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LOS PROBLEMAS INTERPRETATIVOS Y LOS MÉTODOS DE INTERPRETACIÓN DEL DERECHO

Extracto: Luis Prieto Sanchís (Coordinador) (1996) Introducción al derecho. Cuenca: Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha

Lección Primera. Teoría del Derecho. LUIS PRIETO SANCHÍS (Páginas 25 a la 33)

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2. Los problemas interpretativos
Los problemas que pueden surgir en el proceso interpretativo son numerosos y de distinto
carácter, pero aquí aludiremos sólo a los tres más relevantes: la vaguedad, las lagunas y las
antinomias. Precisamente, la falta de soluciones seguras y rotundas a esos problemas nos
permitirá confirmar lo poco fundado de ese modelo de jurista decimonónico que antes quedó
descrito o, lo que es lo mismo, poner de relieve la irremediable presencia en la interpretación de
una dimensión subjetiva o discrecional donde cabe decir que el sujeto actúa como un creador de
Derecho y no como un mero aplicador.

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La vaguedad del lenguaje normativo (y de cualquier lenguaje natural) supone la existencia de un
margen de indeterminación semántica en el que resulta dudoso o discutible la inclusión de un
determinado hecho o conducta. Todas las expresiones padecen una cierta vaguedad, aunque
algunas son centralmente vagas, y el Derecho utiliza tanto unas como otras. Por ejemplo, aunque
parezca clara, la norma «se prohíbe la circulación de vehículos» presenta un núcleo de certeza,
pero también algún grado de indeterminación; es obvio que se impide la circulación de camiones o
coches, pero ¿y de bicicletas o patines? Con frecuencia, sin embargo, el Derecho emplea nociones
típicamente vagas; así, cuando el art. 1.255 del Código civil dice que los contratantes no pueden
establecer pactos contrarios a la moral, o cuando el art. 1 .555 del mismo cuerpo legal establece
que el arrendatario deberá usar la cosa arrendada «como un diligente padre de familia». No cabe
duda que en la determinación de si un pacto es contrario a la moral o una conducta se aparta del
modelo del buen padre de familia queda un amplio campo a la discrecionalidad del intérprete.

La expresión «laguna» se emplea por los juristas para referirse a aquellos casos o conductas que
no se hallan reguladas por el Derecho. Dicho de otro modo, se afirma que un caso constituye una
laguna del sistema cuando éste no prevé ninguna cualificación normativa para dicho caso. Como
vimos antes, precisamente la técnica de los principios generales del Derecho surgió para dar
respuesta a estos problemas, pero, como también advertimos, los principios o analogía iuris no
constituyen un método estrictamente lógico, dada la presencia de valoraciones que son
irremediablemente subjetivas. En el epígrafe siguiente examinaremos otros métodos dirigidos
asimismo a colmar las lagunas, pero que presentan problemas semejantes.

Finalmente, llamamos antinomias a las contradicciones normativas, es decir, aquellos casos o


conductas que encuentran en el sistema jurídico cualificaciones contradictorias: una norma manda
lo que otra prohíbe, una permite lo que otra ordena, etc. Las contradicciones pueden ser totales o
parciales: son totales cuando la norma «A» nunca puede ser aplicada sin entrar en conflicto con la
norma «B». Son parciales cuando alguna de las dos normas tiene un campo de aplicación
suplementario donde dicha antinomia no se produce; por ejemplo, una norma que con carácter
general permite fumar es parcialmente contradictoria con la norma que prohíbe fumar en
hospitales y colegios, pues sólo en la hipótesis de que se fume en estos recintos la contradicción se
produce.

El Derecho cuenta con algunos criterios para resolver las antinomias y, en particular, con los
siguientes: la ley posterior deroga o se impone a la precedente (criterio cronológico); la ley
superior deroga o se impone a la inferior (criterio jerárquico); y la ley especial deroga o se impone
a la general (criterio de especialidad). Sin duda, es este último el que plantea mayores
dificultades: para comprobar que una ley es posterior o superior basta con atender a la fecha de
su publicación o al rango del texto que la recoge; pero la especialidad requiere un estudio del
contenido de ambas leyes que puede conducir a resultados dispares, dado que la norma «A»
puede ser más especial que la «B» desde cierto punto de vista (por ejemplo, desde la perspectiva
de la cualidad del círculo de destinatarios), y ésta más especial desde un punto de vista diferente
(así, atendiendo a la descripción de la conducta).

