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Universidad del Valle

Facultad de Humanidades
Seminario Temático IV. El hombre como problema filosófico
Profesor: Victor Hugo Vásquez Gómez
Protocolante: Cristian Alejandro Benavides Guevara

Fecha: sábado 02 de julio de 2022


Hora: 10:00 a.m.- 01:00 p.m.

Asistentes: James Vélez, Carlos Hugo Ospina, Héctor Marín, Hennehnofer Escobar y
Bryan Steven Duque.

El hombre rebelde
En las primeras líneas de El mito de Sísifo (19421) Albert Camus esboza el problema
fundamental de su filosofía y de la filosofía en general: el problema del sentido. “No hay
más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicido. Juzgar que la vida vale
o no vale la pena de ser vivida es contestar a la cuestión fundamental de la filosofía” (1959,
p. 125). Así, ante la mirada del hombre que trata de inteligir el mundo para hacerlo diáfano,
suyo, emerge una espesura ontológica que cristaliza en una extrañeza y un divorcio
irrenconciliable. Ambos, hombre y mundo, son de suyo absurdos, y no lo son per se, sino
porque entre ambos es imposible trazar una relación de comprensión. Los decorados, el
colofón, la pantomima de la existencia sobre la cual el hombre sustenta su vida se
derrumban ante el advenimiento de la conciencia que pregunta ante tal espectáculo: ¿Por
qué? Una pregunta escueta pero percutante que gatilla la náusea del vivir. Si la vida no
tiene sentido, si está en su ser mismo el ser ininteligible, espesa y extraña, ¿para qué seguir
viviendo? El suicidio será la respuesta, pero para Camus apenas se trata de una
perogrullada. El que se suicida acaba con el problema, ¿pero qué sucede con el que se
mantiene al borde?

Habría que preguntarse si es indispensable responder al sentido de la vid y si la respuesta


reviste un cariz afirmativo entonces se reconoce que hay que vivir por algo. Sin embargo,
¿no es ese mismo vivir por algo el que causa la esclavitud y, por tanto, el distanciamiento
de la libertad? El ejemplo que da Camus es intensamente pragmático: “Levantarse, tranvía,
cuatro horas de oficina o de fábrica; comida, tranvía, cuatro horas de trabajo; comida,
sueño, y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado al mismo ritmo: esta ruta se sigue
cómodamente la mayor parte del tiempo” (p. 132). El encerramiento del sentido de la vida
se constituye, precisamente, en asumir que el sentido de la vida tiene que ver con un vivir
por algo o para algo. De lo que se trata es de echar abajo los decorados y negar el aparente

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Junto con El extranjero, este ensayo constiuye un díptico en el que Camus despliega los cimientos de su
proyecto filosófico en torno al absurdo.
sentido que se presenta bajo la forma del absurdo para liberar la existencia y al hombre
mismo de toda atadura. Vivir con un objetivo equivale a entender al hombre como un
instrumento, como un medio para alcanzar una meta. ¿No sería mejor dejar morir ese algo
en aras de vivir plenamente? Vivir para nada es vivir. El hombre absurdo no pierde el gusto
por su vida, por el contrario, la vive de manera generosa, abraza la roca y sonríe. Y ello no
significa comulgar con la frase célebre de Dostoievsky en Los hermanos Karamazov: “Si
Dios está muerte todo está permitido”. Esta forma de espiritualidad de la época no implica
adoptar una actitud destructora hacia los otros y hacia sí mismo. Habiendo echado abajo la
superficialidad existencial que revestía la vida, el hombre se siente habitante de una nueva
tierra; ya no está atado. El autómota ha desaparecido y ahora se siente liberado. Esta
lucidez y suerte de glorificación soporta el peso de la vida como un desafío. Surge así, el
hombre rebelde.

El hombre rebelde (1951) de Albert Camus forma parte del ciclo de la rebeldía, junto con
La peste (1947), Los justos (1949) y El estado de sitio (1948). Su publicación significó un
revuelo filosófico y político desde diferentes sectores. Desde la revista Le temps modernes,
dirigida por Jean Paul Sartre vino una de las críticas más fuertes a los postulados expuestos
por Camus en su hombre rebelde. La correspondencia entre ambos, publicada en la misma
revista, significó un acontecimiento intelectual y cultural para la época. A la postre, los dos
premios nóbeles terminarían enemistados.

El nuevo ensayo de Camus advierte de un tránsito entre la vida individual acicateada por el
sentimiento de lo absurdo hacia una reivindicación de la vida colectiva. Es el
reconocimiento de la unidad en la marejada de la colectividad. “El mal que experimentaba
un hombre se convierte en peste colectiva […] Yo me rebelo, luego somos”. En la
introducción al texto, el mismo Camus anuncia el génesis de la rebelión:

Yo grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y
tengo que creer al menos en mi protesta. La primera y la única evidencia que así me es
dada, dentro de la experiencia absurda, es la rebelión. Privado de toda ciencia, obligado a
matar o a consentir que se mate, no dispongo sino de esta evidencia, que se refuerza
además con el desgarramiento en que me hallo. La rebelión nace del espectáculo de la
sinrazón ante una condición injusta e incomprensible. (1996, p. 24).

