
autoridad es «el derecho de Jesucristo de hablar y actuar en
nombre de su Padre».6 ¿Puede imaginar cuál debía ser la actitud de
los discípulos al representar a su Maestro? ¡No solo harían sus
obras, tendrían su Espíritu! En lugar de Cristo, los discípulos
cumplirían la misión de llevar el evangelio de las buenas nuevas del
reino. Recuerdo muy bien cuando leí un libro de grupos pequeños y
el pastor hacía énfasis en cómo la clave de su éxito había estribado
en formar a los dirigentes y luego pasarlos al frente de toda la
congregación y decirles que ellos serían sus representantes en la
iglesia. La fortaleza del liderazgo de Cristo estaba en una
delegación de su autoridad.

Cuando hablamos del empoderamiento de los discípulos debemos


entender el pleno significado que esto tiene. Se habla de hacerles
competentes por el conocimiento recibido, por el desarrollo de sus
habilidades y por la delegación de autoridad. Estos tres ingredientes
los empoderan para cumplir con éxito la misión de Cristo.
BAUTIZAR
Continuando con el segundo de los tres verbos paralelos de la
Gran Comisión (ir, bautizar y enseñar) tenemos el bautismo. Este
rito se da cuando las personas definen su compromiso con Dios y
sus enseñanzas y deciden hacer su voluntad. La Escritura muestra
que el bautismo era parte de la predicación de Juan el Bautista y de
Cristo. Juan sostiene: «Cuando, pues, el Señor entendió que los
fariseos habían oído decir: “Jesús hace y bautiza más discípulos
que Juan”, aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos» (Juan
4: 1-2). Es por tanto muy claro que el bautismo era el resultado del
trabajo misionero y de las acciones del discipulado. Desde la
perspectiva del discípulo la acción de bautizar tenía tres importantes
significados en el modelo de discipulado de Cristo.
GRADUARSE COMO «PESCADORES» DE HOMBRES
La acción de bautizar ocurre como resultado expreso del
cumplimiento de la misión de ir a buscar a los que están perdidos.
¿Qué significaba? Desde la perspectiva del discípulo se había
concretado el primer propósito para el cual había sido preparado
durante un periodo de tiempo con Cristo y había trabajado por su
cuenta en la misión. Si las personas aceptaban las enseñanzas y se
bautizaban significaba que se estaban graduando como
«pescadores de hombres». ¡Significaba que el proceso de
transformación diseñado por Cristo estaba teniendo éxito! Los que
una vez fueron simplemente espectadores, se convirtieron en
pescadores.
En la siguiente imagen usted podrá observar lo que significaría el
proceso de transformación de un discípulo en un ganador de almas.
El bautismo es la concreción de un primer nivel de habilidades,
experiencias y actitudes en el cumplimiento de la misión.

¿Puede imaginar a los discípulos trabajando con dedicación con el


deseo de ver los frutos de su esfuerzo? La Escritura señala que
«con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza
de recibir del fruto» (1 Corintios 9: 10). El bautismo es la
cristalización de la esperanza atesorada en su corazón. Y además,
el cumplimiento de la profecía que Cristo le había dado al inicio de
su programa de formación: «Venid en pos de mí, y os haré
pescadores de hombres» (Mateo 4: 19).
EXPERIMENTAR EL GOZO DEL SEÑOR
Recuerdo con mucho cariño el rostro iluminado de gozo, la mirada
fulgurante de gratitud y las palabras de alabanza a Dios de aquella
hermana que nunca había ganado un alma y ahora veía, finalmente,
después de muchos años de esfuerzo, el bautismo de tres de sus
estudiantes de la Biblia. «Pastor, este es uno de los momentos más
emocionante de mi vida», me dijo, mientras por sus mejillas se
deslizaban lágrimas de felicitad. «¡Nunca podré dejar de hacer
esto!». La transformación de un miembro espectador a uno que
había visto el resultado de su trabajo había ocurrido. Estamos
seguros de que los que han sido bautizados han recibido una gran
bendición, pero los que están exultantes de satisfacción son los que
las llevaron a Cristo. Por esta y muchas otras experiencias como
estas la Escritura afirma: «Más bienaventurado es dar que recibir»
(Hechos 20: 35). Elena G. de White lo señala en esta forma:
«Al dar de lo que ha recibido, aumenta su capacidad de recibir.
Al impartir los dones celestiales, da lugar para que frescas
corrientes de gracia y verdad, procedentes de la fuente viva,
penetren en su alma. Dispone de más luz, de mayor
conocimiento y más grandes bendiciones. Esta obra, que
concierne a cada miembro de iglesia, implica la vida y el
crecimiento de la iglesia».7
La luz, gracia, verdad y crecimiento que ha alcanzado el que ha
compartido la misión como representante de Cristo queda afirmada
cuando ve los resultados de su trabajo. Los débiles se hacen
fuertes, los ignorantes, sabios, los temerosos, valientes y los que
dudan, fuertes en fe. Existe un importante valor del bautismo en el
proceso de transformación de un miembro en discípulo de Cristo.
¡Significa el segundo paso crucial para convertirse en alguien como
Cristo! El gozo de ver las almas salvas fue lo que inspiraba el
trabajo de Cristo y lo que inspira a sus seguidores. Eso no
simplemente se debe saber, sino experimentar. No es un
conocimiento para ser aprendido, sino una experiencia para ser
vivida.
TENER LA OPORTUNIDAD DE FORMAR UN DISCÍPULO
El bautismo no es el fin último sino el primer paso en el proceso de
desarrollo espiritual del recién nacido discípulo en un cristiano
espiritualmente maduro. En este sentido el bautismo es parte de
este proceso de discipulado que continúa mucho después de la
ceremonia. En consecuencia, los que hacen discípulos tienen la
oportunidad de reproducir en los nuevos discípulos el proceso de
enseñanza y crecimiento. Ahora apunta a alcanzar una cúspide más
elevada en el propósito de ser un discípulo según el modelo de
Jesús. Este desafío encarna la tarea de modelar, instruir, enviar y
empoderar al nuevo seguidor.
En la siguiente imagen se puede visualizar cómo el bautismo no
es simplemente la concreción de una etapa como discípulo, quien
se establece como un pescador, sino que al mismo tiempo es el
inicio de un nuevo proceso del crecimiento como discípulo, en el
cual el seguidor se involucra en la formación de otro pescador de
hombres. ¡Inicia la gran etapa de la multiplicación!
Como tal, el bautismo es una de las acciones trascendentales en
el proceso de crecimiento y transformación del discípulo, pues lo
conduce hacia la última y más importante acción evangélica de
discipulado: ¡enseñarle todas las cosas! Lo que él sabe ahora lo
enseña. Al mirar el bautismo existen dos visiones. Una es la visión
muy generalizada que lo mira como el fin último y otra la visión
bíblica que lo define en la Gran Comisión como parte de las
acciones evangélicas y del proceso de discipulado. En el siguiente
cuadro se puede valorar la diferencia entre una y otra perspectiva
con el fin de evitar la afirmación de costumbres que van en contra
de lo sostenido por la Palabra de Dios y lo más importante,
desarrollar el paradigma bíblico que promueva alcanzar el
verdadero propósito de la transformación del individuo como
discípulo.

¿Es importante considerar esto? ¡Claro que sí! ¿Por qué? Porque
su compresión representa la apertura a nuevas formas de
ponderación del bautismo y un cambio de la manera como se
administra una iglesia y se persigue cumplir la misión. La fuente
bíblica lo confirma de la misma forma como numerosos autores se
hacen eco de esta verdad. Y al visitar a miles de ancianos y
pastores en más de treinta países y comparar con ellos la forma
como se acostumbra en la iglesia y la manera como lo presenta la
Palabra de Dios, todos sienten y creen que necesitamos aceptar
estas verdades estudiadas hasta ahora, compartirlas y hacer un
profundo cambio en la forma como dirigimos y funcionamos como
iglesia.

Cada lector y líder que espera la transformación de su iglesia y


que desea un crecimiento permanente y exponencial debe
considerar con profundo detenimiento las implicaciones de lo que la
Palabra de Dios presenta. Necesita evaluar cómo se puede aplicar
en su congregación y tomar decisiones con la junta para los
cambios, ajustes e implementación del proceso de discipulado luego
del bautismo. El resultado será una mejora sustancial de la realidad
de la iglesia y un cambio en la experiencia espiritual de los
miembros. Entendiendo lo anterior demos un paso adelante para
dar un vistazo a lo que significa la tercera acción evangélica de la
enseñanza en el contexto del discipulado, pero aún más, desde la
visión del ejercicio del liderazgo transformador según el modelo de
Cristo.
ENSEÑAR
La última acción evangélica en el proceso de discipulado es la
enseñanza. Es importante recordar que hemos presentado estos
verbos en un orden solo para fines de análisis, pero su desarrollo y
cumplimiento ha de ocurrir de manera sincrónica. En este sentido
debemos decir que, desde la perspectiva del proceso de
discipulado, el miembro que se está convirtiendo en discípulo
participa de ir a buscar a los perdidos, ver su bautismo y
acompañarlos en su proceso de crecimiento como otro discípulo
ganador de almas mientras que van juntos en otro proyecto
misionero. La diferencia solo ocurre en los roles que se ejercen
durante el cumplimiento de la tarea evangélica en relación con otro.
En este caso y siguiendo la formación de otros y el proceso natural
de crecimiento para convertirse en un formador de ganador de
almas, el discípulo se convierte en maestro.
Volvamos al texto bíblico de la Gran Comisión con el fin de
entender la acción de la enseñanza:
«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28: 19-20).
El texto señala: «Enseñándoles que guarden todas las cosas».
Analizando el contexto exegético de esta instrucción notamos que
ocurre después del bautismo. Esto no significa que no hay
instrucción previa al bautismo, cuyo contenido y cantidad depende
del trasfondo de cada individuo, como lo muestra Ángel M.
Rodríguez en su artículo Instrucciones bautismales en el Nuevo
Testamento y otros asuntos.8 Sin embargo, un acercamiento a
διδάσκοντες (didaskontes) o «enseñando» muestra que es una
acción permanente o constante que, al igual que las acciones «ir» y
«bautizar» debe ocurrir siempre en tanto que no se especifica el fin
de la acción. En el caso de la enseñanza debemos considerar los
siguientes tres aspectos: la esfera de la enseñanza, su sentido y su
contenido.
EL PROPÓSITO DE LA ENSEÑANZA NO ES SOLO INTELECTUAL
Además de una acción de enseñanza continua, la palabra tiene el
sentido de «instruir impartiendo conocimiento y habilidades que son
necesarias para el discipulado del miembro». El propósito de esta
instrucción es que el discípulo pueda «guardar» (τηρέω [tereo]),
todas las cosas. Esta palabra puede tener el sentido de «obedecer,
velar por, vigilar, conservar, reservar, retener, proteger».9 Al
considerar el contexto en el cual se presenta la Gran Comisión y su
paralelismo con la proclamación de los mandamientos de Dios en el
Sinaí,10 podríamos entender que la obediencia, más que una simple
creencia en una verdad, está implícita en el significado que tiene.
En este sentido la enseñanza para el discipulado no procura un
mero conocimiento sino un cumplimiento de la Palabra de Dios.
Hay tres textos bíblicos que nos permiten ver el uso de esta
palabra y su significado profundo en concordancia con su
significado práctico de obedecer, más allá de un simple
acercamiento intelectual o académico. El primero es Mateo 19: 17
donde Cristo le responde al joven rico: «Si quieres entrar en la vida,
guarda los mandamientos» (la cursiva es nuestra). El otro versículo
lo hallamos cuando Jesús dice, refiriéndose a los fariseos: «Así que,
todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no
hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen» (Mateo 23:
3, RV60, la cursiva es nuestra). La última referencia la encontramos
cuando Jesús exhorta a no desobedecer sus mandamientos por
guardar sus propias normas: «Bien invalidáis el mandamiento de
Dios para guardar vuestra tradición» (Mateo 7: 9, la cursiva es
nuestra).
ENSEÑAR A OBEDECER A DIOS EN TODO
El propósito de la enseñanza es el desarrollo de una vida que en
obediencia al mandato de Cristo cumpla la misión y experimente su
compañía. Pero no podemos perder de vista que la obediencia debe
estar sujeta solo a Cristo. La Escritura se encarga de advertirnos en
varias oportunidades de que no obedezcamos las enseñanzas de
los hombres (ver Apocalipsis 14: 9-10). En consecuencia sería un
error y una negación de la comisión de Cristo introducir ideas o
doctrinas que reflejen nuestros propios conceptos, y no los que Dios
ha establecido claramente en su Palabra. El mismo Jesús, citando
al profeta Isaías sentenció: «Pues en vano me honran, enseñando
como doctrinas mandamientos de hombres» (Mateo 15: 9). La
enseñanza que Dios bendice y trae gloria a su nombre es la que él
mismo dejó en su Palabra.
Al mismo tiempo, como líderes cuyo propósito es formar parte de
los que cumplen fielmente lo que el Señor les mandó, no podemos
limitar lo que enseñamos por no tener tiempo, correr el riesgo de
herir un corazón o simplemente por querer simplificar y hacer
manejable o digerible las diferentes áreas y aspectos que deben ser
considerados en el proceso de crecimiento del discipulado. La
comisión dada por Cristo exige que los discípulos sean enseñados a
guardarlo «todo». La integralidad del crecimiento del discípulo es la
base fundamental de la visión del discipulado del Maestro. En este
sentido no se trata de formar discípulos conforme a nuestro modelo,
sino conforme al modelo de la medida y la estatura de la plenitud de
Cristo (ver Efesios 4: 13). No se trata de hacerlos nuestros
discípulos, sino discípulos de Cristo. Por tal motivo, la presentación
de la verdad completa y su obediencia deben ser los objetivos del
proceso de discipulado luego del bautismo.
¿CUÁLES SON LAS PRÁCTICAS QUE HEMOS DE ENSEÑAR AL
DISCÍPULO?
Por lo general, en aras de evitar la complejidad, algunas iglesias
enfatizan algunos aspectos o ministerios como las características
distintivas de su congregación. Sin embargo, una evaluación
sencilla nos lleva siempre a la conclusión de que algo está faltando.
En consecuencia, estas iglesias no se han desarrollado de una
manera completamente integral que abrace todos los aspectos o
enfatice la totalidad que, como corolario, evitará descuidar algunas
áreas y crecer desproporcionalmente. El resultado de este camino
siempre será limitado. Una de las imágenes que Pablo usa para
hablar de la iglesia es la del cuerpo. Las diferentes partes del
cuerpo la hacen ver compleja y difícil de atender con efectividad
integralmente; pero si esperamos que la iglesia funcione
correctamente, todo el cuerpo debe ejercitarse. ¡La iglesia no es
solo el ojo o las manos! Como resultado es importante que el
miembro pueda estar en una iglesia integral que disfrute de un
crecimiento en la multiforme gracia de Dios.
El escritor George Barna, en la introducción de su libro The Habits
of Highly Effective Churches [Los hábitos de las iglesias altamente
efectivas], afirma que existen seis dimensiones que caracterizaban
a la iglesia primitiva: adoración, evangelismo, educación cristiana,
comunión entre los creyentes, mayordomía y servicio a la
comunidad.11 Un rápido vistazo de cada una de ellas nos permite
estar seguros que cada uno aparece como práctica destacada de
los discípulos en el libro de Hechos. Los discípulos iban al templo
con regularidad, compartían con fervor las buenas nuevas del
evangelio a otros; recibían constante instrucción, incluso toda una
noche; oraban y compartían con regularidad la comida en las casas;
promovían un sistema de ofrendas y diezmos y ayudaban con
liberalidad a los necesitados. Si cada una de estas áreas del
discipulado primitivo las colocáramos en nuestras palabras
podríamos enumerarlas de la siguiente manera:
1. Asistencia al templo.
2. Dar estudios Bíblicos.
3. Discipular a otros.
4. Orar y confraternizar en grupos pequeños.
5. Ser fieles y generosos en la administración de los recursos.
6. Desarrollar un ministerio de ayuda a los necesitados.
Permíteme recordar que cada una de estas actividades incluían
oración, estudio de la Biblia, ayuno y alabanza a Dios. Cada una de
estas disciplinas eran parte de la experiencia personal y grupal de la
iglesia, pero los frutos espirituales se manifestaban en los discípulos
cuando:
1. Asistían con regularidad a los cultos.
2. Testificaban y daban estudios bíblicos con las personas
interesadas con poder.
3. Enseñaban a los nuevos miembros.
4. Asistían y participaban en la reunión de los grupos en las casas.
5. Daban diezmos y ofrendas.
6. Participaban en el ejercicio de un ministerio a favor de la iglesia y
la comunidad.
Estas seis prácticas espirituales constituyen los aspectos básicos
del devenir cristiano en relación con Dios, la iglesia y el prójimo.
Cada una de ellas debe ser el propósito del discipulado en la iglesia
que sigue el modelo bíblico. Le invito a evaluar el impacto de
transformación y formación de discípulos actualmente en su iglesia
y volver a evaluar dentro de tres meses para ver cómo los miembros
guardan las cosas que ha mandado Dios.
EVALUACIÓN DEL DESARROLLO DE LAS PRÁCTICAS DEL DISCIPULADO Y
SU IMPACTO EN EL CRECIMIENTO DE LA CONGREGACIÓN
El siguiente capítulo lo dedicaremos a la enseñanza de cualidades
y virtudes que son el fundamento del crecimiento cualitativo de los
verdaderos discípulos de Cristo. Estoy seguro que lo que hemos
estudiado hasta ahora ha marcado una diferencia en su vida y en su
ministerio de la misma forma como lo hizo en mi vida.

PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cómo hizo Jesús para que hombres sin educación cumplieran
con efectividad la tarea?
2. ¿Qué tres cosas dio Jesús para habilitarlos?
3. ¿Qué significa el empoderamiento?
4. ¿Cuáles son las tres preguntas más importantes para la
capacitación en la misión?
5. ¿Qué significa «poder»?
6. ¿Cuál es el significado de «autoridad»?
7. ¿Cuáles son los tres significados del bautismo en el modelo
de discipulado de Cristo?
8. ¿Qué quiere decir que la enseñanza no es meramente
intelectual?
9. Reflexione sobre qué significa «hacerlos discípulos de Cristo
y no nuestros discípulos».
10. Mencione cuáles son las prácticas básicas que hemos
de enseñar a los nuevos discípulos.

