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ISBN: 978-1-78665-266-9
AGRADECIMIENTOS
A la División Interamericana, en la figura de su presidente,
el Dr. Elie Henry, y sus demás dirigentes, cuyo liderazgo y compañía
ha sido una bendición transformadora en mi vida.
Al Pr. Saúl Ortiz, presidente de IADPA, por haber hecho lo imposible para que este libro
viese la luz.
También al Pr. Jorge L. Rodríguez, editor de este libro,
y a Kathy Hernández de Polanco, diseñadora y diagramadora de esta obra,
por haber dado forma y belleza al texto.
Josney Rodríguez
CONTENIDO
Introducción
1. ¿Qué esperas de tu liderazgo?
2. Los desafíos del liderazgo espiritual contemporáneo
3. ¿Cómo evalúa Dios nuestro liderazgo?
4. ¿Qué es un discípulo?
5. Fundamentos del discipulado transformador
6. ¿Cómo lo hizo Jesús?
7. Haciendo discípulos —primera parte—
8. Haciendo discípulos —segunda parte—
9. La transformación en discípulos
10. El mayor obstáculo para la transformación
11. Una iglesia según la Gran Comisión
12. ¿Soy un líder que transforma?
Epílogo
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
__________
1. Citado por Greg J. Ogden, Discipulado que transforma: El modelo de Jesús (Barcelona:
Editorial CLIE, Edición de Kindle, 2009). Posición en Kindle 418-419.
2. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 38, p. 398.
3. Rick Warren, Una iglesia con propósito (Miami, Florida: Editorial vida, 1998), p. 70.
4. James Swanson, Diccionario de idiomas bíblicos: Hebreo (Bellingham, Washington:
Lexham Press, 2014).
5. Moisés Chávez, Diccionario de hebreo bı́blico (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano,
1992), p. 576.
6. εὐοδόω (fut. εὐ οδώσω; 1 aor. εὐ ώδωσα; fut. pas. εὐ οδωθήσομαι). Guiar por buen
camino, irle bien a uno, prosperar, realizar una ganancia. A.T. הָ חָ נqal., Gén. 24: 27. הָ חָ נ
hi., Gén. 24: 48. 1 , ץ ַָרּפCrón. 13: 2. חֵ לָ ַצqal. Isa. 54: 17. ַ חֵ לָ צhi., Gén. 24: 40. חַ ְלצaph.,
Esd. 5: 8. הָ ָרקhi., Gén. 24: 12. הַ צָ רJer. 14: 10. לַ כָׂשhi., Prov. 17: 8. N.T. Irle bien a uno,
prosperar, realizar una ganancia: Rom. 1: 10; 1 Cor. 16: 2; 3 Juan 2. Alfred E. Tuggy,
Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano,
2003), p. 392.
7. αὐξάνομαι (auxanomai), αὐξάνω (auxanō): vb. [ver 891]; ≡ Strong 837; TDNT 8.517—1.
LN 59.62 incrementar, crecer, propagar, extender (Col. 1: 10; Hech. 19: 20); 2. LN 59.63
causar el incremento (2 Cor. 9: 10); 3. LN 23.188 crecer, plantas o humanos (Luc. 2:
40; 12: 27; Col. 2: 19; Mat. 6: 28 v.l.); 4. LN 87.37 gozar de un mayor respeto, elevar la
posición (Juan 3: 30); 5. LN 78.5 (dep.) aumentar, crecer en el grado de una condición
(2 Cor. 10: 15; Col. 1: 6, 10). James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego
(Nuevo Testamento) (Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
8. αὐξάνω y αὔξω (imperf. ηὔξανον; fut. αὐξήσω; 1 aor. ηὔξησα; 1 aor. pas. ηὐξήθην; perf.
ηὔξηκα). Aumentar, agrandar, crecer, desarrollarse. A.T. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-
español del Nuevo Testamento, p. 142.
9. ὑπεραυξάνω (hyperauxanō): vb.; ≡ Strong 5232; TDNT 8.517—LN 78.6 aumentar en
gran manera, formalmente, crecer más y más (2 Tes. 1: 3). James Swanson, Diccionario
de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento).
10. αὔξησις (auxēsis), εως (eōs), ἡ (hē): s.fem.; ≡ Strong 838—LN 23.188 crecimiento,
aumento (Efe. 4: 16; Col. 2: 19). James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos:
Griego (Nuevo testamento).
11. Este es el mismo concepto presentado en 2 Crónicas 24: 20. Zacarías señala que
desobedecer a Dios trae como consecuencia el fracaso.
12. Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 25, p. 254.
«¿CÓMO ES QUE USTED PUEDE en solo dos meses organizar su
distrito para tener tanto éxito?». La pregunta surgió de mis labios,
franca, inquisidora y hasta suplicante. A mi lado estaba sentado uno
de los pastores de más experiencia mientras el camino se perdía en
la oscuridad iluminada por los faros de aquel Chevrolet. Aquella
noche de mayo del año 1992 tuve una conversación fascinante que
transformó mi ministerio.
Después de iniciar mi ministerio a principios de la década de 1990
encontré muchos desafíos, especialmente la incredulidad y el
escepticismo que mencioné en la introducción. Al principio pensé
que sería muy fácil alcanzar mis objetivos (la forma más común de
pensar cuando se es joven e inexperto), pero luego me di cuenta de
que dirigir la congregación era un verdadero desafío. En mi caso
tenía seis congregaciones que esperaban que un ministro que
todavía no había sido ordenado pudiera hacer las cosas como
muchos pastores de experiencia. Imagina cómo me sentía.
¿Asustado? ¡Sí! ¿Preocupado? No era para menos. ¿Desesperado
por una guía? ¡Era lo que más deseaba!
«Josney —dijo con aquella voz grave y con tono calmado—, lo
más importante en el ministerio es conocer los desafíos que vas a
enfrentar». Aquella frase llegó hasta lo más profundo de mi corazón.
¿Qué líder de una congregación que sufre por sobrevivir, no busca
con desesperación un guía que pueda brindarle consejos y
soluciones, o en el mejor de los casos, señalarle los problemas que
enfrentará al transitar por ese sendero inhóspito e incierto? Porque
si usted sabe lo que enfrenta, conoce sus debilidades y entiende por
qué muchas veces sus esfuerzos han sido infructuosos, puede más
rápidamente corregir el rumbo para llegar a su destino anhelado.
Eso es precisamente lo que intento, apreciado lector, al continuar
abordando las realidades y desafíos del devenir del liderazgo
eclesiástico. ¡Descubrir a qué nos enfrentamos! De esto depende el
crecimiento de un líder que puede lograr una transformación en su
congregación. ¿Qué otros aspectos constituyen los desafíos del
líder contemporáneo?
¿IMITAREMOS EL MODELO DE CRISTO?
El primer gran desafío estriba en el modelo de liderazgo que
esperamos seguir. La literatura cristiana está repleta de materiales
que señalan la importancia de seguir los principios de Cristo en el
liderazgo. Su vida, sus palabras y métodos son analizados en
búsqueda de principios que nos guíen hacia el éxito. ¿Pero qué nos
dice la Revelación acerca del más importante compromiso que debe
tener el líder para cumplir su propósito de forma extraordinaria?
Jesús lo dijo claramente: «Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Marcos 8: 34). Este
principio en un mundo que sucumbe cada vez más a la
complacencia propia muchas veces se ignora por completo. Sin
embargo, la Biblia y el Espíritu de Profecía demuestran que este
constituye la base del verdadero liderazgo. No se trata de
habilidades naturales, ni de dones espirituales, sino de una actitud
del corazón. Los líderes que comprenden esta verdad y la aplican a
su vida alcanzarán resultados que antes solo soñaban con alcanzar.
Imitar a Cristo y seguir sus pisadas, aún más, ejercer un liderazgo
como el suyo requerirá seguir sus tres principios fundamentales:
¡Negación, abnegación y sacrificio! En el presente, así como en el
pasado, más allá de las persecuciones, prisiones o cárceles, el
liderazgo que busque asemejarse al de Cristo debe estar dispuesto
a pagar el precio. La confusión en cuanto al concepto de liderazgo
prevalecía aún en los discípulos de Cristo. Muchos estaban
pensando primero en las recompensas, en la autoridad y el poder.
Pero Cristo aclaró a quienes esperaban alcanzar un resultado
humano elevado, el principio más básico: «¿Podéis beber del vaso
que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo
soy bautizado?» (Mateo 20: 22).
El liderazgo bíblico está signado por un bautismo en las aguas de
la abnegación, el esfuerzo y el sacrificio. Contrario a la mentalidad
que promueve el liderazgo como la experiencia más gratificante, el
líder espiritual es una persona que está dispuesta a enfrentar
naufragios, azotes, difamación, hambre, soledad, cárcel y muerte.
Muchos admiran a los grandes líderes, como si se asombraran del
tamaño de un iceberg, pero olvidan que mientras más grande es lo
que se ve sobre el agua, aún mayor es lo que está por debajo. Los
mismos reflectores que nos permiten ver lo que nos sorprende del
liderazgo de una persona, muchas veces nos impiden ponderar con
justicia todos los sacrificios que están ocultos de nuestra vista.
¿Cuál es su visión del liderazgo? ¿Se trata de beneficios o
recompensas? Quizás, si profundizamos en nuestro corazón,
diremos como Pedro ante el desafío del sacrificio y la muerte de
Jesús: «Ten compasión de ti; en ninguna manera esto te
acontezca» (Mateo 16: 22, RV60). La respuesta de Cristo a la
sugerencia de su amado discípulo muestra con claridad el principio
del liderazgo de Cristo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me
eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en
las de los hombres» (Mateo 16: 23, RV60). No se trata de buscar
nuestros propios intereses, sino de ponerlos en el altar del sacrificio
para que los intereses de Dios se cumplan.
¿Qué espera Dios de usted en el lugar donde se encuentra?
¿Está dispuesto al sacrificio? ¿Cuántos de sus intereses está
dispuesto a poner a un lado? Elena G. de White lo plantea de esta
forma:
«Todo hombre tiene su lugar en el eterno plan del cielo. El que
lo ocupemos depende de nuestra fidelidad en colaborar con
Dios. Necesitamos desconfiar de la compasión propia. Jamás
os permitáis sentir que no se os aprecia debidamente ni se
tienen en cuenta vuestros esfuerzos, o que vuestro trabajo es
demasiado difícil. Toda murmuración sea acallada por el
recuerdo de lo que Cristo sufrió por nosotros. Recibimos mejor
trato que el que recibió nuestro Señor. “¿Y tú buscas para ti
grandezas? No las busques” (Jeremías 45: 5). El Señor no
tiene lugar en su obra para los que sienten mayor deseo de
ganar la corona que de llevar la cruz. Necesita hombres y
mujeres que piensen más en cumplir su deber que en recibir la
recompensa; hombres más solícitos por los principios que por
su propio progreso».1
Más que una corona sobre su cabeza, el líder espiritual buscará
vehementemente la grandeza de Dios en su ministerio y el
cumplimiento del propósito divino en su vida. Este es un reflejo del
mismo espíritu del cielo. Elena G. de White sostiene que el plan de
salvación se trazó en «base a un sacrificio, amplio, profundo y
elevado que resulta inconmensurable».2 La ausencia de abnegación
es una «negación del nombre Cristiano».3 Pablo exhorta a los
cristianos a no buscar lo «suyo propio», sino lo de Cristo (Filipenses
2: 21). ¿Qué pasaría si verdaderamente el dirigente y la iglesia
imitaran a Cristo? Según la revelación del Espíritu de Profecía la
obra progresaría «diez veces con más fuerza».4
Estoy convencido de que solo cuando el espíritu de sacrificio se
manifieste en cada dirigente en todos los niveles de la iglesia
presenciaremos una transformación en la iglesia. Pablo experimentó
profundamente este principio y su impacto aún hoy perdura. Él
escribió: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Corintios
11: 1, RV60). Cuando esta actitud se ejemplifique en los dirigentes,
bajo la influencia del Espíritu Santo, en la misma proporción
veremos una iglesia cuya fuerza aumentará diez veces más. Este, y
no otro, es el principio más importante del liderazgo bíblico que imita
a Cristo tomando su cruz.5 Le invito a orar a Dios y a ser parte de
los que aceptan su llamado. Le invito a suplicar e invitar a Cristo a
vivir en usted y a cumplir su voluntad. Es hora de desechar la visión
autocomplaciente del hombre posmoderno y vivir la vida de Cristo:
¡en Cristo, por Cristo y para Cristo!
LA NECESIDAD DE UN CAMBIO SISTÉMICO
El segundo desafío surge de la forma como evaluamos las
situaciones. Cuando identificamos correctamente el problema y lo
comprendemos en su totalidad, la verdadera solución aparece más
claramente. Muchos de los problemas del liderazgo moderno
radican en que no se ha identificado la problemática real de la
iglesia. Se observan los efectos por separado y se busca atenderlos
de forma individual, pero se desconocen las verdaderas causas o la
gran causa que origina esta realidad. Se trata más de vivir corriendo
para atender a los síntomas que arrancar de raíz y de forma
definitiva aquello que los ocasiona. Como consecuencia, los
problemas solo desaparecen temporalmente y nos encontramos en
una lucha interminable, casi imposible, por intentar eliminarlos.
Finalmente nos damos cuenta de que el problema es crónico y que
los métodos convencionales no ofrecen una solución permanente.
La frustración y el agotamiento suelen aparecer ante una realidad
que no parece mejorar. La razón de todo esto es que no se ha
identificado claramente la causa del problema. Necesitamos un
nuevo enfoque ante la realidad que nos ha azotado durante muchos
años y que amenaza con ganarnos la guerra.
Permítanme ejemplificarlo de la siguiente forma. Para ello deseo
que recuerde la historia de los cinco ciegos que deseaban saber
qué era un elefante. Uno de ellos lo tocó en la trompa y dijo que el
elefante era como una gran serpiente; otro, después de tocar sus
colmillos, afirmó que era dos lanzas, el tercer ciego palpó el cuerpo
del elefante y sostuvo que se trataba de una pared; el cuarto ciego
señaló que era una columna, tras sentir una de las patas del
elefante; y el quinto ciego aseguró que simplemente se trataba de
una cuerda, luego de sujetar la cola del animal. Pregunto: ¿Qué era
entonces el elefante? El análisis de los problemas de forma
particular nos impide ver el cuadro completo y como tal, definirlo
también de forma apropiada.
Para comprender aún mejor, veamos cómo se aplica la parábola
de una visión holística para atender las causas y resolver de forma
definitiva la mayor parte de los problemas de salud. Según Hyman,
la diabetes y la obesidad son una de las causas fundamentales de
«enfermedades cardíacas, demencia, cáncer y muerte prematura en
el mundo, y es provocada casi totalmente por factores
medioambientales y de estilos de vida».6 Esto significa que es
evitable o curable. La forma común de atender estos problemas es
por medio de pastillas que puedan solucionar los síntomas de
hipertensión, insulina para regular los niveles de azúcar en sangre,
medicinas para eliminar la grasa del hígado... La mayoría de los
pacientes prefiere un método rápido que atiende a los síntomas
pero que no soluciona la verdadera causa del problema: la
necesidad de un cambio en el estilo de vida. Para abordar los
problemas crónicos no los podemos ver de forma separada, sino de
forma integral. No podemos continuar atendiendo a los síntomas,
con soluciones temporales y separadas de los problemas de
asistencia, falta de compromiso, carencia de unidad y un elevado
nivel de deserciones. Estos son solo señales, síntomas de un
problema sistémico. La medicina puede bajar el azúcar de forma
temporal, pero no evitará que vuelva aparecer. Un evento podrá
brindar una sensación de calma, pero con el correr del tiempo sus
efectos desaparecen. Para tratar las enfermedades espirituales
debemos atender el todo. El cuerpo humano es un todo, así como el
cuerpo espiritual también es un todo. El tratamiento debe dirigirse a
las verdaderas causas y como consecuencia se eliminarán múltiples
síntomas y los efectos colaterales.
Los dirigentes religiosos en los tiempos de Cristo se esforzaron
por atender a los síntomas y diseñaron una explicación detallada de
lo que significa el secreto para una vida espiritual exitosa. La
cantidad de pasos que se podían dar en el día sábado, la forma
como debían comer (ver Mateo 15: 1-2), vestir y adorar. No obstante
Jesús los reprendió por perder la perspectiva de lo más importante.
Se dedicaron a velar por lo externo, regir la conducta, señalar lo que
se ve, y olvidaron priorizar la transformación de lo más profundo, la
causa de todo: su corazón. Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el
comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la
misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer
aquello» (Mateo 23: 23, RV60). Jesús nos invita a tener una visión
más integral de lo que significa la vida espiritual, y a establecer las
prioridades correctamente.
Tener la definición correcta de lo fundamental y una visión integral
que establezca las conexiones entre las partes y la causa real
transformará al líder, sus paradigmas y estrategias. Pero sobre todo,
sabrá qué hacer para mover sus iglesias según el plan de Dios.
¡Este es el secreto de la transformación verdadera! En los
siguientes capítulos ampliaremos esta visión.
LA VISIÓN DE DIOS, MI VISIÓN, LA VISIÓN DE LA IGLESIA
El tercer gran desafío tiene que ver con la palabra «visión». Lo
que determina el éxito o el fracaso de una organización es la
claridad de la visión de quienes la conforman. ¿Qué esperamos
como resultado de nuestros esfuerzos? No se trata simplemente de
lo que hacemos, sino de los resultados que esperamos. La unidad,
coherencia y compromiso con la visión implica fuerza y eficacia. Por
lo contrario, el cambio de visión, la diversidad y desconocimiento de
la misma producirá parálisis, desánimo y fracaso. De allí que, si se
espera que la iglesia se mueva victoriosamente, se requerirá una
visión clara, única y constante.
¿Cuál es la visión? En definitiva, no puede ser la visión del líder
local. Muchos personalizan la visión y no la alinean con la visión de
Dios, por lo que el resultado es una visión corta, sesgada y
temporal. Cuando venga otro líder, tratará de transmitir su propia
visión, y como resultado la iglesia avanzará o retrocederá según el
liderazgo que le toque. ¿Es ese el plan de Dios para el liderazgo
bíblico? ¿Acaso no deberíamos avanzar siempre unidos para el
cumplimento de la visión de Dios? Si la iglesia es de Cristo y él es la
cabeza, ¿no deberíamos someternos a su visión? Los métodos y
medios pueden variar pero todos debemos saber cuál es nuestro
destino. El liderazgo bíblico no trata de la construcción de nuestra
propia visión o sueño, sino del sueño y propósito de Dios. No somos
dueños, sino siervos, y la humildad en el sometimiento a la voluntad
divina, a través de las generaciones, permitirá un avance constante,
creciente y con celeridad. Después de todo no se trata de nuestra
iglesia, sino de la iglesia de Dios.
El liderazgo a través de la historia de la iglesia debe parecerse
más a una carrera de relevos que a una competencia individual. Sin
duda que Dios nos señalará cuál será el derrotero que necesitamos
recorrer para entregar el testigo al que continuará el siguiente tramo
de la carrera; pero el propósito de todos los corredores es cumplir
su función, que se haga la visión de ganar la competencia. Esta
unidad de visión es la que Pablo señala cuando dice: «Yo planté,
Apolos regó» (1 Corintios 3: 6). Todos edificamos sobre otro
fundamento. Es la misma visión que intentamos construir en
conjunto. Muchas iglesias sufren al ver en sus líderes diversidad de
visiones. Una iglesia sujeta a cambios constantes de énfasis dejará
de creer, de trabajar y de avanzar. Es importante que la iglesia
tenga una visión bien definida, unida, constante.
En su libro El poder de la visión, George Barna señala, luego de
haber realizado más de 200,000 entrevistas, que «muchos pastores
no entienden la visión de Dios para su ministerio».7 De hecho «ni
uno de cada diez pastores de las iglesias protestantes puede
articular la visión de Dios para su iglesia».8 La pregunta que
debemos hacernos es si esto está pasando también en la Iglesia
Adventista. El resultado de esta realidad lamentable son iglesias y
líderes frustrados, con ministerios que degeneran en egoísmo,
mediocridad y autocomplacencia. La realidad es que existe una
profunda necesidad de una visión clara y compartida por todos.
