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17/4/22, 19:40 Los Shamate, lejos del "sueño chino" - El Dipló

EDICIÓN 273 - MARZO 2022

ESOS RAROS PEINADOS CHINOS

Los Shamate, lejos del «sueño chino»


Por Frédéric Dalléas*

Los Shamate, jóvenes campesinos devenidos obreros urbanos, electrizaron


con sus peinados exuberantes las ciudades industriales chinas a inicios del
siglo XXI. La tribu urbana creció hasta convertirse en noticia y generar una
llamativa condena social. ¿Por qué suscitaron tanto odio? ¿Qué China
revelan?

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Fotograma del documental Shamate, we were smart

Peinados vertiginosos, cabellos flúor, ropas vistosas… Así aparecieron los Shamate, esos jóvenes con aire de
superhéroes de manga japonés que desentonaban claramente en el paisaje chino. Todo comenzó en 2006,
cuando Luo Fuxing, un niño de 11 años, descubrió la música y la moda japonesas y coreanas, por entonces
en boga. Sus padres, obligados a dejar el hogar para trabajar en las fábricas de las grandes ciudades costeras,
lo habían dejado al cuidado de sus abuelas. El muchacho pasó así a formar parte de esa generación de
jóvenes llamados en China “los niños dejados atrás” (liushou ertong). Luo Fuxing vivía en la prefectura de
Meizhou, a casi 400 kilómetros de Cantón, y pasaba su tiempo en la plataforma de mensajes QQ, el
ciberespacio preferido de la juventud china de esa época. Frecuentaba varias comunidades online a las que
sus miembros, que se encuentran allí para discutir o jugar en red, prefieren llamar “clanes”.

Era también el tiempo de los inicios del “marciano”, esta lengua alternativa utilizada en las redes sociales
chinas, compuesta por emoticones como en Occidente, pero también por sinogramas modificados, a veces
para evitar la censura. La juventud entera nadaba con entusiasmo a contracorriente de la cultura dominante.
Asumir la diferencia se convirtió en algo cool. Y surgieron nuevas modas y apariencias.

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Luo Fuxing se sintió atraído por los movimientos más underground, pero al final encontraba su estilo de
vestir demasiado tímido. Inspirándose en los visual kei, esas estrellas del rock japonesas con cabellos largos
ondulados y estudiada ropa gótica, se tiñó el pelo de rojo incandescente, se peinó desgreñado tipo súper
guerrero del espacio, se puso un saco con tachas y sin mangas, y se sacó una foto. Faltaba encontrar un
nombre para bautizar este estilo, que sería el de su propio clan.

Así, buscó cómo se decía “de moda” o “arreglado” en inglés. Adoptó el término “smart”, que presenta
además la ventaja de que también significa “inteligente”, y lo retranscribió fonéticamente en chino: shā-mǎ-
tè  杀 马 灚. Luo Fuxing subió su autorretrato a Internet asociado a estos tres caracteres. Algunos días
después, la web se apoderó de este neologismo esotérico, que comenzó a circular. Los caracteres así
combinados no quieren decir nada de maneta literal, pero, tomados por separado, cada sinograma tiene un
sentido: shā significa “matar”, mǎ “caballo” y tè “especial”. El total expresa un sentimiento de libertad
salvaje con aires guerreros y diseña una identidad de la que se apropiaron innumerables jóvenes chinos que
se ilusionan con ser chicos malos, mitad punks, mitad dandies 2.0.

Rápidamente, el término “Shamate”, reservado originalmente a los miembros del clan fundado por Luo
Fuxing, se extendió a todas las ramas del movimiento de las subculturas que ostentaban este estilo ultra-
llamativo. Su emblema es un peinado hiperbólico, preferentemente de color vivo: puntas erizadas en la
cabeza, mechones bajos que cubren la cara hasta debajo de los ojos, exuberantes cortes taza rematados con
una medialuna capilar rosa flúor o rubio polar… Los chicos llevaban los ojos maquillados, vestían ropas de
cuero con tachas, jeans cortados y remeras ajustadas; las chicas, medias de red o hasta la rodilla bajo
minishorts de tiro alto con cinturones gruesos y tops sexies.

Según la leyenda, Luo Fuxing, que se convirtió con los años en una figura clave del movimiento,
administraba varios grupos de QQ que reunían a decenas de miles de Shamates. Bajo su apariencia
volcánica, la gran mayoría de ellos eran campesinos-obreros (nongmingong) de segunda generación. Como
sus padres antes, habían dejado sus pueblos para ir a trabajar en las provincias costeras del país, en general a
las ciudades industriales del delta del Río de las Perlas, que siguen atrayendo por miles a los campesinos
pobres del Oeste del país.

