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EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO

Esa tarde, al escuchar el trote, preparó la más dulce de sus sonrisas, que
después se convirtió en menosprecio, cuando el jinete, doblando la
esquina, llegó ante la casa y desmontó.
-¡Qué individuo repugnante, pese a la belleza de sus ojos azules! Tenía
los cabellos muy largos y empolvados y el vestido rotoso y sucio.
El Zarco lo miró con admiración, cruzó el corredor haciendo sonar sus
espuelas y entró a la tienda. Allí sentándose, ante el mostrador, en un
viejo cajón de los que hacían de sillas, pidió media botella de licor y una
copa. Se puso a beber a tragos cortos, saboreando el licor y diciendo que
estaba bueno. El empleado y dos clientes más, sentados al otro extremo
del mostrador, no dejaron de sorprenderse de la extraña apariencia del
nuevo cliente.
-¿De dónde es usted? -preguntó comedidamente el empleado.
-De Uyumi, pero faltaba de ahí desde hace años. Ahora estoy
moviéndome por estos lados en busca de un trabajo. Don Álvaro me
había ofrecido uno.
El empleado se quedó pensativo
¿Estará don Zenobio? preguntó a su vez el forastero, después de beber
otro trago. Me han dicho que destila mucho y yo algo entiendo de
alambiques...
No se preocupe, en estos momentos lo llamare -dijo el empleado,
desapareciendo por una puerta que daba al interior.

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