Porque si la iglesia espera cumplir su tarea con efectividad, el
liderazgo y los miembros deben comprender que la visión no es
nuestra sino de Dios y «el éxito en el Reino no se trata de nuestros
logros personales o grupales, sino de cómo trabajamos juntos para
el bien mayor y los fines del Reino».9
Hoy, tras estudiar una vez más la historia de Noé, no puedo dejar
de imaginarme cómo todos los que habían trabajado en la
construcción del arca tuvieron una visión común. Esa perspectiva
superaba las agendas personales. Sin dudar se habían sometido al
propósito divino y a su plan revelado. No solo la visión provenía de
Dios, sino que la forma, estrategia de construcción, e incluso el uso
que se daría a la embarcación venía directamente de él. Noé, como
los demás, solo sirvió de instrumento para su ejecución. Al final, la
Escritura afirma que Noé «hizo conforme a todo lo que Dios le
mandó» (Génesis 6: 22, RV60).
El buen liderazgo espiritual conlleva que el yo, los deseos
personales y las aspiraciones humanas deben siempre sujetarse a
la visión divina. La humanidad no debe, ni puede, ocupar el lugar de
Dios, anteponiendo sus propios intereses, a riesgo de deambular en
este desierto por muchos años. En la iglesia no se trata de hacer lo
que yo quiero, sino lo que Dios quiere, si esperamos con sinceridad
alcanzar la visión y el destino que tenemos. Los cargos y las
responsabilidades vienen con el solo propósito de hacer realidad los
planes y visiones de Dios para su iglesia. No se trata de un
concurso de popularidad o satisfacciones de ego, sino de una
jornada de sometimiento, humildad y obediencia. El líder que sigue
los principios bíblicos, jamás antepondrá su visión, interés o
propósitos egoístas a los elevados, inmarcesibles y abarcantes
intereses de Dios.
Gary Keller afirma en su libro The One Thing que «una sola cosa»
es la sorprendente y simple verdad para alcanzar resultados
extraordinarios.10 ¿Podemos como iglesia decir que estamos
avanzando enfocados en una sola cosa, unidos en un solo propósito
y construyendo juntos una sola arca, no varias con diferentes
medidas y planos según los gustos?
La confusión de visiones y la pérdida de la misma resultan tan
contraproducentes como no tener ninguna visión o seguir una
errónea. Satanás ha usado estas estrategias para detener el avance
del reino de Dios en la tierra. Jesús entendía esta verdad cuando
escogió a sus discípulos para la tarea. Él esperaba que ellos
pudieran trabajar unidos, sin diferentes visiones, propósitos y sentir.
Elena G. de White señala: «A fin de realizar con éxito la obra a la
cual habían sido llamados, estos hombres, de diferentes
características naturales y hábitos de vida, necesitaban unirse en
sentimiento, pensamiento y acción».11
Hace muchos años, mientras leía el tomo ocho de la extraordinaria
colección Testimonios para la Iglesia, recién traducida e impresa al
español por IADPA, encontré una parábola de Elena G. de White
que muestra la realidad de la problemática de la pérdida de la visión
correcta de nuestra iglesia. Permítanme colocar varios párrafos para
su estudio y reflexión.
«Dios ha hecho a su pueblo mayordomo de su gracia y verdad,
y ¿cómo considera él su descuido de no impartir estas
bendiciones a sus prójimos? Supongamos que una distante
colonia perteneciente a la Gran Bretaña está en grande aprieto
debido al hambre y a una guerra inminente. Multitudes mueren
de inanición, y un poderoso enemigo se congrega en la
frontera, amenazando acelerar la obra de destrucción. El
gobierno del país abre sus despensas; la caridad pública fluye
en abundancia; el socorro abunda por todos lados. Una flota
cargada de los preciosos medios de existencia es enviada a la
escena de sufrimiento, acompañada de las oraciones de
aquellos cuyos corazones fueron conmovidos a proveer ayuda.
Y por un tiempo la flota navega directamente hacia su destino.
Pero, habiendo perdido de vista la tierra, el entusiasmo de los
encargados de llevar provisiones a las víctimas hambrientas
disminuye. Aunque están ocupados en una obra que los hace
colaboradores con los ángeles, pierden las buenas
impresiones que tuvieron al salir. Por intermedio de los malos
consejeros entra la tentación.
»En el trayecto yace un conjunto de islas y, aunque harto lejos
de su destino, deciden hacer escala. La tentación que ya ha
entrado se hace más fuerte. El espíritu egoísta del lucro se
apodera de sus mentes. Se presentan oportunidades de
negocio. Se persuade a los que están a cargo de la flota a
permanecer en las islas. Su propósito original de misericordia
se pierde de vista. Se olvidan del pueblo hambriento al cual
fueron enviados. Las provisiones que se les habían
encomendado son usadas para su propio beneficio. Los
recursos de beneficencia son desviados por cauces de
egoísmo. Intercambian los medios de subsistencia por la
ganancia egoísta y dejan que sus prójimos mueran. El clamor
de los que perecen asciende a los cielos y el Señor apunta en
su registro la historia del robo.
»Pensemos en el horror de ver morir a seres humanos porque
los encargados de los medios de auxilio fueron infieles a su
cometido. Se nos hace difícil reconocer que el hombre pudiera
ser culpable de un pecado tan terrible. Sin embargo, se me
instruye a deciros, mi hermano, mi hermana, que los cristianos
diariamente repiten este pecado».12
La razón del principal pecado de la iglesia viene como resultado
de perder de vista su propósito original. La visión deja de tener
sentido, su cumplimiento deja de ser relevante y su realización una
urgencia dominante. Los corazones se enfrían, diciéndose a sí
mismos que no es necesaria tanta premura, esfuerzo y sacrificio. A
menudo decimos que la obra finalmente se realizará, con nosotros,
sin nosotros o a pesar de nosotros. Pero quizás la frase debiera ser
una pregunta: ¿Por qué la obra no puede ser terminada por
nosotros?
Es hora de terminar de llevar nuestras «provisiones» a quienes las
están esperando. Es ahora el tiempo de terminar la construcción del
arca. Creo firmemente que Dios está levantando una generación
que entenderá lo que significa por experiencia la declaración de
Elena G. de White que está registrada en el tomo 9 de Testimonios
para la iglesia: «Si los cristianos actuaran de concierto, avanzando
como un solo hombre, bajo la dirección de un solo Poder, para la
realización de un solo propósito, conmoverían al mundo».13
¿QUIÉNES SOMOS?
El cuarto gran desafío tiene que ver con la identidad. Para
entender plenamente lo que debemos hacer, necesitamos primero
definir quiénes somos. La identidad es lo que determina el
comportamiento. Si bien existe una comprensión de nuestra
identidad histórica, en algunos casos dicha identidad no se ha
transmitido a la nueva generación y en otros casos, cuando existe,
es contradictoria, inclinada hacia un extremo conservador e histórico
o, por el contrario, hacia el liberalismo contemporáneo.14 La
naturaleza de estos paradigmas pugnan por señalar la tarea,
basados en su comprensión de la identidad desde su perspectiva.
Siendo sincero, ambas tienen sus razones y en algunos casos estas
posiciones no deben ser consideradas excluyentes. Alguien afirmó,
con justicia, que en muchos casos los extremos se tocan. Sin
embargo, la aceptación de su existencia nos permite evaluar
nuestra propia inclinación y, como líderes espirituales, buscar con
humildad cuál es la visión de Dios, cuya perspectiva y visión supera
infinitamente la nuestra;15 reconociendo que nuestra única
oportunidad de entenderla es sostenernos en lo que él nos ha
revelado (ver Deuteronomio 29: 29). Dicho en las mismas palabras
del profeta: «¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto,
es porque no les ha amanecido» (Isaías 8: 20). En este sentido, no
se trata de definir una posición centrista, sino de establecer el
enfoque divino sostenido en la Revelación, que nos permita andar
por los caminos de Dios en este tiempo.
¿De dónde, entonces, surge nuestra identidad? La identidad es
resultado de las creencias y los valores que hemos aceptado. Estas
creencias nos permiten entender el mundo, interpretar lo que nos
rodea y dar sentido a nuestros actos. Es por ello que como
dirigentes y miembros debemos tener claro lo que somos. Por
supuesto, nuestra concepción como líderes, determinará en gran
medida la comprensión que la iglesia tenga de su identidad; y por
consiguiente, la forma como entiende su contexto y se comporta.
El problema más importante del pueblo de Israel fue la pérdida de
identidad. Olvidaron quiénes eran y por consiguiente perdieron su
misión. Tal confusión les llevó a intentar imitar a los otros pueblos
copiando sus costumbres, imitando su liderazgo e incorporando sus
dioses y sistemas de adoración. La apostasía fue simplemente el
resultado de la ausencia de identidad. Dios los había escogido para
ser su especial tesoro, su instrumento por medio del cual su poder y
gloria se iba a mostrar en todo el mundo, y ellos prefirieron sujetarse
a la identidad de sumisos esclavos, plagiadores y dependientes de
las ideas del reino de Satanás. Siendo pueblo de Dios, escogieron,
ser siervos de Satanás. El resultado inevitable fue el rechazo de
Dios. El profeta Isaías nos dice:
«Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña.
Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado
y despedregado y plantado de vides escogidas; había
edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella
un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres.
Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad
ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña,
que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que
diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora
lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será
consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que
quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo
y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen
lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos
es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa
suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí
clamor» (Isaías 5: 1-7).
¡Una verdadera viña no da uvas silvestres! Nuestros frutos
deberían ir en consonancia con lo que somos, pero en la historia del
pueblo de Israel, eso no ocurrió. Como resultado de su apostasía,
su fruto no fue el que Dios esperaba. Su identidad cambió y como
resultado también cambiaron los frutos que dio, evidenciados en su
conducta. Podría haberse asemejado al fruto que Dios esperaba,
pero como no fue así, Dios tomó una decisión. No se trata
simplemente de hacer algo parecido a lo que Dios espera sino
conforme a lo que él espera. Elena G. de White realizó el siguiente
comentario de este pasaje:
«Los hijos de Israel debían ocupar todo el territorio que Dios
les había señalado. Las naciones que habían rehusado adorar
y servir al Dios verdadero, debían ser despojadas. Pero Dios
quería que mediante la revelación de su carácter por Israel, los
hombres fuesen atraídos a él. La invitación del evangelio debía
ser dada a todo el mundo. Por la enseñanza del sistema de
sacrificios, Cristo debía ser ensalzado ante las naciones, y
habrían de vivir todos los que mirasen a él. Se unirían con su
pueblo escogido todos los que, como Rahab la cananea y Rut
la moabita, se apartaran de la idolatría para adorar al Dios
verdadero. A medida que aumentase el número de los
israelitas, debían ensanchar sus términos, hasta que su reino
abarcase el mundo entero».16
«Pero en su historia fue más frecuente que sus hijos se
olvidaran de Dios y perdieran de vista el gran privilegio que
tenían como representantes suyos. Lo privaron del servicio que
él requería de ellos, y privaron a sus semejantes de la
dirección religiosa y del ejemplo santo que debían darles.
Desearon apropiarse de los frutos del viñedo sobre el cual
habían sido puestos como mayordomos. Su codicia los hizo
despreciar aun por los paganos; y el mundo gentil se vio así
inducido a interpretar erróneamente el carácter de Dios y las
leyes de su reino».17
Hace muchos años, cuando leí esta cita por primera vez tuve que
tomar mucho tiempo para reflexionar en su contenido y las
implicaciones de la misma. En aquel entonces, su contenido me
estremeció profundamente y me llevó a cuestionarme todo lo que
consideraba valioso para el éxito de mi ministerio. Era como si me
pusieran ante el escrutinio del mismo Dios, escuchara su voz
pronunciando estas solemnes declaraciones y viera cómo se
compara la realidad de mi ministerio con lo que él espera de mí y
las iglesias a mi cargo.
La respuesta a la pregunta de por qué no sucede otra vez es muy
clara: ¡Se piensa poco en el Espíritu Santo! Elena G. de White
señala algunas realidades que necesitamos considerar por las
cuales el pensamiento del Espíritu Santo no ocupa mucho espacio
en nuestra mente. La primera realidad tiene que ver con la
valoración del Espíritu, como resultado él no se manifiesta como
debería hacerlo. Y los fracasos, ausencia de milagros, falta de
crecimiento y muerte espiritual son la evidencia de su ausencia. En
segundo lugar, dedicamos más tiempo a asuntos importantes, pero
no tan importantes como el Espíritu Santo. ¿Resultado? No se
cumple lo que presentamos en el primer aspecto de este capítulo:
Dios no está con su iglesia y no existe éxito, prosperidad y victoria.
Recordemos que solamente por el Espíritu se hace presente Dios
en su pueblo. ¿Podría ser esta la vara de autoridad que
necesitamos para ver cómo Dios mueve los obstáculos, responde
oraciones y nos da denuedo para predicar su Palabra con éxito?
Después de todo, fue solo por el poder del Espíritu Santo como
Jesús cumplió su ministerio. ¿Podría ser diferente con nosotros?
__________
1. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 342.
2. Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 54.
3. Ibíd., p. 55.
4. Ibíd., p. 55.
5. Elena G. de White afirma: «Los que procuran dar lo menos posible de sus facultades
físicas, mentales y morales, no son los obreros a quienes Dios puede bendecir
abundantemente. Su ejemplo es contagioso. Los mueve el interés personal. Los que
necesitan que se les vigile, y solo trabajan cuando se les señala una tarea bien definida,
no serán declarados buenos y fieles obreros. Se necesitan hombres de energía,
integridad y diligencia; que estén dispuestos a hacer cuanto deba hacerse» (El colportor
evangélico, p. 216).
6. Mark Hyman, La solución del azúcar en la sangre (México: De bolsillo, 2016).
7. George Barna, The Power of Vision [Discover and Apply God’s Vision for Your Life &
Ministry] (Posición en Kindle 61).
8. Ibíd. (Posición en Kindle 62).
9. Ibíd. (Posición en Kindle 79-80).
10. Gary Keller, The one thing, the suprisingly simply truth behind extraordinary results
(Austin, Texas: Bard Pres, 2016).
11. Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 17.
12. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 31-32.
13. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 177.
14. No es el propósito de este libro analizar las tendencias que afloran en la iglesia, cuya
lucha para encontrar la armonía agosta recursos, tiempo, que distraen y evitan avanzar
en los objetivos superiores de nuestra razón de existir.
15. La Escritura señala claramente que nuestra comprensión es limitada (ver Isaías 55: 9).
Esta idea debería llenarnos de un profundo sentimiento de humildad y de la disposición
para cambiar nuestros propios pensamientos, ampliar, ajustar o eliminarlos, y aceptar los
pensamientos de Dios.
16. Elena G. de White, Profetas y reyes, p. 11, la cursiva es nuestra.
17. Ibíd., p. 12, la cursiva es nuestra.
18. Elena G. de White, Eventos de los últimos días, p. 41, la cursiva es nuestra.
19. Ibíd., la cursiva es nuestra.
20. Elena G. de White, Testimonios para los ministros, pp. 66, 68, la cursiva es nuestra.
21. Ibíd., p. 54.
22. Elena G. d White, Consejos para la iglesia, p. 178, la cursiva es nuestra.
HE TRABAJADO CON MUCHOS LÍDERES que me han enseñado
muchas cosas en mi ministerio. Y he descubierto que aquellos que
tienen más éxito son los que saben exactamente qué es lo que
están buscando. Recuerdo una vez que entré en un comercio y le
dije a un colega y renombrado evangelista internacional que
escogiera un obsequio de aquella tienda. Él preguntó dónde estaba
la ropa de su talla, caminó hasta el lugar y en cuestión de dos
minutos regresó con lo que había escogido. ¡Dos minutos! Yo
estaba sorprendido de la rapidez con que había escogido y le
pregunté: «¿Está seguro?». Por un momento pensé que solo había
escogido para cumplir con el compromiso. «¿Cómo pudo hacerlo
tan rápido?», insistí. Nunca olvidaré lo que me respondió: «Cuando
uno sabe exactamente qué es lo que quiere, no necesita mucho
tiempo para decidir. Josney, yo siempre he sabido qué es lo que
quiero en mi ministerio. Ese es el secreto de mi ministerio».
Después de haber trabajando con muchos pastores y dirigentes
de congregaciones me he dado cuenta de que aquellos que saben
lo que deben hacer, lo que se espera de ellos y lo que ellos esperan
como resultado, son los que avanzan más rápido, tienen mejores
resultados y son más felices con su ministerio.
Por ello es importante que como dirigentes tengamos claro cuáles
son las expectativas de Dios para nuestro ministerio: ¿Qué espera
Dios de mi liderazgo? ¿Cómo evalúa Dios nuestro liderazgo?
¿Existe una forma en que la Biblia y el Espíritu de Profecía me
muestren si he tenido éxito en mi ministerio? ¿Cómo ser
verdaderamente exitosos según nuestro Dios? La primera razón por
la que se nos dificulta responder estas preguntas estriba en el
hecho de la pluralidad de funciones del líder eclesiástico. Cada una
de las tareas parece tirar hacia un propósito distinto, lo cual significa
para algunos que existen también múltiples definiciones de éxito.
Por otro lado, la segunda razón es porque cada uno de los que
hablan o hacen referencia al éxito proponen definirlo de una forma
distinta, cambiante según el tiempo y por lo tanto pueden incluso
caer en contradicciones.
Son pocos los autores que se atreven a unir en un libro las
palabras: éxito, Dios y liderazgo bíblico. Y algunos de aquellos que
lo hacen caen en conceptualizaciones abstractas y espiritualistas o
en el rechazo del concepto mismo de liderazgo bíblico.1 Resulta
claro que la definición de éxito desde el punto de vista bíblico es
compleja y escurridiza, pero no ausente. Sin embargo, los líderes
eclesiásticos parecen estar parados sobre tierra movediza,
vislumbrando diferentes horizontes, prisioneros de un laberinto
conceptual que los paraliza, frustra y desanima sin conocer cuál es
el camino para el verdadero triunfo en el ministerio.
Para dar un paso hacia delante en el entendimiento de la visión de
Dios acerca del éxito valdría la pena recordar lo que escribió Elena
G. de White con relación al propósito que Jesús tenía con sus
discípulos al escogerlos para la tarea: «A fin de realizar con éxito la
obra a la cual habían sido llamados, estos hombres, de diferentes
características naturales y hábitos de vida, necesitaban unirse en
sentimiento, pensamiento y acción».2 Resulta muy claro que el
propósito de Dios es que su obra se lleve a cabo con éxito, poder y
victoria. Ha sido su propósito en el pasado y lo continúa siendo en el
presente. La misma escritora invita: «Reciba usted el Espíritu Santo,
y sus esfuerzos tendrán éxito. La presencia de Cristo es lo que da
poder».3 Luego afirma en el mismo libro: «Así vemos que Cristo ha
orado por los suyos y ha hecho promesas abundantes para
asegurarles el éxito a sus colaboradores. Él dijo: “Las obras que yo
hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al
Padre”. (Juan 14: 12)».4
Tales afirmaciones de la Biblia y del Espíritu de Profecía
establecen muy claro en nuestra mente que Dios ha escogido a sus
líderes para que lleven a cabo una obra muy especial y que tengan
éxito en esta misión. ¡Debemos creer! Cada líder de la iglesia debe
aceptar las promesas de Dios y confiar en que bajo la influencia de
su poder, la divina Palabra se cumplirá en su vida. Los planes del
cielo serán prosperados y experimentaremos lo que nunca
habíamos experimentado en nuestro ministerio. ¿Acaso el mismo
Dios de Abraham, Moisés y Pablo no está también con nosotros?
La pregunta entonces no debería ser si el líder espiritual puede
tener éxito, sino cuál es el tipo de éxito que Dios está buscando.
Como vimos anteriormente, el éxito no se contrapone a la fidelidad.
Ambas cosas son muy importantes. Sin embargo, basado en la
Escritura debo decir que una (la fidelidad) es el medio y el otro (el
éxito) es el resultado. Dicho de otra forma, el éxito viene como
resultado de la fidelidad. El pastor Mark Finley escribió: «Todo éxito
en la obra de Dios llega cuando reconocemos que nuestro rol es ser
fieles a Dios».5 Los que actúan con fidelidad en el servicio a Dios,
los que siguen sus orientaciones, pueden ver cumplida la promesa
que Dios le hizo a Josué, el gran conquistador, en su vida y
ministerio: harás «prosperar tu camino, y todo te saldrá bien» (ver
Josué 1: 8). La fidelidad a Dios trae prosperidad a nuestro camino.
Es el secreto del éxito y no el éxito en sí misma.