__________
1. Elena G. de White señala la falta de formación como la causa más importante de
carencia de trabajo misionero en la iglesia: «Muchos trabajarían con gusto si se les
enseñara cómo empezar. Necesitan ser instruidos y alentados», El ministerio de
curación, pp. 89-90.
2. Elena G. de White, El ministerio de curación, pp. 89-90.
3. Ver Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), t.
5, p. 364.
4. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), 334. Pedro Ortiz V., Concordancia manual y diccionario griego-
español del Nuevo Testamento (Miami: Sociedades Bíblicas Unidas, 2000).
5. Donald Guthrie, «poder, poderes», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl
F. H. Henry, Diccionario de teología (Grand Rapids, Míchigan: Libros Desafío, 2006), p.
477.
6. M. H. Manser, Diccionario de temas bíblicos, ed. Guillermo Powell (Bellingham,
Washington: Software Bíblico Logos, 2012).
7. Elena G. de White, Cada día con Dios, p. 301.
8. Ángel Manuel Rodríguez, Baptismal Instruction in the New Testament and Other Related
Issues (Biblical Research Institute General Conference of Seventh-day Adventists, Junio
1999), disponible en: https://adventistbiblicalresearch.org/materials/church/baptismal-
instruction-new-testament-and-other-related-issues.
9. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), p. 934.
10. La declaración de Cristo con relación a la autoridad que tenía y reunirse en una
montaña para dar su comisión parece ser más que una casualidad de similitud entre los
dos eventos.
11. George Barna, The Habits of Highly Effective Churches: Being Strategic in Your God
Given Ministry, posición en Kindle 110-111.
«RESPONDIENDO JESÚS, DIJO: “¡Oh generación incrédula y
perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo
os he de soportar? Traédmelo acá”» (Mateo 17: 17, RV60; ver
también Marcos 9: 19; Lucas 9: 41). ¿Recuerdas cuál fue este
incidente en la vida de Cristo? Los discípulos habían estado
atendiendo al padre de un niño endemoniado, pero no habían
podido ayudarlo. El padre, acercándose a Cristo, reclama: «Lo he
traído a tus discípulos, pero no lo han podido sanar» (Mateo 17: 16).
La respuesta de Cristo evidencia uno de los aspectos más
importantes del discipulado para el Maestro: ¡Jesús tenía muy clara
la visión de lo que esperaba que sus discípulos llegaran a ser!
EXPECTATIVAS
El Maestro tenía un perfil en la mente de lo que serían sus
discípulos. Sus esfuerzos y dedicación estaban dirigidos a lograr
dicha meta. No se trataba simplemente de compartir el mensaje,
sino de lograr una transformación en ellos. En este sentido el
fracaso no era una opción. Fijémonos en lo que Jesús le dijo a
Pedro cuando lo llamó: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás
llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)» (ver Juan 1: 42). ¡Jesús
sabía qué esperaba de Simón!
Ningún proceso de discipulado podrá ser exitoso si las acciones
no apuntan a nuestras expectativas, o en el peor de los casos, no
existen expectativas de lo que significa ser un discípulo. Los líderes
que esperan discipular a sus seguidores deben tener claro cuál es
el destino que deberían alcanzar. Por lo que todo el proceso de
enseñanza debe poseer los elementos que producirán el fruto
deseado. Puede ser que al principio los seguidores no lo
comprendan a cabalidad. Esta fue la experiencia de Cristo cuando
le dijo al mismo Pedro: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes
ahora; mas lo entenderás después» (Juan 13: 7).
Considerando que nuestra comprensión de lo que debe ser y
hacer un discípulo es limitada, no podemos caer en el error de
pensar que nosotros podemos decidir el perfil del discípulo y sus
características por nuestra propia cuenta. A menos que deseemos
«errar el blanco divino», lo cual no es nuestro propósito, es
importante establecer, desde el marco de la Palabra de Dios, lo que
se espera que sea un discípulo en pleno siglo XXI, ¿y por qué no?
¿Acaso la comisión no fue dada «hasta el fin del mundo»?
TIEMPO
Retomando la historia del encuentro de Cristo con el padre del
niño endemoniado, una nueva realidad surge en la consideración
del proceso de transformación: el tiempo. La expresión del Maestro:
«¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de
soportar?»1 no indica «tanto condenación, como impaciencia,
tristeza y quizá desilusión. Esperaba más de su pueblo. Su
incredulidad resultaba como una carga pesada para soportar». Era
el verano del año 30 d. C. y en un poco más de seis meses su
tiempo de ministerio culminaría durante el tiempo de su última
pascua.2
Un poco más de un año antes habían iniciado su ministerio formal
como apóstoles y todavía enfrentaban algunos desafíos para ser lo
que se esperaba de ellos. Llama la atención que esto hubiera
sucedido a pesar de que habían contado con el mejor de los
maestros. En este sentido, es importante comprender el desafío que
conlleva el liderazgo al intentar obtener resultados en poco tiempo,
incluso haciendo caso omiso de la naturaleza humana «incrédula y
perversa» que se resiste a la transformación del poder de Dios y el
hecho que Cristo tenía una relación constante con sus discípulos.
Ahora bien, ¿qué significa para nosotros? Comprender que si
queremos obtener el mismo éxito de Cristo debemos entender que
el discipulado es un proceso que requiere tiempo, paciencia y
esfuerzo. El apóstol Pablo lo declaró de esta manera en Gálatas:
«No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo
segaremos, si no desmayamos» (Gálatas 6: 9).
DOS DESAFÍOS CLAVE
Las palabras del Maestro a los discípulos, además, ponen de
manifiesto los dos desafíos más importantes en el proceso de
discipulado y por ende de la salvación. Si entendemos de qué se
tratan y cómo se interrelacionan no solo podremos enfrentarlos, sino
también ayudar a los que están en el proceso de discipulado a
reconocerlos y vencerlos. ¿Por qué los discípulos fallaron? Jesús lo
dijo: «Oh generación incrédula y perversa». El fracaso radicaba en
su falta de fe y en la esencia de sus acciones.
Al referirse a sus contemporáneos, su «generación»,3 Jesús
definió la manifestación de dos problemas. Uno tenía que ver con su
actitud y otro con su conducta. El primero es relacionado con la
actitud hacia Dios y el segundo principalmente con relación a las
acciones respecto a Dios.
La palabra apistos (ἄπιστος) está compuesta por el prefijo «a» que
significa «sin» y el sustantivo «pistos» que quiere decir «fe». En
otras palabras, el significado original es «sin fe, falto de confianza,
incrédulo, que duda».4 La historia de Cristo manifiesta sus esfuerzos
por producir fe en sus discípulos. Incluso después de su muerte y
resurrección se encontró con Tomás y le dijo: «Pon aquí tu dedo, y
mira mis manos; acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente» (Juan 20: 27).
La transformación es un proceso de fortalecimiento de la fe en el
corazón de los seguidores de tal forma que cumplan la misión
sobrenatural a la cual Dios los ha llamado. Tras una lectura
cuidadosa de la historia de los Evangelios podemos observar esta
verdad fundamental en el ministerio de Cristo. A continuación,
encontrarás un cuadro que presenta algunos de estos momentos
donde Cristo resaltó la necesidad de fe en sus discípulos.

El crecimiento en el discipulado estaba unido al crecimiento en la


fe. En este sentido si esperamos ver la transformación del discípulo
debemos trabajar en la materia que Dios usa para alcanzar el
propósito que tiene con ellos. Sin duda alguna, la fe tiene diferentes
etapas o manifestaciones, las cuales trataremos más adelante. Sin
embargo, al mirar el cuadro completo podemos ver el marco que
encierra todo lo que Cristo hacía: ¡el crecimiento de la fe de sus
seguidores!
Por otro lado, el otro desafío que encontró el Maestro al formar
discípulos fue la perversión. El término quiere decir: «malo,
malvado, maligno, diabólico, protervo, corrupto, depravado, infame,
maldito».5 Pero un análisis de la palabra en el griego en su contexto
bíblico nos dice que diastrefo (διαστρέφω) podría tener la
connotación de alguien malo que tiene el propósito de engañar y
apartar a otros de la fe. En su discurso a los ancianos de Éfeso, en
Mileto, Pablo uso esta misma palabra para advertir: «Y de vosotros
mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para
arrastrar tras sí discípulos» (Hechos 20: 30).
Según Cevallos y Zorzoli, mirando el incidente desde la
perspectiva de Lucas, «al parecer aparte de la fe, el conflicto de los
discípulos fue su orgullo personal y sus prejuicios de poder, en lugar
del servicio».6 Sin embargo, cuando vemos el relato a través de los
ojos de Marcos podemos entender que cuando Jesús llegó donde
estaban «los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y
escribas que disputaban con ellos. Y en seguida toda la gente,
viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron. Él les preguntó:
“¿Qué disputáis con ellos?”» (Marcos 9: 14-16, RV60). Este detalle
mencionado por Marcos muestra la actitud hostil que tenían los
dirigentes judíos con el ministerio de Cristo. Su invariable objetivo
consistía en que las personas perdieran el respecto del Maestro. En
este caso su deseo era presentar a Cristo y a sus discípulos como
incapaces e impostores ante el fracaso de los discípulos por echar
fuera el demonio.7 Por otra parte, «la gente se inclinaba a concordar
con los escribas, y dominaba a la muchedumbre un sentimiento de
desprecio y burla».8 Tal era el efecto de las palabras perversas
proferidas por los líderes religiosos que debían ser los guías del
pueblo. Este contexto aún mayor permite comprender mejor las
palabras de frustración del padre y la invitación de Cristo a creer
que él podía cambiar la situación. El corazón del padre había sido
dañado por las malas intenciones de los escribas por destruir el
ministerio de Cristo.
¿Podemos ver por qué Cristo denominó a sus contemporáneos
como una «generación incrédula y perversa»? El discipulado
confronta el desafío interno de hacer crecer la fe en medio de un
ambiente de detractores y perseguidores que buscan contrarrestar
la influencia espiritual. Gran parte del fracaso de los líderes en la
formación de discípulos se debe al desconocimiento de estos dos
desafíos. Por el contrario, una nueva mirada a los Evangelios les
dará herramientas para fortalecer su liderazgo transformador y
neutralizar la influencia de los que socavan el establecimiento de un
modelo bíblico que cumpla completamente la misión.9
PERSONALIDADES
Los discípulos poseían rasgos y personalidades distintas entre sí.
¡No eran santos! El trabajo de transformación en discípulos requirió
seguir una visión, supuso un esfuerzo para alcanzar la meta
deseada y sobre todo poseer el modelo apropiado. Como hemos
visto, el Evangelio de Lucas, después de hablar del incidente del
niño endemoniado hace referencia a los celos y el deseo de ocupar
los primeros puestos entre los discípulos (ver Lucas 9: 46-48).
¿Puedes imaginar lo que significó el trabajo de discipulado para
Cristo?
Una de las mejores descripciones que he leído acerca de esta
realidad humana de los seguidores de Cristo fue escrita muchos
años atrás, pero con contenido y valor explicativo me impele a
usarlo para iniciar a profundizar lo que significó el cambio o la
transformación de los discípulos de Cristo.

«Aquellos primeros discípulos eran muy diferentes los unos de


los otros. Llegarían a ser los maestros del mundo, y se daba
entre ellos gran diversidad de caracteres. Eran Leví Mateo, el
publicano, invitado a abandonar una vida de lucrativo negocio
al servicio de Roma; Simón el Zelote, enemigo inflexible de la
autoridad imperial; el impulsivo, arrogante y vehemente Pedro;
su hermano Andrés; Judas Iscariote, culto, capaz y de espíritu
mezquino; Felipe y Tomás, fieles y fervientes, aunque de
corazón tardo para creer; Santiago el menor y Judas, de
menos prominencia entre los hermanos, pero hombres fuertes
y voluntariosos, tanto en sus defectos como en sus virtudes;
Natanael, semejante a un niño en sinceridad y confianza; y los
hijos de Zebedeo, impetuosos y ambiciosos».10
TRANSFORMADOS EN ÚTILES
Esta sola visión general de lo diferente que eran los discípulos nos
permite entender que Jesús no escogió a sus seguidores porque
fueran parecidos, sino muy a pesar de sus diferencias. Era su meta
mostrar la forma como el proceso de transformación actúa en el
discipulado de cada uno de ellos hasta convertirlos en instrumentos
útiles para su gloria. Una revisión detenida de cada uno nos dará un
entendimiento abarcante de lo que Dios logró en ellos.
PEDRO
Poseía escasa educación formal. Era, por lo general firme y
decidido (Mateo 14: 28–33). En algunos momentos preocupado por
las apariencias, en otros lleno de temor por lo que pensaran los
demás. «Pedro era una rara combinación de coraje y cobardía, de
enorme fortaleza y de lamentable inestabilidad».11 Le gustaban los
retos y hablaba con honestidad. Sin embargo, «Pedro era propenso
a actuar por impulso sin pensar lo que hacía. Era su debilidad el
actuar una y otra vez sin darse cuenta de la situación ni calcular el
coste».12 Una vez comprometido sería una roca de fidelidad.
MATEO
¿Qué podremos decir de su personalidad basados en el escrito de
su Evangelio? Quizás fue el más culto de todos los discípulos. Con
preparación en arameo, griego y latín por su trabajo como
recaudador de impuestos.13 Sin embargo, su trabajo como publicano
lo colocaba en una posición donde el soborno era probable. Se
requería ser ambicioso e inescrupuloso para ser parte de este grupo
despreciado por los judíos religiosos. Mateo fue generoso con Cristo
al compartir con él en su casa en un banquete y manifestó un
natural espíritu misionero al invitar a sus antiguos colegas.14 Según
Clemente de Alejandría Mateo dedicó quince años a su obra.
También dice que Mateo fue a los etíopes, a los griegos de
Macedonia (al norte de Grecia), a los sirios y a los persas.15.
JACOBO «EL MENOR» (HIJO DE ALFEO)
Aunque algunos han sugerido que era hermano de Mateo porque
su padre se llamaba también Alfeo, no existen pruebas bíblicas
concluyentes. Jacobo contrastaba con la ideología y el
temperamento de Mateo.16 Una tradición afirma que él había sido
zelote, nacionalista, que posteriormente defraudado por la política
de derramamiento de sangre se convirtió en asceta. En tanto que un
discípulo colaboró con los romanos, otro intentaba derrocarlos.
ANDRÉS
Andrés fue uno de los primeros discípulos de Cristo. Su fe sencilla
y sincera le sirvió como instrumento para alcanzar a su hermano,
Pedro. En este sentido resalta como obrero diligente, pero con
menos cualidades de liderazgo que su hermano. Su profunda
devoción espiritual lo convirtió en un obediente y humilde seguidor
de Juan el Bautista y luego de Cristo. Puede ser que no tenía las
habilidades sobresalientes de liderazgo, pero Dios lo escogió y lo
transformó en un gran discípulo y líder.
SANTIAGO
Era mayor que su hermano Juan. «El relato del Nuevo Testamento
presenta primero a Jacobo como un hombre algo egoísta,
ambicioso y pronto para pedir».17 Esta característica es revelada
cuando solicitó a Cristo, junto a su hermano Juan: «Concédenos
que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu
izquierda» (Marcos 10: 37, RV60). No obstante, más allá de sus
cualidades humanas que al principio predominaron en su vida, por
el liderazgo demostrado, quizás al ser parte del círculo íntimo de
Cristo, fue escogido por Herodes Agripas y murió como uno de los
primeros mártires cristianos alrededor del año 44 d. C.
JUAN
Como hermano menor de Santiago compartía varios rasgos de
personalidad con este. Juntos eran conocidos como Boanerges,
«una expresión aramea que significa “hijos del tumulto”, o “hijos de
la ira”, cuya traducción libre es “hijos del trueno”».18 Quizás recuerde
la ocasión cuando, tras una recepción hostil en una de las aldeas de
Samaria, le solicitaron a Cristo: «Señor, ¿quieres que hagamos
bajar fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?» (Lucas 9:
54). ¿Puede imaginar el gran desafío de Cristo para transformarlos
en hombres que él pudiera usar para mostrar la grandeza de su
reino de gracia? El orgullo, la agresividad, el deseo de venganza por
los agravios y la impulsividad fueron reemplazados por un carácter
muy semejante al de Cristo.
TOMÁS
Pescador también de oficio, la tradición afirma que su verdadero
nombre era Judas (nombre común en aquellos tiempos). Por su
parte la Escritura lo llama el didimo o gemelo, como significa su
nombre (ver Juan 11: 16; 20: 24; 21: 2). Poseía valor y
determinación (Juan 11: 16); y en otros momentos manifestó duda y
egoísmo (Juan 20: 24-25). Este discípulo era pesimista,
cuestionador y escéptico, pero experimentó un proceso de
transformación. Algunos relatos atestiguan de su celo misionero y
trabajo en Persia y Partia.
FELIPE
Jesús llamó primero a Felipe (Juan 1: 43) cuyo nombre revela que,
aunque era judío, tenía influencias griegas. El relato bíblico lo
muestra por momentos indeciso en relación al camino a seguir
(Juan 12: 21-22) o luchando por comprender cómo obedecer a
Cristo cuanto todo parecía imposible (Juan 6: 5, 7). En otros
instantes intentando disipar definitivamente sus dudas (Juan 14: 8).
Pero también la Palabra lo presenta como un misionero que, al ser
llamado por Cristo, inmediatamente invitó a Natanael.
NATANAEL
Conocido generalmente en la Biblia con el nombre de Bartolomé
(hijo de Tomás).19 Su primera reacción al escuchar de Cristo fue
manifestar incredulidad por su lugar de procedencia.20 Jesús pensó
que era un sincero buscador de la verdad (Juan 1: 47) y con el
tiempo sus dudas fueron disipadas y fue un fiel servidor del
Maestro. Sin embargo, junto con su sinceridad y sencillez, no
podemos olvidar su lucha por vencer los prejuicios, encontrar
pruebas para cambiar sus firmes convicciones y su pensamiento
definido e independiente.
JUDAS TADEO
Mateo lo llama Lebeo (Mateo 10: 3). Muchos se preguntan quién
era su hermano Jacobo (Luc. 6: 16; Hech. 1: 13). Puede ser que la
ausencia de un ministerio perceptible, casi anónimo, describe a una
persona con cualidades comunes de liderazgo.
SIMÓN EL «CANANITA»
Se considera que su sobrenombre probablemente viene de la
palabra aramea que significa «celoso». Esto puede implicar que
pertenecía a los zelotes (ver Lucas 6: 15). Como muchos de los
discípulos, Simón esperaba la llegada del Mesías para ver un
cambio político. Sin duda su expectativa y su temperamento fueron
impactados por las nuevas creencias y enseñanzas del reino de
Cristo.
JUDAS ISCARIOTE
La palabra «Iscariote» significa: «hombre de Queriot» (ver Josué
15: 25; Marcos 3: 8), aldea del sur de Judea, cerca de Idumea.21
Lejos de ser considerado un hombre sin talentos, escrúpulos, o un
posible traidor, Judas era un discípulo tenido con gran valor dentro
del cuerpo de seguidores de Cristo.22 Sin el conocimiento de los
eventos de la última semana se puede ver que los discípulos nunca
se imaginaron que Judas podía ser traidor. Por la confianza que los
discípulos le tenían a Judas él fue escogido como tesorero del
grupo. Hasta la semana de la crucifixión Judas no había realizado
(por lo menos visiblemente) ningún acto imprudente. Él no mostró
aspiraciones inadecuadas como Santiago y Juan ni realizó alguna
pregunta sin sentido como Felipe. Su problema permaneció oculto
en su corazón mientras su conducta externa parecía impecable a
los ojos humanos, aunque no para Jesús (ver Juan 6: 70).
Sin embargo, Judas representaba el más grande desafío de
transformación para Cristo. Su carácter cuestionador y espíritu ruin
se manifestó cuando, tras el acto del perfume derramado, afirmó:
«¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se
les dio a los pobres?» (Juan 12: 5). Sin embargo, tras esta
declaración aparente de preocupación humana se escondía su
deseo de buscar su propio beneficio (ver Juan 12: 6). Su corazón no
era generoso sino egoísta y mezquino; su propósito no era servir a
otros, sino servirse a sí mismo. ¿Puedes imaginarte la astucia de su
corazón, para vestir con ropajes de santidad los motivos más
pérfidos del alma? El engaño, la duplicidad y el fingimiento era parte
de su vida y de su carácter.
¿QUÉ CUALIDADES REQUIERE EL LIDERAZGO QUE FORMA DISCÍPULOS?
Todos pueden ser discípulos, pero los líderes que Dios escogió
para realizar la tarea y quienes formaron el grupo especial de
dirigentes poseían al menos tres características importantes que
Jesús valoró.
1. Deseo de un cambio. Resulta interesante que muchos de los
escogidos por Jesús deseaban un cambio en el escenario político
de Palestina. Sus deseos de cambio y sus esperanzas podrían ser
parte de los aspectos que Cristo consideró al escogerlos como
líderes.
2. Inclinación espiritual. Otra de las características de los
escogidos por Cristo para el discipulado y el liderazgo fue su sincero
deseo de la manifestación del reino de Dios en su tiempo y en sus
vidas.
3. Deseo de aprender. Esta es la cualidad más importante. Quizás
la mayoría no estaba lista para cumplir la tarea, pero fueron
escogidos porque eran los que aceptaban las enseñanzas de Jesús.
Elena G. de White afirmó: «Dios toma a los hombres tal como son,
con los elementos humanos de su carácter, y los prepara para su
servicio si quieren ser disciplinados y aprender de él».23
Imagine lo que sucedería en su congregación al escoger personas
con estas características para ser los líderes de la iglesia. Después
de todo, la transformación de los líderes es el primer paso para el
cambio de la congregación. Podemos decir que cuando el terreno
está preparado la semilla dará su fruto.
EL FUNDAMENTO DE LA TRANSFORMACIÓN
Para la transformación de sus discípulos el señor Jesucristo puso
en práctica el principio fundamental del discipulado que nunca debe
perderse de vista si esperamos llevar adelante con éxito el modelo
de Cristo: la asociación. El Evangelio de Marcos lo afirma cuando
señala: «Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para
enviarlos a predicar» (Marcos 3: 14). Según Carlos Morris, «este
sigue siendo el mejor método de discipulado: capacitación por
ejemplo y asociación personal, pues el carácter no se enseña sino
que se muestra».24 En este sentido es importante destacar que más
que una instrucción teórica, el discipulado persigue el propósito
supremo de la transformación del carácter de los seguidores de
Cristo. Esta relación estuvo al mismo tiempo expresada en varias
esferas. Las veremos a continuación.
1. LA RELACIÓN DE LOS DISCÍPULOS CON CRISTO
Esta asociación tenía el propósito de mostrar a los discípulos las
virtudes que Jesús esperaba que pudieran desarrollar en sus vidas.
El ser amado, más que ser admirado por sus enseñanzas, era la
meta del proceso de enseñanza. Por esta importante razón
podemos entender por qué Jesús le hizo la pregunta a pedro: «¿Me
amas?» (Juan 21: 15-17). Además de la sabiduría que todo
discípulo debe recibir del Maestro, era su intención que su corazón
fuera alcanzado por el sentimiento del amor. Porque el amor solo
puede ser fruto de la asociación. Por esta causa:
«El Señor Jesús relacionó a Judas y a Pedro consigo, no
porque tuvieran caracteres defectuosos, sino a pesar de sus
defectos. Quería darles una oportunidad de aprender en su
escuela mansedumbre y dignidad de corazón, para que
pudieran llegar a ser colaboradores suyos. Y si ellos querían
aprovechar estas oportunidades, si querían disponerse a
aprender, a ver sus deficiencias, y a llegar a ser, a la luz de un
ejemplo puro, todo lo que Cristo quería que fuesen, entonces
serían una gran bendición para la iglesia».25
Además, agrega:
«A ellos [los discípulos] más que a nadie les concedió el
privilegio de su compañía. Por medio de su relación personal
dejó impresa su marca en aquellos colaboradores escogidos.
“Esta vida se manifestó —dice Juan—. Nosotros la hemos
visto y damos testimonio de ella”».26
Este proceso de transformación como resultado de la relación con
Cristo queda evidenciado en el libro de Hechos cuando Lucas
afirma: «Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y
sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y
les reconocían que habían estado con Jesús» (Hechos 4: 13).
2. LA RELACIÓN DE LOS DISCÍPULOS ENTRE SÍ
Al relacionar a los discípulos entre ellos mismos el Maestro
buscaba que su corazón egoísta y orgulloso pudiera dar cabida a la
abnegación y la humildad. En su última oración antes de su muerte,
Jesús le pidió al Padre que sus discípulos fueran uno. ¿Unidad? Sí.
Pero, ¿cómo tener unidad si se juzgaban entre ellos y luchaban por
ser el primero? La respuesta es: por medio de la relación con Cristo
y entre ellos mismos podían poner en práctica las enseñanzas del
Maestro. En otras palabras, estar juntos proveería el ambiente para
el cambio y desarrollo de la tolerancia, la aceptación y el amor. No
era suficiente que los discípulos se asociaran con Cristo, sino que
se unieran los unos con los otros.27
El sabio Salomón afirmó en Proverbios 27: 17: «Hierro con hierro
se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo». Resulta
«evidente que los contactos e intercambios sociales tienden a
enriquecer el intelecto y la personalidad de los participantes».28 Los
amigos cercanos proveen rendición de cuentas y observaciones que
afilan el carácter. 1 Tesalonicenses 5: 11 dice: «Animaos los unos a
los otros y edificaos los unos a los otros». La tarea de Cristo con
sus discípulos estaba acompañada por la relación que ellos tenían
los unos con los otros. Esto permitía que el proceso de
transformación ocurriera con mayor efectividad. ¿Puedes imaginar
un plan de transformación en algún ámbito de la vida realizada en
solitario? ¡Imposible! El desarrollo del individuo aumenta cuando se
hace en medio de un grupo, porque de la misma forma como el
individuo afecta al grupo, el grupo afecta al individuo.
3. LA RELACIÓN CON LA MULTITUD
¿Te has imaginado alguna vez lo que significó para los discípulos
tener un contacto directo con leprosos, samaritanos, endemoniados,
publicanos, rameras, niños, fariseos y saduceos? Todos ellos
tocaron la vida de los seguidores de Cristo en tal modo que sus
historias fueron escritas como testimonio para las futuras
generaciones. Tras encontrarse con cada uno, la vida de los
discípulos creció en visión y nuevas creencias que transformaron el
paradigma de los simples pescadores de Galilea. La manera como,
posteriormente, miraron al muerto, enfermo o pobre no fue la
misma. Cada experiencia de vida marcó su futuro para siempre.
Ellos no aprendieron mirando las páginas de un libro, un video o
escuchando hablar a otros de sus experiencias. Ellos miraron
directo a los ojos de aquellos a quienes servían, miraron sus
lágrimas, observaron su desesperación y vidas prisioneras. A veces
los imagino intentando dormir la noche después de que Cristo
realizara algún milagro. ¿De qué hablarían? ¿Cómo se sentirían si
ellos formaron parte de la ejecución del milagro?
No podemos enfatizar demasiado que el discipulado bíblico es
algo más que una experiencia de conocimiento académico. Es una
vivencia activa fundada en la profundización de una relación de
amor con Cristo, con nuestros cooperadores y con el mundo.
Cuando hablamos de una relación de amor estamos definiendo el
propósito más elevado para el discípulo. Jesús mismo lo definió
cuando afirmó: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13: 35). Ogden en su
libro Discipulado que transforma afirma: «El amor es el único
contexto en el cual puede ser formado Cristo y constituye el vínculo
perfecto».
Si bien se pueden establecer estrategias para compartir
conocimientos y desarrollar competencias del discipulado, no
podemos limitarnos a un programa de varias semanas. Es un
proceso que toma tiempo y requiere no simplemente un encuentro,
un evento, un seminario o la asistencia a una actividad sino una
relación profunda, intencional y significativa.

