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Castillo Pindú

Podemos ver que Dos imponentes pirámides se emplazan a diferente nivel. Ambas están divididas por leves
aberturas horizontales, a modo de rendijas, que interpretamos como ayuda para ventilar y generar una leve
penumbra interior, es decir, una ligera oscuridad. Ambas se imponen y se ofrecen al asombro del caminante
ocasional.
Por el otro lado, una tercera pirámide, pequeña y ocultamente inclinada, se asoma hacia el otro costado de un
paralelepípedo (poliedro de seis caras en el que todas las caras son paralelogramos, paralelas e iguales dos a dos)
que, en el eje central de la composición, se levanta como un tótem. Este volumen ascendente, a modo de eje
vertical rector del conjunto, enmarca y corona la discreta escalera del acceso. Lejos de las acostumbradas escaleras
de espíritu renacentista a las que nos habituaba Pindú en sus residencias notables, esta sin embargo no se destaca
y se remite a una precisa y determinada participación de orden funcional.
Cabe mencionar que, ambas pirámides se destacan como elementos plenos de un extraño orgullo presencial. Más
que causar extrañeza y duda, la primera emoción que nos aparece es de asombro y admiración.
Y por último, por detrás de ellas aparece la arquitectura más convencional, como un telón de fondo que intenta
desencantarnos e instarnos a pisar tierra firme.

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