Ahora bien, todavía hemos de responder la interrogante: ¿Cuál es
el éxito que Dios espera de su iglesia y de sus dirigentes? La
respuesta a esta pregunta pasa por responder primero cuál es la
misión que tenemos. Esta tarea no tiene que ver con lo que
nosotros pensamos, sino con lo que Dios piensa; no se afirma en
nuestros deseos, sino en los deseos de Dios; en resumen, no tiene
que ver con nosotros sino con Dios. En consecuencia, la misión,
cuyo éxito evaluará nuestro liderazgo, debe ser vista desde la
perspectiva eterna y celestial por encima de lo temporal y terreno.
¡Esto establece un estándar elevado de lo que significa el éxito para
un siervo de Dios!
En los diferentes países, y con diferentes audiencias, pastores,
ancianos y miembros, he preguntado cuál consideran ellos que es la
misión de la iglesia. ¿Sabes cuál ha sido la respuesta? Algunos
afirman: «Evangelizar a todo el mundo, (¡esta es la que más se
repite!), «predicar al mundo», «buscar al perdido» y muchas otras
parecidas.
Como vimos en el capítulo anterior, una visión confusa paraliza.
Pero si además nuestra misión no está clara, el resultado inevitable
es pérdida (luego hablaremos de esto). Lo sorprendente es que la
mayoría la conoce, la ha escuchado y la repite pero,
desafortunadamente no la han internalizado. ¡No es lo primero que
sale de sus labios al hacer la pregunta! Son personas de muchos
años en la iglesia, líderes de experiencia; entonces, ¿cómo es
posible que la misión de la iglesia, su razón de existir y el motivo por
el cual será evaluado el éxito de nuestro trabajo no esté claro?
Puedo escuchar a alguno decir: «Entonces, ¿evangelizar no es
nuestra misión?». No, al menos no del todo. Es parte de la misión,
pero no expresa de forma completa nuestro objetivo como pueblo.
El resultado, naturalmente, es un ejercicio incompleto de lo que Dios
nos llamó a realizar. Para poder ser fieles, verdaderamente fieles a
Dios en el cumplimiento de la tarea, y ver el cumplimiento de la
promesa, necesitamos tener una comprensión completa de nuestra
misión.
ENTONCES, ¿CUÁL ES NUESTRA MISIÓN?
La respuesta a esta interrogante la encontramos de diferentes
formas en los cuatro Evangelios y en el libro de Hechos (Mateo 28:
19–20; Marcos 16: 15; Lucas 24: 46-49; Juan 20: 21-22; Hechos 1:
8).6 Cada uno de estos mensajes no solo fue dado a los discípulos
que rodeaban a Cristo sino a los que le seguirían posteriormente.7
Aubrey Malphurs en su libro Strategic Disciplemaking [Haciendo
discípulos de manera estratégica] da una visión global de lo que
estos textos nos señalan con relación a la Gran Comisión. 8 Para
una mejor comprensión del análisis del contenido hemos hecho
algunos ajustes y añadiduras a lo presentado por el autor.
Los textos nos muestran un caleidoscopio de lo que significa la
visión y la misión de Jesús para los discípulos modernos. Cada
autor inspirado presenta la misión con diferentes matices. Para
Marcos, la razón de ir es para cumplir el imperativo de predicar y
tener como resultado que el que creyere y fuere bautizado sea
salvo. Esta sería la visión del producto del evangelista Marcos.
Pero, por su parte, Mateo declara con mayor claridad cuál es la
misión que Cristo nos dejó y además señala cuál es el producto que
se espera: ¡un discípulo!
Discernir la importancia del discipulado en la trama de la misión de
Cristo viene como resultado del entendimiento del cuadro completo.
Un análisis del contexto de los cuatro Evangelios nos muestra que
Cristo esperaba que sus discípulos hicieran lo que él mismo había
hecho. Ellos debían imitar sus obras y buscar los mismos
resultados. Esa es la razón por la que los Evangelios se esmeran en
presentar el discipulado como una señal de lo que significa ser
seguidor de Cristo.9 En este sentido, Mateo expresa la reproducción
de lo que había pasado con Cristo y los discípulos como una
extensión de lo que debía pasar en el futuro. Es la presentación del
modelo de Jesús de forma integral. No obstante, será importante
mirar este texto en unión con los otros, ya que esto nos ayudará a
entender qué espera Jesús de los líderes de todos los tiempos;
como lo expresa Juan Carlos Cevallos:
«La llamada “Gran Comisión” no es patrimonio del Evangelio
de Mateo. En realidad, cada Evangelio cuenta con textos en
perspectiva propia, que tienen que ver específicamente con la
Gran Comisión, y todos son en gran parte diferentes pero
complementarios. Es necesario considerar todas aquellas
referencias para hacerle justicia en palabra y obra al gran
cometido, de otro modo seguirá siendo, como algunos la
llaman, la “gran omisión”».10
Por lo general invito a las personas que Dios ha puesto a dirigir su
iglesia a preguntarse: «¿Qué espera Dios de mí?». Estoy
convencido de que Dios llama a las personas y les da una visión
clara de la tarea que deben realizar. Así que, aunque podría tener
muchas alternativas que surjan de mi pensamiento, debo preguntar:
¿Cuál es el resultado final que se espera? Me interesa saber si mi
trabajo es poner ladrillos para que se construya un muro, o un gran
templo. La pregunta es: ¿Qué ayudaré a construir? Lograr construir
o no será la forma como evaluaré el éxito de mi esfuerzo.
Cuando los líderes de la iglesia están inmersos en la obra de Dios
(poniendo ladrillos); más allá de los ladrillos que usan, cómo y
cuándo los colocan, deben preguntarse cuál será el resultado final
que evaluará su trabajo. Los que solo ponen ladrillos hacen
programas, celebran actividades, promueven eventos, pero no ven
cómo eso está relacionado con el propósito final que se espera,
simplemente no solo sentirán que están en una rutina, sino que
perderán la pasión. Detengámonos un momento e imaginemos el
impacto de un pueblo unido bajo una misma misión y visión. ¡Eso es
lo que más teme Satanás! ¡Esto es lo que espera Dios!
¿CUÁL ES EL PRODUCTO FINAL QUE ESPERA CRISTO?
Como ya lo hemos mencionado, los cuatro Evangelios hablan de
la misión que Cristo encomendó a sus discípulos desde sus
distintas perspectivas. El contenido de su mensaje nos permite
comprender con mayor profundidad las implicaciones de la tarea
encomendada. No obstante, cuando Mateo se refiere a hacer
discípulos es el único que define el resultado esperado en palabras
que establecen no solo el efecto, sino el modelo a seguir para
conseguirlo. Los otros Evangelios lo pasan por alto, no porque
desprecien su importancia sino porque lo dan por sentado.
Permítanme señalar este aspecto mirando los siguientes textos con
detenimiento. Uno se encuentra en Mateo y el otro en Marcos.
1. «Y al oír Juan, en la cárcel, las obras de Cristo, envió a dos de
sus discípulos» Mateo 11: 2.
2. «Y los discípulos de Juan y los de los fariseos estaban ayunando;
y vinieron y le dijeron: “¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y
los de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan?”» Marcos 2: 18.
Estos dos textos nos muestran que la visión del ministerio de
Juan, de los fariseos y de Cristo, estaba centrada en el discipulado.
De la misma forma como los que seguían a Cristo eran conocidos
como discípulos (ver, por ejemplo, Mateo 5: 1, 8: 21, 23), los
seguidores del predicador del Jordán (ver Mateo 9: 14; 11: 2; 14: 12)
y de los fariseos eran identificados también como discípulos. Esto
resulta muy importante porque pone el tenor del modelo imperante
en los tiempos de Cristo. No era algo nuevo, ni único. Era parte de
la costumbre y de la cultura religiosa de la época. El tener discípulos
y hacer discípulos era la función de los líderes de aquellos
tiempos.11 Es por ello que el Evangelio de Marcos nos señala que
los fariseos comparan a los discípulos de Cristo con los discípulos
de Juan y con sus propios discípulos. Para los mismos fariseos el
hacer o tener discípulos no era novedad, ni llamativo, sino las
características del comportamiento de cada grupo de discípulos y el
número de discípulos que poseían (ver Juan 4: 1).
Esta realidad bíblica de la preeminencia del discipulado queda
completamente evidenciada cuando los líderes religiosos
interrogaron al que estaba ciego y había sido sanado por Cristo. El
joven sano, naturalmente les preguntó a sus interlocutores:
«¿Acaso queréis también vosotros haceros sus discípulos?» (Juan
9: 27). La respuesta de los líderes es más que esclarecedora. La
Escritura señala que ellos alegaron: «Tú eres discípulo de ese; pero
nosotros somos discípulos de Moisés» (Juan 9: 28). Es muy claro
que aún los líderes religiosos estaban bajo el entendimiento
completo de una cultura donde el discipulado no era parte de sino
que constituía la base de la experiencia espiritual. En este sentido,
la experiencia religiosa era definida, marcada o señalada por el
maestro a quien seguían. Es por ello que la ausencia del énfasis en
el discipulado en los otros Evangelios no puede ser considerado
como una disminución de su importancia, sino por el contrario,
como una afirmación velada de su aceptación. Por otro lado, quizás
el mismo trasfondo del énfasis a sus lectores judíos, hace
imprescindible que Mateo afirme que la misión de los seguidores de
Cristo debía concentrarse en hacer discípulos. ¡Esta era su
cosmovisión!12
Es muy importante comprender que fue esta la cosmovisión de
Cristo cuando definió su modelo de liderazgo. Sin embargo, Jesús
purificó este modelo de las enseñanzas y prácticas que se le habían
adherido y casi habían destruido la verdadera experiencia del
discipulado por los líderes de aquel tiempo, mostrando un nuevo
modelo. Él no solo afirmó la tarea y los resultados del discipulado,
sino que la aclaró para que sirviera de brújula a quienes a través de
los siglos seguirán también sus pisadas, como su modelo.
Teniendo clara la cosmovisión de los tiempos bíblicos, podemos
entender la importancia de lo expresado por Cristo y registrado por
Mateo. ¿Por qué? Es evidente que nosotros no vivimos en la misma
cultura de aquellos discípulos. No somos judíos y estamos a miles
de kilómetros de distancia. De alguna forma nuestra lectura de la
Palabra de Dios está condicionada por nuestra propia cosmovisión.
Sin embargo, si deseamos comprender plenamente lo que Dios
espera que hagamos necesitamos valorar el contenido bíblico
desde la perspectiva de quienes lo escucharon por primera vez.
¿Cómo entendieron ellos su misión? ¿Cuál era el resultado que se
esperaba? Esto nos acercará a la verdad expresada en la Biblia.
La mejor forma de entender este aspecto es dando una mirada a
la misión a la luz del Evangelio de Mateo. La palabra «discípulo»
merece nuestro estudio y consideración para que podamos
comprender la tarea y el resultado al que Dios nos ha llamado. De
manera que dedicaremos el próximo capítulo a dicho estudio.
EL DISCIPULADO NO ES UNA OPCIÓN
Para terminar de explicar la importancia del discipulado en el
devenir del liderazgo bíblico contemporáneo es necesario analizar la
forma en que Mateo registró la encomienda de hacer discípulos.
Una exégesis del pasaje nos dice que el verbo principal del texto es
haced discípulos (μαθητεύσατε) y que se encuentra en modo verbal
imperativo, expresando un mandato. Todos los demás verbos están
en conexión con este verbo principal. De esta forma el escritor
bíblico pone de manifiesto el papel preponderante que tiene el
discipulado en la misión de la iglesia.13
El discipulado no es una opción más, es la única alternativa que el
Maestro dejó para que la iglesia pudiera cumplir la Gran Comisión.
Como consecuencia, hacer discípulos debe ser la tarea central; y su
comprensión, la meta más importante del líder transformador de
estos tiempos. Hacer discípulos no es una obra opcional de la
iglesia, sino la razón de ser de la misma. Mientras comprendía esta
realidad, un sentimiento de inquietud surgía en mi corazón y vino a
mi mente una pregunta: «¿Por qué no me había percatado de esto
antes al analizar mi ministerio?». No se trataba de que no lo había
pensado o estudiado en el seminario; sino de que no había
comprendido que mi liderazgo debía girar en torno a este único
propósito si esperaba ajustarme al modelo de Cristo. ¿Por qué nos
perdimos? ¿Por qué la palabra «discípulo» resulta vetusta y sin
sentido, raramente mencionada e incluso relegada a una etapa,
momento o programa de instrucción cuando se trata del mapa sobre
el cual debe organizarse todo lo que realiza la iglesia?
El discipulado es una orden que Cristo dio a sus seguidores y que
no debe ser tomada a la ligera. Todas las demás acciones se
subordinan a este propósito supremo. Por esta razón Elena G. de
White señaló que «las últimas palabras que Cristo dijo a sus
discípulos fueron: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo”. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones”». Luego agrega: «A nosotros también se nos da la misma
comisión».14 Además la señora White escribió que:
«Sobre todos los que se dedican a la obra del Señor descansa
la responsabilidad de cumplir su comisión: “Por tanto, id, y
haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 19-20)».15
La forma en que la escritora aborda el contenido de la Gran
Comisión nos muestra la importancia que esta debiera tener para
nosotros. Hemos de estudiar su significado más profundo, pues esta
es la clave para comprender lo que significa un liderazgo de éxito
desde la perspectiva bíblica. De esta declaración se desprende
cómo debemos evaluar lo que hacemos. ¡Es un pensamiento
solemne! ¡Un pensamiento transformador!
Los líderes transformadores ven su liderazgo como una extensión
y reproducción del modelo de liderazgo de Cristo. Como
consecuencia, tienen el mismo propósito: ¡Hacer discípulos! En este
sentido, su forma de evaluar lo que hacen cada día en la iglesia
tiene que ver con todo lo que implica reproducir el modelo de
discipulado en la iglesia y con tener los mismos resultados
transformadores de Cristo: hacer verdaderos discípulos. Muchas
veces he dicho que no debemos desarrollar nuestra propia visión y
misión y pedir a Dios que la bendiga, sino hacer fielmente lo que
Dios nos ha mostrado y prometido que él va a bendecir. La Escritura
nos anima a no añadir ni quitar, sino a cumplir. ¿Puede imaginar lo
que sucederá en su iglesia si comienza desde hoy a realizar los
cambios necesarios para que su liderazgo sea más como el de
Cristo?
Sin embargo, mi querido lector, puede que usted se cuestione:
«¿Acaso no es eso lo que hemos estado haciendo todo este
tiempo? ¿Qué tiene de nuevo?». Para responder a estas y otras
preguntas le invito a continuar este estudio del modelo de liderazgo
transformador de Cristo.
__________
1. Kent y Barbara Hughes, Liberating Ministry from Success Syndrome (Wheaton: Tyndale,
1987) Citado por MJohn F. MacArthur, El ministerio pastoral, p. 463.
2. Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 17, la cursiva es nuestra.
3. Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, p. 98, la cursiva es nuestra.
4. Ibíd., p. 308.
5. Mark Finley, Para recibir el Espíritu Santo, 10 días en el Aposento Alto (Buenos Aires,
argentina: ACES), p. 52.
6. Un estudio detallado lo encontramos en Aubrey Malphurs, Strategic Disciplemaking, A
Practical Tool for Successful Ministry, (Grand Rapids, Míchigan: Baker Publishing Group,
2009), pp. 13-19
7. «El libro de Hechos declara que los discípulos asumieron el liderazgo de la iglesia
primitive bajo el título de “apóstoles” (solo se les llama así en Hechos para resaltar su
nueva función). De manera que su misión se convirtió en la misión de la iglesia. Aunque
eran apóstoles, todavía eran discípulos y representaban a todos los discípulos de Cristo»
(ibíd., p. 16).
8. Ibíd., p. 17.
9. El libro de Hechos continúa con el mismo pensamiento de los Evangelios. Los
seguidores de Cristo son conocidos como discípulos. Hechos 6: 1-2 nos muestra de
manera muy clara esta realidad: «En aquellos días, como creciera el número de los
discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de
aquellos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la
multitud de los discípulos, y dijeron». Véase también Hechos 6: 7; 9: 1, 10, 19, 25, 26,
36, 38; 11: 26, 29; 13: 52; 14: 20, 21, 22, 28; 15: 10; 16: 1; 18: 23, 27; 19: 1, 9; 30; 20: 1,
7, 30; 21: 4, 16.
10. Juan Carlos Cevallos y Rubén O. Zorzoli, Comentario bíblico mundo hispano, Tomo 16:
Lucas (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2007), p. 368.
11. Juan 4: 1 nos muestra claramente la realidad del énfasis del discipulado en la vida de
Juan y de Cristo cuando señala: «Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos
habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan».
12. Ver Dan Nässelqvist, Disciple, ed. John D. Barry et al., The Lexham Bible Dictionary
(Bellingham, Washington: Lexham Press, 2016).
13. Ver Asdrúbal Rıo ́ s, Comentario bı́blico del continente nuevo: San Mateo (Miami,
Florida: Editorial Unilit, 1994), p. 335; Daniel Carro et al., Comentario bı́blico mundo
hispano: Mateo (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 1993). «En este pasaje hay
tres gerundios del tiempo presente, subordinados al verbo principal haced discípulos,
que toman su fuerza de este imperativo. Para poder llevar a cabo el mandato de Jesús,
es necesario que los discípulos obedezcan “yendo”, “bautizando” y “enseñando”», p.
377.
14. Elena G. de White, El evangelismo, p. 13.
15. Elena G. de White. Consejos sobre salud, p. 236.
«PASTOR, ¡TÓMEME COMO SU DISCÍPULO!». Eso me dijo aquel
joven después de haber estado traduciendo por unas dos horas el
mensaje que estaba impartiendo a más de cincuenta pastores en el
lugar. Inmediatamente añadió: «Yo quiero aprender todo lo que
usted sabe y quiera enseñarme».
La declaración de aquel día de mayo del 2018 me tomó por
sorpresa y me dio temor. ¿Por qué? La razón es que hablamos de
discipulado, enseñamos de discipulado, pero no vivimos en un
ambiente donde usemos esta palabra con regularidad. Muy
diferente a la realidad en los días de Cristo, Juan, Pablo, Pedro o
Apolos. Los seguidores del Señor experimentaban una relación de
discipulado. Pero, ¿qué es un discípulo?
Esta pregunta es trascendental porque define el producto que Dios
espera. ¡Es lo que significa éxito para Dios! Es la forma como se
evaluará el trabajo del pastor o de cualquier dirigente, porque es el
resultado de la misión que debemos cumplir. Se trata del fruto que
Dios busca con vehemencia como resultado de todos nuestros
esfuerzos. Por supuesto, no se trata de comparar quién tuvo más
discípulos, si Jesús o Juan, sino de examinar si fuimos fieles en
hacer discípulos de Cristo a todos los que podíamos, como
resultado de nuestro trabajo. Las circunstancias pueden variar, pero
la cosecha o fruto del trabajo debe ser el mismo: ¡un discípulo! En
esto constituye el éxito de la misión.
Pero profundicemos en el entendimiento de lo que es un discípulo.
La claridad de la naturaleza del discípulo nos guiará en la creación y
ajuste de la forma en que se hacen discípulos en la iglesia. No se
trata de cómo luce ni qué hace un discípulo, eso lo estudiaremos
más detenidamente en el próximo capítulo, sino de qué es lo que lo
distingue como tal. ¿Qué hace que un discípulo sea discípulo?
Existen diferentes formas de abordar este tema. Uno de los más
usados es el estudio lingüístico. De esta forma se busca el
entendimiento semántico del significado de la palabra «discípulo».
Partamos de este nivel para comprender el sentido del término y
luego veremos la perspectiva de algunos autores para cerrar
profundizando en un análisis bíblico que nos brinde una visión más
relevante y comprensible desde nuestra cosmovisión
occidentalizada. Dicho de otra forma, desde la definición del término
y sus diferentes posturas, avanzaremos en la interpretación
teológica, considerando su contexto bíblico, para la creación,
aplicación y evaluación de un significado contemporáneo que nos
oriente en la misión primaria de nuestro liderazgo espiritual.
La palabra griega para «discípulo» es matetes (μαθητής) y
significa seguidor,1 partidario de las enseñanzas de un maestro,2
estudiante o aprendiz.3 Como podemos ver, esta diversidad de
significados va desde lo abstracto, pasando por lo intelectual, hasta
lo funcional. Tomando en consideración estas indicaciones podemos
definir de forma preliminar que un discípulo es un estudiante y
seguidor de las enseñanzas de un maestro.
