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Resumen
El artículo revisa la ética en la praxis de la psicología educacional-escolar en Chile. Se
analiza críticamente un rol profesional que ha transitado desde un énfasis en el
psicodiagnóstico de estudiantes con ‘problemas’ en su ajuste al sistema escolar o a las
exigencias de aprendizaje, hasta una perspectiva de intervención sistémica e
interdisciplinaria que mira a la escuela como un contexto inclusivo que responde a la
diversidad y desigualdades en el desarrollo de niños niñas y adolescentes con un enfoque de
derecho. A la luz de la Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogos y
Psicólogas (2008), se proponen espacios de reflexión y lineamientos para praxis del
psicólogo educacional a la luz de cada uno de sus principios: respeto por la dignidad de las
personas y los pueblos, cuidado competente del bienestar de las personas y los pueblos,
integridad y responsabilidad profesional y científica con la sociedad.
Palabras claves: psicología educacional; psicólogos escolares; ética profesional;
Declaración Universal de los Principios Éticos para Psicólogas y Psicólogos.
Summary
The article reviews the ethics in the praxis of educational-school psychology in Chile. A
professional role that has gone from an emphasis on the psychodiagnosis of students with
'problems' in their adjustment to the school system or learning demands, to a perspective of
systemic and interdisciplinary intervention that looks at the school as an inclusive context
that responds to the diversity and inequalities in the development of children and
adolescents, with a focus on rights, is critically analyzed. In light of the Universal
Declaration of Ethical Principles for Psychologists (2008), spaces for reflection and
guidelines for the praxis of the educational psychologist are proposed in light of each of its
principles: respect for the dignity of persons and peoples, competent care for the well-being
of persons and peoples, integrity and professional and scientific responsibility towards
society.
Key words: educational psychology; school psychologist; professional ethics; Universal
Declaration of Ethical Principles for Psychologists.
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Introducción
Este artículo responde a las reflexiones surgidas durante más de veinte años de
formación de psicólogos educacionales y supervisión de prácticas profesionales en el área.
Asimismo del análisis del escenario de desempeño profesional en el contexto educativo y
de las tensiones e incertidumbres que se generan ante la complejidad de los sistemas
involucrados. Al revisar las reflexiones de estudiantes y practicantes sobre sus
intervenciones, los y las estudiantes identifican actividades de y en las instituciones que
pueden constituir malas praxis, a veces conscientes y otras inconscientes, a veces en
respuesta a las demandas del sistema. Ello me ha llevado a reflexionar sobre el carácter
institucional en la que se inscribe la ética del desempeño profesional en los contextos
educativos. En particular, reflexionar acerca de cómo dar una mayor eticidad a un rol
profesional que se inserta en un marco normativo, alineado con los fines de la educación
como una práctica social, ética y política, interesada en la formación de las identidades y la
educación de las nuevas generaciones.
Desde esta perspectiva, el rol de psicólogos y psicólogas emerge en un espacio
público como una praxis, una revelación de la capacidad humana, un abrir de nuevos
mundos a niños, niñas y adolescentes (NNA), en su unicidad y su pluralidad, mundos que
definen sus condiciones de existencia, su condición humana (Arendt, 2016). Una acción-
praxis transformadora, actividad emancipadora del sujeto histórico y político que se
incorpora en el contexto educativo y despliega su actividad para la generación de algo
nuevo, como una revelación (Arendt, 2016). La praxis de las y los profesionales en el
contexto educativo, abre un espacio para ser parte de “un nacimiento, -no sólo para
preservar la vida y las condiciones materiales mediante la producción de bienes que la
mantienen-, sino para educar la memoria, mantener al sujeto político, generar la condición
para la historia” (Arendt, 2016, p 22).
Ante esta tarea trascendente, la praxis profesional no puede ser vista sólo como ‘un
trabajo más’, como cumplir con lo que dice la norma o como la forma de ganarse la vida o
generar bienes y servicios. Requiere plantear la actividad con un sentido ético y político, e
insertar la praxis en un ethos de calidad, “interesado/a en las personas concretas, 'de carne y
hueso', siempre atento a las controversias y peculiaridades que el mundo de lo humano
presenta” (Cortina y Conill, 2000 como cita Sánchez 2015). Ello requiere también de una
autorreflexión crítica sobre nuestra disciplina y nuestro rol profesional, una reflexión ética
de segundo orden que proporcione las razones que justifiquen o no las acciones y anticipe
la cascada de consecuencias que cada acción trae consigo, analizando la experiencia moral
y prescribiendo modos de comportamiento justificable: “el por qué debo hacer, más que el
qué debo hacer” (Cortina, 2010 p. 33).
