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Li Cheng era un gran erudito. A una edad temprana, aprobó los exámenes para ser
funcionario del gobierno con las mayores distinciones, y su nombre fue incluido en la lista
del ejército. Al poco tiempo fue nombrado capitán de guardia en la parte baja del río
Yangtsé.
Por desgracia, se requiere mucho más que determinación para ser un escritor exitoso. Muy
pronto, Li Cheng había agotado sus ahorros. Desde entonces, pasaba sus días luchando con
las exigencias de la vida práctica. El apuesto joven de mejillas redondas que había
aprobado los exámenes del servicio civil con tanta brillantez se había esfumado por
completo, y en su lugar apareció un hombre demacrado de comportamiento severo, en
cuyos ojos era posible ver la mirada punzante e impaciente de alguien cuya meta se aleja
constantemente.
Un año después de su regreso a las labores de funcionario, se le ordenó viajar al sur por
asuntos oficiales. En el camino, se alojó en una posada junto al río Ju, y ahí fue que
enloqueció repentinamente. En medio de la noche se le oyó emitir un grito incomprensible.
Con el rostro desfigurado y los ojos resplandecientes, saltó por la ventana y, antes de que
nadie pudiera detenerlo, se precipitó de cabeza a la oscuridad. Un grupo de búsqueda salió
la mañana siguiente, pero, aunque registraron las colinas y campos en todas direcciones, no
hallaron ningún rastro de Li Cheng. No volvió a aparecer, y ni siquiera su familia supo del
extraño destino que le había acontecido.
Al año siguiente, Yüan Tsan, un supervisor de auditorías del circuito de provincias, viajó al
sur bajo órdenes imperiales y se detuvo a pasar la noche en Shangyü, cerca del río Ju.
Estaba por partir a la mañana siguiente, antes del amanecer, cuando el dueño de la posada
le advirtió de que un tigre come hombres había sido avistado en el camino que se dirigía al
sur.
“Se le ha indicado a los viajeros que eviten el camino durante la noche”, dijo el posadero.
“¿Puedo sugerir respetuosamente a su señoría que espere hasta que amanezca?”.
“Gracias”, dijo Yüan Tsan, “pero tengo a mis valientes hombres para protegerme”. Sin más
preámbulos, se montó en su caballo y dejó la posada, seguido por su comitiva.
Al poco rato se abrían paso a la luz de la luna a través de un denso bosque. De pronto un
enorme tigre saltó desde unos matorrales junto al camino y, rugiendo salvajemente, se
precipitó hacia Yüan Tsan. La bestia estuvo a punto de abalanzarse sobre él cuando
abruptamente se volteó y brincó de vuelta a los matorrales.
Por un momento nadie habló. Luego, desde el interior del matorral surgió una peculiar voz:
“¡Santo cielo! ¡Eso estuvo cerca!”.
Yüan Tsan y Li Cheng habían rendido sus exámenes finales en la capital al mismo tiempo y
habían sido amigos cercanos por muchos años. Solo un hombre de temperamento ligero
como Yüan Tsan podría haber tolerado al severo y obstinado Li Cheng.
Por un largo rato no hubo respuesta desde el matorral, solo el extraño sonido como de un
sollozo apagado. Finalmente una voz rasposa dijo: “Si, soy de hecho Li Cheng de Kuolüeh,
a quién alguna vez conociste”.
Olvidando todo miedo, Yüan Tsan se bajó de su caballo y caminó hacia el matorral. “Sal de
ahí, viejo amigo”, dijo, “y conversemos un rato.” “Pobre de mí”, respondió la voz, “¡Estoy
horriblemente desfigurado! Por vergüenza no puedo permitir que me veas nuevamente en
mi presente forma. Sé que con solo verme te llenarías de horror y asco. Aún así, ya que nos
hemos encontrado tan azarosamente, te ruego que te quedes y hablemos, aunque no
podamos vernos el uno al otro”.
Más tarde, cuando Yüan Tsan reflexionó respecto a lo acontecido, todo parecía
imposiblemente extraño, pero en el momento lo sintió como algo casi normal, tal como en
los sueños uno es capaz de aceptar sin reparos los eventos más disparatados. Le ordenó a su
comitiva que esperara y, sentándose valientemente junto al matorral, comenzó a hablar con
su amigo invisible.
Primero le contó noticias de la capital, los últimos chismes sobre sus antiguos colegas, y las
circunstancias de su exitosa carrera. En un tono doloroso, la voz de tras el matorral lo
felicitó por sus ascensos. Luego de esto hubo una penosa pausa. Finalmente Yüan Tsan se
atrevió a preguntar: “¿Y qué te ha sucedido a tí?”.