Por una parte, esta definición de discípulo plantea la necesidad de
un maestro para que pueda existir un discípulo. Los discípulos
surgen de la existencia de los maestros y no a la inversa. Nadie
aprende si no hay quien enseñe. Por otro lado, este concepto
establece una actitud de aprendizaje por parte del discípulo. Por lo
menos desde la perspectiva semántica, podemos concluir que los
discípulos están comprometidos a aceptar y a poner en práctica las
enseñanzas del maestro.
Sin embargo, los diferentes autores no captan estos conceptos de
la misma manera. Russel Burrill afirma que se han dado muchas
definiciones con relación al significado de «discípulo»; sin embargo,
para este autor, las definiciones parecen ser más misiológicas que
bíblicas.4 Algunos como McGavran señalan que el discipulado inicia
simplemente cuando el ser humano viene a Cristo, sin conocer
todavía todas su enseñanzas, para continuar avanzando en el
perfeccionamiento de su vida espiritual posteriormente.5 Para Burrill
el inicio del discipulado significa más que eso, implica el
conocimiento de las enseñanzas fundamentales de Cristo, la
aceptación de su señorío y el inicio de un servicio a Dios en ocasión
del bautismo. En la opinión del autor, cuando la persona se bautiza,
recibe también un «símbolo de la ordenación para el ministerio de
todos los creyentes».6
Por su parte, Wilkins señala en el capítulo 2 de su libro cinco
modelos de definición de discipulado.7 Los discípulos como
aprendices,8 creyentes,9 ministros,10 conversos que serán
perfeccionados posteriormente11 y verdaderos creyentes que entran
a la vida del discipulado en el mismo momento de su conversión.12
Por supuesto, cada una de estas definiciones tiene sus
implicaciones. Por un lado están los que son pasivos ante la misión,
por otro lado los que son activos y finalmente la tendencia que
incluye ambos: reciben y comparten, aprenden y enseñan, crecen y
forman a otros. Además, surgen las siguientes preguntas que son la
razón del entendimiento del discipulado: ¿Pueden aplicarse todas
las demandas del discipulado a nuestro tiempo? ¿Cómo se
reconcilia el ministerio de Cristo con la multitud y los discípulos?
¿Cuál es la función de los discípulos y cómo se reconcilian los
pasajes aplicados a ellos con los de los actuales seguidores de
Cristo?
__________
1. Según Pablo A. Deiros, «Modelo» es un «patrón de relaciones conceptuales que se
propone de alguna manera imitar, duplicar o ilustrar analógicamente un patrón de
relaciones en las observaciones que se realizan del mundo, tales como los patrones de
conducta social o religiosa». Pablo A. Deiros, «Prefacio a la Edición Electrónica»,
Diccionario Hispano-Americano de la misión (Bellingham, Washington: Logos Research
Systems, 2006).
2. La palabra usada para «transformación» es μεταμορφόω o metamorfoo, del cual viene la
palabra «metamorfosis», según Pedro Ortiz V., Concordancia manual y diccionario
Griego-Espanol del Nuevo Testamento (Miami: Sociedades Bıb ́ licas Unidas, 2000).
3. Christopher Shaw, Alza tus ojos (San José, Costa Rica: Desarrollo Cristiano
Internacional, 2005).
4. Jim Putman, Real-Life Discipleship Training Manual (NavPress, Edición de Kindle)
Posición en Kindle1860-1861.
5. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, p. 560.
6. Elena G. de White, La educación, p. 78.
«PASTOR, ¿cómo podemos cambiar la condición de la iglesia?».
Esta fue la pregunta que me lanzó aquel experimentado anciano;
arduo luchador espiritual que incasablemente había intentando
durante muchos años mantener a los miembros activos en la misión
y hacer crecer su congregación. Había dedicado su vida a reclamar
el cumplimiento de las promesas de Dios en su persona y en su
iglesia. Pero tras avanzar y retroceder, triunfar y salir derrotado,
ganar almas y quedarse solo, sin recibir el apoyo de los miembros
de su congregación, se sentía agotado y frustrado. ¡Su liderazgo
parecía una montaña rusa!
¿Cree que la experiencia de este líder es única o que representa
el sentimiento de muchos de los que hoy han puesto la mano en el
arado? ¿Puede imaginar lo que sintió aquel dirigente? Su deseo y
anhelo era hacer lo mejor. Sin embargo, su deseo no fue suficiente.
En mi ministerio como pastor he encontrado a decenas de
dirigentes que experimentan las mismas emociones y
pensamientos.
En el capítulo anterior iniciamos la descripción de los
componentes que intervienen en la creación de un sistema de
discipulado según el modelo de Cristo. Cada componente es
importante si queremos alcanzar el éxito en la obra de
transformación. El propósito de este capítulo es completar la visión
del modelo del Maestro, ahondando más profundamente en los
aspectos prácticos que ya hemos mencionado. Empecemos
repasando el esquema del capítulo anterior.
En la siguiente gráfica podemos ver el modelo práctico de
enseñanza de Cristo para cumplir la tarea del discipulado y
compartir su mensaje a todas las personas. En la misma notaremos
los tres actores sociales que participan para llevar adelante con
éxito el discipulado. Basado en lo que conocemos de la Biblia y el
Espíritu de Profecía1 trataremos de comprender cómo funcionaba
realmente el método de Jesús. Analizaremos: ¿Cuál fue el secreto
de la enseñanza de Jesús? ¿Cómo aprendieron los discípulos?
¿Cómo conquistó las multitudes? Al dar respuesta a estas tres
interrogantes veremos cómo Jesús hizo discípulos.
EL SECRETO DE LA ENSEÑANZA DE CRISTO
Jesús tenía dos grandes propósitos en su ministerio. El primero
fue la formación de los discípulos; el segundo, su trabajo de
predicación, enseñanza y sanidad a la multitud que le seguía.
Resulta importante destacar esta gran verdad al considerar el doble
papel del ministerio. En el contexto de la estrategia del discipulado
Jesús cumplía una misión especial: Servía de modelo para los
discípulos, es decir, ponía en práctica sus enseñanzas, mostraba
los métodos antes de enseñarlos, ilustraba con su vida las técnicas
del ejercicio del ministerio antes de enseñarlos a sus seguidores.
Fue por esta razón que en algunas circunstancias los discípulos no
entendían cuando veían a Jesús hacer algo. Primero Jesús
mostraba, luego enseñaba. Jesús les dijo en una oportunidad a uno
de ellos: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo
entenderás después» (Juan 13: 7). ¿Por qué dijo eso Cristo? Él
había lavado los pies de sus discípulos, bajo la mirada sorprendida
de cada uno de ellos. No podían comprender cómo su Maestro
podía hacer el trabajo de un esclavo. Pedro intentó detenerlo
porque no comprendía lo que Jesús estaba haciendo.
Posteriormente, Jesús dio la explicación de sus actos:
«Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su
manto, volvió a la mesa, y les dijo: “¿Sabéis lo que os he
hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien,
porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado
vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como
yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto
os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es
mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hiciereis”» (Juan 13: 12-17,
RV60).
Esta escena al final de su ministerio ejemplifica con claridad el
modelo de la enseñanza de Cristo. Contrario a lo que alguno podría
llamar el secreto de los grandes dirigentes espirituales —decir y
luego hacer—, Jesús iba un paso adelante. Él hacía, luego decía. El
autor Daniel Lancaster afirma en su libro Making Radical Disciples
[Haciendo discípulos radicales]: «Las personas hacen lo que ven
que su modelo hace».2 Sobre este principio Jesús desarrolló su
estrategia de discipulado. ¿Podría ser esta la razón de la escasez
de compromiso y participación en las iglesias de hoy en día?
Las iglesias y los líderes modernos deberíamos preguntarnos si
estamos dispuestos a implementar este modelo en nuestro
ministerio. Es interesante notar que este modelo de Cristo rompió
con el paradigma de enseñanza contemporáneo. ¿Recuerda las
palabras que Jesús dirigió a los fariseos?
«En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.
Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y
hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen,
pero no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las
ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un
dedo quieren moverlas» (Mateo 23: 2-4).
Existen dos modelos de enseñanza: 1) establecido por Cristo, en
el que su vida estaba acompañada por sus palabras; y 2) el de los
fariseos, cuyas vidas negaban sus palabras. Este contraste marca
las tendencias que aún existen en nuestro tiempo y que se
manifiestan de diferentes formas.
La Escritura nos enseña que debemos evaluar todo por sus frutos
(ver Mateo 7: 15-20). Por lo tanto, debemos considerar seriamente
la transformación de nuestro modelo de enseñanza y formación de
discípulos según el modelo de Cristo en la iglesia si esperamos
reproducir sus mismos resultados.
El modelo práctico de Cristo tiene un poder especial. Se basa en
la autoridad moral del ejemplo incluso en medio del sacrificio. Pedro
escribió: «Para esto fuisteis llamados; porque también Cristo
padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus
pisadas» (1 Pedro 2: 21). Y aquí está la clave. Solo el que predica lo
que vive puede decir con autoridad: ¡sigan mi ejemplo! Este tipo de
liderazgo y enseñanza marca un paradigma que distingue el
liderazgo de Cristo de todos los demás. Es el único que puede
esperar la imitación. La naturaleza de este liderazgo se ve reflejada
plenamente en la expresión común usada por Cristo para llamar
discípulos: «sígueme». No es simplemente una expresión
metafórica. ¡Es una experiencia de vida!3
EL SECRETO DEL APRENDIZAJE DE LOS DISCÍPULOS
En contraste con el método de memorización, el aprendizaje de
los discípulos fue vivencial y significativo. Se relacionaban
imágenes, sonidos, colores y emociones de forma permanente.
Ellos usaron los sentidos en la asimilación de los conceptos que
Cristo les enseñó. Este modelo de aprendizaje queda reflejado en lo
que escribiera el discípulo Juan: «Lo que hemos visto y oído, eso os
anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con
nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y
con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1: 3). Lancaster afirma con
propiedad que «escuchar, ver y hacer son los tres maestros que
tenemos».4 La observación con todos sus sentidos era la forma
como ellos conocerían la verdad. Natanael experimentó este tipo de
aprendizaje cuando Jesús le dijo: «¡Ven y ve!» (Juan 1: 39).
También este tipo de aprendizaje difería con las costumbres de los
días de Cristo. David E. Bjork en su libro, Cada creyente un
discípulo describe la manera como ocurría el proceso normal del
discipulado en los tiempos de Cristo.
«El discípulo del primer siglo aprendió todas las cosas de su
maestro. Él aprendió sus historias, sus hábitos, su manera de
guardar el sábado, y sus interpretaciones de la Torah. Y
cuando el discípulo había aprendido todo lo que su maestro
sabía, él comenzaba a enseñar a sus discípulos».5
Sin embargo, en el caso de Cristo, existe una manifiesta diferencia
a lo que ocurría de forma común y corriente. Además de usar todos
los sentidos en el aprendizaje, sus seguidores estaban al mismo
tiempo activos en la formación de otros discípulos. ¡Aprender
haciendo! Los discípulos fueron encargados de alimentar a los más
de cinco mil, servir a los necesitados, sacar demonios, predicar el
evangelio, buscar un pollino y preparar un lugar para la Pascua,
entre otras tareas. Apoyaron a Cristo y cumplieron la misión por sí
mismos. Aprender a ser discípulos se parece más a aprender a
manejar que a ir a una escuela, sentarse y escuchar informaciones.
El resultado de este tipo de aprendizaje es doble. Por lo vivido, las
enseñanzas podrían ser recordadas durante el resto de sus vidas.
Los años pasaron y sus cuerpos envejecieron, pero los tres años y
medio que vivieron junto al Salvador siempre estuvieron en sus
corazones. En segundo lugar, es la única manera en que se forma
un verdadero testigo del poder del evangelio. Todo discípulo debe
estar empoderado por la experiencia de su vida, dar testimonio de lo
que Dios ha hecho en la vida de otros por medio de su ministerio.
Podemos resumir en el siguiente cuadro las diferencias entre estos
dos sistemas de aprendizaje.
__________
1. Elena G. de White afirmó: «El Salvador les dio lecciones prácticas a los discípulos, al
enseñarles cómo trabajar de tal manera que las almas se regocijaran en la verdad.
Manifestó simpatía por los desanimados, los que soportaban cargas pesadas y los
oprimidos. Alimentó al hambriento y sanó al enfermo. Anduvo constantemente haciendo
el bien por todas partes. Interpretó el evangelio para los seres humanos mediante el bien
que realizó, por sus palabras llenas de amor y mediante sus actos de bondad», Consejos
para la iglesia, p. 560. La cursiva es nuestra.
2. Daniel B. Lancaster, Making Radical Disciples: Easily Make Disciples that Follow Jesus
and Multiply in 60 Days or Less (T4T Press, edición de Kindle), Posición en Kindle 2186.
3. Christopher Shaw, Alza tus ojos (San José, Costa Rica: Desarrollo Cristiano
Internacional, 2005). Esto se refiere a que la tarea de enseñar a otros estaba
fundamentada en una práctica personal. No estaban librados de cumplir los
mandamientos que estaban comunicando a otros. Al contrario, sus ministerios estarían
construidos sobre la sólida base de la vivencia personal. Esto aseguraba que la
enseñanza que impartirían a otros nunca procedería del plano de lo teórico, que es una
de las razones por las cuales mucha de la enseñanza en nuestros tiempos no impacta:
está apoyada en una comprensión intelectual de la vida espiritual y no en una
experiencia cotidiana. Es precisamente esta vivencia diaria la que le otorga a un maestro
verdadera autoridad espiritual.
4. Daniel B. Lancaster, Making Radical Disciples: Easily Make Disciples that Follow Jesus
and Multiply in 60 Days or Less, Posición en Kindle 442-443.
5. David E. Bjork, Every Believer a Disciple!: Joining in God’s Mission (Langham Creative
Projects), p. 64.
6. Aubrey Malphurs, Strategic Disciple Making: A Practical Tool for Successful Ministry
(Baker Publishing Group), p. 48.
7. Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 17.
8. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 86.
9. Elena G. de White, La educación, p. 78.
10. Greg J. Ogden, Discipulado que transforma: El modelo de Jesús (Barcelona: Editorial
CLIE, Edición Kindle), posición en Kindle 2237-2238.
11. Ibíd.
12. Robert E. Coleman, The Master Plan of Evangelism (House of Majied Publications,
Edición de Kindle), Posición en Kindle 257.
13. Carlos Scott, Recursos misioneros para la iglesia local (Buenos Aires, Argentina:
Carlos Scott, 2012), p. 124.
14. Elena G. de White, La educación, p. 77.
15. Eims, LeRoy, The Lost Art of Disciple Making (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan,
2009), p. 33.
16. Elena G. de White, El evangelismo, pp. 57-58, la cursiva es nuestra.
«DENME CIEN HOMBRES que no teman más que al pecado y no
deseen más que a Dios y cambiaré el mundo». Esta afirmación de
John Wesley, el gran predicador inglés del siglo XVIII, revela la
visión de este poderoso instrumento de Dios para el gran
reavivamiento espiritual de Gales, en el Reino Unido. Él poseía una
clara convicción. Su visión y liderazgo estaban enfocados en la
transformación de las vidas de las personas. Muchos hoy están
buscando los mejores métodos para hacer grandes cosas, pero
Cristo se dedicó a transformar a hombres para impactar al mundo.
Este material que tiene en sus manos trata acerca de la
transformación de personas, iglesias y organizaciones. Trata acerca
de cómo ¡ser líderes que transformen!
Wesley agregó: «Estoy más convencido que nunca de que
predicar como un apóstol sin juntar a los que han sido despertados,
y sin entrenarlos en los caminos de Dios, es nada más que
engendrar hijos para el diablo».1 Esta visión o cosmovisión acerca
de la importancia de la formación o discipulado de los miembros
luego de su bautismo fue el más grande de los secretos de su
liderazgo.
«¡Necesito esa visión en mi vida, Señor!», fue mi oración tras
comprender por qué el ministerio de Wesley había sido tan
extraordinario. Durante casi dos décadas, yo había sido un
evangelista dedicado a campañas en grandes y pequeños lugares,
nacionales e internacionales, por radio y por televisión; pero esta
visión transformó mi concepto e inició un nuevo camino para mi
ministerio. El pensamiento de formación de discípulos como el gran
secreto del cambio de la iglesia llegó a ser magnético, impactante y
prioritario. ¡El Señor me cambió!
Para alcanzar la meta que tenía en su mente, Wesley desarrolló
un sistema para que el miembro de iglesia pudiera madurar. Las
palabras y obras de este fervoroso avivador espiritual del siglo XVIII
aprobaron su convencimiento en relación al papel que ejercen los
líderes en el desarrollo de los miembros de iglesia. Como
consecuencia, su trabajo, visión y liderazgo permean todavía el
horizonte religioso contemporáneo. Abundantes libros y
disertaciones continúan promoviendo un desarrollo espiritual como
fundamento de su práctica o disciplina espiritual. ¡Todo miembro
debe saber «seguir» a Jesús!
Existen muchas iglesias y líderes que hoy buscan fervorosamente
que ocurra un verdadero reavivamiento en su seno. Tienen un gran
sueño. Necesitan ver y experimentar a Dios obrando con poder.
Anhelan ser usados por Dios para impactar su vecindario y el
mundo. ¿Qué deben hacer? La respuesta es la misma desde los
días de Cristo: ¡Hagan discípulos que guarden todas las cosas que
el Señor les ha mandado! ¡Formen la clase de miembros que
trastornarán al mundo! (ver Hechos 17: 6).
En los capítulos anteriores estudiamos los componentes más
importantes que la Biblia nos enseña acerca de la estrategia de
discipulado. Le recomiendo volver a leer cada uno de estos
principios y compartirlo con los miembros de su iglesia. El estudio y
la enseñanza a otros tendrán el mismo efecto que ya hemos
estudiado; aprenderá realmente las verdades señaladas. Por lo
tanto, es difícil, sino imposible, querer aprender de discipulado sin
poner inmediatamente en práctica el discipulado. ¡Manos a la obra!
¡Prepárate para hacer discípulos como Jesús!
¿CÓMO HIZO DISCÍPULOS JESÚS?
Ahora profundicemos en la comprensión del modelo de
discipulado de Cristo. Cada vez que conozca un poco más de la
forma como Jesús formó a sus seguidores se llenará de confianza
en que es posible ver la transformación de su ministerio, liderazgo e
iglesia. La razón es que verá lo poderoso y efectivo del método de
Cristo, a la vez que su sencillez. ¡Esta fue la intención de Jesús
cuando lo estableció! Hace poco hablé con un pastor que estaba
observando cómo su distrito cambiaba gracias a la aplicación de los
primeros principios de liderazgo expuestos en mi otro libro: Un
liderazgo que impacte. ¿Y sabe por qué? Porque se trata de seguir
las pisadas de Cristo y experimentar su poder. El pastor me decía
emocionado que, al inicio del año, apenas comenzando el segundo
mes, la iglesia que a duras penas bautizaba cuatro personas con un
predicador traído de afuera en todo el año, ahora, con sus mismos
ancianos y siguiendo el plan de Cristo habían bautizado diez almas
en el primer mes del año. Sí, ¡diez almas! Seguir los principios es el
secreto para el éxito.
Por eso la pregunta cobra importancia. Esta interrogante, que hoy
resulta tan pertinente, no lo fue así para los discípulos de Cristo.
Cuando él los envió a cumplir la Gran Comisión, ninguno le
preguntó cómo lo harían. La razón fue que ellos sabían que lo único
que debían hacer era reproducir paso por paso lo que su Maestro
había hecho con ellos. Según David Bjork: «Cuando ellos (los
discípulos) escucharon a Jesús decir “hacer discípulos”, el primer
pensamiento de Pedro, Santiago y Juan fue sin duda que ellos
podrían encontrar a otros individuos que serían formados
exactamente como ellos habían sido formados por Jesús».2
Sin embargo, la distancia en el tiempo y el espacio, el ajuste
hecho a antiguos procesos o la creación de otros nuevos influyó
para que muchos de los que hoy seguimos a Cristo no
experimentemos el mismo modelo de Jesús con sus discípulos.
Esta es la razón por la cual, en la mayoría de los casos, los
resultados alcanzados son dolorosos, frustrantes y apenas
temporales, no permanentes. Y la razón es muy clara: ¡No se puede
mejorar el método de Cristo!3 «Cristo mismo nos ha dado el ejemplo
de la forma como debemos trabajar».4 Y él esperaba que fuera así.