Se ha observado que las y los profesionales “guían su acción profesional en base a
un saber subjetivo, más cercano a la vida cotidiana … sobre todo cuando estos problemas
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el ámbito escolar ello no es suficiente, más bien esta extensión debe ser explicitada y
revisada, tanto normativa como procedimentalmente.
Asimismo, el código nacional da los principios y lineamientos generales que se
pueden aplicar flexiblemente a las acciones profesionales en el campo de la educación, en
especial, en el rol de consejeros y en psicodiagnóstico educativo. Con todo, se observan
falencias en las normativas para abordar la ética profesional en contextos educativos
situados en el marco de políticas públicas y en instituciones educativas y, además, el código
no cubre adecuadamente los dilemas y desafíos que encuentran la praxis profesional en el
sistema escolar.
¿Será entonces necesario contar con lineamientos éticos específicos para la acción
de psicólogos/as en el contexto educativo? ¿Es posible encontrar otros referentes
deontológicos para las praxis de psicólogos/as educacionales-escolares?
En respuesta a estas preguntas se propone recurrir a los principios de la Declaración
Universal de Principios Éticos para Psicólogas y Psicólogos (IUPsyS, 2008) [en adelante la
Declaración] que responden a la creciente transformación transcultural y globalización de
las sociedades e incluye la reflexión y revisión comparada de distintos códigos de ética de
diferentes partes del mundo. Esta Declaración fue adoptada por la Asamblea General de la
International Union of Psychological Science (IUPsyS) y se consideró aplicable en forma
transcultural por la Mesa Directiva de la International Association of Applied Psychology
(IAAP), en Berlín, Alemania, en 2008. En forma gradual, la Declaración ha ido alcanzando
un gran apoyo por parte de la comunidad psicológica internacional y es posible advertir el
elevado grado de afinidad entre los principios éticos actualmente vigentes en Sudamérica y
de aquellos enunciados por el Código de Ética del Colegio de Psicólogos de Chile
1999/2008 (Ardila, 2011; Ferrero, 2014).
La Declaración plantea principios éticos basados en valores humanos compartidos
entre diversas culturas, sin entrar en aspectos normativos específicos (Ferrero, 2014). Ello
facilita su aplicación a los diversos campos de ejercicio de la profesión, como es el caso de
la psicología educacional. Los cuatro principios básicos de la Declaración son: respeto por
la dignidad de las personas y los pueblos, cuidado competente del bienestar de los otros,
integridad y responsabilidad profesional y científica con la sociedad (Prentice, Dobson y
Gauthier, 2017). Estos principios generales generan la flexibilidad para su adaptación a
diversos contextos, buscan orientar la toma de decisiones, guía a las psicólogas y
psicólogos hacia una comportamiento éticamente fundado en todos los aspectos
profesionales y científicos (Gauthier, Pettifor y Ferrero, 2017). A partir de ellos, se propone
revisar críticamente la praxis del psicólogo/a educacional-escolar.
Análisis de la praxis de psicólogos educacionales-escolares y principios de la
Declaración Universal de Principios Éticos para Psicólogas y Psicólogos
Al revisar los principios de la Declaración, se advierte en ellos la gran potencialidad
para su re-contextualización en el desempeño de la profesión en el contexto educacional. A
continuación se presenta una reflexión vinculando estos principios con la praxis de
psicólogos/as en contextos educativos.
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evaluados. Además, en el caso de NNA, el psicólogo y la psicóloga debe asegurar que las y
los niños entiendan su rol, los objetivos de la evaluación, las consecuencias de la misma,
usando un lenguaje adecuado a la edad del evaluado/a. Si bien sus padres deben dar su
asentimiento para llevar a cabo la evaluación, es importante escuchar al propio NNA
pronunciarse, -desde su autonomía progresiva-, sobre su disposición y consentimiento para
ser evaluado. Ello implica que se debe evitar generar situaciones engañosas que cambian
los objetivos de la evaluación. Por ejemplo, invitando a NNA a jugar o a una actividad que
no tiene nota, en un contexto evaluativo que sí tiene consecuencias, en especial, cuando los
resultados de la evaluación pueden afectar la trayectoria educativa, ingresar al estudiante a
un programa e incluso puedan cambiar su identidad social.
