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Vivir en la paz de los hijos de Dios

Ante el conflicto del mal, misterioso, podemos tener la inquietud de quien


piensa que todo es absurdo, o la paz del hijo que se sabe en manos de su
padre aunque no entienda có mo actú a, pero sabe que en todo hay una razó n
de bien, escondida muchas veces. En la vida espiritual, ante nuestros
defectos, podemos también tener la actitud del esclavo que tiene miedo del
castigo llá mese pecado-infierno o karma malo, o bien tener la confianza del
niñ o que aunque a veces no entiende la actitud de sus padres que le
contrarían en algú n deseo, confía en ellos sabiendo que le quieren. Está lleno
de paz el bebé que se siente mirado con amor, crece con seguridad y
confianza. Así, la voluntad de Dios no cabe en nuestra cabeza y vivir en el
tiempo nos impide captar la sus planes eternos. Confiar en Dios es el ú nico
camino que conduce a la paz. Confianza que nos lleva “a Dios rogando y con
el mazo dando”, a hacer lo que podemos y abandonamos en lo que no está en
nuestra mano. Pues dice san Pablo: “sabemos que todas las cosas cooperan
para el bien de los que aman a Dios, los que segú n su designio son llamados”.

El dilema es por tanto sentirnos esclavos de cierto azar o fuerzas


superiores, o bien hijos, y esto es a lo que nos invita el Evangelio: “Envió
Dios a su hijo, nacido de mujer… para que recibiésemos la adopció n de hijos”
(Gá latas 4,4). Es la gracia de participar de la naturaleza divina, en un camino
descendente y ascendente: Dios baja al mundo para ser hombre para ser
Cristo el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8,29), es el camino
descendente. Así, el ser humano puede trascenderse a sí mismo y vivir una
vida plena de hijos de Dios: todos, de cualquier raza y religió n siguiendo la
ley del amor. Dios se hace hombre para que el hombre se haga dios; el hijo
de Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios, dirá la
tradició n patrística.

La consciencia de esta filiació n divina da paz y alegría, y de ahí la necesidad


–es el punto central- de su consideració n diaria. Esto lo han visto los
primeros cristianos y por eso indicaron el rezo del padrenuestro tres veces
al día, que nos habla de la osadía de un niñ o que pide a su padre en
confianza total, pues era el modo má s sencillo de fomentar esa
consideració n frecuente. Esto produce en el alma un deseo de portarse como
hijo de Dios, de corresponder a esa llamada con docilidad, abandono,
sencillez, confianza, vida de infancia espiritual, responsabilidad, etc.1

1
Cardona Pescador (1972). J. Filiació n divina II: teología moral. Gran Enciclopedia Rialp, 10.
Madrid: Rialp, 118-121.
Nuestra alma espiritual ha sido creada en el confín entre la eternidad y el
tiempo;2 en la persona hay algo de eterno, participa de lo eterno y puede
determinarse hacia la visió n divina por el conocimiento y el amor. 3 Ese
retorno puede ser má s rá pido o menos.4 Se nos elevan las facultades de un
modo participativo segú n nuestro modo de ser consciente y libre. 5 Y es el
mismo Espíritu Santo que nos mueve en el obrar: 6 Dios es quien obra en
vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito (Fil 12,13), si queremos,
pues siempre es contando con nuestra libertad. 7 Hay una luz interior, chispa
divina, que nos da un modo de actuar siguiendo sus inspiraciones. En las
demá s tradiciones espirituales de algú n modo se ve también esa unidad con
Dios, y con los demá s, con el universo, o con uno mismo, aprendiendo a
integrase multidimensionalmente.

En la carta de san Pablo a los Romanos se nos habla de la vida en el


espíritu, en contraposició n a la vida segú n la carne (el ego), y dice: “Porque
los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. En efecto,
no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor,
sino que recibisteis un espíritu de hijos de adopció n, en el que clamamos:
¡Abbá , Padre! Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios” (14-16).