Permíteme, apreciado lector, establecer el marco general del
discipulado bíblico desde su inicio para llegar luego a su desarrollo y
madurez. Para ello volvamos a tomar como base el contenido de la
comisión de Mateo 28: 18-20:
«Jesús se acercó a ellos y les habló diciendo: “Toda autoridad
me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y
hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles que guarden todas les cosas que os he
mandado. Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días,
hasta el fin del mundo”» (RVA15).
Estoy de acuerdo con Robert Coleman y otros autores cuando
afirman que el estudio de la misión en Mateo puede verse con
«mayor claridad cuando se estudia el texto griego y se analiza que
los verbos “ir”, “bautizar”, y “enseñar” están todos en participio y que
además, estos participios derivan su fuerza del verbo principal
“hacer discípulos”».5 ¿Qué significa? Que por el Espíritu Santo
Mateo quería dejar muy en claro el proceso básico del discipulado.
Para hacer discípulos ellos deberían cumplir tres funciones
simultáneas: Ir, bautizar y enseñar. Estas tres acciones conforman
el escenario del discipulado. En este capítulo y el siguiente
analizaremos cada una, pero sería bueno resaltar que, dado que las
tres acciones son simultáneas, hemos de desechar el modelo que
las coloca como un ciclo. A continuación, podrá observar los dos
modelos y comprender lo que estamos señalando. El modelo cíclico
es el modelo comúnmente usado para cumplir la misión. Pero el
modelo sincrónico, es el que Cristo estableció en la Gran Comisión.
«IR»
Recuerdo muy bien cómo a mediados de 1995 la iglesia me envió
a predicar a Bogotá, Colombia. ¡Era mi primera misión fuera de mis
tierras! No se trataba de una obra a distancia, implicaba
movimiento. No podía pensar en invitar a las personas para que
fueran a donde yo estaba. Este fue el primero y más importante
viaje a otros lugares. Desde allí he tenido que recorrer decenas de
miles de kilómetros para cumplir la tarea de predicar o de formar
líderes de congregaciones en muchos países.
EL TEMPLO NO ES EL ESCENARIO PRINCIPAL
«Ir» es una de las acciones de la comisión evangélica. Es uno de
los aspectos que necesita todo nuestro análisis y consideración. La
palabra «ir» en nuestras Biblias es la traducción de la palabra griega
poreuomai (πορεύομαι), que significa «moverse de un lugar a
otro».6 Por su parte, Tuggy agrega que la palabra implica: «irse, ir,
marcharse, viajar, apartarse».7 Es claro el sentido de movimiento
que tiene el discipulado del modelo de Cristo. No se trata de un
modelo estático, de asentamiento, sino de un movimiento de lugar
hacia los sitios objetivos.
Se puede percibir claramente que el modelo de Cristo no está
centrado principalmente en lo que ocurre en el templo. Él estuvo en
el Templo para las fiestas y visitó las sinagogas los sábados pero su
ministerio estuvo enfocado en ir a donde se encontraban las
personas. Una de las características que resaltan de la obra de
Cristo, es un ministerio orientado a la expansión territorial. Él se
esforzaba en visitar todos los lugares geográficos que se
relacionaban con las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Los Evangelios muestran con claridad esta intención y es
interesante las referencias recurrentes a los lugares a donde iba
Cristo que aparecen en el registro bíblico. En algunos casos se
hace mención de la región, en otros de la ciudad. Se habla de las
regiones de Judea, Samaria, Galilea, Tiro, Sidón, Decápolis y al otro
lado del Jordán (ver Mateo 4: 25, Hechos 1: 8). Estuvo en
Jerusalén, Gadara, Capernaúm, Betzaida, Corazín, Betania, estuvo
en las fiestas o cenas en las casas (Simón y Lázaro) o al aire libre
en las montañas; no permanecía mucho tiempo en un lugar;
siempre estaba en movimiento para cumplir la misión de «enviado
de Dios». En resumen, podríamos decir que la «calle» y no el
«templo» fue el escenario donde el Señor realizó su labor. No se
trataba de invitar a las personas a asistir a un lugar fijo donde él
estaba, sino de ir tan cerca donde ellos pudieran escucharle.
¡Incluso a las casas de los publicanos como Zaqueo!
SE REPRODUCE EL MODELO DIVINO
Este modelo de acercamiento de Jesús a las personas con un
propósito responde a un modelo establecido por el mismo Dios. La
Escritura nos muestra cómo Jesús enfatizaba que él mismo había
sido enviado. El Evangelio de Marcos registra: «El que reciba en mi
nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me
recibe, no me recibe a mí sino al que me envió» (Marcos 9: 37, la
cursiva es nuestra). Y Juan afirma que el Maestro señaló: «Como
me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que
me come, él también vivirá por mí» (Juan 6: 57, la cursiva es
nuestra). Ser un «enviado del Padre» explicaba la razón de la
presencia de Cristo en el mundo.
En la Gran Comisión, por tanto, se resalta la reproducción del
mismo modelo que Dios propició. En este caso, Cristo envía a sus
discípulos de la misma forma como él había sido enviado.
«Entonces Jesús les dijo otra vez: “Paz a vosotros. Como me envió
el Padre, así también yo os envío”» (Juan 20: 21). La Escritura nos
muestra que Jesús «envió» a los discípulos como él mismo había
sido enviado por el Padre. De esta manera Jesús resalta las dos
características fundacionales de la Gran Comisión: 1) tiene su
modelo en Dios y 2) debe ser reproducida por nosotros, como Cristo
lo reprodujo del Padre.
LA REPRODUCCIÓN DEL MODELO DE CRISTO
Otro aspecto que es necesario analizar con la acción de «ir» es
que además de reproducir lo que Dios había hecho, Jesús buscaba
una multiplicación de los enviados. Ahora él enviaba a todos sus
discípulos para cumplir la tarea. No se trataba de incluir a uno o
dos. Ahora los obreros se multiplicaban para la cosecha. En
consecuencia, se multiplicarían los lugares y las personas que
podrían ser alcanzados con el mensaje. Esta metodología no solo
estaba en absoluta concordancia con su mensaje: «El reino de los
cielos se ha acercado» sino que respondía a la necesidad del reino:
¡Más obreros para la cosecha! (ver Lucas 10: 2). De esta manera
Cristo ejemplifica un modelo de liderazgo que no solo se reproduce,
sino que también se multiplica en otros. El enviado por Dios, envía a
muchos a reproducir su ministerio.
¿Muchos? ¿Cómo multiplicar el número de personas que
participan? La respuesta no es simple, pero aquí está uno de los
más poderosos secretos del liderazgo transformador de Cristo. Si
usted desea multiplicar su liderazgo necesita aprender a «enviar».
No se trata solo de llamar, sino de enviar. Tampoco de simplemente
modelar, sino de enviar. Menos aún de puramente enseñar, sino de
enviar. El modelo de liderazgo de Cristo descansa sobre el poder de
la asignación y la delegación de la tarea.
Dios está buscando líderes que busquen y sepan incluir a otros en
la misión. Resulta llamativo la forma como Cristo acostumbraba a
delegar responsabilidades y tareas a sus discípulos, en relación a la
misión. Unas eran ocupaciones sencillas como buscar un pollino y
otras más complicadas, como sacar demonios. Finalmente, el
Maestro delegó por completo la Gran Comisión. En su infinita
sabiduría vio que los discípulos estaban preparados para asumir
todo el encargo. Pero aquí está la primera clave de la formación de
discípulos de Cristo. Mientras que Jesús cumplía la misión, formaba
discípulos; dicho de otra forma, Jesús realizaba la misión con los
discípulos.
Pablo comprendió el secreto del liderazgo evangélico cuando
afirmó en la Carta a los Romanos: «¿Cómo, pues, invocarán a
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien
no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados?» (Romanos 10: 14-15). ¿Puede
ver dónde está el inicio de todo? ¡Los enviados! Este es el primer
paso. Por ello ante la pregunta divina «¿A quién enviaré, y quién irá
por nosotros?» la respuesta humana debe ser: «Heme aquí,
envíame a mí» (Isaías 6: 8).
Por todo lo anterior, apreciado lector, no debemos dejar de ver la
acción de ir como la base del liderazgo transformador en el
discipulado. Ser enviado para el cumplimento de la tarea es el
primer paso. Porque se hace discípulos mientras se «va» en la
búsqueda de los perdidos. Permíteme establecer un contraste entre
el modelo establecido por Cristo y el modelo ejercitado en la las
iglesias contemporáneas.
¿PARA QUÉ SON ENVIADOS?
Un examen en detalle de la primera acción de la comisión de
Cristo nos revelará el papel que juega esta etapa en hacer
discípulos. Como ya hemos visto, no son solo espectadores. La
Escritura nos muestra que los seguidores de Jesús ejercían una
función activa de trabajo para, con y por Cristo. Ellos estaban a su
lado para seguir sus instrucciones y apoyarle en todo lo que fuera
necesario. Los aprendices fueron su «mano derecha» en el
cumplimiento de la misión.
Esto nos muestra una realidad poderosa que ya hemos señalado
antes. Mucho antes de que Jesús les diera la Gran Comisión a sus
discípulos ya les había encomendado el trabajo misionero. Sin
embargo, el texto bíblico muestra una realidad importante del
modelo de discipulado: acompañar a Cristo en la misión y llevarla a
cabo eran parte importante del proceso de enseñanza. Permítame
explicar la visión de discipulado de Cristo de esta forma. En el
capítulo anterior vimos que realizar la misión con sus seguidores
tenía un objetivo didáctico y motivacional. Pero luego viene el
momento en que ellos deben poner en práctica de dos en dos lo
que aprendieron. En el siguiente cuadro se muestra lo que los
discípulos hacían con el Maestro y sin él, de esta forma podemos
ver de manera clara el proceso de formación de discipulado que se
implementó.
Como podemos notar, Cristo estaba formando a sus seguidores ya
sea que anduvieran juntos o no. Jesús esperaba que fueran como él
e hicieran lo que él hacía. Un pensamiento solemne que debe
acompañarnos en todo nuestro proceso de aprendizaje de lo que
significa el liderazgo transformador es que todo lo que hemos
analizado ha surgido de la Biblia misma. ¿Acaso podría existir
alguna autoridad más grande que la de la Palabra de Dios? Quizás
los conceptos se choquen con nuestras costumbres, ideas o
sentimientos, pero estoy seguro, que usted al igual que yo, está
convencido de que si hacemos lo que Dios pide podremos
experimentar lo que Dios ha prometido. Estoy seguro de que este
proceso toma tiempo, pero es necesario que se inicie lo más pronto
para bendición de su ministerio y de la iglesia. Por eso le invito a
orar y pedir a Dios que lo ayude a avanzar en ese proceso de ser un
odre nuevo para vino nuevo. Oro para que cada persona que lea
este libro pueda avanzar en el entendimiento de las siguientes
acciones estratégicas de discipulado.
PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cuál fue la visión de Wesley acerca de su ministerio?
2. ¿Qué clase de miembros debemos formar?
3. ¿Por qué los discípulos no estaban confundidos en lo que
significaba hacer discípulos?
4. ¿Cuáles son los tres verbos o acciones que expresan
el significado de «hacer discípulos»?
5. ¿Cuál es la diferencia entre la visión del modelo cíclico
y el modelo sincrónico en la comisión?
6. ¿Por qué el discipulado se cumple en un modelo sincrónico?
7. ¿Qué entiende por «yendo»?
8. ¿Cuáles son las dos características de la Gran Comisión?
9. ¿Cómo multiplicar un grupo de personas involucradas según lo
estudiado?
10. Analice la diferencia entre el modelo de «ir» y el modelo
de «invitar».
__________
1. Obras de Wesley: 25 de agosto de 1763.
2. David E. Bjork, Every Believer a Disciple!: Joining in God’s Mission (Langham Creative
Projects) p. 63.
3. La señora White escribió: «La comisión divina no necesita ningún cambio. No se puede
mejorar el método de Cristo para presentar la verdad. El Salvador les dio lecciones
prácticas a los discípulos, al enseñarles cómo trabajar de tal manera que las almas se
regocijaran en la verdad. Manifestó simpatía por los desanimados, los que soportaban
cargas pesadas y los oprimidos. Alimentó al hambriento y sanó al enfermo. Anduvo
constantemente haciendo el bien por todas partes. Interpretó el evangelio para los seres
humanos mediante el bien que realizó, por sus palabras llenas de amor y mediante sus
actos de bondad», Consejos para la iglesia, p. 560.
4. Elena G. de White, Consejos sobre salud, p. 236.
5. Robert Coleman, Plan supremo de evangelización (El Paso, Texas: Casa Bautista de
Publicaciones, 2004), p. 90.
6. James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento)
(Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
7. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), p. 800.
¿CÓMO FUE POSIBLE que Jesús hiciera que unos pescadores sin
educación formal pudieran cumplir cabalmente la misión
encomendada? En la vida real resulta un verdadero desafío. ¿Cuál
fue el secreto del Maestro? En este capítulo terminaremos de
comprender un elemento fundamental en la acción de «ir», además
continuaremos comprendiendo las tres acciones estratégicas de
formación de discípulos según el modelo de la comisión.
Recuerdo mis primeros años de ministerio. Allí fue donde se inició
todo este peregrinaje. Corría el año 1991 y los resultados de mi
trabajo no eran satisfactorios. Capacitaba según la perspectiva que
entendía en ese momento y me esforzaba por motivar e involucrar a
los miembros, pero no funcionaba. La Asociación no estaba
satisfecha, por lo que fui trasladado. No puedo olvidar aquella tarde
de agosto. Emprendí un esfuerzo ferviente por entender cómo podía
lograr la transformación de un miembro en un verdadero discípulo.
Comprendí que todos mis esfuerzos resultarían inútiles mientras los
enviados carecieran de los elementos más significativos para el
éxito. Para poder enviar al discípulo a cumplir una tarea se necesita
un componente adicional que completa lo presentado
anteriormente.
¿Qué hizo Jesús para completar con efectividad el proceso de
«enviar» a sus discípulos? Lucas lo señala con claridad: «Habiendo
reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos
los demonios, y para sanar enfermedades» (Lucas 9: 1, RV60). El
diseño del discipulado de Cristo incluye el empoderamiento. Los
seguidores de Cristo fueron facultados para realizar la misión. Jesús
les otorgó aquello que necesitaban para hacer su obra. Este tema
merece todo un estudio por sí solo, pero tomemos un tiempo para
dejar muy claro el significado de esta acción de Cristo y sus
implicaciones.
DISCÍPULOS COMPETENTES
Un liderazgo transformador necesita ver el empoderamiento como
el paso más importante en el seguimiento del modelo de discipulado
de Cristo. La razón es muy clara, el discipulado en el concepto de
Cristo no simplemente significa conocer o aceptar una doctrina, sino
llevar a cabo una tarea. ¿Cómo podría el Maestro enviar a sus
seguidores sin que ellos pudieran tener la seguridad de que podrían
realizarla? O, por el contrario, ¿cómo podían los discípulos correr
hacia el cumplimiento de la misión si no se sentían capacitados para
hacerlo? Si no se siente listo para hacer algo, no solo dudará en
hacerlo sino que se excluirá a sí mismo de hacerlo.1 En
consecuencia, el Señor hizo todo lo necesario para que cada uno
alcanzara el éxito de la misión encomendada. Él tomó a los
discípulos y los capacitó. ¿Cómo? El texto bíblico nos muestra con
claridad la forma como Cristo enfatiza el fortalecimiento de sus
seguidores para cumplir con efectividad, eficiencia y eficacia.
Tal como hemos visto, Lucas afirma: «Habiendo reunido a sus
doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios,
y para sanar enfermedades» (Lucas 9: 1, la cursiva es nuestra). Por
su parte Marcos declara: «Jesús llamó a los doce y comenzó a
enviarlos de dos en dos. Les dio autoridad sobre los espíritus
impuros» (Marcos 6: 7, RVC, la cursiva es nuestra). Mateo añade:
«Jesús envió a estos doce, con las siguientes instrucciones» (Mateo
10: 5, RVC, la cursiva es nuestra). Los tres sinópticos dejan muy en
claro que la forma en que Cristo envía no es desordenada o
improvisada. Él les dio lo que necesitaban para ser enviados:
conocimiento, experiencia y capacidades que los habilitarían para
llevar adelante la misión.
Cristo dejó bien claro para las generaciones subsiguientes el
camino que debemos seguir para transformar miembros en
discípulos. Cada aspecto tiene un propósito definido que debemos
atender para recibir las bendiciones que Dios prometió. ¿Se imagina
lo que ocurriría en cada iglesia si este primer paso fuera realizado
en la misma forma como Jesús lo realizó? En este sentido,
recuperar el sentido original y propósito de Cristo traerá como
resultado el mismo efecto que causaron los discípulos en los
fariseos y rabinos. ¡Ellos no miraban más a simples pescadores,
publicanos u hombres y mujeres comunes! ¡Ellos miraban a
hombres que asombraban por su valentía y autoridad! (ver Hechos
4: 13).
Los textos de Lucas 9: 1-6; Mateo 10: 5-15 y Marcos 6: 7-13
muestran diferentes visiones de un mismo momento, sin embargo,
un estudio de los pasajes nos ayuda a comprender que este
instante representó un momento crucial en el ministerio de Cristo y
en la formación de los discípulos. Tres de los cuatro Evangelios
describen el momento en que salieron a ejercer un ministerio que
demostraría el conocimiento aprendido y la implementación de las
habilidades desarrolladas. ¡Era su evaluación!
Ahora, permítame explicarlo. La verdadera evaluación del
liderazgo se encuentra, no en lo que las personas hacen cuando
estamos presentes, sino en la manera como actúan cuando están
solos. Sin embargo, el proceso de delegar la tarea final a los
discípulos pasó por varias etapas o niveles. Antes de dejar
definitivamente a los discípulos, el Señor, comenzó a crear el
ambiente para su graduación como pescadores de hombres. Este
era el momento cuando se inició un paso significativo en el
propósito de Cristo con sus discípulos. Se inicia la multiplicación de
su ministerio. Esta importante verdad queda revelada cuando usted
considera el contexto de Mateo, el cual advierte la necesidad de
obreros ante la abundancia de la mies (ver Mateo 9: 35-38). El
terreno estaba preparado para «enviar» a los discípulos para
cumplir la misión sin Cristo.
Otro aspecto importante para entender estos pasajes es ver con
más detalle su contexto. Los hechos que fueron descritos antes del
encuentro de Cristo para delegar la tarea a los discípulos definen la
expectativa del Maestro con sus seguidores al empoderarlos. Mateo
registra la mujer sana del flujo de sangre, la resurrección de la hija
de Jairo, los dos ciegos que reciben la vista y el mudo que habló
(Mateo 9: 18-34). Marcos presenta como contexto la liberación del
endemoniado Gadareno, la sanidad de la mujer con flujo de sangre
y la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5: 1-43). Lucas también
registra estos tres acontecimientos (ver Lucas 8: 26-56). Estos
registros nos permiten entender aún mejor lo que hay en juego
cuando Marcos señala que Jesús envió a sus discípulos con
autoridad sobre los espíritus inmundos y Lucas añade que Jesús les
dio poder y autoridad sobre los demonios y para sanar
enfermedades.
¿Puede verlo? ¡Estoy seguro que sí! El empoderamiento
significaba que todo lo que los discípulos habían visto hacer a
Cristo, sería lo que ellos harían en el cumplimento de la misión. La
pregunta que surge tras comprender esta importante verdad es:
¿Acaso es diferente hoy el propósito que debemos tener en el
discipulado? ¿La imitación y el propósito de los discípulos de Cristo
ha cambiado? ¡Definitivamente no!
Los Evangelios muestran que Jesús dio a sus discípulos
instrucciones, poder y autoridad para cumplir la misión. En este
sentido, ser enviados significa que además de ir donde están las
personas y reproducir el modelo de Cristo hemos de estar
preparados para hacerlo. Por supuesto, ya ellos habían disfrutado
de una profunda experiencia con Cristo en la misión. Esta reunión
representa el momento cumbre cuando el Maestro percibió que sus
seguidores ya estaban listos para trabajar solos. ¡Los discípulos
pasarían a otro nivel de su discipulado! ¡Serían enviados!
Detengámonos un momento para analizar el significado de este
momento cuando Cristo envió a sus discípulos para la tarea.
Podemos ver con claridad que dicho instante responde a tres
preguntas importantes: ¿Qué haremos? ¿Cómo lo haremos? ¿Con
qué autoridad?
