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EI mundo bajo los parpados "Toda nuestra historia es Unicamente la de los hombres des- piertos; nadie hasta ahora ha pensado en una historia de los hombres que duermen, G.C. Lichtenberg, Cuaderno K, 86 Los suefios y Ia historia Soviar participa de la historia. Walter Benjamin, Obras, IL 2 La historia de los suefios nunca ha sido escrita. Nadie hasta el momento ha emprendido una tarea tan inabarca- ble, tan insélita, y en cierta manera tan insondable. Esta idea puede resultar 4 primers vista extraia, incluso ab- surda; y sin embargo, la conciencia de la historicidad de los suefios no es una hipétesis nueva ni aislada, ya que gran- des fildsofos y ensayistas de todos los tiempos se han sen- tido intrigados por ella. George Steiner, por ejemplo, la lo recogido en Pasion: intacta (1997): los sueios, escribe, «se convierten en ma- teria de la historia»; y enumera varios casos que fueron tratados en su momento como sucesos histéricos dignos de todo crédito: los sueftos biblicos, los sucios de las Vidas paralelas de Phutarco, los suefios archivados con celo pot los astrélogos de las cartes medievales y renacentistas; para Steiner, cada uno de estos jirones secretos arrancados a la esfera privada asume intelectualmente en un arti de a vida oniriea dejan de pertene: tuna vez que se registran por escrito, se interpretan y co- mienzan a filtrarse por los sutiles y delicados conductos del lenguaje, para pasar luego a formar parte de los o6 gos particulares de cada cultura. En efecto, el onirismo aparece a menudo teftido de sus- tancia histérica. A veces de un modo puramente formal, a través de la cambiante variedad de los personajes y escenarios que el sofiante toma prestados de su tiempo ~ya que cada siglo y cada cultura tienen su propio estilo de sofiar-; otras de un modo colectivo, cada vez cue un mensaje onirico res- ponde a una problemética general de la sociedad; 0 también, como apunta Steiner, porque cada época emplea su forma ca- racteristica de narrar ¢ interpresar los argumentos oniricos. De modo que si cualquier persona, mientras duerme, al decir de Heraclito, vive su propio mundo particular, al mismo tiempo, tanto el fendmeno onitico como su interpretacién siempre se encuentran bajo el irflujo histérico y cultural de cada sofiador. El suefio no es tiaicamente un fenémeno es- pontineo y privado de la mente, también forma parte de una experiencia mas vasta de la historia culriral humana. Per muy fantasmales 0 arbitrarias que nos parezcan estas tacitas vivencias nocturnas, algunas de ellas poseen una historicidad conereta, una cualidad particular que las hace pertenecer con todo derecho a la memoria calectiva, No deja de ser lastimoso que asi como existe una abun- dante bibliografia sobre la historia de nuestro mundo diurno, con sus acontecimientos mas notables, no exista también otra historia de los hechos més destacados del mundo secreto de los durmientes, pues, como dijo una vez Hegel, «si pudiéramos reunir los suefios de un momento histérico determinado verfamossurgie una exactisima ima- gen del espirieu de ese periodo», Un claro ejemplo de esta sugestiva hipétesis es la obra peculiar de la periodista judio-alemana Charlotte Berade, The Third Reich of Dreams (1966). Su libro desarrolla una 4 idea nada frecuente en el mundo del periodismo: entre 1933 (fecha del ascenso de Hitler al poder) y 1938, un aio antes de estallar la Se- gunda Guerra Mundial, la joven Charlotte se dedie6 a recolectar los suefios de la gente més dispar de Alemania, Su objetivo era de- vo emocio- mostrar el devastador ef nal que estaba produciendo el nazismo en la poblacién alemana. Y como suele ocurrir cuando se fija la atenci6n en algo preciso, los suefios acudian a ella de la forma mas na- tural e insospechada, ya fuera en plena calle en boca de un tendero ocasional que peroraba més de la cuenta, 0 por algin miembro de la familia que se ponia a contar durante el almuetzo su sltima pesadillas 0 bien a través de confi- dencias intercambiadas en circulos cercanos. En ciertas vcasiones Charlotte sc veis obligada a reeurrir a los més astutos retruécanos del estilo indirecto para sonsacar la in- formacién deseada de su sastre o un eventual lechero, pero siempre mantuvo este sutil «trabajo» en total secreto; pues, como es féeil de suponer, esta actividad clandestina podria resultar fatalmente sospechosa para un régimen paranoico, ‘que conocfa a la perfecei6n las formas més inmundas de la manipulacién propagandistica.* + Ne mn patancies ni hens fron igs dela Un Sovition, que ean por costumbreinternar en hope piguiics "todos ules que we comulgten ca Helo y abortion con iar denn con fn de errs aa oi tus lnberetiguado quotas gulls prsonae que tonaben es po Hs fle stacapabeatts ingore eps He hoo, Hafner popes bei de hfe: dilacomo sla nroedvua cafe no averse por inconcienl 2 “Tras seis aftos de meticuloso trabajo de campo, Beradt logré reunir mas de trescientos relatos oniticos, que res pondian perfectamente al tema de su investigaci6n, y nin- guno de ellos tenia nada que ver con complejos freudianos, nicon ninguna de las se escuchan en las sesiones de psicoandlisis, Mas bien re- velaban algo muy distinto y explicito: ninguno de estos sueios habfa sido causado por depresiones personales, conflictos familiares, problemas sexuales 0 conyugales; todos ellos tenfan algo inequivoco, una sefia distintiva comin: la herida psicoldgica que dejaba en los sofiantes el clima social de la Alemania del Tercer Reich. Charlotte de- nomin6 a estas pesadillas suevios politicos; pero gacaso no podriamos también calificarlos de suevios bistoricos desde el momento en que escenifican la alienacidn vivida por los alemanes durante esos tormentosos afios de oscuridad? ‘Una mujer suefia repetidamente con una insidiosa y ta- Jadrante proclama. Proviene dela vor chillona de un miem- bro del partido que con