que ni los equipos humanos de inteligencia ni los ordenadores por sí solos podrán
mantenernos a salvo. Las dos agencias más grandes de Estados Unidos adoptan enfoques
opuestos: La Agencia Central de Inteligencia (CIA) está dirigida por espías que dan preferencia
a los humanos. La Agencia de Seguridad Nacional (ASN) está dirigida por generales que dan
prioridad a los ordenadores. Los analistas de la CIA tienen que sortear tanto ruido que resulta
muy difícil identificar las amenazas más serias. Los ordenadores de la ASN pueden procesar
enormes cantidades de datos, pero las máquinas por sí solas no pueden determinar con
autoridad si alguien está planeando un acto terrorista. Palantir pretende trascender estas
tendencias contrapuestas: su software analiza los datos que el Gobierno le suministra —
registros telefónicos de clérigos radicales en Yemen o cuentas bancarias vinculadas a una
célula terrorista, por ejemplo— e identifica las actividades sospechosas para que un analista
experto las revise.
El software avanzado hace todo esto posible, pero más importantes si cabe son los analistas
humanos, fiscales, científicos y profesionales financieros, sin cuya implicación activa el
software habría sido inútil. Pensemos en lo que los profesionales hacen hoy en sus trabajos.
Los abogados deben ser capaces de articular soluciones a problemas espinosos en modos
distintos, el discurso cambia si hablas con el cliente, el abogado contrario o el juez. Los
médicos necesitan casar una comprensión clínica con la capacidad de comunicársela a
pacientes no expertos. Y los buenos profesores no son sólo expertos en sus disciplinas,
también deben entender cómo adaptar su instrucción a los intereses y estilos de aprendizaje
de cada individuo. Los ordenadores pueden ser capaces de hacer algunas de estas tareas, pero
no las pueden combinar de manera efectiva. Una mejor tecnología en los campos del derecho,
la medicina y la educación no reemplazará a los profesionales; les permitirá hacer mucho más.
La otra expresión de moda que encarna una tendencia hacia la sustitución es el concepto «big
data». Las compañías de hoy tienen un hambre insaciable de datos, creyendo erróneamente
que cuantos más datos mayor valor se crea. Big data equivale normalmente a datos mudos y
absurdos. Los ordenadores pueden encontrar patrones que eluden a los humanos, pero no
saben cómo comparar patrones de distintas fuentes ni cómo interpretar comportamientos
complejos. Las ideas procesables sólo pueden provenir de un analista humano (o del tipo de
inteligencia artificial que sólo existe en la ciencia ficción). Nos hemos dejado embelesar por los
«big data» (cantidades ingentes de información) debido a que seguimos viendo la tecnología
como algo exótico. Nos dejamos impresionar por las pequeñas hazañas acometidas por los
ordenadores, pero ignoramos los grandes logros de la complementariedad porque la
contribución humana los hace menos sorprendentes. Los algoritmos de aprendizaje de los
superordenadores Watson, Deep Blue y los de cualquier otro mejor que aparezca en el futuro
son interesantes. Pero las compañías más valiosas del futuro no se preguntarán qué problemas
pueden resolver con los ordenadores por sí solos. En cambio preguntarán: ¿cómo pueden los
ordenadores ayudar a los humanos a resolver problemas complejos?
Ver verde
Ya hemos abordado en capítulos anteriores estos elementos. Sea cual fuere tu industria, todo
buen plan de negocio debe incluir todos y cada uno de ellos. Si careces de buenas respuestas a
estas preguntas, la «mala suerte» se cruzará en tu camino y tu negocio fracasará. Si resuelves
las siete cuestiones, podrás dominar tu destino y triunfar. Incluso si resuelves correctamente
cinco o seis preguntas, tu negocio podría funcionar. Sin embargo, lo sorprendente de la
burbuja de la tecnología limpia es que se crearon empresas sin ninguna buena respuesta, lo
cual se traduce en que todas esperaban un milagro.