1. ¿QUÉ HAREMOS?
Volvamos a los textos que nos hablan de este instante de
empoderamiento, Lucas 9: 1-6; Mateo 10: 5-15 y Marcos 6: 7-13.
Notemos que hacen referencia a una instrucción muy concreta en
relación a lo que debían hacer.
Resulta muy interesante ver lo detalladas que fueron las
instrucciones de Cristo a los discípulos en relación con la tarea que
debían realizar. No se trató de un abordaje general de la misión. Por
el contrario, ellos sabían qué debían hablar, a dónde debían ir, quién
los acompañaría, cómo se sostendrían y qué equipaje debían llevar,
qué debían hacer al entrar en un lugar, cómo reaccionar si no eran
aceptados y las dos acciones principales que tendría su misión.
LA VOLUNTAD DE CRISTO
Es importante resaltar que los discípulos supieron con claridad
cuáles eran las expectativas que Cristo tenía acerca de su viaje
misionero. ¿Existían dudas? ¿Interrogantes sin responder con
relación a hospedaje, alimentación, contenido del sermón o
propósito? ¡No! Cristo se había encargado de dar toda la
información necesaria. El conocimiento es el primer paso para un
proceso satisfactorio de empoderar a los discípulos para el éxito.
¡Todos sabían qué debían hacer!
Jesús entendía que para que ocurra la transformación de
cristianos pasivos a miembros involucrados era necesario proveer
todo el conocimiento necesario para eliminar las dudas, inquietudes
y temores. Conocer es el primer paso para hacer. Por eso Elena G.
de White sostiene que «muchos trabajarían con gusto si se les
enseñara cómo empezar. Necesitan ser instruidos y alentados».2
Impartir conocimiento era parte del plan de Cristo para alcanzar el
cambio esperado. Los líderes que hoy esperan ver los mismos
resultados, necesitan valorar la información y la transmisión de las
expectativas claras de lo que Dios espera al cumplir nuestra misión.
2. ¿CÓMO LO HAREMOS?
Después de dar instrucciones detalladas de la tarea que debían
realizar, el Señor Jesús les continúa empoderando con la capacidad
para hacer lo que les pedía. El texto más descriptivo se encuentra
en Lucas donde se describe cómo podían hacerlo. La tarea exigía
una habilitación muy especial. Como ya hemos visto, requería echar
fuera demonios y sanar enfermos. La pregunta obligatoria es:
¿Cómo unos hombres comunes, pescadores, podrían cumplir esta
tarea con éxito? Cualquier capacitación humana es insuficiente,
limitada y estéril para cumplir lo que Dios espera. La batalla
sobrenatural contra las fuerzas del mal propone un escenario
superior al terreno común que el hombre enfrenta en el cual la
educación humana es insuficiente.
La Escritura muestra que Cristo les dio a los discípulos lo que ellos
necesitaban para el cumplimiento de la misión: ¡Poder! La palabra
traducida como poder es el término griego δύναμις (dunamis). De
esta palabra griega se deriva el término castellano «dinamita». Para
Swanson significa la «habilidad para desarrollar una actividad».
Ortiz agrega que es un «poder milagroso», o milagro. Tuggy añade
a los anteriores sentidos que es una «capacidad». En resumen, el
Maestro se preocupó porque sus alumnos pudieran tener las
capacidades o habilidades para cumplir la tarea encomendada. No
se trataba de un mero conocimiento. ¡Habían sido habilitados con
poder por Cristo!
Ahora es importante notar que no hubo ningún hecho sobrenatural
que demostrara o confirmara la habilitación de Cristo. A diferencia
de lo ocurrido en el aposento alto, donde hubo un viento recio y
lenguas como de fuego (ver Hechos 2: 2-3), en esta ocasión lo
único que los discípulos tenían para confirmar la capacidad que
tenían para cumplir la tarea, era la palabra de Cristo. El Maestro no
intentó corroborarles lo que había dicho. Como aprenderemos más
adelante, la palabra de Cristo debía ser suficiente para ellos. Lo
único que hicieron fue avanzar en el cumplimiento de la misión
creyendo en su palabra. Creyeron que estaban habilitados por su
poder y así sucedió. Al final, fueron los mismos resultados de su
ministerio los que testificaron que habían recibido el poder de Cristo.
La Escritura es muy clara al señalar que el poder del Espíritu Santo
es dado a quienes obedecen (ver Hechos 5: 32). La promesa de
Cristo estaba allí. ¡El cumplimiento de la misión, activaría su
presencia!
Es un hecho indiscutible que Dios se manifiesta en aquellos que
tienen fe. Recuerdo muy bien al joven que esperaba ser un
evangelista, pero le costaba muchísimo pronunciar palabras con
fluidez. ¿Cómo podía ser un predicador con este gran obstáculo que
le había acompañado durante las casi dos décadas de su vida?
¡Lógicamente parecía imposible! Pero, más allá de lo que otros
pensaran él creyó en la habilitación por el poder del Espíritu Santo
para cumplir la tarea y se subió a la plataforma para predicar. ¡El
milagro es que la tartamudez desaparece cuando predica! ¡Es uno
de los más poderosos predicadores que he escuchado! La clave
está en que el poder de Cristo se manifiesta, activa o revela en el
cumplimiento de la misión. Al empoderar a los discípulos modernos
para el cumplimiento de la misión debemos asegurarles que la
promesa de Cristo se cumplirá en sus vidas como ocurrió con los
doce discípulos. ¡Solo deben creer!
3. ¿CON QUÉ AUTORIDAD?
El tercer elemento de la empoderación tiene que ver con la actitud
de los discípulos. Esta actitud está relacionada con la autoridad que
ellos tienen para cumplir la misión. Era muy bien conocido que en el
proceso de formación de discípulos en los tiempos de Cristo llegaba
un momento cuando el maestro consideraba que ya estaban listos
para enseñar solos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde el inicio
de su formación? Los hechos registrados en Mateo 10 ocurrieron
aproximadamente durante el tercer viaje a Galilea a finales del año
29 d. C. y a principios del año 30 d. C. Lo llamativo es que, aunque
antes del verano de 29 d.C. ellos habían ayudado a Cristo
ocasionalmente en su ministerio, pero fue alrededor de los meses
de verano cuando fueron oficialmente designados como «los doce»
y todos acompañaron a Cristo en su segundo viaje a Galilea y
aprendieron de sus métodos.3 Resulta interesante que unos pocos
meses más tarde son enviados para hacer la tarea sin su compañía,
¡solos! Los lugares por donde debían estar eran los mismos sitios
por los que Cristo había pasado. En el momento cuando les
preguntaran con qué autoridad ellos hacían esto, la respuesta debía
ser: ¡Con la autoridad de Cristo!
LA AUTORIDAD DE CRISTO
La palabra «autoridad» viene del término griego ἐξουσία (exousia)
que significa: «facultad, potestad, derecho, libertad de escoger,
capacidad, habilidad, poder, poder gubernamental, gobierno,
jurisdicción, privilegio».4 Donald Guthrie lo define de esta forma:
«De las palabras griegas usadas en el singular para expresar la
idea de poder, dunamis describe la habilidad general de realizar
algo, exousia la autoridad de libertad de cualquier sujeción interna
en el ejercicio de esa habilidad».5
Al dar Cristo la autoridad para cumplir la misión estaba haciendo lo
mismo que el Padre había hecho con él. Según M. H. Manser la
autoridad es «el derecho de Jesucristo de hablar y actuar en
nombre de su Padre».6 ¿Puede imaginar cuál debía ser la actitud de
los discípulos al representar a su Maestro? ¡No solo harían sus
obras, tendrían su Espíritu! En lugar de Cristo, los discípulos
cumplirían la misión de llevar el evangelio de las buenas nuevas del
reino. Recuerdo muy bien cuando leí un libro de grupos pequeños y
el pastor hacía énfasis en cómo la clave de su éxito había estribado
en formar a los dirigentes y luego pasarlos al frente de toda la
congregación y decirles que ellos serían sus representantes en la
iglesia. La fortaleza del liderazgo de Cristo estaba en una
delegación de su autoridad.
¿Es importante considerar esto? ¡Claro que sí! ¿Por qué? Porque
su compresión representa la apertura a nuevas formas de
ponderación del bautismo y un cambio de la manera como se
administra una iglesia y se persigue cumplir la misión. La fuente
bíblica lo confirma de la misma forma como numerosos autores se
hacen eco de esta verdad. Y al visitar a miles de ancianos y
pastores en más de treinta países y comparar con ellos la forma
como se acostumbra en la iglesia y la manera como lo presenta la
Palabra de Dios, todos sienten y creen que necesitamos aceptar
estas verdades estudiadas hasta ahora, compartirlas y hacer un
profundo cambio en la forma como dirigimos y funcionamos como
iglesia.
PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cómo hizo Jesús para que hombres sin educación cumplieran
con efectividad la tarea?
2. ¿Qué tres cosas dio Jesús para habilitarlos?
3. ¿Qué significa el empoderamiento?
4. ¿Cuáles son las tres preguntas más importantes para la
capacitación en la misión?
5. ¿Qué significa «poder»?
6. ¿Cuál es el significado de «autoridad»?
7. ¿Cuáles son los tres significados del bautismo en el modelo
de discipulado de Cristo?
8. ¿Qué quiere decir que la enseñanza no es meramente
intelectual?
9. Reflexione sobre qué significa «hacerlos discípulos de Cristo
y no nuestros discípulos».
10. Mencione cuáles son las prácticas básicas que hemos
de enseñar a los nuevos discípulos.
__________
1. Elena G. de White señala la falta de formación como la causa más importante de
carencia de trabajo misionero en la iglesia: «Muchos trabajarían con gusto si se les
enseñara cómo empezar. Necesitan ser instruidos y alentados», El ministerio de
curación, pp. 89-90.
2. Elena G. de White, El ministerio de curación, pp. 89-90.
3. Ver Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), t.
5, p. 364.
4. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), 334. Pedro Ortiz V., Concordancia manual y diccionario griego-
español del Nuevo Testamento (Miami: Sociedades Bíblicas Unidas, 2000).
5. Donald Guthrie, «poder, poderes», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl
F. H. Henry, Diccionario de teología (Grand Rapids, Míchigan: Libros Desafío, 2006), p.
477.
6. M. H. Manser, Diccionario de temas bíblicos, ed. Guillermo Powell (Bellingham,
Washington: Software Bíblico Logos, 2012).
7. Elena G. de White, Cada día con Dios, p. 301.
8. Ángel Manuel Rodríguez, Baptismal Instruction in the New Testament and Other Related
Issues (Biblical Research Institute General Conference of Seventh-day Adventists, Junio
1999), disponible en: https://adventistbiblicalresearch.org/materials/church/baptismal-
instruction-new-testament-and-other-related-issues.
9. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial
Mundo Hispano, 2003), p. 934.
10. La declaración de Cristo con relación a la autoridad que tenía y reunirse en una
montaña para dar su comisión parece ser más que una casualidad de similitud entre los
dos eventos.
11. George Barna, The Habits of Highly Effective Churches: Being Strategic in Your God
Given Ministry, posición en Kindle 110-111.
«RESPONDIENDO JESÚS, DIJO: “¡Oh generación incrédula y
perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo
os he de soportar? Traédmelo acá”» (Mateo 17: 17, RV60; ver
también Marcos 9: 19; Lucas 9: 41). ¿Recuerdas cuál fue este
incidente en la vida de Cristo? Los discípulos habían estado
atendiendo al padre de un niño endemoniado, pero no habían
podido ayudarlo. El padre, acercándose a Cristo, reclama: «Lo he
traído a tus discípulos, pero no lo han podido sanar» (Mateo 17: 16).
La respuesta de Cristo evidencia uno de los aspectos más
importantes del discipulado para el Maestro: ¡Jesús tenía muy clara
la visión de lo que esperaba que sus discípulos llegaran a ser!
EXPECTATIVAS
El Maestro tenía un perfil en la mente de lo que serían sus
discípulos. Sus esfuerzos y dedicación estaban dirigidos a lograr
dicha meta. No se trataba simplemente de compartir el mensaje,
sino de lograr una transformación en ellos. En este sentido el
fracaso no era una opción. Fijémonos en lo que Jesús le dijo a
Pedro cuando lo llamó: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás
llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)» (ver Juan 1: 42). ¡Jesús
sabía qué esperaba de Simón!
Ningún proceso de discipulado podrá ser exitoso si las acciones
no apuntan a nuestras expectativas, o en el peor de los casos, no
existen expectativas de lo que significa ser un discípulo. Los líderes
que esperan discipular a sus seguidores deben tener claro cuál es
el destino que deberían alcanzar. Por lo que todo el proceso de
enseñanza debe poseer los elementos que producirán el fruto
deseado. Puede ser que al principio los seguidores no lo
comprendan a cabalidad. Esta fue la experiencia de Cristo cuando
le dijo al mismo Pedro: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes
ahora; mas lo entenderás después» (Juan 13: 7).
Considerando que nuestra comprensión de lo que debe ser y
hacer un discípulo es limitada, no podemos caer en el error de
pensar que nosotros podemos decidir el perfil del discípulo y sus
características por nuestra propia cuenta. A menos que deseemos
«errar el blanco divino», lo cual no es nuestro propósito, es
importante establecer, desde el marco de la Palabra de Dios, lo que
se espera que sea un discípulo en pleno siglo XXI, ¿y por qué no?
¿Acaso la comisión no fue dada «hasta el fin del mundo»?
TIEMPO
Retomando la historia del encuentro de Cristo con el padre del
niño endemoniado, una nueva realidad surge en la consideración
del proceso de transformación: el tiempo. La expresión del Maestro:
«¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de
soportar?»1 no indica «tanto condenación, como impaciencia,
tristeza y quizá desilusión. Esperaba más de su pueblo. Su
incredulidad resultaba como una carga pesada para soportar». Era
el verano del año 30 d. C. y en un poco más de seis meses su
tiempo de ministerio culminaría durante el tiempo de su última
pascua.2
Un poco más de un año antes habían iniciado su ministerio formal
como apóstoles y todavía enfrentaban algunos desafíos para ser lo
que se esperaba de ellos. Llama la atención que esto hubiera
sucedido a pesar de que habían contado con el mejor de los
maestros. En este sentido, es importante comprender el desafío que
conlleva el liderazgo al intentar obtener resultados en poco tiempo,
incluso haciendo caso omiso de la naturaleza humana «incrédula y
perversa» que se resiste a la transformación del poder de Dios y el
hecho que Cristo tenía una relación constante con sus discípulos.
Ahora bien, ¿qué significa para nosotros? Comprender que si
queremos obtener el mismo éxito de Cristo debemos entender que
el discipulado es un proceso que requiere tiempo, paciencia y
esfuerzo. El apóstol Pablo lo declaró de esta manera en Gálatas:
«No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo
segaremos, si no desmayamos» (Gálatas 6: 9).
DOS DESAFÍOS CLAVE
Las palabras del Maestro a los discípulos, además, ponen de
manifiesto los dos desafíos más importantes en el proceso de
discipulado y por ende de la salvación. Si entendemos de qué se
tratan y cómo se interrelacionan no solo podremos enfrentarlos, sino
también ayudar a los que están en el proceso de discipulado a
reconocerlos y vencerlos. ¿Por qué los discípulos fallaron? Jesús lo
dijo: «Oh generación incrédula y perversa». El fracaso radicaba en
su falta de fe y en la esencia de sus acciones.
Al referirse a sus contemporáneos, su «generación»,3 Jesús
definió la manifestación de dos problemas. Uno tenía que ver con su
actitud y otro con su conducta. El primero es relacionado con la
actitud hacia Dios y el segundo principalmente con relación a las
acciones respecto a Dios.
La palabra apistos (ἄπιστος) está compuesta por el prefijo «a» que
significa «sin» y el sustantivo «pistos» que quiere decir «fe». En
otras palabras, el significado original es «sin fe, falto de confianza,
incrédulo, que duda».4 La historia de Cristo manifiesta sus esfuerzos
por producir fe en sus discípulos. Incluso después de su muerte y
resurrección se encontró con Tomás y le dijo: «Pon aquí tu dedo, y
mira mis manos; acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente» (Juan 20: 27).
La transformación es un proceso de fortalecimiento de la fe en el
corazón de los seguidores de tal forma que cumplan la misión
sobrenatural a la cual Dios los ha llamado. Tras una lectura
cuidadosa de la historia de los Evangelios podemos observar esta
verdad fundamental en el ministerio de Cristo. A continuación,
encontrarás un cuadro que presenta algunos de estos momentos
donde Cristo resaltó la necesidad de fe en sus discípulos.
¿Por qué profunda? La relación que Dios desea tener con sus
discípulos no está sujeta a un momento o nivel superficial. Él espera
que posea raíces de honestidad y sinceridad. En esto deben
fundamentarse los principios del reino. Jesús dijo: «No os llamaré
siervos, porque el siervo no sabe lo que hará su señor, sino os
llamaré amigos» (Juan 15: 15). La verdad es parte de los principios
de esta relación. El apóstol Pablo afirmó: «Dejando la mentira, hable
cada uno a su prójimo con la verdad» (Efesios 4: 25).
¿Por qué intencional? Con el aumento ilimitado de
responsabilidades cada día encontramos menos tiempo para
dedicarlo al desarrollo de actividades que profundicen nuestra
relación con los demás. Existe tiempo para todo, pero para
conversar, pasar tiempo juntos se requiere ser intencionales, implica
enfrentar la presión de una avalancha de tareas interminables y el
deseo por estar solos. La profundización de la relación no podemos
dejarla como un hecho fortuito. La Escritura señala: «Me buscaréis y
me encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón» (Jeremías
29: 13). Los que encuentran a Dios y a su prójimo en una relación
duradera son aquellos que lo buscan deliberadamente.
¿Por qué significativa? «El que amas está enfermo» (Juan 11:
3). ¿Puede existir algo más significativo que el amor? Jesús
estableció sus relaciones basadas en el amor. Tal declaración del
pedido de Marta y María a Cristo por la enfermedad de su hermano
muestra este nivel de profundidad. Por eso la Escritura dice:
«Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:
19). El Maestro hacía de cada relación del discipulado una
asociación relevante.
¿CUÁL ES EL PERFIL DE LOS DISCÍPULOS QUE DESARROLLÓ CRISTO?
Uno de los aspectos más sobresalientes del liderazgo de
transformación del discipulado ejercido por Cristo fue las
características o cualidades que esperaba desarrollar en sus
seguidores: los valores del reino de Dios y la razón por la que se
hacen todas las cosas. Este simple detalle puede ubicarnos en una
perspectiva distinta al estudiar los textos bíblicos y al definir los
propósitos de un plan de discipulado que esté acorde con el modelo
de Cristo.
Amor. Por una parte, está la transmisión de conocimiento. Por
otro lado, también encontramos el desarrollo de habilidades. Pero lo
más importante para Cristo era la búsqueda para que ellos pudieran
poseer características que los identificaran como sus seguidores.
Este era el más importante propósito de transformación. Es
precisamente a esto que hace referencia cuando el mismo Jesús
afirma: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros».29
Cuando Jesús señala que en esto «conocerán», usó la expresión
griega ginosko, (γινώσκω), que se refiere a un conocimiento
experiencial, no teórico, donde el sujeto que aprende se familiariza
con la realidad por una experiencia.30 Dicho de otra manera, cuando
los discípulos de Cristo fueran conocidos, lo serían más allá no solo
por sus creencias, sino por su vida y su carácter, que reflejarían las
características del reino de Dios. ¿Puede imaginarse cuán profundo
y abarcante es el programa de transformación de discípulos
emprendido por Cristo?
Ahora imagine qué pasaría si los dirigentes eclesiásticos, pastores
o maestros plantean como su propósito supremo que los discípulos
de Cristo reciban y reflejen el amor de Dios en sus corazones. No
se trata simplemente de que acepten una creencia o que cumplan
ciertos oficios, sino de que puedan tener amor. Estoy seguro de que
no simplemente cambiaría la forma como se realiza el programa de
discipulado, sino que como resultado, y al mismo tiempo, se tendría
una nueva generación de miembros de iglesia. ¿Por qué? Porque
según lo que hemos estudiado y aprendido del modelo de Cristo, el
amor no se enseña, sino que se muestra, no se dogmatiza, sino que
se comparte, no se obliga, sino que se inspira.
