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El independentismo y la experiencia de estado

Dice Pedro Sánchez que el estado profundo no existe, pero es sido incapaz de mostrar un control total sobre
los servicios de seguridad. Nada nuevo bajo el sol, podría decirse. A fin de cuentas, el concepto de estado
profundo implica tareas inconfesables y un nivel de autonomía -por decirlo sutilmente- con respecto a los
poderes reconocidos, así que no cabe esperar que un presidente de gobierno español reconozca públicamente
que hay partes del estado con vida propia. Si lo hiciera, tendría o bien que retirarse o bien afrontar una
profunda depuración de los aparatos de ese mismo estado y es obvio que no piensa hacer ninguna de las dos
cosas. Ahora bien, no esperará este señor haber disipado ninguna duda ni aplacado ninguna sospecha, porque
en realidad las ha confirmado y acrecentado.

El independentismo vasco tiene una prolongada e intensa experiencia de estado. Por un lado, porque lleva
mucho tiempo empeñado en construir uno, pero, sobre todo, porque ha experimentado qué significa desafiar
no a uno, sino a dos a la vez. Eso marca y queda impreso en la inteligencia colectiva, por no decir -que
también- en los cuerpos de las y los independentistas, siempre conscientes de los riesgos materiales de su
empeño. Por eso, de sobra sabemos cómo funcionan los estados español y francés y hace mucho que
aprendimos que lo que diga un gobierno español, incluso cuando creen lo que dicen, tiene el valor que le da
la correlación de fuerzas dentro del propio estado. Las apuestas políticas en el ámbito estatal español del
independentismo vasco no se basan en la candidez, sino en la experiencia acumulada.

Hay tensión dentro del estado español, hay posiciones diferentes, pero también intentos de disciplinar bandos
y restaurar la añorada unidad de acción de la transición. Pero hay partido: la restauración no está consumada,
la crisis sigue abierta y la derecha autoritaria busca su momento.

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