Está en la página 1de 7

Ficha para uso interno. Prof. Valeria González, Universidad de Buenos Aires, 2020.

Manifiesto fundacional del Futurismo. Autor: Filippo Tomaso Marinetti. Publicado en


el diario parisino Le Figaro, 20 de febrero de 1909

Antes de entrar en el texto, señalemos:

-Un rasgo que se volverá característico en las vanguardias fundadas en


manifiestos será la invención del neologismo del nombre
-Con esta publicación, el futurismo inicia el uso de los medios y la agitación en
la esfera pública como estrategias de propaganda.

Interior/noche. La escena inicial sucede en un interior típico de literatura decadentista,


con su sobrecarga ornamental y refinamiento orientalista. La acción es una velada
literaria. Los protagonistas se presentan en primera persona.
Corte o interrupción de la escena inicial: el interior es súbitamente penetrado por un
ruido de máquina rugiente que llega desde la calle. Quintaescencia de la imagen
estética futurista.

Inicio del primer parlamento, en una forma verbal muy significativa: modo imperativo
(orden, declaración performativa), modalidad exclamativa (actitud hablante:
exaltación), primera persona del plural (“colectivo de identificación”, según Eliseo
Veron). Esta reacción redefine el ruido que ha llegado de la calle como un auténtico
llamado, al que se responde con la perentoriedad de quien ha sido elegido para una
misión. (Carácter epifánico del manifiesto).

De noche a día, de interior a calle, de velada literaria a acción.


De las “tinieblas milenarias” del pasado a la luz del progreso que -siempre- “brilla por
primera vez”, aunque la metáfora se repita una y otra vez como leitmotiv de lo
moderno desde el Renacimiento, exacerbado luego en las figuras de liderazgo
vanguardista. Nótese cómo conviven en el manifiesto el desprecio por los emblemas
de la tradición -particularmente clásica- con la recurrencia al imaginario tradicional de
la revelación lumínica.

(…)

El desenlace de esta introducción, donde se relata la mentada escena del choque de


automóvil con el tono mítico de una resurrección o renacimiento, abre y cierra con un
recurso animista: la máquina como animal salvaje.

Por un lado, aparece la marca de la idolatría que caracteriza la visión de las máquinas
de la velocitá futurista. Se observa a lo largo del manifiesto que el valor del “futuro” no
es argumentado desde una consideración racional, sino que se expresa desde la
convicción eufórica de una fe revelada.
Por otro lado, la metáfora erótica hombre/máquina evidencia la proyección del
dominio masculino, el varon “que está al volante” (dictamen 5), sobre un mundo de
objetos relegados a la animalidad… o a lo femenino (dictamen 9).

Luego de la introducción, sigue el manifiesto propiamente dicho y su enumeración de


dictámenes.

Los manifiestos son discursos categóricos, normativos, donde cada pequeño grupo a
su turno, anuncia a la humanidad el camino por donde habrá de conducirla. En este
caso es muy claro “dictamos nuestra voluntad a todos los hombres de la tierra”.

Sin embargo, un adjetivo añadido en cursiva (vivos) deja en claro que no todos serán
abrazados por las bondades del futuro, sino sólo aquellos que -como el protagonista
del accidente- hayan salido del fango de esa muerte metafórica.

La destinación es “universal” y a la vez excluyente. Siguiendo a Eliseo Verón, los


manifiestos son discursos polémicos, que dividen su auditorio entre un “nosotros”
positivo de identificación, y un contradestinatario negativo: no hay vanguardia sin
oponentes. En la última parte, retoma en varias oportunidades la alusión a ese “otro”:

Hay quienes no serán abrazados por el torrente inexorable del futuro, que avanzará
indolente dejando atrás lo que sea necesario. Bordeando el racismo, el tristemente
famoso dictamen 9 promulga una necesaria “higiene del mundo”. Mangone y Warley
lo sintetizan muy simplemente: “Para Marinetti, la vida y la historia se dividen entre lo
que es futurista y lo que no merece serlo”. O sea, entre lo que merece y no merece
vivir.

Los dictámenes:
La superación del pasado y la urgencia de un futuro, tópico característico de muchas
vanguardias, encarna en el futurismo una suerte de contraste máximo allí donde
expresa un desprecio particular por los emblemas clásicos. Se afirma que el paroxismo
del futurismo sólo podría haber surgido en Italia: una nación tardíamente unificada
que, al igual que Alemania, había llegado tarde al “reparto colonial”, pero que además
-lejos de esa joven potencia de la “segunda revolución industrial”- se encontraba aún
fracturada entre el desarrollo capitalista del pequeño norte y el gran sur campesino y
empobrecido. Sumado al “complejo de inferioridad” cultural con respecto a París, que
el propio Marinetti había experimentado recientemente. El Futurismo implica la
voluntad de un repentino, violento (y voluntarista) ajuste del reloj.

