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El aspecto psicosocial en la adultez tardía adquiere una gran relevancia si tenemos en

cuentas los cinco rasgos de la personalidad y es precisamente por esta razón que es muy

importante desde todo punto de intervención lograr indagar y determinar los rasgos mas

sobresalientes en cada individuo, teniendo en cuenta que esto nos da una idea más solida

y coherente frente al proceso de vejez que esta llevando cada individuo en particular.

Es muy importante definir estas características de personalidad teniendo en cuenta lo

que algunos investigadores argumentan que estos procesos emanan principalmente de

las diferencias genéticas intrínsecas entre personas que evolucionan con el tiempo (Costa

y McCrae, 2013), y tiene toda validez sin perder de vista que como lo menciona (Roberts,

Wood y Smith, 2005) las experiencias de vida como casarse, integrarse laboralmente y

demás procesos en los que se adquiere un nivel de responsabilidad social, impulsan los

cambios de personalidad.

Todos estos aspectos juegan un papel determinante a la hora de entender el

comportamiento y maneras en las que cada individuo en su proceso de vejez tardía puede

afrontar esta etapa de forma completamente diferente a como lo hacen sus semejantes

que estén pasando por esta misma etapa.

Aunque la personalidad es un rasgo fundamentalmente estable a lo largo de la vida

no está exenta de cambios que la ratifiquen y agudicen o la hagan menos rígida y más

flexible. ¿Y por qué es tan importante detectar este tipo de características en cada

individuo? Pues, así como la personalidad nos enseña acerca del comportamiento de

alguien, también puede ser un indicador de cómo puede verse afectada la salud de un

individuo en la adultez mayor de acuerdo a esta.

De ahí que en el ejercicio de la Psicología tomará tanto sentido e importancia y se

aplicara de manera obligatoria y objetiva al indagar sobre cada individuo teniendo en


cuenta que se requiriera que el entender que los cambios de personalidad también

anticipan las condiciones futuras, desvió las investigaciones de su enfoque principal en el

examen estático de la personalidad y las dirigió a la exploración de los efectos de los

cambios dinámicos en los indicadores de salud (Leszko et al., 2016). Todo esto sumado al

contexto de desarrollo social, nivel educativo y familiar nos permite tener argumentos de

valor para hacer una intervención que realmente permita ofrecer herramientas para

afrontar el desarrollo natural de esta etapa a través de el modelo de valoración

cognoscitiva (Lazarus y Folkman, 1984). A partir del cual se identifica la estrategia de

afrontamiento se adoptaría individualmente durante este proceso.

Una teoría bastante real frente al afrontamiento y sobrecogimiento de los problemas y

afectaciones de salud durante esta etapa es la de (Seybold y Hill, 2001) ya que el apoyo

social que reciben a través de la religión y su practica consistente, les da desasosiego

sobre su vida a través de la oración y espiritualidad permitiéndoles fomentar estados

saludables positivos a nivel emocional que se ven reflejados en su salud física,

permitiéndoles acercarse a Dios desde la religiosidad experimentando en ellos sensación

de bienestar y esperanza frente a la manera como enfrentan los procesos naturales de

deterioro de la salud y los limitantes cognoscitivos emergentes propios de la edad.

Por esta razón permear en este tema acerca de las motivaciones religiosas en cada

caso específico puede ser muy beneficioso y productivo frente a cualquier terapia que se

adopte en el manejo de esta fase de la vejez que implique una posición mucho más

optimista desde el contexto psicosocial frente a las dificultades previstas de acuerdo a la

edad.

Respecto del bienestar y la calidad de las relaciones sociales, vale la pena destacar que

si bien es cierto, el contexto socioeconómico en el que se desarrolla este momento de la

vejez juega un papel muy importante en su desempeño, también es importante mirar con
atención que mientras para algunos individuos resulta satisfactorio y gratificante el

relacionarse y tener una vida social activa, para otros es mucho más asertivo el

mantenerse alejado de este tipo de ambientes, por supuesto retoma la importancia de los

rasgos de la personalidad de los que hablábamos en principio. Por lo tanto es importante

traer a consideración las teorías que nos permiten tener más claridad con relación a este

apartado, tenemos la teoría de la de la desvinculación (Cumming y Henry, 1961) ellos

argumentaban que al presentirse la cercanía a la muerte y el deterioro físico propios de la

edad conducían a un alejamiento inevitable de las actividades sociales, mientras que por

el contrario la que controvierte la anterior es la teoría de la actividad que propone que si

se mantienen las relaciones y ejercicio social habitual contribuye de manera beneficiosa

representada en bienestar. Sin embargo, teniendo en cuenta que cada quien asume este

proceso de manera muy subjetiva, cada una de estas teorías es valida en cada caso.

El gerontólogo Robert Atchley (1989), planteo la teoría de la continuidad en la cual se

enfocó en la necesidad de que las personas pudieran mantener una conexión entre el

presente y su pasado.

Razón por la cual Atchley dice que esta actividad es de suma importancia, pero no por sí

misma si no por ola medida es que esta representa la continuidad de un estilo de vida ya

que ayuda a los adultos mayores a conservar un autoconcepto similar con el pasar del

tiempo.

Como por ejemplo en muchas personas retiradas se las ve más felices cuando realizan

trabajos o acciones recreativas similares a las que disfrutaron en el pasado (J. R. Kelly,

1994). O en mujeres que fueron esposas, madres, trabajadoras y voluntarias tienden a

mantenerlos y cosechar sus beneficios a medida que van envejeciendo (Moenetal, 1992).
Aunque por lo general se relaciona el hecho de mantenerse activo en la vejez con el

bienestar, también importan los niveles de referencia de la actividad en momentos más

tempranos de la vida (Pushkaretal., 2009). Por ejemplo, la gente que de joven fue menos

activa puede resultarle mejor mantenerse en la proverbial mecedora.

Por supuesto, no siempre es posible la continuidad de las actividades, pero es probable

que los adultos mayores sean felices en la medida que puedan mantener sus actividades

favoritas.

Se realizo un estudio durante 34 años con una muestra representativa de suecos de 18 a

75 años, aquellos que, en su vejez, participaron en una actividad recreativa como la

lectura, el ejercicio de un pasatiempo o la jardinería por lo general también habían

participado en esa actividad durante la edad media, aunque las tasas de participación

disminuyeron y algunos adultos mayores tuvieron que adaptarse a deterioros visuales,

motores o cognoscitivos (Agahi, Ahacic y Parker, 2006).

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