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El otro día hice un posteo planteado mediante un argumento muy fácil de rebatir, pero

que llamativamente, quienes estuvieron en desacuerdo, no lograron, creo que por invertir la
energía atacando donde era imposible ganar. Incluso avanzado el día empecé a dejar algunos
tips, pero no fueron aprovechados.

Yo no sé si fue el enojo que privó el raciocinio, pero me lleva a cuestionarme acerca de


la sobrevaloración de la intelectualidad, como si se la confundiera con la sabiduría, que es un
proceso de aprendizaje distinto, que implica distintos compromisos con la deconstrucción y la
autocrítica. Algo que suelo ver en médicos y abogados, ahora lo veo en los intelectuales que, al
parecer, son frágiles para caer en las trampas que sólo los intelectuales caerían, antes que las
personas “comunes”.

En esto no voy con burla ni risas, con cariño lo digo, y desde luego desde mi saber
imperfecto, con la irresponsabilidad que implica escribir en una red social en la que sólo están
incluidos mis amigos.

Propongo un ejercicio, un juego. Si descalificarme no fuera una opción ¿de qué otra
manera se podría explicar mi gusto por discutirles? (aparte de que los toques en vivo están
afectados, esa no)

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