Para generar un contexto justo en la evaluación psicológica el o la profesional debe
además, revisar el contexto comunicacional que establece con quienes evalúa, en especial,
mirar las relaciones de poder y control imbricadas en los procesos de evaluación; vigilar la
interacción social en todos los posible niveles de análisis en la que el desempeño cognitivo
emerge. En particular, el posicionamiento social de la situación evaluativa generado por la
distancia de poder entre profesional y evaluado, en especial, cuando cada uno pertenece a
grupos socialmente jerarquizados por conocimientos, estatus socioeconómico, género, entre
otros (Pasaltis, 2011). Para controlar el efecto de la asimetría social, no sólo se requiere una
la vinculación socio-afectiva con la o el evaluado, sino también generar una sintonía
cognitiva que prepare al o a la estudiante, activando procesos psicológicos de atención,
memoria y la disposición a la tarea, antes de la aplicación de pruebas psicológicas de
rendimiento. Una evaluación justa en el contexto educativo, indaga también en el efecto de
la mediación cognitiva en el desempeño del evaluado, mantiene una vigilancia activa sobre
las propias atribuciones y vela de no inducir durante las entrevistas indagatorias con
familiares, docentes y con los propios NNA atribuciones de causalidad que afecten sus
expectativas.
En una evaluación respetuosa de la dignidad de NNA, el momento más complejo es
la elaboración del informe psicológico ¿Cómo vemos, entendemos y representamos al otro
(NNA)? ¿Cómo traducimos al NNA en palabras? El deseo de ser equilibrado, no juzgar y
no patologizar; la incoherencia entre resultados de los diversos instrumentos aplicados; la
incomodidad de no estar seguro de los problemas reales de NNA, son los dilemas éticos en
el proceso de redacción del informe, más aún, si ello va acompañado por el requerimiento
del informe de resultados en un escaso tiempo. Los dilemas que enfrenta la o el psicólogo,
influyen en la forma en que toma sus decisiones en la redacción, lo que dice sobre los niños
y lo que descuida, y con ello, impacta en la vida de quienes evalúa (Attard, Mercieca &
Mercieca, 2016). Es más, una vez plasmadas en el papel, las afirmaciones y conclusiones
realizadas sobre NNA toman en una vida propia y siguen en una cadena de decisiones
institucionales y familiares. Este fenómeno es especialmente complejo cuando los procesos
de evaluación se inscriben en una ética de rendición de cuentas (Fardella, Sisto, Morales,
Rivera, & Soto, 2016) en informes emitidos en formularios estandarizados y en forma
rutinaria, y en ocasiones en forma multidisciplinaria, lo que podría diluir responsabilidades.
Otro aspecto a revisar en el marco del principio del cuidado competente, refiere a
las intervenciones psicosociales sistémicas en la organización escolar para promover la
inclusión y participación de las diversidades, promover el bienestar y la generar una
convivencia como un espacio socio afectivo nutritivo que respete los DDNNA y desarrolle
las competencias ciudadanas para una vida democrática (MINEDUC, Política de
Convivencia 2019; MINEDUC, LEY 20248/ 2008). En el enfoque de cuidado, la
convivencia y cohesión de la comunidad escolar implica un trabajo en equipo y la gestión
de redes con el territorio en que se inserta la escuela, promoviendo la participación diversos
actores en los procesos educativos que las personas configuran y amplían (Juliá, 2014).
Desde una perspectiva ecosistémica, cada nivel del sistema educativo cuenta con actores
sociales y organizaciones sociales y culturales que participan en un entramado de
interacciones en y con la escuela, cada una con sus valores, recursos educativos y sus
demandas. Esta mirada responde, por un lado, a la necesidad de un abordaje
multidimensional de los factores que interactúan sobre el territorio escolar y, por otro lado,
responde a la necesidad de empoderamiento de los actores sociales como agentes
educativos (Juliá, 2014).