¿Por qué profunda? La relación que Dios desea tener con sus
discípulos no está sujeta a un momento o nivel superficial. Él espera
que posea raíces de honestidad y sinceridad. En esto deben
fundamentarse los principios del reino. Jesús dijo: «No os llamaré
siervos, porque el siervo no sabe lo que hará su señor, sino os
llamaré amigos» (Juan 15: 15). La verdad es parte de los principios
de esta relación. El apóstol Pablo afirmó: «Dejando la mentira, hable
cada uno a su prójimo con la verdad» (Efesios 4: 25).
¿Por qué intencional? Con el aumento ilimitado de
responsabilidades cada día encontramos menos tiempo para
dedicarlo al desarrollo de actividades que profundicen nuestra
relación con los demás. Existe tiempo para todo, pero para
conversar, pasar tiempo juntos se requiere ser intencionales, implica
enfrentar la presión de una avalancha de tareas interminables y el
deseo por estar solos. La profundización de la relación no podemos
dejarla como un hecho fortuito. La Escritura señala: «Me buscaréis y
me encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón» (Jeremías
29: 13). Los que encuentran a Dios y a su prójimo en una relación
duradera son aquellos que lo buscan deliberadamente.
¿Por qué significativa? «El que amas está enfermo» (Juan 11:
3). ¿Puede existir algo más significativo que el amor? Jesús
estableció sus relaciones basadas en el amor. Tal declaración del
pedido de Marta y María a Cristo por la enfermedad de su hermano
muestra este nivel de profundidad. Por eso la Escritura dice:
«Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:
19). El Maestro hacía de cada relación del discipulado una
asociación relevante.
¿CUÁL ES EL PERFIL DE LOS DISCÍPULOS QUE DESARROLLÓ CRISTO?
Uno de los aspectos más sobresalientes del liderazgo de
transformación del discipulado ejercido por Cristo fue las
características o cualidades que esperaba desarrollar en sus
seguidores: los valores del reino de Dios y la razón por la que se
hacen todas las cosas. Este simple detalle puede ubicarnos en una
perspectiva distinta al estudiar los textos bíblicos y al definir los
propósitos de un plan de discipulado que esté acorde con el modelo
de Cristo.
Amor. Por una parte, está la transmisión de conocimiento. Por
otro lado, también encontramos el desarrollo de habilidades. Pero lo
más importante para Cristo era la búsqueda para que ellos pudieran
poseer características que los identificaran como sus seguidores.
Este era el más importante propósito de transformación. Es
precisamente a esto que hace referencia cuando el mismo Jesús
afirma: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros».29
Cuando Jesús señala que en esto «conocerán», usó la expresión
griega ginosko, (γινώσκω), que se refiere a un conocimiento
experiencial, no teórico, donde el sujeto que aprende se familiariza
con la realidad por una experiencia.30 Dicho de otra manera, cuando
los discípulos de Cristo fueran conocidos, lo serían más allá no solo
por sus creencias, sino por su vida y su carácter, que reflejarían las
características del reino de Dios. ¿Puede imaginarse cuán profundo
y abarcante es el programa de transformación de discípulos
emprendido por Cristo?
Ahora imagine qué pasaría si los dirigentes eclesiásticos, pastores
o maestros plantean como su propósito supremo que los discípulos
de Cristo reciban y reflejen el amor de Dios en sus corazones. No
se trata simplemente de que acepten una creencia o que cumplan
ciertos oficios, sino de que puedan tener amor. Estoy seguro de que
no simplemente cambiaría la forma como se realiza el programa de
discipulado, sino que como resultado, y al mismo tiempo, se tendría
una nueva generación de miembros de iglesia. ¿Por qué? Porque
según lo que hemos estudiado y aprendido del modelo de Cristo, el
amor no se enseña, sino que se muestra, no se dogmatiza, sino que
se comparte, no se obliga, sino que se inspira.
Pero juntamente con el amor, Jesús buscó desarrollar otras
características en sus discípulos. Estas características tienen un
vínculo muy directo con el amor y permiten que los seguidores de
Cristo sean como él al no solo enseñar lo que él enseñó, sino al vivir
como él vivió. La razón es muy importante. Al igual que el amor,
cada una de estas características fueron modeladas por el Maestro
en sus vidas. ¿Qué podían entonces hacer sus seguidores, sino
imitarlo?
Humildad. En Mateo 11: 29 encontramos la gran declaración de
Cristo cuando señala: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas». ¡Qué contundente declaración! ¿Qué deben
aprender los discípulos? ¿Una enseñanza o doctrina? No. ¡Deben
aprender a imitarlo en su mansedumbre y humildad! Esta es la otra
importante cualidad que Dios espera que todo verdadero discípulo
pueda desarrollar. Él enfatiza de manera directa: «aprended de mí»,
no simplemente señalando el contenido del aprendizaje, sino el
método del aprendizaje, que como hemos visto solo puede ser por
el ejemplo.
Llama la atención que en el contexto de esta declaración Jesús ha
dicho: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las
revelaste a los niños» (Mateo 11: 25). ¿Por qué niños? ¿Qué
deseaba decir Cristo al usar esta palabra? Mateo 11: 1-4 señala:
«En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: “¿Quién
es el mayor en el reino de los cielos?”. Y llamando Jesús a un niño,
lo puso en medio de ellos, y dijo: “De cierto os digo, que si no os
volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el
mayor en el reino de los cielos”».
Una de las enseñanzas más importantes que Jesús estaba
desarrollando en sus discípulos era su actitud de despojarse y
convertirse en lo que no se es. ¿Podemos asimilar este concepto?
La humildad es la actitud de no exigir el trato que merecemos, sino
aceptar ser tratados como lo que no somos (ver Lucas 18: 14; 14:
11; Filipenses 2: 8). La palabra tapeinose (ταπεινόω) tiene un
sentido de hacerse sencillo, humillarse, avergonzarse, rebajarse.31
Obediencia. El término thelema (θέλημα) ocupa un lugar
importante en el plan de desarrollo de los discípulos. Es la palabra
usada para referirse a la «voluntad» y en muchas oportunidades
Cristo la usó para expresar a sus discípulos el estilo de vida que
debían seguir en concordancia con el modelo de Cristo. Demos un
vistazo general a los lugares donde aparece.
1. «No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y
mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió, la del Padre» (Juan 5: 30).
2. «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que
acabe su obra» (Juan 4: 34).
3. «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya» (Lucas 22: 42).
4. «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos» (Mateo 7: 21).
5. «Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está
en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre» (Mateo 12:
50; Marcos 3: 35).
6. «“¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”. Dijeron ellos:
“El primero”. Jesús les dijo: “De cierto os digo, que los publicanos
y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios”» (Mateo
21: 31).
¿Qué compartió Cristo por ejemplo a sus discípulos? Uno de los
más importantes principios del reino de Dios: ¡sumisión a la
voluntad de Dios! Por precepto y por ejemplo él mostró el
significado de obedecer los planes de Dios para su vida. Es por ello
que no me sorprende cómo Cristo les pedía hacer cosas y ellos
obedecían sin dilación, dudas o solicitando explicación.
El apóstol Pablo, señalando la obediencia en la vida de Cristo,
afirmó: «Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y
súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la
muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo,
por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido
perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los
que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el
orden de Melquisedec» (Hebreos 5: 7-10).
Al morir en la cruz, el Salvador mostró el nivel más elevado de
sometimiento a la voluntad de Dios. El querer de Cristo era
sencillamente el querer de Dios. En este sentido no debemos limitar
la voluntad de Dios a la obediencia de los Diez Mandamientos. Mirar
desde esta perspectiva el cristianismo es una visión muy restringida.
La consecuencia natural es una vida dividida en compartimentos,
áreas o esferas que no lo entrega todo a la expresión de la voluntad
perfecta del Omnipotente. La obediencia tiene que ver con el
sometimiento, no simplemente con el saber una verdad y aceptarla
como cierta, mientras que nuestra vida no refleja esa verdad.
Cuando miro lo que Pablo escribió a los cristianos de Filipo desde
esta perspectiva, puedo entender por qué Cristo enfatizaba el
sometimiento a la voluntad de Dios y la humildad necesaria para
hacerlo: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual
a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»
(Filipenses 2: 5-8).

Querido dirigente, ¿puede imaginar lo que significaría que cada


miembro de la iglesia como auténtico discípulo de Cristo tuviera el
mismo sentir? El único camino para que la experiencia actual de
escasez de las bendiciones de Dios, separación y falta de
compromiso sea transformada en la iglesia, es que los líderes
puedan establecer los mismos fundamentos del discipulado de
Cristo y la iglesia llegue a tener su mismo sentir.
Fe. Es imposible hablar de la transformación de un miembro en
discípulo y de las características que debe llegar a tener sin
considerar otra de las características cardinales del verdadero
discípulo: la fe. Ya hemos mencionado que el crecimiento del
discipulado está unido invariablemente al crecimiento en la fe.
Como consecuencia, los seguidores que avanzan en su crecimiento
en el discipulado son los que invierten en el desarrollo de esta
cualidad en su vida.
¿Qué es la fe? El texto más conocido para definir la fe está en
Hebreos 11: 1: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve». Desde temprana edad, un niño
escucha este texto en la boca de muchos predicadores. Más allá de
toda duda, este versículo es el más usado para expresar en el
lenguaje paulino cómo entender la fe. Sin embargo, el verdadero
inconveniente no es la definición sino la experimentación. Unos
versículos más adelante se encuentra una galería de los héroes de
la fe. ¡Los hombres y mujeres que experimentaron la fe! El desafío
es muy claro: los discípulos experimentan la fe.
Volvemos a preguntarnos: ¿Cómo les enseñó el gran Maestro la fe
a sus discípulos? ¿Leyendo todas las definiciones de la fe y
repitiendo qué es la fe, o cada vez que podía: 1) demostraba fe en
su vida, 2) alentaba en sus seguidores el ejercicio de su fe, (como
cuando Pedro pidió caminar sobre el agua), y sobre todo, 3)
reconocía la manifestación de la fe de aquellos que la tenían? Al
igual que el amor, la humildad y la obediencia, la fe no es algo que
se puede «conocer» en la teoría, sino en la vida real y práctica. En
resumen, ejercitando la fe es como la experimentamos y la
conocemos.
Las tres características que acabamos de analizar fueron
fundamentales en el proceso de transformación de la vida del
apóstol Pedro. En el libro La educación encontramos una
descripción iluminadora del cambio del discípulo. Como
consecuencia podemos entender la manera como funcionaba el
sistema del modelo de discipulado de Cristo, cuyo objetivo principal
no consistía meramente en transmitir un mensaje sino en formar un
carácter. En el caso del pescador, estas cualidades requerían
atención.
«La historia de ninguno de los discípulos ilustra mejor que la
de Pedro el método educativo de Cristo. Temerario, agresivo,
confiado en sí mismo, ágil mentalmente y pronto para actuar y
vengarse era, sin embargo, generoso para perdonar. Pedro se
equivocó a menudo, y a menudo fue reprendido. No fueron
menos reconocidas y elogiadas su lealtad afectuosa y su
devoción a Cristo. El Salvador trató a su impetuoso discípulo
con paciencia y amor inteligente, y se esforzó por reprimir su
engreimiento y enseñarle humildad, obediencia y confianza».32
Mientras que leía cada palabra escrita de esta cita, pude
comprender aún más la visión o perfil de transformación que tuvo
Cristo al llevar adelante su proceso de cambio de sus seguidores.
Pero lo más importante, confirmé la visión de los escritos sagrados
al enfatizar estas características como parte de las enseñanzas
principales de Cristo. Si analiza con detenimiento esta verdad
luminosa entenderá un poco más lo que Dios espera de su
liderazgo. ¿Se imagina lo que sucederá como resultado de su
ministerio?
Servicio. Otro término crucial en las características del
discipulado en el modelo de Cristo es diaconía (διακονέω), el
servicio. Cuando Cristo formó a los discípulos lo hizo esperando que
todos tuvieran actitud para servir. Aunque esta es una característica
más conocida del carácter del discípulo, sin embargo, todavía su
manifestación no ha sido experimentada por muchos que hoy
asisten a la iglesia y que, en su mayoría, no tienen un ministerio,
asumen una tarea o participan en la iglesia. ¿Servir? ¿Por qué?
¿Para qué? ¡No tengo ese talento! ¡No puedo! La pregunta que nos
debemos hacer es: ¿Acaso no saben los cristianos lo que Cristo
afirmó acerca del servicio como elemento definitorio de la vida de
todo verdadero seguidor suyo?
El servicio no es una opción sino el único camino si esperamos
alcanzar lo que nunca hemos experimentado como miembros,
dirigentes o como iglesia. Un día, en el mes de enero de 2019, esta
importante verdad apareció como un rayo delante de mí: El
discipulado se forma en un ambiente de servicio y con un propósito
de servicio. Este simple pensamiento lo cambió todo y me abrió la
puerta para comprender la razón del fracaso del sistema de
formación de seguidores contemporáneo.
En muchos aspectos la influencia académica ha sido determinante
en el pensamiento y ha llevado a muchos a creer que el discipulado
es simplemente una transmisión de conocimiento, por lo que se
hace en un ambiente donde se comparten ideas, con la esperanza
de que se transmita lo que se ha enseñado. ¿Cuál es el resultado?
¡Que no importa el contenido del currículo, la duración o los
maestros, hoy contamos con menos del veinte por ciento de los
miembros comprometidos con la misión! La pregunta que nos
debemos hacer es: ¿Podemos tener lo que esperamos con el
modelo que usamos?
El modelo de Cristo era diferente. ¡Muy diferente! Su énfasis
estaba en el servicio. En el Evangelio de Marcos, cuyo propósito es
presentar a Cristo como siervo, encontramos la declaración de
Cristo: «Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino
para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:
45). El contexto de esta declaración aumenta aún más el mensaje
de esta frase. Santiago y Juan le han pedido a Cristo una posición
especial en su reino. La respuesta de Cristo es que la grandeza en
el reino de Dios se obtiene por medio del servicio (Marcos 10: 35-
33). En este sentido, Cristo estaba estableciendo la base de su
reino espiritual.
Podemos ver la actitud de servicio que alcanzaron los discípulos
cuando leemos en el relato sagrado cómo repartieron comida a más
de cinco mil hombres sin contar a las mujeres y los niños. Cabe
resaltar que en el momento en que afirmaron: «No es justo que
nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas»
(Hechos 6: 2-3), ¡ellos no estaban rechazando el servicio sino
dedicarse a esta tarea cuando tenían otras responsabilidades que
cumplir con respecto a su principal llamado!
Es importante resaltar que el servicio es resultado de la presencia
de las características anteriores: amor, humildad, obediencia y fe.
Pero, por otro lado, también en el servicio, se desarrollan estas
cualidades. Aquellos que sirven aprenden a crecer en amor,
humildad, obedecer y tener fe. Estoy seguro de que, a diferencia de
Cristo, no todos los discípulos comenzaron a servir por amor, pero
al iniciar su servicio al lado de Cristo, descubrieron el crecimiento
del amor. Este es el camino más común usado por Cristo para
alcanzar sus corazones y desarrollar sus mismas características en
ellos. Unirlos a su misión.
En El camino a Cristo se afirma: «Si nos esforzáramos como
Cristo tenía el propósito que sus discípulos lo hicieran, y así
ganaran almas para él, sentiríamos la necesidad de una experiencia
más profunda y de un conocimiento más amplio de las realidades
celestiales, y tendríamos hambre y sed de justicia. Suplicaríamos a
Dios y nuestra fe se fortalecería; nuestra alma bebería en
abundancia de la fuente de salvación. La oposición y las pruebas
nos llevarían a leer las Escrituras y a orar. Creceríamos en la gracia
y en el conocimiento de Cristo y adquiriríamos una rica
experiencia».33
Este fue el camino usado por Cristo y debe ser el camino para que
cada miembro sea transformado en discípulo. La razón es que «el
único modo de crecer en la gracia consiste en cumplir
desinteresadamente con la misión que Cristo encomendó:
dedicarnos, en la medida de nuestras posibilidades, a prestar ayuda
y apoyo a quienes lo necesiten».34
Sacrificio. La pregunta más importante del capítulo es: ¿Cómo es
posible que los discípulos puedan transformarse en verdaderos
discípulos de Cristo? Esta pregunta nos conduce a la respuesta
clave en el cambio de miembros en discípulos. Nunca olvidaré
cuando lo entendí. Durante más de veinte años de ministerio había
luchado por tener éxito infructuosamente. Y me preguntaba
constantemente, ¿por qué la iglesia no trabaja? ¿Por qué los
hermanos no se comprometen? ¿Por qué escuchan un sermón y
todo sigue igual? Y digo todas estas cosas, apreciado lector, porque
son las mismas preguntas que miles de líderes de congregaciones
con los que me he encontrado en más de cuarenta países me
hacen en los seminarios y clases de instrucción para posgrado. Al
hacerlo, puedo verlos agonizar por ver resultados diferentes en su
ministerio y puedo palpar su deseo de experimentar un cambio
radical que los conduzca al sueño anhelado. Entonces, ¿cuál es el
gran secreto de la transformación?
La respuesta a esta pregunta, como he dicho, nos conduce a la
base fundamental de las características del discipulado. Sin la
misma, será imposible, (¡sí, lo has leído bien!) ¡imposible!, que un
miembro se convierta en un auténtico discípulo bíblico. Por el
contrario, con esta característica, cualquiera puede ser un poderoso
discípulo.
El mismo Cristo nos dice la respuesta a esta importante pregunta:
«Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”»
(Marcos 8: 34). ¿Lo captamos? El origen, desarrollo y éxito del
discipulado bíblico se fundamenta en la «negación» a sí mismo.
Esta negación que viene del término griego aparneomai
(ἀπαρνέομαι) tiene el sentido de «desconocer, rehusar, renunciar o
negarse a lo que es su propio propósito, plan o poder».35
Cristo, con esa declaración, reveló la característica más
importante de un discípulo. La abnegación es la cualidad más
importante para el desarrollo de Cristo en nuestras vidas. Fue por
esta razón que Pablo escribió: «Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2: 20).
¿Y LA META DE LA TRANSFORMACIÓN?
Nunca olvidaré el momento cuando leí el texto de Gálatas 4: 19 a
la luz del modelo de discipulado. El apóstol Pablo, como pastor,
líder, administrador, evangelista, formador de ministros y discípulos,
pionero de iglesia, escritor de la mayor parte del Nuevo Testamento
tenía bien en claro el propósito del modelo de discipulado. Su
incansable esfuerzo, amor, humildad, obediencia, fe, servicio y
sacrificio surgió de su propósito como formador de discípulos. No
importaba los sacrificios que estaba dispuesto a realizar, su meta
estaba clara para los hermanos en Galacia a quienes les escribe
con firme amor: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de
parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas 4: 19, la
cursiva es nuestra). Después de todo la meta no es que
simplemente los seguidores crean sino que lo amen y lo imiten.
La frase «ser formado» proviene del griego morphoo (μορφωθῇ) y
tiene relación con la transformación que debe ocurrir en todo
discípulo. Esto nos muestra que el ministerio de Pablo no tenía
simplemente la meta de añadir nuevos miembros o establecer
iglesias, sino que cada uno de los creyentes llegaran a poseer las
mismas características espirituales de Cristo y hacer su obra. Jesús
había dicho que sus discípulos harían sus mismas obras (ver Juan
14: 12). Esta fue la meta que presentamos al inicio de nuestro
recorrido de este libro. Y ahora, cerca del final, necesitamos afirmar
el plan final de la transformación. En palabras de Pablo sería:
«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas
obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas» (Efesios 2: 10). ¡Gloria a Dios!
Ser como Cristo es nuestra meta… Ser como Cristo en carácter...
Ser como Cristo en la obra… ¡Es la meta de los discípulos que
formamos!
Apreciado lector, ¿qué ocurrirá en su ministerio si se muestra
dispuesto a reenfocar sus esfuerzos para luchar porque el carácter
Cristo sea formado en cada uno de los miembros de su
congregación? ¡Es hora de que se levante una generación como
Jesús y Pablo! ¡Líderes transformadores!
En el siguiente capítulo trataremos la razón por la cual Cristo no
tuvo éxito en la implementación de su modelo con Judas. ¿Se ha
preguntado alguna vez por qué Judas no llegó a ser el discípulo que
el Maestro esperó? Le invito a continuar en este viaje en el
conocimiento del los secretos de liderazgo transformador del
Maestro.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuáles son los desafíos más importantes
de esta generación?
2. ¿Podrías mencionar las características de cada uno
de los doce discípulos y compartir con tu grupo de estudio con
cuál te puedes identificar mejor?
3. ¿Qué enseñanzas o lecciones puedes extraer del hecho
de que Cristo escogió para ser sus discípulos personas
con estas deficiencias?
4. ¿Recuerdas por qué Cristo escogió a cada uno de los discípulos?
5. ¿Cuál es el fundamento triple de la transformación
de los discípulos de Cristo según el modelo de Cristo?
6. ¿Cuáles son las características de la relación que deben tener los
discípulos con Cristo y entre ellos mismos?
7. Repase y comparta la reflexión de las características
desarrolladas por Cristo en los discípulos. Descubra cuáles son
los más desafiantes y comparte con tus compañeros algún plan
para desarrollarlas en tu propia vida y en otros.
8. ¿Cuál es la meta del líder transformador?