un megéfono en la boca no cesa de sritar desde un coche la misms alocucién repetitiva: «En nombre del Pihrer! {En nombre del Fiihrer! {En nombre del Fabrer!...». Un médico contempla en suefios la vista panorémica de una perversa arquitectura sin intimidad. Aunque en su conversacién con Charlotte habia ascgurado no sentir demasiado interés por la politica, su inconsciente si habia pereibido lo que estaba ocurriendo en el pais. En su suefio, son las nueve de la noche, horaen Ia que suele terminar su consulta. El doctor se encuentra en su cuarto, relajado, ho- jeando un libro con reproducciones del pintor Matthias, Griinewald, cuando de pronto repara en que las paredes de su habitacién han desaparecido. Extrafiado, se levanta para echar un vistazo y descubre estupefacto que ninguna erias humanas que normalmente 26 casa del vecindario conserva sus paredes. Una voz lejana, que se aproxima, aiilla desde un altavoz: «De acuerdo con el decreto del 17 de este mes sobre la abolici6n de las pare~ des.» ¥ los gritos prosiguen con una interminable reta~ hila de prohibiciones sobre las mis dispares circunstancias. Algunos suefan que est prohibido sofia, pero a pesar de todo contintan sofiando lo mismo. Un ama de casa de mediana edad tiene el siguiente sulefio: su cocina ha sido ocupada por un agente de la Ges tapo que se pasea con rudeza de un lado a otro y lo inspee~ ciona todo. De pronto, se detiene frente a su vieja cocina holandesa, alrededor de la cual cada noche se retinen la fa- milia_y los amigos para charlar. El guardia observa el apa- rato con un extraio interés; se acerca y abre la tapa del horno. Entonces, la cocina deja de ser una disereta pre- sencia inanimada y, para horror de la familia, comienza a recitar obedientemente todos los chistes y agravios que alli se han dicho contra el gobierno. La historia onirica esta llena de visiones grotescas como ésta, inducidas por el agobiante peso subliminal que ejercen los sucesos histéricos y sociales en la po~ rosa vida nocturna de los durmientes, Mas adelante ten- dremos oportunidad de examinar algunas de las mas notables fenomenologias del suetio. De momento, nos conformaremos en este capitulo con dibujar los muda- bles perfiles de una nueva categoria hist6rica: la onirica Pero los suefios no son solamente consecuencia de una deverminada causa hist6rica, como sucede en los casos re- gistrados por Berads, sino que a veces siguen caminos tan inesperados y enigmsticos que incluso llegan a desempe- ar un papel realmente activo en el curso mismo del acontecer histérico. Asi, en el ato 219 d.C., refiere Cicerén (De divina- tione, I, 24, 49) que Anibal soii6 con Jupiter después de tomar Sagunto. Este lo habia convocado a asamblea con los demés dioses y le ordené extender la guerra a Italia, dandole como guia a Mercurio que, segin testimonio de Silio Inélico, le pidi6 que lo acompafiara con la adverte cia de no mirar atrds durante todo el trayecto. Pero Ani bal no pudo resistir la tentacidn y giré la cabeza. Frente a él vio a una gigantesca bestia salvaje cuyo cuerpo estaba hecho de serpientes que se enredaban en todos sus miem- bros y érganos. El monstruo lo devastaba todo a su paso. Horrorizado, Anibal pregunté al dios por el significado de semejante aberracion, y el dios le respondié que sim- bolizaba la devastacién que causaria su campaiia en Italia, pero su recomendacién fue lade seguir adelante sin preo- cuparse de lo que ocurriera asus espaldas. Anibal expuso este suetio a sus generales, y étos dieron su interpretacién y obraron en consccuencia, No me detendré en la sugerente literatura psicol6gica que ha suscitado este relato, slo voy a resaltar el alto grado de influencia que ejerefan entonces los mensajes oniricos en el curso de las guerras. Hecho que también confirma Pausanias (III, 18, 3) y Estrab6n (XY, 2, 7). Este liltimo refiere el suefio que tuvo Lisandro con Amén, mientras tenia sitiada la ciudad de Afitis: el dios le habia ordenado levantar el cerco ¢e la ciudad, porque, segin dijo, el fin de la guerra seria bueno para todos; y Lisan- dro, comprendiendo también que era lo mejox, levanté el cerco y se marché con sus trepas. En aguel tiempo, un suceso de esta indole no era algo extraordinario: cualquier estretega se hacia acompaiiar por sus propios intérpretes durante las contiendas, y prestaba gran atencidn a sus dictimenes; de modo que era algo del 8 todo normal que el onirismo interviniera directamente en los sucesos bélicos, hasta el punto de cambiar el curso de as guerras. La sorpresa viene después, al enterarnos de que esta antigua costumbre oracular no es privativa de la Anti- siiedad sino que ha seguido perpetuandose a lo largo de los siglos. Como ocurre con el general estadouniclense George §. Patton, que tenia la piadosa.costumbre de telefonear a su sectetario personal a cualquier hora de la noche, cuando un suefio Le sugeria una nueva estrategia bélica, para dictarle sus nuevas disposiciones tacticas. Una singular costumbre que también puede hacerse extensiva a otros conocidos mi- litares de la historia, tal como confirma la carta que envia Otto von Bismarck al emperador Guillermo I, el 18 de di- ciembre de 1881, que demuestra que un suefio fue el deto- ante definitive para que el mariscal prusiano tomara la decisién de emprender la conquista de Austria. El docu- mento dice textualmente: «La confianza de Su Majestad me anima a relatar un suefio que tuve en la primavera de 1863, durante los dias, mas arduos del conflicto, cuando nadie veta una salida po- sible. Sofé (como Ie conté a la mafana siguiente a mi mujer y 2 otro testigo) que iba cabalgando por una estre~ cha vereda en los Alpes, con un precipicio a la derecha y rocas a la izquierda. La senda se hacia cada vez més an- 2» gosta, el caballo se negaba a seguit, y era imposible dar la vuelta y desmontar, por la falta de espacio, Entonces, con mi fusta en la mano izquierda, golpeé