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¿Llegará la felicidad a Palestina?

Según la Biblia, desde hace unos 4000 años reina la discordia en la


llamada “Tierra Santa”, y todo se inició con la llegada del patriarca
Abraham a ocupar dichas tierras por mandato divino. Aunque
ciertamente, tampoco puede descartarse que hubiera conflictos entre
los cananeos y otras tribus que habitaban el lugar. El relato bíblico
sobre la discordia puede entenderse como algo completamente natural
en nuestro mundo actual, porque se derivó de un abuso, seguido de los
celos y posterior alejamiento forzado de parte del verdadero
primogénito de Abraham. Para entender el tema hay que decir que se
trata de una de las peores inmoralidades descritas en la Biblia, y que de
añadidura se presenta de manera triple, a saber:

1. En el capítulo 15:2-3 de Génesis, Abraham se queja de Dios por


no haberle dado hijos. Que su heredero será hijo de esclavo
nacido en su casa. Dios le responde con demostraciones y
asegurándole que sí tendrá descendencia propia a quien heredar
sus riquezas.
2. Viendo su esposa Sara que no podía concebir hijos, se le ocurrió
ofrecerle a su esposo la sirvienta egipcia de nombre Agar que
tenía a su servicio diciendo: Ya ves que Jehová me ha hecho
estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré
hijos de ella. Y atendió Abraham el ruego de Sara (Génesis 16:2-
3).
3. En el mismo capítulo se relata que Agar empezó a mirar con
desprecio a Sara porque ella sí había podido concebir, por lo que
Sara le pidió a su esposo Abraham que alejara a Agar del hogar,
a lo que Agar misma se alejó por la pena que la situación le
causaba. Nace así el legítimo primogénito de Abraham de
nombre Ismael (Génesis 16:15-16). Poco después, Sara logra
concebir y nace el segundo hijo de Abraham de nombre Isaac. La
celosa Sara de nuevo le pide a su esposo: Echa a esta sierva y a su
hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi
hijo. Aunque le dolió, Abraham se vio obligado a seguir las
instrucciones de Sara y de su Dios, quien le dijo que su
preferencia, primogénito, y heredero con quien haría pacto sería
con Isaac. Aunque también le prometió que haría grande a
Ismael (Génesis 21:9-21).

Es evidente que los tiempos y las edades no coinciden en el relato, pero


suponiendo que el mismo es cierto, he aquí las tres
inmoralidades implicadas:

1. Lo primero que hay que criticar es que Dios instituye, tolera y


legaliza el derecho de posesión, tráfico y comercialización de
seres humanos como si fueran verdadera mercancía (esclavos).
No hace el menor recato para que los tenedores de siervos
puedan considerar la enorme inmoralidad implicada en este
hecho deplorable, y en si mismo humillante.
2. Lo segundo es la flagrante violación del derecho humano
cometido tanto por Sara como por Abraham, al utilizar a su
esclava Agar solo con el propósito de concebir un hijo, como si
tan solo fuera un objeto reproductor.
3. El desprecio y la humillación adicional a la que fueron sometidos
tanto Agar como su hijo Ismael el ser echados del hogar de
Abraham. Fue un trato similar al que se hace a los objetos que ya
no se desean y se tiran a la basura. A ello se agrega la negación
de Dios a darle supremacía legítima a Ismael sobre Isaac por ser
el verdadero primogénito, lo que obviamente genera discordia.

Esta triple inmoralidad es lo que varios historiadores coinciden en


señalar como el origen del conflicto Árabe-Israelí, y que en su versión
moderna es la guerra entre los palestinos y los judíos por la posesión
del territorio de Palestina, antiguamente conocida como Judea. Los
judíos argumentan que esa es la antigua tierra de Cananea que su Dios
le prometió a Abraham, a Isaac y a sus descendientes, que Jerusalén es
su ciudad sagrada, construida por sus antiguos reyes; mientras que los
palestinos aseguran que esas tierras fueron conquistadas por sus
antepasados unos 8 siglos después de Cristo y que Jerusalén es
igualmente su ciudad sagrada.