Aquí vemos por lo menos tres cosas que está n en cursiva: que la clave es
dejarse guiar (ser guiados) por ese Espíritu divino; que hay que dejar el
temor que es de esclavos y sentirse hijos (espíritu de hijos) como el mejor
don, y que de eso hay una experiencia interior, es decir que no es algo
teó rico que uno cree porque se lo dicen, sino que hay un saber experiencial
(el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu). En otro sitio se
dice (Gal 4,6) que es el mismo Espíritu divino el que actú a dentro de
nosotros. Y en todo eso se basan san Agustín y otros muchos como santo
Tomá s para hablar de un instinto divino (el espíritu de Dios en nosotros) que

2
«In confino æternitatis et temporis»: Tomá s de Aquino, C. G. III, c. 61 [2362].
3
Ibid., c. 111 [2855]. «Santo Tomá s encara, pues, la historia como un proceso de retorno del
universo a Dios que -iniciado en la creació n- regresa a El, arrastrado por las operaciones de las
criaturas espirituales; en el universo se da una cierta circulació n, en cuanto que, saliendo de Dios,
vuelve a El por su tendencia al bien»: M.-H. DA GUERRA PRATAS, Elementos... sobre el valor
revelador de la historia, cit., pp. 76-77.
4
«De tal modo es movido por el Espíritu Santo, que también él obra por cuanto que es libre»: Tomás
de Aquino, In IV Sent., d. 49, q. 1, a. 3 sol. 1 c.; C. G. III, c. 112.
5
Tomás de Aquino, S. Th., I-II, q. 68, a. 3.
6
«Idem Spiritus Sanctus qui loquitur in scripturis, movet sanctos ad operandum, secundum illud
Rom 8, 14: qui Spiritu Dei aguntur, hi filii Dei sunt»: Tomás de Aquino, De perfectione spiritualis vitæ,
c. 18.
7
Cf. Tomás de Aquino, S. Th., I-II, qq. 8-10 en el estudio del acto de la voluntad y sus principios
motores.
nos hace actuar de modo sobrenatural como hijos de Dios. Es intuitivo,
instinto de amor, que no deja lugar para el temor, que deja paz en el alma
pues somos “hijos del dueñ o”, llenos de esperanza.

“Es una moral má s del instinto que de la razó n, con tal de que entendamos
este instinto como algo espiritual, que lejos de ser contrario a la razó n, es
considerado má s bien como una inteligencia primera, en el origen mismo de
la actividad racional, que, por tanto, no es en absoluto ciego, como lo ponen
de manifiesto los diferentes dones: la sabiduría, la inteligencia, la ciencia, el
consejo; que, por tanto, es má s bien superluminoso» (Pinckaers).8

Las virtudes no son sino el despliegue de ese divino instinto, chispa divina,
y tiene un papel el ejercicio y la educació n. Y sobre este instinto de la razón
podrá anclar el instinto de la gracia y las inspiraciones del Espíritu de un
modo má s eficiente, pues la Ley nueva del amor no está principalmente en lo
que digan los Papas o la Iglesia o incluso la Sagrada Biblia, sino que esto es
secundariamente: principalmente es esa docilidad –dejar hacer- al Espíritu
Santo en nuestra consciencia. Esto lo ha recordado el papa Francisco, 9
refiriéndose a que la ley da una moral de esclavos, y el sentirse hijos de Dios
un espíritu de libertad: "Una vez que se alcanza la fe, la Ley agota su valor
propedéutico y debe ceder el paso a otra autoridad", ya lo había indicado
Francisco:10 "¿Desprecio los mandamientos? No. Los observo, pero no como
absolutos, porque sé que el que me justifica es Jesucristo. Nos hará bien
preguntarnos si todavía vivimos en la época en la que necesitamos la Ley, o
si en cambio somos bien conscientes de haber recibido la gracia de habernos
convertido en hijos de Dios para vivir en el amor". Aquí no dice que son
secundarios como he dicho má s arriba, usa una palabra parecida diciendo
que “no son absolutos”, es decir que son relativos. Lo importante es la luz