Pero juntamente con el amor, Jesús buscó desarrollar otras
características en sus discípulos. Estas características tienen un
vínculo muy directo con el amor y permiten que los seguidores de
Cristo sean como él al no solo enseñar lo que él enseñó, sino al vivir
como él vivió. La razón es muy importante. Al igual que el amor,
cada una de estas características fueron modeladas por el Maestro
en sus vidas. ¿Qué podían entonces hacer sus seguidores, sino
imitarlo?
Humildad. En Mateo 11: 29 encontramos la gran declaración de
Cristo cuando señala: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas». ¡Qué contundente declaración! ¿Qué deben
aprender los discípulos? ¿Una enseñanza o doctrina? No. ¡Deben
aprender a imitarlo en su mansedumbre y humildad! Esta es la otra
importante cualidad que Dios espera que todo verdadero discípulo
pueda desarrollar. Él enfatiza de manera directa: «aprended de mí»,
no simplemente señalando el contenido del aprendizaje, sino el
método del aprendizaje, que como hemos visto solo puede ser por
el ejemplo.
Llama la atención que en el contexto de esta declaración Jesús ha
dicho: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las
revelaste a los niños» (Mateo 11: 25). ¿Por qué niños? ¿Qué
deseaba decir Cristo al usar esta palabra? Mateo 11: 1-4 señala:
«En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: “¿Quién
es el mayor en el reino de los cielos?”. Y llamando Jesús a un niño,
lo puso en medio de ellos, y dijo: “De cierto os digo, que si no os
volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el
mayor en el reino de los cielos”».
Una de las enseñanzas más importantes que Jesús estaba
desarrollando en sus discípulos era su actitud de despojarse y
convertirse en lo que no se es. ¿Podemos asimilar este concepto?
La humildad es la actitud de no exigir el trato que merecemos, sino
aceptar ser tratados como lo que no somos (ver Lucas 18: 14; 14:
11; Filipenses 2: 8). La palabra tapeinose (ταπεινόω) tiene un
sentido de hacerse sencillo, humillarse, avergonzarse, rebajarse.31
Obediencia. El término thelema (θέλημα) ocupa un lugar
importante en el plan de desarrollo de los discípulos. Es la palabra
usada para referirse a la «voluntad» y en muchas oportunidades
Cristo la usó para expresar a sus discípulos el estilo de vida que
debían seguir en concordancia con el modelo de Cristo. Demos un
vistazo general a los lugares donde aparece.
1. «No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y
mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió, la del Padre» (Juan 5: 30).
2. «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que
acabe su obra» (Juan 4: 34).
3. «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya» (Lucas 22: 42).
4. «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos» (Mateo 7: 21).
5. «Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está
en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre» (Mateo 12:
50; Marcos 3: 35).
6. «“¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”. Dijeron ellos:
“El primero”. Jesús les dijo: “De cierto os digo, que los publicanos
y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios”» (Mateo
21: 31).
¿Qué compartió Cristo por ejemplo a sus discípulos? Uno de los
más importantes principios del reino de Dios: ¡sumisión a la
voluntad de Dios! Por precepto y por ejemplo él mostró el
significado de obedecer los planes de Dios para su vida. Es por ello
que no me sorprende cómo Cristo les pedía hacer cosas y ellos
obedecían sin dilación, dudas o solicitando explicación.
El apóstol Pablo, señalando la obediencia en la vida de Cristo,
afirmó: «Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y
súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la
muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo,
por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido
perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los
que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el
orden de Melquisedec» (Hebreos 5: 7-10).
Al morir en la cruz, el Salvador mostró el nivel más elevado de
sometimiento a la voluntad de Dios. El querer de Cristo era
sencillamente el querer de Dios. En este sentido no debemos limitar
la voluntad de Dios a la obediencia de los Diez Mandamientos. Mirar
desde esta perspectiva el cristianismo es una visión muy restringida.
La consecuencia natural es una vida dividida en compartimentos,
áreas o esferas que no lo entrega todo a la expresión de la voluntad
perfecta del Omnipotente. La obediencia tiene que ver con el
sometimiento, no simplemente con el saber una verdad y aceptarla
como cierta, mientras que nuestra vida no refleja esa verdad.
Cuando miro lo que Pablo escribió a los cristianos de Filipo desde
esta perspectiva, puedo entender por qué Cristo enfatizaba el
sometimiento a la voluntad de Dios y la humildad necesaria para
hacerlo: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual
a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»
(Filipenses 2: 5-8).
__________
1. Daniel Carro, José Tomás Poe, et al., Comentario bı́blico mundo hispano: Mateo (El
Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 1993), pp. 234–235.
2. Roberto Jamieson, A. R. Fausset y David Brown, Comentario exegético y explicativo de
la Biblia - tomo 2: El Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Casa Bautista de
Publicaciones, 2002), p. 69.
3. La palabra griega «generación» viene del término griego γενεά (genea) y signfica gente
de la misma época, ver James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo
testamento) (Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
4. James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento)
(Bellingham, Washington: Logos Bible Software, 1997).
5. Eladio Pascual Foronda, Diccionario manual de sinónimos y antónimos de la lengua
española (Barcelona: VOX, 2007), p. 591.
6. Juan Carlos Cevallos y Rubén O. Zorzoli, Comentario bíblico mundo hispano, Tomo 16:
Lucas (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2007), 182.
7. Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), t. 5, p.
618.
8. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 402.
9. El presente estudio no permite ahondar con profundidad en el conocimiento de las
estrategias para el aumento de la fe y la defensa, y protección de los discípulos.
10. Elena G. de White, La educación, p. 78.
11. William Steuart McBirnie, En busca de los doce apóstoles (Carol Stream, Illinois:
Tyndale House Publishers, 2009), p. 26.
12. William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento (Viladecavalls, Barcelona: Editorial
CLIE, 2006), p. 128.
13. William Steuart McBirnie, En busca de los doce apóstoles, p. 136.
14. Ver Mateo 9: 11.
15. Citado por William Steuart McBirnie, En busca de los doce apóstoles, p. 137.
16. Ibíd., 147.
17. Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 582.
18. Ibíd., p. 583.
19. La razón para creer que Natanael es el mismo Bartolomé es porque aparece junto a
Felipe en todas las listas de los discípulos: Mateo 10: 3; Marcos 3: 18; Lucas 6: 14;
Hechos 1: 13. Véase también Jeffrey E. Miller, «Bartholomew the Apostle», ed. John D.
Barry et al., The Lexham Bible Dictionary (Bellingham, Washington: Lexham Press,
2016).
20. Según Vila: la razón de este pensamiento en Natanael se debía a que «Nazaret no
figuraba en las profecías del Antiguo Testamento y era además una ciudad de mala
reputación». Samuel Vila Ventura, Nuevo diccionario bíblico ilustrado (Terrasa,
Barcelona: Editorial CLIE, 1985), p. 801.
21. Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 584. Es importante resaltar
que Judas es el único discípulo que no era de la región de Galilea.
22. Aunque Cristo no lo escogíó como discípulo, él fue aceptado cuando se ofreció a ser
parte del grupo. Sin duda es importate que los discípulos desearan ser discípulos, sin
embargo Jesús era quien determinaba quiénes serían sus más allegados (Juan 15: 16).
Ver Francis D. Nichol ed., Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 584.
23. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 265.
24. Carlos A. Morris, Comentario bı́blico del continente nuevo: San Marcos (Miami, Florida:
Editorial Unilit, 1992), p. 72.
25. Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 428.
26. Elena G. de White, La educación, p. 77.
27. Elena G. de White afirma: «A fin de impulsar con éxito la obra a la cual habían sido
llamados, estos discípulos, que diferían tanto en aptitudes naturales, en educación y
estilo de vida, necesitaban llegar a la unidad en espíritu, pensamiento y acción. Cristo se
proponía obtener esa unidad, y para ello trató de unirlos a él. La preocupación de su
acción en favor de ellos está expresada en la oración que dirigió a su Padre: “Para que
todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros […], para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a
ellos como también a mí me has amado”» La educación, p. 79.
28. Arturo Collins, Estudios bíblicos ELA: Cómo vivir sabiamente (Proverbios) (Puebla,
México: Ediciones Las Américas, A. C., 1997), p. 86.
29. Juan 13: 35, esta misma idea se encuentra expresada en 1 Juan 3: 14 cuando dice:
«Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los
hermanos»; o en 1 Juan 4: 20: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo
puede amar a Dios a quien no ha visto?».
30. Pedro Ortiz afirma que el término tiene el significado de «aprender, enterarse de,
entender, darse cuenta, reconocer, recordar, saber, tener relaciones sexuales», lo cual
nos indica un conocimiento que viene no simplemente producto de una declaración, sino
de una evidencia del amor manifestado por los seguidores. Ver Pedro Ortiz V.,
Concordancia manual y diccionario Griego-Español del Nuevo Testamento (Miami:
Sociedades Bıb ́ licas Unidas, 2000).
31. Pedro Ortiz V., Concordancia manual y diccionario Griego-Español del Nuevo
Testamento.
32. Elena G. de White, La educación, p. 80.
33. Elena G. de White, El camino a Cristo, pp. 117-118. La escritora también declara:
«Toda labor altruista en favor de otros da al carácter profundidad, firmeza y una
afabilidad como la de Cristo; y trae paz y gozo a su poseedor. Las aspiraciones se
elevan. No hay lugar para la pereza ni el egoísmo. Los que así ejerciten las virtudes
cristianas, crecerán y se fortalecerán para servir mejor a Dios. Tendrán claras
percepciones espirituales, una fe firme y creciente y aumentará su poder en la oración.
El Espíritu de Dios, que mueve el espíritu de ellos, pone en juego las sagradas armonías
del alma, en respuesta al toque divino. Quienes así se consagran a un esfuerzo
desinteresado por el bien de los demás, están contribuyendo ciertamente a su propia
salvación» (ibíd.).
34. Ibíd.
35. Alfred E. Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento, p. 89.
«¡SOY ASÍ! ¡Y si Dios no me ha cambiado, es porque desea que yo
muera así!». Sus palabras retumbaron en el lugar. Unos minutos
antes había comenzado la conversación con total calma. Pero
ahora, tras señalar algunos aspectos que era necesario mejorar me
confrontó airadamente con esta declaración que jamás olvidaré. La
razón no se debe simplemente a lo que sentí, sino a la misma
afirmación. ¿Acaso Dios era el culpable de la ausencia de
transformación?
Uno de los aspectos más importantes de ser líderes
transformadores es entender cuál es el verdadero y único obstáculo
que impide que se concrete la transformación de miembro en
discípulo. Los dirigentes que ignoran esta verdad se frustran porque
sus mejores intenciones y esfuerzos son inútiles. ¿Por qué? Ellos
piensan que el método de Cristo no funciona, no se aplica en su
caso, necesita ajustes o deben probar otro modelo. ¿Le parece
conocido este pensamiento?
Además, Satanás usa esta experiencia de fracaso para desanimar
al líder e impulsarlo a que abandone su tarea, reenfoque sus
esfuerzos y pierda su llamado. Sin embargo, cuando el líder
comprende por qué no ocurre el cambio esperado, sabrá cómo
tratarlo y entenderá que el resultado de la transformación está
ligado a más que a su interés, su estrategia o a la bendición de
Dios, pues este está vinculado directamente con la actitud del
corazón del discípulo. Esta es la razón por la cual el Señor
Omnipotente inspiró a Ezequiel con el siguiente mensaje para su
pueblo: «Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro
de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y
les daré un corazón de carne» (Ezequiel 11: 19).
Esta iluminadora realidad, punzante, dolorosa y angustiosa fue la
que experimentó el mismo Cristo en su proceso de transformación
de uno de los discípulos: Judas. Tras aplicar con cuidado el modelo
de discipulado expresado en los capítulos anteriores, el esfuerzo no
tuvo el mismo resultado en él que en los otros once. Lejos de ver un
cambio, este discípulo se convirtió en el instrumento de los
enemigos de Cristo para su arresto, crucifixión y muerte. Imaginen
la situación y cómo se sintió Cristo. Esto nos conduce a la pregunta
más importante para crecer en el liderazgo transformador: ¿Por qué
Judas no pudo ser transformado por el modelo de Cristo? ¿Cómo
fue posible esta realidad?
Una respuesta simple a esta pregunta sería afirmar que Judas
estaba destinado (o predestinado) a ser el discípulo traidor; sin
embargo, tal pensamiento contradice nuestra creencia en el libre
albedrío humano.1 Lejos de pensar que el discípulo solo cumplió su
papel, debemos recordar que era el deseo de Jesús que el mismo
Judas fuera transformado. Para entender lo que ocurrió en la vida
de Judas, en este capítulo me serviré de la ayuda del Espíritu de
Profecía. ¿Qué hizo el Maestro para buscar la transformación de
Judas? ¿Cuál fue la razón de su estancamiento?
JUDAS
Los Evangelios mencionan a Judas no solo como el discípulo que
no fue transformado, sino como el que traicionó a Jesús (ver Mateo
10: 4; 26: 14, 25; Marcos 6: 3; Juan 6: 71). El registro bíblico, sin
embargo, describe el hecho después de que aconteció. Como
resultado, cuando leemos el texto, en tres de los Evangelios, al
introducir el nombre, se presenta a Judas como traidor. Pero cuando
la historia se estaba desenvolviendo, los discípulos no sabían cómo
terminaría. Contrario a tener prejuicios, rechazo o considerarlo un
traidor, el discípulo tenía un lugar preponderante, su presencia en el
grupo era considerada valiosa y se admiraban sus talentos. Todo
esto lo podemos deducir porque en el grupo, ¡él era el tesorero! (ver
Juan 13: 29). Jesús estaba al frente del grupo, compartiendo la
Palabra; y Judas a su lado, ¡administrando el dinero!
Este importante detalle nos muestra que Judas disfrutaba de la
confianza absoluta de sus compañeros. Los discípulos se sentían
felices y orgullosos de tenerlo con ellos. Ni siquiera la noche de la
entrega, junto a la mesa de la pascua, alguno se imaginó que
aquella noche, su amigo se transformaría en el símbolo universal de
la traición. Nadie se imaginó un epilogo más triste y doloroso para
quien había estado con el Hijo de Dios. Mateo lo muestra de esta
forma:
«Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que era
condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a
los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Yo he
pecado entregando sangre inocente”. Pero ellos dijeron: “¿Qué
nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”. Entonces, arrojando las
piezas de plata en el Templo, salió, y fue y se ahorcó. Los
principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron:
“No está permitido echarlas en el tesoro de las ofrendas,
porque es precio de sangre”. Y, después de consultar,
compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de
los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día
de hoy: “Campo de sangre”. Así se cumplió lo dicho por el
profeta Jeremías, cuando dijo: “Tomaron las treinta piezas de
plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos
de Israel, y las dieron para el campo del alfarero, como me
ordenó el Señor”» (Mateo 27: 3–10).
Desde aquel día hasta hoy, bajo los reflectores de la historia,
Judas y su legado significan traición, desprecio y burla. Pero si
hubiésemos sido uno de los doce de seguro hubiésemos
experimentado asombro, incredulidad y un profundo dolor. No
podían creer lo que había ocurrido. ¿Puede imaginar la
conversación de aquella oscura noche? Dos temas dominaron la
plática: La muerte de Cristo y la traición de Judas. En el caso de
este último la pregunta recurrente era: ¿Por qué lo hizo?
Nunca me había tomado el tiempo para escribir o predicar acerca
de Judas. Pero recuerdo que durante la década de 1980, mientras
avanzaba en mis estudios de Teología y estudiábamos varios temas
bíblicos, me hacía la pregunta: «¿Qué pasó? ¿Cómo fue posible
que Judas pudiera entregar a Jesús? ¿Por qué «con respecto a
Judas, la obra de amor de Cristo resultó infructuosa»?2 Era mi
deseo encontrar la causa por la cual este conspicuo seguidor de
Cristo había realizado este acto ignominioso. Hasta que hace unas
semanas, mientras leía el Espíritu de Profecía lo encontré.
Entonces, decidí que no podía escribir un libro de transformación y
discipulado sin hablar de Judas. Pero antes de analizar la razón de
este resultado fallido, veamos cómo el Salvador trató a su traidor.
¿CÓMO TRATÓ JESÚS A JUDAS?
El registro de las dos últimas escenas de Cristo con Judas,
muestra su trato con el discípulo.
Penúltima escena:
«Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu y
declaró: “De cierto, de cierto os digo que uno de vosotros me
va a entregar”. Entonces los discípulos se miraron unos a
otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al
cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A este,
pues, hizo señas Simón Pedro para que preguntara quién era
aquel de quien hablaba. Él entonces, recostándose sobre el
pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Respondió
Jesús: “A quien yo le dé el pan mojado, ese es”. Y, mojando el
pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del
bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: “Lo que
vas a hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los que estaban a
la mesa entendió por qué le dijo esto. Algunos pensaban,
puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: “Compra
lo que necesitamos para la fiesta”; o que diera algo a los
pobres. Cuando él tomó el bocado, salió en seguida. Era ya de
noche» (Juan 13: 21-30).
Una lectura reflexiva de esta interacción nos presenta que, aunque
Jesús fue muy claro en su revelación de lo que haría el traidor, la
manera en que lo hizo fue sin juicio, dureza, apasionamiento o
amenaza. Por el contrario, fue suave, lleno de dolor y amor; con tal
nivel de sutileza y prudencia que los discípulos, por el contrario,
entendieron que se trataba del cumplimiento de su tarea rutinaria. El
Maestro no lo desenmascaró abiertamente ni se encargó de corregir
la falta de entendimiento de los discípulos. Aun saliendo aquella
noche de la cena pascual con sus colegas, Judas fue visto como un
fiel discípulo que iba obediente a cumplir una tarea para el Maestro.
Última escena:
«Mientras él aún hablaba, se presentó una turba. El que se
llamaba Judas, uno de los doce, que iba al frente de ellos, se
acercó hasta Jesús para besarlo. Entonces Jesús le dijo:
“Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”» (Lucas
22: 47-48).
Este momento final entre el Maestro y Judas ha quedado
inmortalizado. Por una parte, se encuentra la acción del discípulo:
un beso para tratar de ocultar su traición. El acto más ruin fue
disimulado por la acción más amante, ¡una expresión de afecto!
Pero qué hizo Jesús. ¿Lo increpó? No. Jesús solo le elaboró una
pregunta simple que lo invitaba a evaluar su pérfido acto. Sus
palabras recuerdan su relación de amor, afecto y el dolor que le
causaba lo que hacía.
Como puede notar, mi querido lector, Judas recibió un trato
caracterizado por el respeto, la delicadeza y un profundo afecto.
¿Podría justificar Judas la traición a Jesús? ¡De ninguna manera!
Fijémonos en el siguiente comentario de Elena G. de White:
«Jesús reprendió a sus discípulos, los amonestó y los previno;
pero Juan, Pedro y sus hermanos no lo abandonaron. A pesar
de los reproches, decidieron quedarse con Jesús. Y el
Salvador no se apartó de ellos a causa de sus errores. Él toma
a los hombres como son, con todas sus faltas y debilidades, y
los adiestra para su servicio si están dispuestos a ser
disciplinados e instruidos por él».3
«Hubo, no obstante, entre los doce uno al cual Cristo, casi
hasta el fin de su obra, no le dirigió explícitamente ningún
reproche».4
Notemos las diferencias en el siguiente gráfico.
__________
1. En contraste con la visión calvinistas que enfatiza únicamente la soberanía de Dios, los
adventistas reconocemos la capacidad de decisión del ser humano. Para conocer más
acerca de la influencia del Arminianismo en la Iglesia Adventista puede consultar con el
artículo escrito por Gary Lan. «Arminianismo y Adventismo del Séptimo Día». The BRI
Newsletter N. 33 (1/2011). Disponible en:
https://www.adventistbiblicalresearch.org/sites/default/files/BRI%20Newsletter%2033-
1sp.pdf
2. Elena G. de White, La educación, p. 83.
3. Ibíd., p. 82.
4. Idem.
5. Ibíd., p. 83.
6. Ibíd., p. 82.
7. Ibíd., pp. 82-83.
8. Ibíd., p. 83.
9. Esta cita nos amplia la visión de lo que significaba el carácter de Judas y su contraste
con Cristo. «Hubo, además, otras lecciones. Cuando los doce fueron ordenados, los
discípulos deseaban ardientemente que Judas formara parte del grupo, y habían
considerado su llegada como un hecho prometedor para el grupo apostólico. Había
estado en contacto con el mundo más que ellos; era un personaje de buenos modales,
perspicaz, con capacidad administrativa y, como él mismo tenía un elevado concepto de
sus propias cualidades, había inducido a los discípulos a que tuvieran la misma opinión
sobre él. Pero los métodos que deseaba introducir en la obra de Cristo se basaban en
principios mundanos, y estaban de acuerdo con el proceder del mundo. Su fin era
alcanzar honores y reconocimientos terrenales, y el reino de este mundo. La
manifestación de esas ambiciones en la vida de Judas ayudó a los discípulos a
establecer el contraste que existe entre el principio del engrandecimiento propio y el de
la humildad y la abnegación de Cristo, es decir, el principio del reino espiritual. En el
destino de Judas vieron el fin a que conduce el servicio de sí mismo», La educación, pp.