en la roca implo- rando a Dios. La fusta crecié de una forma inusitada y la lisa pared de roca se derrumbé como si fuera un decorado, abriendo un ancho camino que dejaba ver bosques y mon- tafas, como un paisaje de Bohemia; de alli venfan las tro- pas con sus banderas, c incluso en el sueiio me vino la idea de contarselo a Su Majestad». Probablemente la huella mas temprana que conserva- mos de esta especie de pauta onirica se encuentre regis trada en escritura cuneifo:me sobre una tablilla sumeria de la época de Asurbanipal, concretamente en un hermoso fragmento épico que glorifica una de las gestas bélicas de aquel monarca. Dice asi: «El ejército sumerio se detuvo ante el rfo Idid’e. El rfo bajaba caudaloso, rugiendo como un mar encrespado; por lo que todos sintieron mieda de vadearlo y decidieron de- tenerse y acampar esa nocae alli mismo». Y comtinda di- ciendo Asurbanipal: «La diosa Ishtar, que mora en Arbelas, envi un suefio en mitad de la noche a mis soldados para animarlos: “Marcharé delante de Asuzbanipal, el rey que yo he creado”. Y mis huestes obedecieron el suefio y eru- zaron el rio sin obsticuloss. E] mundo en que vivid Asurbanipal era tan distinto al nuestro que hoy nos cuesta aceptar la veracidad de unos hechos que resultan demasiado ajenos al rasero por el cual se mide el acontecer en nuestro mundo, Por otro lado, tampoco me mueve ningiin interés especial en resaltar este «modelo bélico» en la historia del onirismo. En realidad, su periédica aparicién no ratifica ningin patrén onirico especifico. Tan sdlo deja ccnstancia de un hecho ps cuya recurrencia hace inapelable el hecho de que en los 3e nniomentos de graves conflictos hist6ricos ~y las guerras lo ion en grado extremo-, ciertos suefios operan como alar- ‘mas o ayudas interiores para que el sofante tome una de- cision capaz de variar unos grados el curso de la historia. Pero atin queda por comentar otra peculiaridad més sin- juular del sueiio de Asurbanipal: su ins6lita capacidad de twascender el carécter individual que el onirismo tiene ha- bitualmente y de convertirse simulténeamente en una ex- periencia colectiva. Se trata de un extraiio fenémeno que no solo se puede rastrear en fuentes remotas, sino que también aparece en periodos més cercanos. En efecto, el llamado sueiio matyo ~a saber, cuando dos 0 mas personas suetian simultdneamente las mismas escenas, con mas o menos va- riantes~ es un curioso fenémeno onirico cuyas huellas se encuentran en documentos médicos, histéricos y literarios de todas las épocas. Se relaciona estrechamente con situa~ ciones de histeria colectiva. Por ejemplo, cuando un grupo: ms o menos nimeraso de personas eae de pronto poseido por una podcrosa y undnime tensién psiquica, al ser ata. cado al mismo tiempo por la misma visién, que a veces han denominado zervor pénico. Una buena muestra de ello nos, la brinda el fildlogo alemin Wilhelm Heinrich Roscher (1845-1923) en su eurioso Tratado mitico-patolégico sobre la pesadilla en la Antigiiedad eldsica, donde en medio del mas impecable tono académico, nos sorprende con la extraordi- naria historia de un batallén de soldados franceses que fue- ron a dormir a una abadia en Tropea durante la Primera Guerra Mundial, y a media noche se vieron (Anibasis, TIL, 1, 11-135 1V, 3-8) durante sucampaiia con Ciro ef Menor en territorio persa, y citando a Aristoteles en referencia a un caso similar, se pregunta: «;Vamos a decir que Jenofonte miente 0 desvaria?», cuando los sucesos sofiados se produ- jeron posteriormente ade forma admirable». Cicerén era todo menos un hombre crédulo. La cuestién no era para él saber silos suefios pueden o no ser premonitorios ~de esto no tenfa la menor duda-, sino silos seres humanos eran ca- paces de desentrafiar sus oscuros significados. 36 Pero el hecho de que Cicerén no fuera versado en la in- \erpretacién onirica no quiere decir de ningtin modo que, por ser estos suefios «oscuros» su significado siempre restlte vagamente borroso, ya que, si estos stibitos brotes de oni- rismo actéan como un sistema de defensa instintivo de pre- vencién contra una amenaza que se avecina —una especie de radar psiquico que tenemos en nuestro interior para captar situaciones futuras-, esto denotaria que poseen un signifi- ado tan preciso como profundo. Y sin embargo, a pesar de su naturalidad, la cuestién que plantea esta rareza onitica es ‘una antinomia del tiempo que desafia el curso normal por cl que discurren nuestra vida y mentalidad consciente, Pero hho me dejaré cautivar ahora por esta paradoja fenomenols- ica, que ya habra ocasién de analizar mas adelante en el ea pitulo cuarto. De momento, mi tinico interés se centra en el aspecto puramente historicista de los sueiios. Por su parte, Patrick Harpur recoge en su singular his- toria de la imaginacién el curioso suceso de nn colegial in- glés que cont6 a su maestro la extrafa aventura que habia vivido poco antes de despertar. Segtin dijo, le habfan nom- brado en suciios rey de Inglaterra. E] maestro considers su historia una osadia, por lo que el nifio fue debidamente azotado. La psicologia moderna dirfa que se trata de un sueiio compensatorio, pero en este caso se da la curiosa circunstaneia de que este nifio se lamaba Oliver Crom- well, y que cuarenta afios después harfa rodar la cabeza del rey Carlos I Estuardo para tomar en sus manos el cetro de Inglaterra. Resulta fécil pensar que este tipo de registros tienen un caracter mds bien anecdético, o que parecen un caprichoso subterfugio para recobrar el aftejo sabor de cierta fabula~ cién literatia de tintes fantasticos. Sin embargo, no es asi: |a feaomenologia de los suefios nos muestra una y otra vex ” alo largo del tiempo la té existencia de un patron pre- monitorio que, ademés de desafiar las normas de la sensa~ tez con una fascinante antinomia del tiempo, borra los limites habituales del mundo. La siguiente historia es un buen