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Las estaciones han

tenido siempre un
correlato o una
explicación cultural o
mitológica en los pueblos
humanos, y la primavera
en ellas ha jugado
siempre un rol
celebratorio, festivo. En la
mitología griega, por ejemplo, las estaciones se explicaron mediante el
célebre rapto de Perséfone por el dios del inframundo, Hades.

Perséfone, cuenta la tradición, era hija de Deméter, una diosa agrícola y de


la tierra, y al ser llevada por la fuerza bajo tierra al mundo de los muertos, se
entristeció tanto y fue tan infeliz, que a Hades no le quedó más remedio que
llegar a un arreglo: ella pasaría seis meses con él bajo tierra
(correspondientes al otoño e invierno) y luego seis meses de vuelta con su
madre (primavera y verano). Así, la época primaveral era para los griegos la
celebración del retorno de la hija con Deméter, quien de pura alegría hacía
florecer las plantas.

La celebración del equinoccio de primavera era así frecuente no sólo en la


cultura de los antiguos griegos, sino también de muchos pueblos europeos
de religión panteísta, que comúnmente son referidos como celtas.

Se trata de un conjunto de pueblos más o menos parecidos, ágrafos y de


religión animista, que cada solsticio de primavera se reunían para celebrar el
retorno de la fertilidad y del calor al mundo. Los celtas tenían además un
calendario propio desarrollado a partir de los equinoccios y solsticios, al cual
se sospecha responderían las ruinas de Stonehenge en Inglaterra.

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