Está en la página 1de 2

El testigo

Por Gustavo Abad

El 9 de septiembre de 1997, Miguel Campaña cumplía 45 años. Ese


mismo día saltó desde el quinto piso de la Oficina de Investigación del Delito
(OID, hoy Policía Judicial, PJ), en la Juan León Mera y Roca, en un
desesperado intento de quitarse la vida. Pero no lo logró.
Los que estuvieron cerca de él esa tarde, cuentan que Campaña corrió
hacia la ventana de la oficina policial, se impulsó sobre sus pantorrillas y se
lanzó “como un pescadito” hacia el vacío. Dos segundos después, escucharon
cómo su cuerpo se estrellaba contra el techo de una furgoneta estacionada en
el patio y, luego de golpearse contra la portezuela abierta, caía al asfalto.
Un taxista que pasaba por ahí recogió al fallido suicida y lo llevó al
hospital.
Campaña se encontraba detenido por haber incendiado dos automóviles
en el subsuelo del edificio Metrópoli, al norte de Quito. Por lo que declaró
después, cometió ese acto movido por una severa crisis de depresión y
angustia. Una tormenta emocional que no era gratuita, puesto que Campaña
era el testigo clave y el denunciante de los negocios ilícitos de la llamada Red
Peñaranda, una de las organizaciones mafiosas más importantes de los últimos
años, que operó durante el gobierno de Abdalá Bucaram. Por tanto, estaba
sometido a una serie de presiones y sobresaltos.
Los que lo conocieron en esa época cuentan que Campaña rodaba de
barra en barra por los bares de La Mariscal, presa de los nervios y los delirios
de persecución por haber denunciado a los “Peñarandas”. Bebía y fumaba con
la avidez de un perseguido, comentó una vez el dueño de un bar frecuentado
por el testigo, quien vagó durante meses sin trabajo.
Campaña fue asesor legislativo de Santiago Bucaram, cuyos negocios
ilícitos denunció luego del derrocamiento de su hermano, el presidente Abdalá
Bucaram, el 5 de febrero de 1997. Ese fue el último empleo remunerado que
tuvo, antes de que el país se pusiera de cabeza con la revuelta que sacó del
poder al líder populista conocido como el “Loco”.
Fue entonces cuando cambió su vida. Nadie quería contratarlo en algún
trabajo; se peleó con sus compañeros del Congreso Nacional, pero, sobre todo,
se convirtió en testigo clave, y eso en el Ecuador parece ser como condenarse
en vida, según cuentan los muchos testigos que en este país han sido.
Encontrar a Miguel Campaña tomó varios días de investigación. Pocas
personas lo conocían, y los que lo conocían no querían acordarse, y los que se
acordaban no sabían dónde estaba. El ex diputado Juan José Illinworth, de
quien Campaña también fue asesor, dijo no tener idea del paradero de su
amigo. La Comisión Anticorrupción, que siguió el caso Peñaranda, hacía rato
que le había perdido la pista.
Un viejo dato de prensa fue la punta del ovillo para dar con él en un
modesto departamento, que no es suyo, y allí accedió a contar su historia, en la
primera entrevista desde que intentó matarse hace tres años.
“Qué le puedo decir… Mi vida se complicó como usted no tiene idea.
Después de mi caída, de la cual no recuerdo nada ni quiero acordarme, pasé
seis meses en el hospital del Seguro, con la única compañía de mis familiares,
porque de allí en adelante a nadie le importó lo que a mí me sucediera…
Dicen que me he lanzado, pero finalmente yo no lo sé. Los médicos me
dijeron que debía haberme partido en dos por el golpe. Mire, mire mis heridas...
Me rompí la tibia y el peroné, me hicieron un injerto en el muslo y en la
pantorrilla, tengo fracturas en la pelvis y en la cabeza...
¡Qué va…! yo estoy vivo de milagro. Imagínese que durante mi estadía
en el hospital me dieron por muerto tres veces. Incluso en una ocasión yo sé
que me mandaron a la morgue, porque había perdido todos los signos vitales…
Mire mi ficha clínica del 20 de enero de 1998… Lea: ‘trauma cerebral
grave, incapacidad total y definitiva’. Estaba cuadrapléjico. Mire esta otra del 12
de febrero: ‘parálisis flácida de piernas’. Tenía la boca abierta, chorreaba saliva
y no controlaba esfínteres. Y todo, producto de la caída, pero esa caída fue el
resultado de toda una época de tensión en la que yo anduve alcoholizado y
drogado por miedo a las amenazas…
Lo que pasa es que Peñaranda no fue el único caso que yo denuncié.
También denuncié un robo de aerocombustibles, uno de tractocamiones, y
otros más. Cuando denuncié a Peñaranda, me dieron un guardia para mi
custodia, pero me lo quitaron al mes, porque yo comencé a trabajar como
asesor de Juan José Illinworth, trabajo por el que nunca recibí sueldo alguno,
puesto que las autoridades del Congreso no quisieron firmar mi contrato. Con
todo eso, y con el caso Peñaranda encima, me fui descontrolando hasta que
pasó lo que pasó…
Después del hospital del Seguro, fui a parar al siquiátrico San Lázaro
con un severo cuadro de depresión. Imagínese cómo estaría que llegué a
pesar 90 libras, cuando normalmente peso 170. En el San Lázaro estuve 18
meses. Allí pasaba ayudando a barrer, a limpiar. Esas personas sí me
ayudaron: los médicos, los otros internos, me ayudaron a ponerme bien. Y allí
fue cuando volví a la pintura, incluso realicé una exposición en los patios del
siquiátrico antes de irme…
Desde entonces me he alejado de todo lo que tenga que ver con la
política, con el Congreso, con los diputados. No sabe cuánto me arrepiento de
haber hablado. Si me hubiera quedado callado, nada me habría pasado. Se lo
juro, el mayor error de mi vida fue denunciar a la Red Peñaranda. Mi
matrimonio se arruinó, me divorcié de mi mujer y a mis hijos no los veo desde
el año pasado. A los 48 años estoy solo, viviendo con mis padres, como
cuando era niño…
Pese a todo estoy bien. He vuelto a mis estudios bíblicos, porque soy
evangélico, y a la pintura, que es de lo que vivo. Pinto acuarelas y látex, decoro
cerámica y quiero comprar una computadora para trabajar solo aquí en mi
casa. No quiero saber nada ni ver a nadie de esa época. A nadie…”
Ah, y por favor, no diga dónde vivo…

También podría gustarte