__________
1. Daniel Carro, José Tomás Poe, et al., Comentario bı́blico mundo hispano: Mateo (El
Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 1993), pp. 234–235.
2. Roberto Jamieson, A. R. Fausset y David Brown, Comentario exegético y explicativo de
la Biblia - tomo 2: El Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Casa Bautista de
Publicaciones, 2002), p. 69.
3. La palabra griega «generación» viene del término griego γενεά (genea) y signfica gente
de la misma época, ver James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo
testamento) (Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
4. James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento)
(Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
5. Eladio Pascual Foronda, Diccionario manual de sinónimos y antónimos de la lengua
española (Barcelona: VOX, 2007), p. 591.
6. Juan Carlos Cevallos y Rubén O. Zorzoli, Comentario bíblico mundo hispano, Tomo 16:
Lucas (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2007), 182.
7. Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), t. 5, p.
618.
8. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 402.
9. El presente estudio no permite ahondar con profundidad en el conocimiento de las
estrategias para el aumento de la fe y la defensa, y protección de los discípulos.
10. Elena G. de White, La educación, p. 78.
11. William Steuart McBirnie, En busca de los doce apóstoles (Carol Stream, Illinois:
Tyndale House Publishers, 2009), p. 26.
12. William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento (Viladecavalls, Barcelona: Editorial
CLIE, 2006), p. 128.
13. William Steuart McBirnie, En busca de los doce apóstoles, p. 136.
14. Ver Mateo 9: 11.
15. Citado por William Steuart McBirnie, En busca de los doce apóstoles, p. 137.
16. Ibíd., 147.
17. Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 582.
18. Ibíd., p. 583.
19. La razón para creer que Natanael es el mismo Bartolomé es porque aparece junto a
Felipe en todas las listas de los discípulos: Mateo 10: 3; Marcos 3: 18; Lucas 6: 14;
Hechos 1: 13. Véase también Jeffrey E. Miller, «Bartholomew the Apostle», ed. John D.
Barry et al., The Lexham Bible Dictionary (Bellingham, Washington: Lexham Press,
2016).
20. Según Vila: la razón de este pensamiento en Natanael se debía a que «Nazaret no
figuraba en las profecías del Antiguo Testamento y era además una ciudad de mala
reputación». Samuel Vila Ventura, Nuevo diccionario bíblico ilustrado (Terrasa,
Barcelona: Editorial CLIE, 1985), p. 801.
21. Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 584. Es importante resaltar
que Judas es el único discípulo que no era de la región de Galilea.
22. Aunque Cristo no lo escogíó como discípulo, él fue aceptado cuando se ofreció a ser
parte del grupo. Sin duda es importate que los discípulos desearan ser discípulos, sin
embargo Jesús era quien determinaba quiénes serían sus más allegados (Juan 15: 16).
Ver Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 584.
23. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 265.
24. Carlos A. Morris, Comentario bı́blico del continente nuevo: San Marcos (Miami, Florida:
Editorial Unilit, 1992), p. 72.
25. Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 428.
26. Elena G. de White, La educación, p. 77.
27. Elena G. de White afirma: «A fin de impulsar con éxito la obra a la cual habían sido
llamados, estos discípulos, que diferían tanto en aptitudes naturales, en educación y
estilo de vida, necesitaban llegar a la unidad en espíritu, pensamiento y acción. Cristo se
proponía obtener esa unidad, y para ello trató de unirlos a él. La preocupación de su
acción en favor de ellos está expresada en la oración que dirigió a su Padre: “Para que
todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros […], para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a
ellos como también a mí me has amado”» La educación, p. 79.
28. Arturo Collins, Estudios bíblicos ELA: Cómo vivir sabiamente (Proverbios) (Puebla,
México: Ediciones Las Américas, A. C., 1997), p. 86.
29. Juan 13: 35, esta misma idea se encuentra expresada en 1 Juan 3: 14 cuando dice:
«Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los
hermanos»; o en 1 Juan 4: 20: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo
puede amar a Dios a quien no ha visto?».
30. Pedro Ortiz afirma que el término tiene el significado de «aprender, enterarse de,
entender, darse cuenta, reconocer, recordar, saber, tener relaciones sexuales», lo cual
nos indica un conocimiento que viene no simplemente producto de una declaración, sino
de una evidencia del amor manifestado por los seguidores. Ver Pedro Ortiz V.,
Concordancia manual y diccionario Griego-Español del Nuevo Testamento (Miami:
Sociedades Bıb ́ licas Unidas, 2000).
31. Pedro Ortiz V., Concordancia manual y diccionario Griego-Español del Nuevo
Testamento.
32. Elena G. de White, La educación, p. 80.
33. Elena G. de White, El camino a Cristo, pp. 117-118. La escritora también declara:
«Toda labor altruista en favor de otros da al carácter profundidad, firmeza y una
afabilidad como la de Cristo; y trae paz y gozo a su poseedor. Las aspiraciones se
elevan. No hay lugar para la pereza ni el egoísmo. Los que así ejerciten las virtudes
cristianas, crecerán y se fortalecerán para servir mejor a Dios. Tendrán claras
percepciones espirituales, una fe firme y creciente y aumentará su poder en la oración.
El Espíritu de Dios, que mueve el espíritu de ellos, pone en juego las sagradas armonías
del alma, en respuesta al toque divino. Quienes así se consagran a un esfuerzo
desinteresado por el bien de los demás, están contribuyendo ciertamente a su propia
salvación» (ibíd.).
34. Ibíd.
35. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento, p. 89.
«¡SOY ASÍ! ¡Y si Dios no me ha cambiado, es porque desea que yo
muera así!». Sus palabras retumbaron en el lugar. Unos minutos
antes había comenzado la conversación con total calma. Pero
ahora, tras señalar algunos aspectos que era necesario mejorar me
confrontó airadamente con esta declaración que jamás olvidaré. La
razón no se debe simplemente a lo que sentí, sino a la misma
afirmación. ¿Acaso Dios era el culpable de la ausencia de
transformación?
Uno de los aspectos más importantes de ser líderes
transformadores es entender cuál es el verdadero y único obstáculo
que impide que se concrete la transformación de miembro en
discípulo. Los dirigentes que ignoran esta verdad se frustran porque
sus mejores intenciones y esfuerzos son inútiles. ¿Por qué? Ellos
piensan que el método de Cristo no funciona, no se aplica en su
caso, necesita ajustes o deben probar otro modelo. ¿Le parece
conocido este pensamiento?
Además, Satanás usa esta experiencia de fracaso para desanimar
al líder e impulsarlo a que abandone su tarea, reenfoque sus
esfuerzos y pierda su llamado. Sin embargo, cuando el líder
comprende por qué no ocurre el cambio esperado, sabrá cómo
tratarlo y entenderá que el resultado de la transformación está
ligado a más que a su interés, su estrategia o a la bendición de
Dios, pues este está vinculado directamente con la actitud del
corazón del discípulo. Esta es la razón por la cual el Señor
Omnipotente inspiró a Ezequiel con el siguiente mensaje para su
pueblo: «Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro
de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y
les daré un corazón de carne» (Ezequiel 11: 19).
Esta iluminadora realidad, punzante, dolorosa y angustiosa fue la
que experimentó el mismo Cristo en su proceso de transformación
de uno de los discípulos: Judas. Tras aplicar con cuidado el modelo
de discipulado expresado en los capítulos anteriores, el esfuerzo no
tuvo el mismo resultado en él que en los otros once. Lejos de ver un
cambio, este discípulo se convirtió en el instrumento de los
enemigos de Cristo para su arresto, crucifixión y muerte. Imaginen
la situación y cómo se sintió Cristo. Esto nos conduce a la pregunta
más importante para crecer en el liderazgo transformador: ¿Por qué
Judas no pudo ser transformado por el modelo de Cristo? ¿Cómo
fue posible esta realidad?
Una respuesta simple a esta pregunta sería afirmar que Judas
estaba destinado (o predestinado) a ser el discípulo traidor; sin
embargo, tal pensamiento contradice nuestra creencia en el libre
albedrío humano.1 Lejos de pensar que el discípulo solo cumplió su
papel, debemos recordar que era el deseo de Jesús que el mismo
Judas fuera transformado. Para entender lo que ocurrió en la vida
de Judas, en este capítulo me serviré de la ayuda del Espíritu de
Profecía. ¿Qué hizo el Maestro para buscar la transformación de
Judas? ¿Cuál fue la razón de su estancamiento?
JUDAS
Los Evangelios mencionan a Judas no solo como el discípulo que
no fue transformado, sino como el que traicionó a Jesús (ver Mateo
10: 4; 26: 14, 25; Marcos 6: 3; Juan 6: 71). El registro bíblico, sin
embargo, describe el hecho después de que aconteció. Como
resultado, cuando leemos el texto, en tres de los Evangelios, al
introducir el nombre, se presenta a Judas como traidor. Pero cuando
la historia se estaba desenvolviendo, los discípulos no sabían cómo
terminaría. Contrario a tener prejuicios, rechazo o considerarlo un
traidor, el discípulo tenía un lugar preponderante, su presencia en el
grupo era considerada valiosa y se admiraban sus talentos. Todo
esto lo podemos deducir porque en el grupo, ¡él era el tesorero! (ver
Juan 13: 29). Jesús estaba al frente del grupo, compartiendo la
Palabra; y Judas a su lado, ¡administrando el dinero!
Este importante detalle nos muestra que Judas disfrutaba de la
confianza absoluta de sus compañeros. Los discípulos se sentían
felices y orgullosos de tenerlo con ellos. Ni siquiera la noche de la
entrega, junto a la mesa de la pascua, alguno se imaginó que
aquella noche, su amigo se transformaría en el símbolo universal de
la traición. Nadie se imaginó un epilogo más triste y doloroso para
quien había estado con el Hijo de Dios. Mateo lo muestra de esta
forma:
«Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que era
condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a
los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Yo he
pecado entregando sangre inocente”. Pero ellos dijeron: “¿Qué
nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”. Entonces, arrojando las
piezas de plata en el Templo, salió, y fue y se ahorcó. Los
principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron:
“No está permitido echarlas en el tesoro de las ofrendas,
porque es precio de sangre”. Y, después de consultar,
compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de
los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día
de hoy: “Campo de sangre”. Así se cumplió lo dicho por el
profeta Jeremías, cuando dijo: “Tomaron las treinta piezas de
plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos
de Israel, y las dieron para el campo del alfarero, como me
ordenó el Señor”» (Mateo 27: 3–10).
Desde aquel día hasta hoy, bajo los reflectores de la historia,
Judas y su legado significan traición, desprecio y burla. Pero si
hubiésemos sido uno de los doce de seguro hubiésemos
experimentado asombro, incredulidad y un profundo dolor. No
podían creer lo que había ocurrido. ¿Puede imaginar la
conversación de aquella oscura noche? Dos temas dominaron la
plática: La muerte de Cristo y la traición de Judas. En el caso de
este último la pregunta recurrente era: ¿Por qué lo hizo?
Nunca me había tomado el tiempo para escribir o predicar acerca
de Judas. Pero recuerdo que durante la década de 1980, mientras
avanzaba en mis estudios de Teología y estudiábamos varios temas
bíblicos, me hacía la pregunta: «¿Qué pasó? ¿Cómo fue posible
que Judas pudiera entregar a Jesús? ¿Por qué «con respecto a
Judas, la obra de amor de Cristo resultó infructuosa»?2 Era mi
deseo encontrar la causa por la cual este conspicuo seguidor de
Cristo había realizado este acto ignominioso. Hasta que hace unas
semanas, mientras leía el Espíritu de Profecía lo encontré.
Entonces, decidí que no podía escribir un libro de transformación y
discipulado sin hablar de Judas. Pero antes de analizar la razón de
este resultado fallido, veamos cómo el Salvador trató a su traidor.
¿CÓMO TRATÓ JESÚS A JUDAS?
El registro de las dos últimas escenas de Cristo con Judas,
muestra su trato con el discípulo.

Penúltima escena:
«Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu y
declaró: “De cierto, de cierto os digo que uno de vosotros me
va a entregar”. Entonces los discípulos se miraron unos a
otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al
cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A este,
pues, hizo señas Simón Pedro para que preguntara quién era
aquel de quien hablaba. Él entonces, recostándose sobre el
pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Respondió
Jesús: “A quien yo le dé el pan mojado, ese es”. Y, mojando el
pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del
bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: “Lo que
vas a hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los que estaban a
la mesa entendió por qué le dijo esto. Algunos pensaban,
puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: “Compra
lo que necesitamos para la fiesta”; o que diera algo a los
pobres. Cuando él tomó el bocado, salió en seguida. Era ya de
noche» (Juan 13: 21-30).
Una lectura reflexiva de esta interacción nos presenta que, aunque
Jesús fue muy claro en su revelación de lo que haría el traidor, la
manera en que lo hizo fue sin juicio, dureza, apasionamiento o
amenaza. Por el contrario, fue suave, lleno de dolor y amor; con tal
nivel de sutileza y prudencia que los discípulos, por el contrario,
entendieron que se trataba del cumplimiento de su tarea rutinaria. El
Maestro no lo desenmascaró abiertamente ni se encargó de corregir
la falta de entendimiento de los discípulos. Aun saliendo aquella
noche de la cena pascual con sus colegas, Judas fue visto como un
fiel discípulo que iba obediente a cumplir una tarea para el Maestro.
Última escena:
«Mientras él aún hablaba, se presentó una turba. El que se
llamaba Judas, uno de los doce, que iba al frente de ellos, se
acercó hasta Jesús para besarlo. Entonces Jesús le dijo:
“Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”» (Lucas
22: 47-48).
Este momento final entre el Maestro y Judas ha quedado
inmortalizado. Por una parte, se encuentra la acción del discípulo:
un beso para tratar de ocultar su traición. El acto más ruin fue
disimulado por la acción más amante, ¡una expresión de afecto!
Pero qué hizo Jesús. ¿Lo increpó? No. Jesús solo le elaboró una
pregunta simple que lo invitaba a evaluar su pérfido acto. Sus
palabras recuerdan su relación de amor, afecto y el dolor que le
causaba lo que hacía.
Como puede notar, mi querido lector, Judas recibió un trato
caracterizado por el respeto, la delicadeza y un profundo afecto.
¿Podría justificar Judas la traición a Jesús? ¡De ninguna manera!
Fijémonos en el siguiente comentario de Elena G. de White:
«Jesús reprendió a sus discípulos, los amonestó y los previno;
pero Juan, Pedro y sus hermanos no lo abandonaron. A pesar
de los reproches, decidieron quedarse con Jesús. Y el
Salvador no se apartó de ellos a causa de sus errores. Él toma
a los hombres como son, con todas sus faltas y debilidades, y
los adiestra para su servicio si están dispuestos a ser
disciplinados e instruidos por él».3
«Hubo, no obstante, entre los doce uno al cual Cristo, casi
hasta el fin de su obra, no le dirigió explícitamente ningún
reproche».4
Notemos las diferencias en el siguiente gráfico.

¿Le resulta sorprendente? A mí sí cuando lo leí por primera vez.