Lo que más sorprende es que las teocracias modernas occidentales


decidieron ponerle más leña al fuego después de la segunda guerra
mundial al forzar la creación del estado de Israel en un territorio de
completa hostilidad y contraviniendo los derechos legítimos de los
palestinos. Las teocracias triunfadoras de la guerra contra Hitler
actuaron ahora casi de la misma forma como lo hizo el Dios de
Abraham, privilegiando a los de su preferencia, aún en contra del
sentido común, el consenso y la razón.
De manera escueta, debe recordarse que durante la segunda guerra
mundial buena parte del medio oriente era territorio ocupado por las
dos potencias europeas Gran Bretaña y Francia, pero Palestina era
territorio británico y con esa potestad decidía lo que deseaba en el
territorio. Los judíos por su parte, después de haber sufrido
persecuciones y salidas forzadas de varios países europeos durante
siglos y particularmente de la Rusia zarista previo a y durante la
primera guerra mundial, no tenían donde ir más que de regreso a
Palestina pues inclusive ni en los Estados Unidos eran bienvenidos.
Este hecho produjo presiones sociales en Palestina que se fueron
incrementando hasta llegar a movimientos independentistas tanto de
palestinos como de judíos en el mismo territorio. Pero fue la segunda
guerra mundial con su persecución masiva antisemita y la consabida
masacre de Hitler contra los judíos lo que despertó aún más el espíritu
patriótico de los que entonces habitaban Palestina, lo que presionó la
lucha independentista. En 1947, la asamblea de las Naciones Unidas -
de reciente creación después de la guerra- aprobó la resolución 181 que
establece la partición de Palestina en dos estados, uno árabe y otro
judío. Además estableció la administración de Jerusalén por parte de la
ONU. Pero los ingleses hábilmente se retiraron de la cuidad en 1949,
solo para facilitar su toma por parte de los Judíos quienes con ello
crearon el estado de Israel en todo el territorio de Palestina, en
flagrante y criminal violación a la resolución 181 de la ONU y con ello
exacerbó la ancestral pugna con los árabes. Así, en 1949 y en respuesta,
Egipto ocupó la franja de Gaza (Predominantemente habitada por
palestinos), mientras que Jordania se anexó Cisjordania y el este de
Jerusalén. En 1956, durante la guerra del canal de Suez, Israel con la
ayuda francesa y británica se apoderó de la península del Sinai,
territorio egipcio. En 1967, Israel se enfrentó con varios países árabes
en la llamada guerra de los seis días, y se apoderó de los altos del
Golán (territorio sirio), de Cisjordania, del este de Jerusalén y de la
franja de Gaza. En 1879 el extinto presidente egipcio Anuar Sadat pagó
con su vida la recuperación del Sinai por negociación con Israel. En
1993, el ahora desaparecido líder palestino Yasser Arafat llega a un
acuerdo con el primer ministro israelí Isaac Rabin para la devolución
gradual de los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza a los
palestinos para que estos pudieran iniciar la construcción de su estado
soberano. Pocos años después, en 1995 Isaac Rabin es asesinado por su
propio compatriota judío ultra-ortodoxo en señal de desacuerdo por
sus concesiones a los palestinos. En el 2000 aparece la malévola figura
del derechista Ariel Sharon provocando a los palestinos en actos que lo
catapultaron hasta la posición de primer ministro de Israel en el 2001.
Un largo capítulo de lucha del pueblo palestino por su legítima
soberanía se cerraría con la muerte de Yasser Arafat, quien fue
acorralado casi hasta su estrangulamiento en su capital administrativa
de Ramala por Sharon. Pero el mismo Sharon tampoco tuvo un final
feliz, porque poco después entró en estado de coma que le duró
muchos meses.
Los líderes de ambos pueblos en pugna van y vienen, negocian y
renegocian sin cesar, pero nada se resuelve. El actual premier israelí
Ehud Olmert y el amaniatado líder palestino Mahmud Abás, tampoco
podrán llegar lejos en sus afanes de pacificación auspiciados a modo
por el presidente George W. Bush. Se requiere de un verdadero
liderazgo, libre de la influencia religiosa y de la parcialidad. Un
liderazgo laico que pueda ser capaz de romper las barreras de la fe y
trascender más allá de los obstáculos de privilegio malsano
prevalecientes en la cúpula gobernante de Israel para que el pueblo
Judío entienda que no podrá construir su felicidad en base al odio y al
sufrimiento de los palestinos; para que entienda que la historia los ha
puesto a compartir un territorio y que la única forma de resolver el
conflicto es respetando los derechos de cada uno y resolviendo sus
diferencias de forma pacífica y razonada. El poder económico, militar,
nuclear y la supuesta supremacía de su fe sionista no serán suficientes
para garantizar la felicidad que buscan. La pretendida imposición de
democracias en la convulsionada región por parte del imperio
incondicionalmente aliado suyo, no resolverá esta cuestión que es la
