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Hacía ya dos años de aquél día. Y Tomé estaba triste.

Había perdido a
Brinco, su cachorrito, el día que cogió aquel tren en la vieja estación. No
recordaba cómo pasó, sólo que Brinco caminaba a su lado y, de repente, ya
no estaba. Buscó por todo el andén, chocando con cientos de personas que
corrían, apresuradas. Llamándolo a voces. Pero sus gritos quedaban
ahogados por rugidos de trenes y silbatos de viejas locomotoras. Tomé no
quiso subir al tren, no quiso abandonar a Brinco. Pero sus tíos habían
gastado todos sus ahorros en aquellos billetes y no tuvo otra opción que
subir a bordo con ellos. Todavía recordaba la visión, entre lágrimas, de la
vieja estación haciéndose cada vez más pequeñita a medida que el tren se
alejaba.
Desde ese momento, Tomé había ahorrado cada céntimo para poder, algún
día, comprar un billete de regreso a la vieja estación. ¡Y ese día había
llegado!
-Perderás ese dinero y no lograrás nada. ¿Acaso crees que un perro espera
dos años en una estación? -le advirtió su tía.
-Como no lograré nada es si no lo intento, tía.
-Tú verás. Pero no te hagas muchas ilusiones.
Tomé subió al primer tren del amanecer con la esperanza de reencontrarse
con su amigo. El camino era largo. Aún así no le venció el cansancio. La
ilusión por volver a abrazar a Brinco era mucho más fuerte.
Tomé viajaba mirando a través de la ventana. Le gustaba contemplar el
paisaje.
Brinco viajaba en el espacio entre dos vagones. Le gustaba sentir el viento
acariciando su hocico.
Y quiso el destino que ambos trenes se detuvieran en la misma estación. Y
que los vagones de Tomé y de Brinco quedaran a la misma altura. Entonces
se vieron.
-¡Paren el tren! ¡Paren el tren! ¡Es una emergencia! -gritó Tomé mientras se
ponía en pie de un salto.
Tomé salió corriendo, atravesó el vagón de cuatro zancadas y saltó del tren
justo cuando el jefe de estación tocaba el silbato para autorizar de nuevo la
marcha.
Brinco también saltó al andén. Ambos se quedaron esperando a que
marcharan los trenes, cada uno a un lado de las vías. Fueron unos segundos
que parecieron una eternidad. Al fin, Brinco y Tomé pudieron reencontrarse.
-Mi querido Brinco. ¡Cuánto te he echado de menos! No nos separaremos
nunca más -dijo Tomé, con lágrimas en los ojos.
-¿Ves cómo los sueños se cumplen? ¡Pero hay que perseguirlos! -se
escuchó maullar a sus espaldas.
-¡Madeja! ¿Pero tú qué haces aquí? -se sorprendió Brinco.
-Crees que te habría dejado solo. Los amigos nunca se abandonan.
-Y tú… ¿ves cómo sí que iba a volver a buscarme? -hizo ver el perrito.
-Bueno, a veces el destino necesita que ambas partes den un paso
adelante…
Desde ese día, Brinco y Tomé jamás se volvieron a separar; tampoco de
Madeja, quien se fue a vivir con ellos a una bonita casa en el campo. Y los
tres vivieron felices para siempre. Y nunca dejaron de perseguir sus sueños.

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