Jesús fue prudente, suave y hasta condescendiente con el Iscariote.
Llama poderosamente la atención esta diferencia tan marcada del
trato del Maestro con los once y con Judas. Y en consecuencia,
emerge la interrogante que nos conduce a indagar un poco más en
la razón por la cual el Maestro desarrolló esta estrategia con el
hombre que le traicionaría.
En el libro La educación hallé una explicación que nos ilumina
también en este aspecto particular. ¿Por qué el trato con Judas fue
diferente?
«Jesús, al comprender que la oposición solamente lo
endurecería, se abstuvo de provocar un conflicto directo. Trató
de curar su estrecho egoísmo por medio del contacto con su
propio amor abnegado. En su enseñanza desarrolló principios
que tendían a desarraigar las ambiciones egoístas del
discípulo. Así le dio una lección tras otra, y más de una vez
Judas se dio cuenta de que se había descripto su carácter y se
había señalado su pecado; pero no quiso ceder».5
Esta declaración nos coloca frente a un individuo que, en lugar de
aceptar la reprensión por sus faltas o los errores, los rechaza, se
resiente o contrataca. Esto fue precisamente lo que sucedió aquella
noche en Betania, en casa de Simón. María ungió con perfume de
nardo los pies de Jesús. Judas, incómodo, cuestionó la acción
aduciendo que el perfume podía haberse vendido y el dinero dado a
los pobres. Jesús, por única vez, responde rechazando sus
palabras: «Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto. A
los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre
me tendréis» (Juan 12:7-8). Marcos agrega un detalle importante,
luego de aquel momento afirma que «Judas Iscariote, uno de los
doce, fue a los principales sacerdotes para entregárselo» (Marcos
14: 10).
Este incidente poco antes de la pascua revela con fuerza las
reacciones de Judas a los llamados de atención del Salvador. Es
evidente que su carácter e ideas estaban en marcado contraste con
los de Cristo, y además, resistía aceptar su orientación. Una visión
más completa del carácter de Judas nos ayudará a comprender las
características que poseía. Permítanme presentar tres cualidades
de Judas según Elena G. de White.
1. Buscaba la contienda y su propio beneficio.
«Con Judas se introdujo entre los discípulos un espíritu de
contienda. Al asociarse con Jesús, había respondido a la
atracción del carácter y de la vida del Maestro. Judas sintió el
deseo de que se produjera un cambio en su vida y había
tenido la esperanza de experimentarlo por medio de la unión
con Jesús. Pero este deseo no prevaleció. Lo dominaba la
perspectiva del beneficio egoísta que confiaba en alcanzar en
el reino terrenal que él esperaba que Cristo iba a establecer».6
2. Le dominaba un espíritu de supremacía que le conducía a
sembrar dudas y cuestionar los métodos de Cristo para crear
descontento.
«Aunque reconocía el poder divino del amor de Cristo, Judas
no se entregó a la soberanía del Maestro. Siguió alentando su
criterio y sus propias opiniones, su tendencia a criticar y
condenar. Los motivos y las acciones de Cristo, que a menudo
estaban muy por encima de su comprensión, estimulaban su
duda y su desaprobación, y compartía sus ambiciones y dudas
con los discípulos. Muchas de las disputas provocadas por el
afán de supremacía, gran parte del descontento manifestado
hacia los métodos de Cristo, tenían su origen en Judas».7
3. Su personalidad era obstinada, desconfiada y gris.
«Al ver el peligro de Judas, [Jesús] lo había acercado a sí
mismo, y lo había introducido en el círculo íntimo de sus
discípulos escogidos y de confianza. Día tras día, cuando la
carga que oprimía su corazón resultaba más pesada, había
soportado el dolor que le producía el permanente contacto con
esa personalidad terca, suspicaz, sombría; había vigilado y
trabajado para contrarrestar entre sus discípulos ese
antagonismo constante, secreto y sutil. ¡Y todo eso para que
no faltara ninguna influencia salvadora a esa alma en
peligro!».8
En Judas se manifestaban precisamente las cualidades
espirituales contrarias a las que Jesús buscaba desarrollar en sus
seguidores y que estudiamos en el capítulo anterior. El amor, la
humildad, la obediencia, la fe, el servicio y el sacrificio fueron
reemplazados en el corazón de Judas por el egoísmo, la
supremacía, la obstinación, la desconfianza, la crítica y la ambición.
¡Qué contraste! El espíritu de Judas contrastaba con el de Cristo. Y
la peor noticia: ¡No fue transformado!
Mientras escribo este capítulo pienso en cuán real, viva y
aleccionadora resulta la comprensión del carácter de todos los
discípulos, pero de manera particular el de Judas. ¿Cuánto de
Judas podemos tener? ¿Cuánto necesitamos ser transformados?
¿Cuán grande es el desafío de la transformación que tenemos los
instrumentos que Dios ha escogido para la tarea? Y, lo más
importante: ¿Cuán grande es el desafío de discipulado que Dios
tiene para nosotros? Si se fija, no se trata meramente de compartir
una doctrina, conocimientos o adquirir una membresía. ¡No! Los
líderes de este tiempo, que avanzan bajo la unción del Espíritu
Santo y con la visión de Dios harán su esfuerzo para abandonar los
rasgos de carácter característicos de este mundo y de Judas y
buscarán crecer por la gracia de Dios en las cualidades del reino del
Dios en sus vidas.9
¿POR QUÉ SE PERDIÓ JUDAS?
Volvamos a la pregunta: ¿Por qué el método de Cristo fue inútil
para salvar al tesorero del grupo? Si entendemos la razón o causa
por la cual fracasó el modelo del Salvador podremos conocer cuál
es el desafío más importante para nosotros y para otros en el
proceso de transformación. Fijémonos en la respuesta que nos da el
Espíritu de Profecía:

«Entre los doce apóstoles hubo un traidor. Judas fue aceptado


no a causa de los defectos de su carácter, sino a pesar de
ellos. Estuvo unido con los discípulos para que, por la
instrucción y el ejemplo de Cristo, aprendiese lo que constituye
el carácter cristiano y así pudiese ver sus errores, arrepentirse
y, con la ayuda de la gracia divina, purificar su alma
obedeciendo “a la verdad”. Pero Judas no anduvo en aquella
luz que tan misericordiosamente le iluminó; antes bien,
abandonándose al pecado atrajo las tentaciones de Satanás.
Los malos rasgos de su carácter llegaron a predominar;
entregó su mente al dominio de las potestades tenebrosas; se
airó cuando sus faltas fueron reprendidas, y fue inducido a
cometer el espantoso crimen de vender a su Maestro. Así
también obran todos los que acarician el mal mientras hacen
profesión de piedad y aborrecen a quienes les perturban la paz
condenando su vida de pecado. Como Judas, en cuanto se les
presente la oportunidad, traicionarán a los que para su bien les
han amonestado».10
¿Por qué la vida de Judas no cambió? La respuesta que hemos
leído hace referencia a una actitud reticente en aceptar que él
estaba equivocado. ¿Lo pudo notar? La cita nos dice que en lugar
de ver sus errores y arrepentirse, el discípulo se airaba cuando sus
faltas quedaban evidenciadas. Su corazón no reconocía su
condición y como resultado no estaba dispuesta a cambiar. La razón
de esta actitud se debía a que «Judas se consideraba como el único
capaz, aquel a quien no podía aventajársele en los negocios. En su
propia estima, reportaba honra a la causa, y como tal se
representaba siempre».11 Este complejo de superioridad dificultó el
proceso de transformación de Judas por el modelo de Cristo.
Contrario a esta actitud de Judas, los demás discípulos de Cristo
fueron dóciles y aceptaron de buena gana las represiones de Cristo.
Sus corazones estaban dispuestos a cambiar sus ideas y
pensamientos, creencias y conducta. Sus corazones no se llenaron
de resentimiento o murmuración por las palabras y acciones de
Jesús. Muy por el contrario, aceptaron con humildad y gratitud los
esfuerzos de amor del Salvador en la búsqueda de su
transformación y crecimiento.
Judas, por el contario, estaba tan lleno de arrogancia, seguridad
de sus ideas y su propia perfección que cuando finalmente traicionó
a su Maestro y se dio cuenta de su craso error, en lugar de
aaceptarlo, se suicidó. Lo más importante es entender que la
condición de traidor puede ser la experiencia de todos los que
asumen su misma actitud. Por ello Elena G. de White afirma:
«Algunos que son imperfectos de carácter, quedan
relacionados con intereses solemnes y sagrados; y cuando se
los elige para una obra especial, no deben creer que su propia
sabiduría es suficiente, que no necesitan que se los aconseje,
reprenda e instruya. Hermanos, si tales son vuestros
sentimientos, os separaréis de la Fuente de vuestro poder, y
estaréis en peligro. Seréis abandonados a vuestra supuesta
suficiencia, para hacer como hizo Judas, traicionar a vuestro
Señor».12
LA CUALIDAD PARA SER TRANSFORMADOS
Tras revisar los textos bíblicos y del Espíritu de Profecía con
relación a lo que experimentó Judas, el único propósito es aprender
cómo enfrentar esta actitud para que los discípulos y líderes
comprendan cómo enfrentarla en su corazón de tal manera que
puedan llegar a ser lo que Dios espera y la historia del discípulo
traidor no vuelva a repetirse. La experiencia que hemos estudiado
debe ser un espejo para corregir lo que sea necesario de tal manera
que la transformación sea efectiva.
En este sentido es muy importante que podamos tomar esta cita
como una de las características importantes que Dios usa para
cumplir su propósito de discipulado y transformación. Elena G. de
White afirma: «Él nos toma tal como somos, con todas nuestras
faltas y debilidades, y nos prepara para servirle si estamos
dispuestos a ser disciplinados e instruidos por él».13 Esta
declaración está en consonancia con el texto fundamental que
muestra la condición más indispensable para ser un discípulo de
Cristo. Este versículo señala la declaración de Cristo que en mi
opinión es y será el secreto para formar discípulos conforme al perfil
presentado por Jesús. La relevancia de esta afirmación se puede
ver cuando se observa que tres de los cuatro Evangelios la
registran.
1. «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguien quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”» (Mateo
16: 24).
2. «Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame”» (Marcos 8: 34).
3. «Y decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”» (Lucas 9: 23).
¿Por qué es importante «negarse» a uno mismo?14 La razón, a la
luz de lo estudiado, es evidente: ¡Es imposible estar dispuestos a
ser disciplinados e instruidos por el Salvador, sin esta condición!
Judas nunca se negó a sí mismo y por lo tanto nunca estuvo
dispuesto a que el Salvador le enseñara. Solo la negación puede
conducir o dar fruto de humildad o un verdadero arrepentimiento o
reconocimiento de nuestra condición que nos conduzca a una
disposición al sacrificio por Dios. ¡Todos estos son frutos de un
verdadero discípulo de Cristo! Esta actitud de «negarnos» a
nosotros mismos es la que Pablo tiene en mente cuando dice: «Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo
en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de
Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:
20).
Los expertos dicen que el éxito en la vida está marcado por la
actitud más que por la aptitud. En la vida espiritual este es un
principio cardinal. Solo la humildad puede dar paso a la mayor
manifestación del poder de Dios en nosotros. ¿Puedes imaginarte lo
que sucedería en tu vida y ministerio, o lo que Dios haría en tu
iglesia si buscamos que esta verdad sea una experiencia
predominante? ¡Yo me lo imagino también! Viviríamos el anhelado y
esperado Pentecostés del poder de Dios. Concluiremos este
capítulo con esta cita. Es mi oración que Dios lo ayude y lo use para
que sus planes con su vida e iglesia sean una feliz realidad.

«Finalmente, la misión de Cristo alcanzó su propósito con


estos discípulos. Poco a poco su ejemplo y sus lecciones de
abnegación moldearon sus caracteres. Su muerte eliminó sus
esperanzas de grandeza mundana. La caída de Pedro, la
apostasía de Judas, su propio fracaso al abandonar a Cristo
cuando estaba en angustia y peligro, hicieron desaparecer su
confianza propia. Se dieron cuenta de su debilidad; percibieron
algo de la grandeza de la obra que les había sido
encomendada; sintieron la necesidad de que el Maestro guiara
cada uno de sus pasos».15

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuál era la actitud de los discípulos hacia Judas?
2. ¿Cómo trató Jesús a Judas?
3. ¿Cuál es su opinión sobre el trato que le dio Jesús a Judas?
4. ¿Cómo trató Jesús a los otros once discípulos?
5. ¿Fue justa la diferencia entre el trato de Jesús hacia Judas en
comparación con el resto?
6. ¿Cuál de las tres características del carácter de Judas
le impactó más y por qué?
7. ¿Cuál es su opinión sobre las características
de los seguidores como Judas?
8. ¿Por qué se perdió Judas?
9. ¿Qué necesita una persona para ser humilde, servir y
sacrificarse?
10. ¿Cuáles son las dos aptitudes más importantes para ser un
discípulo transformado?

__________
1. En contraste con la visión calvinistas que enfatiza únicamente la soberanía de Dios, los
adventistas reconocemos la capacidad de decisión del ser humano. Para conocer más
acerca de la influencia del Arminianismo en la Iglesia Adventista puede consultar con el
artículo escrito por Gary Lan. «Arminianismo y Adventismo del Séptimo Día». The BRI
Newsletter N. 33 (1/2011). Disponible en:
https://www.adventistbiblicalresearch.org/sites/default/files/BRI%20Newsletter%2033-
1sp.pdf
2. Elena G. de White, La educación, p. 83.
3. Ibíd., p. 82.
4. Idem.
5. Ibíd., p. 83.
6. Ibíd., p. 82.
7. Ibíd., pp. 82-83.
8. Ibíd., p. 83.
9. Esta cita nos amplia la visión de lo que significaba el carácter de Judas y su contraste
con Cristo. «Hubo, además, otras lecciones. Cuando los doce fueron ordenados, los
discípulos deseaban ardientemente que Judas formara parte del grupo, y habían
considerado su llegada como un hecho prometedor para el grupo apostólico. Había
estado en contacto con el mundo más que ellos; era un personaje de buenos modales,
perspicaz, con capacidad administrativa y, como él mismo tenía un elevado concepto de
sus propias cualidades, había inducido a los discípulos a que tuvieran la misma opinión
sobre él. Pero los métodos que deseaba introducir en la obra de Cristo se basaban en
principios mundanos, y estaban de acuerdo con el proceder del mundo. Su fin era
alcanzar honores y reconocimientos terrenales, y el reino de este mundo. La
manifestación de esas ambiciones en la vida de Judas ayudó a los discípulos a
establecer el contraste que existe entre el principio del engrandecimiento propio y el de
la humildad y la abnegación de Cristo, es decir, el principio del reino espiritual. En el
destino de Judas vieron el fin a que conduce el servicio de sí mismo», La educación, pp.
83-84.
10 Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 41.
11. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 679.
12. Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 428.
13. Elena G. de White, La educación, p. 82, la cursiva es nuestra.
14. La palabra aparneomai (ἀπαρνέομαι) que ha sido traducida como «negarse» tiene el
sentido de «renunciar, desconocer, rehusar». Véase Alfred E. Tuggy, Léxico griego-
español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2003), p. 89.
15. Elena G. de White, La educación, p. 84.
«¡BIENVENIDO, PASTOR! —dijo el anciano desde la plataforma—
Nos alegra mucho que nos visite». Sus palabras y gestos revelaron
el aprecio por mi presencia en aquella congregación. Yo también
estaba muy feliz. Me gusta ir a la iglesia y sentarme como un
creyente más que desea ser alimentado y ministrado por el Espíritu
Santo. ¡Es maravilloso ser aceptado y extrañado en la
congregación!
Pero después de haber asistido varias veces a la misma
congregación noté que cada sábado eran las mismas personas las
que participaron en la plataforma y al mismo tiempo los mismos
miembros permanecieron sentados, escuchando, asintiendo con la
cabeza, o simplemente cantando y colocándose en pie o de rodillas
cuando era necesario. No pude evitar preguntarme a mí mismo:
¿Qué podemos hacer para que esta iglesia descubra lo que
significa ser la iglesia de la Gran Comisión?
Si tienes este libro en tus manos y has leído hasta este momento
es porque eres parte de quienes, como yo, ven la necesidad de un
cambio y sienten el deseo de colaborar en dicha transformación.
Este no es un simple pensamiento. Dios, que conduce nuestras
vidas y guía nuestros pasos en su providencia, ha permitido que
veamos en el mandato de Cristo algo más que un deseo divino. ¡Es
su visión del reino de gracia manifestado en la tierra!
En la Gran Comisión de Mateo 28 encontramos la semilla de la
visión de lo que Cristo esperaba que fueran sus seguidores, la
iglesia y el liderazgo. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿Para qué
hacerlo? ¿Puedes imaginar lo que significaría este cambio en la
vida de los miembros de iglesia? Considerando lo que significa la
Gran Comisión, es como si viéramos una iglesia llena de fe,
compromiso y relaciones espirituales de afecto, con un deseo por
asemejarse a Jesús y donde el perdón y la aceptación ocupen el
lugar más importante en el corazón. Lo más trascendental es que
sería la iglesia donde el Espíritu Santo se manifestaría con un poder
que nunca hemos visto hasta ahora. ¿Te imaginas? ¿Te gustaría
hacer la visión de Cristo una realidad en tu ministerio? Después de
todo, la promesa de Jesús es que somos «bienaventurados» si lo
hacemos (Juan 13: 17).
¿CÓMO DEBERÍA SER LA IGLESIA DE LA GRAN COMISIÓN?
Como hemos entendido a lo largo de este libro, la comisión
evangélica de Mateo 28: 16-20 influye poderosamente no solamente
en la comprensión del miembro de iglesia y su perfil, sino que
también hace necesario e indispensable que ampliemos nuestra
visión para entender que a fin de que ocurra un cambio en el
miembro de iglesia es necesario que la iglesia y el liderazgo
asimilen la Gran Comisión. Hacer discípulos es más que un curso,
una serie de seminarios o un programa. ¡Es un estilo de vida!
Por lo tanto, y para lograr este estilo de vida, es imposible hablar
de discipulado sin definir el tipo de iglesia que esperamos tener para
que esta visión sea una realidad y, por supuesto, del papel que
debe ejercer el liderazgo. Dicho de otro modo, si esperamos una
verdadera transformación necesitamos un cambio integral que
incluya al miembro, la iglesia y el liderazgo (el tema del próximo
capítulo).
Participantes del sistema de la Gran Comisión.

He visitado muchos lugares donde se ha intentado establecer el


programa de discipulado como un agregado a todo lo que hace la
iglesia. El resultado es el mismo que cuando se intenta tener grupos
pequeños como parte de los eventos de la iglesia: ¡No existe un
resultado contundente! ¿La causa? Dado que es algo más entre
muchas cosas, termina por diluirse, en otros casos sobrevive como
un elemento secundario o desaparece. ¿Estaba Cristo pensando en
algo opcional que compitiera con nuestras ideas cuando dio a sus
discípulos la Gran Comisión? Creo que no.
Podríamos ilustrarlo de esta forma. De la misma manera como no
es lo mismo tener una iglesia «con» grupos pequeños que tener una
iglesia «en» grupos pequeños, tampoco es posible tener una iglesia
«con» un plan de discipulado a una «en» discipulado. En los
primeros casos solo se trata de algo accesorio, adjunto, mientras
que en el segundo caso es fundamental. ¡Es la naturaleza de la
congregación!
UN «SOLO» PROPÓSITO SUPERIOR
Cuando hablamos de cómo la Gran Comisión influye en la iglesia
no lo hacemos considerando que es un impacto accidental o
secundario, sino una influencia radical. Todo lo que la iglesia hace o
busca debe ajustarse a los fundamentos y visión de la Gran
Comisión. Este enfoque, por supuesto, podría cambiar en principio
la manera en que hacemos iglesia, si esperamos establecer la Gran
Comisión como el norte de nuestra misión y ver los resultados de la
transformación en nuestro ministerio.
En el segundo capítulo hicimos mención de la importancia de
hacer una sola cosa. En su libro, Gary Keller señala cómo enfocarse
en «una sola cosa» conduce inevitablemente a resultados
extraordinarios.1 Este es un gran desafío para la iglesia
contemporánea, pues esta está rodeada de multipropósitos que
generan confusión, desgaste, falta de resultados y frustración. Elena
G. de White plantea la unidad de propósito, acción y planes que
debemos tener como secreto para impactar al mundo: «Si los
cristianos obrasen en concierto y adelantasen como un solo hombre
bajo la dirección de un solo Poder, para la realización de un solo
propósito, conmoverían al mundo».2¿Cuál es el secreto? Tener un
solo propósito y trabajar como un solo pueblo ¡y el resultado será
glorioso!
¿CÓMO PODEMOS TRANSFORMAR NUESTRA CONGREGACIÓN
EN UNA IGLESIA DE LA GRAN COMISIÓN?
Esta pregunta es muy importante. ¿Qué necesitamos hacer para
que la iglesia contemporánea deje la apatía y negligencia espiritual
y experimente la nueva condición espiritual que solo puede ser
comparada con la iglesia primitiva que se centraba en la misión?
Lucas describe la realidad soñada de la iglesia apostólica de la
siguiente forma: «Y la Palabra de Dios crecía, y el número de los
discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén; inclusive
un gran número de sacerdotes obedecía a la fe» (Hechos 6: 7, la
cursiva es nuestra). El modelo de la iglesia del primer siglo era
como una bomba atómica cuya onda expansiva producía tanto
impacto que el texto bíblico lo describe como «multiplicación de
discípulos». ¡Qué maravilloso sería que cada congregación
experimente el mismo poder de la iglesia primitiva y veamos miles
de discípulos añadirse! ¿Cómo podemos experimentar ese cambio?
Si comprendemos el registro histórico inspirado del libro de Hechos
podremos encontrar tres acciones importantes para hacer realidad
la transformación de la iglesia al discipulado.
1. FORMACIÓN DE LÍDERES QUE HAGAN DISCÍPULOS
En Hechos 1 y 2 se presenta de manera clara que el
establecimiento de la iglesia apostólica fue el resultado del
empoderamiento de los líderes. Jesús les dijo: «Pero recibiréis
poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me
seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra» (Hechos 1: 8, RV60). De la misma forma como
Cristo empoderó a sus discípulos para la misión, el libro de Hechos
muestra que para el establecimiento de su liderazgo apostólico y la
organización de la iglesia se requería que ellos fueran llenos de
autoridad y poder para ejercer su liderazgo eclesiástico.
El resultado de la formación de los ancianos y de la iglesia es que
traerá como resultado una nueva iglesia centrada en el discipulado.
Esto es lo que entendemos como empoderación. Los líderes
adquieren la visión, se preparan y se comprometen para realizar las
funciones que son necesarias de acuerdo a una iglesia centrada en
la Gran Comisión. Si usáramos una metáfora para explicar esta
acción deberíamos decir que la formación de líderes discipuladores
se convierten en el fundamento o base de la edificación de una
iglesia que hace discípulos.
Por el contrario, líderes sin la capacitación, compromiso y la
unción para llevar adelante la visión de discipulado en la
congregación trae como resultado la perpetuación de un modelo de
iglesia tradicional cuyo fin es añadir miembros y atender los
síntomas recurrentes de la iglesia por medio de actividades
eventuales o esporádicas sin ver un cambio permanente en el
miembro.
Por lo tanto, si esperamos ver un cambio en nuestra congregación
será necesario un cambio de creencias y visión en el equipo
principal del liderazgo de la iglesia, iniciando con los ancianos,
líderes de departamentos y grupos pequeños. Se debe dedicar
tiempo para compartir con ellos los principios explicados y
analizados en este libro con el objetivo de que se comprenda a
cabalidad lo que es una iglesia según el modelo de la Gran
Comisión.