83-84.
10 Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 41.
11. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 679.
12. Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 428.
13. Elena G. de White, La educación, p. 82, la cursiva es nuestra.
14. La palabra aparneomai (ἀπαρνέομαι) que ha sido traducida como «negarse» tiene el
sentido de «renunciar, desconocer, rehusar». Véase Alfred E. Tuggy, Léxico griego-
español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2003), p. 89.
15. Elena G. de White, La educación, p. 84.
«¡BIENVENIDO, PASTOR! —dijo el anciano desde la plataforma—
Nos alegra mucho que nos visite». Sus palabras y gestos revelaron
el aprecio por mi presencia en aquella congregación. Yo también
estaba muy feliz. Me gusta ir a la iglesia y sentarme como un
creyente más que desea ser alimentado y ministrado por el Espíritu
Santo. ¡Es maravilloso ser aceptado y extrañado en la
congregación!
Pero después de haber asistido varias veces a la misma
congregación noté que cada sábado eran las mismas personas las
que participaron en la plataforma y al mismo tiempo los mismos
miembros permanecieron sentados, escuchando, asintiendo con la
cabeza, o simplemente cantando y colocándose en pie o de rodillas
cuando era necesario. No pude evitar preguntarme a mí mismo:
¿Qué podemos hacer para que esta iglesia descubra lo que
significa ser la iglesia de la Gran Comisión?
Si tienes este libro en tus manos y has leído hasta este momento
es porque eres parte de quienes, como yo, ven la necesidad de un
cambio y sienten el deseo de colaborar en dicha transformación.
Este no es un simple pensamiento. Dios, que conduce nuestras
vidas y guía nuestros pasos en su providencia, ha permitido que
veamos en el mandato de Cristo algo más que un deseo divino. ¡Es
su visión del reino de gracia manifestado en la tierra!
En la Gran Comisión de Mateo 28 encontramos la semilla de la
visión de lo que Cristo esperaba que fueran sus seguidores, la
iglesia y el liderazgo. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿Para qué
hacerlo? ¿Puedes imaginar lo que significaría este cambio en la
vida de los miembros de iglesia? Considerando lo que significa la
Gran Comisión, es como si viéramos una iglesia llena de fe,
compromiso y relaciones espirituales de afecto, con un deseo por
asemejarse a Jesús y donde el perdón y la aceptación ocupen el
lugar más importante en el corazón. Lo más trascendental es que
sería la iglesia donde el Espíritu Santo se manifestaría con un poder
que nunca hemos visto hasta ahora. ¿Te imaginas? ¿Te gustaría
hacer la visión de Cristo una realidad en tu ministerio? Después de
todo, la promesa de Jesús es que somos «bienaventurados» si lo
hacemos (Juan 13: 17).
¿CÓMO DEBERÍA SER LA IGLESIA DE LA GRAN COMISIÓN?
Como hemos entendido a lo largo de este libro, la comisión
evangélica de Mateo 28: 16-20 influye poderosamente no solamente
en la comprensión del miembro de iglesia y su perfil, sino que
también hace necesario e indispensable que ampliemos nuestra
visión para entender que a fin de que ocurra un cambio en el
miembro de iglesia es necesario que la iglesia y el liderazgo
asimilen la Gran Comisión. Hacer discípulos es más que un curso,
una serie de seminarios o un programa. ¡Es un estilo de vida!
Por lo tanto, y para lograr este estilo de vida, es imposible hablar
de discipulado sin definir el tipo de iglesia que esperamos tener para
que esta visión sea una realidad y, por supuesto, del papel que
debe ejercer el liderazgo. Dicho de otro modo, si esperamos una
verdadera transformación necesitamos un cambio integral que
incluya al miembro, la iglesia y el liderazgo (el tema del próximo
capítulo).
Participantes del sistema de la Gran Comisión.
…Y ENTONCES?
Al cerrar este capítulo un pensamiento solemne sobrecoge mi
mente. El pensar en que este puede ser un aporte más a los que
muchos otros han hecho para que podamos ver el sueño de
terminar la obra de Dios y que la promesa de Dios de la venida de
Cristo se cumpla. Más de dos mil años han pasado y todavía falta
mucho y la razón siempre ha estado delante de nuestros ojos como
un viaje a Marte: Imponente, imposible, atrayente. Elena G. de
White lo plantea así: «La obra de Dios en esta tierra no podrá nunca
terminarse antes que los hombres y mujeres abarcados por el total
de miembros de nuestra iglesia se unan a la obra y aúnen sus
esfuerzos con los de los pastores y dirigentes de las iglesias».22
¿Será que podremos juntos hacer lo que Dios espera para que lo
imposible se haga posible? ¡Espero que sí! Suplico por ello y haré lo
que sea posible para que toda la iglesia experimente el cambio que
hará realidad nuestra más preciada esperanza.
__________
1. Gary Keller, The one thing, the suprisingly simply truth behind extraodinary results
(Austin, Texas: Bard Pres, 2016).
2. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, p. 124, la cursiva es nuestra.
3. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 48.
4. Según Barna, las iglesias que no están en discipulado «promueven programas en lugar
de personas». Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine Followers
of Christ, p. 92.
5. Claudionor Corrêa de Andrade, Diccionario Teológico: Con un suplemento biográfico de
los grandes teólogos y pensadores (Miami, Florida: Patmos, 2002), p. 191, la cursiva es
nuestra.
6. Me gusta cómo Elena G. de White señala este pensamiento: «Los ángeles trabajan
armoniosamente. Un orden perfecto caracteriza todos sus movimientos. Cuanto más
podamos imitar la armonía y el orden de la hueste angelical, mayor será el éxito que
coronará los esfuerzos de los agentes celestiales en nuestro favor. Si no reconocemos la
necesidad de actuar en forma armoniosa, y somos desordenados, indisciplinados y
desorganizados en nuestra conducta, los ángeles, que se hallan cuidadosamente
organizados y se mueven en perfecto orden, no podrán trabajar por nosotros con éxito.
Se apartan con pesar, porque no están autorizados para bendecir la confusión, la
distracción, y la desorganización», Servicio cristiano, p. 96. Este es un nivel de
alineación y unidad perfecta que trae la bendición de Dios sobre la iglesia.
7. Elena G. de White, Hechos de los apóstoles, p. 17, la cursiva es nuestra.
8. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 37.
9. Rob Kashow, «Episcopos, desarrollo del oficio», ed. John D. Barry y Lazarus Wentz,
Diccionario Bíblico Lexham (Bellingham, Washington: Lexham Press, 2014).
10. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 49.
11. George Barna, Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine
Followers of Christ, p. 92.
12. Josney Rodríguez, Un liderazgo que impacte, p. 55.
13. George Barna, Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine
Followers of Christ, cap. 7.
14. Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 90, la cursiva es nuestra.
15. Los componentes nos ayudan a asegurar que los números por bautismo, no son
símbolos de éxito, sino cristianos transformados. Coleman escribió: «Finalmente, aquí es
donde todos debemos evaluar la contribución que nuestra vida y nuestro testimonio
están haciendo al propósito supremo de aquel que es el Salvador del mundo. ¿Los que
nos han seguido a Cristo ahora están guiando a otros hacia él y enseñándoles a hacer
discípulos como nosotros? Tenga en cuenta que no es suficiente rescatar a los que
perecen, aunque esto es imprescindible; ni es suficiente construir bebés recién nacidos
en la fe de Cristo, aunque esto también es necesario para que las primicias sean
duraderas; de hecho, no es suficiente sacarles almas ganadoras, por muy encomiable
que sea este trabajo. Lo que realmente cuenta en la perpetuación final de nuestro trabajo
es la fidelidad con la que nuestros conversos van y hacen líderes de sus conversos, no
simplemente más seguidores. Seguramente queremos ganar nuestra generación para
Cristo, y hacerlo ahora, pero esto no es suficiente. Nuestro trabajo nunca termina hasta
que haya asegurado su continuación en la vida de los redimidos por el Evangelio».
Robert E. Coleman. The Master Plan of Evangelism (Posición en Kindle 976-983).
16. La palabra perseverar viene del término griego προσκαρτερέω que significa “dedicarse
a, continuar en, acompañar continuamente, acudir con perseverancia, alistar” Alfred E.
Tuggy, Léxico griego-español del Nuevo Testamento (El Paso, Texas: Editorial Mundo
Hispano, 2003), p. 824.
17. «Muchos suponen que el espíritu misionero y las cualidades para el trabajo misionero
constituyen un don especial que se otorga a los ministros y a unos pocos miembros de la
iglesia, y que todos los demás han de ser meros espectadores. Nunca ha habido mayor
error. Todo verdadero cristiano ha de poseer un espíritu misionero, porque el ser cristiano
es ser como Cristo. Nadie vive para sí, “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no
es de él”», Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 363.
18. Elena G. de White enfatiza como el resultado esta determinado por el contenido de la
instrucción y el uso de los métodos adecuados. Además señala con claridad que el
resultado final será un miembro líder que no depende del pastor. «Si se diera la
instrucción adecuada, si se siguieran los métodos debidos, cada miembro de iglesia
haría su obra como miembro del cuerpo. Haría obra misionera cristiana. Pero las iglesias
se están muriendo, y necesitan un pastor que les predique. Debe enseñárseles a traer
un diezmo fiel a Dios, para que él los fortalezca y bendiga. Debe lograrse armonía entre
ellos, para que el soplo de Dios venga sobre ellos. Debe enseñárseles que a menos que
puedan permanecer por sí mismo sin pastor, necesitan ser convertidos de nuevo, y
bautizados de nuevo. Necesitan nacer de nuevo», Elena G. de White, El evangelismo, p.
285, la cursiva es nuestra.
19. «Nuestros talentos se nos conceden para usarlos y para desarrollarlos con el uso»,
Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 3, p. 261.
20. «Esta hora exige que se hagan movimientos de avanzada, que una fe perseverante y
resuelta sea ejercida, que un espíritu paciente, de abnegación y resignación, sea
manifestado en cada miembro de nuestras iglesias, y que cada uno que profese seguir a
Cristo llegue a ser un obrero en su viña espiritual. Los miembros de la iglesia temerosos
de Dios pueden hacer más bien con sus devotos esfuerzos personales que lo que
pueden lograr nuestros ministros cuando no sienten la preocupación por trabajar de casa
en casa. Nuestros ministros ordenados deben hacer lo que puedan, pero no se debe
esperar que un hombre haga el trabajo de todos. El Maestro ha señalado a cada hombre
su obra. Hay visitas que realizar, hay oraciones que elevar, hay simpatía que debe ser
impartida; y la piedad, el corazón y la mano de toda la iglesia deben ser usados, si la
obra ha de ser terminada. Usted puede sentarse con sus amigos, y en una agradable
conversación social, hablarles de la preciosa fe de la Biblia», Elena G. de White, El
ministerio pastoral, p. 172.
21. Ibíd., p. 171.
22. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, p. 103.
«¿CUÁNDO REGRESARÁ JESÚS?». ¡Nunca podré olvidar esa
pregunta! Era sábado de tarde. Los últimos rayos de luz entraban
por la ventana iluminando las paredes blancas de la habitación de
mis hijos. Acostado, abrazaba a mi hijo de cinco años. Él, recostado
boca arriba sobre mi hombro, tendía su diminuta pierna sobre mi
muslo izquierdo. ¡Él estaba relajado y yo feliz de tenerlo allí, cerca,
mientras compartía lo que sucedería cuando el dolor de este mundo
acabara y Cristo viniera! Él, en silencio, escuchaba. En algunos
momentos interrumpía. «¿Y viviremos por siempre?», preguntó. Él
estaba emocionado por tal posibilidad ¡y yo también! Por un
momento me pregunté cómo sería un sábado eterno. Sintiendo paz,
estando con mi familia y mi Señor. ¡Qué día! ¡Cuánto deseé que el
tiempo se detuviera!
Recuerdo responderle que antes de que Jesús volviera, todo el
mundo conocería acerca de su Palabra. ¡Dios derramaría el Espíritu
Santo y cada miembro sería un poderoso representante de su amor!
Cada día que pasa pienso en aquella pregunta y recuerdo aquel
sábado en la tarde cuando hablamos de estar juntos por la
eternidad.
Mi ministerio ha estado ligado profundamente a esperar, apresurar
y comprender cómo hacer realidad esta gran promesa. ¿Qué
necesita la iglesia? ¿Cuál debe ser el papel del liderazgo para que
ocurra un cambio en los miembros? ¿Qué necesito hacer para que
la iglesia cumpla la misión de Cristo? Mi querido lector, sé que estos
mismos pensamientos y emociones han permanecido en su corazón
por muchos años. ¿Qué podemos hacer? Muchas cosas se han
dicho. Cada una es parte de la gran edificación que es necesaria al
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. Sin embargo,
este último capítulo es para quienes desean finalmente ser usados
como instrumentos y ver un nuevo día en la iglesia. ¡Que el Espíritu
Santo te guíe en este último recorrido juntos!
¿QUÉ BUSCAS EN TU LIDERAZGO?
La Gran Comisión evangélica ha sido el tema de este libro; y su
interpretación, comprensión y aplicación el propósito dominante de
cada uno de los capítulos. No solo hemos demostrado su
importancia crucial y la pertinencia imperiosa para nuestra iglesia
contemporánea, sino que hemos puesto de manifiesto el impacto
que debe tener en la visión de nuestro liderazgo, si esperamos que
nuestra iglesia cumpla el mandato de la misión por completo.
«¿Qué esperas de tu liderazgo?», fue la pregunta que nos hicimos
en el primer capítulo y todavía, querido lector, al arribar a la última
parte, la interrogante continúa vigente. Estoy seguro de que durante
este recorrido un gran número de ideas y emociones han tocado su
corazón, lo han hecho reflexionar y han desafiado su voluntad.
¿Qué espera usted de su liderazgo? ¡Personalmente ya tomé mi
decisión! Aunque lamento no haberlo hecho antes por la ausencia
de la comprensión que hoy poseo de la voluntad de Cristo para su
iglesia y de su ministerio ((hubiera deseado entender esto al menos
veinte años atrás), no puedo pasar por alto la invitación con todo lo
que significa. ¡Quiero seguir a Jesús! ¡Deseo ser un líder conforme
al modelo de Cristo!
Como ya hemos visto en el capítulo anterior, la Gran Comisión no
solo afecta el perfil del miembro, sino que también impacta la
manera en que funcionamos como iglesia y la forma en que
ejercemos nuestro liderazgo.
Uno de los descubrimientos más impactantes para mí ha sido lo
que significa realmente el modelo del liderazgo transformador de
Cristo. ¡Fue transformador! Después de estar en contacto con miles
de líderes, desde mi niñez, cuando mis padres fueron misioneros en
la selva del norte del Amazonas, en Venezuela, hasta que finalicé
mis estudios de posgrado, ningún libro leído o seminario escuchado
me ha marcado tanto como el estudio detallado de la Gran
Comisión en unión con el modelo de liderazgo de Cristo. ¿Por qué?
Las razones que puedo enumerar de forma sucinta son las
siguientes:
1. El liderazgo según el modelo de Cristo tiene un mayor nivel de
impacto en la comunidad.1
2. El liderazgo según el Maestro tiene un mayor nivel de eficiencia y
efectividad en cuanto a resultados.
3. El liderazgo según el modelo de Cristo tiene resultados
duraderos.
4. El liderazgo según el modelo de Cristo es fácil de reproducir.
5. El modelo de Cristo tiene un secreto expansivo y multiplicador.
6. El modelo de Cristo se centra en las personas y su desarrollo y
no en la realización de eventos y programas.
7. El liderazgo de Cristo es atrayente, motivador y comprometedor.
8. El liderazgo según el modelo de Cristo es satisfactorio, porque se
trata del cambio o transformación del individuo.
9. El estilo de liderazgo de Cristo busca un desarrollo integral del
miembro y de la iglesia.
10. Finalmente, y quizás lo más importante, fue el método que
Jesús usó mientras estuvo en la tierra.
Puedo mencionar muchas otras razones por las que el liderazgo
del Salvador es superior a cualquier otro modelo de los que
aparecen en la literatura secular. Sin embargo, solo basta con decir
que el modelo de dirección de Cristo refleja el carácter y la visión
divina del liderazgo en el reino de Dios.2 ¿Existe algo más grande o
superior que el entendimiento de la naturaleza que fundamenta este
modelo? ¡No lo creo! Es por ello que surge la necesidad de abordar
las implicaciones del ejercicio del liderazgo espiritual desde la
perspectiva de la Gran Comisión y el modelo de Cristo.
FUNCIONES ESENCIALES DEL LIDERAZGO ECLESIÁSTICO
En este capítulo nos referiremos al trabajo pastoral, sin embargo,
esto incluye a todos los dirigentes que cumplen funciones
eclesiásticas y que desean ejercer su gestión ajustándose a las
características del modelo de Cristo. Por eso, cada vez que
hablemos del trabajo pastoral, esta frase incluirá a los ancianos y
otros dirigentes cuya función requiere imitar y reproducir un
liderazgo espiritual regido por los principios bíblicos y del Espíritu de
Profecía.
Las Escrituras son claras con relación a las funciones que deben
realizar los pastores. En resumen, son cuatro: Administrar (ver
Hechos 15: 1-30), predicar (ver 2 Timoteo 4: 2), pastorear (ver 1
Pedro 5: 1-4) y enseñar (ver 1 Timoteo 4: 13-14; Tito 2: 1).3 Cada
una de estas funciones tiene un área importante que atender en
beneficio de la grey.
__________
1. Silverio afirma que las iglesias necesitan imitar a la iglesia primitiva. Silverio Manuel
Bello Valenzuela, Diaconado eficiente para la iglesia de hoy, p. 36.
2. Ernesto Johnson es uno de los autores que señala a Cristo como el modelo perfecto de
liderazgo. G. Ernesto Johnson, Liderazgo desde la cruz: Principios y personajes del
liderazgo bíblico, p. 21.
3. John F. MacArthur, El ministerio pastoral: Cómo pastorear bíblicamente, p. 72.
4. Strauch presenta una descripción de las capacidades administrativas en el liderazgo de
los ancianos y por ende de los pastores. Alexander Strauch, Liderazgo bíblico de
ancianos: Un urgente llamado a restaurar el liderazgo bíblico en las Iglesias, p. 24.
5. Según Deiros, luego de la reforma, la predicación ocupa una prioridad en las iglesias
protestantes. Pablo A. Deiros, Diccionario hispano-americano de la misión.
«Introducción».
6. Warren W. Wiersbe, Esperanzados en Cristo: Estudio expositivo de la Primera Epístola
de Pedro (Sebring, Florida: Editorial Bautista Independiente, 2013), p. 130.
7. «Muchos estudiosos de la Biblia creen que “pastores y maestros” en Efesios 4: 11 se
refiere a una sola persona con dos funciones. Un pastor es automáticamente un
maestro» Warren W. Wiersbe, Fieles en Cristo: Estudio expositivo de las Epístolas a
Timoteo, Tito y Filemón, p. 33.
8. George Barna, Growing True Disciples: New Strategies for Producing Genuine Followers
of Christ (The Crown Publishing Group), p. 162.
9. Elena G. de White, El ministerio pastoral, p. 182, la cursiva es nuestra.
10. Elena G. de White, Review and Herald, 31 de mayo de 1887.
11. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 72, la cursiva es nuestra.
12. Elena G. de White, El servicio cristiano, p. 87, la cursiva es nuestra.
13. Elena G. de White, El ministerio pastoral, p. 257, la cursiva es nuestra.
14. Elena G. de White, El evangelismo, p. 88, la cursiva es nuestra.
15. Elena G. de White, El evangelismo, p. 285.
16. Elena G. de White, El ministerio pastoral, p. 143.
17. Elena G. de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 53, la cursiva es nuestra.
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