ejemplo para comprender con mayor alcance la naturaleza de este paradéjico fendmeno que sdlo los es- piritus poco abiertos se niegan a admiti Norteamérica, a mediados del siglo x1X. Su protagonista fue un hombre piblico y respetado, nada menos que el presidente Abraham Lincoln, Conocemos bien los por- menores del suceso gracias al testimonio escrito dejado por el jefe de la policia de Washington, Ward Hill Lamon, testigo directo del relato que Lincoln quiso narrar a sus invitados, Bl 11 de abril de 1865, el presidente y su esposa habjan invitado a un grupo de amigos a tomar un té con pastas a las diez. de la noche en el saldn rojo de la Casa Blanca. Lamon era uno de ellos, y se hallaba presente cuando Lin coln comenzé su relato, dando rodeos: «Bs extrafion, dijo «ucodonosor, el poeta Siménides de Ceos, Calpurnia (mujer de César), los emperadores Augusto y Vespasiano, y Ricardo Corazdn de Led, la reina Maria Antonieta o Napoleén han dejado interesan- tes testimonios de sus sueitos. Sobran los ejemplos, y re- sultaria fatigoso dar cuenta aqui de todos ellos, asi que hay que optar entre la rica variedad histérica del onirismo y elegir aquellos casos que han tenido una mayor inciden- cia en nuestra cultura, como sucede con auestra préxima historia, que nos traslada catorce siglos mas tarde de los acontecimientos que hicieron de Perpetua una sofiadora histérica. El ambiente que se respira en la Europa de esta época no puede ser mis dispar al de los heroicos y de- votos tiempos que alumbraron el espfritu de los dos pri- meros siglas del cristisniema. FI mundo se ha vuelto viejo y retorcido, y todo parece tambalearse. Un hondo escepticismo invade la mayoria de los ambientes cultos y universitarios europeos. El influjo que ha ejercido el descubrimiento de Galileo ha sido como un terremoto que ha hecho temblar el suelo que se pisa en Europa. La Tierra ha dejado de ser el centro de un cosmos seguro y protegido al abrigo de Dios Padre, para convertirse en un insignificante planeta perdido entre los millones de estre- las y galaxias de la infinivud del universo. Dios atin sigue existiendo en algtin lugar de esas oscuras inmensidades ig- notas, pero gdénde? Ne hay més que recordar el vértigo césmico de Pascal, su helado espanto intelectual al imagi- nar «el silencio eterno de los espacios infinitos». El armo- nioso mundo aristotélico que los tedlogos habian hecho suyo se ha roto para siempre, y Ia Tglesia, con todas sus y mas tarde v4 pompas y sus obras, se ve incapaz de detener este conta: soso relativismo eseéptico que se extiende como un virus por todos los cfrculos cultivados o universitarios de la eul- {usa europea. Liste es el clima espiritual de donde arranca nuestra si jiuiente historia, que comienza en una fria noche de otofio de 1619. Nos encontramos en un adusto y solitario habi- ticulo de una aldea perdida de Alemania. Alf se hospeda un joven fildsofo que acaba de tener tres sueios que mar- carin el curso de su vida, Nada mas despertar, se ha apre- surado a escribirlos en su pequefio cuaderno forrado en porgamino, titulado pomposamente Olympica. Nadie podia imaginar entonces que estos répidos trazos escritos con pluma de ganso iniciarfan el gran cambio de rumbo del pensamiento occidental. Nuestro joven se llama René Descartes, la primera gran figura del pensamiento mo- \lerno. Tal vez de ah provenga esa mezcla de pudor y des- nfianza que han adoptado algnnas eamdiosos cuando se ifrentan al carécter tormentoso y melodramético que en- vuelve todo este episodio asociado con el nacimiento de \filosofia moderna. En efecto, Descartes se desvié de los eauces de la racionalidad filoséfica al caer victima de cier- tos desérdenes del espfritu que resultan excesivos para cualquier racionalista, como es la ridieula y sonrojante ilésofo de que el «Espiritu de la Como dice conjetura del propio Verdad» descendié hasta él para instruirle... Jacques Maritain, se trata del «Pentecostés del raciona- lismo», Por eso no es de extrafiar que algunos doctos hu- manistas hayan tomado este asunto con la mayor reserva, y hayan diagnosticado el suceso como una «crisis mfstica» del filésofo, o un pasajero desliz de juventud sin mayor importancia, Incluso se ba Hegado a decir que estos sue- fios no constituyeron una experiencia objetiva, sino que ss proceden del género alegérico, atin en boga en aquellos dias, © hay quien, como Male- branche, decide rasgarse las vestiduras y tildar el episo- dio de grotesco, de mancha para la memoria de Descar tes y su filosofia. Aunque, en ‘ealidad, la Gnica sospecha le; tima sobre este incidente biogrifico ten: dria que venir refrendada por un argumento serio como 8 el de la autenticidad documental de estos sueiios, que no es de primera mano. Pero antes de emitic un juicio apre- surado debemos primero conocer la accidentada historia del manuscrito. El cuaderno de notas de Descartes figura inscrito en el inventario de la Biblioteca Real de Estocolmo. Al mori el fi= Iésofo en 1650. se encontraba hospedada en casa de su amigo el embajador Hector-Pierre Chanut y éste, debido al poco interés que mostré | familia en reclamar los papeles cartesianos, decidié hacerse cargo de ellos y catalogarlos antes de retornar con los documentos a Francia. Esta ca- talogacién atin existe, pero por desgracia el manuscrito autégrafo desaparecié en aquellos dias. Desde entonces, el documento que se conoce es la obra de su primer bidgrafo, Adrien Baillet, publicada en Paris en 1691. El libro de este aplicado clérigo no seria por si mismo una prueba defini- tiva de la supuesta fidelidad del texto, si no fuera porque posteriormente aparecieron las cuattillas que copié direc tamente Leibniz del volumen manuserito de Descartes en su viaje a Paris de 1676. Estos documentos ofrecieron una valiosa pista para verificar la autenticidad de los suetios. All morir Leibniz. en 1716, sts anotaciones se depositaron en 56 | Biblioveca Real de Hanéver, pero cuando en 1894 Char Jos Adam quiso consulkarlos para su monumental trabajo biografico sobre el filésofo, éstos también habian desapa- vecido misteriosamente. Por fortuna, el conde Alexander Poucher de Careil, que fue quien los descubrié en 1859, habia tradueido al francés los textos de Descartes en latin, lsanscritos por Leibniz, y éstos confirman la versién de Juillet. En suma, a pesar de su azarosa historia, hoy dis- ponemos de la informacién necesaria para afirmar la vera- cidad de estos suefios y poder reconstruir con fiabilidad oite episodio decisivo en la vida del filésofo. La noche del ro al 11 de noviembre de 1619, el joven woldado René Descartes se encuentra en los alrededores le Ulm, hospedado en Neuburg, una aldea al suroeste de Alemania, Poco tiempo antes habia abandonado el ejét- cito del gobernador de los Paises Bajos, el principe Mau- rice de Nassau, enemigo de Espaiia y aliado de Francia en la guerra de los Treinta Afios. En su participacién en la contienda de Breda no se habia distinguido por el ejerci- cio de las armas sino por el de las mateméticas, al resolver n pocas horas un dificil problema euya solucién dejé cla~ vada en una de las tiendas del campamento. Durante ese breve intervalo de paz, Deseartes ha compuesto un tratado sobre musica, y en agosto asiste en Prancfort a la corona- cidn del emperador Fernando II de Habsburgo. Los fastos duran hasta septiembre y los tiltimos dias de otofio lo sor un apartado refugio solitario a, ni entretenimiento lo dis prenden ocasionalmente e donde ninguna conversac twoen de su concentrado aislamiento. Pero esto es lo que busca, pues le agrada pasar todo el dia encerrado en sf mismo, al calor de una estufa, dedicado enteramente al ejercicio de su pensamiento. fd Es una solitaria costumbre que ha adoptado desde su €poca escolar. Su padre lo habia enviado a los ocho aftos al prestigioso colegio de jesuitas de La Flache, que acababa de ser fundado por Enrique IY, para recibir una educacién digna de su clase. Descartes era un chico pilido, de aspecto enfermizo, con una tos seca heredada de su madre, que habia muerto durante el parto de su segundo hijo, al aio de cumplir René su primer afto de vida. Gracias a esta tos, el colegio le concedié el privilegio de permanecer buena parte de las mafanas tendido en su lecho, evitando el fas- tidio de tener que madrugar junto a sus compatieros, espe- cialmente en los frios dias de invierno, En estas inhdspitas mafianas, impregnadas de vaho y escarcha, le chambriste (como lo apodaban sus compafieros) se quedaba tumbado tranquilamente en su cama bajo el calor de las mantas, su- mido en sus soliloguios. Cadz maitana, aprovechaba esta favorable circunstaneia para ejercitar el pensamiento, cos- tumbre que conservaré el resto de su vida. Segiin relata en su Discowrs, habia pasado toda aquella mafiana y parte de la tarde cavilando junto ala estufa de su cuarto. En su largo y concentrado monélogo, comparaba Jas obras humanas con esas viejas ciudades mal trazadas que en un principio habian silo aldeas pero que, poco a poco, habian ido creciendo desordenadamente construi- das por distintos arquitectos hasta tener ese aspecto de- testable, arbitrario y poco armonioso que poseen ciertas urbes curopeas faltas de buen sentido urbanistico. ;Qué distineas le parecian a las plazas regulares disefiadas a su gusto por una sola persona! Sirviéndose de ese simil, re- flexionaba sobre la diversidad de las ciencias expuestas en los libros que, sin demostracién alguna, forman parte del conjunto del saber en el que han participado tantas perso- nas respetables, y que, sin embargo, «no se acercan tanto a 8 la verdad como los sencillos razonamientos de un hombre de buen sentido». Asi cavilaba, pensando en la convenien- cia de tirar abajo esas viejas y desordenadas construccio- nes del intelecto humano con el fin de reconstruir de una forma més hermosa «las calles del saber>. Y lo mismo su- cedia con las opiniones que habia heredado: debia aban- donarlas por completo si deseaba erigir un edificio ente- ramente propio, distinto y nuevo, que tuviera una base fiable y pudiera unificar y dar un verdadero fundamento a todas las ciencias. En su interior crecia una rebelién cada vex mayor hacia la ciencia establecida: todo el saber le pa- reefa viejo y errado, y una tremenda certeza interna le em- pujaba con una fuerza inusitada a buscar la verdad de las cosas por si mismo, con independencia de los postulados que sostenia Ia tradicién sobze el conocimiento que se tenia de ellas, Aquella noche se acosté «rebosante de en- tusiasmo», completamente posefdo por Ia idea de haber encontrado «los fundamentos de una ciencia maravillosa» que por fin someteria todo el saber a una sola «matemstica universal». Este largo y continuado ardor intelectual lo dejé exhausto; y como era su costumbre en aquellos dias, se acost6 pronto. En el curso de esa noche tuvo tres sue- jios, que nunca olvidaria, Primer suesio Descartes ve acercarse a varios fantasmas y huye ate- rado por unas callejuelas. Camina ripido, con pasos lar- 08, pero siente una terrible debilidad en el lado derecho de su cuerpo que apenas le permite sostenerse y le fuerza ain- clinarse sobre su lado izquierdo para poder andar mejor. Es un signo de flaqueza que lo abochorna, al caminar de uun modo ridiculo y tambaleamte a pesar de todo su empetio 9 en mantener el cuerpo etguido. De pronto, sopla el viento, Es un viento fuerte y poderoso que lo zarandea con fuerza de un lado a otro, haciéndolo girar tres o cuatro veces sobre el pie izquierdo. Apenas puede avanzat, pero sigue andando a duras penas hasta llegar a un colegio donde de- cide refugiarse. Una ver al resguardo, se dirige a la capilla de la escuela y reza para mitigar su angustia, cuando una absurda obcecacién Je hace cambiar de idea: mientras ca~ minaba por la calle, se Fabia olvidado de saludar a-un