¿QUÉ OBJETIVOS DEBEMOS CUMPLIR EN LA FORMACIÓN DEL LIDERAZGO?


La formación de líderes debe tomar en cuenta al menos cuatro
aspectos fundamentales para el éxito de una iglesia conforme a la
Gran Comisión: alineación, organización, evaluación y motivación.
Cada una de ellas debe estar en función del propósito de «hacer
discípulos». Los líderes deben comprender en qué consiste cada
una de estas gestiones directivas en procura del propósito de la
iglesia.
La alineación. Como escribí en el libro Un liderazgo que impacte,
la alineación es uno de los tres objetivos más importantes para el
éxito de una organización.3 Y como hemos visto en los primeros
capítulos es necesario que en una organización de muchas
actividades todo pueda estar enfocado hacia el mismo propósito. En
este sentido será necesario que en la formación de los líderes de la
iglesia todos y cada uno de ellos pueda comprender la necesidad de
asumir una sola cosa como propósito: «hacer discípulos». ¿Esto es
fácil? Definitivamente no. Después de tantos años desarrollando
eventos y actividades desconectadas entre sí y sin un propósito
superior, se hace más difícil lograr esta meta. Sin embargo, si
esperamos el verdadero éxito de la multiplicación de discípulos de
los tiempos apostólicos será necesario concretar que los
departamentos y líderes estén alienados con la Gran Comisión.
Puede ser que usted se pregunte: «¿Qué hacemos con todo lo
que la iglesia realiza? ¿Lo eliminamos?». La respuesta a esta
pregunta es importante. En la mayoría de los casos no se trata de
prescindir de lo que hoy hacemos, sino de transformarlo de un fin en
sí mismo a un medio para el más importante fin y la «única cosa»
que es nuestro objetivo superior: hacer discípulos. Y cuando digo
«en la mayoría de los casos» es que basado en lo que hemos
comprendido de cómo ocurre el discipulado, algunas acciones
deberían ser ajustadas no solo en medios, sino que su ejecución y
forma debería ser armonizada con el método de Cristo, pero esto
será objeto de otro estudio posterior.
La iglesia de la Gran Comisión comprende que el propósito de los
departamentos no es promover programas sino incluir a las
personas en un ministerio. Esta es la visión que tenemos en la
Escritura y también la que señala George Barna en su investigación
de las iglesias en Discipulado. Las iglesias que no forman discípulos
hacen todo lo contrario. Su énfasis está en el evento y no en el
individuo.
Existe una gran diferencia entre una y otra visión. Las
congregaciones que promueven eventos, celebran y se sienten
satisfechos con lo que hacen, el número de actividades y la
participación en los mismos. Sin embargo, las iglesias centradas en
la comisión celebran por los miembros que están activos, no
estudiando, sino participando en un ministerio en favor de otros. El
testimonio de lo que ellos hacen y no meramente de lo que el
departamento hace, es el propósito de la gestión del liderazgo.
Es crucial además comprender que no se trata de demonizar las
fechas o los eventos sino de poner el acento en lo que es nuestro
propósito superior: ¡hacer discípulos! No tiene ningún sentido tener
una iglesia colmada de eventos y programas en la que menos del
veinte porciento de los miembros están participando activamente.
¡Algo no está bien! La razón es muy sencilla, se tiene una
congregación institucionalizada, en la cual los «profesionales» son
los que participan y no una congregación de la Gran Comisión
donde todos están activos, desarrollando sus dones y creciendo
espiritualmente.
En resumen, la iglesia de la Gran Comisión no debe perder su
visión con relación al «único» propósito para el cual fue establecida
en esta tierra. Claudionor Corrêa en su Diccionario teológico lo
señala cuando sostiene que la iglesia es la «comunidad de fieles
que se reúne en un determinado lugar para adorar a Cristo, y
cumplir los reclamos de la Gran Comisión».5 Por su parte, el Manual
de la Iglesia lo afirma cuando indica en la página 129 que la junta
directiva tiene como principal propósito «tener un plan activo de
discipulado». ¿Con cuál objetivo? El mismo que conocemos: ¡Que
cada miembro cumpla la Gran Comisión, como lo haría Cristo!
Para comprender plenamente la visión de una iglesia que hace
discípulos y su contraste con la iglesia tradicional podría ser útil el
siguiente cuadro. La verdadera alineación o unidad se alcanzar
cuando estamos claros de lo que esperamos y cómo queremos
alcanzarlo.6 Elena G. de White lo expresa de la siguiente manera:
«A fin de realizar con éxito la obra a la cual habían sido llamados,
estos hombres, de diferentes características naturales y hábitos de
vida, necesitaban unirse en sentimiento, pensamiento y acción.
Cristo se propuso conseguir esta unidad. Con ese fin trató de unirlos
con él mismo».7 Este es el sentido de alineación que se busca
alcanzar con la formación de liderazgo discipulador para transformar
a una iglesia tradicional a una de la Gran Comisión.
Contraste entre la iglesia tradicional y la iglesia discipuladora.
Organización. El segundo aspecto crucial de una iglesia de la
Gran Comisión es que tiene como fundamento un sistema de
organización bíblico basado en la atención y liderazgo del miembro
y no en la realización de programas. Como ya hemos visto, los
eventos sirven como medio para la educación, pero si esperamos
concretar el discipulado conforme al modelo de Cristo requeriremos
tener una iglesia organizada según el método de Jesús: ¡En grupos
pequeños!
El grupo pequeño es la base para la creación de un sistema
discipulador en la iglesia local. Al mismo tiempo, siguiendo el
modelo de Éxodo 18, los ancianos deben ser responsables de un
número determinado de personas que no exceda los cincuenta
miembros. Estos dos avances serán cruciales en el establecimiento
de una iglesia de la Gran Comisión.
«Por medio del establecimiento de una estructura o sistema en
el cual cada miembro forme parte de un todo que está
conectado de forma interdependiente, en la cual cada parte
afecta el todo, y el todo a sus partes, se reproducirá la
experiencia del Pentecostés, en la cual estaban todos
unánimes y juntos, preparados para recibir el cumplimiento de
la promesa».8
Una explicación más detallada de la manera como usted podrá
organizar el liderazgo se encuentra en el capítulo 3 de mi libro Un
liderazgo que impacte. Sería útil para trasmitir con mayor
profundidad las implicaciones de este aspecto a los líderes de
iglesia en su formación, que tomen el tiempo para revisar los
principios expresados en el libro y desarrollar habilidades para ser
más efectivos y exitosos en el liderazgo transformador.
Evaluación. La rendición de cuentas es una de las características
más importantes en la creación de una iglesia enfocada en el
discipulado. Una de las palabras que aluden al liderazgo de la
iglesia es episcopos (ἐ πίσκοπος), que significa «supervisores de la
iglesia».9 Este término nos ayuda a comprender el papel de atalaya
o líder que está alerta velando por el bienestar físico y espiritual de
los miembros (ver Hechos 20: 28). Como tal, el liderazgo debe estar
consciente de su papel protector y de crecimiento. Su acción de
supervisar tiene el fin de evaluar cómo está el miembro y cuáles son
sus necesidades. Los líderes son más que organizadores de
eventos, son protectores de la grey. En ese sentido, los dirigentes
han de asumir la responsabilidad de buscar el desarrollo de las
características de los verdaderos líderes y su participación y
desarrollo de las prácticas espirituales que estudiamos en el
capítulo 8.
Por otro lado, la evaluación del proceso de desarrollo de
discipulado permitirá afinar la efectividad del sistema de formación
de discípulos y la formación de líderes acorde con las necesidades
particulares de la congregación. «Por medio de la evaluación de
cómo está avanzando el programa, dotamos a los participantes con
la información necesaria para tomar decisiones acertadas».10
George Barna lo describe de esta forma:
«El verdadero crecimiento exige responsabilidad. Sin embargo,
pocas iglesias tienen sistemas por los cuales miden lo que está
sucediendo en la vida de su gente. Pocos creyentes se han
alineado con un socio confiable y competente que los
responsabilizará de objetivos específicos y medibles. El
resultado es que operamos sobre la base de sentimientos,
suposiciones y esperanzas en lugar de realidades tangibles y
medibles».11
Según este autor, cuya investigación nos señala las deficiencias
de los sistemas de discipulado en las congregaciones, advierte la
necesidad de que el liderazgo sostenga su plan de crecimiento de
los miembros en simples apreciaciones subjetivas y muy
personales. Es como querer medir si el agua está caliente
simplemente por introducir el dedo o por ver el agua en ebullición.
Tales consideraciones pueden ser útiles en niveles muy
rudimentarios y básicos de liderazgo, pero no lo son en modelos
que esperan que su evaluación sea más precisa y útil para ser
mejorada y superada con sabiduría y exactitud.
Motivación. ¿Qué es la motivación? «La motivación es el corazón
de la acción, la fuerza que mueve a las personas a alcanzar metas y
propósitos que van más allá de lo que alguna vez se habían
imaginado».12 Los líderes transformadores necesitan inspirar y
motivar a los líderes de la iglesia en el desarrollo de nuevas
acciones y el logro de nuevos objetivos. Sin esta cualidad el
liderazgo transformador se quedará en sueños, estrategias,
reuniones y capacitaciones que no se cristalizarán en acciones.
El corazón de la motivación bíblica es ayudar a creer que lo que
Dios nos ha mostrado en su Palabra es posible sin importar las
realidades particulares. Los líderes que creen actúan esperando
experimentar los resultados prometidos. Pero para que los líderes
en formación crean en que es posible este cambio en su
congregación, el líder debe creer en ellos y en su propia
transformación como los instrumentos que Dios va usar para
cumplir su propósito.
Con lo que hemos analizado hasta ahora, hemos establecido los
fundamentos de una iglesia con líderes centrados en el discipulado.
En la segunda acción estableceremos lo que debemos hacer en la
iglesia para que cada miembro sea un discípulo.
2. TRANSFORMAR A LA IGLESIA EN UNA ESCUELA DE DISCIPULADO
George Barna señaló en uno de sus estudios que existían cinco
modelos. Un análisis de cada uno nos podrá ayudar a ver lo positivo
y negativo. El siguiente cuadro ayudará a tener una amplia y
profunda visión de las diferentes aplicaciones del concepto de
discipulado en las iglesias contemporáneas. Esto representa un
enriquecimiento importante para los líderes que desean establecer
un modelo bíblico en su congregación.
Es necesario señalar que no es parte de este estudio analizar
cada uno de estos modelos más allá de la categorización que se
presenta como descripción y análisis de sus particularidades y
diferencias. Sin embargo, las categorías que se han tomado para
cotejar los diferentes modelos nos servirán como base para la
presentación de las características de la iglesia de la Gran Comisión
basado en lo que hemos estudiado. Consideramos que, más que
tomar en consideración nuestros gustos o prácticas de otras
congregaciones, para la escogencia de un modelo, debemos ser
coherentes con una iglesia que se afirma solamente en lo que dice
la Biblia y el Espíritu de Profecía.
Matriz de cinco modelos de discipulado
según la investigación de George Barna.13
Por Josney Rodríguez
Tras tener una visión de los modelos más usados en el
discipulado, permítame introducir el modelo con una declaración de
Elena G. de White que define con claridad prístina la iglesia de la
Gran Comisión:
«Cada iglesia debe ser una escuela práctica para obreros
cristianos. Sus miembros deberían aprender cómo dar estudios
bíblicos, cómo dirigir y enseñar clases en la escuela sabática,
cómo auxiliar al pobre y cuidar al enfermo, y cómo trabajar en
pro de los inconversos. Den el ejemplo los que instruyen,
trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos,
aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos
preceptos».14
La primera vez que leí esta declaración mi visión de lo que
significa una iglesia centrada en el discipulado cambió. Tras unos
minutos vino el impacto mayor. ¡Qué maravilloso es Dios al
confirmar lo que espera de su iglesia por medio de su revelación a
una persona que careció de preparación académica o de un análisis
y estudio bíblico que nos trajo hasta este lugar!
Considerando lo anterior, crece la certidumbre de lo que el
liderazgo transformador debe hacer si desea cumplir la voluntad de
Dios de establecer una iglesia de la Gran Comisión. No solamente
está fundado en la Escritura como lo hemos visto, sino que está
claramente descrito por el Espíritu de Profecía. En consecuencia, la
iglesia es más que un lugar de eventos o programas, es un centro
de formación de discípulos o siervos de Dios. Este profundo
pensamiento fortalece la primera acción de preparar líderes con la
visión de formación de discípulos y además nos prepara para la
construcción de una visión eclesiástica totalmente centrada en la
misión.
¿QUÉ NECESITA HACER LA IGLESIA PARA ALCANZAR EL PROPÓSITO
BÍBLICO?
Para iniciar, es preciso señalar que existen tres consideraciones
fundamentales que debemos tomar en cuenta al establecer una
iglesia de la Gran Comisión.
¿Cuáles son los elementos de una iglesia en discipulado? En
primer lugar, la iglesia debe sostener todo su accionar de
discipulado en los componentes del discipulado.15
1. La iglesia debe mantenerse enfocada en el discipulado.
2. Reconocer que el propósito o resultado esperado no es un
miembro sino un discípulo.
3. Estamos centrados en que el miembro aprenda y no simplemente
en enseñar.
4. El discipulado debe ocurrir en un modelo práctico.
5. Es importante dedicar tiempo al ayuno y la oración.
El segundo elemento importante para el establecimiento de una
iglesia centrada en la comisión de hacer discípulos son el uso de las
estrategias para discipular. Esto es fundamental si esperamos que
la iglesia sea una escuela práctica de obreros cristianos y que el
proceso ocurra mientras se trabaja «entre el pueblo» por medio del
ejemplo.
1. Yendo
2. Bautizando
3. Enseñando
Finalmente, el último elemento importante es que además de la
capacitación doctrinal, la formación de discípulo debe buscar la
aparición de características espirituales del reino de Dios. Este es el
objetivo de transformación más importante del líder que hace
discípulos. ¿Cuáles son estas características?
1. Amor
2. Humildad
3. Obediencia
4. Fe
5. Servicio
6. Sacrificio
Estos tres elementos constituyen las principales columnas en lo
que es el modelo de discipulado de una iglesia conforme a la Gran
Comisión. Sin embargo, surge una pregunta oportuna: ¿Cómo se
hace operativo estos elementos en la práctica? Para responder esta
pregunta será necesario ir a dos textos que expresan que hacía la
iglesia primitiva:
«Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo
el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo.
Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser
salvos» (Hechos 2: 46-47, RV60).
«Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de
enseñar y predicar a Jesucristo. En aquellos días, como
creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los
griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran
desatendidas en la distribución diaria» (Hechos 5: 42; 6: 1,
RV60).
¿Qué hace la iglesia primitiva? Estos dos textos nos ayudan a
ver que existen dos escenarios privilegiados en el accionar de la
iglesia primitiva: una en el templo y otra en las casas. De manera
particular el texto caracteriza la importancia de estas reuniones. En
el primero usa el verbo «perseverando»,16 que indica una
regularidad en la iglesia. El segundo texto lo describe como «todos
los días». Quiere decir que si buscaban a los miembros de iglesia
los podrían encontrar o en la reunión en el templo o en las casas.
¿Puedes imaginar la intensidad de la devoción de quienes
conformaban la iglesia apostólica?
Lo segundo que nos señalan los textos es lo que sucedía en el
templo y en las casas. Una visión global de los versículos,
incluyendo sus contextos nos señalan que compartían el pan con
los necesitados, predicaban y enseñaban. Estas acciones nos
hablan como un espejo de lo que Jesús hacía también durante su
ministerio. El mismo Evangelio de Mateo lo presenta de esta
manera en dos ocasiones: 1) «Jesús recorría toda Galilea,
enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del
reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo»
(Mateo 4: 23, la cursiva es nuestra). 2) «Jesús recorría todas las
ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el
evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia»
(Mateo 9: 35, la cursiva es nuestra). La diferencia solo sería que el
repartir el pan supliendo las necesidades, equivale al ministerio de
sanidad implementado por Jesús. ¿Es claro que el mismo principio
se encuentra en las dos acciones? ¡Suplir las necesidades!
En conclusión, podemos ver que el discipulado era una acción
diaria e intensa. Ocurría en la iglesia y en las casas y se
concentraba en tres áreas: la predicción, la enseñanza y suplir las
necesidades. Y basado en el principio que hemos comprendido del
discipulado bíblico, la imitación o reproducción, cada discípulo se
convertía en un instrumento o medio para que el evangelio alcance
a otras personas. De manera práctica es importante que la iglesia
pueda considerar la forma de fortalecer la enseñanza en el templo
con el objetivo doble:
1. Que cada miembro participe según sus talentos. La iglesia no
puede ser un lugar de espectadores. ¡Todos deben participar de
alguna forma en un ministerio!
2. Que cada miembro sea enviado a cumplir su ministerio de
predicación, enseñanza y ayuda a los necesitados en las casas,
en los grupos pequeños o por medio de parejas misioneras.
Para cumplir con mayor efectividad este propósito de discipulado
bíblico será necesario avanzar a la tercera acción para el logro de
una iglesia según la Gran Comisión.
3. DEFINIR EL CAMINO DE DESARROLLO PARA CADA DISCÍPULO
La Escritura muestra claramente que todo cristiano debe avanzar
en su desarrollo espiritual hasta alcanzar la madurez.17 El mismo
Cristo señaló este principio cuando dijo: «Porque de suyo lleva fruto
la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la
espiga» (Marcos 4: 28). El crecimiento hacia la madurez pasa por
tres etapas: hierba, espiga y finalmente grano en la espiga. En la
primera etapa no se puede distinguir de la cizaña, posteriormente, la
segunda etapa ya inicia una diferencia que se hace totalmente
patente con sus frutos. El gran desafío de Cristo fue que sus
discípulos alcanzarán el máximo nivel de desarrollo espiritual. Para
ello, él los condujo por tres etapas. Primero fueron creyentes (ver
Juan 1: 40-42), luego se transformaron en discípulos (ver Juan 1:
42-44) para culminar en apóstoles o líderes (ver Mateo 10: 1-4;
Marcos 3: 13-19; Lucas 6: 12-16).

La iglesia centrada en la Gran Comisión debe buscar que los


miembros puedan avanzar paso a paso en el crecimiento de su vida
espiritual que les permita creer, aprender cómo ayudar a otros a
creer y finalmente cómo convertirlos también en formadores de
pescadores de hombres.18

Este desarrollo estará fundado al mismo tiempo en dos acciones:


el desarrollo de sus dones19 por medio de ministerios dentro y fuera
de la iglesia con el fin de satisfacer las necesidades y la
testificación, que incluye la predicación o la enseñanza.20 La
comprensión de estas características importantes nos permitirá ver
un perfil completo del discípulo bíblico que la iglesia de la Gran
Comisión debe buscar desarrollar.
Lo más importante es que la madurez del discípulo le permitirá no
depender del pastor sino cumplir con fidelidad la tarea que Dios le
ha confiado. ¡Este no solo es el gran cambio del miembro sino la
transformación de la iglesia!
«No espere que el ministro haga su trabajo; no se duerma
como las vírgenes fatuas, que no tenían aceite en sus
lámparas. Tenga su lámpara llena con el aceite de la gracia de
Cristo. Si cada uno en la iglesia alumbrara a otros con su luz
como Dios lo ha designado, qué obra se haría. Una iglesia viva
será una iglesia activa. Traiga sus talentos a Cristo, y
ejercítelos. Piense, medite, vele y ore. Una unión íntima con
Jesús aumentará su poder para hacer el bien, su intelecto será
fortalecido. El tiempo cuando las almas de los hombres serán
probadas está delante de nosotros. Entonces no tendremos un
defensor para reprender al diablo, y suplicar por nosotros».21
En la siguiente imagen podrán ver más claramente el modelo
descrito hasta este momento.

…Y ENTONCES?
Al cerrar este capítulo un pensamiento solemne sobrecoge mi
mente. El pensar en que este puede ser un aporte más a los que
muchos otros han hecho para que podamos ver el sueño de
terminar la obra de Dios y que la promesa de Dios de la venida de
Cristo se cumpla. Más de dos mil años han pasado y todavía falta
mucho y la razón siempre ha estado delante de nuestros ojos como
un viaje a Marte: Imponente, imposible, atrayente. Elena G. de
White lo plantea así: «La obra de Dios en esta tierra no podrá nunca
terminarse antes que los hombres y mujeres abarcados por el total
de miembros de nuestra iglesia se unan a la obra y aúnen sus
esfuerzos con los de los pastores y dirigentes de las iglesias».22
¿Será que podremos juntos hacer lo que Dios espera para que lo
imposible se haga posible? ¡Espero que sí! Suplico por ello y haré lo
que sea posible para que toda la iglesia experimente el cambio que
hará realidad nuestra más preciada esperanza.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Cuáles tres actores principales influyen en la visión
de la Gran Comisión?
2. ¿Por qué fracasa el establecimiento del discipulado
en algunas congregaciones?
3. ¿Cuál es el secreto principal del éxito de una iglesia
discipuladora?
4. ¿Cuáles tres acciones necesitamos hacer para convertir nuestra
congregación en una iglesia de la Gran Comisión?
5. Mencione los cuatro objetivos de la formación
de liderazgo y defina cada uno.
6. Describa cinco diferencias entre la congregación
tradicional y la discipuladora.
7. ¿Cómo define Elena G. de White la iglesia
de la Gran Comisión?
8. Describa dos cosas que hacía la iglesia primitiva.
9. ¿Cuáles son las tres etapas del crecimiento del discípulo?
10. ¿Puede explicar el secreto de la terminación
de la obra y su relación con el discipulado?