principal causa de la inestabilidad del medio oriente. Los palestinos
por su parte tampoco podrán arribar a la deseada felicidad de contar
con la patria soberana por la cual luchan, mientras no dejen a un lado
la cerrazón que la fe musulmana les produce. Tienen que ser capaces
de poder sentarse a una mesa de negociaciones con los judíos en donde
puedan exponer y defender lo que por derecho les corresponde. Solo la
intervención de un liderazgo laico podrá decirle a judíos y a palestinos
que guarden su fe religiosa para ellos y sus familias en su casa y su
templo y que dejen que los asuntos de cada nación sean tratados con
razonamiento inteligente.
Deben quedar fuera del conflicto, todos los que afirman que los
hombres somos creados iguales, porque bien saben los militantes de
Hamas que no son iguales que los judíos de Haifa, y que el judío
ortodoxo de Londres es diferente del chiíta de Roma en todos los
sentidos. Solo puede hablarse de igualdad en términos de que todos
somos seres humanos. Por lo tanto, que esos y otros absurdos de fe
sean borrados de la mesa de diálogo y que pueda darse paso a la
negociación franca y objetiva. En ese sentido los Estados Unidos y las
ya tradicionales potencias europeas son las menos indicadas para
espolear un diálogo de paz de esa envergadura, toda vez que su
posición predeterminada de favoritismo es ampliamente conocida. Los
judíos de Israel no deben continuar justificando su brutalidad y su
atropello injusto contra palestinos con fundamento en el holocausto
hitleriano, como si estos fueran alemanes nazis contra los que quisieran
vengarse. No se puede vivir en paz sembrando el odio al vecino. Por
eso no se resuelve el conflicto. Los israelitas no deben continuar
sometiendo a los palestinos a toda clase de exterminios étnicos y
medidas punitivas como el aislamiento, el hambre y el bloqueo de
suministros, con el ridículo argumento de que estos le lanzan misiles.
Esto es tan vulgar que ridiculiza aún más los preceptos plasmados en
su Biblia y en los que se supone que creen y se inspiran. Claro está que
hay concordancia en el sentido de que su comportamiento es tan
represivo como su Dios. Pero en lugar de tanta retórica hueca, deberían
de encarar al grupo Hamas con ofertas de diálogo sin condiciones
previas a fin de incorporarlos al proceso pacificador que sostienen con
Abás. Israel torpemente prefiere utilizar el viejo método de divide y
vencerás apostando a que le rendirá frutos.
El día en que ambas partes sean capaces de conceder razón y admitir
sus errores en este proceso, pero sobre todo reconociendo los derechos
de ambos y comprometiéndose ambos a respetar los derechos
soberanos de las partes a la existencia (como lo hicieron Arafat y Rabin
en 1993), y además, que los dos pueblos tomen plena conciencia de ese
reconocimiento, entonces se habrá llegado a la madures suficiente para
construir una paz duradera y con miras a la felicidad de los dos
pueblos, que al fin de cuentas son hasta hermanos de sangre, según la
historia de Ismael y de Isaac. Reitero que eso demandara un liderazgo
laico que imponga la premisa obligatoria de que ambas partes dejen
de lado su lesiva fe religiosa y piensen solo en el buen futuro de sus
pueblos y de sus desendientes.
Dejar de lado su nociva fe religiosa implica que ambos pueblos
evolucionen mentalmente hasta llegar a comprender que eso lejos de
beneficiarles, solo los perjudica y los aleja del objetivo primordial que
es la felicidad en esta vida y no en otra inventada o fantasmal. Implica
que su práctica religiosa sea guardada en el interior de sus hogares y
templos como ritual de carácter folklórico y cultural propio del pasado,
pero que no interfiera en la vida cotidiana y política común de los
mortales, cuyas prioridades deben ser de salud, paz, alimento, trabajo
y bienestar. Recuerden que vivir en ese tormento infernal llamado
“Tierra Santa” es lo peor que le puede pasar a la especie humana, a no
ser que ahí se experimente un giro político de 180 grados.
Esto no debe seguir siendo un conflicto entre una mujer despechada
porque su esclava es fértil y capaz de darle hijos a su marido, pero que
como su esclava, la puede pisotear a su antojo. No, no se trata de eso.
Esta es la lucha de un pueblo por sus derechos contra otro con tites de
opresor colonial que pretende imponerle su voluntad mezquina. Es
una lucha también de creencias religiosas fuertemente proselitistas
pero erradas ambas porque los ciega e imposibilita para lograr la
coexistencia pacífica. Es más, me atrevo a pensar que el futuro podría
ser halagador para ambos pueblos si en lugar de esta guerra ancestral
estúpida, se decidieran constituirse en una república federada. Ambos
saldrían favorecidos con eso, y le estarían demostrando al mundo que
han llegado por fin a la madurez suficiente para hacer algo provechoso
que no fue establecido como mandato divino en la Biblia.

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