Tiempos modernos

Estos “niños dejados atrás” experimentan un fuerte sentimiento de abandono. Muchos, profundamente
desmotivados, dejan sus estudios muy jóvenes, entre los 12 y los 15 años: “Se decía que ir a la escuela no nos
iba a llevar muy lejos porque estábamos destinados a trabajar en la fábrica. Desde que entendimos eso
perdimos todas las ganas de estudiar. Sólo teníamos una idea en la cabeza: dejar el pueblo para ir a ver lo que
pasaba afuera”, cuenta uno de ellos en el film Shamate, we were smart (Shamate, éramos smart), del
cineasta Yifan Li. Como no pidió permiso oficial, el documental, que se estrenó en 2019, no pudo ser
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difundido en los cines, pero fue visto masivamente en museos, galerías, universidades, salas privadas y otros
lugares alternativos, sin contar las versiones piratas.

Encontrar a los Shamate y entrevistarlos no fue nada fácil para el director. Aunque tenía el proyecto en la
cabeza desde 2012, “el rodaje comenzó oficialmente en noviembre de 2017 y se terminó en enero de 2019”,
explica. “Trabajé de manera totalmente independiente, con un presupuesto pequeñísimo de cerca de 65.000
euros”. Cuando se sumergió en el universo de los Shamate descubrió que la mayoría de ellos tenían el mismo
perfil y el mismo recorrido.

Luego de dejar sus pueblos, los jóvenes se reencuentran en las fábricas. Es raro que vuelvan con sus padres,
con quienes en general rompen lazos. E incluso si alguien conocido trabaja ya en la empresa que los
contrata, a menudo en la ilegalidad dada la edad, lo primero que hacen sus patrones es ubicarlos en talleres
alejados unos de otros, para aislarlos y evitar toda veleidad de reivindicación sindical. Sometidos a un ritmo
de trabajo agotador –12 horas por día, 6 días sobre 7 cuando no son reclutados la semana completa–, cobran
un salario miserable. Lo más común es entrevistarlos no antes de las 23 horas.

Yifan Li decidió organizar un concurso de videos filmados en las fábricas por los mismos Shamate con sus
celulares e incluyó numerosos fragmentos de esos videos en su documental: esas imágenes de cadenas de
montaje ofrecen una inmersión súbita y brutal en un mundo que permaneció mucho tiempo escondido a la
vista de todos, escenas que hacen pensar en Tiempos modernos de Charles Chaplin, en una versión
contemporánea mucho más cruda. Se siente el sudor, el agotamiento, la soledad, el embrutecimiento.
Pareciera que las manos no debieran nunca parar de agarrar, embalar, coser, taladrar, pegar… Siempre los
mismos gestos, repetidos miles de veces, a toda velocidad. Las imágenes de los talleres, de los dormitorios
miserables y de los almuerzos de pie en la vereda recuerdan a ciertos planos de Bitter Money, de Wang Bing
(1), otro director atento al precio que paga China por su viaje a la modernidad.

La crudeza de las imágenes explica el éxito que obtuvo el documental. “Por primera vez –subraya el director–
se mostró en una pantalla el trabajo de los mingong [obreros del siglo XX] de manera frontal, dejando
percibir su mundo interior. Esto quebró los estereotipos que ciertos intelectuales tenían de ellos, suponiendo
que son duros para la tarea y que aman ganarse la vida con el sudor de su frente. La gente queda shockeada
al ver la situación real”. 

Los obreros del siglo XXI trabajan en verdaderos espacios kafkianos, en los que se ejerce un control
permanente sobre ellos en el sentido más estricto: por ejemplo, para ir al baño hace falta la firma del jefe,
muchas veces inhallable. Sometidos permanentemente a la insalubridad y al ruido ensordecedor de las
máquinas, ven en el universo de los Shamate un soplo de aire salvador, una vía hacia la libertad. Luo
Fuxing, convertido en su portavoz, explica: “Sabemos perfectamente cuánto podemos hacer en el año
[trabajando en el campo]: a lo sumo 40.000 yuanes, 80.000 en dos años [5.200 y 10.400 euros
respectivamente]. Esto implica trabajar así diez o veinte años antes de poder pagar un auto, un alquiler… En
estas condiciones, terminamos convenciéndonos de que todas esas cosas son inaccesibles. Incluso hoy partir
sigue siendo la única opción para los jóvenes del campo. Pero la realidad de la fábrica es el hastío. Entonces,
para cambiar las ideas, echan mano al estilo Shamate. No tienen otra cosa para hacer”.