“Hace alrededor de un año fui despachado al sur con algún mezquino encargo. De camino
pasé la noche junto al río Ju. Me acosté temprano y me dormí casi inmediatamente, pero
luego de lo que pareció un corto lapso, me despertó una extraña voz del exterior que decía
mi nombre. Me levanté, abrí la ventana y miré hacia fuera. Desde la oscuridad la voz
desconocida me convocaba, y un impulso irresistible me llevó a obedecer.”
“Sin dudar, salté por la ventana y me precipité hacia la noche, corriendo como en un
delirio, sin pensar en qué dirección. Antes de que me diera cuenta, estaba en un camino que
se adentraba hacia el bosque. Para mi sorpresa, me descubrí corriendo con ambas manos en
la tierra, y parecía ser capaz de moverme mucho más rápidamente de esta manera. Mientras
corría, sentía una extraña fuerza llenar mi cuerpo, y brincaba con ligereza sobre rocas y
troncos. Entonces noté que un grueso pelaje había crecido alrededor de mis dedos, mis
brazos y hombros, de hecho, sobre todo mi cuerpo. Para entonces ya me había olvidado de
la voz, pero seguía apresurándome, corriendo por correr, por así decirlo.”
Me agazapé sobre la densa yerba junto a una roca e intenté pensar las cosas con tanta
claridad como pudiera. ¿Por qué había sucedido esto? Me pregunté, pero no surgió ninguna
respuesta posible. Mientras pensaba junto a la roca, se me ocurrió que nadie podía estar
seguro de por qué las cosas le sucedían. ¿No estaban todos los hombres, a lo largo de sus
vidas, controlados por fuerzas de las cuales entendían muy poco o nada? La sabiduría
consistía en aceptar esta total ignorancia y en no luchar constantemente contra la propia
suerte, como yo había hecho. Ahora era demasiado tarde. Mi vida como ser humano había
sido un entramado de conflictos y rebeliones, la iluminación había llegado solo cuando ya
no podía ser de ninguna utilidad. Miré mi cuerpo de tigre y deseé haber podido morir.
“Justo entonces una liebre pasó corriendo, a unos cuantos metros de donde yo yacía. En un
sólo instante me abandonó todo rastro de humanidad. Cuando regresaron los pensamientos
humanos, descubrí que mi boca estaba teñida de sangre, y que habían mechones de pelaje
blanco esparcidos alrededor. Esta fue mi primera experiencia real como tigre. No me atrevo
a recordar los horrores y brutalidades que he cometido cada día desde entonces.”
“Mi espíritu humano retorna a mí solo por un par de horas cada día. Durante esos
momentos, puedo hablar como te estoy hablando ahora, puedo de hecho ponderar los
pensamientos más complejos. Sí, incluso puedo recitarme a mí mismo páginas completas
de los clásicos. Entonces también recuerdo las terribles cosas que he hecho como tigre, los
gritos de mis víctimas reverberan en mis oídos y me lleno de vergüenza, miedo e
indignación ante mi naturaleza animal.”
“A medida que pasan las semanas, estas horas de lucidez humana se vuelven más escasas.
Hasta hace poco solía preguntarme cómo pude convertirme en un tigre. Ahora la pregunta
que me atormenta es una diferente: ¿Cómo pude alguna vez haber sido humano? Esto es
una terrible señal, ¿no crees? Pronto todo recuerdo de mi pasado habrá desaparecido y lo
que queda de mi espíritu humano se habrá desvanecido, como los cimientos de algún
palacio antiguo finalmente cubiertos de tierra y arena. Entonces no seré más que una bestia
salvaje, el azote de estos bosques, el cuál, de llegar a encontrarse contigo, Yüan Tsan, te
despedazaría miembro por miembro y te devoraría sin ningún remordimiento…”
La voz se disipó y por un momento Yüan Tsan sólo pudo oír un fuerte jadeo. Entonces la
voz continuó, pero con mayor dificultad:
“Por estos días un cierto pensamiento sigue regresando a mí, no muy original, de seguro,
pero que aún así nunca he comprendido del todo. ¿No fuimos todos nosotros, tanto
animales como seres humanos, en algún momento, otra cosa? En nuestra infancia podemos
recordar difusamente nuestra existencia anterior, pero en medida que nos acostumbramos a
nuestra forma presente, caemos en la ilusión de que hemos sido siempre como somos
ahora.”