co nocido y habia pasado de largo sin decirle nada, lo cual, piensa, ha debido de causarle una pésima impresi6n, ast que decide volver sobre sus pasos para presentarle sus respe~ tos. Sin embargo, nada més salir, el viento vuelve a zaran- dearlo como a un guifiapo. Al fondo del patio, descubre a un hombre; parece llamarlo por su nombre, pero las fuer= tes corrientes de aire deforman su voz, El hombte se acerca con actitud deferente y le comunica que Monsieur N tiene algo para él. Se trata de un melén traido de un lugar le jano... Todo parece discurtir con normalidad, aunque hay un detalle que le llama especialmente la atencién, y e8 lo derechos que andan los demés en comparacién con él, que contintia caminando con el paso vacilante, a pesar de ha- berse calmado el viento. Al despertar, siente un dolor punzante en la misma zona del cuerpo que le molestaba durante el sueiio, Toda- nbia de postura para calmar su colencia. Las imagenes siguen re- voloteando muy vivas en su mente; el miedo no lo aban- dona... Segin Baillet, se puso a rezar pidiendo a Dios que lo protegicra de la mala influencia del sueio. Aunque a los 0s de los hombres pareeia haberse comportado correc tamente, en su fuero interno se sentia muy culpable. Esta ansicdad moral lo mantendré despierto dos horas més, du- via bajo la impresion de su vivencia onftica, ¢ 6 hunte las cuales sigue meditando sobre el problema del bien y del mal hasta caer otra vez dormido. Segundo sueiio Un fuerte y repentino sonido parecido a un trueno lo silospierta> bruscamente, Abre los ojos y toda su habita- bldn esta bafiada por un mar de chispas. La visién es in- {iuictance, pero no lo estremece en absoluto: estas extratias Josforescencias nocturnas le son familiares; no es la pri- sora vez que las ve en medio de la noche, ni que percibe Joy objetos mas cercanos y con mayor presencia, como les sucede a los sondmbulos. Descartes abre y cierra los par jpuclos varias veces y procura concentrar su atencién en los ‘bjetos del cuarto para tratar de ajustar Ia vision. Y una ver que recupera su percepeién normal, comienza a darse explicaciones filoséficas sobre lo ocurrido, como es habi- jentos se va poco (ual on él, hasta que el hilo de sue penta 4 poco diluyendo en la somnolencia, y vuelve a dormirse. Tercer sucio De nuevo se encuentra en su propio cuarto. Sobre su mesa de trabajo hay un Tibro que Hama vivamente su aten- eidn, Ignora quién lo ha podido dejar alli. Al abrirlo, des- cubre que se trata de un diccionario. Este hallazgo lo complace porque picnsa que puede serle muy dtil. Pero he ‘gui que descubre otzo libro, que tampoco conoce, ni sa- he cémo ha Ilegado hasta la mesa. Es una recopilacién de poetas latinos titulada Corpus poetarum. Abre el volumen. con gran curiosidad por conocer su contenido y lee al azar este verso: Quod vitae seciabor iter? («gQué camino he de seguir en la vida. 6 Entonces, levanta los ojos y repara en la presencia de un hombre desconocido que se acerca hasta él para mos= trarle otro poema que comienza con Est et non («Si y no»), Este poema parece tener mucha importancia para el des~ conocido, que no eesi de alabar todas sus excelencias Descartes replica que conoce el verso. Pertenece a los Idi~ lios de Ausonio y se encuentra en una voluminosa antolo- gia de poemas que tiene sobre su mesa de trabajo. ‘Toma el libro en las manos y comienza a pasar las paginas del gtueso volumen al tiempo que se jacta de conocer perfece tamente el orden de los poemas. Sin embargo, no logra en= contrarlo. Mientras sigue buscando la referencia, el hom= bre le pregunta dénde ha conseguido este libro. Descartes contesta que ahora ne puede responderle. La situacién empieza a ser confusa: la obra, que hace un segundo ten‘a en las manos, era otra y ha desaparecido sin saber cémo. De pronto, el libro aparece en el extremo de la mesa. Pero, nada més recagerla, a¢vierte que no es ni mucho menoe tun diccionario tan largo y completo como le habfa pare~ cido al principio. Sin embargo, encuentra los versos de Ausonio, pero al no hellar el poema que busca, dice que conoce otro mucho mejor que empieza con el verso «Qué camino debo seguir en la vida?». El hombre se muestra: muy interesado y le pide encarecidamente que se lo mues- tre, pero Descartes, mientras va pasando las paginas en. busca del poema, tropieza con varios pequefios retratos gtabados en cobre, que le hacen pensar que, aunque se trata de una bella edicién, no es la misma que conoce. Acto seguido, los libros, el hombre y toda la habitacién comienzan a desvanecerse... Una extrafia sensacién se apodera de él. Ha recobrado la lucidez, como cuando esta despierto, poro solo es una sensaci fiando, Puede razonar con plena conciencia y sin embargo in. Descartes sigue so- 6 std sofiando con su habitacién, La sensacién es muy ex- irafia, pero el joven se siente tan poseido por los aconte- cimientos que prefiere seguir el curso de su experiencia onivica y ponerse a interpretar el suefio antes de despertar. De modo que si ndo que esta des Jos eventos oniricos tal como vienen. ;Qué buena situa- ion para un merafisico! Pero Descartes no tiene ninguna ica. Se siente tan ebrio de en- intencién de hacer met: usiasmo por sus recientes descubrimientos que, en lu- jar de intuir el significado fenomenolégico de sus sue~ sobre las figuras de su sueiio todo tipo de hos, pro ject interpretaciones erraticas: el diccionario signifiea la co- noxién que para él existe entre todas las ciencias; el Cor- pus poctarum, In unién entre la filosoffa y la sabidurfa Piensa que los poetas, incluso los més mediocres, pueden producir maximas mucho mas profundas, sensibles y mejor expresadas que las que puedan encontrarse en los escritos de cualquier filésofo. Descartes atribuye esta pro- digiosa circunstancia a la cualidad divina del «Entu- siasmo> (divinité de PEnthosiasme) y al «poder de la Ima- yinacién» de los poctas, que permite