De este modo, meterse en la piel de un Shamate se convierte en la única salida. Sus peinados locos son un
signo para identificarse. Nada les gusta más que “bombardear la calle”, como dicen: desfilar en grupo por lasPrivacidad - Términos

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veredas les permite existir, por fin, a los ojos de los demás, a ellos, que no eran nada para nadie, a los
invisibles del “milagro chino”. En Shipai, una ciudad que puede considerarse la capital del movimiento, se
reunían durante mucho tiempo los domingos en la pista de patinaje, que albergaba una discoteca, donde
iban a bailar los hits del “mandopop” y de la música electrónica, después de haberse retocado el corte de
pelo en su peluquería favorita. Así, los Shamate retoman el poder sobre ellos mismos. Ya no es la fábrica la
que guía su vida. La relación de fuerza parece invertirse: son ellos quienes se sirven de la fábrica para ganar
un poco de dinero. Cuando tienen suficiente, renuncian y vuelven a pasar jornadas enteras con los de su clan
–su nueva familia–, pagando las cervezas, el arroz y el pollo grillado a la sichuanesa a quienes no tienen
dinero.

Acoso

Su visibilidad fue aumentando con el tiempo, hasta que en 2009 sufrieron una violenta ola de críticas que
duró varios años. Un sector de la sociedad china los vilipendió. Comenzó parodiando su estilo, considerado
vulgar y ridiculizado, y continuó con el acoso online, los agresiones en la calle y los repetidos controles
policiales. Internautas hostiles llegaron a infiltrar sus grupos de QQ para disolverlos. Como explica un ex
Shamate en la película de Yifan Li: “Habíamos encontrado un lugar en la red donde estábamos cómodos, no
necesitábamos pedir permiso a nadie, estábamos tranquilos, entre nosotros, pero incluso este último espacio
de libertad fue profanado, pisoteado. Así que tuvimos que dispersarnos”.

¿Cómo se explica esta reacción? Para algunos observadores, los Shamate mostraron demasiado desparpajo –
percibido por algunos como arrogancia– cuando hicieron un posteo, visto cientos de miles de veces en pocas
horas, sugiriendo que se les conceda el estatus (aunque poco envidiable) de 57º minoría nacional (en China
los grupos considerados “minorías nacionales” gozan en teoría de cierta autonomía). Para otros, sólo son
fumadores de marihuana, delincuentes a los que hay que combatir. Pero para Yifan Li, los motivos
profundos que llevaron a la persecución se pueden resumir en una sola palabra: “elitismo”. ¿Acaso no se les
llama en algunos círculos “punks campesinos”? Según el director, que lleva mucho tiempo explorando la
división entre las ciudades y el campo de China, este desprecio proviene de su origen. Casi todos ellos
crecieron en aldeas pobres de Yunnan, Gansu o Sichuan, a veces a miles de kilómetros de las grandes urbes a
las que se mudaron, cuyos códigos ignoran. La brecha cultural que separa a los citadinos amantes del
consumo de estos jóvenes venidos del campo explicaría el rechazo a la creatividad y la libertad que
mostraron.

Es innegable que ambos grupos viven en mundos muy diferentes. Mientras que los chinos nacidos en las
ciudades se beneficiaron del crecimiento y el progreso, aquellos nacidos en el interior y en los pueblos
quedaron al margen, aunque fueran los autores en la sombra, llevando una vida de trabajo interminable en
las fábricas del inmenso “taller del mundo”. El asombroso progreso logrado en términos materiales, pero
también en términos de educación y ocio, benefició principalmente a los habitantes de las grandes ciudades.
Por más que el presidente Xi Jinping haya anunciado recientemente la “eliminación de la pobreza extrema
en China” (2), en algunos pueblos nada parece haber cambiado desde hace 200 años. Para Yifan Li, “no
puede ser de otro modo en un sistema jerárquico en el que la distribución de los recursos públicos beneficia
sobre todo a los centros de poder, que están extremadamente concentrados. También es el resultado
inevitable de la inserción de China en el sistema capitalista mundial”. Aunque admite que esa estrategia
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“apunta a realizar grandes proyectos”, teme que las regiones remotas decaigan y que un éxodo rural masivo
empuje a su vez a las ciudades a la misma pobreza que hoy afecta al campo.

Entre los que quedaron excluidos del “sueño chino” tan caro a Xi, los Shamate se encuentran entre los que
resistieron la aniquilación, negándose a ser transformados en extensiones humanas de las máquinas. La
resistencia es difícil. Aunque hoy sólo quedan unos cientos de ellos, siguen encarnando una libertad
estética, “el punto de partida de todas las libertades”, como dice el director.

1. Wang Bing, Bitter Money, Huzhou, 2016. Véase también Philippe Person, “Wang Bing ausculte les plaies
de la Chine”, Le Monde diplomatique , París, mayo de 2015.

2. “Xi declares ‘complete victory’ in eradicating absolute poverty in China”, Xinhua, Pekin, 27-2-21.

* Traductor del chino, autor de Sonder l’envers, junio de 2021.

Traducción: Pablo Rodríguez

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

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