La cuestión de la ingeniería
Las compañías deben esforzarse en producir mejoras diez veces superiores porque las mejoras
graduales a menudo acaban resultando inútiles para el usuario final. Imagina que desarrollas
un aerogenerador que es un 20 por ciento más eficiente que cualquier otra tecnología
existente cuando lo pruebas en tu laboratorio. Eso en principio suena bien, pero el resultado
de laboratorio no empezará a compensar los gastos y riesgos afrontados por todo producto
nuevo en el mundo real. E incluso si tu sistema es realmente un 20 por ciento superior de
media para el cliente que lo compra, la gente está tan acostumbrada a exagerar sus
afirmaciones que te encontrarás con cierto escepticismo cuando intentes venderlo. Sólo si el
producto que puedes ofrecer es diez veces superior, puedes ofrecer al cliente una superioridad
transparente.
La cuestión de lo tiempo
En Founders Fund, lo vimos venir. La clave más evidente estaba en el vestir: los ejecutivos de
empresas de energías renovables iban por ahí en traje y corbata. Ésta era una enorme bandera
roja, pues los verdaderos tecnólogos visten camisetas y vaqueros. De modo que instituimos
una regla general: rehusar toda compañía cuyos socios fundadores vistieran de traje en sus
reuniones comerciales. Tal vez habríamos evitado estas malas inversiones de todos modos de
habernos tomado el tiempo para evaluar en detalle la tecnología de cada una de esas
empresas. Pero la idea del equipo de no invertir nunca en un consejero delegado que llevara
traje nos descubrió la verdad mucho más rápido. Las mejores ventas están ocultas. No hay
nada malo en que un consejero delegado pueda vender, pero si realmente parece un
vendedor, probablemente sea malo en las ventas y un peor tecnólogo.
La cuestión de la distribución
ara empezar, nunca estuvo claro lo que realmente estabas comprando. Better Place compró
sedanes a Renault y los reacondicionó con baterías y motores eléctricos. De modo que
¿estabas comprando un Renault eléctrico o un Better Place? En todo caso, si decidías comprar
uno, tenías que salvar una serie de obstáculos. Primero, necesitabas obtener la aprobación de
Better Place. Para conseguirla, tenías que demostrar que vivías lo suficientemente cerca de
una estación Better Place de intercambio de batería y comprometerte a seguir rutas
predecibles. Si pasabas la prueba, tenías que contratar una suscripción de abastecimiento de
combustible para recargar tu coche. Sólo entonces podías empezar a aprender la nueva rutina
para intercambiar paquetes de baterías en la carretera.
La cuestión de la durabilidad
Suvi Sharma, entonces consejero delegado del fabricante de paneles solares Solaria, admitió
que así como «hay una sensación de fiebre del oro» con respecto a la energía solar, «hay
también verdadero oro aquí; o, en nuestro caso, luz del sol». Pero las prisas por abrazar la
convención enviaron a decenas de prometedoras empresas de paneles solares —Q Cells,
Evergreen Solar, SpectraWatt, e incluso a la propia compañía de Gross, Energy Innovations, por
citar sólo unas cuantas— al tribunal de quiebra en muy poco tiempo. Cada una de las víctimas
había descrito su brillante futuro utilizando convenciones generales sobre las que todos
estaban de acuerdo. Las grandes compañías tienen secretos: razones concretas para el éxito
que otras personas no ven.
El progreso no se detiene por la diferencia que pueda existir entre la avaricia corporativa y la
bonhomía de las organizaciones sin ánimo de lucro; en cambio, nosotros sí estamos limitados
por la similitud de ambos. Igual que las corporaciones tienden a copiarse unas a otras, las
organizaciones suelen tener las mismas prioridades. La tecnología limpia pone de manifiesto el
resultado: cientos de productos indiferenciados, creados todos en nombre de un objetivo
demasiado amplio. Hacer algo diferente es lo realmente bueno para la sociedad, y es también
lo que permite que un negocio consiga beneficios a través de la monopolización de un
mercado. Los mejores proyectos suelen pasarse por alto, no son pregonados a los cuatro
vientos por la multitud; los mejores problemas sobre los que trabajar suelen ser aquellos que
nadie más intenta resolver.