sembrar la sabidusfa xistente en todas las mentes humanas con mucha mayor {acilidad y brillantez que la prestigiosa «razén de los filé- solos». Y contintia interpretando su sueiio, creyendo que quel verso que habla del tipo de vida que hemos de ele- sir es una buena advertencia de una persona sabia Después despierta sumido en una calma especial; en- ciende las velas de su cuarto y continga interpretando el Aitimo de sus suefios dela misma manera que habia hecho untes, mientras estaba dormido. Pero sus iluminaciones no pueden ser més erradas: ve simbolizado su futuro en cliiltimo de sus tres suefios, mientras que los dos prime- tos le parecen advertencias sobre su vida pasada. El des- 6 concertante mel6n (que més tarde haré las delicias de Jos psicoanalistas freudianos) lo interpretara caprichosa~ mente como un simbole de los encantos que tiene la s0~ ledad; el viento que trataba de empujarlo representa para él un «Espiritu maléfico» (malo Spirit); y el trueno y las chispas son el «Espiritu de la Verdad», que ha descendido’ pata tomar posesion de él. Llegados a este punto, tanto entusiasmo parece alarmar incluso a su devoto bidgrafo, y Baillet se atreve a sugerir la posibilidad de que el maes~ wo tal vez bubiera bebido un poco mas de la cuenta du= rante aquella festiva y bulliciosa noche de San Martin en’ Ja que tantos franceses y alemanes bailan borrachos hasta altas horas de Ia madrugida,* *® Mas alld de las optimists interpretaciones de Descartes, estos svetios contienen un buen ntimero de simbolos arquetipicos que han sido interpretados por la psicologia analitia, Los fantasmas que acosan al joven filsofo serfan «comp cos auténomos de lo inconscienter que ‘rastornan su sentido de la realidad. El temor que sience hacia ellos in dicaria la existencia de un conflieo latente en su alma; hecho que re fuecea esa extrafiadebilidad que sienteen la parte derecha de su cuerpo. {Qué simbolizan la derecha y la izquierda? La derecha se asocia a lo conseiente, mientras que la izquierda alo inconsciente. Deseartes es un joven petulante, extasiado por su rceienve descubrimiento, que otorga tun poder y libertad sin limites su Yo racional. i en su suefio el viento y su flaquera corporal tratan ds inclinarlo hacia su lado izquierdo y lo ‘empujan hacia la terra (lo femenino}, es ante todo pata compensar su icional. Descartes se siente avergonzado de caminar as y se refugia en un colegio en busea de una iglesia. No hay que olvidar quea pesar de haberse desmareado como f lisofo de toda la ret6riea eseolistica de su época, nunca dej6 de ser un ferviemte eatdlico, En consecueacia, el colegio tendeia para élun sentido de orden y la mater ecclesia de susticuto simbélico de su madre per dda. Sein la psicologta junguiana, su eonfliera eadica en la total iden= tificacin de la funcién del pensanienta com el Yo: de ahi el aviso ate~ rracor de los fantasmas. Para eseapar de ellas, Descartes se refugia en tendencia nica de apoyarse en su lado. la fe, como si fuera el balsamo maternal que necesita, Sin embargo, eso 6 ‘Tales son las turbulencias que inieiaron el proceloso ca nino al pensamiento moderno, Queda por ver siexiste un vinculo claro entre los «suefios olimpicos» de aquella noche memorable y el emaravilloso descubrimiento» de nuestro joven filésofo, Cronolégicamente, los suefios se produjeron la noche que siguis a la iluminadora intuicién sobre la nueva ciencia unificada a través de las mateméti- as, Pero aunque Descartes no tuviera ninguna idea sobre |n oxistencia de lo inconsciente, esta claro que tanto sus cireunstancias animicas como oniricas no pueden sepa- arse ni aislarse de todo el proceso de gestacién del nuevo camino filos6fico que ha emprendido en busca de la plena jutonomia del Yo racional; hasta el mismo Descartes es ho serd suficiente para romper Ia peligrosa identifieaciOn psicoldgica |e siente con st nuevo descubrimiento, euyo pathos tomara mas tarde pproporciones wniversales en nuestra cultura, Pero gy el melon? Al ser suntado Freud por el significado de estos suerios, se negs a dar cual {quer tipo de interpretacidn, salvo con el melsn, al que obviamente at hhuyé un simbolismo sexual, No deja dle ser curioso que Freud viers lina variedad de melén en forma alargada y falica, mientras que la ps wologia junguiana ve un canvaloup, que, debido a su forma redonda, lone a ser Ia expresign del arquesipo del lnerpretscién, Descartes fue consciente de esta profunda necesidad psi- ol6gica, sin reconacer su verdadera dimensién animica, Con respecto segundo suefio, Jung sugiere que tanto el trueno come Ia Hluvia de shispas son motives agociados a una sabica iluminacién o transforma cin de la psique. En un estado primitiva, la consciencia atin no for- mmaba una unidad, todavia no estaba firmemente eseructurada en torno 41 Yo y resplandecta de agut para all, sogin era requerida para ilumi- hur cualquier experiencia exterior o interior, Estas pequefias luminosi- aces representan el desarrollo de la concieneia del Yo. En el caso de Descartes, una nueva consciencia esté naciendo y tomando forma en fv psiquisinoy de abi que la lumen maturals, que en aquella época se ‘onsideraba consustancial a toda la naturaleza, se manifieste en su pro- pla mente, Sobre el tercersteBio, puede consultarse a Marie-Louise von Pranz, Dreams, Shambhala, Boston, 1991, pigs. 151-160. mismo. Segiin esta segunda 65 consciente de ello cuando piensa que sus suefios han sido enviados por Dios para ayudarle en su biisqueda filosé= fica de la verdad, lo cual es un claro indicio de que tuyie ron para él una importancia trascendental. Es evidente que la volednica explosiéa de contenidos simbélicos experimentada por Descartes en noviembre de 1619 no es un caso aislado. El suefio inspirador (por lla= marlo de alguna manera) parece ser una forma especifica de onirismo, un modelo de expresiéna psiquica que fre~ cuenta los siglos. Antes se ha sugerido la