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Qartarsenc#e le advertia de que eran molinos de viento y no gigantes. Pero él iba tan decidido hacia ellos que ni ofa a Sancho Panza ni veia lo que tenia tan cerca. A altas voces iba di- ciendo: -No huyais, cobardes y malvadas criaturas, que un solo caballero soy yo contra todos vosotros. A esto que empezé a soplar el vien- to y las grandes aspas comenzaron a moverse, y en cuanto don Quijote lo vio, dijo: Aunque movais los brazos todos a la vez, me las pagaréis. Y después de decir esto, y de enco- mendarse a su sefiora Dulcinea, se co- locé bien la lanza y sin hacer caso a las advertencias de su escudero San- cho, arremetié a todo galope hasta embestir al primer molino que estaba delante. Y fue tan fuerte el golpe que » Cresco SO se dio contra el aspa, que la lanza se rompié en dos mitades y a don Quijote y Rocinante los lanzé por tierra a cua- tro metros de distancia, donde queda- ron malheridos hasta que a todo correr en su asno, llegé Sancho Panza para socorrerlos. -iValgame Dios! -dijo Sancho-. {No le dije yo que eran molinos de viento? Los molinos de viento -Calla, amigo Sancho -respondié don Quijote-, que las cosas de la gue- rra suelen cambiar con facilidad. Y ahora que lo pienso, me parece a mi que ha debido de ser algtin mago o he- chicero que me tiene envidia el que ha cambiado los gigantes que aqui habia por los molinos que ahora hay. Lo que Cs ¢ apie, = no sabe él todavia es que sus malas ar- fe pie. Venia en el coche una sefora viz~ tes no podran nunca con mi espada. -Dios lo quiera -respondié Sancho Panza, que le ayudaba en ese momento a colocarse de nuevo sobre Rocinante. Y de este modo, hablando del inci: dente de los gigantes que resultaron ser molinos, siguieron ambos el camino que llevaban. La noche la pasaron entre unos 4r- boles, y de uno de ellos rompié don Quijote una rama seca que le pudiera servir de lanza, y puso en ella un trozo de hierro afilado que salvé de la otra que se le habia roto. Toda la noche se la pasé don Quijote sin dormir, pensando en su seftora Dulcinea, por imitar lo que habia leido en sus libros, donde se decia que los caballeros andantes pa- saban muchas noches en vela sofando con sus sefioras. Pero no hizo lo mismo Sancho, que si durmi6, y que hubiera seguido durmiendo toda la manana si no lo hubiese despertado don Quijote. Los fraites y et vizcaino Cos | dia siguiente continuaron la marcha, y a eso de las tres de la tarde asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito. Traian sobre la frente unos quitasoles para protegerse de la luz del sol, y de- tras de ellos venia un coche, mas cuatro © cinco mozos a caballo que les acom- pafaban, junto a otros dos que iban a ofe caina, que iba para Sevilla, donde esta- ba su marido, que marchaba a las In- dias con un cargo muy honroso. No iban los frailes con ella, aunque fueran por el mismo camino, y apenas los vio don Quijote, cuando dijo a su escudero: -O yo me engano, Sancho, o esta va a ser la mas famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos ne- gros que alli aparecen deben de ser al- gunos brujos que llevan secuestrada a alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este entuerto con todo mi poderio. -Esto va a ser peor que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, senor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna pasa- jera. Mire bien lo que hace, no sea que le engane el diablo. -Ya te he dicho, Sancho -respondié don Quijote-, que sabes poco de aven- turas. Lo que yo digo es verdad, y aho- ra lo verds. Y colocandose en mitad del camino, dijo en alta voz: Gente endiablada y descomunal, dejad enseguida a las altas princesas que en ese coche Ilevais forzadas. Si no, preparaos para recibir la muerte. Los frailes detuvieron las riendas y respondieron ~Sefor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que van por su camino, y no sabemos si en este coche vienen o no algunas princesas. ce

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