La inclusión de la diversidad y la preocupación por la desigualdad, están en el
corazón del proceso de una mejora o innovación educativa que procura la creación de una
comunidad escolar hospitalaria -segura, acogedora, colaboradora y estimulante-, en la que
cada uno sea valorado y alcance los mejores niveles de desarrollo. En este contexto, se
desarrollan intervenciones psicosociales en equipo o díadas de profesionales para que,
desde los aportes interdisciplinares, aborden la tensión entre diversidad y desigualdad y
procuren, tanto el cuidado y la valoración del otro, como, la consecución de las condiciones
que permitan su igualdad en los aspectos esencialmente humanos (Sánchez, 2016). Si bien
el dialogo de los profesionales de la educación puede mostrar pluralidad valórica respecto a
la desigualdad y la diversidad, un aspecto común a alcanzar en los equipos es el valor del
cuidado con justicia social. Estos equipos deben poner el énfasis en la perspectiva del
desarrollo de las y los alumnos, más que desde la perspectiva del establecimiento o de las
estructuras administrativas (Booth y Ainscow, 2015).
Tercer principio: Integridad
El principio de integridad es de suma importancia para el desarrollo del
conocimiento científico y para el fortalecimiento de la confianza que la sociedad tiene en
las y los psicólogos. En este marco se destaca, por un lado, los sistemas de creencias,
valores, necesidades y límites, y el efecto que éstos tienen en el trabajo profesional. Y, por
otro lado, el deber de “destinar tiempo y dedicación, antes de toda intervención, para
conocer a la comunidad [escolar]; evitando dar por supuesto aspectos desde el propio
marco de referencia u omitiendo antecedentes relevantes” (Winkler et al., 2014 p. 49).
La práctica institucional del/a psicólogo en el contexto escolar ha de comprometerse
con el Proyecto Educativo institucional (PEI) y el Plan de Mejoramiento Educativo que
plantean los principios, valores y las metas que orientan la educación en un establecimiento
en particular. Es importante evaluar la coherencia o la incompatibilidad personal con estos
planteamientos y establecer: en qué medida representan a la comunidad; cuáles son las
orientaciones curriculares que se plasman en el proceso de enseñanza aprendizaje, y cómo
se define la participación de los integrantes de la comunidad educativa. La coherencia (o
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no) se aclara en la negociación del cargo del profesional y se dialoga con los equipos de
trabajo. La coherencia con los valores de cada establecimiento permitirá a la o el
profesional sentirse parte de la organización y, al mismo tiempo, demandará
constantemente fundamentar la posición ontoepistemológica y ética de sus intervenciones.
Si bien la o el psicólogo despliega una crítica dialogada frente a sus posibles
incoherencias con las políticas institucionales, ha de ser cuidadoso/a con las
contradicciones que su perspectiva pueda generar en el estudiantado. Asimismo, trabajar en
equipo para dirimir posiciones y posibles sesgos y conversar previamente con el equipo de
gestión antes de iniciar actividades que pueden ser sensibles o para las cuales no haya
consenso en la comunidad escolar. En caso que la o el profesional no se desempeña en un
establecimiento, sino en varios simultáneamente, su alineamiento ético y valórico estará en
un nivel meso-sistémico y su desempeño deberá funcionar en red, en colaboración con
otros establecimientos de similares características y cercanía geográfica. El desempeño del
rol de asesor externo al establecimiento requerirá de nuevas competencias de colaboración
y asesoramiento y, una revisión de las políticas institucionales que la o el profesional
llevará a la práctica.
Otro aspecto relevante en el marco del principio de integridad, es evaluar hasta qué
punto el desempeño a solicitud de terceras partes puede perjudicar para la imparcialidad y
competencia en el desempeño de sus funciones. En las instituciones educativas las y los
psicólogos con frecuencia intervienen a petición de terceros, por ejemplo el director,
orientador, profesor jefe, y otros. Los encuadres que realizan los y las profesionales ante las
solicitudes de terceros o en la puesta en acción de las políticas educacionales, genera un
escenario complejo y una ambigüedad innecesaria que pueden comprometer seriamente su
eficacia. Por eso, han de aclarar desde el principio la naturaleza de la relación con todas las
personas y roles institucionales involucrados; establecer cuál es el foco sistémico y quien(s)
es el sujeto de la intervención, y convenir quiénes tendrán acceso a la información.