“Bueno, sea como fuere, tan abstractas nociones pronto serán ajenas a mi mente. De cierta
forma, seré sin duda más feliz cuando mi lado humano haya desaparecido, y aún así es esta
última desaparición de mi humanidad lo que más temo. La idea de volverme una bestia
salvaje sin recuerdos de mi yo anterior es indescriptiblemente insoportable. Tal es mi
destino, por desgracia, y ahora no hay nada que pueda hacer para escapar de él…”
Nuevamente la voz se apagó. Durante un momento hubo silencio en el bosque. Yüan Tsan
y su séquito contuvieron el aliento, sobrecogidos por el increíble relato. Entonces oyeron la
voz una vez más:
“Antes de que deje la realidad humana para siempre, tengo una petición que hacerte”.
“Mi petición es la siguiente. La ambición de mis días pasados fue ser reconocido como un
gran poeta, pero antes de que esto pudiera suceder llegué a mi situación actual. De los
numerosos poemas que escribí, ninguno, espero, se ha conservado. Sin duda han
desaparecido del saber humano como humo disipado por el viento. El único vestigio
restante de mi arte son alrededor de una docena de poemas que he memorizado. Escríbelos,
te lo ruego, y asegúrate de que no sigan a su autor al olvido.”
“¡Pero no pienses, mi buen amigo, que con la fuerza de estos pocos versos ahora espero
consagrarme como un gran poeta! Mi única motivación es que no puedo soportar dejar este
mundo sin saber que al menos algunos de mis poemas, que me costaron mi carrera, mi
fortuna y finalmente mi cordura, serán transmitidos en la posteridad.”
Yüan Tsan ordenó a uno de sus asistentes que tomara un pincel y registrara las palabras del
ser del matorral. Con claridad, la voz de Li Cheng recitó cerca de treinta poemas de
elegante estilo y admirable sentimiento. Pero mientras Yüan Tsan escuchaba, se le reveló la
triste verdad de que su amigo nunca habría podido alcanzar su ambición literaria, por
mucho que hubiera vivido. Aunque Li Cheng era un escritor hábil y erudito, claramente
carecía de la chispa de genialidad que por sí sola da vida a la poesía.
Cuando Li Cheng terminó de recitar sus poemas, se detuvo por un momento, y luego
continuó en el tono duro y autoflagelante tono que Yüan Tsan recordaba de sus días de
estudiante:
“Es realmente absurdo, pero a menudo cuando me refugio en mi cueva de noche, sueño con
mis poemas recopilados, bellamente encuadernados, sobre el escritorio de algún académico
en la capital. Él toma el libro con un aire venerable y comienza a leer… ¡Qué estupidez!
¡Anda y ríete! ¡Ríete del pobre tonto que aspiró a ser poeta y en vez se convirtió en un
tigre!”.
Yüan Tsan estaba lejos de reírse mientras oía la amarga voz de su amigo. Recordó cómo en
el pasado aquellos accesos de autodesprecio habían casi siempre seguido a los momentos
de arrogancia de Li Cheng.
“Si, soy un hazmerreír”, Li Cheng, continuó, casi escupiendo las palabras. “Y aquí hay un
último poema para que ustedes me recuerden. Lo he compuesto sobre la marcha… un
poema sobre un pobre iluso como yo.”
Mientras tanto, la desvaneciente luz de la luna, el rocío sobre el pasto y la fresca brisa
anunciaban la llegada del amanecer. Yüan Tsan y sus asistentes se habían recuperado de su
shock inicial ante la metamorfosis de Li Cheng. Habían llegado a sentir lástima, en vez de
miedo hacia el poeta tigre.
“Antes les he dicho que ignoraba la causa de mi transformación. Y al comienzo así fue.
Durante el año pasado creo haber llegado a percibir al menos un destello de la verdad.”
“En mis días de humano, me retiré a mi pueblo, como ustedes saben, y rehuí de la
compañía de los hombres. La gente pensó que mi comportamiento era arrogante y altanero,
sin darse cuenta de que, en gran parte, surgía de mi timidez. No pretendo decirles que yo, el
reputado genio del pueblo, estaba completamente desprovisto de orgullo. Pero el mío era un
orgullo tímido, el orgullo de un cobarde. Aunque había decidido ser poeta, rechacé estudiar
bajo un maestro o compartir con otros escritores, y esto por cobarde timidez. Porque
inconscientemente temía que, de llegar a relacionarme con otros poetas, la joya de
genialidad en mi interior llegaría a revelarse como hecha de engrudo.”