Pero, además, el verdadero problema de las antinomias consiste en que los criterios pueden ser, a
su vez, contradictorios o, mejor dicho, pueden conducir a resultados contradictorios; por ejemplo,
una norma puede ser posterior a otra, pero también más general, o tener un rango superior pero
haber sido dictada con anterioridad, de manera que aplicando un criterio deberíamos preferir una
norma y, observando otro distinto, preferir la contraria. Suele decirse que los criterios de
jerarquía y especialidad son fuertes, mientras que el cronológico es débil, por lo que habremos de
preferir la norma superior o la más especial, aunque sea anterior en el tiempo. Lo cierto es que no
existe regla segura, en particular cuando el conflicto se entabla entre los dos

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criterios fuertes. Por eso, también aquí la discrecionalidad del intérprete desempeña un
importante papel.

3. Los métodos de interpretación


Se denominan métodos de interpretación a ciertas normas recogidas por el propio Derecho o
utilizadas de facto por los juristas cuyo objeto es ayudar a la interpretación de las demás normas,
esto es, ayudar a resolver los problemas interpretativos. Ya hemos aludido a algunos de esos
métodos en los epígrafes precedentes, pero su número es amplísimo. El artículo 3.1 del Código
civil recoge otros métodos, pero tampoco resulta exhaustivo: «Las normas se interpretarán según
el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y
legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo
fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquellas». Expondremos seguidamente los
argumentos o pautas hermenéuticas que se deducen de este precepto, añadiendo algunos otros
de particular importancia.

Argumento gramatical o filológico. Como se ha indicado, el Derecho se expresa mediante el


lenguaje común y, por tanto, nada más razonable que interpretarlo con arreglo al significado
ordinario que tienen tales palabras en el lenguaje de la gente. El problema reside justamente en
que no siempre las palabras tienen un sólo significado (por ejemplo, radio), ni un significado claro;
y también en que, a veces, esas palabras ofrecen un significado especial en el marco del lenguaje
jurídico.

Argumento sistemático. Parte de la idea de que el Derecho es un sistema compuesto de diversos


subsistemas, dotados cada uno de ellos de principios y valores propios. En consecuencia, este
argumento recomienda interpretar las normas teniendo en cuenta su contexto, es decir, el
subsistema del que forman parte, buscando así la congruencia de todas sus normas de acuerdo
con esos principios o valores. Por ejemplo, en materia de contratos rige el principio de autonomía
de la voluntad, que permite adquirir cualquier compromiso que no sea contrario a las leyes, a la
moral o al orden público; en consecuencia, ante la duda, deberá preferirse aquella interpretación
de la ley o de las cláusulas del contrato que se muestre más fiel con dicho principio, que preside el
subsistema del Derecho negocial.

Argumento histórico. Supone que, salvo que se deduzca otra cosa, a los enunciados normativos se
les debe atribuir el significado que tradicionalmente se les venía otorgando. La hipótesis del
argumento es que el legislador tiende a no innovar en el uso de las palabras, garantizando así la
seguridad jurídica.

Argumento sociológico. El Derecho envejece o, visto desde otra perspectiva, el cambio social se
muestra más rápido que el cambio normativo. Por eso, este argumento ordena que los
enunciados jurídicos se interpreten teniendo en cuenta, no la realidad que contempló el autor de
la norma, sino la realidad del tiempo en que ha de ser aplicada y, por tanto, dando relevancia a los
cambios culturales, políticos, tecnológicos, etc. que hayan podido producirse. En ocasiones, esos
cambios pueden ser de tal entidad que la norma resulta obsoleta y caiga en desuso (por ejemplo,
una vieja norma ordenaba a los médicos tener cierto instrumental hoy abandonado o superado),
pero en principio lo que supone este argumento es que la norma se aplique, si bien atendiendo a
la nueva realidad.

Argumento teleológico. La hipótesis de este argumento es que las normas jurídicas no son simples
mandatos, sino que forman un conjunto sistemático dotado de fines que se consideran objetivos a
conseguir por la comunidad; por ejemplo, la libertad y la igualdad reales y efectivas (art. 9,2o C.E.),
el pleno empleo (art. 46 C.E.) o la preservación del patrimonio histórico (art. 40,1o CE.). En
consecuencia, deberá preferirse aquella interpretación que resulte

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más favorable al logro de tales fines. A veces, este género de argumentos se confunde o se
superpone con la interpretación sistemática.

Argumento analógico. Hemos indicado que los principios generales del Derecho se conocen
también como analogía iuris y consisten en la obtención de un criterio normativo común a ciertas
normas que comparten alguna circunstancia con el propósito de aplicar ese criterio siempre que
se dé la circunstancia en cuestión. Pues bien, con el nombre de analogía legis o simple analogía se
conoce un argumento algo más modesto; consiste en la aplicación de una norma a un supuesto de
hecho no previsto en la misma, pero con el cual guarde cierta semejanza o, como dice el art. 4,1o
del Código civil, identidad de razón. Muy cercana a este argumento se encuentra la llamada
interpretación extensiva, hasta el punto de que muchos niegan que exista diferencia alguna. Se
trata, en suma, de ampliar el campo de operatividad de una consecuencia jurídica, colmando así
posibles lagunas; todo lo cual está expresamente prohibido en relación con las normas penales, las
excepcionales y las de ámbito temporal (art. 4,2o Código civil).

