Elegía, de Miguel Hernández En mis manos levanto una tormenta
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se de piedras, rayos y hachas estridentes me ha muerto como del rayo Ramón sedienta de catástrofes y hambrienta. Sijé, con quien tanto quería.) Quiero escarbar la tierra con los dientes, Yo quiero ser llorando el hortelano quiero apartar la tierra parte a parte de la tierra que ocupas y estercolas, a dentelladas secas y calientes. compañero del alma, tan temprano. Quiero minar la tierra hasta Alimentando lluvias, caracolas encontrarte y órganos mi dolor sin instrumento, y besarte la noble calavera a las desalentadas amapolas y desamordazarte y regresarte.
daré tu corazón por alimento. Volverás a mi huerto y a mi higuera:
Tanto dolor se agrupa en mi costado, por los altos andamios de las flores que por doler me duele hasta el pajareará tu alma colmenera aliento. de angelicales ceras y labores. Un manotazo duro, un golpe helado, Volverás al arrullo de las rejas un hachazo invisible y homicida, de los enamorados labradores. un empujón brutal te ha derribado. Alegrarás la sombra de mis cejas, No hay extensión más grande que mi y tu sangre se irán a cada lado herida, disputando tu novia y las abejas. lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras Ando sobre rastrojos de difuntos, espumosas y sin calor de nadie y sin consuelo mi avariciosa voz de enamorado. voy de mi corazón a mis asuntos. A las aladas almas de las rosas Temprano levantó la muerte el vuelo, del almendro de nata te requiero, temprano madrugó la madrugada, que tenemos que hablar de muchas temprano estás rodando por el suelo. cosas, compañero del alma, compañero. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.