Como es también común en las vanguardias, sus revoluciones estéticas trascendían los
modos del hacer y los espacios de circulación privativos del arte, pretendiendo
trastocar todas las escalas de valores y hábitos culturales y morales. Las consignas
futuristas de incendiar los museos y de tomar como nuevo modelo estético las
máquinas que atraviesan la urbe moderna ilustran bien la clásica definición doble de
vanguardia de P. Burger (escape de la institución Arte como espacio autónomo/ re-
unión del arte con la vida social). Aunque el manifiesto de Marinetti no avanza en
mayores precisiones, rápidamente el futurismo atraería en su seno a las más variadas
disciplinas, proliferando manifiestos específicos y experimentaciones de diversos
lenguajes artísticos inspiradas en la máquina y la velocidad.

Los primeros dictámenes subrayan lo esbozado en la escena introductoria: el


nacimiento de los elegidos que, iluminados por aquella nueva aurora, han dejado atrás
la inmovilidad de la literatura y se han lanzado a la acción agresiva.

En un tono parecido, la glorificación de este nuevo hombre temerario y violento puede


verse también en la publicación de 1908 del joven Mussolini, “La filosofía de la fuerza”:

Nietzsche trae la aurora de un próximo retorno al ideal. Pero un ideal profundamente


diferente de aquellos en los cuales creyeron las generaciones pasadas. Para entenderlo,
hará falta una nueva especie de espíritus libres fortificados por la guerra, por la
soledad, por los grandes peligros; espíritus que conozcan el viento, los glaciares, la
nieve de las altas cumbres y toda la profundidad de los abismos; espiritus dotados de
una suerte de sublime perversidad, espíritus que nos liberarán del amor al prójimo (…)
Y si retomamos la imagen futurista del literato que es dejado atrás por el hombre de
acción que se lanza a las calles, ¿quién cumple el rol de prescindente para el joven
Mussolini en este artículo de 1909?:

El sindicalismo como doctrina ya está acabado. Le faltan los hombres. Hay que
formarlos. No hagamos del sindicalismo una moda ideológica y literaria de salón o de
café. (…) eso seria la muerte del sindicalismo, que no debe ser teorizado por los
filósofos sino hecho por los obreros. Yo creo que la masa obrera purificada por la
practica sindicalista desarrollará el nuevo carácter humano.

El sindicalista. He aquí en germen uno de los ideologemas básicos del futuro fascismo:
la unión consustancial entre la masa y el líder, y la eliminación -como si de grasa
parásita se tratare- de todo mecanismo de representación democrática.

Asimismo, la estetización maquínica de las masas obreras que se observa en el


dictamen 11º del manifiesto prefigura algunas pinturas futuristas:

Si bien el fascismo como movimiento no consolidaría hasta después de la Guerra,


ambos jóvenes ya compartían una misma atmósfera de referentes comunes, y ambos
ya militaban por la posición “intervencionista” en contra del pacifismo o neutralismo
propiciados por sectores del Socialismo. En esa Italia, periférica entre las potencias
industriales y coloniales, y azuzada por las tensiones geopolíticas que prefiguran la
Gran Guerra, la posición intervencionista ve en la expansión territorial, la pasión
nacionalista y el disciplinamiento militar la solución a los problemas de Italia. Para ellos
los pacifistas son la basura de Italia. En este caldo de cultivo ideológico tendrá lugar la
formación congénita del Futurismo y del Fascismo.

La glorificación de la guerra, seguramente el dictamen mas famoso del manifiesto


futurista, esta lejos de ser una simple metáfora. Le seguirán rápidamente los
manifiestos políticos, donde Marinetti exhorta al Gobierno a la expansión colonial, las
arengas anti-austríacas desde los escenarios, una obra sonora dedicada en apoyo y
celebración de la guerra italo turca en la colonia de Libia (1912), las marchas militares
pro-intervencionistas en el inicio de la Primera Guerra Mundial (1915). Es el mismo
dictamen que incluye la expresa cláusula de la misoginia futurista, y la caracterización
del “otro”, el blando, el cobarde, el mediocre, como varón feminizado.

La figura temporal del progreso, traducida al espacio, es el territorio de conquista. En


el plano espacial, el punto de dominancia y control es la “cima”. Además de proveer un
escenario para la “espectacularización” del discurso (Mangone y Warley), en el retome
del cierre la “cima” evidencia la soberbia antropocéntrica y tecnofílica de la mirada
planetaria.

Este discurso universalista se enuncia a sí mismo como lanzado “Desde Italia”


(recordemos que su estratégica primera aparición se hizo desde un diario de gran
tirada de la “capital cultural” de Francia):

Concluimos con uno de los típicos párrafos de exhortación a la destrucción violenta:

Al tono categórico de verdad universal que suele caracterizar a los manifiestos, se


añade en el futurista una urgencia pasional irracional. La presión alocucionaria del
imperativo, así como -también onmipresentes- los signos de exclamación, marcan en
el texto la modalidad de un acto enunciativo cargado de exaltación. Sin duda una de
las invenciones vanguardistas de Marinetti fue la creación del manifiesto como
espectáculo de declamación.

También podría gustarte