Argumento a contrario. Viene a ser el opuesto al anterior, pues supone que, dada una
cualificación normativa de cierto sujeto o grupo de sujetos (por ejemplo, una obligación, un poder
o facultad, etc.), se debe concluir que dicha cualificación debe excluirse en relación con cualquier
otro sujeto o grupo; por ejemplo, de la norma que atribuye a las Cortes Generales la potestad
legislativa del Estado (art. 66,2o C.E.), cabe deducir, al contrario, que dicha potestad no
corresponde a ningún otro órgano. Este es el argumento típico de la llamada interpretación
estricta o restrictiva, pues impide la extensión de una norma a supuestos no previstos en la misma.

Argumento a fortiori. Es semejante al argumento analógico, pues supone obtener una


cualificación normativa para un cierto caso no regulado a partir de su comparación con otro que sí
goza de regulación. La diferencia estriba en que aquí no hay sólo un juicio de semejanza, sino de
merecimiento, lo cual implica abiertamente una valoración: aunque el caso «A» no sea parecido al
caso «B», ni concurra entre ellos una circunstancia común que permita fundar la analogía,
concluimos que el caso «B» merece un cierto tratamiento en razón del que recibe el caso «A». Por
eso, este argumento opera de dos formas distintas: si no está permitido u ordenado lo menos,
tampoco se debe considerar permitido u ordenado lo más (A minori ad maius); y, si está permitido
u ordenado lo más, hemos de considerar permitido u ordenado lo menos (A maiore ad minus).
Por ejemplo, si se prohíbe la entrada en un recinto con perros, suponemos que tampoco se
permite entrar con tigres o leones; y si se reconoce la libertad de expresión de las ideas, se
reconoce también la libertad a no expresarlas.

Argumento sicológico. Este argumento recomienda atribuir a la norma el significado que resulte
más acorde con la voluntad del sujeto que la dictó; si, como sabemos, toda norma expresa un acto
de voluntad, puede ser útil aclarar las dudas que aquella suscite atendiendo a las intenciones que
guiaron a su autor. Probablemente, este fue el método de interpretación más poderoso a lo largo
del Antiguo Régimen, pero hoy ha perdido buena parte de su importancia; de un lado, porque las
normas no suelen ser fruto de la voluntad de una persona, sino obra de asambleas, a veces
asesoradas por expertos, donde es difícil identificar una intención unívoca; de otro lado, porque
las leyes terminan independizándose de su autor y tienden a encarnar una supuesta voluntad
objetiva.

Argumento de autoridad. Supone que las normas deben ser interpretadas de modo uniforme y
coherente a como lo fueron en ocasiones anteriores por el mismo o por otro operador jurídico.
Este es uno de los fundamentos del respeto al precedente, que ordena resolver los casos
sustancialmente iguales de un modo igual. Constituye, por tanto, una garantía de dos valores
jurídicos fundamentales: la certeza y previsibilidad de las acciones, dado que invita a presumir que
los jueces se comportarán en el futuro como lo hicieron en el pasado; y la igualdad del

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tratamiento, dado que a hechos semejantes se aplicarán las normas interpretadas
uniformemente.

Conviene advertir, sin embargo, que el respeto al precedente no es una regla inexorable, ni en
relación con las decisiones interpretativas de otros órganos, ni siquiera en relación con las propias
decisiones interpretativas; lo primero, porque estaría en contra del principio de independencia
judicial; y lo segundo porque un intérprete puede separarse de su propio precedente, siempre que
lo razone de modo adecuado.

Hemos dicho que los métodos de interpretación son normas dirigidas a facilitar el proceso
interpretativo y a superar sus dificultades. Sin embargo, la simple lectura de los argumentos
enunciados pone de relieve que en modo alguno consiguen hacer de la interpretación una
operación mecánica o absolutamente segura que haya de conducir siempre a una única respuesta
correcta, cualquiera que sea la ideología o subjetividad del intérprete, y ello, al menos por las
siguientes razones: primero, porque tales métodos son normas y, como tales, padecen los
problemas que ya conocemos, por lo que han de ser, a su vez, objeto de interpretación; segundo,
porque dichos argumentos conducen a resultados diferentes y aún contradictorios, como sucede,
por ejemplo, entre el argumento analógico y el argumento a contrario, o entre el sicológico y el
sociológico; finalmente, y conectado con lo anterior, porque el intérprete es libre para usar uno u
otro argumento, o para intentar combinarlos de modo diverso. De manera que, en último término,
resulta dudoso si los métodos de interpretación sirven para orientar o limitar la discrecionalidad
del intérprete, o son simplemente una cobertura para explicar y justificar el ejercicio de esa
discrecionalidad.

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