La primera corriente afirma que el hombre y la mujer poseen memoria sexual propia,
fundada en el largo proceso evolutivo de la vida. Este factor da origen a comportamientos
distintos con características psicológicas propias. Se concede importancia al aprendizaje y a los procesos de socialización, pero tales realidades serán siempre moldeadas por las matrices biológicas previas.
Los grupos feministas, especialmente, han enfatizado la singularidad de la mujer
elemental, de la mujer salvaje, originaria, autogeneradora, que se metamorfosea en las varias figuras de diosas o de la bruja primitiva, mujer que dio el salto del androcentrismo y falocentrismo a la plena libertad femenina5.
La segunda corriente sostiene que las diferencias sexuales, de personalidad, de roles y de
ejercicio del poder resultan de condicionamientos sociales. El hombre y la mujer concretos no existirían in natura. Serían construidos social y culturalmente. La sexualidad originaria constituye, según esto, un dato de tal forma plasmable que, a través de la socialización, puede ser moldeado en cualquier dirección. Esta corriente niega que existan rasgos femeninos y masculinos definidos Hombres y mujeres pueden ser construidos igualmente como seres agresivos, dependientes, pasivos o cooperadores, creativos y pacíficos. Y afirma que todo depende del tipo de construcción social operada.
Aquí surge la pregunta ontológica: ¿Qué es en realidad el ser humano, ¿cuál es su
naturaleza por encima de las diferencias sexuales?
la dimensión espiritual y teológica, planteando las preguntas: ¿Cuál es el cuadro final y
escatológico en el hombre y en la mujer?, ¿cuál es su relación con la Fuente originaria de todo ser? , ¿a qué están llamados finalmente el hombre y la mujer?