Además, evaluar los intereses y valores de los diversos interesados y las consecuencias que
la actividad profesional tendrá sobre cada uno. Por ejemplo, en una intervención tipo
consejería con un adolecente que ha sido víctima de violencia escolar, la o el profesional ha
de considerar y jerarquizar los intereses y valores que están en juego y las consecuencias de
las orientaciones entregadas en el bienestar del propio adolescente, en su curso, en su
familia y en el colegio, priorizando y resolviendo los conflictos entre los distintos
involucrados. Para el abordaje de estos conflictos se recomienda elaborar una matriz de
actores para analizar las alternativas decisionales, los valores (intereses) significativos que
están en juego, y evaluar las consecuencias para cada uno de los actores involucrados
(Sánchez, 2016).
Finalmente, tan pronto como sea posible, las y los psicólogos proporcionan
información sobre los resultados y conclusiones de sus intervenciones a las personas
involucradas. Esta entrega de información y retroalimentación ha de realizarse en forma
oportuna y diferenciada utilizando un lenguaje entendible para el receptor de la
comunicación, y buscar los medios para mantener la confidencialidad de la información
más sensible, considerando el bienestar y privacidad de NNA y su familia. En esta proceso,
la o el psicólogo “no debe ocultar ni omitir información que pueda ser de utilidad para las
personas con las cuales se trabaja” (Winkler et al 2014 p. 50), reconocer las consecuencias
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y proponer las acciones de mitigación si la información recabada puede generar algún daño
en integrantes de la comunidad escolar. El proceso de redactar el informe de una
intervención, encierra un dilema ético similar al de los informes de psicodiagnóstico. La
tendencia a eliminar la complejidad y la incertidumbre, sólo reproduce un razonamiento
lineal y potencialmente reduccionista, especialmente si éstos informes se estructuran desde
una mirada gerencialista de rendición de cuentas en formularios y procesos informatizados
(Fardella et al. 2016).
Discusión y perspectivas
Aun cuando el campo educacional está orientado hacia fines políticamente
cambiantes, sus orientaciones valóricas tienden a permanecer y muestran un consenso
social tácito. Un discurso global que permea las políticas institucionales, la cultura y las
practicas pedagógicas, trasmite un orden moral, formando las identidades y desarrollando
las formas de consciencia de las próximas generaciones.
.
En este contexto no puede haber una praxis profesional neutral.
rendir cuentas para los programas o proyectos. La praxis despliega una acción desde la
libertad como un proceso de ‘nacer al mundo’ (Arendt, 2016). Esta praxis enriquece el
trabajo orientado a resultados, -a la rendición cuentas-, incluyendo los saberes
interpretativos y críticos. Ello se expresa en el compromiso de profesionales con las
comunidades educativas y con la sociedad, aportando intervenciones de calidad, actuando
en cooperación y cuidado por las y los otros como sujetos de derecho y de palabra.
En línea con los principios de la Declaración, se hace necesario revisar los
discursos pedagógicos e ideológicos en que se navega en el contexto educativo, develar
tanto aquello que potencia y dignifica la humanidad como aquello que la somete y
enajena. Las preocupaciones menores que forman parte del día a día de la práctica diaria
(trabajo) pueden hacer que estos temas sean fácilmente olvidables y se corre el riesgo que
las y los profesionales se vuelvan cada vez más insensibles a la complejidad e
incomodidad que acompaña la praxis crítica y transformadora.
Así por ejemplo especial atención debe disponerse frente al gerencialimo con su
potencial eficiencia y eficacia. Aunque estos criterios de calidad pueden ser beneficiosos y
deseables, el discurso del gerencialimo puede influir en forma a-crítica en la toma de
decisiones de las y los psicólogos. Su lenguaje de entradas y salidas, de clientes y
productos, de entregas y medición estandarizada, no es sólo una forma diferente de hablar
de lo mismo, sino altera radicalmente aquello de lo que estamos hablando y entra en
contradicciones con los valores profesionales y la orientación de la praxis.
Por otra parte, estas orientaciones se han nutrido con aportes de la psicología
social: en enfoque de derechos, el principio de la interculturalidad, los principios éticos
psicosociales (Sánchez 2016) y las orientaciones éticas para la psicología comunitaria
(Winkler et al., 2014). Es posible que estas miradas deban seguir ampliándose y
diversificándose hasta llegar a principios consensuados, propios de la praxis en el contexto
educativo.
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