En ese sentido, la rebelión adviene como el resultado de una toma de conciencia que siendo
en principio individual, toma la forma de una colectividad que dice no, que se niega a
seguir representando su papel de esclava. Dice Camus que “El hombre es la única criatura
que se niega a ser lo que es” (p. 25). El punto neural de la discusión, de acuerdo con
Camus, será el de analizar si tal movimiento de negación cristaliza en una justificación
universal del asesinato o en una culpabilidad razonable. Ahora, Cinco años antes, en 1946,
Camus dio una conferencia en la Universidad de Columbia, titulada La crisis del hombre.
En ella, el autor de El extranjero advierte que el pueblo francés siente cernirse una amenaza
sin parangones sobre la humanidad. “Es por esto, por lealtad a mi país, que he decidido
hablar de la crisis humana” (párr. 4). Camus se asume como portavoz de una generación
que lastra los remanentes de la Primera Guerra Mundial y que tuvo que asistir -no hubo
salida -a las vejaciones de la Segunda. Como novelista, no puede dejar de utilizar la
urdimbre narrativa para ejemplificar su pensamiento. En sus Carnets se encuentra el
siguiente aforismo: “No se piensa más que con la imagen. Si quieres ser filósofo, escribe
novelas” (Camus, 1959, p. 952). Así las cosas, Camus expone cuatro relatos en los que la
contemplación de la muerte reviste una inusitada indiferencia. “Sí, hay crisis humana “[…]
porque el sufrimiento humano se acepta como una obligación un tanto aburrida, al mismo
nivel que conseguir provisiones o tener que hacer cola para conseguir una onza de
mantequilla” (Camus, párr. 14). Dice Camus que “todos somos responsables del legado de
Hitler” y que prueba de ello ha sido la ignominia que se apoderó de la escena desde el
naciente siglo XX hasta sus mediados. El mundo asiste a la ascensión del régimen del
terror, a la proliferación cancerígena de la burocracia, al culto a la eficacia. “Por eso, los
europeos de hoy solo conocen la soledad y el silencio. Ya no pueden comunicarse con los
demás mediante valores compartidos […] su única alternativa es convertirse en víctimas o
verdugos” (Camus, párr. 21).
Ante este panorama de incomprensión, de silencio atávico, cabría pensar que si no hay un
valor estable que fundamente el sentido de la vida, entonces todo está permitido y nada
carece de importancia. Sin embargo, Camus critica con vehemencia esta tesis, arguyendo
que incrustados en un mundo despojado de valores y en el que reina la injusticia a los
hombres les queda una última palabra. Una palabra de afincamiento en la historia: no. No al
absurdo esencial, no a la injusticia, no a la esclavitud y el silencio, porque estas tres plagas
son las que hacen que el silencio y la soledad reine sobre las personas (Camus, párr. ). La
generación se rebeló por algo que cada uno de los que la conformaba sentía de suyo. “Y
comprendimos que no nos rebelábamos no sólo por nosotros mismos, sino por algo
compartido por todos los hombres” (Camus, párr. 29). Por tanto, el movimiento de rebelión
saca a los hombres de la soledad y los proyecta hacia la solidaridad.
En El hombre rebelde, Camus plantea que la rebelión no es, en esencia, un movimiento
egoísta ni un movimiento que surge exclusivamente de la toma de conciencia del oprimido.
Para comprender el valor de la rebeldía, de acuerdo con Camus, se necesita de todos los
hombres. “En la rebelión el hombre se supera en sus semejantes y, desde este punto de
vista, la solidaridad humana es metafísica. Simplemente, no se trata por el momento sino
de esa especie de solidaridad que nace de las cadenas” (Camus, 1996, p. 33). A día de hoy,
la historia parece darle la razón a Camus, pues los tiempos que corren son iguales a los de
sus días: afanosos y desacralizados. De ahí que la rebelión sea una de las dimensiones
esenciales del hombre.
En síntesis, en la experiencia absurda el sufrimiento de la conciencia era individual, pero el
tránsito operado por el movimiento de rebelión, lo colectiviza, lo masifica. El mal que
experimentaba un solo hombre es extensivo a todos aquellos que lo rodean, porque él ve su
valor en ellos y ellos ven el de él. Adviene un nuevo cogito que tiene en su ser la alteridad y
que como tal lo proyecta hacia la solidaridad, derrumbando los muros absurdos. El punto de
partida ya no es ni epistemológico ni tarea de un yo ascético, es ante todo un valor que
permanece en todos los hombres, agazapado, al acecho, hasta que la injusticia rebose la
paciencia y decida afirmar su existencia a través de su negación. La máxima descarteana
cede lugar, entonces, al “yo me rebelo, luego somos” (p. 39).
La peste y la rebeldía
El mal que experimentaba un único hombre se torna ahora en una peste colectiva. Los
hombres están anudados a un lazo que los vincula a la comunidad: la rebeldía. Ahora,
recuérdese que Camus entiende al ejercicio literario como un detonante de la reflexión
filosófica, y por tanto sus novelas pueden entenderse como espejos literarios de sus
ensayos, así lo demuestra, por ejemplo, el díptico compuesto por El extranjero y El mito de
Sísifo.

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