__________
1. Gary Keller, The one thing, the suprisingly simply truth behind extraodinary results
(Austin, Texas: Bard Pres, 2016).
2. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, p. 124, la cursiva es nuestra.
3. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 48.
4. Según Barna, las iglesias que no están en discipulado «promueven programas en lugar
de personas». Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine Followers
of Christ, p. 92.
5. Claudionor Corrêa de Andrade, Diccionario Teológico: Con un suplemento biográfico de
los grandes teólogos y pensadores (Miami, Florida: Patmos, 2002), p. 191, la cursiva es
nuestra.
6. Me gusta cómo Elena G. de White señala este pensamiento: «Los ángeles trabajan
armoniosamente. Un orden perfecto caracteriza todos sus movimientos. Cuanto más
podamos imitar la armonía y el orden de la hueste angelical, mayor será el éxito que
coronará los esfuerzos de los agentes celestiales en nuestro favor. Si no reconocemos la
necesidad de actuar en forma armoniosa, y somos desordenados, indisciplinados y
desorganizados en nuestra conducta, los ángeles, que se hallan cuidadosamente
organizados y se mueven en perfecto orden, no podrán trabajar por nosotros con éxito.
Se apartan con pesar, porque no están autorizados para bendecir la confusión, la
distracción, y la desorganización», Servicio cristiano, p. 96. Este es un nivel de
alineación y unidad perfecta que trae la bendición de Dios sobre la iglesia.
7. Elena G. de White, Hechos de los apóstoles, p. 17, la cursiva es nuestra.
8. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 37.
9. Rob Kashow, «Episcopos, desarrollo del oficio», ed. John D. Barry y Lazarus Wentz,
Diccionario Bíblico Lexham (Bellingham, Washington: Lexham Press, 2014).
10. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 49.
11. George Barna, Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine
Followers of Christ, p. 92.
12. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 55.
13. George Barna, Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine
Followers of Christ, cap. 7.
14. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 90, la cursiva es nuestra.
15. Los componentes nos ayudan a asegurar que los números por bautismo, no son
símbolos de éxito, sino cristianos transformados. Coleman escribió: «Finalmente, aquí es
donde todos debemos evaluar la contribución que nuestra vida y nuestro testimonio
están haciendo al propósito supremo de aquel que es el Salvador del mundo. ¿Los que
nos han seguido a Cristo ahora están guiando a otros hacia él y enseñándoles a hacer
discípulos como nosotros? Tenga en cuenta que no es suficiente rescatar a los que
perecen, aunque esto es imprescindible; ni es suficiente construir bebés recién nacidos
en la fe de Cristo, aunque esto también es necesario para que las primicias sean
duraderas; de hecho, no es suficiente sacarles almas ganadoras, por muy encomiable
que sea este trabajo. Lo que realmente cuenta en la perpetuación final de nuestro trabajo
es la fidelidad con la que nuestros conversos van y hacen líderes de sus conversos, no
simplemente más seguidores. Seguramente queremos ganar nuestra generación para
Cristo, y hacerlo ahora, pero esto no es suficiente. Nuestro trabajo nunca termina hasta
que haya asegurado su continuación en la vida de los redimidos por el Evangelio».
Robert E. Coleman. The Master Plan of Evangelism (Posición en Kindle 976-983).
16. La palabra perseverar viene del término griego προσκαρτερέω que significa “dedicarse
a, continuar en, acompañar continuamente, acudir con perseverancia, alistar” Alfred E.
Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo
Hispano, 2003), p. 824.
17. «Muchos suponen que el espíritu misionero y las cualidades para el trabajo misionero
constituyen un don especial que se otorga a los ministros y a unos pocos miembros de la
iglesia, y que todos los demás han de ser meros espectadores. Nunca ha habido mayor
error. Todo verdadero cristiano ha de poseer un espíritu misionero, porque el ser cristiano
es ser como Cristo. Nadie vive para sí, “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no
es de él”», Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 363.
18. Elena G. de White enfatiza como el resultado esta determinado por el contenido de la
instrucción y el uso de los métodos adecuados. Además señala con claridad que el
resultado final será un miembro líder que no depende del pastor. «Si se diera la
instrucción adecuada, si se siguieran los métodos debidos, cada miembro de iglesia
haría su obra como miembro del cuerpo. Haría obra misionera cristiana. Pero las iglesias
se están muriendo, y necesitan un pastor que les predique. Debe enseñárseles a traer
un diezmo fiel a Dios, para que él los fortalezca y bendiga. Debe lograrse armonía entre
ellos, para que el soplo de Dios venga sobre ellos. Debe enseñárseles que a menos que
puedan permanecer por sí mismo sin pastor, necesitan ser convertidos de nuevo, y
bautizados de nuevo. Necesitan nacer de nuevo», Elena G. de White, El evangelismo, p.
285, la cursiva es nuestra.
19. «Nuestros talentos se nos conceden para usarlos y para desarrollarlos con el uso»,
Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 3, p. 261.
20. «Esta hora exige que se hagan movimientos de avanzada, que una fe perseverante y
resuelta sea ejercida, que un espíritu paciente, de abnegación y resignación, sea
manifestado en cada miembro de nuestras iglesias, y que cada uno que profese seguir a
Cristo llegue a ser un obrero en su viña espiritual. Los miembros de la iglesia temerosos
de Dios pueden hacer más bien con sus devotos esfuerzos personales que lo que
pueden lograr nuestros ministros cuando no sienten la preocupación por trabajar de casa
en casa. Nuestros ministros ordenados deben hacer lo que puedan, pero no se debe
esperar que un hombre haga el trabajo de todos. El Maestro ha señalado a cada hombre
su obra. Hay visitas que realizar, hay oraciones que elevar, hay simpatía que debe ser
impartida; y la piedad, el corazón y la mano de toda la iglesia deben ser usados, si la
obra ha de ser terminada. Usted puede sentarse con sus amigos, y en una agradable
conversación social, hablarles de la preciosa fe de la Biblia», Elena G. de White, El
ministerio pastoral, p. 172.
21. Ibíd., p. 171.
22. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, p. 103.
«¿CUÁNDO REGRESARÁ JESÚS?». ¡Nunca podré olvidar esa
pregunta! Era sábado de tarde. Los últimos rayos de luz entraban
por la ventana iluminando las paredes blancas de la habitación de
mis hijos. Acostado, abrazaba a mi hijo de cinco años. Él, recostado
boca arriba sobre mi hombro, tendía su diminuta pierna sobre mi
muslo izquierdo. ¡Él estaba relajado y yo feliz de tenerlo allí, cerca,
mientras compartía lo que sucedería cuando el dolor de este mundo
acabara y Cristo viniera! Él, en silencio, escuchaba. En algunos
momentos interrumpía. «¿Y viviremos por siempre?», preguntó. Él
estaba emocionado por tal posibilidad ¡y yo también! Por un
momento me pregunté cómo sería un sábado eterno. Sintiendo paz,
estando con mi familia y mi Señor. ¡Qué día! ¡Cuánto deseé que el
tiempo se detuviera!
Recuerdo responderle que antes de que Jesús volviera, todo el
mundo conocería acerca de su Palabra. ¡Dios derramaría el Espíritu
Santo y cada miembro sería un poderoso representante de su amor!
Cada día que pasa pienso en aquella pregunta y recuerdo aquel
sábado en la tarde cuando hablamos de estar juntos por la
eternidad.
Mi ministerio ha estado ligado profundamente a esperar, apresurar
y comprender cómo hacer realidad esta gran promesa. ¿Qué
necesita la iglesia? ¿Cuál debe ser el papel del liderazgo para que
ocurra un cambio en los miembros? ¿Qué necesito hacer para que
la iglesia cumpla la misión de Cristo? Mi querido lector, sé que estos
mismos pensamientos y emociones han permanecido en su corazón
por muchos años. ¿Qué podemos hacer? Muchas cosas se han
dicho. Cada una es parte de la gran edificación que es necesaria al
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. Sin embargo,
este último capítulo es para quienes desean finalmente ser usados
como instrumentos y ver un nuevo día en la iglesia. ¡Que el Espíritu
Santo te guíe en este último recorrido juntos!
¿QUÉ BUSCAS EN TU LIDERAZGO?
La Gran Comisión evangélica ha sido el tema de este libro; y su
interpretación, comprensión y aplicación el propósito dominante de
cada uno de los capítulos. No solo hemos demostrado su
importancia crucial y la pertinencia imperiosa para nuestra iglesia
contemporánea, sino que hemos puesto de manifiesto el impacto
que debe tener en la visión de nuestro liderazgo, si esperamos que
nuestra iglesia cumpla el mandato de la misión por completo.
«¿Qué esperas de tu liderazgo?», fue la pregunta que nos hicimos
en el primer capítulo y todavía, querido lector, al arribar a la última
parte, la interrogante continúa vigente. Estoy seguro de que durante
este recorrido un gran número de ideas y emociones han tocado su
corazón, lo han hecho reflexionar y han desafiado su voluntad.
¿Qué espera usted de su liderazgo? ¡Personalmente ya tomé mi
decisión! Aunque lamento no haberlo hecho antes por la ausencia
de la comprensión que hoy poseo de la voluntad de Cristo para su
iglesia y de su ministerio ((hubiera deseado entender esto al menos
veinte años atrás), no puedo pasar por alto la invitación con todo lo
que significa. ¡Quiero seguir a Jesús! ¡Deseo ser un líder conforme
al modelo de Cristo!
Como ya hemos visto en el capítulo anterior, la Gran Comisión no
solo afecta el perfil del miembro, sino que también impacta la
manera en que funcionamos como iglesia y la forma en que
ejercemos nuestro liderazgo.
Uno de los descubrimientos más impactantes para mí ha sido lo
que significa realmente el modelo del liderazgo transformador de
Cristo. ¡Fue transformador! Después de estar en contacto con miles
de líderes, desde mi niñez, cuando mis padres fueron misioneros en
la selva del norte del Amazonas, en Venezuela, hasta que finalicé
mis estudios de posgrado, ningún libro leído o seminario escuchado
me ha marcado tanto como el estudio detallado de la Gran
Comisión en unión con el modelo de liderazgo de Cristo. ¿Por qué?
Las razones que puedo enumerar de forma sucinta son las
siguientes:
1. El liderazgo según el modelo de Cristo tiene un mayor nivel de
impacto en la comunidad.1
2. El liderazgo según el Maestro tiene un mayor nivel de eficiencia y
efectividad en cuanto a resultados.
3. El liderazgo según el modelo de Cristo tiene resultados
duraderos.
4. El liderazgo según el modelo de Cristo es fácil de reproducir.
5. El modelo de Cristo tiene un secreto expansivo y multiplicador.
6. El modelo de Cristo se centra en las personas y su desarrollo y
no en la realización de eventos y programas.
7. El liderazgo de Cristo es atrayente, motivador y comprometedor.
8. El liderazgo según el modelo de Cristo es satisfactorio, porque se
trata del cambio o transformación del individuo.
9. El estilo de liderazgo de Cristo busca un desarrollo integral del
miembro y de la iglesia.
10. Finalmente, y quizás lo más importante, fue el método que
Jesús usó mientras estuvo en la tierra.
Puedo mencionar muchas otras razones por las que el liderazgo
del Salvador es superior a cualquier otro modelo de los que
aparecen en la literatura secular. Sin embargo, solo basta con decir
que el modelo de dirección de Cristo refleja el carácter y la visión
divina del liderazgo en el reino de Dios.2 ¿Existe algo más grande o
superior que el entendimiento de la naturaleza que fundamenta este
modelo? ¡No lo creo! Es por ello que surge la necesidad de abordar
las implicaciones del ejercicio del liderazgo espiritual desde la
perspectiva de la Gran Comisión y el modelo de Cristo.
FUNCIONES ESENCIALES DEL LIDERAZGO ECLESIÁSTICO
En este capítulo nos referiremos al trabajo pastoral, sin embargo,
esto incluye a todos los dirigentes que cumplen funciones
eclesiásticas y que desean ejercer su gestión ajustándose a las
características del modelo de Cristo. Por eso, cada vez que
hablemos del trabajo pastoral, esta frase incluirá a los ancianos y
otros dirigentes cuya función requiere imitar y reproducir un
liderazgo espiritual regido por los principios bíblicos y del Espíritu de
Profecía.
Las Escrituras son claras con relación a las funciones que deben
realizar los pastores. En resumen, son cuatro: Administrar (ver
Hechos 15: 1-30), predicar (ver 2 Timoteo 4: 2), pastorear (ver 1
Pedro 5: 1-4) y enseñar (ver 1 Timoteo 4: 13-14; Tito 2: 1).3 Cada
una de estas funciones tiene un área importante que atender en
beneficio de la grey.

La administración es la responsabilidad que principalmente tiene


que ver con la toma de decisiones y de acciones que permitan el
uso de los recursos y las normas de las prácticas de la
congregación, así como sus ceremonias o eventos.4
La predicación es la función de anunciar el mensaje de Dios. Es la
acción kerigmática (de proclamación) del pastor, con el fin de
presentar las buenas nuevas de Dios en un contexto de la invitación
al reino de gracia y de gloria.5
Pastorear se refiere a el cuidado personal y general de la
congregación, visitación, atención de las necesidades y la compañía
que hemos de brindar ante los desafíos que supone nuestro mundo
de pecado. Es ministrar por la oración, la Palabra de Dios, el toque
y la presencia. Warren W. Wiersbe escribió: «Cuando un hombre
tiene corazón de pastor, ama a las ovejas y las sirve porque quiere
hacerlo, y no porque está obligado a hacerlo».6
La enseñanza es la afirmación y desarrollo en el conocimiento de la
doctrina y la edificación y el perfeccionamiento de «los santos para
la obra del ministerio» (Efesios 4: 12). Este fue el ministerio de
Cristo con sus discípulos. La Escritura muestra el ejercicio de esta
responsabilidad por Cristo con sus discípulos cuando afirma:
«Aconteció que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar,
como también Juan enseñó a sus discípulos”» (Lucas 11: 1, la
cursiva es nuestra). Es evidente que los discípulos comprendían el
papel formativo o didáctico de Cristo.7
El éxito en el pastorado se edificará en la medida en que se
realice cada una de estas funciones con eficiencia y efectividad.
Con tal propósito, será necesario que el pastor enfoque su
desarrollo personal y ministerial en adquirir más conocimiento,
desarrollar habilidades y ajustar sus actitudes para adquirir estas
cuatro competencias que sustenten e incrementen el éxito de su
ministerio.
Sin embargo, para asegurar el éxito en su ministerio, el pastor
debe conocer cuál es la más importante de las cuatro
responsabilidades. Definir con claridad en que medida o intensidad
estas funciones son las más requeridas para cumplir su rol pastoral
proveerá la receta perfecta para la conquista de las metas
ministeriales. El ministerio es como la preparación de una receta en
la que cada ingrediente debe incorporarse en la cantidad indicada
para que el resultado sea el esperado. Nadie haría un pastel con
más sal que harina o menos huevos que levadura. Lo mismo ocurre
en el ministerio, se necesitan las cantidades correctas de los
ingredientes necesarios.
En varias entrevistas con pastores en relación a la forma en que
distribuyen su tiempo, el resultado generalizado es que la mayor
parte del tiempo se dedica a la administración, seguido de la
predicación; en tercer lugar se halla el pastoreo y en el último lugar
la enseñanza (en muchos casos no existe tiempo dedicado a la
enseñanza). La carencia de tiempo para visitar, pastorear a los
miembros o enseñarles, según también lo avalan las entrevistas con
los miembros de iglesia, respalda la respuesta dada por los
pastores. La inversión de tiempo en las diferentes funciones podría
parecer, así como lo muestra la siguiente imagen.

Un vistazo a esta imagen nos ayuda a comprender cómo se ve la


distribución de tiempo del pastor (esta misma situación se aplica a
los demás dirigentes de la iglesia), en las diferentes
responsabilidades que requieren su ministerio. ¿Está usted de
acuerdo con la manera en que la mayoría de los dirigentes
espirituales distribuye el tiempo? Personalmente me llama mucho la
atención, sobre todo cuando comparo esta distribución con la Gran
Comisión. ¿Acaso podría ser este estilo de liderazgo la razón de la
ausencia de transformación real en la iglesia? Y lo más importante:
Si imitáramos a Cristo, ¿se vería así la distribución de nuestro
tiempo?
¿CUÁL DEBERÍA SER LA PROPORCIÓN APROPIADA
DE DISTRIBUCIÓN DE TIEMPO EN EL MINISTERIO?
George Barna realizó una de las más conocidas investigaciones
con relación a discipulado y resulta iluminadora la forma como él
define la prioridad en el ministerio de Cristo, en particular en el
contexto de una iglesia que hace discípulos. En este sentido Barna
señala que:
«Cuando Jesús comenzó su ministerio público, ¿cuál fue su
elección de prioridades? Su principal prioridad era reclutar y
entrenar discípulos. ¿Eso parece ideal o idealista? Creo que es
ideal y realista, basado en la experiencia de las iglesias que
hacen discípulos».8
¿Cuál fue el énfasis del ministerio de Jesús? Según Barna, la
enseñanza de los discípulos ocupó un lugar preponderante en su
liderazgo. La Escritura presenta a Cristo centrado en la enseñanza
(ver Mateo 4: 23; 5: 2; 7: 28, 29; 9: 35; 13: 54; Marcos 1: 21, 22; 2:
13; 4: 1, 2; 6: 2, 6; Lucas 4: 15, 31, 32; 5: 3; 5: 17) y resalta que sus
seguidores lo llamaban Maestro (ver Lucas 5: 5; 8: 24; Mateo 8: 19;
Marcos 4: 38).
Recuerdo cuando comencé a entender la importancia que tiene la
enseñanza en el estilo de liderazgo pastoral y eclesiástico según la
Escritura. Su preponderancia resaltó delante de mí con una fuerza
increíble, en especial al mirarlo desde una perspectiva que antes
había ignorado por completo: el discipulado. En mis días de
seminario había aprendido que la predicación era lo más crucial en
el trabajo ministerial y todo mi esfuerzo durante mis primeros años
se había centrado en desarrollar dicha habilidad. ¡Estuve impactado
al descubrir que el ministerio de Cristo había estado basado más en
la enseñanza de sus discípulos que en la predicación!
El impacto fue incluso mayor cuando descubrí lo que decía el
Espíritu de Profecía y comprendí que estaba en total armonía con el
concepto de liderazgo que se desprendía del estudio de la comisión
evangélica. No podía comprender por qué antes no lo había visto al
estudiar estas citas. Pero estaba allí con autoridad, contundencia y
sin ambages. La señora White escribió el 17 de mayo de 1883:
«Nuestros ministros deben llegar a ser tanto educadores como
predicadores. Deben enseñarles a las personas a no depender
de ellos, sino de Cristo. El ministro que predica dos horas
cuando no debe pasarse de una, serviría mucho mejor a la
causa de Dios dedicando esa hora extra en un estudio serio y
cuidadoso para aprender cómo dirigir a otros y enseñarles a
trabajar».9
En esta cita se establece la importancia de la enseñanza y
además, vemos que es el trabajo del pastor no solo preparar a
otros, sino también reducir el tiempo que se dedica a la predicación
para poder desarrollar mejor la competencia de ser un líder
formador, que enseña a otros a trabajar. Cinco años más tarde la
señora White hizo una declaración todavía más clara en relación a
la prioridad de la enseñanza sobre la predicación a los miembros:
«La obra del ministro representada por las siete estrellas es un
trabajo sublime y sagrado. Cuando él da cabida a la idea de
que su trabajo es solo sermonear, pasa por alto, y es seguro
que descuide, el trabajo que depende del pastor del rebaño. Es
su trabajo cuidar, supervisar el rebaño, y arreglar los asuntos
de la iglesia de tal manera que todos tengan algo que hacer».10
En esta cita se confirma la necesidad de incluir a los miembros en
el trabajo misionero. Puede ser que usted todavía esté pensando en
lo que hemos compartido hasta ahora. Sentado, con el libro en sus
manos, piensa en la necesidad de una comprensión más profunda
de lo que significa su liderazgo. Está dispuesto a poner las
prioridades en su lugar al ver lo que necesita para convertirse en el
pastor o líder que la iglesia necesita. Para ello, considero que las
siguientes dos citas son muy iluminadoras:
«La predicación es una pequeña parte de la obra que ha de
ser hecha por la salvación de las almas. El Espíritu de Dios
convence a los pecadores de la verdad, y los pone en los
brazos de la iglesia. Los predicadores pueden hacer su parte,
pero no pueden nunca realizar la obra que la iglesia debe
hacer».11
«Los pastores pueden predicar discursos agradables y
poderosos, y puede realizarse mucha labor para edificar y
hacer próspera la iglesia; pero a menos que sus miembros
individuales desempeñen su parte como siervos de Jesucristo,
la iglesia estará siempre en tinieblas y sin fuerza».12
Ambas declaraciones ofrecen un panorama abarcante de lo que
implica el liderazgo pastoral. Hemos de ir más allá de la simple
predicación. Hemos de centrarnos en formar, capacitar y discipular
a los miembros para que trabajen para Dios. Llama la atención que
la causa de la condición actual de la iglesia es la inactividad de los
miembros. Es muy importante que comprendamos esta verdad
porque son muchos los que piensan que la solución a los problemas
de frialdad de la iglesia radica en invitar un predicador poderoso,
realizar un retiro espiritual o una semana especial de oración. Sin
embargo, el Espíritu de Profecía revela cuál es el verdadero
remedio para la condición de la iglesia: ¡El trabajo! En la siguiente
declaración se identifica la causa por la que los miembros
permanecen en esta condición de apatía y frialdad.
«Los miembros de la iglesia, entrenados para depender de la
predicación, hacen muy poco por Cristo. No llevan frutos, sino
crecen en egoísmo e infidelidad. Ponen su esperanza en el
predicador, confiando en sus esfuerzos para mantener viva su
débil fe. A causa de que sus miembros no son debidamente
entrenados por quienes Dios ha puesto para supervisar,
muchos son siervos flojos, escondiendo sus talentos en la
tierra, y quejándose aun de la manera como Dios los trata.
Esperan ser atendidos como niños enfermos».13
El mensaje es muy claro. Lo que ocasiona la condición que
muchas veces presenciamos en la iglesia es que «sus miembros no
son debidamente entrenados por quienes Dios ha puesto para
supervisar». ¿Qué significa esta declaración para usted? Recuerdo
que para mí representó lo último que necesitaba saber para
decidirme a cambiar radicalmente mi estilo de liderazgo centrado en
la predicación y la administración a uno que priorizara la enseñanza
y el trabajo pastoral.
El proceso de cambio de paradigma del estilo de liderazgo fue
lento. Antes había considerado que el mejor pastor era quien podía
predicar mejor y ser un buen evangelista. Y mis primeros años de
ministerio giraron en torno a dicha cosmovisión. Me había dedicado
a realizar conferencias en diferentes lugares y saborear los
resultados de ver muchas almas ganadas. ¡Estaba muy seguro de
que estaba teniendo un ministerio exitoso! Y si lo evaluaba a la luz
de las personas que se entregaban a Cristo, así parecía.
Sin embargo, el problema no consistía en que predicaba, sino que
era el único que lo hacía. El resultado de mi éxito según lo
comprendía dependía de cuántas conferencias de evangelización
podía realizar. En especial si consideraba que la evaluación de mi
ministerio se centraba en añadir más miembros. Estaba satisfecho
porque más personas aceptaban a Cristo y se unían a la
congregación. ¡Todo correspondía con el paradigma que tenía!
Al mirar hacia atrás, me veo esforzándome solo, haciendo lo mejor
que podía hacer. ¡Era el actor solitario! La iglesia, por su puesto,
estaba feliz por toda la dedicación y sacrificio que ejercía. Pero la
mayoría solo me brindaba su apoyo desde las bancas. Llenos de
apatía y murmuraciones. Esperando otro evento, otra predicación o
un nuevo predicador. Mi juventud y el deseo de hacer lo mejor para
Dios me motivaba a seguir adelante cada año, repitiendo las
mismas escenas de un mismo guion de la película en la cual el
actor no cambiaba ni se multiplicaba.
Pero ¡qué diferente resulta la visión del ministerio cuando lo
analizamos desde la perspectiva de la Gran Comisión! Como
resultado, todo cambia. No solamente debemos ver al miembro de
manera diferente y a la iglesia con otra perspectiva, sino que el
liderazgo requiere un cambio de paradigma en el cual la enseñanza
ha de ocupar el lugar central de las responsabilidades o acciones.