“Al mismo tiempo, tenía la esperanza y a medias creía que la joya era real, y rechazaba
mezclarme con gente común cuyas vidas no estuvieran ocupadas en búsquedas literarias.
De este modo, me sustraje del mundo exterior y viví aislado junto a mi familia.
Despreciaba cada vez más la vida corriente de los hombres, y las dificultades financieras
sólo lograron aumentar mi desdén por el mundo de los hacedores de dinero. Pero todo ese
tiempo aumentaba el miedo de que yo estuviera, en realidad, lejos de ser un genio poético.
Orgullo y timidez, ambos se asentaban en mi interior hasta que se convirtieron en casi todo
mi ser.”
“Se dice, me parece, que todos nosotros somos bestias salvajes por naturaleza, y que
nuestro deber como seres humanos es volvernos domadores que mantienen a sus animales
bajo control, e incluso les enseñan a realizar tareas ajenas a su bestialidad. Mi orgullo
tímido era una bestia salvaje y, a pesar de toda mi inteligencia y cultura, a fin de cuentas fui
incapaz de mantenerla bajo control. Fue este orgullo el que me impidió volverme un gran
poeta. Se bien que muchos hombres bastante menos talentosos que yo han alcanzado fama
como poetas a través del estudio humilde de los trabajos de otros y la dedicación. ¡Sí, mi
orgullo fue lo que hizo la vida de mi familia una miseria y la mía un tormento! Ese orgullo
rabioso finalmente me volvió una bestia salvaje tanto en forma como en espíritu.”
“Ahora, por desgracia, no hay tiempo para arrepentirse. Mis días humanos han acabado y
los últimos vestigios de mi humanidad desaparecerán gradualmente. ¡Oh, el desperdicio!
¡La lástima! A menudo de noche me yergo solitario sobre aquellas rocas y aúllo hacia los
valles desiertos. ¿Acaso nadie que me oiga comprenderá mi sufrimiento? Los animales más
pequeños me oyen y en sus guaridas quedan postrados de miedo. Las montañas y los
árboles, la luna y el rocío, me oyen y se maravillan ante la ferocidad del rugido del tigre.
Saltando en el aire y lanzándome a la tierra, aúllo hacia la noche. Pero nadie, nada,
comprende la desesperación que hierve en mi interior. Y del mismo modo sucedía en mis
días como humano…”
“Ha llegado el momento de irse”, dijo Li Cheng. “Se acerca la hora oscura en que
nuevamente me convertiré en un tigre en mi mente así como en mi cuerpo. Pero primero
permítame hacerle una última petición. Cuando regreses al norte, te ruego que vayas con mi
familia en Kuolüeh. No digas nada de este encuentro, en vez de eso
cuéntales que en el curso de tus viajes oíste sobre mi muerte. Y si están faltos de comida o
refugio, compadécete de ellos, te lo imploro.”
Cuando Li Cheng había terminado de hablar, se oyó un llanto desde los matorrales.
Profundamente conmovido, Yüan Tsan respondió que cumpliría a cabalidad los deseos de
su amigo. Entonces la voz de Li Cheng retornó abruptamente a su tono severo y
autoflagelante:
“Sin duda estás pensando que debería haber hecho esta segunda petición antes de la
primera. Estás en lo correcto. Es precisamente porque fui el tipo de hombre que se
preocupaba más de que la gente pusiera atención a sus mediocres poemas, en vez de
proveer a su hambrienta esposa e hijos, que terminé como una bestia salvaje. A propósito,
permítame sugerirle que en su viaje de regreso tome otro camino. Para entonces
probablemente sea incapaz de reconocer viejos amigos, y odiaría pensar en la posibilidad
de despedazarle y comérmelo. Si tiene deseos de retomar nuestro contacto, le ruego que se
detenga cuando alcance la cima de aquella colina y mire hacia atrás. Podrá entonces verme
por última vez, y aquello disipará en usted cualquier deseo de volver a encontrarme.”
“Me despido de tí, mi querido amigo”, dijo Yüan Tsan cortésmente en dirección al
matorral. Con un aire solemne, se montó en su caballo y se alejó cabalgando seguido de su
comitiva. Desde tras los matorrales vino el sonido de un amargo sollozo.
Cuando la comitiva llegó a la cima de la colina, Yüan Tsan se volteó a mirar el bosque del
que provenían. De pronto un tigre saltó desde la densa hierba hacia el camino. Por un
momento se quedó quieto, luego miró hacia la pálida luna blanca y aulló tres veces. Cuando
el último gemido reverberaba en el valle, el tigre saltó de vuelta a los arbustos y
desapareció en el bosque.