8
Pinckaers, S. (). El Evangelio y la moral, o. c., p. 207. Cf. Ph. DELHAYE, L'Esprit Saint et la Loi
Nouvelle, en «Atti del Congresso Internazionale di Pneumatologia», Lib. Ed. Vaticana, Roma 1983,
pp. 1177-1193.
9
Francisco en su audiencia del 18.08.2021:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-
francesco_20210818_udienza-generale.html
10
Francisco, en la audiencia de 11.08.2021, dice que estamos “llamados a vivir en el Espíritu Santo,
que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento segú n el mandamiento del amor.
Esto es muy importante, la Ley nos lleva a Jesú s. Pero alguno de vosotros puede decirme: ‘Pero,
padre, una cosa: ¿esto quiere decir que si yo rezo el Credo no tengo que cumplir los
Mandamientos?’ No, los Mandamientos tienen actualidad en el sentido de que son los pedagogos
que te llevan al encuentro con Jesú s. Pero si tú dejas de lado el encuentro con Jesú s y quieres volver
para dar má s importancia a los Mandamientos, eso no va bien (…) el encuentro con Jesú s es má s
importante que todos los Mandamientos”:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-
francesco_20210811_udienza-generale.html
divina en la conciencia, y buscar la verdad: “ama y haz lo que quieras”
(Agustín de Hipona).

La irradiació n de este instinto divino abarca todo el ser y el obrar: «esta


fuente no se queda en la cumbre del espíritu, sino que se expande por todas
las partes del hombre y penetra hasta la sensibilidad y en el cuerpo por
medio de las inclinaciones naturales y las virtudes. Santo Tomá s siguiendo la
tradició n hablará , en efecto, de un instinctus rationis para designar estas
inclinaciones al bien, a la verdad, a la vida en sociedad, etc., que son origen
de nuestra espontaneidad espiritual, que constituyen la ley natural interior
del hombre.

La ley del temor de las antiguas religiones da paso a la ley del amor, la vieja
ley de los mandamientos es sustituida por la ley nueva del amor. 11 Mientras
la Ley Antigua era ley del temor (lex timoris), la nueva es ley del amor (lex
amoris).12 Es la consciencia de hijos, «para que conociendo a Dios
visiblemente, seamos por El arrebatados al amor de las cosas invisibles». 13
Toda la creació n hace una salida de Dios para –a lo largo de la historia y de
los tiempos- volver a él en la plenitud en Cristo.14

La ley está considerada propia de los esclavos (san Pablo usa la imagen de
Agar la esclava) y la libertad es propia de los hijos (la imagen de Sara la
esposa). Francisco señ ala: “Esta enseñ anza sobre el valor de la ley es muy
importante y merece ser considerada con atenció n para no caer en
equívocos y realizar pasos en falso".15

11
Tomá s de Aquino, In ad Gal., c. 3, lec. 9 [181].
12
Cf. In III Sent., d. 40, q. 1, a. 4 sol 2; In I ad Cor., c. 11, lec. 6 [678].
13
S. Th., II-II, q. 82, a. 3 ad 2. «La criatura racional, por su condició n corpó rea, conoce a Dios y le ama
a través de lo visible; lo material es para ella camino obligado hacia lo espiritual y es a través del
tiempo que se ancla en la eternidad. Bajo esta perspectiva, la valoració n de lo temporal y de lo
histó rico es la mayor posible. No se da una escisió n entre las cosas del tiempo y la eternidad. El
transcurrir de la historia alcanza un valor imperecedero exactamente por su condició n de medio en
orden al fin. No se acaba en sí misma: adquiere su sentido má s radical en ser forja de lo que no se
acaba»: M.-H. DA GUERRA PRATAS, Elementos... sobre el valor revelador de la historia, cit., p. 77; cf.
De Veritate, q. 10, a. 6 ad 2; H. U. VON BALTHASAR, Il cammino verso il Padre, en AA.VV., Mysterium
salutis, Queriniana, Brescia 1971, v. 6, pp. 325-412; CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Dei
Verbum, n. 3.
14
Cf. C. G., III, cc. 17-18; O. CULLMANN, Christ et le temps, Neuchâ tel, Paris 1957.
15
El enlace con el texto completo por ejemplo en:
https://www.religiondigital.org/el_papa_de_la_primavera/Audiencia-Papa-ley-pablo-jesus-
obediencia-educacion-justificacion-cristo-libertad_0_2369763002.html

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