Las implicaciones de este cambio de paradigma pronto me


resultaron obvias. La enseñanza debía ocupar el lugar principal,
luego pastorear, predicar y administrar. ¡Es un cambio absoluto de
la perspectiva! Si lo más importante es la enseñanza entonces el
itinerario del trabajo del pastor debería reflejar esta prioridad. ¡Esto
es una reforma completa de la forma en que ministramos la iglesia!
DIFERENCIAS DE PERSPECTIVA
En los siguientes meses, después de comprender la visión bíblica
y del Espíritu de Profecía del liderazgo pastoral aparté tiempo para
reflexionar. ¿Pueden imaginar mis pensamientos y emociones al
observar con más claridad las implicaciones prácticas de un
liderazgo enfocado en el discipulado? ¿Cómo debe trabajar el
pastor? ¿Qué implicaciones tiene en el evangelismo? ¿Cómo
realizar el cambio en la iglesia y el liderazgo? ¿Cuáles son las
diferencias entre los dos paradigmas? El liderazgo tradicional y el
liderazgo enfocado en el discípulo. Pasaba del asombro a la
confusión; de la sorpresa al entusiasmo; de la inseguridad al
optimismo; de la incertidumbre a la fe. No se trata de un simple
maquillaje del estilo actual, es la formulación de uno nuevo.
Resultan muy apropiadas las palabras de Jesús cuando dijo:
«Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque
tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan
vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se
rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero
echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se
conservan juntamente» (Mateo 9: 16-17).
Las dos visiones del liderazgo no son complementarias, son
excluyentes. Pueden tener los mismos componentes, pero el nivel
de concentración de los elementos que la conforman da como
resultado diferentes resultados. Tomemos por ejemplo la
composición química del agua: H2O, lo que significa que está
compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno (H2O).
Todos estamos conscientes de las particularidades de agua y su
valor para sostener la existencia del hombre y del planeta. Sin
embargo, si en lugar de tener dos átomos de hidrógeno y uno de
oxigeno, añadimos otro átomo de oxigeno, tendremos ahora la
fórmula H2O2 y estaremos ante agua oxigenada o peróxido de
hidrógeno, que es un líquido altamente oxidante y se usa para
blanquear telas y pasta de papel, y al 90 % como componente de
combustibles para cohetes y para fabricar espuma de caucho y
sustancias químicas orgánicas.
Puede notar, querido lector, que un simple cambio en los
elementos que conforman la fórmula del agua da como resultado
una sustancia totalmente distinta. De la misma manera, al cambiar
la forma en que se mira el liderazgo pastoral, incrementando la
cantidad de «átomos» de la enseñanza traerá como resultado un
ministerio totalmente distinto. Puede poseer los mismos
componentes, pero su uso e impacto será marcadamente diferente.
Ahora, dejemos las metáforas y adentrémonos en la comprensión
de las grandes diferencias entre los dos estilos de liderazgo
espiritual. El estilo más conocido y más usado lo llamaremos «el
liderazgo tradicional». El que se fundamenta en la comisión
evangélica y tiene un énfasis en la enseñanza lo denominaremos
«liderazgo discipulador». ¿Cuáles son las diferencias entre estos
dos estilos de liderazgo? ¿Cuál es su impacto? ¿De que trata su
naturaleza?
Cuando vemos el papel de pastor en el liderazgo tradicional este
se define como predicador; mientras que bajo la perspectiva del
liderazgo discipulador es fundamentalmente un maestro. El pastor
en el liderazgo tradicional tiene como propósito ganar almas,
mientras que en el liderazgo discipulador es un formador de
ganadores de almas (¡qué diferencia!). La estrategia más importante
y usada para el crecimiento de la iglesia del pastor tradicional son
las conferencias de evangelización, pero en el liderazgo
discipulador es la transformación de la iglesia en una escuela de
obreros cristianos. ¿Cuál es el enfoque principal de la acción del
liderazgo tradicional? Planear eventos. ¿Y el liderazgo discipulador?
Incluir a todos. El trabajo del liderazgo tradicional se evalúa por el
número de almas que se bautizan, mientras que el liderazgo
discipulador se evalúa en función de las personas que participan. El
papel principal en el liderazgo tradicional lo tiene el pastor. Con el
liderazgo discipulador, es el miembro. El resultado del crecimiento
de la iglesia ocurre por la adición o suma en el liderazgo tradicional,
en tanto que en el liderazgo discipulador ocurre por multiplicación.
El perfil del miembro en el liderazgo tradicional es un creyente,
mientras que en el liderazgo discipulador es un discípulo. El
liderazgo tradicional tiene una consolidación baja. Por el contrario,
la consolidación del liderazgo discipulador es alta. En el siguiente
cuadro podrá ver lo que hemos hablado de la diferencia de los dos
estilos de liderazgo con mayor claridad.
¿Nota la diferencia? ¡No cabe duda! Elena G. de White tenía muy
clara esta visión del liderazgo pastoral cuando escribió en 1884:
«A veces los pastores hacen demasiado; tratan de abarcar
toda la obra con sus brazos. Esta los absorbe y los
empequeñece; y sin embargo continúan abrazándola en su
totalidad. Al parecer piensan que ellos solos han de trabajar en
la causa de Dios, en tanto que los miembros de la iglesia
permanecen ociosos. Esto no es en ningún sentido la orden de
Dios».14
¿CÓMO SER DIRIGENTES QUE TRANSFORMAN?
El liderazgo transformador tiene una clara percepción del papel
que le toca desempeñar en estos tiempos. Su legado más preciado
son vidas transformadas que vivirán con Cristo por la eternidad.
¿Habrá un privilegio y gozo mayor? Los programas y las
edificaciones desaparecerán, pero aquellos que hayamos
transformado en nuestro ministerio brillarán como estrellas a
perpetua eternidad. Desde esta perspectiva, la decisión es obvia.
¡No podemos seguir ejerciendo un liderazgo alejado de los
componentes y énfasis esenciales del ministerio bíblico! En este
sentido, para hacer un cambio será necesario:
Asumir el nuevo paradigma de liderazgo discipulador. O sea,
asumir el nuevo paradigma de lo que significa un buen pastor,
anciano o dirigente. En el antiguo paradigma el mejor pastor era
quien podía ganar más almas. Ahora, bajo el paradigma de la Gran
Comisión, el buen pastor es el que forma más ganadores de almas.
¿Cuál es la consecuencia inevitable de este paradigma? Dos
resultados: en primer lugar, tendremos más miembros participando
en la misión y en segundo lugar, se multiplicará el número de almas
alcanzadas.

La iglesia está a la espera de que el pastor asuma esta nueva


visión de liderazgo. Elena G. de White afirmó: «Si se diera la
instrucción adecuada, si se siguieran los métodos debidos, cada
miembro de iglesia haría su obra como miembro del cuerpo. Haría
obra misionera cristiana».15 Como podemos ver, el cambio de
cosmovisión trae como consecuencia un cambio en los resultados.
En este sentido, el líder transformador hará de su ministerio el gran
privilegio de poder transmitir a la próxima generación el
conocimiento, la experiencia y las aptitudes necesarias para que
continúen avanzando y vayan más allá de las fronteras
conquistadas.
Organice a su iglesia para el discipulado. En este libro se
encuentran los principios que debe inculcar en su congregación
para llevar adelante un ministerio formador de discípulos. Tome
tiempo para extraer cada uno de ellos y para formular un plan o
itinerario para la implementación de cada uno de los objetivos
planteados. Puedo asegurarle que si comparte la visión con su
congregación y además comienza un plan de estudio de cada uno
de los capítulos en las reuniones de líderes, ancianos, miembros de
junta y con los grupos pequeños, pronto tendrá una iglesia ávida de
llevar adelante el plan de Dios y el deseo de seguir paso a paso la
experiencia de vivir lo que vivieron Jesús y sus doce discípulos.
Ejerza su liderazgo con las personas bajo su responsabilidad
directa. Recuerde que el gran secreto del liderazgo es que crea una
reacción en cadena porque descansa en un principio importante: el
modelaje. Los dirigentes de su iglesia solo podrán hacer lo que
usted personalmente les muestre. Solo si usted da el primer paso
ellos creerán en su compromiso e imitarán o reproducirán sus
acciones. Para hacer realidad este propósito será necesario realizar
al menos tres acciones fundamentales.
1. REALICE REUNIONES REGULARES DE FORMACIÓN CON LOS DIRIGENTES
Estas reuniones tienen el propósito de formar y de empoderar el
liderazgo. El objetivo es que estas reuniones se conviertan en un
modelo que los líderes tomarán y reproducirán con la misma
regularidad en su esfera. En el capítulo 4 del libro Un liderazgo que
impacte usted podrá encontrar los cinco componentes esenciales
para que una reunión tenga éxito y pueda motivar a los
participantes. Tome en cuenta esta importante declaración:
«Los ministros deben tomar a los oficiales y a los miembros de
la iglesia bajo su tutela, y enseñarles cómo trabajar para el
Maestro. Así el ministro no tendrá que hacer todos los trabajos
él mismo, y a la vez la iglesia recibirá mayor beneficio que si él
se pone a hacer todo el trabajo, impidiendo que los miembros
de la iglesia hagan la parte que el Señor les designó».16
Me gustaría resaltar la regularidad. Mientras más constantes o
periódicas sean las reuniones, más pronto será el resultado
transformador de las mismas. No puedo enfatizar este aspecto lo
suficiente si esperamos consolidar el estilo de liderazgo discipulador
acorde al modelo de Cristo. Además, debo añadir que hemos de
considerar la evaluación de las prácticas de discipulado que
señalamos en el capítulo 8.
2. ACOMPAÑE A SUS LÍDERES EN SUS REUNIONES DE FORMACIÓN.
Recuerde que su objetivo es que ellos aprendan a hacer lo que
usted ha hecho con ellos. En consecuencia, luego de que usted los
instruya en su reunión de formación, debe enviarlos a reproducir la
experiencia con otros. Sin embargo, para afirmar la motivación en el
desarrollo de ellos, su presencia será crucial para ellos.
3. MOTIVE A CADA DIRIGENTE A FORMAR UN APRENDIZ.
El discipulado es un estilo de vida, no un programa. Cristo, Pablo,
Bernabé y los apóstoles entendieron que su vida debía ser como un
libro escrito para que sus seguidores más cercanos conociesen y
experimentaran lo que ellos hacían, y al mismo tiempo lo
transmitieran de la misma forma a la siguiente generación de
discípulos. La pregunta que siempre hemos de hacernos al realizar
cualquier actividad es: ¿A quién le estoy enseñando cómo hacerlo?
Si podemos responder esta pregunta de forma concreta entonces
significa que estamos siguiendo el liderazgo según el modelo de
Cristo. Mi querido lector, usted quizás se preguntará por qué estoy
tan interesado en que así sea. La razón es muy sencilla: Hace más
de veinte años, cuando comencé mi ministerio, leí una cita del
Espíritu de Profecía que sembró una idea en mi mente, permítame
compartirla con usted:
«El gran derramamiento del Espíritu de Dios que ha de
alumbrar toda la tierra con su gloria, no sobrevendrá hasta que
tengamos un pueblo esclarecido que sepa por experiencia lo
que significa ser colaboradores juntamente con Dios. Cuando
tengamos una consagración completa y sincera al servicio de
Cristo, Dios reconocerá el hecho derramando su Espíritu sin
medida; pero esto no ocurrirá mientras la parte más grande de
la iglesia no trabaja juntamente con Dios».17

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


1. ¿Desea usted ser un líder que transforma?
2. ¿Por qué el modelo de Cristo es superior?
(Mencione al menos cinco razones)
3. ¿Cuáles son las principales funciones del liderazgo pastoral?
4. ¿Cuál debería ser la proporción apropiada
de la distribución de tiempo en el ministerio eclesiástico?
5. Explique las diferencias de perspectiva entre
los dos tipos de liderazgo.
6. ¿Qué hemos de hacer para ejercer un liderazgo
que haga discípulos?
7. ¿Le gustaría compartir su testimonio de la aplicación
de los principios de este libro? Escríbame a:
seminariosdeliderazgo@gmail.com

__________
1. Silverio afirma que las iglesias necesitan imitar a la iglesia primitiva. Silverio Manuel
Bello Valenzuela, Diaconado eficiente para la iglesia de hoy, p. 36.
2. Ernesto Johnson es uno de los autores que señala a Cristo como el modelo perfecto de
liderazgo. G. Ernesto Johnson, Liderazgo desde la cruz: Principios y personajes del
liderazgo bíblico, p. 21.
3. John F. MacArthur, El ministerio pastoral: Cómo pastorear bíblicamente, p. 72.
4. Strauch presenta una descripción de las capacidades administrativas en el liderazgo de
los ancianos y por ende de los pastores. Alexander Strauch, Liderazgo bíblico de
ancianos: Un urgente llamado a restaurar el liderazgo bíblico en las Iglesias, p. 24.
5. Según Deiros, luego de la reforma, la predicación ocupa una prioridad en las iglesias
protestantes. Pablo A. Deiros, Diccionario hispano-americano de la misión.
«Introducción».
6. Warren W. Wiersbe, Esperanzados en Cristo: Estudio expositivo de la Primera Epístola
de Pedro (Sebring, Florida: Editorial Bautista Independiente, 2013), p. 130.
7. «Muchos estudiosos de la Biblia creen que “pastores y maestros” en Efesios 4: 11 se
refiere a una sola persona con dos funciones. Un pastor es automáticamente un
maestro» Warren W. Wiersbe, Fieles en Cristo: Estudio expositivo de las Epístolas a
Timoteo, Tito y Filemón, p. 33.
8. George Barna, Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine Followers
of Christ (The Crown Publishing Group), p. 162.
9. Elena G. de White, El ministerio pastoral, p. 182, la cursiva es nuestra.
10. Elena G. de White, Review and Herald, 31 de mayo de 1887.
11. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 72, la cursiva es nuestra.
12. Elena G. de White, El servicio cristiano, p. 87, la cursiva es nuestra.
13. Elena G. de White, El ministerio pastoral, p. 257, la cursiva es nuestra.
14. Elena G. de White, El evangelismo, p. 88, la cursiva es nuestra.
15. Elena G. de White, El evangelismo, p. 285.
16. Elena G. de White, El ministerio pastoral, p. 143.
17. Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 53, la cursiva es nuestra.
EPÍLOGO

INICIAMOS EL PRIMER CAPÍTULO con la analogía de un viaje


de mil millas que comienza con un primer paso. No hay mejor
comparación para el liderazgo que un viaje, un viaje extenso que
comienza aquí en la tierra pero que se extiende hacia la
eternidad. Ahora, al llegar al final de este recorrido, quiero que
usted se pregunte: «¿Qué significará mi liderazgo para la
iglesia?». El libro que tiene entre manos presenta solo el primero
de varios pasos; mi objetivo al escribirlo fue proporcionar una
vislumbre del destino al que hemos de apuntar y mostrar la
dirección correcta en la que hemos de encaminarnos.
¿Cuál será su legado eterno? ¿Cómo se convertirá usted en el
líder que Dios espera que sea? ¿Qué aspectos del modelo de
liderazgo de Cristo afirmará usted? U
presenta cómo la transformación es el verdadero
éxito del liderazgo bíblico y espiritual. Implica pasar de meros
promotores, visionarios o idealistas, desgastados de resultados
pasajeros a ser auténticos precursores, creadores de futuro, y
protagonistas de la profecía. Es la búsqueda de la esencia misma
de un liderazgo que esté alineado con el plan divino, sus métodos
y propósito para nuestras vidas.
Dos cosas serán necesarias en el peregrinaje que ahora
tenemos por delante, la primera es retornar al estudio de lo que
hemos presentado en esta obra, con el fin de afirmar y
profundizar los principios expuestos. En segundo lugar, tener
presente que ningún proceso de conocimiento es final ni
acabado. Después de alcanzar la cima de una montaña,
podemos poner los ojos en otras cúspides que exigen nuevas
habilidades y conocimientos. Por lo que será necesario continuar
la búsqueda del desarrollo de otras áreas que consoliden todo
nuestro potencial y la oportunidad de crecer en nuestro liderazgo.
Es por ello que si ha sido una bendición este estudio y es su
deseo continuar creciendo como instrumento de Dios, espero
contar con sus comentarios y propuestas para el mejoramiento de
este material y para el desarrollo del próximo libro que lidiará de
manera concreta con cómo hacer del liderazgo transformador Un
liderazgo estratégico, cuya competencia de planificación genere
en cada líder una gestión efectiva y eficaz del crecimiento y
multiplicación de las congregaciones; develando los secretos
espirituales del éxito y la bendición. Espero recibir sus opiniones
e incluso sugerencias para llevar a cabo dicho proyecto. Puede
enviar sus comentarios y recomendaciones a
seminariosdeliderazgo@gmail.com
Es mi oración, apreciado lector y amigo, que Cristo pueda ser
siempre el centro de su liderazgo y que al unirnos para trabajar
por la iglesia podamos hacerlo con el gozo y la satisfacción que
produce servir a nuestro Dios Padre y al Señor Jesucristo en la
comunión del Espíritu Santo. Me uno al apóstol Pablo al aseverar
que «estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena
obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que
Jesucristo regrese» (Filipenses 1: 6).
Josney Rodríguez
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