repetici6n tem- poral de ciertos «patrones» fenomenol6gicos durante el transcurso de la historia onfrica: suefios auxiliadores en momentos dificiles; sueiios colectivos que pasan de una mente a otras, como si se tratara de una corriente eléctrica; sueiios premonitorios cuyas vividas secuencias se adelan- tan a los hechos reales. La psique es un mar sin orillas. Pero el patrén del sueio inspirador no plantea ningyin problema epistemolégico, ni constituye ninguna paradoja ni quiebra en nuestro mundo racional; al conteario, es un fenémeno perfectamente comprensible, que se da en todos: los campos de Ia cultura, porque la imaginacién es esen- ialmente creadora y brota en todos los terrenos en los que el hombre inyenta. Ejemplos no faltan, y no sélo en aque- llos casos que se refieren al arte sino a otras disciplinas que, a pesar de encontrarse en las antipodas de la imagi- nacién creadora, deben parte de sus descubrimientos a ella. Asi, gracias aun sucio, el astrénomo Johannes Kepler (1571-1630) descubrié las orbitas elipticas de los planetas;, y el premio Nobel de Medicina Otto Loew (1873-1961) inventé la teorfa quimiea de la transmisi6n nerviosa a par- tir de un experimento efectuado en medio de una vision ‘oniricas como también el fisidlogo estadounidense Walter 66 Iradford Cannon, quien solia resolver en suefios comple- jos problemas algebraicos. Curiosa operacién de la mente {que también confirma Voltaire en su Diccionario filoséfico: «El poeta compone versos mientras duerme, el matemstico contempla figuras, el metafisico argumenta bien o mal; hay sorprendentes ejemplos de todo esto». Otro caso revelador es cl del ingeniero norteamericano D. B, Parkinson. En la primavera de 1949, trabajaba con un equipo de los Laboratorios Bell en el desarrollo de un Jegistrador automdtico capaz de mejorar la precisién de la Uansmisién telefénica. Eran los dias de la invasién nazi on Holanda, Bélgica y Francia, y muy preocupado por las noticias que llegaban de Europa, Parkinson tuvo el si- iuiente suefio: estaba en medio de una guerra, formando parte de una cuadrilla de soldados que manejaban un caiién antiaéreo. El primer disparo dio en el blanco, pero lo increible era que cada vez que disparaban abatfan un widn, Después de abrir fuego tres o cuatro veces, uno de los hombres de la cuadrilla antiaérea le hizo una seita, sonriente, para que se acercara al cait6ns y al llegar le in- Wicd con el dedo una parce donde vio acoplado su poten- ciGmetro: era un objeto idéntico, engastado en la maqui- hnaria. Al despertarse, comenz6 a pensar en ello hasta que swabs dandose cuenta de que el mismo potencidmetro, debidamente disefiado, también podia valer para un caaén, antiaéreo. Su suefio le habia dado la clave para la fabrica- cién de unos orientadores eléctricos para cafiones que, ademas de baratos y ficiles de producir, serian sumamente efectivos. Este computador eléctrico analégico, conocido como M-g, derribé en una sola semana ochenta y nueve cohetes-bomba Vr de los noventa que los alemanes ha- ban lanzado en agosto de 1944 desde Amberes para des- uir Londres. o7 Otro de los ejemplos mas notables de inspiracién oni rica fue el que sirvio al q ico aleman Friedrich Au- gust Kekulé (1829-1896) para descubrir una nueva estructura molecular. Segtin explicé en una conferencia ante Ja Sociedad Quimica Ale- ‘mana, una noche se queds dormido en la silla de su laboratorio junto a la chimenea. Y entonces vio cémo una masa de 4tomos comenzé a hacer cabriolas delante de él, adoptando diferentes estructuras. Los grupos mis pequcfios se mantenian discretamente en segundo: plano. Acostumbrado como estaba a visiones repetidas y six milares, su mente le mostraba ahora formaciones de mayor tamafio que adoptaban formas diversas. Vatias de estas hi- leras mas densas empezaron a retorcerse y enroscarse al uni sono, como serpientes, hasta que una de ellas sobresali6 entre las demas, se mordié la cola y comenzé a girar burlo- namente delante de sus ojos. Se desperté en un estado alte= rado de conciencia,y, atin bajo los efectos del suefio, se puso a desarrollar sus f6rmules hasta altas horas de la madrugada. Esa noche descubrié la estructura molecular del benceno, que revolucionaria la quimica orginica, «Caballeros», dijo al terminar su disertacién, es despertarse «alli»: un mundo se di- suelve para que brote otro. Pero la puerta abatible que los separa siempre est en movimiento, de modo que no hay dos procesos sino dos aspectos de un mismo proceso: el caudal de la mente es uno, y nunca cesa, como el rio de ra Heraclito. En este sentido, mismo rio, Sin embarge, nuestra cultura extrovertida vuelve la espalda a este hecho dejando que la inmensa riqueza que atesora la noche se piceda sin remedio en la intempestiva sombra del olvido. La historia de los suefios atin no ha sido escrita, Proba- blemente nunca lo seri, No deja de ser chocante que des pués de tanta experiencia onirica acumulada a lo largo del tiempo, tan digna de ser rec la, el ser humano todavia no haya asumido la importancia que tiene el onirismo en la historia de la humanidad y simplemente continée viviendo al margen de su «segunda vida», como si no tuviese ningGn valor, ni formase parte de si mismo, ¥ en vez de iluminar lo que yace oculto en la penumbra; en vez. de procurar com= prender los mensajes que cada noche eruzan e iluminan su. mente y sobrecogen su coraz6n, insista en seguir siendo- a todo ello, y permanezea voluntariamente sometido, alibel nvencimiento de que la roma planicie de cada dia sea la tinica realidad posible de todo cuanto somos y puede acontecer en el mundo, Imbuido, pues, en esta seca y plana visi6n de las cosas, er humano resulta perfectamente irrisorio, porque a: pesar de toda su hiperconciencia a cuestas y su labrada co- pticismo, suele estar dispuesto a creer en cual- cosa, salvo en la verdad cS

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